¿Cómo acabar con el estigma de los problemas psicológicos?

Foto extraída de https://www.the-rheumatologist.org/

Hace unas semanas escuchábamos en un lugar tan importante como el Congreso de los Diputados un “vete al médicocuando un ídem ponía sobre la palestra un Plan Nacional para la Salud Mental, que entre otras de las proposiciones era aumentar el ratio de psicólogos en nuestro sistema de salud, un número a todas luces insuficiente para abordar el estado psicológico de nuestro país,  cuando las cifras de ansiedad y depresión alcanzan números alarmantes, justo cuando se cumple algo más de año de nuestro primer confinamiento en marzo del 2020. Mucho se está hablando de una de las secuelas fundamentales de esta pandemia: la otra ola, la de los problemas y dificultades psicológicas, derivadas o acuciadas por todo lo que estamos viviendo.

La definición de estigma y sus consecuencias.

El ejemplo previo es un reflejo claro del estigma social todavía vigente de los problemas psicológicos. El estigma hace referencia al proceso de exclusión al que se le somete a una persona o grupo de personas pues se considera que tienen una característica no deseable socialmente. En este caso, por manifestar y expresar que tienen un problema psicológico. Está relacionado directamente con la discriminación, un trato diferente y en muchas ocasiones negativo por esta u otras muchas características, y es a todas luces injusto y contraproducente.

Produce un proceso de “etiquetaje”, por la misma persona y los demás, desencadenando una serie de respuestas a nivel cognitivo, emocional, afectivo y conductual, que categoriza el comportamiento de la persona en los polos de “deseable – indeseable”, “bueno – malo”, actuando las personas bajo estas premisas, condicionándolas de acuerdo al valor que le otorga la sociedad, con respuestas determinadas y muy definidas interpersonalmente. Esto tiene consecuencias también a nivel jurídico social, donde la propia sociedad puede establecer una serie de reglas para comportarse con las personas con dichas características, limitando la manifestación de conductas y espacios donde pueden actuar libremente, en un proceso continuo de vulnerabilización, donde se espera que las personas actúen nada más ver su comportamiento, incluso de manera hostil o recriminatoria.

Recordemos, a colación con el ejemplo, que el efecto inmediato es el de asociar “problema psicológico” con “locura”, por el cual las personas pueden ser consideradas como peligrosas, generando respuestas de miedo y ansiedad a su alrededor, con una respuesta generalizada de incomprensión, exclusión y ocultamiento de cualquier problema psicológico. Produce una barrera invisible, dificultando su integración y normalización con los estereotipos y prejuicios como armas fundamentales. Y así la sociedad no sólo vive en una falsa sensación de seguridad, sino también con poca capacidad para abordar, ayudar y validar a las personas que sufren cualquier problema psicológico; e incapacitando a la persona con dicho problema con las habilidades necesarias para hacerlas frente. Y sufriendo una carga extra; no solo por lo que tolera, sino por la lucha constante por no mostrarse. Produciéndose en ellas un proceso de “autoestigma”, donde se desarrollan toda una serie de actitudes en contra de ellos mismos, con pensamientos y esquemas de “soy incapaz de cuidarse de mí mism@”, con todo lo que lleva parejo.

Y repitamos una vez más, a colación con el ejemplo; este proceso se produce con las dificultades que pueden aparecer en cualquier manual psicológico y psiquiátrico, y también con todas las situaciones, etapas o momentos donde una persona puede sufrir malestar psicológico. Un caldo de cultivo para fomentar y perpetuar este circulo vicioso; institucional, social, grupal y a nivel individual.

Qué podemos hacer: ¿cómo fortalecernos?

Para paliar y erradicar este escenario negativo, se recomienda toda una serie de comportamientos y pautas que ayudan, por un lado, a un proceso de inclusión y normalización social; por otro, a un proceso de fortalecimiento individual, donde la propia persona reconstruye su autoestima y autoconcepto y no se experimenta una carga emocional negativa y dolorosa sobre sí misma.

Creando conciencia social: mediante la utilización de protestas para denunciar, mostrar, explicar y abordar el trato desigual, diferente, distintivo y negativo a las personas que pueden manifestar un problema psicológico. Desde las propias instituciones; en los medios de comunicación, en las redes (Facebook, Instagram, twitter) y a nivel vecinal con las diferentes asociaciones de barrio. Y fomentando la visibilidad: con los testimonios de personas, anónimas o más conocidas; profesionales o legas, para una mayor identificación y hacernos conscientes de algo obvio, tod@s, en algún momento, podemos manifestar un problema psicológico, de diversa índole, con distinta gravedad y con una duración más o menos determinada.

Educando en lo psicológico: en efecto, cuánta más información veraz, ecuánime, contrastada y con una intención de utilidad, más capacidad de afrontar esta realidad; por parte de la sociedad y por los individuos que la conforman. Educando no solo en lo que es o implica, sino también en las herramientas a nuestro alcance, lo que hacen los distintos profesionales para solucionarlas (enseñando, por ejemplo, lo que es el análisis funcional, herramienta básica de los psicólogos) y alfabetizando psicológicamente, es decir, explicando los términos fundamentales, tanto para las personas como para el trato interpersonal, como ha pasado con palabras como validación emocional, resiliencia, disciplina positiva, acompañamiento o empoderamiento,

Contactando con las personas: al visibilizar y poder hablar de que hemos pasado por malestar psicológico, de repente, nos damos cuenta de que los problemas psicológicos son más frecuentes de lo que pensamos, la persona quién los sufre o siente son tu vecin@, compañer@ de trabaj@, tu mejor amig@, un familiar tuy@ o tu pareja, normalizando, quitando los prejuicios sobre cómo se comporta una persona con estos problemas (pues a veces ni te has dado cuenta) y haciendo posible y más frecuente la posibilidad de recurrir a los profesionales, en un ámbito publico o privado, con lo que se evita la cronificación y se favorecen las estrategias de afrontamiento.

Fortaleciendo a la persona individual: dando la posibilidad de ponerle en contacto con personas que pueden ayudarte y asesorarte en tu proceso psicológico, ayudándonos a entendernos y comprender qué nos pasa, qué lo denota o lo provoca, qué consecuencias tiene (en mí y en los demás) y cómo prevenirlo o pararlo. Nos ayuda a afrontarlo; ahora, con calma, utilizando las herramientas adecuadas, escogiendo el lenguaje y pidiendo lo que necesitamos. Ajustando nuestras expectativas y exigencias; modificándolos por deseos y preferencias, por permisos y peticiones, por cambios de tiempo, por flexibilidad, por autocuidarnos y aceptarnos en un momento en donde nos enseñaron a criticarnos y censurarnos.

Sí, cambiar el estigma sobre los problemas psicológicos es primordial, es importante a nivel institucional, es necesario para las personas que pueden sufrirlo y la gente de alrededor, y es urgente, por que está pasando, hay que abordarlo. No más esas frases. Queremos ayudar y ayudarnos.

Escrito por David Blanco Castañeda.

Fuentes consultadas:

Psych  Central, Mente y Ciencia, Psychology Today, El País.

Bibliografía revisada:

Romero, A. A. (2010). Una mirada social al estigma de la enfermedad mental. Cuadernos de trabajo social23, 289-300.

Ruiz, M. Á., Montes, J. M., Lauffer, J. C., Álvarez, C., Maurino, J., & de Dios Perrino, C. (2012). Opiniones y creencias sobre las enfermedades mentales graves (esquizofrenia y trastorno bipolar) en la sociedad española. Revista de psiquiatría y salud mental5(2), 98-106.

Propósitos para el 2021: empezar a ir al psicólogo

Como cada fin de año, es muy común que las personas hagamos balance de cómo han sido los 12 meses anteriores e intentemos fijarnos metas de cara a los 12 venideros que nos puedan hacernos vivir más en consonancia a los valores que para nosotros son importantes, es decir, aspiramos a ser más felices en general.

Ir al gimnasio y/o mejorar nuestro aspecto físico, apuntarnos a ese curso sobre el que tantas veces hemos pensado, retomar el inglés, estar más en contacto con familiares y amigos, cambiar de trabajo… ¿Os suenan verdad? Posiblemente todos esos propósitos nos los hayamos planteado en un momento determinado de nuestras vidas como deseos para el nuevo año. Pero… ¿Qué hay de proponerse estar mejor psicológicamente? ¿A nivel poblacional se ve como algo tan necesario? ¿Se habla con tanta naturalidad de la necesidad de acudir al psicólogo para mejorar ese aspecto que tanto nos preocupa como de la intención de mejorar la alimentación o dedicar más tiempo a seres queridos?

Sobre las barreras que suelen encontrarse en el cometido de buscar ayuda psicológica y cómo será el proceso inicial de acudir a terapia nos ocuparemos en el blog de hoy. Para que todas las posibles dificultades que suelen plantearse en el cometido de acudir a terapia sean más controlables, y dar el paso sea un recurso accesible y barajable para todos.


Imagen extraída de @izzyhealthcare

¿Cuál es el mejor momento para acudir en busca de ayuda profesional?

En realidad, cualquier momento sería el idóneo para darse cuenta de que se necesita ayuda, y buscarla.

Esperar para comenzar tu «nuevo yo» se parece bastante a «tu yo de siempre». Los propósitos de empezar el lunes, el 1 del próximo mes, en enero, con la «vuelta al cole», «cuando termine esto»…. son sólo algunos de los ejemplos de que tendemos a hacer contingente el buscar ayuda a un determinado momento temporal, en lugar de hacerlo en base a las necesidades que tenemos o al malestar que se está experimentando.

Sin embargo, ese modus operandi no suele funcionar, lo que hay detrás de ese posponerlo o procrastinarlo seguramente sea miedo. Miedo al cambio, miedo a mirar a los problemas de frente, miedo a salir de la zona de confort, miedo a asumir la responsabilidad de que es momento de hacer cosas nuevas que den solución a los problemas que se nos plantean, ya sean estos de índole emocional, interpersonal, laboral….

Algunos mecanismos de evitación del problema que más frecuentemente observamos en terapia son dejar el cambio para después, relativizarlo o incluso minimizarlo, justificarse, responsabilizar a otros del propio malestar o de la posible solución, dedicarse compulsivamente a otro tipo de tareas que faciliten el escape del problema,… Por lo tanto sabemos que la solución es: “si te da miedo, hazlo con miedo”, el psicólogo trabajará contigo mano a mano para que puedas superarlo.

Como resume muy bien la popular psicóloga Silvia Congost, “el miedo es resistencia al cambio. Debemos entender que los cambios son necesarios para crecer, y que estamos preparados para afrontarlos. Queremos evitar el sufrimiento y por eso nuestro cerebro hace que no demos ciertos pasos, pero no nos damos cuenta de que sin enfrentarnos a los miedos sufrimos igual”.


¿Y cómo influye el Covid-19 en el tema que nos ocupa?

Si en algo estamos de acuerdo los profesionales de la Salud Mental es que este mundo de pandemia ha facilitado que se dispare la intensidad de multitud de estresores: convivencia familiar conflictiva, hacinamiento doméstico, pérdida de trabajo, fallecimiento de seres queridos unido a la prohibición o limitación de aforo por las medidas de seguridad contra el virus a rituales sociales de despedida muy limitados, teletrabajo, conciliación familiar, y un largo etcétera…

Por lo que si durante el segundo semestre de 2020 se ha intensificado ligeramente la afluencia de personas en busca de ayuda profesional no es de extrañar que el 2021 sea un año donde el necesitar de la ayuda de un psicólogo vaya a ser uno de los propósitos o metas estrella.

A pesar de lo cual, si cualquier colega de profesión afirmara que existen dos tipos de personas, los que necesitan ir a terapia y ya están yendo, y a los que les vendría bien ir a terapia, parecería el típico chiste o anécdota que sobredimensiona o sobrepatologiza los problemas emocionales y de la vida diaria. Lo cierto es que, en la actualidad acudir en busca de ayuda profesional para conseguir el tan ansiado bienestar psicológico aún no se encuentra ni tan siquiera a un nivel de normalización parecido al que suele haber con cualquier otro tipo de especialidad de la salud. La salud mental es un tema a día de hoy sigue siendo un tabú.

Entonces, ¿en qué casos podría ser positivo acudir al psicólogo?

