Cuando en el mes de marzo comenzó a hablarse de un virus desconocido que sufrían en China, no podíamos ni comenzar a imaginarnos lo que estaba por venir. Nadie esperábamos el tiempo que tendríamos que separarnos de nuestra vida. No éramos conscientes de lo que estábamos perdiendo. Si hubiera sido así, nos habríamos despedido. Nos habríamos despedido de nuestros compañeros de trabajo, de los del gimnasio, del camarero del bar de la esquina, de nuestras rutinas, del aire libre…de la vida que conocíamos.
¿Por qué decimos adiós?
Los seres humanos necesitamos poder despedirnos con palabras de las personas, de las situaciones, de las cosas… Es de alguna manera una necesidad de poner palabras a una emoción intensa, y como sucede con todas las emociones intensas, ponerle palabras hace que sean más manejables. Es por esto que necesitamos, ante algo tan importante como las pérdidas, que realmente exista esa sensación de haber cerrado una etapa, de terminar algo, para poder sentirnos algo más reconfortados. Las despedidas nos ayudan a pasar a una etapa diferente de nuestras vidas.
Hay incluso estudios que señalan que, cuando alguien va a estudiar al extranjero, haber tenido una despedida apropiada era facilitador de que la experiencia en el extranjero fuera provechosa y agradable.
¿Y si no decimos adiós?
Si no logramos despedirnos ante pérdidas que podamos sufrir, es posible que nuestras sensaciones hacia éstas sean de que no se han resuelto, que aún no hemos hecho efectiva la separación de lo que teníamos antes. Podemos quedarnos atrapados en un luto extraño en el que no se pueda dejar de pensar sobre lo que podría haber sido. Incluso, podemos mantener de una forma ya ineficaz sentimientos de rabia, confusión o culpa.
Incluso, más confuso aún, podemos experimentar una sensación de que en realidad no existió. Si una persona que conocemos desaparece sin despedirse, puede dar lugar a un sentimiento de extrañeza de la relación, causandonos una idea, que aunque reconocemos como falsa, no podemos evitar sentir que quizá esa relación nunca existió.
Las despedidas, sean más o menos formales, nos permiten dar sentido a las experiencias que hemos vivido y dejado de vivir. Si ya no están presentes, han de haber pasado por el proceso de despedida para que podamos continuar.
La inusual despedida que causa la COVID-19.
En marzo, cuando nuestra vida cambió en tantos sentidos para siempre, no hubo una fiesta con elementos que indicaban que no volveríamos al trabajo o a las clases tal y como las conocíamos. No le dimos un abrazo al camarero de siempre y le dijimos “ánimo, no sé cuándo nos veremos pero ha sido un placer tomar el café en tu bar.” En lugar de eso, nos encerramos en casa, sin poder tener contacto con nadie, sin saber cuánto tiempo estaríamos allí y cómo cambiarían nuestras vidas después. No pudimos decir adiós no sólo a un número importante de personas, sino a nuestros planes, expectativas, a lo que nos hacía sentir en paz, a la sensación de seguridad sobre nuestra propia salud… Hay tantas cosas que desaparecieron allí y tan pocas de las que hemos podido despedirnos adecuadamente…
De todas las pérdidas que hemos podido sufrir, una de las más significativas es la que ocurre si alguien ha fallecido durante el periodo de confinamiento. Ya escribimos una entrada en este blog sobre qué se puede hacer ante la pérdida de un ser querido en el confinamiento. Además los investigadores Burrel y Selman, publicaron en julio un artículo (Burrell & Selman, 2020) de revisión bibliográfica en el que recomiendan encarecidamente lograr llevar a cabo prácticas funerarias significativas en el caso de presentarse una pérdida de un ser querido. El hecho de que falten las prácticas funerarias ante un fallecimiento puede dificultar el proceso de duelo, deteriorar la salud mental y lograr una menor resiliencia tras el fallecimiento en cuestión. Se resalta en este artículo la importancia de llevar a cabo estos ritos funerarios de forma que sean útiles para las personas que han sufrido la pérdida para expresar las emociones negativas, así como un espacio de conexión significativa, aunque no pueda darse de forma habitual, o presencial.
De hecho, asociado a estas dificultades para llevar a cabo los rituales cotidianos y extraordinarios a causa de la pandemia, también podemos observar, como describe otro artículo publicado por Evan Imber-Black (2020), que las personas tendemos a reinventar las cosas que ya hacíamos antes. Leyendo este artículo se puede observar como hemos sido capaces, en muchas ocasiones, de crear un nuevo ámbito de ritos y celebraciones, con gran participación online, o con formas diferentes de expresar lo que se necesita en cumpleaños, bodas, graduaciones o funerales. Al lograr esto a pesar de las dificultades presentes por el COVID-19, logramos dar el significado habitual a los ritos de siempre con nuevas manifestaciones de los mismos.
Viendo esto, y sabiendo que la pandemia, por el momento, va a formar parte de nuestras vidas, posiblemente sea necesario que nos replanteemos lo que estamos dejando de hacer por el COVID. ¿Queremos dejar de celebrar los rituales de paso que siguen ocurriendo en nuestras vidas? Posiblemente lo que mejor podamos hacer es inventar, con un poco de creatividad, una nueva forma de expresar lo que estamos dejando pasar, decir adiós a la vida que teníamos antes, y continuar con nuestras vidas.
Fuentes:
Psychology Today.
Burrell, A., & Selman, L. E. (2020). How do Funeral Practices impact Bereaved Relatives’ Mental Health, Grief and Bereavement? A Mixed Methods Review with Implications for COVID-19. OMEGA-Journal of Death and Dying, 0030222820941296.
Imber‐Black, E. (2020). Rituals in the Time of COVID‐19: Imagination, Responsiveness, and the Human Spirit. Family Process, 59(3), 912-921.
En los últimos 10 días se
han ido implementando nuevas y más rigurosas medidas para controlar las
estratosféricas cifras de contagio que está generando la propagación del virus.
Algunas de estas medidas han derivado en que de nuevo algunas áreas de la
geografía española hayan visto cómo se restringe su movilidad, pero sin lugar
a dudas podríamos decir que donde más impacto están teniendo dichas medidas en
nuestra Comunidad Autónoma.
