REFLEXIONES SOBRE LA INFLUENCIA DEL CORONAVIRUS EN LA PSICOLOGÍA SOCIAL

Podría decirse que esta pandemia no sólo ha tenido un enorme impacto desde el punto de vista médico y epidemiológico, sino también ha sido fundamental el afrontamiento psicológico que se ha hecho de ella así como la influencia que ha tenido en nuestros comportamientos psicosociales tanto individuales como a nivel sociedad. Entonces… ¿qué tiene que decirnos la Psicología Social al respecto?

Extraído de Getty Images

Uno de los ámbitos psicosociales donde creemos que el Covid-19 ha tenido bastante impacto ha sido en las tendencias de comportamiento de los individuos y la influencia de la presión de grupo: no son pocos los que relatan el haberse sentido observados y/o juzgados por no llevar mascarilla en entornos donde el grueso de la población suele usarla, por ejemplo. En esos momentos, ¿el individuo tiende a adecuarse al conjunto y adoptar los mismas conductas o prioriza lo que cree oportuno?

Los encuestados relatan que por eso, y no por otros motivos (como las normas sanitarias) finalmente cedieron a ponérsela ellos también…

En esos casos no es que el individuo sea poco coherente con sus principios y se deje llevar por los demás, sino que se trata de un patrón de conducta universal en el que existen una serie de factores contextuales que hacen que nos veamos arrastrados a ello. La incertidumbre (social), por ejemplo, sería uno de ellos: cuando la situación resulta ambigua, compleja, novedosa o sin normas claras de actuación, el individuo siente una tendencia desmedida por aceptar el comportamiento mayoritario puesto que su juicio personal se considera como poco competente o incluso incompetente al respecto.

Otras situaciones que han servido de ejemplo son las aglomeraciones vividas en los supermercados durante los primeros días de estado de alarma: ante el desconocimiento de qué estaba pasando y la incertidumbre de cuándo volveríamos a la normalidad, o si el abastecimiento de alimentos estaría asegurado a largo plazo, un determinado número de personas decidieron ir a por víveres. Como era uno de los sitios a los que excepcionalmente se podía acudir aún por entonces, allí que fueron las cámaras a grabar, y la aglomeración de personas llevó a que muchas otras interpretaran como de extrema urgencia  el aprovisionarse. Se provocó el «efecto llamada», derivando en imágenes como las que se observaron los primeros días de larguísimas colas y estantes vacíos en los supermercados.

Lo mismo podría decirse de nuevos aprendizajes con respecto a lo que sería nuestro día a día: meter la ropa de la calle en bolsas y dejarlas en cuarentena, limpiar la suela de nuestros zapatos al llegar a casa, etc… La transmisión a gran escala de la información a través de los medios de comunicación ha hecho que se adopten esta serie de conductas en nuestras vidas; sin embargo, ¿está probado científicamente que esas medidas funcionan o las adoptamos por el mero hecho de sentirnos sin conocimientos ajustados al respecto, y por tanto, poco competentes?.

  • Teorías sobre el conformismo social

Ya en 1952,  el pionero en psicología social Solomon Asch, demostró mediante una serie de experimentos sociales que ante situaciones ambiguas el ser humano tiende a observar su alrededor y utilizar esa información contextual para llevar a cabo una toma de decisiones. El resultado fruto de ello sería una tendencia hacia el conformismo social, aunque eso dé lugar a pensamientos irracionales o decisiones erróneas, hasta en un 30% de los casos.

Incluso, en estudios sociológicos se encontró que en este tipo de situaciones tendemos a ser más conservadores, no sólo con respecto a la decisión tomada, sino también en referencia a las evaluaciones que hacemos sobre los demás y con qué tipo de perfiles interpersonales nos sentimos más identificados.

Aquellos participantes más preocupados por la enfermedad prefirieron o dijeron que les gustaban más las personas más «tradicionales», y tenían menos probabilidad de sentir afinidad con las personas «creativas» o «artísticas». Ante el riesgo de contagio cualquier signo de pensamiento libre, incluso de invención e innovación se valora menos, aparentemente por la capacidad que tendrían estos individuos de actuar con menos probabilidad conforme a las normas establecidas.

