Como lidiar con la incertidumbre causada por el COVID-19

Desde que terminó el estado de alarma, todos estamos deseosos de que la normalidad vuelva, y es cierto que esta nueva normalidad, en gran parte, nos tiene anclados a la incertidumbre. Ya en pleno verano, pensamos en los planes que tuvimos que cancelar, o los que posiblemente querríamos realizar en estas fechas, lo que podemos hacer todos los años pero este, no. Festivales, conciertos, teatro, escapadas rápidas y con poca planificación… Por si fuera poco, vivimos a expensas de que el virus no vuelva a aumentar en la zona de, por ejemplo, nuestro pueblo, la casa de nuestros familiares que viven en otra provincia… Dudamos sobre si deberíamos hacer este plan o no será lo suficientemente seguro. Vivimos sin posibilidades de realizar planes futuros, y esto puede hacernos sentir tristes, o incluso desconectados. La COVID-19 nos está exponiendo día a día a la incertidumbre, y en nuestra naturaleza no está el convivir con la incapacidad de prever qué ocurrirá mañana. Somos mucho más eficaces construyendo planes que organicen nuestro futuro.

Francesco Ciccolella. Extraída de newscientist.com

Las emociones que nos produce la incertidumbre

Como decíamos, el ser humano no lidia demasiado bien con la falta de certezas. El miedo a lo desconocido es uno de nuestros miedos más fundamentales. De hecho, la posibilidad de planificar, en un sentido evolutivo, ha sido uno de los grandes puntos fuertes del ser humano como especie. El no poder planificar hacia el futuro causa por lo tanto, mucho miedo

Mientras sintamos ese miedo hacia el futuro, la imposibilidad de programar nuestros objetivos de los próximos meses, se podrán generar mayores cantidades de ansiedad en nosotros. Además, una ansiedad prolongada en el tiempo, en muchas ocasiones puede desencadenar en sensaciones de depresión, que se caracteriza por la pérdida de interés en las cosas, desesperanza y sensaciones de culpa e inutilidad. 

Además, a estas sensaciones desagradables se puede unir la falta de situaciones que podrían ser reconfortantes, especialmente las importantes, y que generalmente nos alejan del miedo y la tristeza o desesperanza, como las celebraciones de bodas, cumpleaños, fiestas, graduaciones,… que este año han desaparecido y probablemente continúen sin existir. 

¿Cómo manejo la incertidumbre?

Aunque la incertidumbre no ha de ser siempre algo malo, cuando nos toca afrontarla tal y como hemos comentado, ante una pandemia mundial con graves consecuencias para todos nosotros, es bueno buscar las estrategias que más nos funcionen. 

Replantea

Es una herramienta psicológica que nos sirve para cambiar el enfoque de un problema y poder verlo desde diferentes ángulos. En un momento como el que estamos viviendo es sencillo centrarnos en los aspectos negativos de la situación, pero de cuando en cuando puede ser útil replantearnos la situación y encontrar que quizá estemos logrando conectar más con las personas que más queremos, así como recolocar nuestros valores, ya que estamos en contacto con sensaciones fundamentales como el miedo a la muerte (o muerte de personas cercanas).

Acepta

La terapia de aceptación y compromiso, una tipo de enfoque dentro de las terapias cognitivo conductuales, nos sugiere que en muchos ámbitos de la vida logremos aceptar las situaciones. Esto no implica resignarse, sino prestar atención al momento presente, aunque las sensaciones que experimentemos sean desagradables, sin juzgarlas. Aplicando esto a la pandemia de COVID-19, implicaría que, mientras seguimos las pautas para luchar contra el Coronavirus, también podemos permitir que nuestra mente viva agobiada mientras no podemos cambiar todas las cosas que no podemos cambiar.