Parecía que ya habíamos olvidado por completo cuándo vivir era no vivir
fuera de casa (o apenas fuera de casa, sólo salir para acudir a contados sitios, y como
prioridad el lugar de trabajo). Y sin embargo, e intentando utilizar nuevas
expresiones como confinamiento “blando” como si de un tabú se tratara,
varios millones de personas de nuevo han de reconciliarse con el estar en casa
o en el radio inmediatamente próximo a su hogar para el discurrir de gran parte
de su día a día.
Lo difícil de esto: el volver a afrontar etapas que creíamos ya superadas, nuevos recortes de movilidad. Lo magnifica el hecho de que estén teniendo lugar por áreas, no de manera generalizada como ocurrió en Marzo. Todo ello, especialmente que sólo algunos términos poblacionales se estén viendo afectados por estas nuevas medidas, hacen que algunos colectivos se sientan “apartheizados”, lo cual podría derivar en situaciones de desventaja social, sentimientos de inferioridad, segregación e indefensión aprendida.
Por la cercanía de la puesta en vigor de estas nuevas medidas aún no se han
podido obtener datos empíricos ni conclusiones clínicas certeras de cómo esta
vuelta atrás puede afectar psicológicamente a los individuos, pero sí se pueden
prever gracias a ciertos patrones estudiados en los inicios de la pandemia y
durante el estado de alarma.
Ya en la primera oleada del Coronavirus se registró que en Wuhan, ciudad
china que se ha considerado epicentro de la pandemia, para abordar
adaptativamente la situación el 53% de la población necesitó atención
psicológica. Ante esto, y gracias a nuestra experiencia en la práctica clínica,
se anticipa que los problemas de salud mental van a sufrir de nuevo un
repunte siempre y cuando no se logre hacer un afrontamiento adaptativo ante
estos “confinamientos perimetrales”. Si bien es cierto que la mayor
parte serían cuadros leves que se solucionan mediante consultas puntuales
o, sabiendo de antemano cuáles son las herramientas a través de las cuáles
conseguir dichas respuestas adaptativas, objetivo que abordaremos en este post.
El confinamiento como tal es un factor de riesgo ante la aparición de
problemas psicológicos. Sin embargo, dicho riesgo aumentará exponencialmente
en determinados grupos poblacionales: personas que se encuentren solas o en
situaciones de aislamiento, con escasos recursos económicos o cognitivos, y con
escasa calidad de vida tenderán a sobrellevar estas nuevas medidas restrictivas
con mayor dificultad. También se ha registrado que aquellos que sean menos
capaces de mantener rutinas o actividades de ocio y tiempo libre que les haga
distraerse experimentan niveles de ansiedad más elevados durante períodos
de confinamiento.
Asimismo, personas con patologías mentales previas tienen más
probabilidad de que empeoren sus trastornos base o aparezca nueva
sintomatología relacionada con la ansiedad y el estado de ánimo primordialmente,
en algunos casos, pero en menor medida, también estrés postraumático. De
igual modo ocurriría en los casos que estén teniendo que elaborar un duelo
relacionado con el Covid-19, en los cuáles se ha registrado una notable
demanda de ayuda psicológica durante y después del confinamiento.
Y conforme a la población que epidemiológicamente con más frecuencia
experimenta cuadros ansiosos, se pronostica que las mujeres y los jóvenes
con altos niveles de ansiedad previos se verían más afectados por las
consecuencias de estos nuevos confinamientos.
De ello podemos extraer que la psicología tiene mucho que decir al
respecto, como herramienta de ayuda y como medio de afrontar mejor esta etapa
de incertidumbre. Intentar abordarlo con los recursos propios y si no acudir a
tiempo en busca de atención especializada en salud mental evitará que estados
ansioso-depresivos se cronifiquen en el tiempo.
HERRAMIENTAS PSICOLÓGICAS PARA AFRONTAR LOS NUEVOS CONFINAMIENTOS
Tal y como han manifestado algunos profesionales de la
Universidad de Deusto y de la Complutense de Madrid, la forma de asimilar esta
situación es diferente en función de la edad y la situación en la que nos
encontremos. Es decir, habrá tantos estilos de afrontamiento como
diferencias interindividuales nos caracterizan. Por tanto, a continuación
abordamos algunas estrategias psicológicas generales que pueden ayudar a paliar
los efectos perjudiciales de los nuevos confinamientos; algunas tendrán una
aplicabilidad mayor que otras según el caso particular.
Explicar las medidas de control antes incluso de
implantar restricciones de movilidad (o todo lo contrario, en el
desconfinamiento) sería una muy buena inversión en resultados positivos no
sólo a corto plazo, para conseguir disminuir el número de contagiados, sino
a medio y largo plazo, ante la posibilidad de llevar a cabo medidas más
rigurosas si fueren necesarias, y para conferir controlabilidad a la población
confinada.
El ser humano
interioriza más fácilmente nuevas normas cuando entiende el sentido de
implantarlas: conocer el porqué de esas decisiones y verlo como algo necesario
evitará que la población interprete esas medidas más estrictas como un atentado
hacia sus libertades. Unido a lo anterior, los individuos se sentirán un eslabón primordial en
la mejora de la situación; es decir, será más difícil que sujetos individuales
apelen a la difusión de la responsabilidad si como individuo sienten que tienen
un papel protagonista en la derrota del virus.
Por ejemplo,
continuamente se menciona en los medios de comunicación la falta de sentimiento
de responsabilidad que tiene la población joven en los contactos de riesgo y la
transmisión del virus. Es cierto que a corto plazo, con una probabilidad menor
de padecer la enfermedad en su formato más virulento, los jóvenes podrían
llegar a decidir que pasar el virus es “un mal menor” en contraposición de
todas aquellas experiencias que se están perdiendo a cambio (quedar con su
grupo de iguales, conocer a nuevas personas, aprovechar el tiempo y la juventud
a tope, etc…), y ¡ojo! que somos conscientes que estamos hablando de una parte
de los jóvenes y que a nivel general esta franja poblacional no se comporta
irresponsablemente. Explicar las consecuencias menos cortoplacistas haría
que muchos se plantearan según qué comportamientos. Si los órganos gestores
de esta pandemia consiguieran alianzarse con esa población joven exponiendo
los escenarios poco alentadores que a largo plazo podrían esperarse en el
plano económico, siendo ellos la principal población afectada por estar en edad
laboral, se conseguiría cambiar el enfoque de “medidas que coartan
libertades” por “medidas que van en su propio beneficio”.