  • Sistema inmunológico conductual»

Mark Schaller acuñó este término (behavioural immune system), para denominar al conjunto de respuestas psicológicas inconscientes que actúan como una primera línea de defensa con el objetivo de reducir nuestro contacto con posibles patógenos. Es decir, este sistema inmune, en lugar de estar compuesto de anticuerpos, se compone de toda una serie de conductas que nos harán estar menos expuestos a posibles fuentes de enfermedad. ¿Alguna vez empezaste a encontrarte mal justo después de haber ingerido algún alimento, que en principio estaba en buen estado, y rápidamente se condicionó la aversión a ese alimento? Ese aprendizaje, que aparece de manera inconsciente, podría considerarse un buen ejemplo del sistema inmune conductual.

El contacto y preferencias interpersonales que solemos mostrar en estas situaciones, y que expusimos en el apartado de conformismo social serían otro claro ejemplo no consciente de la presencia de este sistema inmune conductual.

Según el escritor científico especializado en el funcionamiento del cerebro, David Robson, «el miedo al contagio hace que nuestros juicios morales se vuelvan más estrictos y las actitudes sexuales más conservadoras».

Sin embargo, ante los pronósticos de un posible rebrote que nos hiciera retroceder en las fases de la nueva normalidad: ¿el ser humano tiene verdaderamente actitudes más precavidas o tiende al refuerzo cortoplacista de aprovechar el momento presente lo máximo posible aún a expensas de que eso revierta negativamente a medio-largo plazo en un rebrote más temprano y, por tanto, en un nuevo confinamiento?.

Que el «sistema inmunológico conductual» se ponga en marcha o no dependerá principalmente de cuán vulnerable se perciba una persona al contagio. De ahí que jóvenes (grupo de edad en principio poco afectado por el Covid-19, tanto en prevalencia como en gravedad de la enfermedad), así como aquellas personas que hayan manifestado síntomas (a pesar de no haber generado anticuerpos), puedan llegar a tener conductas más de riesgo, ya que interpretan que no son una población de riesgo. Al no sentirse tan vulnerables a la enfermedad su sistema inmune conductual actuará más sosegadamente.

  • Maneras de comportarse en grupo e tendencias en las interacciones interpersonales

Una vez comienza el desconfinamiento, y sabiendo que hay unas normas establecidas por las autoridades para favorecer la seguridad y salud de la población, tendemos a adoptar unos valores al respecto ¿Solemos mantenernos en nuestra postura o posición cuando interactuamos con otros individuos, o tendemos a ceder con respecto a lo que en un primer momento pensábamos que eran unas líneas rojas que nunca cruzaríamos?

Ponte en situación; llegamos a una quedada de amigos, nos encontramos por casualidad, acudimos a un entorno donde habitualmente no solemos interaccionar con otros y surge el dilema: existen unas medidas de distanciamiento social, estamos férreamente convencidos de que vamos a cumplirlas porque gracias a ellas vamos a evitar una tasa elevada de contagio (incluso evitar contagiarnos nosotros mismos), pero llega el momento del saludo… y ¿nos abrazamos como solíamos? ¿»codazo» es lo más adecuado? ¿Un simple hola con el metro y medio de seguridad?

Sobre ello versarán distintos factores influyentes, uno de ellos (si no el de más peso) será de nuevo la presión grupal: si no tenemos una idea conformada previamente tendremos tendencia a manifestar la forma de saludo que vemos en el prójimo.

Sin embargo, cuando tenemos una fuerte moral heterónoma (regida por normas impuestas desde fuera) y evaluamos como muy probable la posibilidad de que haya consecuencias punitivas al respecto (seamos multados, por ejemplo) será más probable que sólo las respetemos cuando la autoridad esté cerca; otras personas, un coche de policía, o incluso aquellos a los que vamos a saludar podrían funcionar ahí como figuras de autoridad.

