Cuando en el mes de marzo comenzó a hablarse de un virus desconocido que sufrían en China, no podíamos ni comenzar a imaginarnos lo que estaba por venir. Nadie esperábamos el tiempo que tendríamos que separarnos de nuestra vida. No éramos conscientes de lo que estábamos perdiendo. Si hubiera sido así, nos habríamos despedido. Nos habríamos despedido de nuestros compañeros de trabajo, de los del gimnasio, del camarero del bar de la esquina, de nuestras rutinas, del aire libre…de la vida que conocíamos.
¿Por qué decimos adiós?
Los seres humanos necesitamos poder despedirnos con palabras de las personas, de las situaciones, de las cosas… Es de alguna manera una necesidad de poner palabras a una emoción intensa, y como sucede con todas las emociones intensas, ponerle palabras hace que sean más manejables. Es por esto que necesitamos, ante algo tan importante como las pérdidas, que realmente exista esa sensación de haber cerrado una etapa, de terminar algo, para poder sentirnos algo más reconfortados. Las despedidas nos ayudan a pasar a una etapa diferente de nuestras vidas.
Hay incluso estudios que señalan que, cuando alguien va a estudiar al extranjero, haber tenido una despedida apropiada era facilitador de que la experiencia en el extranjero fuera provechosa y agradable.
¿Y si no decimos adiós?
Si no logramos despedirnos ante pérdidas que podamos sufrir, es posible que nuestras sensaciones hacia éstas sean de que no se han resuelto, que aún no hemos hecho efectiva la separación de lo que teníamos antes. Podemos quedarnos atrapados en un luto extraño en el que no se pueda dejar de pensar sobre lo que podría haber sido. Incluso, podemos mantener de una forma ya ineficaz sentimientos de rabia, confusión o culpa.
Incluso, más confuso aún, podemos experimentar una sensación de que en realidad no existió. Si una persona que conocemos desaparece sin despedirse, puede dar lugar a un sentimiento de extrañeza de la relación, causandonos una idea, que aunque reconocemos como falsa, no podemos evitar sentir que quizá esa relación nunca existió.
Las despedidas, sean más o menos formales, nos permiten dar sentido a las experiencias que hemos vivido y dejado de vivir. Si ya no están presentes, han de haber pasado por el proceso de despedida para que podamos continuar.
La inusual despedida que causa la COVID-19.
En marzo, cuando nuestra vida cambió en tantos sentidos para siempre, no hubo una fiesta con elementos que indicaban que no volveríamos al trabajo o a las clases tal y como las conocíamos. No le dimos un abrazo al camarero de siempre y le dijimos “ánimo, no sé cuándo nos veremos pero ha sido un placer tomar el café en tu bar.” En lugar de eso, nos encerramos en casa, sin poder tener contacto con nadie, sin saber cuánto tiempo estaríamos allí y cómo cambiarían nuestras vidas después. No pudimos decir adiós no sólo a un número importante de personas, sino a nuestros planes, expectativas, a lo que nos hacía sentir en paz, a la sensación de seguridad sobre nuestra propia salud… Hay tantas cosas que desaparecieron allí y tan pocas de las que hemos podido despedirnos adecuadamente…
De todas las pérdidas que hemos podido sufrir, una de las más significativas es la que ocurre si alguien ha fallecido durante el periodo de confinamiento. Ya escribimos una entrada en este blog sobre qué se puede hacer ante la pérdida de un ser querido en el confinamiento. Además los investigadores Burrel y Selman, publicaron en julio un artículo (Burrell & Selman, 2020) de revisión bibliográfica en el que recomiendan encarecidamente lograr llevar a cabo prácticas funerarias significativas en el caso de presentarse una pérdida de un ser querido. El hecho de que falten las prácticas funerarias ante un fallecimiento puede dificultar el proceso de duelo, deteriorar la salud mental y lograr una menor resiliencia tras el fallecimiento en cuestión. Se resalta en este artículo la importancia de llevar a cabo estos ritos funerarios de forma que sean útiles para las personas que han sufrido la pérdida para expresar las emociones negativas, así como un espacio de conexión significativa, aunque no pueda darse de forma habitual, o presencial.
De hecho, asociado a estas dificultades para llevar a cabo los rituales cotidianos y extraordinarios a causa de la pandemia, también podemos observar, como describe otro artículo publicado por Evan Imber-Black (2020), que las personas tendemos a reinventar las cosas que ya hacíamos antes. Leyendo este artículo se puede observar como hemos sido capaces, en muchas ocasiones, de crear un nuevo ámbito de ritos y celebraciones, con gran participación online, o con formas diferentes de expresar lo que se necesita en cumpleaños, bodas, graduaciones o funerales. Al lograr esto a pesar de las dificultades presentes por el COVID-19, logramos dar el significado habitual a los ritos de siempre con nuevas manifestaciones de los mismos.
Viendo esto, y sabiendo que la pandemia, por el momento, va a formar parte de nuestras vidas, posiblemente sea necesario que nos replanteemos lo que estamos dejando de hacer por el COVID. ¿Queremos dejar de celebrar los rituales de paso que siguen ocurriendo en nuestras vidas? Posiblemente lo que mejor podamos hacer es inventar, con un poco de creatividad, una nueva forma de expresar lo que estamos dejando pasar, decir adiós a la vida que teníamos antes, y continuar con nuestras vidas.
Fuentes:
Psychology Today.
Burrell, A., & Selman, L. E. (2020). How do Funeral Practices impact Bereaved Relatives’ Mental Health, Grief and Bereavement? A Mixed Methods Review with Implications for COVID-19. OMEGA-Journal of Death and Dying, 0030222820941296.
Imber‐Black, E. (2020). Rituals in the Time of COVID‐19: Imagination, Responsiveness, and the Human Spirit. Family Process, 59(3), 912-921.
En los últimos 10 días se
han ido implementando nuevas y más rigurosas medidas para controlar las
estratosféricas cifras de contagio que está generando la propagación del virus.
Algunas de estas medidas han derivado en que de nuevo algunas áreas de la
geografía española hayan visto cómo se restringe su movilidad, pero sin lugar
a dudas podríamos decir que donde más impacto están teniendo dichas medidas en
nuestra Comunidad Autónoma.
Parecía que ya habíamos olvidado por completo cuándo vivir era no vivir
fuera de casa (o apenas fuera de casa, sólo salir para acudir a contados sitios, y como
prioridad el lugar de trabajo). Y sin embargo, e intentando utilizar nuevas
expresiones como confinamiento “blando” como si de un tabú se tratara,
varios millones de personas de nuevo han de reconciliarse con el estar en casa
o en el radio inmediatamente próximo a su hogar para el discurrir de gran parte
de su día a día.
Lo difícil de esto: el volver a afrontar etapas que creíamos ya superadas, nuevos recortes de movilidad. Lo magnifica el hecho de que estén teniendo lugar por áreas, no de manera generalizada como ocurrió en Marzo. Todo ello, especialmente que sólo algunos términos poblacionales se estén viendo afectados por estas nuevas medidas, hacen que algunos colectivos se sientan “apartheizados”, lo cual podría derivar en situaciones de desventaja social, sentimientos de inferioridad, segregación e indefensión aprendida.
Por la cercanía de la puesta en vigor de estas nuevas medidas aún no se han
podido obtener datos empíricos ni conclusiones clínicas certeras de cómo esta
vuelta atrás puede afectar psicológicamente a los individuos, pero sí se pueden
prever gracias a ciertos patrones estudiados en los inicios de la pandemia y
durante el estado de alarma.
Ya en la primera oleada del Coronavirus se registró que en Wuhan, ciudad
china que se ha considerado epicentro de la pandemia, para abordar
adaptativamente la situación el 53% de la población necesitó atención
psicológica. Ante esto, y gracias a nuestra experiencia en la práctica clínica,
se anticipa que los problemas de salud mental van a sufrir de nuevo un
repunte siempre y cuando no se logre hacer un afrontamiento adaptativo ante
estos “confinamientos perimetrales”. Si bien es cierto que la mayor
parte serían cuadros leves que se solucionan mediante consultas puntuales
o, sabiendo de antemano cuáles son las herramientas a través de las cuáles
conseguir dichas respuestas adaptativas, objetivo que abordaremos en este post.