Las consultas más frecuentes en terapia suelen ser:

  • Ansiedad o nerviosismo.
  • Estados intensos de tristeza, sentimientos de desesperanza y depresión.
  • Miedos (de cualquier tipo) o fobias.
  • Duelos.
  • Dificultad para el control de impulsos o manejo emocional.
  • Procesos de toma de decisiones y solución de problemas.
  • Autoestima, autoconocimiento y procesos de desarrollo personal.
  • Problemas de pareja.
  • Conflictos interpersonales en contextos que no tienen por qué ser de pareja (familiares, con amigos, en el entorno laboral,…).

Que sean los problemas más frecuentes no significa que sean las únicas causas de malestar que  puedan verse beneficiadas de acudir al psicólogo. Se aconseja que en un primer momento se intente hacer un abordaje particular con los mecanismos de afrontamiento individuales que cada uno de nosotros tenemos; si en ese devenir se evidencian estados de elevada disforia o malestar, nos sentimos sin las herramientas necesarias para abordarlo adaptativamente o el propio intento de solución se está convirtiendo en el problema es cuando realmente sería muy beneficioso tomar la decisión de acudir en busca de ayuda profesional.

¿Qué datos básicos recabar de cara a elegir el profesional al que acudir? Y qué otros no son tan relevantes

Especialidades y corrientes en psicología: por término general la terapia cognitivo-conductual se encuentra en la base de todos los tratamientos empíricamente validados que se han mostrado eficaces a la hora de trabajar los distintos problemas o trastornos mentales. Si bien es cierto, que luego en la práctica clínica habitual el profesional suele servirse de una terapia más integradora (de distintas corrientes teóricas y/o técnicas) que se ajuste a la idiosincrasia del caso.

Además de eso, el profesional encargado de gestionar problemas psicoemocionales a nivel clínico ha de haber conseguido la especialidad clínica vía PIR, ser Psicólogo General Sanitario o haberse habilitado para ejercer.

Complementariamente puede estar formado en temáticas o técnicas concretas, y en franjas poblacionales por edad (infanto-juvenil, población adulta, tercera edad).

Género del terapeuta: a nivel de eficacia terapéutica no se han evidenciado diferencias en efectividad de la terapia en función del género, es decir, la terapia será igual de efectiva independientemente de que tu psicólogo sea hombre, mujer, o cualquier otro código no binario. Eso sí, si de antemano crees que este factor podría influirte en cuánto de cómodo podrías sentirte a la hora de comunicarte y hablar sobre cuestiones personales siéntete libre para pedir que este elemento se adecúe lo máximo posible a tus necesidades.

Edad: la edad del psicoterapeuta no es una variable que influya en la efectividad de la terapia. Sin embargo, los colegas de profesión seguro que más de una vez han vivenciando la sorpresa o duda que expresa el paciente cuando considera que el psicólogo-a es «demasiado joven».

Es importantísimo diferenciar edad del psicólogo del factor experiencia profesional o nivel de conocimientos adquiridos sobre el tema a tratar, la cual sí que se ha demostrado que es una variable influyente a la hora de guiar una terapia de manera exitosa.

Encuadre: características como la frecuencia con la que se considera oportuno seguir las sesiones, enfoque psicológico y método de trabajo, horarios, honorarios, roles que ocuparán terceras personas en la terapia (si las hubiere),…

¿Y qué características son relevantes sobre la persona que acude a consulta? Principalmente, que el paciente esté motivado para el cambio, que se puedan definir objetivos terapéuticos concretos y que haya un compromiso adquirido con la terapia como proceso, no como algo inmediato.

Si por el contrario se es moderadamente reticente al cambio se aconseja dar también el paso, para poder trabajar eso mismo desde terapia. El psicoterapeuta acompañará en ese proceso para pasar de una etapa precontemplativa a otra de cambio activo.

Para ello existe un estilo de asistencia directa, que fue estandarizado por los psicólogos Miller y Rollnick, denominado entrevista motivacional, caracterizado por estar centrado en el cliente, para provocar un cambio en su comportamiento ayudándole a explorar y resolver ambivalencias. Se define principalmente, no por su técnica, sino por su modo, que sigue un estilo que facilita la relación interpersonal.

Aunque en un inicio se enfocara al contexto de las drogodependencias y preparar para el proceso de desintoxicación de éstas, a día de hoy su aplicación se ha generalizado a todos aquellos procesos terapéuticos en los que por el motivo de consulta que sea no se evalúa de forma ajustada cuáles serían las ganancias que se podrían llegar a conseguir o el sujeto se muestra bastante resistente al cambio. Es decir, la entrevista motivacional prepara para el cambio.

¿Cómo será la primera sesión?

La estructura general de una primera sesión se basa en dos objetivos básicos desde los que empezar a enfocar el resto del proceso: conocerse un poquito e ir construyendo la alianza terapéutica, y plantear las primeras hipótesis desde las que comenzar a abordar el caso.

Una de las principales dudas que asaltan a las personas que por primera vez acuden a terapia es ¿qué contar primero? El objetivo de la primera sesión será principalmente definir qué es lo que ha motivado a esa persona a buscar ayuda profesional (problemática actual) para después poder ir analizando qué variables influyen como precipitantes y detonantes de que en el momento presente se evidencie ese problema, también será muy importante poder detectar qué situaciones, estímulos o figuras/relaciones están funcionando como reforzadores o castigos de la conducta problema y en qué esquemas cognitivos se  fundamenta aquello que genera malestar, es decir, se intentaría elaborar en la primera y/o siguientes sesiones un análisis funcional del caso.

Otro de los aspectos a explorar sería el aquí y el ahora de la persona que acude a consulta. Esto consistiría en poder conocer a grandes rasgos cuáles son las principales áreas vitales para ese sujeto. Normalmente las esferas personales a conocer en profundidad suelen corresponderse con núcleo familiar del paciente, situación laboral, relaciones interpersonales y de pareja, amigos y actividades agradables, de tiempo libre y autocuidado.

Por último, y no menos importante por ello, va a ser frecuente explorar intentos de solución previos del problema, ya sean a través de herramientas individuales o si en ocasiones anteriores acudieron a algún psicólogo-a. ¿Esto para qué sirve? Por un lado, se detectan intentos de solución que no han funcionado, es más, incluso podrían estar agudizando el malestar a día de hoy; y por el otro, de haber necesitado ayuda psicológica previa, conocer de qué herramientas está dotada la persona que acude en momento presente a terapia.

¿Y cuál será el cometido del psicólogo? Su prioridad será empezar a construir la relación terapéutica. Esta estará conformada por una alianza cuyo rasgo esencial es la confianza plena, encuadrado en un ambiente seguro y la postura neutra y de no juzgar por parte del terapeuta. No obstante, es muy común que en una primera sesión o incluso en siguientes el paciente aún no se encuentre del todo cómodo para abordar según qué tipo de temas. Tu psicoterapeuta en todo momento respetará que aún no estés preparado, por tanto siéntete libre de marcar tus tiempos y ser el protagonista de la terapia y de tu historia.

En definitiva, estar algo nervioso es bastante habitual en una primera sesión. Date tiempo, como en todas las relaciones interpersonales.

Finalmente, celebramos que en los últimos tiempos no han sido pocas las personalidades públicas que bien en redes o en medios de actualidad han expuesto que han tenido problemas para afrontar adaptativamente situaciones vitales y por ello han dado el paso de acudir al psicólogo. Si ellos, que tienen mayor nivel de alcance poblacional consiguen normalizar el pedir ayuda profesional… ¡bienvenido sea!.

Ahí estaremos los psicólogos para ayudar, trabajar juntos, encontrar respuestas.

¡A proponérselo en 2021!

Escrito por Maite Nieto Parejo

Fuentes: www.psicopedia.org, www.infolibre.es, www.gardetapsicoterapia.es

Las despedidas que no hemos podido realizar

Cuando en el mes de marzo comenzó a hablarse de un virus desconocido que sufrían en China, no podíamos ni comenzar a imaginarnos lo que estaba por venir. Nadie esperábamos el tiempo que tendríamos que separarnos de nuestra vida. No éramos conscientes de lo que estábamos perdiendo. Si hubiera sido así, nos habríamos despedido. Nos habríamos despedido de nuestros compañeros de trabajo, de los del gimnasio, del camarero del bar de la esquina, de nuestras rutinas, del aire libre…de la vida que conocíamos. 

¿Por qué decimos adiós?

Los seres humanos necesitamos poder despedirnos con palabras de las personas, de las situaciones, de las cosas… Es de alguna manera una necesidad de poner palabras a una emoción intensa, y como sucede con todas las emociones intensas, ponerle palabras hace que sean más manejables. Es por esto que necesitamos, ante algo tan importante como las pérdidas, que realmente exista esa sensación de haber cerrado una etapa, de terminar algo, para poder sentirnos algo más reconfortados. Las despedidas nos ayudan a pasar a una etapa diferente de nuestras vidas.

Hay incluso estudios que señalan que, cuando alguien va a estudiar al extranjero, haber tenido una despedida apropiada era facilitador de que la experiencia en el extranjero fuera provechosa y agradable. 

Extraído de amazon.com

¿Y si no decimos adiós?

Si no logramos despedirnos ante pérdidas que podamos sufrir, es posible que nuestras sensaciones hacia éstas sean de que no se han resuelto, que aún no hemos hecho efectiva la separación de lo que teníamos antes. Podemos quedarnos atrapados en un luto extraño en el que no se pueda dejar de pensar sobre lo que podría haber sido. Incluso, podemos mantener de una forma ya ineficaz sentimientos de rabia, confusión o culpa

Incluso, más confuso aún, podemos experimentar una sensación de que en realidad no existió. Si una persona que conocemos desaparece sin despedirse, puede dar lugar a un sentimiento de extrañeza de la relación, causandonos una idea, que aunque reconocemos como falsa, no podemos evitar sentir que quizá esa relación nunca existió.

Las despedidas, sean más o menos formales, nos permiten dar sentido a las experiencias que hemos vivido y dejado de vivir. Si ya no están presentes, han de haber pasado por el proceso de despedida para que podamos continuar.

La inusual despedida que causa la COVID-19.

En marzo, cuando nuestra vida cambió en tantos sentidos para siempre, no hubo una fiesta con elementos que indicaban que no volveríamos al trabajo o a las clases tal y como las conocíamos. No le dimos un abrazo al camarero de siempre y le dijimos “ánimo, no sé cuándo nos veremos pero ha sido un placer tomar el café en tu bar.” En lugar de eso, nos encerramos en casa, sin poder tener contacto con nadie, sin saber cuánto tiempo estaríamos allí y cómo cambiarían nuestras vidas después. No pudimos decir adiós no sólo a un número importante de personas, sino a nuestros planes, expectativas, a lo que nos hacía sentir en paz, a la sensación de seguridad sobre nuestra propia salud… Hay tantas cosas que desaparecieron allí y tan pocas de las que hemos podido despedirnos adecuadamente…

De todas las pérdidas que hemos podido sufrir, una de las más significativas es la que ocurre si alguien ha fallecido durante el periodo de confinamiento. Ya escribimos una entrada en este blog sobre qué se puede hacer ante la pérdida de un ser querido en el confinamiento. Además los investigadores Burrel y Selman, publicaron en julio un artículo (Burrell & Selman, 2020) de revisión bibliográfica en el que recomiendan encarecidamente lograr llevar a cabo prácticas funerarias significativas en el caso de presentarse una pérdida de un ser querido. El hecho de que falten las prácticas funerarias ante un fallecimiento puede dificultar el proceso de duelo, deteriorar la salud mental y lograr una menor resiliencia tras el fallecimiento en cuestión. Se resalta en este artículo la importancia de llevar a cabo estos ritos funerarios de forma que sean útiles para las personas que han sufrido la pérdida para expresar las emociones negativas, así como un espacio de conexión significativa, aunque no pueda darse de forma habitual, o presencial.

De hecho, asociado a estas dificultades para llevar a cabo los rituales cotidianos y extraordinarios a causa de la pandemia, también podemos observar, como describe otro artículo publicado por Evan Imber-Black (2020), que las personas tendemos a reinventar las cosas que ya hacíamos antes. Leyendo este artículo se puede observar como hemos sido capaces, en muchas ocasiones, de crear un nuevo ámbito de ritos y celebraciones, con gran participación online, o con formas diferentes de expresar lo que se necesita en cumpleaños, bodas, graduaciones o funerales. Al lograr esto a pesar de las dificultades presentes por el COVID-19, logramos dar el significado habitual a los ritos de siempre con nuevas manifestaciones de los mismos.

