Los confinamientos necesarios en caso de enfermedades infecciosas como la actual COVID-19, tienen consecuencias sobre la salud, no solo física, sino también a nivel psicólogo.
Las diferentes respuestas psicológicas, y los apoyos recibidos pueden dar lugar a una afectación sobre el bienestar psicológico muy importante tanto a nivel individual como en la comunidad que ha de mantenerse recluida.
Los primeros estudios publicados sobre la población en España, indican que la población muestra niveles elevados de sintomatología ansiosa (32,4%), depresiva (44,1%) o de estrés (37%).
El tipo de persona que tiene más peligro de sufrir un gran estrés psicológico tras el confinamiento, tiene un perfil curiosamente opuesto al que sufre la enfermedad. Las mujeres jóvenes son las que más posibilidad tienen de presentar sintomatología de ansiedad, depresión y estrés. Por otra parte, es importante considerar otros factores que ponen a la persona que se encuentra confinada en riesgo de sufrimiento psicológico. Personas que han tenido algún síntoma del COVID-19, que tenían problemas psicológicos previos, que tomen medicación y que en el plano social, sus relaciones hayan empeorado, ya sea en casa o con otras personas.
Ya que sabemos que esto ocurre, lo ideal sería plantear mecanismos de afrontamiento que se conoce que pueden hacer que se reduzca el bienestar psicológico, especialmente, observando qué le ha servido a las personas que han tenido que ser confinadas anteriormente.
En este sentido, se publica una revisión de los artículos científicos para resumir las estrategias que dan lugar a menos síntomas de malestar psicológico. Sobre lo que ocurre después del confinamiento, no podemos decir claramente su sea aplicable a este, ya que la situación actual es totalmente novedosa, pero sí podemos decir que en otras situaciones parecidas, al cabo de dos meses los pensamientos negativos, de tristeza y la preocupación sobre el virus se reducen significativamente, especialmente según son personas de más edad.
Centrándonos en lo que sirve para que el malestar en estas situaciones no sea elevado a lo largo del tiempo, tras el periodo de confinamiento, podemos especificar cuatro estrategias de afrontamiento útiles observadas en los diferentes estudios: la resolución de problemas, la búsqueda de apoyo social, la negación, evitación o distracción y las evaluaciones positivas.
Resolución de problemas
Una forma de afrontar la crisis que supone la restricción de la libertad debido a una enfermedad infecciosa es el realizar acciones dirigidas a la propia salud. Este tipo de estrategias son fundamentales, pero han de realizarse de forma ajustada, no excesiva. Tienen que ver con las medidas de seguridad como limpieza, auto-aislamiento, o incluso el mantenerse informado sobre la crisis del COVID-19. Además, el cuidado de otros, también se incluiría en las estrategias de resolución de problemas.
Apoyo social
En este sentido, podríamos referirnos a recibir apoyo social de una forma extensa. Puede ser a través de grupos de apoyo mutuo, de pacientes o supervivientes, la percepción de apoyo por parte de los profesionales de la salud, incluso refugiarse en una comunidad religiosa.
Negación o distracción
En un caso como el de salir de un periodo de confinamiento, que tiende a ser especialmente incontrolable, son muchas las personas que llevan a cabo acciones para distraerse de la situación, ya sean acciones externas como evitación mental. Desde rechazar un diagnóstico de la enfermedad, sentirse embotado, negar la magnitud de la vivencia y, en muchas ocasiones, acciones medianamente compulsivas sobre temas ajenos a la enfermedad. Buscar trabajo, emprender acciones para cambiar de casa o preocuparse mucho por temas menores en el trabajo.
Apreciaciones en positivo
Tras un periodo que puede ser medianamente traumático, se puede dar en ocasiones lo que llamamos crecimiento post-traumático, que en ningún caso ha de ser forzado, pero que puede dar lugar a valoraciones positivas de una vivencia negativa. Aprendizajes que se han podido realizar a través de esta vivencia, posibilidad de métodos de prevención personal o acciones relacionadas con un control personal de la situación (locus de control interno) llevan a una mejor capacidad de afrontamiento tras la crisis y a mecanismos de afrontamiento activos.
Factores demográficos, estrés psicológico y percepción del riesgo
Los factores que harán que aparezca un mayor estrés psicológico después del periodo de confinamiento serán el hecho de ser personal sanitario, tener una enfermedad crónica o haber perdido a algún familiar durante el mismo. Un factor que parece importante es la edad, pero en este sentido, puede ser tanto en las personas de mucha edad como personas más jóvenes, parecen ser los más vulnerables a sufrir estrés psicológico. Las personas de mayor nivel educativo, parecen ser los más protegidos contra emociones negativas.
Las variables sobre percepción del riesgo dan lugar a un mayor estrés psicológico. Lo que causa más preocupación en primer lugar no es en el hecho de contagiarse, sino los confinamientos recurrentes. Después el que se vuelva a producir una expansión del virus, el contagio y la salud de la familia.
Lo que hace que variables relacionadas con el sufrimiento psicológico, ansiedad, depresión o salud mental general puedan ocurrir con más probabilidad tiene que ver en gran parte con la percepción del impacto de la epidemia, el nivel de amenaza, del control sobre el virus y de la percepción de la propia capacidad de afrontamiento. El afrontamiento activo, así como la búsqueda de apoyo social ante las diferentes preocupaciones causadas por la pandemia ayuda a tener un mayor bienestar psicológico.
Conocer el perfil de la persona con riesgo en España durante el confinamiento para minimizar el daño causado por la COVID-19, así como apoyarnos en los datos disponibles sobre el bienestar psicológico tras los periodos de confinamiento en otros momentos históricos pueden ayudarnos a orientar los abordajes necesarios en el apoyo psicológico que se pueda dar de ahora en adelante a las personas que puedan sufrir estos efectos.