El confinamiento como tal es un factor de riesgo ante la aparición de
problemas psicológicos. Sin embargo, dicho riesgo aumentará exponencialmente
en determinados grupos poblacionales: personas que se encuentren solas o en
situaciones de aislamiento, con escasos recursos económicos o cognitivos, y con
escasa calidad de vida tenderán a sobrellevar estas nuevas medidas restrictivas
con mayor dificultad. También se ha registrado que aquellos que sean menos
capaces de mantener rutinas o actividades de ocio y tiempo libre que les haga
distraerse experimentan niveles de ansiedad más elevados durante períodos
de confinamiento.
Asimismo, personas con patologías mentales previas tienen más
probabilidad de que empeoren sus trastornos base o aparezca nueva
sintomatología relacionada con la ansiedad y el estado de ánimo primordialmente,
en algunos casos, pero en menor medida, también estrés postraumático. De
igual modo ocurriría en los casos que estén teniendo que elaborar un duelo
relacionado con el Covid-19, en los cuáles se ha registrado una notable
demanda de ayuda psicológica durante y después del confinamiento.
Y conforme a la población que epidemiológicamente con más frecuencia
experimenta cuadros ansiosos, se pronostica que las mujeres y los jóvenes
con altos niveles de ansiedad previos se verían más afectados por las
consecuencias de estos nuevos confinamientos.
De ello podemos extraer que la psicología tiene mucho que decir al
respecto, como herramienta de ayuda y como medio de afrontar mejor esta etapa
de incertidumbre. Intentar abordarlo con los recursos propios y si no acudir a
tiempo en busca de atención especializada en salud mental evitará que estados
ansioso-depresivos se cronifiquen en el tiempo.
HERRAMIENTAS PSICOLÓGICAS PARA AFRONTAR LOS NUEVOS CONFINAMIENTOS
Tal y como han manifestado algunos profesionales de la
Universidad de Deusto y de la Complutense de Madrid, la forma de asimilar esta
situación es diferente en función de la edad y la situación en la que nos
encontremos. Es decir, habrá tantos estilos de afrontamiento como
diferencias interindividuales nos caracterizan. Por tanto, a continuación
abordamos algunas estrategias psicológicas generales que pueden ayudar a paliar
los efectos perjudiciales de los nuevos confinamientos; algunas tendrán una
aplicabilidad mayor que otras según el caso particular.
Explicar las medidas de control antes incluso de
implantar restricciones de movilidad (o todo lo contrario, en el
desconfinamiento) sería una muy buena inversión en resultados positivos no
sólo a corto plazo, para conseguir disminuir el número de contagiados, sino
a medio y largo plazo, ante la posibilidad de llevar a cabo medidas más
rigurosas si fueren necesarias, y para conferir controlabilidad a la población
confinada.
El ser humano
interioriza más fácilmente nuevas normas cuando entiende el sentido de
implantarlas: conocer el porqué de esas decisiones y verlo como algo necesario
evitará que la población interprete esas medidas más estrictas como un atentado
hacia sus libertades. Unido a lo anterior, los individuos se sentirán un eslabón primordial en
la mejora de la situación; es decir, será más difícil que sujetos individuales
apelen a la difusión de la responsabilidad si como individuo sienten que tienen
un papel protagonista en la derrota del virus.
Por ejemplo,
continuamente se menciona en los medios de comunicación la falta de sentimiento
de responsabilidad que tiene la población joven en los contactos de riesgo y la
transmisión del virus. Es cierto que a corto plazo, con una probabilidad menor
de padecer la enfermedad en su formato más virulento, los jóvenes podrían
llegar a decidir que pasar el virus es “un mal menor” en contraposición de
todas aquellas experiencias que se están perdiendo a cambio (quedar con su
grupo de iguales, conocer a nuevas personas, aprovechar el tiempo y la juventud
a tope, etc…), y ¡ojo! que somos conscientes que estamos hablando de una parte
de los jóvenes y que a nivel general esta franja poblacional no se comporta
irresponsablemente. Explicar las consecuencias menos cortoplacistas haría
que muchos se plantearan según qué comportamientos. Si los órganos gestores
de esta pandemia consiguieran alianzarse con esa población joven exponiendo
los escenarios poco alentadores que a largo plazo podrían esperarse en el
plano económico, siendo ellos la principal población afectada por estar en edad
laboral, se conseguiría cambiar el enfoque de “medidas que coartan
libertades” por “medidas que van en su propio beneficio”.
Evita caer en la trampa de la difusión de la
responsabilidad: es cierto
que estatalmente se suelen proponer unas medidas disuasorias/punitivas
poco efectivas si la autoridad no está presente (véase el caso de las
multas). Por tanto, intenta encontrar un ejemplo de situación mediante
la cual podrías asumir la responsabilidad de que la realidad de la
pandemia sea un poco más benévola gracias a ti, comprométete con ello (y
contigo mismo) y refuérzate día a día por cumplir con el objetivo.
No habrá una solución
local sin una global, y a su vez todo eso no se producirá sin una
responsabilidad y compromiso individual.
Fomentar el sentimiento de colectividad, es decir, rodearse de sujetos
en las mismas circunstancias y reforzar la concepción de estar siendo
resilientes. Por el contrario, un modo de afrontamiento enfocado
bajo el prisma de la comparación continua y el sentimiento de
desfavorecimiento provocará una menor tasa de aceptación de la situación y
un abordaje menos efectivo ante unas medidas que ya están impuestas y
no por más oponerse a ellas va a mejorar la situación personal.
Eso no significa que emociones
del tipo enfado, incomprensión, miedo, pesimismo, hastío (y un largo
etcétera) no sean válidas, sino que un bloqueo en ellas harán que sean más
desadaptativos los comportamientos y los procesos anímicos en el día a
día.
Para ello el plantear
la situación como una solución de problemas, la ventilación emocional con
personas de confianza y recordar qué herramientas útiles se tienen ya
(fruto de la experiencia adquirida durante la primera oleada del virus) para
afrontar este tipo de escenarios marcarán la diferencia este el bienestar
psicológico y los estados de ánimo disfóricos.
Conectando
con el punto anterior subrayamos que nuestras emociones juegan un papel
fundamental: préstales atención y valídalas con frecuencia. Tener un
diario emocional o incluso dedicarles un ratito al día a través de la meditación
y el Mindfulness o conciencia plena evitará que el posible estrés
derivado de estar confinados vaya subiendo como la espuma hasta detonar en
cuadros agudos de ansiedad, como podrían ser los ataques de pánico.
Vigila al miedo de cerca… El miedo es una
respuesta innata a
situaciones desconocidas y que suponen cierta amenaza a nuestra integridad
y supervivencia, y nos prepara para protegernos y cuidarnos. Que aparezca
es adaptativo. Sin embargo, podríamos considerar que no se está
gestionando ajustadamente cuando alcanza niveles en los que nos genera
malestar e incluso llega a paralizarnos. Esos casos serían en los que
es necesario intervenir sobre ello. En esos momentos, la exposición
progresiva a la fuente generadora de miedo, ya sea en vivo o en
imaginación, será el modo de superarlo (versus la evitación del estímulo
temido). Unido a la anterior, será necesario gestionar los pensamientos
automáticos o negativos; técnicas como la distracción y relajación
también ayudarán.
Mantén a raya los pensamientos negativos o
recurrentes.
¿Cómo? Primero de todo detecta cuáles son y analiza con qué esquema
nuclear conectan; algunos de los más comunes suelen ser el miedo, la
anticipación, el acortamiento de futuro o los sentimientos de soledad. Busca
qué datos empíricos encuentras que los apoyen o, si por el contrario,
podrían irse reestructurando por otros más adaptativos, constructivos o
positivos.