Evita caer en la trampa de la difusión de la
responsabilidad: es cierto
que estatalmente se suelen proponer unas medidas disuasorias/punitivas
poco efectivas si la autoridad no está presente (véase el caso de las
multas). Por tanto, intenta encontrar un ejemplo de situación mediante
la cual podrías asumir la responsabilidad de que la realidad de la
pandemia sea un poco más benévola gracias a ti, comprométete con ello (y
contigo mismo) y refuérzate día a día por cumplir con el objetivo.
No habrá una solución
local sin una global, y a su vez todo eso no se producirá sin una
responsabilidad y compromiso individual.
Fomentar el sentimiento de colectividad, es decir, rodearse de sujetos
en las mismas circunstancias y reforzar la concepción de estar siendo
resilientes. Por el contrario, un modo de afrontamiento enfocado
bajo el prisma de la comparación continua y el sentimiento de
desfavorecimiento provocará una menor tasa de aceptación de la situación y
un abordaje menos efectivo ante unas medidas que ya están impuestas y
no por más oponerse a ellas va a mejorar la situación personal.
Eso no significa que emociones
del tipo enfado, incomprensión, miedo, pesimismo, hastío (y un largo
etcétera) no sean válidas, sino que un bloqueo en ellas harán que sean más
desadaptativos los comportamientos y los procesos anímicos en el día a
día.
Para ello el plantear
la situación como una solución de problemas, la ventilación emocional con
personas de confianza y recordar qué herramientas útiles se tienen ya
(fruto de la experiencia adquirida durante la primera oleada del virus) para
afrontar este tipo de escenarios marcarán la diferencia este el bienestar
psicológico y los estados de ánimo disfóricos.
Conectando
con el punto anterior subrayamos que nuestras emociones juegan un papel
fundamental: préstales atención y valídalas con frecuencia. Tener un
diario emocional o incluso dedicarles un ratito al día a través de la meditación
y el Mindfulness o conciencia plena evitará que el posible estrés
derivado de estar confinados vaya subiendo como la espuma hasta detonar en
cuadros agudos de ansiedad, como podrían ser los ataques de pánico.
Vigila al miedo de cerca… El miedo es una
respuesta innata a
situaciones desconocidas y que suponen cierta amenaza a nuestra integridad
y supervivencia, y nos prepara para protegernos y cuidarnos. Que aparezca
es adaptativo. Sin embargo, podríamos considerar que no se está
gestionando ajustadamente cuando alcanza niveles en los que nos genera
malestar e incluso llega a paralizarnos. Esos casos serían en los que
es necesario intervenir sobre ello. En esos momentos, la exposición
progresiva a la fuente generadora de miedo, ya sea en vivo o en
imaginación, será el modo de superarlo (versus la evitación del estímulo
temido). Unido a la anterior, será necesario gestionar los pensamientos
automáticos o negativos; técnicas como la distracción y relajación
también ayudarán.
Mantén a raya los pensamientos negativos o
recurrentes.
¿Cómo? Primero de todo detecta cuáles son y analiza con qué esquema
nuclear conectan; algunos de los más comunes suelen ser el miedo, la
anticipación, el acortamiento de futuro o los sentimientos de soledad. Busca
qué datos empíricos encuentras que los apoyen o, si por el contrario,
podrían irse reestructurando por otros más adaptativos, constructivos o
positivos.
Y por
último, permítete tolerar cierto grado de duda. Como escenario de
duración incierta que es, va a ser muy difícil tener toda la información
que nos haga tranquilizarnos, por tanto, asume poderte quedar con la duda
en ciertas ocasiones. Conforme vaya pasando el tiempo, y se vayan
viendo los resultadosepidemiológicos de estas medidas de
confinamiento, y paralelamente vaya habiendo avances científicos, podrás
abordar en presente los nuevos acontecimientos, con datos empíricos,
en lugar de rellenar información con datos imaginados ante la
incertidumbre y el desconocimiento, ya que cuando no tenemos evidencias
para explicar lo que está ocurriendo tendemos a hacerlo.
Poner especial atención a la
población infantojuvenil. Sobre todo antes de los 5-6 años, edad en la
que el cerebro no se ha desarrollado por completo y por tanto pueden
hacerse mucho más patente las carencias derivadas de esta etapa de
confinamiento y aislamiento social o experiencias de vida menos
enriquecedoras.
Crea o potencia redes sociales de apoyo de
cercanía: ahora
que va a tocar no moverse demasiado y hacer más vida en el barrio
podríamos empezar a usar ese concepto no sólo en el sentido explícito de
la palabra (como área geográfica), sino fomentar el crear el
sentimiento de pertenencia a un lugar, la ayuda mutua, el tener un núcleo
cercano (independientemente de si la familia vive allí o no) para que
en situaciones como éstas de nuevos confinamientos no se corten lazos,
haya nexos de apoyo y no se desencadenen situaciones de aislamiento
social que pueden llevar más fácilmente a experienciar esta realidad con
mucho malestar.
Encuentra el modo de convivir con este problema: fija hábitos saludables,
diseña una rutina, y vuelve a hacer del sitio en el que vives un hogar.
Controla variables como la organización y el orden, los ruidos, la temperatura, el descanso y alimentación, y los espacios propios (si convives) como modo de asegurar el bienestar, ahora que toca pasar más tiempo en casa.
No abandonarse ante la dificultad. Recuerda si fuiste de aquellos que salieron reforzados del primer confinamiento, y recupera todas aquellas medidas que en aquel momento funcionaron: hacer ejercicio físico, cuidar las relaciones interpersonales y estar en contacto con figuras de apoyo telemáticamente si no es posible en persona, dedicar tiempo a uno mismo así como atender a las actividades agradables un tiempo mínimo al día (se recomienda no menos de 30 minutos siempre que sea posible), etc…
Si por el contrario en
aquellos momentos las circunstancias no te lo facilitaron y costó más llevarlo
bien, ¡aún se está a tiempo! aprovecha para intentar poner en marcha todo lo
anteriormente expuesto, o pedir ayuda profesional si observas que por ti mismo
no está siendo posible.