Viendo esto, y sabiendo que la pandemia, por el momento, va a formar parte de nuestras vidas, posiblemente sea necesario que nos replanteemos lo que estamos dejando de hacer por el COVID. ¿Queremos dejar de celebrar los rituales de paso que siguen ocurriendo en nuestras vidas? Posiblemente lo que mejor podamos hacer es inventar, con un poco de creatividad, una nueva forma de expresar lo que estamos dejando pasar, decir adiós a la vida que teníamos antes, y continuar con nuestras vidas.

Fuentes:

Psychology Today.

Burrell, A., & Selman, L. E. (2020). How do Funeral Practices impact Bereaved Relatives’ Mental Health, Grief and Bereavement? A Mixed Methods Review with Implications for COVID-19. OMEGA-Journal of Death and Dying, 0030222820941296.

Imber‐Black, E. (2020). Rituals in the Time of COVID‐19: Imagination, Responsiveness, and the Human Spirit. Family Process59(3), 912-921.

Escrito por Lara Pacheco Cuevas

CÓMO NOS INFLUIRÁN LOS NUEVOS CONFINAMIENTOS Y HERRAMIENTAS PSICOLÓGICAS PARA AFRONTARLOS.

En los últimos 10 días se han ido implementando nuevas y más rigurosas medidas para controlar las estratosféricas cifras de contagio que está generando la propagación del virus. Algunas de estas medidas han derivado en que de nuevo algunas áreas de la geografía española hayan visto cómo se restringe su movilidad, pero sin lugar a dudas podríamos decir que donde más impacto están teniendo dichas medidas en nuestra Comunidad Autónoma.

Parecía que ya habíamos olvidado por completo cuándo vivir era no vivir fuera de casa (o apenas fuera de casa, sólo salir para acudir a contados sitios, y como prioridad el lugar de trabajo). Y sin embargo, e intentando utilizar nuevas expresiones como confinamiento “blando” como si de un tabú se tratara, varios millones de personas de nuevo han de reconciliarse con el estar en casa o en el radio inmediatamente próximo a su hogar para el discurrir de gran parte de su día a día.

Imagen extraída de www.barriosalvadormadrid.com

Lo difícil de esto: el volver a afrontar etapas que creíamos ya superadas, nuevos recortes de movilidad. Lo magnifica el hecho de que estén teniendo lugar por áreas, no de manera generalizada como ocurrió en Marzo. Todo ello, especialmente que sólo algunos términos poblacionales se estén viendo afectados por estas nuevas medidas, hacen que algunos colectivos se sientan “apartheizados”, lo cual podría derivar en situaciones de desventaja social, sentimientos de inferioridad, segregación e indefensión aprendida.

Por la cercanía de la puesta en vigor de estas nuevas medidas aún no se han podido obtener datos empíricos ni conclusiones clínicas certeras de cómo esta vuelta atrás puede afectar psicológicamente a los individuos, pero sí se pueden prever gracias a ciertos patrones estudiados en los inicios de la pandemia y durante el estado de alarma.

Ya en la primera oleada del Coronavirus se registró que en Wuhan, ciudad china que se ha considerado epicentro de la pandemia, para abordar adaptativamente la situación el 53% de la población necesitó atención psicológica. Ante esto, y gracias a nuestra experiencia en la práctica clínica, se anticipa que los problemas de salud mental van a sufrir de nuevo un repunte siempre y cuando no se logre hacer un afrontamiento adaptativo ante estos “confinamientos perimetrales”. Si bien es cierto que la mayor parte serían cuadros leves que se solucionan mediante consultas puntuales o, sabiendo de antemano cuáles son las herramientas a través de las cuáles conseguir dichas respuestas adaptativas, objetivo que abordaremos en este post.

El confinamiento como tal es un factor de riesgo ante la aparición de problemas psicológicos. Sin embargo, dicho riesgo aumentará exponencialmente en determinados grupos poblacionales: personas que se encuentren solas o en situaciones de aislamiento, con escasos recursos económicos o cognitivos, y con escasa calidad de vida tenderán a sobrellevar estas nuevas medidas restrictivas con mayor dificultad. También se ha registrado que aquellos que sean menos capaces de mantener rutinas o actividades de ocio y tiempo libre que les haga distraerse experimentan niveles de ansiedad más elevados durante períodos de confinamiento.

Asimismo, personas con patologías mentales previas tienen más probabilidad de que empeoren sus trastornos base o aparezca nueva sintomatología relacionada con la ansiedad y el estado de ánimo primordialmente, en algunos casos, pero en menor medida, también estrés postraumático. De igual modo ocurriría en los casos que estén teniendo que elaborar un duelo relacionado con el Covid-19, en los cuáles se ha registrado una notable demanda de ayuda psicológica durante y después del confinamiento.

Y conforme a la población que epidemiológicamente con más frecuencia experimenta cuadros ansiosos, se pronostica que las mujeres y los jóvenes con altos niveles de ansiedad previos se verían más afectados por las consecuencias de estos nuevos confinamientos

De ello podemos extraer que la psicología tiene mucho que decir al respecto, como herramienta de ayuda y como medio de afrontar mejor esta etapa de incertidumbre. Intentar abordarlo con los recursos propios y si no acudir a tiempo en busca de atención especializada en salud mental evitará que estados ansioso-depresivos se cronifiquen en el tiempo.

HERRAMIENTAS PSICOLÓGICAS PARA AFRONTAR LOS NUEVOS CONFINAMIENTOS

Tal y como han manifestado algunos profesionales de la Universidad de Deusto y de la Complutense de Madrid, la forma de asimilar esta situación es diferente en función de la edad y la situación en la que nos encontremos. Es decir, habrá tantos estilos de afrontamiento como diferencias interindividuales nos caracterizan. Por tanto, a continuación abordamos algunas estrategias psicológicas generales que pueden ayudar a paliar los efectos perjudiciales de los nuevos confinamientos; algunas tendrán una aplicabilidad mayor que otras según el caso particular.

  • Explicar las medidas de control antes incluso de implantar restricciones de movilidad (o todo lo contrario, en el desconfinamiento) sería una muy buena inversión en resultados positivos no sólo a corto plazo, para conseguir disminuir el número de contagiados, sino a medio y largo plazo, ante la posibilidad de llevar a cabo medidas más rigurosas si fueren necesarias, y para conferir controlabilidad a la población confinada. 

El ser humano interioriza más fácilmente nuevas normas cuando entiende el sentido de implantarlas: conocer el porqué de esas decisiones y verlo como algo necesario evitará que la población interprete esas medidas más estrictas como un atentado hacia sus libertades. Unido a lo anterior, los individuos se sentirán un eslabón primordial en la mejora de la situación; es decir, será más difícil que sujetos individuales apelen a la difusión de la responsabilidad si como individuo sienten que tienen un papel protagonista en la derrota del virus.

Por ejemplo, continuamente se menciona en los medios de comunicación la falta de sentimiento de responsabilidad que tiene la población joven en los contactos de riesgo y la transmisión del virus. Es cierto que a corto plazo, con una probabilidad menor de padecer la enfermedad en su formato más virulento, los jóvenes podrían llegar a decidir que pasar el virus es “un mal menor” en contraposición de todas aquellas experiencias que se están perdiendo a cambio (quedar con su grupo de iguales, conocer a nuevas personas, aprovechar el tiempo y la juventud a tope, etc…), y ¡ojo! que somos conscientes que estamos hablando de una parte de los jóvenes y que a nivel general esta franja poblacional no se comporta irresponsablemente. Explicar las consecuencias menos cortoplacistas haría que muchos se plantearan según qué comportamientos. Si los órganos gestores de esta pandemia consiguieran alianzarse con esa población joven exponiendo los escenarios poco alentadores que a largo plazo podrían esperarse en el plano económico, siendo ellos la principal población afectada por estar en edad laboral, se conseguiría cambiar el enfoque de “medidas que coartan libertades” por “medidas que van en su propio beneficio”.

  • Evita caer en la trampa de la difusión de la responsabilidad: es cierto que estatalmente se suelen proponer unas medidas disuasorias/punitivas poco efectivas si la autoridad no está presente (véase el caso de las multas). Por tanto, intenta encontrar un ejemplo de situación mediante la cual podrías asumir la responsabilidad de que la realidad de la pandemia sea un poco más benévola gracias a ti, comprométete con ello (y contigo mismo) y refuérzate día a día por cumplir con el objetivo.

No habrá una solución local sin una global, y a su vez todo eso no se producirá sin una responsabilidad y compromiso individual. 

  • Fomentar el sentimiento de colectividad, es decir, rodearse de sujetos en las mismas circunstancias y reforzar la concepción de estar siendo resilientes. Por el contrario, un modo de afrontamiento enfocado bajo el prisma de la comparación continua y el sentimiento de desfavorecimiento provocará una menor tasa de aceptación de la situación y un abordaje menos efectivo ante unas medidas que ya están impuestas y no por más oponerse a ellas va a mejorar la situación personal.

Eso no significa que emociones del tipo enfado, incomprensión, miedo, pesimismo, hastío (y un largo etcétera) no sean válidas, sino que un bloqueo en ellas harán que sean más desadaptativos los comportamientos y los procesos anímicos en el día a día. 

Para ello el plantear la situación como una solución de problemas, la ventilación emocional con personas de confianza y recordar qué herramientas útiles se tienen ya (fruto de la experiencia adquirida durante la primera oleada del virus) para afrontar este tipo de escenarios marcarán la diferencia este el bienestar psicológico y los estados de ánimo disfóricos.

  • Conectando con el punto anterior subrayamos que nuestras emociones juegan un papel fundamental: préstales atención y valídalas con frecuencia. Tener un diario emocional o incluso dedicarles un ratito al día a través de la meditación y el Mindfulness o conciencia plena evitará que el posible estrés derivado de estar confinados vaya subiendo como la espuma hasta detonar en cuadros agudos de ansiedad, como podrían ser los ataques de pánico.
  • Vigila al miedo de cerca… El miedo es una respuesta innata a situaciones desconocidas y que suponen cierta amenaza a nuestra integridad y supervivencia, y nos prepara para protegernos y cuidarnos. Que aparezca es adaptativo. Sin embargo, podríamos considerar que no se está gestionando ajustadamente cuando alcanza niveles en los que nos genera malestar e incluso llega a paralizarnos. Esos casos serían en los que es necesario intervenir sobre ello. En esos momentos, la exposición progresiva a la fuente generadora de miedo, ya sea en vivo o en imaginación, será el modo de superarlo (versus la evitación del estímulo temido). Unido a la anterior, será necesario gestionar los pensamientos automáticos o negativos; técnicas como la distracción y relajación también ayudarán.
  • Mantén a raya los pensamientos negativos o recurrentes. ¿Cómo? Primero de todo detecta cuáles son y analiza con qué esquema nuclear conectan; algunos de los más comunes suelen ser el miedo, la anticipación, el acortamiento de futuro o los sentimientos de soledad. Busca qué datos empíricos encuentras que los apoyen o, si por el contrario, podrían irse reestructurando por otros más adaptativos, constructivos o positivos.
  • Y por último, permítete tolerar cierto grado de duda. Como escenario de duración incierta que es, va a ser muy difícil tener toda la información que nos haga tranquilizarnos, por tanto, asume poderte quedar con la duda en ciertas ocasiones. Conforme vaya pasando el tiempo, y se vayan viendo los resultados epidemiológicos de estas medidas de confinamiento, y paralelamente vaya habiendo avances científicos, podrás abordar en presente los nuevos acontecimientos, con datos empíricos, en lugar de rellenar información con datos imaginados ante la incertidumbre y el desconocimiento, ya que cuando no tenemos evidencias para explicar lo que está ocurriendo tendemos a hacerlo.
  • Poner especial atención a la población infantojuvenil. Sobre todo antes de los 5-6 años, edad en la que el cerebro no se ha desarrollado por completo y por tanto pueden hacerse mucho más patente las carencias derivadas de esta etapa de confinamiento y aislamiento social o experiencias de vida menos enriquecedoras.
  • Crea o potencia redes sociales de apoyo de cercanía: ahora que va a tocar no moverse demasiado y hacer más vida en el barrio podríamos empezar a usar ese concepto no sólo en el sentido explícito de la palabra (como área geográfica), sino fomentar el crear el sentimiento de pertenencia a un lugar, la ayuda mutua, el tener un núcleo cercano (independientemente de si la familia vive allí o no) para que en situaciones como éstas de nuevos confinamientos no se corten lazos, haya nexos de apoyo y no se desencadenen situaciones de aislamiento social que pueden llevar más fácilmente a experienciar esta realidad con mucho malestar.
  • Encuentra el modo de convivir con este problema: fija hábitos saludables, diseña una rutina, y vuelve a hacer del sitio en el que vives un hogar.
  • Controla variables como la organización y el orden, los ruidos, la temperatura, el descanso y alimentación, y los espacios propios (si convives) como modo de asegurar el bienestar, ahora que toca pasar más tiempo en casa.
  • No abandonarse ante la dificultad. Recuerda si fuiste de aquellos que salieron reforzados del primer confinamiento, y recupera todas aquellas medidas que en aquel momento funcionaron: hacer ejercicio físico, cuidar las relaciones interpersonales y estar en contacto con figuras de apoyo telemáticamente si no es posible en persona, dedicar tiempo a uno mismo así como atender a las actividades agradables un tiempo mínimo al día (se recomienda no menos de 30 minutos siempre que sea posible), etc… 

Si por el contrario en aquellos momentos las circunstancias no te lo facilitaron y costó más llevarlo bien, ¡aún se está a tiempo! aprovecha para intentar poner en marcha todo lo anteriormente expuesto, o pedir ayuda profesional si observas que por ti mismo no está siendo posible.