Y por
último, permítete tolerar cierto grado de duda. Como escenario de
duración incierta que es, va a ser muy difícil tener toda la información
que nos haga tranquilizarnos, por tanto, asume poderte quedar con la duda
en ciertas ocasiones. Conforme vaya pasando el tiempo, y se vayan
viendo los resultadosepidemiológicos de estas medidas de
confinamiento, y paralelamente vaya habiendo avances científicos, podrás
abordar en presente los nuevos acontecimientos, con datos empíricos,
en lugar de rellenar información con datos imaginados ante la
incertidumbre y el desconocimiento, ya que cuando no tenemos evidencias
para explicar lo que está ocurriendo tendemos a hacerlo.
Poner especial atención a la
población infantojuvenil. Sobre todo antes de los 5-6 años, edad en la
que el cerebro no se ha desarrollado por completo y por tanto pueden
hacerse mucho más patente las carencias derivadas de esta etapa de
confinamiento y aislamiento social o experiencias de vida menos
enriquecedoras.
Crea o potencia redes sociales de apoyo de
cercanía: ahora
que va a tocar no moverse demasiado y hacer más vida en el barrio
podríamos empezar a usar ese concepto no sólo en el sentido explícito de
la palabra (como área geográfica), sino fomentar el crear el
sentimiento de pertenencia a un lugar, la ayuda mutua, el tener un núcleo
cercano (independientemente de si la familia vive allí o no) para que
en situaciones como éstas de nuevos confinamientos no se corten lazos,
haya nexos de apoyo y no se desencadenen situaciones de aislamiento
social que pueden llevar más fácilmente a experienciar esta realidad con
mucho malestar.
Encuentra el modo de convivir con este problema: fija hábitos saludables,
diseña una rutina, y vuelve a hacer del sitio en el que vives un hogar.
Controla variables como la organización y el orden, los ruidos, la temperatura, el descanso y alimentación, y los espacios propios (si convives) como modo de asegurar el bienestar, ahora que toca pasar más tiempo en casa.
No abandonarse ante la dificultad. Recuerda si fuiste de aquellos que salieron reforzados del primer confinamiento, y recupera todas aquellas medidas que en aquel momento funcionaron: hacer ejercicio físico, cuidar las relaciones interpersonales y estar en contacto con figuras de apoyo telemáticamente si no es posible en persona, dedicar tiempo a uno mismo así como atender a las actividades agradables un tiempo mínimo al día (se recomienda no menos de 30 minutos siempre que sea posible), etc…
Si por el contrario en
aquellos momentos las circunstancias no te lo facilitaron y costó más llevarlo
bien, ¡aún se está a tiempo! aprovecha para intentar poner en marcha todo lo
anteriormente expuesto, o pedir ayuda profesional si observas que por ti mismo
no está siendo posible.
La ansiedad es un mecanismo de defensa evolutivo, que se convierte en
perjudicial tanto física como psicológicamente cuando se mantiene en niveles
muy altos a lo largo del tiempo, pero que bien gestionada, es adaptativa en
la medida en la que pone gran parte de nuestros recursos cognitivos y somáticos
a disposición de un proceso de solución del problema que nos hará solventar las
dificultades a las que estemos sometidos, ya sean el Covid-19 o de la vida
en general.
Es decir, gestionando de forma consciente la carga ansiógena propia del
momento presente con herramientas como las propuestas en este blog
conseguiremos reforzar nuestras capacidades adaptativas ante futuras
situaciones de estrés.
En resumen, reconciliarnos con este tiempo extraño que estamos viviendo nos
servirá para aprender mecanismos de afrontamiento eficaces de cara a posibles
envites que puedan tener lugar a lo largo de toda nuestra vida.
La pandemia ha sacudido la vida personal y colectiva de
nuestra sociedad y de sus individuos, y aunque los más optimista quieran pensar en sus efectos
como algo temporal y con fecha de caducidad, sin duda son muchos los efectos
a corto y medio plazo para la sociedad, sus individuos y la manera de
relacionarse. Un punto de inflexión indiscutible, del que nos será difícil desprendernos
y del que todavía estamos en los albores de cuantificar su impacto. Por ello, son
muchas las investigaciones que han surgido para datar, explicar y/o predecir los
cambios a nivel interpersonal. Estas son las primeras conclusiones.
RELACIONES
ESTABLES Y TASA DE SEPARACIONES / DIVORCIOS
La mayoría de las parejas se han visto forzadas a convivir durante
24 horas siete días a la semana cuando antes pasaban unas pocas horas juntas, y donde la mayor parte del tiempo
la rutina, los niños o las tareas de casa comían el tiempo compartido. La casa,
además, ha dejado de considerarse un refugio para convertirse un lugar de
convivencia con los problemas, donde la ansiedad, el aislamiento, el desempleo,
los problemas económicos, la perdida de un ser querido o su consiguiente duelo se
han vuelto algo cotidiano. La pandemia ha traído una presión extra a muchas
parejas, que han visto como el tiempo juntos hacía aflorar conflictos que en
otro momento estaban contenidos o incluso se manejaban bien. Se registra
un aumento de un 30% de las consultas a abogados matrimonialistas y el
COVID ha sido, sin duda, el inicio para que relaciones que escondían sus
problemas “bajo la alfombra” y que la convivencia ha forzado a terminar. Pero
no todo son malas noticias. Efectivamente, muchas parejas han visto aumentar
su tiempo de calidad e intimidad, disfrutando de hacer actividades nuevas o
enterradas que el confinamiento ha posibilitado, y como detalle, también el
aumento de demandas de colchones, por lo que explica un pequeño “baby boom” en
muchas parejas donde la relación ha ido bien y se ha visto idónea esta
oportunidad para aumentar la familia.
INTERACCIONES
CON NUESTROS SERES QUERIDOS Y/O CERCANOS.
Según
un estudio realizado a lo largo de la pandemia, se han intensificado algunas
de nuestras relaciones (las llamadas “bonding”,de confianza y de alta
familiaridad, que han pasado a un contacto casi diario, y que suelen ser
características de relaciones con familiares muy cercanos y con amigos muy
cercanos) mientras que otro tipo de relaciones más marcadas por las reglas y
normas de la sociedad (las llamadas “bringing”, que podíamos tener con
compañeros de trabajo, familia extensa, algunas amistades no demasiado cercanas
o conocidos) han desaparecido o reducido drásticamente. De esta manera, se
ha fomentado la creación y relación con redes con alta confiabilidad, de
cooperación mutua y con la que compartimos un gran número de intereses y
afinidades (“bonding”), siendo el contacto con dichas redes casi diaria en el
confinamiento, y que contrasta con el contacto semanal de antes de la pandemia,
pero si bien se ha restringido ese tipo de relaciones a casi la mitad y sólo
con familiares cercanos y amistades muy
cercanas, reduciendo drásticamente las demás relaciones en el periodo de confinamiento
donde se han visto distanciadas o perdidas. De lo que se deduce algo lógico: el
periodo de confinamiento ha traído la disminución de nuestras redes en cantidad,
pero se ha intensificado la calidad y la confianza en nuestras redes de confianza.
Todo ello concluyendo desde un ámbito no presencial, y si telefónico o virtual,
y que parece mantenerse una vez se ha producido el proceso de desescalamiento y
vuelta a la normalidad.
FORMA
DE RELACIONARNOS
Diversos
estudios afirman como la pandemia ha provocado un aumento de la sensación de
amenaza, una mayor preocupación por el futuro o por nuestra salud. La
consecuencia más inmediata es un giro de nuestras ideas a concepciones más conservadores,
menos tolerantes a los demás (o a sus actitudes) y con una frecuencia a mostrar
desconfianza a los demás; con efectos claros en nuestras relaciones
significativas, ya sean amorosas, familiares o de amistad. A la vez, nos ha
vuelto más conformistas y con tendencia al cumplimiento de las normas y el
castigo de lo extravagante o comportamientos considerados “rebeldes”. Esta
sensación de desconfianza se experimenta e intensifica en lo referente a
los desconocidos, y por ello se registran una mayor tasa de actitudes
racistas o xenófobas, tal y como estamos comprobando estas semanas en los
medios de comunicación.