Cambia lo básico

Quizá en la situación en la que nos encontramos no puede cambiar. La incertidumbre se va a mantener, pero entonces, ¿por qué no cambiamos lo que podamos de nuestro organismo para favorecer el afrontamiento contra la incertidumbre? Entre las herramientas sencillas (además de psicoterapia, o fármacos) que pueden servir para reducir el estrés hay varias. El ejercicio físico ha sido comprobado como atenuante de los síntomas de ansiedad en múltiples estudios científicos. La exposición a la naturaleza, también se ha demostrado como un mecanismo que mejora nuestra salud mental y mejora la función cerebral. Dormir se relaciona con una mejor salud mental, y durante los periodos de confinamiento estricto, ante una ruptura de rutinas, así como disminución de ejercicio o el teletrabajo pueden dar lugar a una peor calidad de sueño. Por último, la meditación como práctica puede ayudar a reducir los niveles de estrés generales y se asocia con mejoras en varios indicadores de ansiedad.

Así, si logramos en estos tiempos de incertidumbre, mantener la realización de ejercicio físico, contactar con la naturaleza, dormir lo mejor posible y meditar algo, posiblemente nos estemos armando contra las reacciones normales de ansiedad que se producen en el contexto en el que inevitablemente nos encontramos.

Re-enfoca

Replantearnos la situación en ocasiones se puede hacer un mecanismo algo escaso, pues a fin de cuentas, todos conocemos las cosas buenas y malas de la situación, y forzarnos a pensar también en las buenas puede resultar insuficiente. Si habitualmente has sido una persona centrada en proyectos de futuro, mejoras a medio plazo, o cambios relativamente frecuentes, puede que la falta de éstos esté minando totalmente tu motivación y tu capacidad de ponerte en marcha. Enfocar objetivos diferentes puede ser complicado pero no imposible. Lo importante es centrarte en proyectos a corto plazo, objetivos más pequeños y realizables en tu propia casa. Incluso así, es posible que se terminen por ver truncados y quizá debamos aprender a convivir también con esa frustración de planes que no se logran. 

En estos momentos, sólo podemos asumir que un gran número de cosas están fuera de nuestro control, y convivir con ello hace que nos agotemos en muchos ámbitos. Siendo poco lo que podemos cambiar, aún así, tenemos control sobre algunas, pocas, cosas. Quizá, lo único que podamos hacer es elegir cómo reaccionar a las cosas que nos ocurren y salir de ellas lo menos heridos que podamos.

Fuentes: Psychology Today, cnbc.com 

Escrito por Lara Pacheco Cuevas

El ying y el yang de las emociones

 

Extraído de http://www.begonafernandez.com/quien-soy/
Extraído de http://www.begonafernandez.com/quien-soy/

Todos conocemos a alguien con un temperamento difícil, en la oficina, en el grupo de amigos, o en la comunidad de vecinos, siempre hay alguien a quien parece molestarle todo lo que escucha o se le dice, sea bueno o malo, extrayendo conclusiones negativas antes de valorar los hechos, y colocando cada situación de la vida bajo el prisma de la negatividad.

En la psicología sobre las emociones, los estudios de Russel y Lemay (2000) y Scherer (2001) inciden en la diferencia entre: el tono emocional de base, el proceso emocional, y el rasgo o tendencia emocional.

El primero sería el poso de nuestro temperamento emocional, la manera por la cual afrontamos la vida; es decir, teniendo en cuenta que las emociones son un proceso mental adaptativo hacia el medio ambiente y hacia nuestra vida interior, aquella de las emociones primarias (miedo, ira, felicidad, tristeza, asco, sorpresa) que gobierna de manera habitual nuestro proceso de asimilación de la información.

El proceso emocional es una herramienta adaptativa que permite al cuerpo estar preparado ante las situaciones que se presentan, activando los procesos fisiológicos y psicológicos necesarios para actuar ante un evento concreto (aumento del ritmo cardiaco ante una situación de peligro o liberando noradrenalina cuando nos embarga la ira).

Sin embargo, en ciertas situaciones continuadas de estrés, conflicto o ansiedad, se puede producir una tendencia al alza en favor de una emoción concreta, posibilitando un hábito recurrente al realizar nuestras atribuciones (las explicaciones que damos a los eventos que nos suceden), influenciados por una de las emociones primarias.