La ansiedad es un mecanismo de defensa evolutivo, que se convierte en perjudicial tanto física como psicológicamente cuando se mantiene en niveles muy altos a lo largo del tiempo, pero que bien gestionada, es adaptativa en la medida en la que pone gran parte de nuestros recursos cognitivos y somáticos a disposición de un proceso de solución del problema que nos hará solventar las dificultades a las que estemos sometidos, ya sean el Covid-19 o de la vida en general. 

Es decir, gestionando de forma consciente la carga ansiógena propia del momento presente con herramientas como las propuestas en este blog conseguiremos reforzar nuestras capacidades adaptativas ante futuras situaciones de estrés.

En resumen, reconciliarnos con este tiempo extraño que estamos viviendo nos servirá para aprender mecanismos de afrontamiento eficaces de cara a posibles envites que puedan tener lugar a lo largo de toda nuestra vida. 

Escrito por: Maite Nieto Parejo

Fuentes:  Martos Garrido, A. (2020). Se hizo el silencio. Ediciones Alfar S.A., https://www.rtve.es/noticias , https://www.lavanguardia.com/vivo

Cómo ha cambiado la pandemia por COVID 19 la manera de relacionarnos.

La pandemia ha sacudido la vida personal y colectiva de nuestra sociedad y de sus individuos, y aunque los más optimista quieran pensar en sus efectos como algo temporal y con fecha de caducidad, sin duda son muchos los efectos a corto y medio plazo para la sociedad, sus individuos y la manera de relacionarse. Un punto de inflexión indiscutible, del que nos será difícil desprendernos y del que todavía estamos en los albores de cuantificar su impacto. Por ello, son muchas las investigaciones que han surgido para datar, explicar y/o predecir los cambios a nivel interpersonal. Estas son las primeras conclusiones.

Foto extraída de Vix.com

RELACIONES ESTABLES Y TASA DE SEPARACIONES / DIVORCIOS

La mayoría de las parejas se han visto forzadas a convivir durante 24 horas siete días a la semana cuando antes pasaban unas pocas horas juntas, y donde la mayor parte del tiempo la rutina, los niños o las tareas de casa comían el tiempo compartido. La casa, además, ha dejado de considerarse un refugio para convertirse un lugar de convivencia con los problemas, donde la ansiedad, el aislamiento, el desempleo, los problemas económicos, la perdida de un ser querido o su consiguiente duelo se han vuelto algo cotidiano. La pandemia ha traído una presión extra a muchas parejas, que han visto como el tiempo juntos hacía aflorar conflictos que en otro momento estaban contenidos o incluso se manejaban bien. Se registra un aumento de un 30% de las consultas a abogados matrimonialistas y el COVID ha sido, sin duda, el inicio para que relaciones que escondían sus problemas “bajo la alfombra” y que la convivencia ha forzado a terminar. Pero no todo son malas noticias. Efectivamente, muchas parejas han visto aumentar su tiempo de calidad e intimidad, disfrutando de hacer actividades nuevas o enterradas que el confinamiento ha posibilitado, y como detalle, también el aumento de demandas de colchones, por lo que explica un pequeño “baby boom” en muchas parejas donde la relación ha ido bien y se ha visto idónea esta oportunidad para aumentar la familia.

INTERACCIONES CON NUESTROS SERES QUERIDOS Y/O CERCANOS.

Según un estudio realizado a lo largo de la pandemia, se han intensificado algunas de nuestras relaciones (las llamadas “bonding”, de confianza y de alta familiaridad, que han pasado a un contacto casi diario, y que suelen ser características de relaciones con familiares muy cercanos y con amigos muy cercanos) mientras que otro tipo de relaciones más marcadas por las reglas y normas de la sociedad (las llamadas “bringing”, que podíamos tener con compañeros de trabajo, familia extensa, algunas amistades no demasiado cercanas o conocidos) han desaparecido o reducido drásticamente. De esta manera, se ha fomentado la creación y relación con redes con alta confiabilidad, de cooperación mutua y con la que compartimos un gran número de intereses y afinidades (“bonding”), siendo el contacto con dichas redes casi diaria en el confinamiento, y que contrasta con el contacto semanal de antes de la pandemia, pero si bien se ha restringido ese tipo de relaciones a casi la mitad y sólo con familiares cercanos y amistades  muy cercanas, reduciendo drásticamente las demás relaciones en el periodo de confinamiento donde se han visto distanciadas o perdidas. De lo que se deduce algo lógico: el periodo de confinamiento ha traído la disminución de nuestras redes en cantidad, pero se ha intensificado la calidad y la confianza en nuestras redes de confianza. Todo ello concluyendo desde un ámbito no presencial, y si telefónico o virtual, y que parece mantenerse una vez se ha producido el proceso de desescalamiento y vuelta a la normalidad.

FORMA DE RELACIONARNOS

Diversos estudios afirman como la pandemia ha provocado un aumento de la sensación de amenaza, una mayor preocupación por el futuro o por nuestra salud. La consecuencia más inmediata es un giro de nuestras ideas a concepciones más conservadores, menos tolerantes a los demás (o a sus actitudes) y con una frecuencia a mostrar desconfianza a los demás; con efectos claros en nuestras relaciones significativas, ya sean amorosas, familiares o de amistad. A la vez, nos ha vuelto más conformistas y con tendencia al cumplimiento de las normas y el castigo de lo extravagante o comportamientos considerados “rebeldes”. Esta sensación de desconfianza se experimenta e intensifica en lo referente a los desconocidos, y por ello se registran una mayor tasa de actitudes racistas o xenófobas, tal y como estamos comprobando estas semanas en los medios de comunicación.

IMPACTO DE LA SOLEDAD

Sin duda, otro de los efectos claros de la pandemia ha sido el aumento de la soledad, que antes de la pandemia ya estaba considerado uno de los problemas fundamentales de salud pública, constituyendo una verdadera pandemia y que fomenta mayores problemas de ansiedad y depresión en quienes la experimentan. La soledad no sólo se refiere a estar “solo” en sí (y que no necesariamente es negativo, pudiendo ser disfrutable para hacer tus propias actividades), sino a la reacción emocional que se te despierta al estar solo, haciendo referencia a un sentimiento personal caracterizado por el pensamiento de que nadie te entiende, te sientes poco comprendido y con la sensación de ser incapaz de conectarte con los demás. Es una respuesta emocional desagradable al aislamiento percibido o la sensación de falta de relaciones sociales significativas; una especie de dolor social, y que no es exclusivamente un sentimiento referido en poblaciones mayores, sino que afecta a todos los estratos y con efectos dramáticos en los más jovenes. En cifras actuales y recogidas en los tiempos de pandemia, las cifran muestran como la Generación Millenials (nacidos entre 1981 y 1995) afirman haberse sentido muy solos en un 34%, la Generación Z (nacidos entre 1997 y 2012) en un 27% o el 20% de la generación X (nacidos entre 1961 y 1981). Lo que se deduce que la soledad se ve cómo algo amenazante, cosa que el confinamiento ha intensificado y que ello explica el ansia por relacionarnos (incluso en grandes grupos, siendo contraproducente en estos momentos) y las conductas tan peligrosas y sin distancia provocadas en el todo el proceso de desescalamiento, sobre todo, en población joven.

NUEVAS RELACIONES

Paradójicamente a lo que podría pensarse por la “máxima de distancia social” generalizada desde que empezó la pandemia, las webs y sitios de citas on-line refieren un importante incremento de nuevos usuarios y uso de sus servicios. Sin embargo, sí se registra un cambio en el comportamiento de flirteo, alargando el tiempo en el que se produce el primer encuentro y alargando el contacto virtual, una mejora en el establecimiento de prioridades y metas claras (no nos vale cualquier persona en estos momentos, sino alguien que merece la pena, por lo que hay una mayor profundización antes de producirse la primera cita) y con una tendencia mayor a la exposición personal e íntima, compartiendo no solo aspectos físicos o más superficiales sino también afinidades,  gustos, valores o preocupaciones, con un aumento de la intimidad y que entraría en consonancia con lo encontrado en las relaciones de tipo “bonding”.

SOCIALIZACIÓN EN EL PUESTO DE TRABAJO

Las nuevas medidas de distanciamiento van a cambiar las llamadas “relaciones informales” en el ámbito organizacional, que surgen en los trabajos cuando no hay normas formales que las regulen, y que tienen que ver con los tiempos de descanso y esparcimiento en todo centro de estudios y de trabajo. Por ello, se prevé una disminución en las conductas de desconexión, y a pesar de los esfuerzos de las empresas por aclimatar y gestionar los espacios, se prima en estos momentos la seguridad y confiabilidad del lugar de trabajo por encima de la posibilidad de relacionarnos. Ni se permitirán oficinas abarrotadas, ni reuniones grandes de equipo, y en algunas oficinas se optará por inhabilitar las zonas comunes, foco de contagio o de relajación de las normas de distancia social, con la consiguiente disminución de interacciones con los compañeros y una mayor probabilidad de centrar nuestra jornada en realización de las tareas, cosa que si no se gestiona bien, y con el aumento de vigilancia acaecido en esta etapa, puede formalizar trabajadores con mayor tasa de agotamiento o sensación de burn out. Esto, lógicamente, se verá secundando en ambientes donde la presencialidad sea la norma, pudiendo relajar o facilitarse estas “redes informales”, si se promueven los virtuales, también desde las propias empresas.

En resumen, la panorámica relacional es compleja y tendrá que ir adaptándose a esta realidad cambiante y con grandes interrogantes, y que como sociedad deberemos ir asumiendo. Lo más importante quizás es que esta etapa de distanciamiento no parece inhibir nuestra necesidad de relacionarnos, y sí la creatividad para mantenerlas y hacerlas más cercanas y duraderas, y por los efectos beneficiosos para nuestra salud que desde el ámbito individual y organizacional podemos promover.

Escrito por David Blanco Castañeda.

Fuentes Consultadas: El Confidencial, El País, Psychology Today, Psych Central, Ethic, Ibercampus.es, El Diario.es, El Mundo, La Vanguardia, Universidad de Barcelona.

Como lidiar con la incertidumbre causada por el COVID-19

Desde que terminó el estado de alarma, todos estamos deseosos de que la normalidad vuelva, y es cierto que esta nueva normalidad, en gran parte, nos tiene anclados a la incertidumbre. Ya en pleno verano, pensamos en los planes que tuvimos que cancelar, o los que posiblemente querríamos realizar en estas fechas, lo que podemos hacer todos los años pero este, no. Festivales, conciertos, teatro, escapadas rápidas y con poca planificación… Por si fuera poco, vivimos a expensas de que el virus no vuelva a aumentar en la zona de, por ejemplo, nuestro pueblo, la casa de nuestros familiares que viven en otra provincia… Dudamos sobre si deberíamos hacer este plan o no será lo suficientemente seguro. Vivimos sin posibilidades de realizar planes futuros, y esto puede hacernos sentir tristes, o incluso desconectados. La COVID-19 nos está exponiendo día a día a la incertidumbre, y en nuestra naturaleza no está el convivir con la incapacidad de prever qué ocurrirá mañana. Somos mucho más eficaces construyendo planes que organicen nuestro futuro.