IMPACTO
DE LA SOLEDAD
Sin
duda, otro de los efectos claros de la pandemia ha sido el aumento de la soledad,
que antes de la pandemia ya estaba considerado uno de los problemas
fundamentales de salud pública, constituyendo una verdadera pandemia y que
fomenta mayores problemas de ansiedad y depresión en quienes la experimentan.
La soledad no sólo se refiere a estar “solo” en sí (y que no necesariamente es
negativo, pudiendo ser disfrutable para hacer tus propias actividades), sino
a la reacción emocional que se te despierta al estar solo, haciendo referencia
a un sentimiento personal caracterizado por el pensamiento de que nadie te entiende,
te sientes poco comprendido y con la sensación de ser incapaz de conectarte con
los demás. Es una respuesta emocional desagradable al aislamiento percibido
o la sensación de falta de relaciones sociales significativas; una especie de
dolor social, y que no es exclusivamente un sentimiento referido en poblaciones
mayores, sino que afecta a todos los estratos y con efectos dramáticos en los
más jovenes. En cifras actuales y recogidas en los tiempos de pandemia, las
cifran muestran como la Generación Millenials (nacidos entre 1981 y 1995) afirman
haberse sentido muy solos en un 34%, la Generación Z (nacidos entre 1997 y
2012) en un 27% o el 20% de la generación X (nacidos entre 1961 y 1981). Lo que
se deduce que la soledad se ve cómo algo amenazante, cosa que el confinamiento
ha intensificado y que ello explica el ansia por relacionarnos (incluso en
grandes grupos, siendo contraproducente en estos momentos) y las conductas tan
peligrosas y sin distancia provocadas en el todo el proceso de desescalamiento,
sobre todo, en población joven.
NUEVAS
RELACIONES
Paradójicamente
a lo que podría pensarse por la “máxima de distancia social” generalizada desde
que empezó la pandemia, las webs y sitios de citas on-line refieren un
importante incremento de nuevos usuarios y uso de sus servicios. Sin
embargo, sí se registra un cambio en el comportamiento de flirteo, alargando
el tiempo en el que se produce el primer encuentro y alargando el contacto
virtual, una mejora en el establecimiento de prioridades y metas claras (no
nos vale cualquier persona en estos momentos, sino alguien que merece la pena,
por lo que hay una mayor profundización antes de producirse la primera cita) y
con una tendencia mayor a la exposición personal e íntima, compartiendo no solo
aspectos físicos o más superficiales sino también afinidades, gustos, valores o preocupaciones, con un
aumento de la intimidad y que entraría en consonancia con lo encontrado en
las relaciones de tipo “bonding”.
SOCIALIZACIÓN
EN EL PUESTO DE TRABAJO
Las
nuevas medidas de distanciamiento van a cambiar las llamadas “relaciones
informales” en el ámbito organizacional, que surgen en los trabajos cuando no
hay normas formales que las regulen, y que tienen que ver con los tiempos de
descanso y esparcimiento en todo centro de estudios y de trabajo. Por ello, se
prevé una disminución en las conductas de desconexión, y a pesar de los
esfuerzos de las empresas por aclimatar y gestionar los espacios, se prima en
estos momentos la seguridad y confiabilidad del lugar de trabajo por encima de
la posibilidad de relacionarnos. Ni se permitirán oficinas abarrotadas, ni
reuniones grandes de equipo, y en algunas oficinas se optará por inhabilitar
las zonas comunes, foco de contagio o de relajación de las normas de distancia
social, con la consiguiente disminución de interacciones con los compañeros y
una mayor probabilidad de centrar nuestra jornada en realización de las tareas,
cosa que si no se gestiona bien, y con el aumento de vigilancia acaecido en esta
etapa, puede formalizar trabajadores con mayor tasa de agotamiento o sensación
de burn out. Esto, lógicamente, se verá secundando en ambientes donde la presencialidad
sea la norma, pudiendo relajar o facilitarse estas “redes informales”, si se
promueven los virtuales, también desde las propias empresas.
En
resumen, la panorámica relacional es compleja y tendrá que ir adaptándose a
esta realidad cambiante y con grandes interrogantes, y que como sociedad
deberemos ir asumiendo. Lo más importante quizás es que esta etapa de
distanciamiento no parece inhibir nuestra necesidad de relacionarnos, y
sí la creatividad para mantenerlas y hacerlas más cercanas y duraderas, y por los
efectos beneficiosos para nuestra salud que desde el ámbito individual y
organizacional podemos promover.
Escrito
por David Blanco Castañeda.
Fuentes
Consultadas: El Confidencial, El País, Psychology Today, Psych Central, Ethic,
Ibercampus.es, El Diario.es, El Mundo, La Vanguardia, Universidad de Barcelona.
Desde que terminó el estado de alarma, todos estamos deseosos de que la normalidad vuelva, y es cierto que esta nueva normalidad, en gran parte, nos tiene anclados a la incertidumbre. Ya en pleno verano, pensamos en los planes que tuvimos que cancelar, o los que posiblemente querríamos realizar en estas fechas, lo que podemos hacer todos los años pero este, no. Festivales, conciertos, teatro, escapadas rápidas y con poca planificación… Por si fuera poco, vivimos a expensas de que el virus no vuelva a aumentar en la zona de, por ejemplo, nuestro pueblo, la casa de nuestros familiares que viven en otra provincia… Dudamos sobre si deberíamos hacer este plan o no será lo suficientemente seguro. Vivimos sin posibilidades de realizar planes futuros, y esto puede hacernos sentir tristes, o incluso desconectados. La COVID-19 nos está exponiendo día a día a la incertidumbre, y en nuestra naturaleza no está el convivir con la incapacidad de prever qué ocurrirá mañana. Somos mucho más eficaces construyendo planes que organicen nuestro futuro.
Las emociones que nos produce la incertidumbre
Como decíamos, el ser humano no lidia demasiado bien con la falta de certezas. El miedo a lo desconocido es uno de nuestros miedos más fundamentales. De hecho, la posibilidad de planificar, en un sentido evolutivo, ha sido uno de los grandes puntos fuertes del ser humano como especie. El no poder planificar hacia el futuro causa por lo tanto, mucho miedo.
Mientras sintamos ese miedo hacia el futuro, la imposibilidad de programar nuestros objetivos de los próximos meses, se podrán generar mayores cantidades de ansiedad en nosotros. Además, una ansiedad prolongada en el tiempo, en muchas ocasiones puede desencadenar en sensaciones de depresión, que se caracteriza por la pérdida de interés en las cosas, desesperanza y sensaciones de culpa e inutilidad.
Además, a estas sensaciones desagradables se puede unir la falta de situaciones que podrían ser reconfortantes, especialmente las importantes, y que generalmente nos alejan del miedo y la tristeza o desesperanza, como las celebraciones de bodas, cumpleaños, fiestas, graduaciones,… que este año han desaparecido y probablemente continúen sin existir.
¿Cómo manejo la incertidumbre?
Aunque la incertidumbre no ha de ser siempre algo malo, cuando nos toca afrontarla tal y como hemos comentado, ante una pandemia mundial con graves consecuencias para todos nosotros, es bueno buscar las estrategias que más nos funcionen.
Replantea
Es una herramienta psicológica que nos sirve para cambiar el enfoque de un problema y poder verlo desde diferentes ángulos. En un momento como el que estamos viviendo es sencillo centrarnos en los aspectos negativos de la situación, pero de cuando en cuando puede ser útil replantearnos la situación y encontrar que quizá estemos logrando conectar más con las personas que más queremos, así como recolocar nuestros valores, ya que estamos en contacto con sensaciones fundamentales como el miedo a la muerte (o muerte de personas cercanas).