Por otro lado, cuando nos regimos por una moral autónoma, es decir, conocemos que existen unas determinadas normas de seguridad, pero sabemos en qué se basan, para qué sirven y hemos construido unas opiniones individuales al respecto será más probable que las respetemos aún a pesar de que no haya nadie presente que pudiera evaluarnos. En esos casos, tenderíamos a respetar el distancianciamiento social, el uso de mascarillas, etc no por miedo a contagiarnos, ni a ser castigados por la autoridad, sino como convicción propia, civismo y protección a los demás (y a uno mismo).

Por último, aquellas personas que han conseguido conformarse unas ideas particulaes acerca de la situación actual, y tienen más herramientas para poner límites de manera asertiva y sin sentirse mal por ello, tendrán menos tendencia a ceder y adecuarse a lo que el otro está haciendo, en contraposición a aquellos que no disponen de estos recursos y dependan más de la evaluación social externa.

  • Tendencias de consumo y reevaluación de metas vitales: ¿Vivir en el centro de macrociudades o priorizar espacios de calidad (balcones, terrazas, vivir cerca de y en contacto con la naturaleza)?

El planeta llevaba tiempo mandándonos mensajes de alarma sobre nuestras tendencias de consumo y comportamientos egoístas con la naturaleza, y cómo éstos no iban a hacer la situación sostenible durante mucho más tiempo. Con respecto a cómo ésta pandemia ha podido influir en estilos de vida se ha observado, sobre todo en las grandes ciudades, una tendencia “migratoria” de las grandes urbes a otras más pequeñas o incluso a pueblos: la instauración del teletrabajo, el incremento acelerado de los alquileres, y en el ámbito cognitivo, las expectativas de un posible rebrote que nos hiciera confinarnos de nuevo, han detonado que no hayan sido pocos los que han tomado decisiones con respecto a sus hábitos de consumo y estilos de vida; salir de las grandes ciudades, priorizar casas más amplias aunque no tan céntricas o tener como requisito luminosidad, balcón o terraza han sido algunos de los ejemplos de ello.

  • Los aplausos de las 8

Lo que en principio se originó como muestra de apoyo a los sanitarios terminó instaurándose como rutina social. ¿Y por qué? En situaciones en las que el ser humano lo está pasando mal tiende a sentirse mejor y más comprendido no por sus seres queridos, sino por aquellos individuos que están pasando por lo mismo. De ventana a ventana, sentíamos que nuestro vecino del 1º, y el de arriba, y el del bloque de al lado estaban en nuestra misma situación: confinados en casa. Desde ahí empieza a construirse un sentimiento de identidad grupal, y con ello la sensación de que todos remamos en la misma dirección para salir de esta juntos.

Para más inri, esos aplausos (o la falta de ellos, si se pisteaba que algún vecino era de los que no salía a aplaudir) generaban una sensación de pertenencia a un grupo, el endogrupo, y se sacaban conclusiones estereotipadas acerca de los valores y características de esos otros a los que no se les veía en los balcones aplaudiendo. «¿Tú que eres de los que aplaude o de los que no?», seguro que es una pregunta que has escuchado mucho durante el confinamiento, y ya sólo con eso las personas se han sentido parte de un grupo social, «los aplaudidores», frente al exogrupo.

Seguro que fruto de esos momentos compartidos en comunidad han surgido nuevas relaciones vecinales gratificantes, pero si a esas mismas personas les preguntarámos evaluarían con una valencia diferente a los «no aplaudidores», pese a no conocerlos; ahí están entrando en juego los estereotipos que nos conformamos sobre el exogrupo, como forma de ahorro cognitivo en el caso de no conocer una parcela de la sociedad.

  • El policía de balcón y los odiadores de niños: pensábamos que este confinamiento iba a sacar lo mejor de nosotros ¡pero no!.