Francesco Ciccolella. Extraída de newscientist.com

Las emociones que nos produce la incertidumbre

Como decíamos, el ser humano no lidia demasiado bien con la falta de certezas. El miedo a lo desconocido es uno de nuestros miedos más fundamentales. De hecho, la posibilidad de planificar, en un sentido evolutivo, ha sido uno de los grandes puntos fuertes del ser humano como especie. El no poder planificar hacia el futuro causa por lo tanto, mucho miedo

Mientras sintamos ese miedo hacia el futuro, la imposibilidad de programar nuestros objetivos de los próximos meses, se podrán generar mayores cantidades de ansiedad en nosotros. Además, una ansiedad prolongada en el tiempo, en muchas ocasiones puede desencadenar en sensaciones de depresión, que se caracteriza por la pérdida de interés en las cosas, desesperanza y sensaciones de culpa e inutilidad. 

Además, a estas sensaciones desagradables se puede unir la falta de situaciones que podrían ser reconfortantes, especialmente las importantes, y que generalmente nos alejan del miedo y la tristeza o desesperanza, como las celebraciones de bodas, cumpleaños, fiestas, graduaciones,… que este año han desaparecido y probablemente continúen sin existir. 

¿Cómo manejo la incertidumbre?

Aunque la incertidumbre no ha de ser siempre algo malo, cuando nos toca afrontarla tal y como hemos comentado, ante una pandemia mundial con graves consecuencias para todos nosotros, es bueno buscar las estrategias que más nos funcionen. 

Replantea

Es una herramienta psicológica que nos sirve para cambiar el enfoque de un problema y poder verlo desde diferentes ángulos. En un momento como el que estamos viviendo es sencillo centrarnos en los aspectos negativos de la situación, pero de cuando en cuando puede ser útil replantearnos la situación y encontrar que quizá estemos logrando conectar más con las personas que más queremos, así como recolocar nuestros valores, ya que estamos en contacto con sensaciones fundamentales como el miedo a la muerte (o muerte de personas cercanas).

Acepta

La terapia de aceptación y compromiso, una tipo de enfoque dentro de las terapias cognitivo conductuales, nos sugiere que en muchos ámbitos de la vida logremos aceptar las situaciones. Esto no implica resignarse, sino prestar atención al momento presente, aunque las sensaciones que experimentemos sean desagradables, sin juzgarlas. Aplicando esto a la pandemia de COVID-19, implicaría que, mientras seguimos las pautas para luchar contra el Coronavirus, también podemos permitir que nuestra mente viva agobiada mientras no podemos cambiar todas las cosas que no podemos cambiar.

Cambia lo básico

Quizá en la situación en la que nos encontramos no puede cambiar. La incertidumbre se va a mantener, pero entonces, ¿por qué no cambiamos lo que podamos de nuestro organismo para favorecer el afrontamiento contra la incertidumbre? Entre las herramientas sencillas (además de psicoterapia, o fármacos) que pueden servir para reducir el estrés hay varias. El ejercicio físico ha sido comprobado como atenuante de los síntomas de ansiedad en múltiples estudios científicos. La exposición a la naturaleza, también se ha demostrado como un mecanismo que mejora nuestra salud mental y mejora la función cerebral. Dormir se relaciona con una mejor salud mental, y durante los periodos de confinamiento estricto, ante una ruptura de rutinas, así como disminución de ejercicio o el teletrabajo pueden dar lugar a una peor calidad de sueño. Por último, la meditación como práctica puede ayudar a reducir los niveles de estrés generales y se asocia con mejoras en varios indicadores de ansiedad.

Así, si logramos en estos tiempos de incertidumbre, mantener la realización de ejercicio físico, contactar con la naturaleza, dormir lo mejor posible y meditar algo, posiblemente nos estemos armando contra las reacciones normales de ansiedad que se producen en el contexto en el que inevitablemente nos encontramos.

Re-enfoca

Replantearnos la situación en ocasiones se puede hacer un mecanismo algo escaso, pues a fin de cuentas, todos conocemos las cosas buenas y malas de la situación, y forzarnos a pensar también en las buenas puede resultar insuficiente. Si habitualmente has sido una persona centrada en proyectos de futuro, mejoras a medio plazo, o cambios relativamente frecuentes, puede que la falta de éstos esté minando totalmente tu motivación y tu capacidad de ponerte en marcha. Enfocar objetivos diferentes puede ser complicado pero no imposible. Lo importante es centrarte en proyectos a corto plazo, objetivos más pequeños y realizables en tu propia casa. Incluso así, es posible que se terminen por ver truncados y quizá debamos aprender a convivir también con esa frustración de planes que no se logran. 

En estos momentos, sólo podemos asumir que un gran número de cosas están fuera de nuestro control, y convivir con ello hace que nos agotemos en muchos ámbitos. Siendo poco lo que podemos cambiar, aún así, tenemos control sobre algunas, pocas, cosas. Quizá, lo único que podamos hacer es elegir cómo reaccionar a las cosas que nos ocurren y salir de ellas lo menos heridos que podamos.

Fuentes: Psychology Today, cnbc.com 

Escrito por Lara Pacheco Cuevas

REFLEXIONES SOBRE LA INFLUENCIA DEL CORONAVIRUS EN LA PSICOLOGÍA SOCIAL

Podría decirse que esta pandemia no sólo ha tenido un enorme impacto desde el punto de vista médico y epidemiológico, sino también ha sido fundamental el afrontamiento psicológico que se ha hecho de ella así como la influencia que ha tenido en nuestros comportamientos psicosociales tanto individuales como a nivel sociedad. Entonces… ¿qué tiene que decirnos la Psicología Social al respecto?

Extraído de Getty Images

Uno de los ámbitos psicosociales donde creemos que el Covid-19 ha tenido bastante impacto ha sido en las tendencias de comportamiento de los individuos y la influencia de la presión de grupo: no son pocos los que relatan el haberse sentido observados y/o juzgados por no llevar mascarilla en entornos donde el grueso de la población suele usarla, por ejemplo. En esos momentos, ¿el individuo tiende a adecuarse al conjunto y adoptar los mismas conductas o prioriza lo que cree oportuno?

Los encuestados relatan que por eso, y no por otros motivos (como las normas sanitarias) finalmente cedieron a ponérsela ellos también…

En esos casos no es que el individuo sea poco coherente con sus principios y se deje llevar por los demás, sino que se trata de un patrón de conducta universal en el que existen una serie de factores contextuales que hacen que nos veamos arrastrados a ello. La incertidumbre (social), por ejemplo, sería uno de ellos: cuando la situación resulta ambigua, compleja, novedosa o sin normas claras de actuación, el individuo siente una tendencia desmedida por aceptar el comportamiento mayoritario puesto que su juicio personal se considera como poco competente o incluso incompetente al respecto.

Otras situaciones que han servido de ejemplo son las aglomeraciones vividas en los supermercados durante los primeros días de estado de alarma: ante el desconocimiento de qué estaba pasando y la incertidumbre de cuándo volveríamos a la normalidad, o si el abastecimiento de alimentos estaría asegurado a largo plazo, un determinado número de personas decidieron ir a por víveres. Como era uno de los sitios a los que excepcionalmente se podía acudir aún por entonces, allí que fueron las cámaras a grabar, y la aglomeración de personas llevó a que muchas otras interpretaran como de extrema urgencia  el aprovisionarse. Se provocó el «efecto llamada», derivando en imágenes como las que se observaron los primeros días de larguísimas colas y estantes vacíos en los supermercados.

Lo mismo podría decirse de nuevos aprendizajes con respecto a lo que sería nuestro día a día: meter la ropa de la calle en bolsas y dejarlas en cuarentena, limpiar la suela de nuestros zapatos al llegar a casa, etc… La transmisión a gran escala de la información a través de los medios de comunicación ha hecho que se adopten esta serie de conductas en nuestras vidas; sin embargo, ¿está probado científicamente que esas medidas funcionan o las adoptamos por el mero hecho de sentirnos sin conocimientos ajustados al respecto, y por tanto, poco competentes?.

  • Teorías sobre el conformismo social

Ya en 1952,  el pionero en psicología social Solomon Asch, demostró mediante una serie de experimentos sociales que ante situaciones ambiguas el ser humano tiende a observar su alrededor y utilizar esa información contextual para llevar a cabo una toma de decisiones. El resultado fruto de ello sería una tendencia hacia el conformismo social, aunque eso dé lugar a pensamientos irracionales o decisiones erróneas, hasta en un 30% de los casos.

Incluso, en estudios sociológicos se encontró que en este tipo de situaciones tendemos a ser más conservadores, no sólo con respecto a la decisión tomada, sino también en referencia a las evaluaciones que hacemos sobre los demás y con qué tipo de perfiles interpersonales nos sentimos más identificados.

Aquellos participantes más preocupados por la enfermedad prefirieron o dijeron que les gustaban más las personas más «tradicionales», y tenían menos probabilidad de sentir afinidad con las personas «creativas» o «artísticas». Ante el riesgo de contagio cualquier signo de pensamiento libre, incluso de invención e innovación se valora menos, aparentemente por la capacidad que tendrían estos individuos de actuar con menos probabilidad conforme a las normas establecidas.

  • Sistema inmunológico conductual»

Mark Schaller acuñó este término (behavioural immune system), para denominar al conjunto de respuestas psicológicas inconscientes que actúan como una primera línea de defensa con el objetivo de reducir nuestro contacto con posibles patógenos. Es decir, este sistema inmune, en lugar de estar compuesto de anticuerpos, se compone de toda una serie de conductas que nos harán estar menos expuestos a posibles fuentes de enfermedad. ¿Alguna vez empezaste a encontrarte mal justo después de haber ingerido algún alimento, que en principio estaba en buen estado, y rápidamente se condicionó la aversión a ese alimento? Ese aprendizaje, que aparece de manera inconsciente, podría considerarse un buen ejemplo del sistema inmune conductual.

El contacto y preferencias interpersonales que solemos mostrar en estas situaciones, y que expusimos en el apartado de conformismo social serían otro claro ejemplo no consciente de la presencia de este sistema inmune conductual.

Según el escritor científico especializado en el funcionamiento del cerebro, David Robson, «el miedo al contagio hace que nuestros juicios morales se vuelvan más estrictos y las actitudes sexuales más conservadoras».

Sin embargo, ante los pronósticos de un posible rebrote que nos hiciera retroceder en las fases de la nueva normalidad: ¿el ser humano tiene verdaderamente actitudes más precavidas o tiende al refuerzo cortoplacista de aprovechar el momento presente lo máximo posible aún a expensas de que eso revierta negativamente a medio-largo plazo en un rebrote más temprano y, por tanto, en un nuevo confinamiento?.

Que el «sistema inmunológico conductual» se ponga en marcha o no dependerá principalmente de cuán vulnerable se perciba una persona al contagio. De ahí que jóvenes (grupo de edad en principio poco afectado por el Covid-19, tanto en prevalencia como en gravedad de la enfermedad), así como aquellas personas que hayan manifestado síntomas (a pesar de no haber generado anticuerpos), puedan llegar a tener conductas más de riesgo, ya que interpretan que no son una población de riesgo. Al no sentirse tan vulnerables a la enfermedad su sistema inmune conductual actuará más sosegadamente.

  • Maneras de comportarse en grupo e tendencias en las interacciones interpersonales

Una vez comienza el desconfinamiento, y sabiendo que hay unas normas establecidas por las autoridades para favorecer la seguridad y salud de la población, tendemos a adoptar unos valores al respecto ¿Solemos mantenernos en nuestra postura o posición cuando interactuamos con otros individuos, o tendemos a ceder con respecto a lo que en un primer momento pensábamos que eran unas líneas rojas que nunca cruzaríamos?