Acepta
La terapia de aceptación y compromiso, una tipo de enfoque dentro de las terapias cognitivo conductuales, nos sugiere que en muchos ámbitos de la vida logremos aceptar las situaciones. Esto no implica resignarse, sino prestar atención al momento presente, aunque las sensaciones que experimentemos sean desagradables, sin juzgarlas. Aplicando esto a la pandemia de COVID-19, implicaría que, mientras seguimos las pautas para luchar contra el Coronavirus, también podemos permitir que nuestra mente viva agobiada mientras no podemos cambiar todas las cosas que no podemos cambiar.
Cambia lo básico
Quizá en la situación en la que nos encontramos no puede cambiar. La incertidumbre se va a mantener, pero entonces, ¿por qué no cambiamos lo que podamos de nuestro organismo para favorecer el afrontamiento contra la incertidumbre? Entre las herramientas sencillas (además de psicoterapia, o fármacos) que pueden servir para reducir el estrés hay varias. El ejercicio físico ha sido comprobado como atenuante de los síntomas de ansiedad en múltiples estudios científicos. La exposición a la naturaleza, también se ha demostrado como un mecanismo que mejora nuestra salud mental y mejora la función cerebral. Dormir se relaciona con una mejor salud mental, y durante los periodos de confinamiento estricto, ante una ruptura de rutinas, así como disminución de ejercicio o el teletrabajo pueden dar lugar a una peor calidad de sueño. Por último, la meditación como práctica puede ayudar a reducir los niveles de estrés generales y se asocia con mejoras en varios indicadores de ansiedad.
Así, si logramos en estos tiempos de incertidumbre, mantener la realización de ejercicio físico, contactar con la naturaleza, dormir lo mejor posible y meditar algo, posiblemente nos estemos armando contra las reacciones normales de ansiedad que se producen en el contexto en el que inevitablemente nos encontramos.
Re-enfoca
Replantearnos la situación en ocasiones se puede hacer un mecanismo algo escaso, pues a fin de cuentas, todos conocemos las cosas buenas y malas de la situación, y forzarnos a pensar también en las buenas puede resultar insuficiente. Si habitualmente has sido una persona centrada en proyectos de futuro, mejoras a medio plazo, o cambios relativamente frecuentes, puede que la falta de éstos esté minando totalmente tu motivación y tu capacidad de ponerte en marcha. Enfocar objetivos diferentes puede ser complicado pero no imposible. Lo importante es centrarte en proyectos a corto plazo, objetivos más pequeños y realizables en tu propia casa. Incluso así, es posible que se terminen por ver truncados y quizá debamos aprender a convivir también con esa frustración de planes que no se logran.
En estos momentos, sólo podemos asumir que un gran número de cosas están fuera de nuestro control, y convivir con ello hace que nos agotemos en muchos ámbitos. Siendo poco lo que podemos cambiar, aún así, tenemos control sobre algunas, pocas, cosas. Quizá, lo único que podamos hacer es elegir cómo reaccionar a las cosas que nos ocurren y salir de ellas lo menos heridos que podamos.
El confinamiento es, ha sido y será una de las experiencias más devastadoras, significativas e importantes que hemos vivido en mucho tiempo, algunos en su vida entera. Estar confinados en nuestras casas, con la obligación de conciliar en un espacio en muchos casos muchos aspectos de nuestra vida (laboral, personal y relacional) y tan abruptamente, ha supuesto un cambio radical de nuestras costumbres y nuestra manera de vivir.La pareja, sin duda, está siendo una de las grandes afectadas en todo esto, pues es la estructura (cuando vivimos en una) que sujeta nuestra rutina y la que nos posibilita, con su organización, reglas y funcionamiento, el equilibrio en la mayoría de aspectos de nuestra vida.
Todo ello por lo urgente,
abrupto y precipitado de la situación de confinamiento, donde apenas se nos ha
dejado un tiempo de reacción y planificación en los cambios que eran necesarios
en nuestras vidas, y por la incertidumbre y escasa preparación para afrontar a
una situación de tamaña magnitud. Muchas veces, las decisiones
de nuestra rutina se han hecho sobre la marcha, y si ya había problemas previos,
la situación de pandemia y consecuente confinamiento solamente acentúa y en
muchos casos cronifica los problemas ya existentes.
Sin embargo, está crisis
y convivencia forzada no ha afectado a todas las parejas por igual.
Efectivamente, las más vulnerables a sufrir un periodo de tensión añadido
son básicamente tres: a) las que ya arrastraban problemas previos al
confinamiento (ansiedad, depresión, problemas de pareja, maltrato, infidelidad o desigual reparto de las tareas y
funciones de la casa), b) las parejas que pasaban menos tiempo de
convivencia juntos (y con menos costumbre a convivir, por horarios
laborales, responsabilidades o que la dinámica de la relación se había caracterizado
por multitud de actividades separadas) c) o en las que se este periodo se
hayan registrado muchas situaciones dolorosas (muertes de personas
cercanas, perdida de trabajo y de ingresos económicos, o enfermedad misma de
uno de los dos miembros). En estas situaciones, el confinamiento se ha
convertido en un caldo de cultivo por la alta probabilidad de aparición de malentendidos,
roces y discusiones por las horas que pasamos juntos. Invertir tiempo en la
pareja, tanto para pasar tiempo con ella como para re-aprender a solucionar
conflictos, puede ser muy buena idea, pero no todos estamos predispuestos a
dejar un hueco a hábitos y acciones que implican un posible coste a priori, y
más cuando estamos pasando algo tan difícil como la cuarentena en sí. Aquí,
la fiesta está servida.
Por otro, se ha registrado un aumento importante en el uso de las redes sociales y aplicaciones que facilitan la posibilidad de realizar una infidelidad (virtual, en este caso). En estos momentos, las infidelidades emocionales son más probables (en las que nos apoyamos y realizamos comportamientos de implicación emocional con otra persona). Los expertos a este respecto son claros, ante la disminución de acceso a nuestros amigos y familiares y la reducción drástica de actividades fuera de casa, para muchas personas fijarse en alguien externo supone un alivio y un escape a la situación de tensión que estamos viviendo, y ante la imposibilidad de conseguirlo de nuestra pareja, relaciones cercanas o actividades alternativas, se centran en estos contextos, con el previsible reforzamiento que se experimenta en las primeras fases de flirteo y seducción.
A pesar del escenario dibujado
en estos tiempos de desescalada, donde la convivencia (tensa) obligada también será
parte de nuestra rutina diaria, podemos tener en cuenta algunos aspectos que
pueden ayudar a afrontar los conflictos, si la opción de la separación
todavía no se considera la opción definitiva.
Tiempo de largas conversaciones. En toda crisis y confrontación, no nos queda otra que acercarnos al otro y hablar. Después de esa primera confrontación. Con la idea de que serán necesarias varias conversaciones. Intentando mantener una atmósfera de cordialidad, en un espacio de tranquilidad y que nos fuerce a ver y escuchar al otro, sin distracciones y con tiempo suficiente para tratar los temas calientes y de conflicto. Por supuesto, evitando los móviles y redes sociales a mano, para asegurarnos la recepción adecuada del mensaje y en la interpretación correcta de las intenciones del otro.
Respeto de espacios. Es importante la creación de espacios donde cada uno pueda hacer sus actividades, como relajarse o hacer actividades solo. El confinamiento nos ha obligado a “reconquistar” nuestra propia casa, y establecer los sitios y los periodos de cuando vamos a hacer uso de ellos es uno de los grandes retos del confinamiento.
Equilibrio de espacio para uno mismo versus con el otro. No sólo de solucionar los problemas vive una pareja, y en efecto, cultivar e invertir en tiempo de distracción, esparcimiento y calma puede ser un buen inicio para acostumbrarse, también, a firmar tiempos de tregua y disfrutar de la tranquilidad. Como el otro es en realidad nuestro compañero de cuarentena, incluirle en las actividades que hacemos, aunque sea una sola, puede ayudarnos a tolerarnos y no ver ese tiempo compartido como un castigo, sino como un acompañamiento gratificante e inesperado.