También se han despertado sentimientos negativos, egoístas, individualistas. Y esto, ¿a qué se debe? Primero de todo, aclarar que dependerá de multitud de factores, entre ellos cuáles sean los valores interiorizados a lo largo de nuestra vida así como los rasgos que conforman nuestra personalidad, y cómo ambos interactúan conformando los esquemas nucleares a través de los cuáles interpretamos la información que recibimos.

No obstante, cuando el ser humano se encuentra bajo presión, en situaciones excepcionales, que nunca ha vivido antes, y en las cuáles algunas de nuestras libertades se ven coartadas (en este caso la libre disposición de nuestro tiempo y salir de casa), tiende a reivindicarse con la intención de salir de ese estado opresor que le genera malestar. Como en este caso había (y hay) leyes y normas de seguridad ciudadana de por medio, se genera una potente disonancia entre lo que querrían y no pueden, pero otros sí que están haciendo (de momento). El sujeto ahí se compara con aquellos que observa (desde su ventana), consideran que su comportamiento no es adecuado, porque ellos mismos no pueden hacerlo, colocándose en una posición de desventaja, y como resultado final intentan que haya unas medidas igualitarias y todos las cumplan. En resumen, adoptan posturas totalitarias caracterizadas por una escasa empatía, ya que si analizaran las situaciones bajo el prisma de ésta podrían llegar a percibir que, cuánto menos, esos sujetos se merecen el beneficio de la duda de si se están saltando las normas o no, y en segundo lugar, en estos casos es necesario actuar bajo la equidad, no la igualdad, ya que algunos grupos poblacionales necesitarán regirse bajo normas adaptadas y excepciones debido a su idiosincrasia vital (véase personas que iban por la calle porque se dirigían a su puesto de trabajo que no puede ser telemático, personas con necesidades especiales, prescripciones médicas, …).

En resumen: ¿Vamos a terminar siendo más individualistas? ¿Menos sociables o socializadores? Al respecto tenemos un amplio abanico de datos procedentes del ámbito de la Psicología Social tanto a favor como en contra. Qué tendencia sea la predominante dependerá de las características idiosincráticas de cada individuo, de las atribuciones que haga en cada momento sobre las consecuencias que tendría la enfermedad para él mismo y su entorno así como del contexto donde se den esos juicios de valor, siempre teniendo en cuenta que el individuo funciona cualitativamente diferente de manera individual que bajo el prisma grupal o en sociedad.

 Algo sí podemos sacar en claro: la mayor parte de la población ha descubierto que nuestros hogares pueden convertirse en trinchera y somos capaces de gestionar nuestro tiempo libre con nosotros mismos, a pesar de que somos animales sociales y necesitamos de los demás. También que, a pesar de que somos animales sociales, la frase popularizada por Hobbes, «el hombre es un lobo para el hombre» es todo un hecho en estas situaciones donde una amenaza tal (como puede ser una pandemia mundial) nos hace sentirnos vulnerables y luchar por la supervivencia individual.

Esas tendencias opuestas habrán de conocerse para ir modulando nuestros comportamientos sin llegar a extremos que puedan generar malestar en los demás y en nosotros mismos.

Escrito por: Maite Nieto Parejo

Fuentes:

https://www.unav.edu/web/facultad-de-educacion-y-psicologia/detalle-noticia/2020/03/16/el-virus-de-la-influencia-social/-/asset_publisher/6tW2/content/20_03_16_edu_corona/10174
https://www.google.com/amp/s/elpais.com/espana/madrid/2020-05-07/el-policia-de-balcon-es-un-fenomeno-tan-curioso-que-habia-que-contarlo.html%3foutputType=amp