La ansiedad es un mecanismo de defensa evolutivo, que se convierte en
perjudicial tanto física como psicológicamente cuando se mantiene en niveles
muy altos a lo largo del tiempo, pero que bien gestionada, es adaptativa en
la medida en la que pone gran parte de nuestros recursos cognitivos y somáticos
a disposición de un proceso de solución del problema que nos hará solventar las
dificultades a las que estemos sometidos, ya sean el Covid-19 o de la vida
en general.
Es decir, gestionando de forma consciente la carga ansiógena propia del
momento presente con herramientas como las propuestas en este blog
conseguiremos reforzar nuestras capacidades adaptativas ante futuras
situaciones de estrés.
En resumen, reconciliarnos con este tiempo extraño que estamos viviendo nos
servirá para aprender mecanismos de afrontamiento eficaces de cara a posibles
envites que puedan tener lugar a lo largo de toda nuestra vida.
La pandemia ha sacudido la vida personal y colectiva de
nuestra sociedad y de sus individuos, y aunque los más optimista quieran pensar en sus efectos
como algo temporal y con fecha de caducidad, sin duda son muchos los efectos
a corto y medio plazo para la sociedad, sus individuos y la manera de
relacionarse. Un punto de inflexión indiscutible, del que nos será difícil desprendernos
y del que todavía estamos en los albores de cuantificar su impacto. Por ello, son
muchas las investigaciones que han surgido para datar, explicar y/o predecir los
cambios a nivel interpersonal. Estas son las primeras conclusiones.
RELACIONES
ESTABLES Y TASA DE SEPARACIONES / DIVORCIOS
La mayoría de las parejas se han visto forzadas a convivir durante
24 horas siete días a la semana cuando antes pasaban unas pocas horas juntas, y donde la mayor parte del tiempo
la rutina, los niños o las tareas de casa comían el tiempo compartido. La casa,
además, ha dejado de considerarse un refugio para convertirse un lugar de
convivencia con los problemas, donde la ansiedad, el aislamiento, el desempleo,
los problemas económicos, la perdida de un ser querido o su consiguiente duelo se
han vuelto algo cotidiano. La pandemia ha traído una presión extra a muchas
parejas, que han visto como el tiempo juntos hacía aflorar conflictos que en
otro momento estaban contenidos o incluso se manejaban bien. Se registra
un aumento de un 30% de las consultas a abogados matrimonialistas y el
COVID ha sido, sin duda, el inicio para que relaciones que escondían sus
problemas “bajo la alfombra” y que la convivencia ha forzado a terminar. Pero
no todo son malas noticias. Efectivamente, muchas parejas han visto aumentar
su tiempo de calidad e intimidad, disfrutando de hacer actividades nuevas o
enterradas que el confinamiento ha posibilitado, y como detalle, también el
aumento de demandas de colchones, por lo que explica un pequeño “baby boom” en
muchas parejas donde la relación ha ido bien y se ha visto idónea esta
oportunidad para aumentar la familia.
INTERACCIONES
CON NUESTROS SERES QUERIDOS Y/O CERCANOS.
Según
un estudio realizado a lo largo de la pandemia, se han intensificado algunas
de nuestras relaciones (las llamadas “bonding”,de confianza y de alta
familiaridad, que han pasado a un contacto casi diario, y que suelen ser
características de relaciones con familiares muy cercanos y con amigos muy
cercanos) mientras que otro tipo de relaciones más marcadas por las reglas y
normas de la sociedad (las llamadas “bringing”, que podíamos tener con
compañeros de trabajo, familia extensa, algunas amistades no demasiado cercanas
o conocidos) han desaparecido o reducido drásticamente. De esta manera, se
ha fomentado la creación y relación con redes con alta confiabilidad, de
cooperación mutua y con la que compartimos un gran número de intereses y
afinidades (“bonding”), siendo el contacto con dichas redes casi diaria en el
confinamiento, y que contrasta con el contacto semanal de antes de la pandemia,
pero si bien se ha restringido ese tipo de relaciones a casi la mitad y sólo
con familiares cercanos y amistades muy
cercanas, reduciendo drásticamente las demás relaciones en el periodo de confinamiento
donde se han visto distanciadas o perdidas. De lo que se deduce algo lógico: el
periodo de confinamiento ha traído la disminución de nuestras redes en cantidad,
pero se ha intensificado la calidad y la confianza en nuestras redes de confianza.
Todo ello concluyendo desde un ámbito no presencial, y si telefónico o virtual,
y que parece mantenerse una vez se ha producido el proceso de desescalamiento y
vuelta a la normalidad.
FORMA
DE RELACIONARNOS
Diversos
estudios afirman como la pandemia ha provocado un aumento de la sensación de
amenaza, una mayor preocupación por el futuro o por nuestra salud. La
consecuencia más inmediata es un giro de nuestras ideas a concepciones más conservadores,
menos tolerantes a los demás (o a sus actitudes) y con una frecuencia a mostrar
desconfianza a los demás; con efectos claros en nuestras relaciones
significativas, ya sean amorosas, familiares o de amistad. A la vez, nos ha
vuelto más conformistas y con tendencia al cumplimiento de las normas y el
castigo de lo extravagante o comportamientos considerados “rebeldes”. Esta
sensación de desconfianza se experimenta e intensifica en lo referente a
los desconocidos, y por ello se registran una mayor tasa de actitudes
racistas o xenófobas, tal y como estamos comprobando estas semanas en los
medios de comunicación.
IMPACTO
DE LA SOLEDAD
Sin
duda, otro de los efectos claros de la pandemia ha sido el aumento de la soledad,
que antes de la pandemia ya estaba considerado uno de los problemas
fundamentales de salud pública, constituyendo una verdadera pandemia y que
fomenta mayores problemas de ansiedad y depresión en quienes la experimentan.