Aceptar la situación de confinamiento y ajustar las expectativas que podemos pedir a la pareja. Ambos miembros han estado sujetos a una situación inusual, extraordinaria y con grandes limitaciones (aún) a la vida que teníamos antes, como para que sólo consideremos al otro como un enemigo. Apelar a la empatía y al hecho de que vivís la misma situación y estáis en el mismo barco, puede ayudarnos a notar al otro como un apoyo.
Haciendo énfasis más en la forma de discutir que en la la frecuencia de las discusiones. En toda pareja de larga duración, las discusiones son algo inevitables, por lo que cuidar ese “cómo” ayuda a aliviar la tensión. Haciendo referencia siempre a la conducta y a nuestros sentimientos, utilizando un lenguaje conciliador y poco violento, con cesiones de turno y siendo conscientes de que en una discusión es tan importante hablar como escuchar. Es la única manera de entender y no malinterpretar. Y parar siempre cuando empecemos a notar en la pareja un comportamiento de “escalada” y de reproche. Siempre se puede retomar en otro momento.
Apelando a que el confinamiento puede ser una oportunidad para reencontrarnos, haciendo énfasis no sólo al compromiso, sino a lo que echamos de menos del otro o lo que querríamos experimentar. Y que nos toca compartir porque todavía nos queda tiempo de convivencia.
Valorar esta situación como una oportunidad para el reencuentro. Toda crisis es en realidad la repetición de una dinámica relacional e interpersonal que ha dejado de funcionar, y que esto puede ser una oportunidad para mejorar nuestra comunicación, nuestro tiempo conjunto, donde ser fiel es una elección diaria hacia la pareja, y que nos va a permitir conocernos y unirnos más, puede ayudar a ver los conflictos como pasos necesarios a una mejora en la relación.
Acordar decisiones, reglas y tiempos conjuntamente. Si al final se opta por la separación / divorcio, lo mejor es acordar juntos los tiempos concretos para las acciones y las decisiones que han de seguirse. Tanto las relacionadas de la pareja (si dejamos de dormir juntos, cuando empezamos a hablar con representantes legales, cuando se lo decimos a nuestros contactos), aplazando las que no se pueden hacer ahora mismo por cuestiones operativas, y acordando un tiempo de “tregua”, donde se decidan qué discusiones merecen la pena y cuáles son irresolubles y es mejor no tocar, porque la discusión no añadiría nada bueno (ni nuevo) a la situación. Con el objetivo de garantizar una convivencia civilizada y sin agresión si no hay opción de vivir por separado.
De cualquier forma, lo que se demuestra, como casi todos los eventos que hemos tenido que vivir en estos tres meses de confinamiento, es el enorme reto y la adaptación de todos nosotros a intentar sobrevivir, sobrellevar y gestionar nuestra vida en el confinamiento, y es una oportunidad importante tanto para mejorar y afrontar nuestros problemas como pareja, como aceptar la ruptura cuando ésta es el siguiente paso.
Escrito por David
Blanco Castañeda
Fuentes: Hufftington
Post, Heraldo.es, El Confidencial, Psychology Today, Psych Central, El País, El
Mundo.
Los confinamientos necesarios en caso de enfermedades infecciosas como la actual COVID-19, tienen consecuencias sobre la salud, no solo física, sino también a nivel psicólogo.
Las diferentes respuestas psicológicas, y los apoyos recibidos pueden dar lugar a una afectación sobre el bienestar psicológico muy importante tanto a nivel individual como en la comunidad que ha de mantenerse recluida.
Los primeros estudios publicados sobre la población en España, indican que la población muestra niveles elevados de sintomatología ansiosa (32,4%), depresiva (44,1%) o de estrés (37%).
El tipo de persona que tiene más peligro de sufrir un gran estrés psicológico tras el confinamiento, tiene un perfil curiosamente opuesto al que sufre la enfermedad. Las mujeres jóvenes son las que más posibilidad tienen de presentar sintomatología de ansiedad, depresión y estrés. Por otra parte, es importante considerar otros factores que ponen a la persona que se encuentra confinada en riesgo de sufrimiento psicológico. Personas que han tenido algún síntoma del COVID-19, que tenían problemas psicológicos previos, que tomen medicación y que en el plano social, sus relaciones hayan empeorado, ya sea en casa o con otras personas.
Ya que sabemos que esto ocurre, lo ideal sería plantear mecanismos de afrontamiento que se conoce que pueden hacer que se reduzca el bienestar psicológico, especialmente, observando qué le ha servido a las personas que han tenido que ser confinadas anteriormente.
En este sentido, se publica una revisión de los artículos científicos para resumir las estrategias que dan lugar a menos síntomas de malestar psicológico. Sobre lo que ocurre después del confinamiento, no podemos decir claramente su sea aplicable a este, ya que la situación actual es totalmente novedosa, pero sí podemos decir que en otras situaciones parecidas, al cabo de dos meses los pensamientos negativos, de tristeza y la preocupación sobre el virus se reducen significativamente, especialmente según son personas de más edad.
Centrándonos en lo que sirve para que el malestar en estas situaciones no sea elevado a lo largo del tiempo, tras el periodo de confinamiento, podemos especificar cuatro estrategias de afrontamiento útiles observadas en los diferentes estudios: la resolución de problemas, la búsqueda de apoyo social, la negación, evitación o distracción y las evaluaciones positivas.
Resolución de problemas
Una forma de afrontar la crisis que supone la restricción de la libertad debido a una enfermedad infecciosa es el realizar acciones dirigidas a la propia salud. Este tipo de estrategias son fundamentales, pero han de realizarse de forma ajustada, no excesiva. Tienen que ver con las medidas de seguridad como limpieza, auto-aislamiento, o incluso el mantenerse informado sobre la crisis del COVID-19. Además, el cuidado de otros, también se incluiría en las estrategias de resolución de problemas.
Apoyo social
En este sentido, podríamos referirnos a recibir apoyo social de una forma extensa. Puede ser a través de grupos de apoyo mutuo, de pacientes o supervivientes, la percepción de apoyo por parte de los profesionales de la salud, incluso refugiarse en una comunidad religiosa.
Negación o distracción
En un caso como el de salir de un periodo de confinamiento, que tiende a ser especialmente incontrolable, son muchas las personas que llevan a cabo acciones para distraerse de la situación, ya sean acciones externas como evitación mental. Desde rechazar un diagnóstico de la enfermedad, sentirse embotado, negar la magnitud de la vivencia y, en muchas ocasiones, acciones medianamente compulsivas sobre temas ajenos a la enfermedad. Buscar trabajo, emprender acciones para cambiar de casa o preocuparse mucho por temas menores en el trabajo.
Apreciaciones en positivo
Tras un periodo que puede ser medianamente traumático, se puede dar en ocasiones lo que llamamos crecimiento post-traumático, que en ningún caso ha de ser forzado, pero que puede dar lugar a valoraciones positivas de una vivencia negativa. Aprendizajes que se han podido realizar a través de esta vivencia, posibilidad de métodos de prevención personal o acciones relacionadas con un control personal de la situación (locus de control interno) llevan a una mejor capacidad de afrontamiento tras la crisis y a mecanismos de afrontamiento activos.
Factores demográficos, estrés psicológico y percepción del riesgo
Los factores que harán que aparezca un mayor estrés psicológico después del periodo de confinamiento serán el hecho de ser personal sanitario, tener una enfermedad crónica o haber perdido a algún familiar durante el mismo. Un factor que parece importante es la edad, pero en este sentido, puede ser tanto en las personas de mucha edad como personas más jóvenes, parecen ser los más vulnerables a sufrir estrés psicológico. Las personas de mayor nivel educativo, parecen ser los más protegidos contra emociones negativas.