6 curiosidades psicológicas que demuestran nuestro lado oscuro

En la actualidad, como en diversas épocas de nuestra historia, se están dando comportamientos sociales que nos hacen cuestionarnos palabras como empatía, comprensión, comportamiento prosocial o altruismo, y si estas se dan verdaderamente en nuestra naturaleza o si de verdad son comportamientos aprendidos y generalizados en nuestro desarrollo. Del mismo modo, son muchas las investigaciones que buscan dar respuesta al caso contrario a nuestro mal llamado “lado oscuro”, siendo una época muy fértil en ese sentido el desarrollo de la psicología social en la segunda mitad del siglo XX, que buscaba entender la creación de contextos favorecedores de ideas y regímenes totalitarios. En estos planteamientos, se buscó cuestionar los límites de nuestra propia moralidad y si realmente el contexto social donde estamos insertos influye y condiciona nuestro comportamiento, realizando comportamientos y desarrollando actitudes a priori censurables y sin embargo, perfectamente posibles bajo determinadas condiciones contextuales concretas.

Dos ejemplos claros reflejan con tremenda verosimilitud cómo realmente las personas podemos realizar actos verdaderamente cuestionables. El primero, realizado por el profesor Zimbardo en la Cárcel de Stanford, mostró cómo se producía un proceso de deshumanización en sus participantes si se influenciaba en los roles sociales y la autoridad que de ellos se emanaba. Así, mediante un contexto que emulaba el funcionamiento de una cárcel, se dividían a los participantes en dos: uno de ellos en rol de carcelero, otro grupo era separado en rol de prisionero. En poco más de dos días se observó un tremendo cambio en los participantes, donde los carceleros empezaron a ejercer comportamientos punitivos muy por encima de lo permitido; provocando motín entre los prisioneros y una respuesta represiva violenta, siendo tal el clima de hostilidad que el experimento tuvo que finalizarse mucho antes de tiempo. En otro experimento, realizado por la Escuela de Palo Alto (California) en los llamados experimentos de la Tercera Ola, buscaba imitar condiciones similares dadas en la Alemania Nazi para explicar el surgimiento y posterior proliferación en la sociedad alemana de ideas totalitarias, sin que esta pudiera frenar su avance o anticipar tan dramáticas consecuencias. Con reglas básicas de disciplina (llegar al sitio y sentarse bien en pocos minutos), se fue aumentando el rol autoritario progresivamente y distinguiendo a alumnos dentro del movimiento por cuestiones meramente físicas o por manifestar determinado, tuvo que suspenderse al quinto día por la rápida adhesión en el centro educativo y los comportamientos diferenciales de gran parte de los alumnos. Estos dos ejemplos constituyen sendos ejemplos de los cambios a nivel individual se producen por influencia directa de su contexto, y que no hacen sino ejemplificar lo vulnerables y peligrosos que nos mostramos ante determinados contextos, y que han sido llevadas al cine en películas bastante fidedignas.

En la actualidad, como en diversas épocas de nuestra historia, se están dando comportamientos sociales que nos hacen cuestionarnos palabras como empatía, comprensión, comportamiento prosocial o altruismo, y si estas se dan verdaderamente en nuestra naturaleza o si de verdad son comportamientos aprendidos y generalizados en nuestro desarrollo. Del mismo modo, son muchas las investigaciones que buscan dar respuesta al caso contrario a nuestro mal llamado “lado oscuro”, siendo una época muy fértil en ese sentido el desarrollo de la psicología social en la segunda mitad del siglo XX, que buscaba entender la creación de contextos favorecedores de ideas y regímenes totalitarios. En estos planteamientos, se buscó cuestionar los límites de nuestra propia moralidad y si realmente el contexto social donde estamos insertos influye y condiciona nuestro comportamiento, realizando comportamientos y desarrollando actitudes a priori censurables y sin embargo, perfectamente posibles bajo determinadas condiciones contextuales concretas.

No son los únicos. Os acercamos otros ejemplos claros de clara presencia de comportamientos reprobables estudiados y replicados en ambientes experimentales.