Una persona con un rasgo emocional centrado en la ira, se preocupará ante cada estímulo, creyendo que todo lo que le ocurre en la vida está, de alguna manera, en su contra, recordando especialmente aquellas situaciones que le produjeron frustración, y dejando pasar el resto de la información situacional que pudiera invitarle a pensar de manera distinta. De la misma forma, alguien cuyo rasgo emocional dominante fuera el miedo temerá las actitudes de cuantos le rodean, creyendo que toda intención persigue como fin último lastimarle, menospreciarle…

Estos rasgos pueden terminar siendo un mecanismo alejado del objetivo de las emociones (la adaptación al medio), ya que eliminan la capacidad del organismo para entender el entorno, las personas que le rodean y sus intenciones, su lenguaje no verbal y a veces incluso el verbal. Esto se da porque las experiencias con valencia negativa, es decir, las que producen malestar, son más duraderas en el tiempo, se pueden llegar a prolongar hasta los 110 minutos sin necesidad de nuevas interacciones negativas. Mientras que las experiencias positivas apenas alcanzan los 40 minutos de duración.

Como nuestro organismo tiene un fin hedónico, buscando el placer y trata de evitar o huir del dolor, una exposición continuada a factores de carácter negativo puede redundar en asociaciones continuadas (y a veces erróneas) de la realidad, provocando estados de ansiedad, de depresión o, en situaciones críticas, el efecto burnout, entre otros.

De esta manera, las distintas disciplinas psicológicas tratan de afrontar estos efectos por diferentes medios, siendo una parte fundamental la argumentativa. El paciente necesita saber que las fórmulas que se utilizan para construir la realidad son, a la par que subjetivas, producto de los hábitos, de manera que son susceptibles de cambio ya sea por medio de los métodos conductuales, psicoanalíticos, humanistas o cognitivos.

No hay que olvidar que buena parte de la valoración de nuestro entorno depende de la manera en que lo percibimos, de manera que las atribuciones que hagamos de él  definirán cómo lo percibimos. Así, en psicología social se estudia el tipo de carácter llamado selfhealing o auto-reparador, (Murphy, Michael; Donovan, Steven; Taylor, Eugene; 1997), cuya principal característica radica en una composición de la realidad fundamentada en el positivismo. Varios estudios demuestran que la felicidad como tono emocional base, y una valoración razonada de los sucesos que nos rodean como felices, reduce la frustración, los procesos automáticos de atribución (prejuzgar, miedo al cambio…) y mejoran el auto-concepto (cómo me veo a mi mismo).

Por otro lado, hipótesis actuales acerca de la inteligencia emocional, como las de Mayer, Caruso, Salovey (2000a y 2000b), hacen hincapié en la importancia que tiene para uno mismo el conocimiento de las propias emociones, de cómo nos afectan y de qué manera se pueden utilizar en nuestro beneficio. Estas capacidades otorgan al organismo herramientas para amoldarnos al entorno, no de manera automática, como suele ser habitual, sino de una manera consciente para obtener un mejor resultado, teniendo en cuenta las consecuencias de nuestros actos y actitudes en nuestra consecución de objetivos, y descubriendo con mayor precisión las emociones de quienes nos rodean.

A modo de conclusión, para poder disfrutar de una vida plena y satisfactoria, hay que trabajar en aquellos hábitos que nos ayuden a recuperar nuestro sistema emocional, recalibrarlo y adaptarnos al medio. Las emociones, por tanto, se convierten en una herramienta fundamental en la consecución de tal adaptación.

Escrito por Sara Reyero Serret

Referencias:

Russel y Lemay (2000). Concepts of emotion. M. Lewis & J. Haviland.

Scherer (2001). Appraisal processes in emotion: theory, methods, research. Oxford UP.

Murphy, Michael (2012). Behavioral and brain sciences.

Mayer, Caruso, Salovey (2000a y 2000b) Emotional intelligence meets traditional standards for an intelligence.