La soledad no sólo se refiere a estar “solo” en sí (y que no necesariamente es
negativo, pudiendo ser disfrutable para hacer tus propias actividades), sino
a la reacción emocional que se te despierta al estar solo, haciendo referencia
a un sentimiento personal caracterizado por el pensamiento de que nadie te entiende,
te sientes poco comprendido y con la sensación de ser incapaz de conectarte con
los demás. Es una respuesta emocional desagradable al aislamiento percibido
o la sensación de falta de relaciones sociales significativas; una especie de
dolor social, y que no es exclusivamente un sentimiento referido en poblaciones
mayores, sino que afecta a todos los estratos y con efectos dramáticos en los
más jovenes. En cifras actuales y recogidas en los tiempos de pandemia, las
cifran muestran como la Generación Millenials (nacidos entre 1981 y 1995) afirman
haberse sentido muy solos en un 34%, la Generación Z (nacidos entre 1997 y
2012) en un 27% o el 20% de la generación X (nacidos entre 1961 y 1981). Lo que
se deduce que la soledad se ve cómo algo amenazante, cosa que el confinamiento
ha intensificado y que ello explica el ansia por relacionarnos (incluso en
grandes grupos, siendo contraproducente en estos momentos) y las conductas tan
peligrosas y sin distancia provocadas en el todo el proceso de desescalamiento,
sobre todo, en población joven.
NUEVAS
RELACIONES
Paradójicamente
a lo que podría pensarse por la “máxima de distancia social” generalizada desde
que empezó la pandemia, las webs y sitios de citas on-line refieren un
importante incremento de nuevos usuarios y uso de sus servicios. Sin
embargo, sí se registra un cambio en el comportamiento de flirteo, alargando
el tiempo en el que se produce el primer encuentro y alargando el contacto
virtual, una mejora en el establecimiento de prioridades y metas claras (no
nos vale cualquier persona en estos momentos, sino alguien que merece la pena,
por lo que hay una mayor profundización antes de producirse la primera cita) y
con una tendencia mayor a la exposición personal e íntima, compartiendo no solo
aspectos físicos o más superficiales sino también afinidades, gustos, valores o preocupaciones, con un
aumento de la intimidad y que entraría en consonancia con lo encontrado en
las relaciones de tipo “bonding”.
SOCIALIZACIÓN
EN EL PUESTO DE TRABAJO
Las
nuevas medidas de distanciamiento van a cambiar las llamadas “relaciones
informales” en el ámbito organizacional, que surgen en los trabajos cuando no
hay normas formales que las regulen, y que tienen que ver con los tiempos de
descanso y esparcimiento en todo centro de estudios y de trabajo. Por ello, se
prevé una disminución en las conductas de desconexión, y a pesar de los
esfuerzos de las empresas por aclimatar y gestionar los espacios, se prima en
estos momentos la seguridad y confiabilidad del lugar de trabajo por encima de
la posibilidad de relacionarnos. Ni se permitirán oficinas abarrotadas, ni
reuniones grandes de equipo, y en algunas oficinas se optará por inhabilitar
las zonas comunes, foco de contagio o de relajación de las normas de distancia
social, con la consiguiente disminución de interacciones con los compañeros y
una mayor probabilidad de centrar nuestra jornada en realización de las tareas,
cosa que si no se gestiona bien, y con el aumento de vigilancia acaecido en esta
etapa, puede formalizar trabajadores con mayor tasa de agotamiento o sensación
de burn out. Esto, lógicamente, se verá secundando en ambientes donde la presencialidad
sea la norma, pudiendo relajar o facilitarse estas “redes informales”, si se
promueven los virtuales, también desde las propias empresas.
En
resumen, la panorámica relacional es compleja y tendrá que ir adaptándose a
esta realidad cambiante y con grandes interrogantes, y que como sociedad
deberemos ir asumiendo. Lo más importante quizás es que esta etapa de
distanciamiento no parece inhibir nuestra necesidad de relacionarnos, y
sí la creatividad para mantenerlas y hacerlas más cercanas y duraderas, y por los
efectos beneficiosos para nuestra salud que desde el ámbito individual y
organizacional podemos promover.
Escrito
por David Blanco Castañeda.
Fuentes
Consultadas: El Confidencial, El País, Psychology Today, Psych Central, Ethic,
Ibercampus.es, El Diario.es, El Mundo, La Vanguardia, Universidad de Barcelona.
Desde que terminó el estado de alarma, todos estamos deseosos de que la normalidad vuelva, y es cierto que esta nueva normalidad, en gran parte, nos tiene anclados a la incertidumbre. Ya en pleno verano, pensamos en los planes que tuvimos que cancelar, o los que posiblemente querríamos realizar en estas fechas, lo que podemos hacer todos los años pero este, no. Festivales, conciertos, teatro, escapadas rápidas y con poca planificación… Por si fuera poco, vivimos a expensas de que el virus no vuelva a aumentar en la zona de, por ejemplo, nuestro pueblo, la casa de nuestros familiares que viven en otra provincia… Dudamos sobre si deberíamos hacer este plan o no será lo suficientemente seguro. Vivimos sin posibilidades de realizar planes futuros, y esto puede hacernos sentir tristes, o incluso desconectados. La COVID-19 nos está exponiendo día a día a la incertidumbre, y en nuestra naturaleza no está el convivir con la incapacidad de prever qué ocurrirá mañana. Somos mucho más eficaces construyendo planes que organicen nuestro futuro.
Las emociones que nos produce la incertidumbre
Como decíamos, el ser humano no lidia demasiado bien con la falta de certezas. El miedo a lo desconocido es uno de nuestros miedos más fundamentales. De hecho, la posibilidad de planificar, en un sentido evolutivo, ha sido uno de los grandes puntos fuertes del ser humano como especie. El no poder planificar hacia el futuro causa por lo tanto, mucho miedo.
Mientras sintamos ese miedo hacia el futuro, la imposibilidad de programar nuestros objetivos de los próximos meses, se podrán generar mayores cantidades de ansiedad en nosotros. Además, una ansiedad prolongada en el tiempo, en muchas ocasiones puede desencadenar en sensaciones de depresión, que se caracteriza por la pérdida de interés en las cosas, desesperanza y sensaciones de culpa e inutilidad.
Además, a estas sensaciones desagradables se puede unir la falta de situaciones que podrían ser reconfortantes, especialmente las importantes, y que generalmente nos alejan del miedo y la tristeza o desesperanza, como las celebraciones de bodas, cumpleaños, fiestas, graduaciones,… que este año han desaparecido y probablemente continúen sin existir.
¿Cómo manejo la incertidumbre?
Aunque la incertidumbre no ha de ser siempre algo malo, cuando nos toca afrontarla tal y como hemos comentado, ante una pandemia mundial con graves consecuencias para todos nosotros, es bueno buscar las estrategias que más nos funcionen.