Las variables sobre percepción del riesgo dan lugar a un mayor estrés psicológico. Lo que causa más preocupación en primer lugar no es en el hecho de contagiarse, sino los confinamientos recurrentes. Después el que se vuelva a producir una expansión del virus, el contagio y la salud de la familia.
Lo que hace que variables relacionadas con el sufrimiento psicológico, ansiedad, depresión o salud mental general puedan ocurrir con más probabilidad tiene que ver en gran parte con la percepción del impacto de la epidemia, el nivel de amenaza, del control sobre el virus y de la percepción de la propia capacidad de afrontamiento. El afrontamiento activo, así como la búsqueda de apoyo social ante las diferentes preocupaciones causadas por la pandemia ayuda a tener un mayor bienestar psicológico.
Conocer el perfil de la persona con riesgo en España durante el confinamiento para minimizar el daño causado por la COVID-19, así como apoyarnos en los datos disponibles sobre el bienestar psicológico tras los periodos de confinamiento en otros momentos históricos pueden ayudarnos a orientar los abordajes necesarios en el apoyo psicológico que se pueda dar de ahora en adelante a las personas que puedan sufrir estos efectos.
Escrito por Lara Pacheco Cuevas
Fuentes:
Odriozola-González, P., Planchuelo-Gómez, Á., Irurtia-Muñiz, M. J., & de Luis-García, R. (2020). Psychological symptoms of the outbreak of the COVID-19 crisis and confinement in the population of Spain. Chew, Q. H., Wei, K. C., Vasoo, S., Chua, H. C., & Sim, K. (2020). Narrative synthesis of psychological and coping responses towards emerging infectious disease outbreaks in the general population: practical considerations for the COVID-19 pandemic. Singapore medical journal.
Desde el principio del levantamiento de este estado de alarma que estamos
viviendo ha estado servido el debate «¿niños a la calle sí, niños a la
calle no?».
Lo que nos decían los datos epidemiológicos con respecto a cómo la
enfermedad del Covid-19 se manifiesta en la población infantil, con poca
sintomatología o incluso asintomáticos (lo que la convertía en potencial
portadora del virus), alentaba a seguir en dicho debate una postura más
conservadora a pesar de la preocupación constante de cómo este escenario de
encerramiento podría afectar a los más pequeños de la casa.
Los expertos en infancia señalan que España es el país europeo más
estricto respecto a las medidas adoptadas de cara a la población infantil,
a diferencia de otros países con niveles altos de contagio como Italia y
Francia.
La verdad, y pese a las expectativas negativas que se conformaban en
cada adulto que estaba al cuidado de un menor, los niños han sido tal vez de
los grupos poblacionales que mejor han llevado este confinamiento. Si bien
es cierto que tras una cuarentena, ¡y nunca mejor dicho, porque ya pasan los
cuarenta días!, sin poder salir a espacios abiertos y observando cómo algunos
sectores volvían a la «normalidad» (véase aquellos trabajadores no de
primera necesidad que recientemente han visto cómo las restricciones se
levantaban pudiendo volver a sus puestos de trabajos, lo cual puede serle de
difícil entendimiento a los pequeños), a medida que han ido avanzando los
días el confinamiento se ha ido haciendo cuesta arriba en la mayor parte de
hogares españoles con niños.
Esta medida que entra en vigor el 26 de abril va a llegar «como agua
de mayo», aunque cierto es que ha aterrizado no sin debate, generando confusión e incertidumbre.
Ojipláticos quedaban los progenitores cuando en un primer momento se
anunció que la desescalada para los menores no tendría lugar en espacios
abiertos, en la naturaleza, dando pequeños paseos, sino que se permitiría que
los menores acompañasen a adultos a aquellos lugares a los que bajo el estado
de alarma sí está permitido ir (supermercados y farmacias, básicamente), focos
principales de riesgo de contagio por la frecuencia de paso de la población.
Solventado este contratiempo, y una vez producida esta rectificación pocas
horas después del primer comunicado de acompañar a los adultos a recados por
paseos y salir a jugar a la calle, siempre y cuando se respete el
distanciamiento social, desde Cenit Psicólogos nos hemos propuesto abordar
este tema aportando información ajustada y una serie de pautas para que las
salidas del hogar con niños se conviertan en fuente de bienestar en lugar de
una causa más de estrés a la que los padres tienen que enfrentarse.
Más de 40 días en casa,
¿cómo esto ha podido afectar a la infancia?
Desde el principio de la cuarentena el comienzo del desconfinamiento o
desescalada ha sido sin duda una de las noticias más esperadas, sobre todo de
cara a los niños.
Existe una enorme divergencia de opiniones parentales sobre esto, desde que
la condición de encerramiento total de los menores mantenida hasta ahora rozaba
el maltrato institucional a aquellos que evalúan esta situación como crítica y
consideran que “es el precio a pagar” para mantener a los niños a salvo del virus
y evitar su propagación masiva. No obstante, ¿qué dice la psicología al
respecto?
La ciencia y los estudios neurobiológicos indican que la etapa
comprendida entre los 0 y 6 años es en la que fundamentalmente se produce el
desarrollo a nivel psicomotor de los niños, por lo que es necesario un
ejercicio físico mínimo. Y claro está que los más peques “no han parado
quietos” en lo que llevamos de cuarentena, unido con total seguridad a que
padres y madres habrán promovido rutinas saludables de ejercicio adaptadas a
estar en casa en la medida de lo posible; sin embargo, por habitabilidad, familias
con viviendas de espacio reducido habrán tenido muchas más dificultades para
mantener la actividad física de sus pequeños, lo cual limita el habitual
desarrollo locomotor de estos.
Además, a lo largo de la evolución del cerebro infantil y adolescente
entran en juego otra serie de factores de crecimiento no menos importantes,
a los cuales es muy difícil acceder desde casa, como son los espacios (a ser
posible abiertos) para que los niños puedan explorar por sí mismos y la
necesidad de fuentes de neuroestimulación variadas, novedosas e interpersonales.
También tiene una vital relevancia en el desarrollo neurocognitivo de los
menores el estado de ánimo. Cuando aún no existe una completa madurez de las
herramientas para modular el estado de ánimo la actividad física se convierte
en modo de expresión y canalización de emociones y sentimientos, y es por
eso por lo que algunos niños durante este confinamiento han experimentado
procesos de irritabilidad, tristeza, o altibajos emocionales/anímicos, debido a
esa otra vía de escape que es el movimiento unido a la barrera psicológica que
supone el encerramiento.
Existen también datos sobre lo perjudicial que es el estrés agudo
mantenido en la infancia, y las correspondientes secuelas que eso podría tener
en el neurodesarrollo cerebral, así como ser un factor de riesgo en futuros
diagnósticos de trastornos de ansiedad, principalmente del trastorno por estrés
postraumático (TEPT).
A pesar de esto, se necesitará ser cautos a la hora aplicar estas
conclusiones a la situación de pandemia y estado de alarma actual, ya que existen
multitud de variables idiosincráticas no controladas de manera experimental que
sin embargo influyen en el devenir de dichas afectaciones o diagnósticos, como
son: los diferentes niveles de estrés parental experimentados, existencia o no
de conflictos en el sistema familiar, herramientas cognitivas del menor,
situación socioeconómica o acceso a recursos, etc.
Pautas parentales para
facilitar la salida de los niños a la calle durante el Covid-19
Todo lo que exponemos a continuación serán pautas para facilitar la vuelta
a las calles de los niños una vez existe el permiso por parte del Ejecutivo.
Sin embargo, que se hayan ofertado estas medidas de desescalada del
confinamiento infantil no significa que exista obligatoriedad de salir para
los menores; siempre será una decisión que tendrán que tomar las familias
con toda la libertad y respeto, basándose en sus valores y teniendo
en cuenta las casuísticas interindividuales de todos y cada uno de esos núcleos
familiares donde conviven niños.