Ponte en situación; llegamos a una quedada de amigos, nos encontramos por casualidad, acudimos a un entorno donde habitualmente no solemos interaccionar con otros y surge el dilema: existen unas medidas de distanciamiento social, estamos férreamente convencidos de que vamos a cumplirlas porque gracias a ellas vamos a evitar una tasa elevada de contagio (incluso evitar contagiarnos nosotros mismos), pero llega el momento del saludo… y ¿nos abrazamos como solíamos? ¿»codazo» es lo más adecuado? ¿Un simple hola con el metro y medio de seguridad?

Sobre ello versarán distintos factores influyentes, uno de ellos (si no el de más peso) será de nuevo la presión grupal: si no tenemos una idea conformada previamente tendremos tendencia a manifestar la forma de saludo que vemos en el prójimo.

Sin embargo, cuando tenemos una fuerte moral heterónoma (regida por normas impuestas desde fuera) y evaluamos como muy probable la posibilidad de que haya consecuencias punitivas al respecto (seamos multados, por ejemplo) será más probable que sólo las respetemos cuando la autoridad esté cerca; otras personas, un coche de policía, o incluso aquellos a los que vamos a saludar podrían funcionar ahí como figuras de autoridad.

Por otro lado, cuando nos regimos por una moral autónoma, es decir, conocemos que existen unas determinadas normas de seguridad, pero sabemos en qué se basan, para qué sirven y hemos construido unas opiniones individuales al respecto será más probable que las respetemos aún a pesar de que no haya nadie presente que pudiera evaluarnos. En esos casos, tenderíamos a respetar el distancianciamiento social, el uso de mascarillas, etc no por miedo a contagiarnos, ni a ser castigados por la autoridad, sino como convicción propia, civismo y protección a los demás (y a uno mismo).

Por último, aquellas personas que han conseguido conformarse unas ideas particulaes acerca de la situación actual, y tienen más herramientas para poner límites de manera asertiva y sin sentirse mal por ello, tendrán menos tendencia a ceder y adecuarse a lo que el otro está haciendo, en contraposición a aquellos que no disponen de estos recursos y dependan más de la evaluación social externa.

  • Tendencias de consumo y reevaluación de metas vitales: ¿Vivir en el centro de macrociudades o priorizar espacios de calidad (balcones, terrazas, vivir cerca de y en contacto con la naturaleza)?

El planeta llevaba tiempo mandándonos mensajes de alarma sobre nuestras tendencias de consumo y comportamientos egoístas con la naturaleza, y cómo éstos no iban a hacer la situación sostenible durante mucho más tiempo. Con respecto a cómo ésta pandemia ha podido influir en estilos de vida se ha observado, sobre todo en las grandes ciudades, una tendencia “migratoria” de las grandes urbes a otras más pequeñas o incluso a pueblos: la instauración del teletrabajo, el incremento acelerado de los alquileres, y en el ámbito cognitivo, las expectativas de un posible rebrote que nos hiciera confinarnos de nuevo, han detonado que no hayan sido pocos los que han tomado decisiones con respecto a sus hábitos de consumo y estilos de vida; salir de las grandes ciudades, priorizar casas más amplias aunque no tan céntricas o tener como requisito luminosidad, balcón o terraza han sido algunos de los ejemplos de ello.

  • Los aplausos de las 8

Lo que en principio se originó como muestra de apoyo a los sanitarios terminó instaurándose como rutina social. ¿Y por qué? En situaciones en las que el ser humano lo está pasando mal tiende a sentirse mejor y más comprendido no por sus seres queridos, sino por aquellos individuos que están pasando por lo mismo. De ventana a ventana, sentíamos que nuestro vecino del 1º, y el de arriba, y el del bloque de al lado estaban en nuestra misma situación: confinados en casa. Desde ahí empieza a construirse un sentimiento de identidad grupal, y con ello la sensación de que todos remamos en la misma dirección para salir de esta juntos.

Para más inri, esos aplausos (o la falta de ellos, si se pisteaba que algún vecino era de los que no salía a aplaudir) generaban una sensación de pertenencia a un grupo, el endogrupo, y se sacaban conclusiones estereotipadas acerca de los valores y características de esos otros a los que no se les veía en los balcones aplaudiendo. «¿Tú que eres de los que aplaude o de los que no?», seguro que es una pregunta que has escuchado mucho durante el confinamiento, y ya sólo con eso las personas se han sentido parte de un grupo social, «los aplaudidores», frente al exogrupo.

Seguro que fruto de esos momentos compartidos en comunidad han surgido nuevas relaciones vecinales gratificantes, pero si a esas mismas personas les preguntarámos evaluarían con una valencia diferente a los «no aplaudidores», pese a no conocerlos; ahí están entrando en juego los estereotipos que nos conformamos sobre el exogrupo, como forma de ahorro cognitivo en el caso de no conocer una parcela de la sociedad.

  • El policía de balcón y los odiadores de niños: pensábamos que este confinamiento iba a sacar lo mejor de nosotros ¡pero no!.

También se han despertado sentimientos negativos, egoístas, individualistas. Y esto, ¿a qué se debe? Primero de todo, aclarar que dependerá de multitud de factores, entre ellos cuáles sean los valores interiorizados a lo largo de nuestra vida así como los rasgos que conforman nuestra personalidad, y cómo ambos interactúan conformando los esquemas nucleares a través de los cuáles interpretamos la información que recibimos.

No obstante, cuando el ser humano se encuentra bajo presión, en situaciones excepcionales, que nunca ha vivido antes, y en las cuáles algunas de nuestras libertades se ven coartadas (en este caso la libre disposición de nuestro tiempo y salir de casa), tiende a reivindicarse con la intención de salir de ese estado opresor que le genera malestar. Como en este caso había (y hay) leyes y normas de seguridad ciudadana de por medio, se genera una potente disonancia entre lo que querrían y no pueden, pero otros sí que están haciendo (de momento). El sujeto ahí se compara con aquellos que observa (desde su ventana), consideran que su comportamiento no es adecuado, porque ellos mismos no pueden hacerlo, colocándose en una posición de desventaja, y como resultado final intentan que haya unas medidas igualitarias y todos las cumplan. En resumen, adoptan posturas totalitarias caracterizadas por una escasa empatía, ya que si analizaran las situaciones bajo el prisma de ésta podrían llegar a percibir que, cuánto menos, esos sujetos se merecen el beneficio de la duda de si se están saltando las normas o no, y en segundo lugar, en estos casos es necesario actuar bajo la equidad, no la igualdad, ya que algunos grupos poblacionales necesitarán regirse bajo normas adaptadas y excepciones debido a su idiosincrasia vital (véase personas que iban por la calle porque se dirigían a su puesto de trabajo que no puede ser telemático, personas con necesidades especiales, prescripciones médicas, …).

En resumen: ¿Vamos a terminar siendo más individualistas? ¿Menos sociables o socializadores? Al respecto tenemos un amplio abanico de datos procedentes del ámbito de la Psicología Social tanto a favor como en contra. Qué tendencia sea la predominante dependerá de las características idiosincráticas de cada individuo, de las atribuciones que haga en cada momento sobre las consecuencias que tendría la enfermedad para él mismo y su entorno así como del contexto donde se den esos juicios de valor, siempre teniendo en cuenta que el individuo funciona cualitativamente diferente de manera individual que bajo el prisma grupal o en sociedad.

 Algo sí podemos sacar en claro: la mayor parte de la población ha descubierto que nuestros hogares pueden convertirse en trinchera y somos capaces de gestionar nuestro tiempo libre con nosotros mismos, a pesar de que somos animales sociales y necesitamos de los demás. También que, a pesar de que somos animales sociales, la frase popularizada por Hobbes, «el hombre es un lobo para el hombre» es todo un hecho en estas situaciones donde una amenaza tal (como puede ser una pandemia mundial) nos hace sentirnos vulnerables y luchar por la supervivencia individual.

Esas tendencias opuestas habrán de conocerse para ir modulando nuestros comportamientos sin llegar a extremos que puedan generar malestar en los demás y en nosotros mismos.

Escrito por: Maite Nieto Parejo

Fuentes:

https://www.unav.edu/web/facultad-de-educacion-y-psicologia/detalle-noticia/2020/03/16/el-virus-de-la-influencia-social/-/asset_publisher/6tW2/content/20_03_16_edu_corona/10174
https://www.google.com/amp/s/elpais.com/espana/madrid/2020-05-07/el-policia-de-balcon-es-un-fenomeno-tan-curioso-que-habia-que-contarlo.html%3foutputType=amp

El estado de nuestras relaciones de pareja en tiempos de confinamiento

El confinamiento es, ha sido y será una de las experiencias más devastadoras, significativas e importantes que hemos vivido en mucho tiempo, algunos en su vida entera. Estar confinados en nuestras casas, con la obligación de conciliar en un espacio en muchos casos muchos aspectos de nuestra vida (laboral, personal  y relacional) y tan abruptamente, ha supuesto un cambio radical de nuestras costumbres y nuestra manera de vivir. La pareja, sin duda, está siendo una de las grandes afectadas en todo esto, pues es la estructura (cuando vivimos en una) que sujeta nuestra rutina y la que nos posibilita, con su organización, reglas y funcionamiento, el equilibrio en la mayoría de aspectos de nuestra vida.

Extraída de www.nacion.com

Todo ello por lo urgente, abrupto y precipitado de la situación de confinamiento, donde apenas se nos ha dejado un tiempo de reacción y planificación en los cambios que eran necesarios en nuestras vidas, y por la incertidumbre y escasa preparación para afrontar a una situación de tamaña magnitud. Muchas veces, las decisiones de nuestra rutina se han hecho sobre la marcha, y si ya había problemas previos, la situación de pandemia y consecuente confinamiento solamente acentúa y en muchos casos cronifica los problemas ya existentes.

Sin embargo, está crisis y convivencia forzada no ha afectado a todas las parejas por igual. Efectivamente, las más vulnerables a sufrir un periodo de tensión añadido son básicamente tres: a) las que ya arrastraban problemas previos al confinamiento (ansiedad, depresión, problemas de pareja, maltrato,  infidelidad o desigual reparto de las tareas y funciones de la casa), b) las parejas que pasaban menos tiempo de convivencia juntos (y con menos costumbre a convivir, por horarios laborales, responsabilidades o que la dinámica de la relación se había caracterizado por multitud de actividades separadas) c) o en las que se este periodo se hayan registrado muchas situaciones dolorosas (muertes de personas cercanas, perdida de trabajo y de ingresos económicos, o enfermedad misma de uno de los dos miembros). En estas situaciones, el confinamiento se ha convertido en un caldo de cultivo por la alta probabilidad de aparición de malentendidos, roces y discusiones por las horas que pasamos juntos. Invertir tiempo en la pareja, tanto para pasar tiempo con ella como para re-aprender a solucionar conflictos, puede ser muy buena idea, pero no todos estamos predispuestos a dejar un hueco a hábitos y acciones que implican un posible coste a priori, y más cuando estamos pasando algo tan difícil como la cuarentena en sí. Aquí, la fiesta está servida.

Por otro, se ha registrado un aumento importante en el uso de las redes sociales y aplicaciones que facilitan la posibilidad de realizar una infidelidad (virtual, en este caso). En estos momentos, las infidelidades emocionales son más probables (en las que nos apoyamos y realizamos comportamientos de implicación emocional con otra persona). Los expertos a este respecto son claros, ante la disminución de acceso a nuestros amigos y familiares y la reducción drástica de actividades fuera de casa, para muchas personas fijarse en alguien externo supone un alivio y un escape a la situación de tensión que estamos viviendo, y ante la imposibilidad de conseguirlo de nuestra pareja, relaciones cercanas o actividades alternativas, se centran en estos contextos, con el previsible reforzamiento que se experimenta en las primeras fases de flirteo y seducción.

A pesar del escenario dibujado en estos tiempos de desescalada, donde la convivencia (tensa) obligada también será parte de nuestra rutina diaria, podemos tener en cuenta algunos aspectos que pueden ayudar a afrontar los conflictos, si la opción de la separación todavía no se considera la opción definitiva.