Replantea
Es una herramienta psicológica que nos sirve para cambiar el enfoque de un problema y poder verlo desde diferentes ángulos. En un momento como el que estamos viviendo es sencillo centrarnos en los aspectos negativos de la situación, pero de cuando en cuando puede ser útil replantearnos la situación y encontrar que quizá estemos logrando conectar más con las personas que más queremos, así como recolocar nuestros valores, ya que estamos en contacto con sensaciones fundamentales como el miedo a la muerte (o muerte de personas cercanas).
Acepta
La terapia de aceptación y compromiso, una tipo de enfoque dentro de las terapias cognitivo conductuales, nos sugiere que en muchos ámbitos de la vida logremos aceptar las situaciones. Esto no implica resignarse, sino prestar atención al momento presente, aunque las sensaciones que experimentemos sean desagradables, sin juzgarlas. Aplicando esto a la pandemia de COVID-19, implicaría que, mientras seguimos las pautas para luchar contra el Coronavirus, también podemos permitir que nuestra mente viva agobiada mientras no podemos cambiar todas las cosas que no podemos cambiar.
Cambia lo básico
Quizá en la situación en la que nos encontramos no puede cambiar. La incertidumbre se va a mantener, pero entonces, ¿por qué no cambiamos lo que podamos de nuestro organismo para favorecer el afrontamiento contra la incertidumbre? Entre las herramientas sencillas (además de psicoterapia, o fármacos) que pueden servir para reducir el estrés hay varias. El ejercicio físico ha sido comprobado como atenuante de los síntomas de ansiedad en múltiples estudios científicos. La exposición a la naturaleza, también se ha demostrado como un mecanismo que mejora nuestra salud mental y mejora la función cerebral. Dormir se relaciona con una mejor salud mental, y durante los periodos de confinamiento estricto, ante una ruptura de rutinas, así como disminución de ejercicio o el teletrabajo pueden dar lugar a una peor calidad de sueño. Por último, la meditación como práctica puede ayudar a reducir los niveles de estrés generales y se asocia con mejoras en varios indicadores de ansiedad.
Así, si logramos en estos tiempos de incertidumbre, mantener la realización de ejercicio físico, contactar con la naturaleza, dormir lo mejor posible y meditar algo, posiblemente nos estemos armando contra las reacciones normales de ansiedad que se producen en el contexto en el que inevitablemente nos encontramos.
Re-enfoca
Replantearnos la situación en ocasiones se puede hacer un mecanismo algo escaso, pues a fin de cuentas, todos conocemos las cosas buenas y malas de la situación, y forzarnos a pensar también en las buenas puede resultar insuficiente. Si habitualmente has sido una persona centrada en proyectos de futuro, mejoras a medio plazo, o cambios relativamente frecuentes, puede que la falta de éstos esté minando totalmente tu motivación y tu capacidad de ponerte en marcha. Enfocar objetivos diferentes puede ser complicado pero no imposible. Lo importante es centrarte en proyectos a corto plazo, objetivos más pequeños y realizables en tu propia casa. Incluso así, es posible que se terminen por ver truncados y quizá debamos aprender a convivir también con esa frustración de planes que no se logran.
En estos momentos, sólo podemos asumir que un gran número de cosas están fuera de nuestro control, y convivir con ello hace que nos agotemos en muchos ámbitos. Siendo poco lo que podemos cambiar, aún así, tenemos control sobre algunas, pocas, cosas. Quizá, lo único que podamos hacer es elegir cómo reaccionar a las cosas que nos ocurren y salir de ellas lo menos heridos que podamos.
Podría decirse que
esta pandemia no sólo ha tenido un enorme impacto desde el punto de vista
médico y epidemiológico, sino también ha sido fundamental el afrontamiento
psicológico que se ha hecho de ella así como la influencia que ha tenido en
nuestros comportamientos psicosociales tanto individuales como a nivel
sociedad. Entonces… ¿qué tiene que
decirnos la Psicología Social al respecto?
Uno de los ámbitos
psicosociales donde creemos que el Covid-19 ha tenido bastante impacto ha sido
en las tendencias de comportamiento de
los individuos y la influencia de la presión de grupo: no son pocos los que
relatan el haberse sentido observados y/o juzgados por no llevar mascarilla en
entornos donde el grueso de la población suele usarla, por ejemplo. En esos
momentos, ¿el individuo tiende a adecuarse al conjunto y adoptar los mismas
conductas o prioriza lo que cree oportuno?
Los encuestados
relatan que por eso, y no por otros motivos (como las normas sanitarias)
finalmente cedieron a ponérsela ellos también…
En esos casos no es
que el individuo sea poco coherente con sus principios y se deje llevar por los
demás, sino que se trata de un patrón de
conducta universal en el que existen una serie de factores contextuales que
hacen que nos veamos arrastrados a ello. La incertidumbre (social), por
ejemplo, sería uno de ellos: cuando la situación resulta ambigua, compleja,
novedosa o sin normas claras de actuación, el individuo siente una tendencia
desmedida por aceptar el comportamiento mayoritario puesto que su juicio personal
se considera como poco competente o incluso incompetente al respecto.
Otras situaciones
que han servido de ejemplo son las aglomeraciones vividas en los supermercados
durante los primeros días de estado de alarma: ante el desconocimiento de qué estaba pasando y la incertidumbre de
cuándo volveríamos a la normalidad, o si el abastecimiento de alimentos estaría
asegurado a largo plazo, un determinado número de personas decidieron ir a
por víveres. Como era uno de los sitios a los que excepcionalmente se podía
acudir aún por entonces, allí que fueron las cámaras a grabar, y la
aglomeración de personas llevó a que muchas otras interpretaran como de extrema
urgencia el aprovisionarse. Se provocó
el «efecto llamada»,
derivando en imágenes como las que se observaron los primeros días de larguísimas colas y estantes vacíos en los
supermercados.
Lo mismo podría
decirse de nuevos aprendizajes con respecto a lo que sería nuestro día a día:
meter la ropa de la calle en bolsas y dejarlas en cuarentena, limpiar la suela
de nuestros zapatos al llegar a casa, etc… La transmisión a gran escala de la
información a través de los medios de comunicación ha hecho que se adopten esta
serie de conductas en nuestras vidas; sin embargo, ¿está probado científicamente que esas medidas funcionan o las
adoptamos por el mero hecho de sentirnos sin conocimientos ajustados al
respecto, y por tanto, poco competentes?.