  1. Efecto de la deshumanización fragante. Bajo determinadas condiciones, podemos mostrar rechazo o desprecio a personas, sobre todo a aquellas que consideramos de menor estatus o en una situación de vulnerabilidad social importante. Estudios con neuroimagen confirman como jóvenes universitarios muestran menor activación cerebral asociada ante personas sin hogar o con problemas relacionados con las drogas con respecto a personas consideradas de mayor estatus. No sólo eso, también los jóvenes mostraban menor empatía a personas mayores y de la tercera edad; mientras que en otros se consideraba menos evolucionada a personas de una determinada etnia o religión, siempre considerada alejada a su grupo de referencia. Esta tendencia además comenzaba en edades realmente tempranas: los niños de cuatro años ya presentaban mayor inclinación hacia personas de su propio grupo que por el grupo externo.
  2. Creencia del Mundo Justo. Dicha creencia defiende, a grandes rasgos, que las consecuencias de nuestras acciones se explican en función de nuestras propias decisiones, como una forma de preservar nuestra propia autoestima y la forma con lo que nos explicamos el mundo; cuando muchas veces las circunstancias que nos ocurren nada tienen que ver con lo que realmente. En un experimento, se dieron descargas eléctricas en función de las respuestas correctas e incorrectas. Así, los participantes denominaron menos atractivas a las personas que cometían más errores, sobre todo a aquellas que nada podían hacer para aliviar su sufrimiento, como una forma de justificar el hecho de que recibieran más o menos descargas en el experimento.
  3. Somos más dogmáticos de lo que pensamos. En un clásico experimento de psicología social, el hecho de pensar que las personas cambiarían sus ideas cuando se presentaran ejemplos claros que contrargumenten sus ideas es falso, como mostraron la presentación de todo tipo de argumentos a los participantes en contra de la pena de muerte a unas personas con tendencias favorables a ella, que no sólo no cambiaron sus ideas de partida, favoreciendo y polarizando las ideas que ya de por sí tenían, y obviando e ignorando escuchar argumentos que negasen la credibilidad de los mismos. Mostrando que cuando consideramos que nuestras creencias son superiores a otras, nos disuade de buscar información relevante.
  4. Preferimos electrocutarnos antes que estar solo con nuestros propios pensamientos. Una afirmación cuánto menos desesperanzadora, pero los resultados que recogen un estudio realizado en el año 2014, arrojó cifras dramáticas: el 67 % de los hombres y el 24% de las mujeres preferían darse pequeñas descargas eléctricas que pasarse 15 minutos de contemplación pacifica con sus pensamientos. No solo eso, en otro estudio replicado sobre este primero, se demostró una tendencia generalizada a realizar cualquier tipo de actividad (más sí es de su interés) por encima de pasar un periodo de tiempo en nuestros propios pensamientos.
  5. Somos unos hipócritas morales. Con el efecto actor – observador, se observó que tendemos a juzgar más duramente aquellas acciones realizadas por extraños que aquellas realizadas por gente cercana, amigos o nosotros mismos. De este modo, en el experimento se simuló la situación de juzgar una infidelidad de acuerdo a varios niveles de cercanía, siendo más frecuente el juicio a factores internos cuando las personas no eran conocidas y más dado a hacer atribuciones externas o situacionales cuando el agente de la infidelidad éramos nosotros mismos o gente muy cercana. Este efecto incluso se producía con actos groseros o violentos, viendo la doble moral imperante en nosotros mismos.
  6. Y también troleamos de manera excesiva. Un estudio realizado en twitter mostró como el estar de mal humor influía en nuestra tendencia a duplicar la actitud de trolear y engancharse a situaciones de troleo, en una especie de circulo vicioso que aumenta los pensamientos desagradables como bola de nieve, revelando como el contexto y el estado de animo favorecen la aparición de determinadas actitudes en redes sociales.

A pesar de los hallazgos aquí recogidos, no pretendemos desanimaros con lo cuestionable de nuestra propia naturaleza, ya que este tipo de estudios nos ayudan a entender la aparición y desarrollo de conductas desadaptadas y/o contraproducentes. Asombraros con lo leído, hay muchos más hallazgos y mucho de lo que aprender de nosotros mismos.

Escrito por David Blanco Castañeda.

Fuente Research Digest.