  1. Tiempo de largas conversaciones. En toda crisis y confrontación, no nos queda otra que acercarnos al otro y hablar. Después de esa primera confrontación. Con la idea de que serán necesarias varias conversaciones. Intentando mantener una atmósfera de cordialidad, en un espacio de tranquilidad y que nos fuerce a ver y escuchar al otro, sin distracciones y con tiempo suficiente para tratar los temas calientes y de conflicto. Por supuesto, evitando los móviles y redes sociales a mano, para asegurarnos la recepción adecuada del mensaje y en la interpretación correcta de las intenciones del otro.
  2. Respeto de espacios. Es importante la creación de espacios donde cada uno pueda hacer sus actividades, como relajarse o hacer actividades solo. El confinamiento nos ha obligado a “reconquistar” nuestra propia casa, y establecer los sitios y los periodos de cuando vamos a hacer uso de ellos es uno de los grandes retos del confinamiento.
  3. Equilibrio de espacio para uno mismo versus con el otro. No sólo de solucionar los problemas vive una pareja, y en efecto, cultivar e invertir en tiempo de distracción, esparcimiento y calma puede ser un buen inicio para acostumbrarse, también, a firmar tiempos de tregua y disfrutar de la tranquilidad. Como el otro es en realidad nuestro compañero de cuarentena, incluirle en las actividades que hacemos, aunque sea una sola, puede ayudarnos a tolerarnos y no ver ese tiempo compartido como un castigo, sino como un acompañamiento gratificante e inesperado.
  4. Aceptar la situación de confinamiento y ajustar las expectativas que podemos pedir a la pareja. Ambos miembros han estado sujetos a una situación inusual, extraordinaria y con grandes limitaciones (aún) a la vida que teníamos antes, como para que sólo consideremos al otro como un enemigo. Apelar a la empatía y al hecho de que vivís la misma situación y estáis en el mismo barco, puede ayudarnos a notar al otro como un apoyo.
  5. Haciendo énfasis más en la forma de discutir que en la la frecuencia de las discusiones. En toda pareja de larga duración, las discusiones son algo inevitables, por lo que cuidar ese “cómo” ayuda a aliviar la tensión. Haciendo referencia siempre a la conducta y a nuestros sentimientos, utilizando un lenguaje conciliador y poco violento, con cesiones de turno y siendo conscientes de que en una discusión es tan importante hablar como escuchar. Es la única manera de entender y no malinterpretar. Y parar siempre cuando empecemos a notar en la pareja un comportamiento de “escalada” y de reproche. Siempre se puede retomar en otro momento.
  6. Apelando a que el confinamiento puede ser una oportunidad para reencontrarnos, haciendo énfasis no sólo al compromiso, sino a lo que echamos de menos del otro o lo que querríamos experimentar. Y que nos toca compartir porque todavía nos queda tiempo de convivencia.
  7. Valorar esta situación como una oportunidad para el reencuentro. Toda crisis es en realidad la repetición de una dinámica relacional e interpersonal que ha dejado de funcionar, y que esto puede ser una oportunidad para mejorar nuestra comunicación, nuestro tiempo conjunto, donde ser fiel es una elección diaria hacia la pareja, y que nos va a permitir conocernos y unirnos más, puede ayudar a ver los conflictos como pasos necesarios a una mejora en la relación.
  8. Acordar decisiones, reglas y tiempos conjuntamente. Si al final se opta por la separación / divorcio, lo mejor es acordar juntos los tiempos concretos para las acciones y las decisiones que han de seguirse. Tanto las relacionadas de la pareja (si dejamos de dormir juntos, cuando empezamos a hablar con representantes legales, cuando se lo decimos a nuestros contactos), aplazando las que no se pueden hacer ahora mismo por cuestiones operativas, y acordando un tiempo de “tregua”, donde se decidan qué discusiones merecen la pena y cuáles son irresolubles y es mejor no tocar, porque la discusión no añadiría nada bueno (ni nuevo) a la situación. Con el objetivo de garantizar una convivencia civilizada y sin agresión si no hay opción de vivir por separado.

De cualquier forma, lo que se demuestra, como casi todos los eventos que hemos tenido que vivir en estos tres meses de confinamiento, es el enorme reto y la adaptación de todos nosotros a intentar sobrevivir, sobrellevar y gestionar nuestra vida en el confinamiento, y es una oportunidad importante tanto para mejorar y afrontar nuestros problemas como pareja, como aceptar la ruptura cuando ésta es el siguiente paso.

Escrito por David Blanco Castañeda

Fuentes: Hufftington Post, Heraldo.es, El Confidencial, Psychology Today, Psych Central, El País, El Mundo.

Bienestar psicológico tras el confinamiento: quién es vulnerable

Los confinamientos necesarios en caso de enfermedades infecciosas como la actual COVID-19, tienen consecuencias sobre la salud, no solo física, sino también a nivel psicólogo. 

Las diferentes respuestas psicológicas, y los apoyos recibidos pueden dar lugar a una afectación sobre el bienestar psicológico muy importante tanto a nivel individual como en la comunidad que ha de mantenerse recluida.

Los primeros estudios publicados sobre la población en España, indican que la población muestra niveles elevados de sintomatología ansiosa (32,4%), depresiva (44,1%) o de estrés (37%). 

Extraída de eldiario.es

El tipo de persona que tiene más peligro de sufrir un gran estrés psicológico tras el confinamiento, tiene un perfil curiosamente opuesto al que sufre la enfermedad. Las mujeres jóvenes son las que más posibilidad tienen de presentar sintomatología de ansiedad, depresión y estrés. Por otra parte, es importante considerar otros factores que ponen a la persona que se encuentra confinada en riesgo de sufrimiento psicológico. Personas que han tenido algún síntoma del COVID-19, que tenían problemas psicológicos previos, que tomen medicación y que en el plano social, sus relaciones hayan empeorado, ya sea en casa o con otras personas. 

Ya que sabemos que esto ocurre, lo ideal sería plantear mecanismos de afrontamiento que se conoce que pueden hacer que se reduzca el bienestar psicológico, especialmente, observando qué le ha servido a las personas que han tenido que ser confinadas anteriormente.

En este sentido, se publica una revisión de los artículos científicos para resumir las estrategias que dan lugar a menos síntomas de malestar psicológico. Sobre lo que ocurre después del confinamiento, no podemos decir claramente su sea aplicable a este, ya que la situación actual es totalmente novedosa, pero sí podemos decir que en otras situaciones parecidas, al cabo de dos meses los pensamientos negativos, de tristeza y la preocupación sobre el virus se reducen significativamente, especialmente según son personas de más edad.

Centrándonos en lo que sirve para que el malestar en estas situaciones no sea elevado a lo largo del tiempo, tras el periodo de confinamiento, podemos especificar cuatro estrategias de afrontamiento útiles observadas en los diferentes estudios: la resolución de problemas, la búsqueda de apoyo social, la negación, evitación o distracción y las evaluaciones positivas.

Resolución de problemas

Una forma de afrontar la crisis que supone la restricción de la libertad debido a una enfermedad infecciosa es el realizar acciones dirigidas a la propia salud. Este tipo de estrategias son fundamentales, pero han de realizarse de forma ajustada, no excesiva. Tienen que ver con las medidas de seguridad como limpieza, auto-aislamiento, o incluso el mantenerse informado sobre la crisis del COVID-19. Además, el cuidado de otros, también se incluiría en las estrategias de resolución de problemas.

Apoyo social

En este sentido, podríamos referirnos a recibir apoyo social de una forma extensa. Puede ser a través de grupos de apoyo mutuo, de pacientes o supervivientes, la percepción de apoyo por parte de los profesionales de la salud, incluso refugiarse en una comunidad religiosa. 

Negación o distracción

En un caso como el de salir de un periodo de confinamiento, que tiende a ser especialmente incontrolable, son muchas las personas que llevan a cabo acciones para distraerse de la situación, ya sean acciones externas como evitación mental. Desde rechazar un diagnóstico de la enfermedad, sentirse embotado, negar la magnitud de la vivencia y, en muchas ocasiones, acciones medianamente compulsivas sobre temas ajenos a la enfermedad. Buscar trabajo, emprender acciones para cambiar de casa o preocuparse mucho por temas menores en el trabajo.

Apreciaciones en positivo

Tras un periodo que puede ser medianamente traumático, se puede dar en ocasiones lo que llamamos crecimiento post-traumático, que en ningún caso ha de ser forzado, pero que puede dar lugar a valoraciones positivas de una vivencia negativa. Aprendizajes que se han podido realizar a través de esta vivencia, posibilidad de métodos de prevención personal o acciones relacionadas con un control personal de la situación (locus de control interno) llevan a una mejor capacidad de afrontamiento tras la crisis y a mecanismos de afrontamiento activos.

Factores demográficos, estrés psicológico y percepción del riesgo

Los factores que harán que aparezca un mayor estrés psicológico después del periodo de confinamiento serán el hecho de ser personal sanitario, tener una enfermedad crónica o haber perdido a algún familiar durante el mismo. Un factor que parece importante es la edad, pero en este sentido, puede ser tanto en las personas de mucha edad como personas más jóvenes, parecen ser los más vulnerables a sufrir estrés psicológico. Las personas de mayor nivel educativo, parecen ser los más protegidos contra emociones negativas.

Las variables sobre percepción del riesgo dan lugar a un mayor estrés psicológico. Lo que causa más preocupación en primer lugar no es en el hecho de contagiarse, sino los confinamientos recurrentes. Después el que se vuelva a producir una expansión del virus, el contagio y la salud de la familia.

Lo que hace que variables relacionadas con el sufrimiento psicológico, ansiedad, depresión o salud mental general puedan ocurrir con más probabilidad tiene que ver en gran parte con la percepción del impacto de la epidemia, el nivel de amenaza, del control sobre el virus y de la percepción de la propia capacidad de afrontamiento. El afrontamiento activo, así como la búsqueda de apoyo social ante las diferentes preocupaciones causadas por la pandemia ayuda a tener un mayor bienestar psicológico.

Conocer el perfil de la persona con riesgo en España durante el confinamiento para minimizar el daño causado por la COVID-19, así como apoyarnos en los datos disponibles sobre el bienestar psicológico tras los periodos de confinamiento en otros momentos históricos pueden ayudarnos a orientar los abordajes necesarios en el apoyo psicológico que se pueda dar de ahora en adelante a las personas que puedan sufrir estos efectos.

Escrito por Lara Pacheco Cuevas

Fuentes: 

Odriozola-González, P., Planchuelo-Gómez, Á., Irurtia-Muñiz, M. J., & de Luis-García, R. (2020). Psychological symptoms of the outbreak of the COVID-19 crisis and confinement in the population of Spain.
Chew, Q. H., Wei, K. C., Vasoo, S., Chua, H. C., & Sim, K. (2020). Narrative synthesis of psychological and coping responses towards emerging infectious disease outbreaks in the general population: practical considerations for the COVID-19 pandemic. Singapore medical journal.

Pautas parentales para facilitar las salidas infantiles durante el Coronavirus

Desde el principio del levantamiento de este estado de alarma que estamos viviendo ha estado servido el debate «¿niños a la calle sí, niños a la calle no?».

Imagen extraída de www.pexels.com

Imagen extraída de www.pexels.com

Lo que nos decían los datos epidemiológicos con respecto a cómo la enfermedad del Covid-19 se manifiesta en la población infantil, con poca sintomatología o incluso asintomáticos (lo que la convertía en potencial portadora del virus), alentaba a seguir en dicho debate una postura más conservadora a pesar de la preocupación constante de cómo este escenario de encerramiento podría afectar a los más pequeños de la casa.

Los expertos en infancia señalan que España es el país europeo más estricto respecto a las medidas adoptadas de cara a la población infantil, a diferencia de otros países con niveles altos de contagio como Italia y Francia.

La verdad, y pese a las expectativas negativas que se conformaban en cada adulto que estaba al cuidado de un menor, los niños han sido tal vez de los grupos poblacionales que mejor han llevado este confinamiento. Si bien es cierto que tras una cuarentena, ¡y nunca mejor dicho, porque ya pasan los cuarenta días!, sin poder salir a espacios abiertos y observando cómo algunos sectores volvían a la «normalidad» (véase aquellos trabajadores no de primera necesidad que recientemente han visto cómo las restricciones se levantaban pudiendo volver a sus puestos de trabajos, lo cual puede serle de difícil entendimiento a los pequeños), a medida que han ido avanzando los días el confinamiento se ha ido haciendo cuesta arriba en la mayor parte de hogares españoles con niños. 

Esta medida que entra en vigor el 26 de abril va a llegar «como agua de mayo», aunque cierto es que ha aterrizado no sin debate, generando confusión e incertidumbre. 