Primero de todo, vamos a tener que “ponernos
en sus zapatos”. Que sean pequeños no significa que no perciban la
realidad en la que nos encontramos. ¡Todo lo contrario!, podría
sorprendernos con cuán detallada (y acertada) es la interpretación que los
más peques han hecho de la pandemia y el correspondiente estado de alarma.
No obstante no está demás que pueda aprovecharse este momento para
explicar a los niños y niñas qué es el Covid-19; para ello, se puede recurrir
a historias infantiles o cuentos que les hagan la información más
asequible, como puede ser “Rosa contra el virus” (enlazado al
final del post).
Explica también las nuevas medidas mediante las
cuáles van a empezar a poder salir a la calle (y los cambios asociados a
ellas), con un lenguaje ajustado para hacerles la situación más
controlable. Utiliza ejemplos en primera persona sobre cómo todo
esto les afecta a ellos o podrán verse beneficiados y/o sírvete
de personajes simbólicos que puedan identificar ellos como modelos. Los
superhéroes que cumplen las normas de higiene y seguridad suelen ser
alicientes para que los niños quieran parecerse a ellos y adaptarse a lo
estipulado.
Va a ser asimismo una oportunidad para
trabajar transversalmente el aumento de la responsabilidad y madurez de
los más pequeños de la casa. La tendencia será la desescalada
conviviendo con el virus hasta que se encuentre una vacuna, por lo que
interiorizar medidas de higiene propia, empatía hacia los demás
y civismo van a ser mecanismos necesarios a nivel general, y una
oportunidad de aprendizaje para los niños.
Recalca que no es una vuelta a lo de antes, sino una medida excepcional,
por lo cual serán paseos limitados espaciotemporalmente. Gestiona sus
expectativas antes de salir a la calle para conseguir que puedan
disfrutarse como “momentos de respiro” en lugar de como fuente generadora
de frustraciones.
Si la edad del menor lo permite, pauta un
tiempo con ellos (dentro de la hora permitida), y recurre a algún sistema
de referencia para que puedan ser conscientes y manejar el transcurso del
tiempo de paseo y agotamiento de éste.
Estas medidas ayudan a
controlar sus expectativas a la par que reduce la probabilidad de rabietas una
vez que se comunica que ha llegado el momento de volver a casa.
De producirse dichas
rabietas acude a esas herramientas parentales saludables que normalmente
funcionan para gestionarlas, como la extinción, sin caer en reforzar
indirectamente la conducta problema, ya que permitirá que los próximos paseos
(o más bien la finalización de ellos) no estén supeditados a que se produzca
este tipo de berrinches.
Intenta que todo eso lo aprendan sin castigos y
sin premios; es
decir, el entendimiento de la situación facilitará que los paseos consigan
la finalidad con la que se plantean, sin conductas disruptivas, e interiorizando
nuevos comportamientos responsables y de autonomía, sin la necesidad de
refuerzos externos ni expectativas de ser castigados. En todo caso, si
no se cumplen los límites, refuerza las explicaciones que justifican que
tengan que ser de ese modo las salidas del hogar y que puedan restituir
sus comportamientos.
Y por
supuesto, no se aconseja recurrir a figuras de miedo
(principalmente relacionadas con cuerpos de seguridad nacional, por
ejemplo, “va a venir la policía si no dejas de tocar las cosas”) como
modo de control externo de las salidas de casa, sino apelando al
civismo, solidaridad con el resto de personas/vecinos y hacerles
partícipes de que la situación de bienestar de los demás y control de propagación
de la enfermedad está un poquito en sus manos si nos acogemos a esas
normas. A la par que les hacemos importantes en que el control de esta
pandemia está en la mano de todos, impedimos el aprendizaje del miedo a
estos profesionales.
Muestra esos límites, pero con amor.
Diferencia entre deseo parental y necesidad real
de los niños por
salir a la calle. Para ello aconsejamos tener en cuenta la opinión de
los niños, lo que manifiestan que necesitan (si su edad se lo permite)
o incluso ponderar la tolerancia al confinamiento que han tenido a lo
largo de estos más de cuarenta días para ver si lo han llevado bien o
existe una necesidad imperiosa por salir y esparcirse.
Dentro de tener en cuenta su opinión estará el
nivel de tranquilidad/miedo con el que estén experienciando esta situación. No son pocos los casos de
niños que cuando sus progenitores les han planteado esta modificación de
medidas han verbalizado “¡yo no voy a salir!”. En la medida de lo posible,
intentar respetar sus opiniones será la opción más beneficiosa; no
obstante, si la negativa a salir se basa en miedo al virus, o a las
implicaciones (de posible contagio) que tendría salir, será adecuado
brindar un espacio a la psicoeducación sobre la enfermedad (cómo
funciona esta y medidas de seguridad para prevenir contagios), resolver
dudas y tranquilizar o desarmar esos miedos, que a todas todas
seguramente estén enraizados en la interpretación algo distorsionada que
han podido hacer ellos, como niños, de la alarmante situación con sus
limitadas herramientas cognitivas.
Prepárales para saber «encajar» que la
realidad que percibirán al salir de casa es muy diferente a la que ellos
están acostumbrados: ofrecer explicaciones sencillas de a qué se
debe, conocer e interiorizar las normas de seguridad y distanciamiento
social, aprender y ver cómo necesarias las medidas de higiene (lavado de
manos y método adecuado de cómo hacerlo, no tocarse la cara en la medida
de lo posible, toser/estornudar en el hueco del codo y uso de mascarillas)
y ofrecer la posibilidad de ronda de preguntas posterior para resolverles
las dudas que puedan estar asaltándoles.
Queda el debate sobre la adolescencia, de por qué a partir de 14
años no está permitido dar estos pequeños «paseos terapéuticos».
Los que este confinamiento lo estén viviendo bajo el mismo techo que un
adolescente puede que hayan descubierto que todo sigue con normalidad, o
bien los perciben como una montaña rusa o de repente «su hijo-a ha
desaparecido», no se le ve el pelo, no comparte espacios comunes
familiares. Y es que, centrados en la infancia, se pasa por alto la
adolescencia: se impone el confinamiento en una etapa vital donde el
grupo de referencia prioritario pasa a ser el grupo de iguales (los
amigos). No pueden verlos (en persona) ni en clase ni en tiempo de
ocio, y aunque afortunadamente en la mayor parte de las casas existe
acceso a internet y pueden seguirse relacionando telemáticamente por
videollamadas, se plantea el dilema de la idoneidad de las pantallas a
esas edades y durante cuánto tiempo.
Dialogar con ellos sobre
el impedimento de salir para su grupo de edad, ya que a diferencia de los pequeños, su
desarrollo cognitivo y capacidad de entendimiento y elaboración de la situación
se presupone mayor, así como alentar que el grueso del confinamiento (en
principio) ha pasado, reforzar su actitud durante todos estas semanas y
poder hablar sobre pequeñas metas u objetivos que quieren fijarse o les
gustaría llevar a cabo una vez ellos también puedan volver a salir de casa.
Quedan aspectos en el aire, como el hecho de que los adolescentes menores
de 14 años no estén incluidos en las medidas adoptadas, ¿qué pasa con ellos,
acaso no lo necesitan a nivel de desarrollo neuropsicológico? o la vuelta al
trabajo de los padres ¿con quién se quedarán los niños?. Intentar no
hiperfocalizarse en cuestiones sin resolver, centrarse en el presente o a pocos
días vista, tolerar cierto grado de incertidumbre, no anticipar así como
esperar la llegada de nuevos datos, tangibles, y provenientes de las
autoridades oportunas a tales efectos hará que las próximas semanas sean más
llevaderas y el afrontamiento emocional de ellas más óptimo.
Por el momento, con normas y límites claros, consistentes, con sentido,
informados y formados, así como ir reevaluando cómo os sentís como
padres-madres y cómo se desenvuelven los niños, por si fuese necesario
implementar mejoras, conseguiremos que la vuelta de los niños a la calle pueda
vivenciarse como un recurso de bienestar físico y psicológico infantil y
familiar.
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