Teorías sobre el conformismo social
Ya en 1952, el pionero en psicología social Solomon Asch,
demostró mediante una serie de experimentos sociales que ante situaciones ambiguas el ser humano tiende a observar su alrededor
y utilizar esa información contextual para llevar a cabo una toma de decisiones.
El resultado fruto de ello sería una tendencia
hacia el conformismo social, aunque eso dé lugar a pensamientos irracionales o
decisiones erróneas, hasta en un 30% de los casos.
Incluso, en
estudios sociológicos se encontró que en
este tipo de situaciones tendemos a ser más conservadores, no sólo con respecto
a la decisión tomada, sino también en referencia a las evaluaciones que hacemos
sobre los demás y con qué tipo de perfiles interpersonales nos sentimos más
identificados.
Aquellos
participantes más preocupados por la enfermedad prefirieron o dijeron que les
gustaban más las personas más «tradicionales», y tenían menos
probabilidad de sentir afinidad con las personas «creativas» o
«artísticas». Ante el riesgo
de contagio cualquier signo de pensamiento libre, incluso de invención e
innovación se valora menos, aparentemente
por la capacidad que tendrían estos individuos de actuar con menos probabilidad
conforme a las normas establecidas.
Sistema inmunológico conductual»
Mark Schaller acuñó
este término (behavioural immune system), para denominar al conjunto de respuestas psicológicas
inconscientes que actúan como una primera línea de defensa con el objetivo de
reducir nuestro contacto con posibles patógenos. Es decir, este sistema
inmune, en lugar de estar compuesto de anticuerpos, se compone de toda una
serie de conductas que nos harán estar menos expuestos a posibles fuentes de
enfermedad. ¿Alguna vez empezaste a encontrarte mal justo después de haber
ingerido algún alimento, que en principio estaba en buen estado, y rápidamente
se condicionó la aversión a ese alimento?
Ese aprendizaje, que aparece de manera inconsciente, podría considerarse un buen ejemplo del sistema inmune conductual.
El contacto y preferencias interpersonales que solemos
mostrar en estas situaciones, y que expusimos en el apartado de conformismo
social serían otro claro ejemplo no consciente de la presencia de este sistema
inmune conductual.
Según el escritor
científico especializado en el funcionamiento del cerebro, David Robson, «el miedo al contagio hace que
nuestros juicios morales se vuelvan más estrictos y las actitudes sexuales más
conservadoras».
Sin embargo, ante
los pronósticos de un posible rebrote que nos hiciera retroceder en las fases
de la nueva normalidad: ¿el ser humano
tiene verdaderamente actitudes más precavidas o tiende al refuerzo
cortoplacista de aprovechar el momento presente lo máximo posible aún a
expensas de que eso revierta negativamente a medio-largo plazo en un rebrote
más temprano y, por tanto, en un nuevo confinamiento?.
Que el «sistema inmunológico conductual» se
ponga en marcha o no dependerá principalmente de cuán vulnerable se perciba una
persona al contagio. De ahí que jóvenes (grupo de edad
en principio poco afectado por el Covid-19, tanto en prevalencia como en
gravedad de la enfermedad), así como aquellas personas que hayan manifestado
síntomas (a pesar de no haber generado anticuerpos), puedan llegar a tener
conductas más de riesgo, ya que interpretan
que no son una población de riesgo. Al no sentirse tan vulnerables a la
enfermedad su sistema inmune conductual actuará más sosegadamente.
Maneras de comportarse en grupo e tendencias en las interacciones
interpersonales
Una vez comienza el
desconfinamiento, y sabiendo que hay unas normas establecidas por las
autoridades para favorecer la seguridad y salud de la población, tendemos a
adoptar unos valores al respecto ¿Solemos
mantenernos en nuestra postura o posición cuando interactuamos con otros
individuos, o tendemos a ceder con respecto a lo que en un primer momento
pensábamos que eran unas líneas rojas que nunca cruzaríamos?
Ponte en situación;
llegamos a una quedada de amigos, nos encontramos por casualidad, acudimos a un
entorno donde habitualmente no solemos interaccionar con otros y surge el
dilema: existen unas medidas de
distanciamiento social, estamos férreamente convencidos de que vamos a
cumplirlas porque gracias a ellas vamos a evitar una tasa elevada de contagio
(incluso evitar contagiarnos nosotros mismos), pero llega el momento del
saludo… y ¿nos abrazamos como solíamos? ¿»codazo» es lo más adecuado?
¿Un simple hola con el metro y medio de seguridad?
Sobre ello versarán
distintos factores influyentes, uno de
ellos (si no el de más peso) será de nuevo la presión grupal: si no tenemos
una idea conformada previamente tendremos tendencia a manifestar la forma de
saludo que vemos en el prójimo.
Sin embargo, cuando tenemos una fuerte moral heterónoma
(regida por normas impuestas desde fuera) y
evaluamos como muy probable la posibilidad de que haya consecuencias punitivas
al respecto (seamos multados, por ejemplo) será más probable que sólo las respetemos cuando la autoridad esté
cerca; otras personas, un coche de policía, o incluso aquellos a los que
vamos a saludar podrían funcionar ahí como figuras de autoridad.
Por otro lado, cuando nos regimos por una moral autónoma,
es decir, conocemos que existen unas determinadas normas de seguridad, pero
sabemos en qué se basan, para qué sirven y hemos construido unas opiniones
individuales al respecto será más probable que las respetemos aún a pesar de
que no haya nadie presente que pudiera evaluarnos. En esos casos,
tenderíamos a respetar el distancianciamiento social, el uso de mascarillas,
etc no por miedo a contagiarnos, ni a ser castigados por la autoridad, sino
como convicción propia, civismo y
protección a los demás (y a uno mismo).
Por último, aquellas personas que han conseguido
conformarse unas ideas particulaes acerca de la situación actual, y tienen más
herramientas para poner límites de manera asertiva y sin sentirse mal por ello,
tendrán menos tendencia a ceder y adecuarse a lo que el otro está haciendo,
en contraposición a aquellos que no disponen de estos recursos y dependan más
de la evaluación social externa.