Ojipláticos quedaban los progenitores cuando en un primer momento se anunció que la desescalada para los menores no tendría lugar en espacios abiertos, en la naturaleza, dando pequeños paseos, sino que se permitiría que los menores acompañasen a adultos a aquellos lugares a los que bajo el estado de alarma sí está permitido ir (supermercados y farmacias, básicamente), focos principales de riesgo de contagio por la frecuencia de paso de la población.

Solventado este contratiempo, y una vez producida esta rectificación pocas horas después del primer comunicado de acompañar a los adultos a recados por paseos y salir a jugar a la calle, siempre y cuando se respete el distanciamiento social, desde Cenit Psicólogos nos hemos propuesto abordar este tema aportando información ajustada y una serie de pautas para que las salidas del hogar con niños se conviertan en fuente de bienestar en lugar de una causa más de estrés a la que los padres tienen que enfrentarse.

Más de 40 días en casa, ¿cómo esto ha podido afectar a la infancia?

Desde el principio de la cuarentena el comienzo del desconfinamiento o desescalada ha sido sin duda una de las noticias más esperadas, sobre todo de cara a los niños.

Existe una enorme divergencia de opiniones parentales sobre esto, desde que la condición de encerramiento total de los menores mantenida hasta ahora rozaba el maltrato institucional a aquellos que evalúan esta situación como crítica y consideran que “es el precio a pagar” para mantener a los niños a salvo del virus y evitar su propagación masiva.  No obstante, ¿qué dice la psicología al respecto?

La ciencia y los estudios neurobiológicos indican que la etapa comprendida entre los 0 y 6 años es en la que fundamentalmente se produce el desarrollo a nivel psicomotor de los niños, por lo que es necesario un ejercicio físico mínimo. Y claro está que los más peques  “no han parado quietos” en lo que llevamos de cuarentena, unido con total seguridad a que padres y madres habrán promovido rutinas saludables de ejercicio adaptadas a estar en casa en la medida de lo posible; sin embargo, por habitabilidad, familias con viviendas de espacio reducido habrán tenido muchas más dificultades para mantener la actividad física de sus pequeños, lo cual limita el habitual desarrollo locomotor de estos.

Además, a lo largo de la evolución del cerebro infantil y adolescente entran en juego otra serie de factores de crecimiento no menos importantes, a los cuales es muy difícil acceder desde casa, como son los espacios (a ser posible abiertos) para que los niños puedan explorar por sí mismos y la necesidad de fuentes de neuroestimulación variadas, novedosas e interpersonales.

También tiene una vital relevancia en el desarrollo neurocognitivo de los menores el estado de ánimo. Cuando aún no existe una completa madurez de las herramientas para modular el estado de ánimo la actividad física se convierte en modo de expresión y canalización de emociones y sentimientos, y es por eso por lo que algunos niños durante este confinamiento han experimentado procesos de irritabilidad, tristeza, o altibajos emocionales/anímicos, debido a esa otra vía de escape que es el movimiento unido a la barrera psicológica que supone el encerramiento.

Existen también datos sobre lo perjudicial que es el estrés agudo mantenido en la infancia, y las correspondientes secuelas que eso podría tener en el neurodesarrollo cerebral, así como ser un factor de riesgo en futuros diagnósticos de trastornos de ansiedad, principalmente del trastorno por estrés postraumático (TEPT)

A pesar de esto, se necesitará ser cautos a la hora aplicar estas conclusiones a la situación de pandemia y estado de alarma actual, ya que existen multitud de variables idiosincráticas no controladas de manera experimental que sin embargo influyen en el devenir de dichas afectaciones o diagnósticos, como son: los diferentes niveles de estrés parental experimentados, existencia o no de conflictos en el sistema familiar, herramientas cognitivas del menor, situación socioeconómica o acceso a recursos, etc.

Pautas parentales para facilitar la salida de los niños a la calle durante el Covid-19

Todo lo que exponemos a continuación serán pautas para facilitar la vuelta a las calles de los niños una vez existe el permiso por parte del Ejecutivo. Sin embargo, que se hayan ofertado estas medidas de desescalada del confinamiento infantil no significa que exista obligatoriedad de salir para los menores; siempre será una decisión que tendrán que tomar las familias con toda la libertad y respeto, basándose en sus valores y teniendo en cuenta las casuísticas interindividuales de todos y cada uno de esos núcleos familiares donde conviven niños.

  • Primero de todo, vamos a tener que “ponernos en sus zapatos”. Que sean pequeños no significa que no perciban la realidad en la que nos encontramos. ¡Todo lo contrario!, podría sorprendernos con cuán detallada (y acertada) es la interpretación que los más peques han hecho de la pandemia y el correspondiente estado de alarma. No obstante no está demás que pueda aprovecharse este momento para explicar a los niños y niñas qué es el Covid-19; para ello, se puede recurrir a historias infantiles o cuentos que les hagan la información más asequible, como puede ser “Rosa contra el virus” (enlazado al final del post).
  • Explica también las nuevas medidas mediante las cuáles van a empezar a poder salir a la calle (y los cambios asociados a ellas), con un lenguaje ajustado para hacerles la situación más controlable. Utiliza ejemplos en primera persona sobre cómo todo esto les afecta a ellos o podrán verse beneficiados y/o  sírvete de personajes simbólicos que puedan identificar ellos como modelos. Los superhéroes que cumplen las normas de higiene y seguridad suelen ser alicientes para que los niños quieran parecerse a ellos y adaptarse a lo estipulado.
  • Va a ser asimismo una oportunidad para trabajar transversalmente el aumento de la responsabilidad y madurez de los más pequeños de la casa. La tendencia será la desescalada conviviendo con el virus hasta que se encuentre una vacuna, por lo que interiorizar medidas de higiene propia, empatía hacia los demás y civismo van a ser mecanismos necesarios a nivel general, y una oportunidad de aprendizaje para los niños.
  • Recalca que no es una vuelta a lo de antes, sino una medida excepcional, por lo cual serán paseos limitados espaciotemporalmente. Gestiona sus expectativas antes de salir a la calle para conseguir que puedan disfrutarse como “momentos de respiro” en lugar de como fuente generadora de frustraciones.
  • Si la edad del menor lo permite, pauta un tiempo con ellos (dentro de la hora permitida), y recurre a algún sistema de referencia para que puedan ser conscientes y manejar el transcurso del tiempo de paseo y agotamiento de éste.

Estas medidas ayudan a controlar sus expectativas a la par que reduce la probabilidad de rabietas una vez que se comunica que ha llegado el momento de volver a casa.

De producirse dichas rabietas acude a esas herramientas parentales saludables que normalmente funcionan para gestionarlas, como la extinción, sin caer en reforzar indirectamente la conducta problema, ya que permitirá que los próximos paseos (o más bien la finalización de ellos) no estén supeditados a que se produzca este tipo de berrinches.

  • Intenta que todo eso lo aprendan sin castigos y sin premios; es decir, el entendimiento de la situación facilitará que los paseos consigan la finalidad con la que se plantean, sin conductas disruptivas, e interiorizando nuevos comportamientos responsables y de autonomía, sin la necesidad de refuerzos externos ni expectativas de ser castigados. En todo caso, si no se cumplen los límites, refuerza las explicaciones que justifican que tengan que ser de ese modo las salidas del hogar y que puedan restituir sus comportamientos.
  • Y por supuesto, no se aconseja recurrir a figuras de miedo (principalmente relacionadas con cuerpos de seguridad nacional, por ejemplo, “va a venir la policía si no dejas de tocar las cosas”) como modo de control externo de las salidas de casa, sino apelando al civismo, solidaridad con el resto de personas/vecinos y hacerles partícipes de que la situación de bienestar de los demás y control de propagación de la enfermedad está un poquito en sus manos si nos acogemos a esas normas. A la par que les hacemos importantes en que el control de esta pandemia está en la mano de todos, impedimos el aprendizaje del miedo a estos profesionales.
  • Muestra esos límites, pero con amor.
  • Diferencia entre deseo parental y necesidad real de los niños por salir a la calle. Para ello aconsejamos tener en cuenta la opinión de los niños, lo que manifiestan que necesitan (si su edad se lo permite) o incluso ponderar la tolerancia al confinamiento que han tenido a lo largo de estos más de cuarenta días para ver si lo han llevado bien o existe una necesidad imperiosa por salir y esparcirse.
  • Dentro de tener en cuenta su opinión estará el nivel de tranquilidad/miedo con el que estén experienciando esta situación. No son pocos los casos de niños que cuando sus progenitores les han planteado esta modificación de medidas han verbalizado “¡yo no voy a salir!”. En la medida de lo posible, intentar respetar sus opiniones será la opción más beneficiosa; no obstante, si la negativa a salir se basa en miedo al virus, o a las implicaciones (de posible contagio) que tendría salir, será adecuado brindar un espacio a la psicoeducación sobre la enfermedad (cómo funciona esta y medidas de seguridad para prevenir contagios), resolver dudas y tranquilizar o desarmar esos miedos, que a todas todas seguramente estén enraizados en la interpretación algo distorsionada que han podido hacer ellos, como niños, de la alarmante situación con sus limitadas herramientas cognitivas.
  • Prepárales para saber «encajar» que la realidad que percibirán al salir de casa es muy diferente a la que ellos están acostumbrados: ofrecer explicaciones sencillas de a qué se debe, conocer e interiorizar las normas de seguridad y distanciamiento social, aprender y ver cómo necesarias las medidas de higiene (lavado de manos y método adecuado de cómo hacerlo, no tocarse la cara en la medida de lo posible, toser/estornudar en el hueco del codo y uso de mascarillas) y ofrecer la posibilidad de ronda de preguntas posterior para resolverles las dudas que puedan estar asaltándoles.
  • Queda el debate sobre la adolescencia, de por qué a partir de 14 años no está permitido dar estos pequeños «paseos terapéuticos». Los que este confinamiento lo estén viviendo bajo el mismo techo que un adolescente puede que hayan descubierto que todo sigue con normalidad, o bien los perciben como una montaña rusa o de repente «su hijo-a ha desaparecido», no se le ve el pelo, no comparte espacios comunes familiares. Y es que, centrados en la infancia, se pasa por alto la adolescencia: se impone el confinamiento en una etapa vital donde el grupo de referencia prioritario pasa a ser el grupo de iguales (los amigos). No pueden verlos (en persona) ni en clase ni en tiempo de ocio, y aunque afortunadamente en la mayor parte de las casas existe acceso a internet y pueden seguirse relacionando telemáticamente por videollamadas, se plantea el dilema de la idoneidad de las pantallas a esas edades y durante cuánto tiempo.

Dialogar con ellos sobre el impedimento de salir para su grupo de edad, ya que a diferencia de los pequeños, su desarrollo cognitivo y capacidad de entendimiento y elaboración de la situación se presupone mayor, así como alentar que el grueso del confinamiento (en principio) ha pasado, reforzar su actitud durante todos estas semanas y poder hablar sobre pequeñas metas u objetivos que quieren fijarse o les gustaría llevar a cabo una vez ellos también puedan volver a salir de casa.

Quedan aspectos en el aire, como el hecho de que los adolescentes menores de 14 años no estén incluidos en las medidas adoptadas, ¿qué pasa con ellos, acaso no lo necesitan a nivel de desarrollo neuropsicológico? o la vuelta al trabajo de los padres ¿con quién se quedarán los niños?. Intentar no hiperfocalizarse en cuestiones sin resolver, centrarse en el presente o a pocos días vista, tolerar cierto grado de incertidumbre, no anticipar así como esperar la llegada de nuevos datos, tangibles, y provenientes de las autoridades oportunas a tales efectos hará que las próximas semanas sean más llevaderas y el afrontamiento emocional de ellas más óptimo.

Por el momento, con normas y límites claros, consistentes, con sentido, informados y formados, así como ir reevaluando cómo os sentís como padres-madres y cómo se desenvuelven los niños, por si fuese necesario implementar mejoras, conseguiremos que la vuelta de los niños a la calle pueda vivenciarse como un recurso de bienestar físico y psicológico infantil y familiar.

Fuentes:  Vasta, R.; Haith, M.M.; Miller, S.A. (2001). Psicología Infantil. Ed. Ariel. Barcelona, 2001.

https://www.copmadrid.org/web/publicaciones/rosa-contra-el-virus-cuento-para-explicar-a-los-ninos-y-ninas-el-coronavirus-y-otros-posibles-virus



Escrito por: Maite Nieto Parejo