Tendencias de consumo y reevaluación de metas vitales: ¿Vivir en el
centro de macrociudades o priorizar espacios de calidad (balcones, terrazas,
vivir cerca de y en contacto con la naturaleza)?
El planeta llevaba
tiempo mandándonos mensajes de alarma sobre nuestras tendencias de consumo y
comportamientos egoístas con la naturaleza, y cómo éstos no iban a hacer la
situación sostenible durante mucho más tiempo. Con respecto a cómo ésta
pandemia ha podido influir en estilos de vida se ha observado, sobre todo en
las grandes ciudades, una tendencia “migratoria” de las grandes urbes a otras
más pequeñas o incluso a pueblos: la instauración del teletrabajo, el
incremento acelerado de los alquileres, y en el ámbito cognitivo, las expectativas de un posible rebrote que
nos hiciera confinarnos de nuevo, han detonado que no hayan sido pocos los que
han tomado decisiones con respecto a sus hábitos de consumo y estilos de vida;
salir de las grandes ciudades, priorizar casas más amplias aunque no tan
céntricas o tener como requisito luminosidad, balcón o terraza han sido algunos
de los ejemplos de ello.
Los aplausos de las 8
Lo que en principio
se originó como muestra de apoyo a los sanitarios terminó instaurándose como rutina social. ¿Y por qué? En situaciones en las que el ser humano lo
está pasando mal tiende a sentirse mejor y más comprendido no por sus seres
queridos, sino por aquellos individuos que están pasando por lo mismo. De
ventana a ventana, sentíamos que nuestro vecino del 1º, y el de arriba, y el
del bloque de al lado estaban en nuestra misma situación: confinados en casa.
Desde ahí empieza a construirse un
sentimiento de identidad grupal, y con ello la sensación de que todos
remamos en la misma dirección para salir de esta juntos.
Para más inri, esos
aplausos (o la falta de ellos, si se pisteaba que algún vecino era de los que
no salía a aplaudir) generaban una sensación de pertenencia a un grupo, el endogrupo, y se sacaban conclusiones
estereotipadas acerca de los valores y características de esos otros a los
que no se les veía en los balcones aplaudiendo. «¿Tú que eres de los que
aplaude o de los que no?», seguro que es una pregunta que has escuchado
mucho durante el confinamiento, y ya sólo con eso las personas se han sentido
parte de un grupo social, «los aplaudidores», frente al exogrupo.
Seguro que fruto de
esos momentos compartidos en comunidad han surgido nuevas relaciones vecinales
gratificantes, pero si a esas mismas personas les preguntarámos evaluarían con
una valencia diferente a los «no aplaudidores», pese a no conocerlos;
ahí están entrando en juego los estereotipos
que nos conformamos sobre el exogrupo, como forma de ahorro cognitivo en el
caso de no conocer una parcela de la sociedad.
El policía de balcón y los odiadores de niños: pensábamos que este
confinamiento iba a sacar lo mejor de nosotros ¡pero no!.
También se han despertado
sentimientos negativos, egoístas, individualistas. Y esto, ¿a qué se debe?
Primero de todo, aclarar que dependerá de multitud de factores, entre ellos
cuáles sean los valores interiorizados a lo largo de nuestra vida así como los
rasgos que conforman nuestra personalidad, y cómo ambos interactúan conformando
los esquemas nucleares a través de los cuáles interpretamos la información que
recibimos.
No obstante, cuando el ser humano se encuentra bajo
presión, en situaciones excepcionales, que nunca ha vivido antes, y en las
cuáles algunas de nuestras libertades se ven coartadas (en este caso la libre
disposición de nuestro tiempo y salir de casa), tiende a reivindicarse con la intención de salir de ese estado opresor
que le genera malestar. Como en este caso había (y hay) leyes y normas de
seguridad ciudadana de por medio, se genera una potente disonancia entre lo que
querrían y no pueden, pero otros sí que están haciendo (de momento). El sujeto
ahí se compara con aquellos que observa (desde su ventana), consideran que su comportamiento no es
adecuado, porque ellos mismos no pueden hacerlo, colocándose en una posición de
desventaja, y como resultado final intentan que haya unas medidas igualitarias
y todos las cumplan. En resumen, adoptan posturas totalitarias caracterizadas por una escasa empatía, ya que
si analizaran las situaciones bajo el prisma de ésta podrían llegar a percibir
que, cuánto menos, esos sujetos se merecen el beneficio de la duda de si se
están saltando las normas o no, y en segundo lugar, en estos casos es necesario actuar bajo la equidad, no la igualdad, ya
que algunos grupos poblacionales necesitarán regirse bajo normas adaptadas y
excepciones debido a su idiosincrasia vital (véase personas que iban por la
calle porque se dirigían a su puesto de trabajo que no puede ser telemático,
personas con necesidades especiales, prescripciones médicas, …).
En resumen: ¿Vamos a terminar siendo más
individualistas? ¿Menos sociables o socializadores? Al respecto tenemos un
amplio abanico de datos procedentes del ámbito de la Psicología Social tanto a
favor como en contra. Qué tendencia sea la predominante dependerá de las
características idiosincráticas de cada individuo, de las atribuciones que
haga en cada momento sobre las consecuencias que tendría la enfermedad para él
mismo y su entorno así como del contexto donde se den esos juicios de valor, siempre teniendo en cuenta que el individuo
funciona cualitativamente diferente de manera individual que bajo el prisma
grupal o en sociedad.
Algo sí podemos sacar en claro: la mayor parte
de la población ha descubierto que nuestros hogares pueden convertirse en
trinchera y somos capaces de gestionar nuestro tiempo libre con nosotros
mismos, a pesar de que somos animales sociales y necesitamos de los demás.
También que, a pesar de que somos animales sociales, la frase popularizada por
Hobbes, «el hombre es un lobo para
el hombre» es todo un hecho en estas situaciones donde una amenaza tal
(como puede ser una pandemia mundial) nos hace sentirnos vulnerables y luchar
por la supervivencia individual.
Esas tendencias
opuestas habrán de conocerse para ir modulando nuestros comportamientos sin
llegar a extremos que puedan generar malestar en los demás y en nosotros
mismos.
Escrito por: Maite Nieto Parejo
Fuentes:
Puedes contactar con nosotros en el 912208560 o 648260725
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