Escrito por Lara Pacheco Cuevas
Fuentes:
Odriozola-González, P., Planchuelo-Gómez, Á., Irurtia-Muñiz, M. J., & de Luis-García, R. (2020). Psychological symptoms of the outbreak of the COVID-19 crisis and confinement in the population of Spain. Chew, Q. H., Wei, K. C., Vasoo, S., Chua, H. C., & Sim, K. (2020). Narrative synthesis of psychological and coping responses towards emerging infectious disease outbreaks in the general population: practical considerations for the COVID-19 pandemic. Singapore medical journal.
Desde el principio del levantamiento de este estado de alarma que estamos
viviendo ha estado servido el debate «¿niños a la calle sí, niños a la
calle no?».
Lo que nos decían los datos epidemiológicos con respecto a cómo la
enfermedad del Covid-19 se manifiesta en la población infantil, con poca
sintomatología o incluso asintomáticos (lo que la convertía en potencial
portadora del virus), alentaba a seguir en dicho debate una postura más
conservadora a pesar de la preocupación constante de cómo este escenario de
encerramiento podría afectar a los más pequeños de la casa.
Los expertos en infancia señalan que España es el país europeo más
estricto respecto a las medidas adoptadas de cara a la población infantil,
a diferencia de otros países con niveles altos de contagio como Italia y
Francia.
La verdad, y pese a las expectativas negativas que se conformaban en
cada adulto que estaba al cuidado de un menor, los niños han sido tal vez de
los grupos poblacionales que mejor han llevado este confinamiento. Si bien
es cierto que tras una cuarentena, ¡y nunca mejor dicho, porque ya pasan los
cuarenta días!, sin poder salir a espacios abiertos y observando cómo algunos
sectores volvían a la «normalidad» (véase aquellos trabajadores no de
primera necesidad que recientemente han visto cómo las restricciones se
levantaban pudiendo volver a sus puestos de trabajos, lo cual puede serle de
difícil entendimiento a los pequeños), a medida que han ido avanzando los
días el confinamiento se ha ido haciendo cuesta arriba en la mayor parte de
hogares españoles con niños.
Esta medida que entra en vigor el 26 de abril va a llegar «como agua
de mayo», aunque cierto es que ha aterrizado no sin debate, generando confusión e incertidumbre.
Ojipláticos quedaban los progenitores cuando en un primer momento se
anunció que la desescalada para los menores no tendría lugar en espacios
abiertos, en la naturaleza, dando pequeños paseos, sino que se permitiría que
los menores acompañasen a adultos a aquellos lugares a los que bajo el estado
de alarma sí está permitido ir (supermercados y farmacias, básicamente), focos
principales de riesgo de contagio por la frecuencia de paso de la población.
Solventado este contratiempo, y una vez producida esta rectificación pocas
horas después del primer comunicado de acompañar a los adultos a recados por
paseos y salir a jugar a la calle, siempre y cuando se respete el
distanciamiento social, desde Cenit Psicólogos nos hemos propuesto abordar
este tema aportando información ajustada y una serie de pautas para que las
salidas del hogar con niños se conviertan en fuente de bienestar en lugar de
una causa más de estrés a la que los padres tienen que enfrentarse.
Más de 40 días en casa,
¿cómo esto ha podido afectar a la infancia?
Desde el principio de la cuarentena el comienzo del desconfinamiento o
desescalada ha sido sin duda una de las noticias más esperadas, sobre todo de
cara a los niños.
Existe una enorme divergencia de opiniones parentales sobre esto, desde que
la condición de encerramiento total de los menores mantenida hasta ahora rozaba
el maltrato institucional a aquellos que evalúan esta situación como crítica y
consideran que “es el precio a pagar” para mantener a los niños a salvo del virus
y evitar su propagación masiva. No obstante, ¿qué dice la psicología al
respecto?
La ciencia y los estudios neurobiológicos indican que la etapa
comprendida entre los 0 y 6 años es en la que fundamentalmente se produce el
desarrollo a nivel psicomotor de los niños, por lo que es necesario un
ejercicio físico mínimo. Y claro está que los más peques “no han parado
quietos” en lo que llevamos de cuarentena, unido con total seguridad a que
padres y madres habrán promovido rutinas saludables de ejercicio adaptadas a
estar en casa en la medida de lo posible; sin embargo, por habitabilidad, familias
con viviendas de espacio reducido habrán tenido muchas más dificultades para
mantener la actividad física de sus pequeños, lo cual limita el habitual
desarrollo locomotor de estos.
Además, a lo largo de la evolución del cerebro infantil y adolescente
entran en juego otra serie de factores de crecimiento no menos importantes,
a los cuales es muy difícil acceder desde casa, como son los espacios (a ser
posible abiertos) para que los niños puedan explorar por sí mismos y la
necesidad de fuentes de neuroestimulación variadas, novedosas e interpersonales.
También tiene una vital relevancia en el desarrollo neurocognitivo de los
menores el estado de ánimo. Cuando aún no existe una completa madurez de las
herramientas para modular el estado de ánimo la actividad física se convierte
en modo de expresión y canalización de emociones y sentimientos, y es por
eso por lo que algunos niños durante este confinamiento han experimentado
procesos de irritabilidad, tristeza, o altibajos emocionales/anímicos, debido a
esa otra vía de escape que es el movimiento unido a la barrera psicológica que
supone el encerramiento.
Existen también datos sobre lo perjudicial que es el estrés agudo
mantenido en la infancia, y las correspondientes secuelas que eso podría tener
en el neurodesarrollo cerebral, así como ser un factor de riesgo en futuros
diagnósticos de trastornos de ansiedad, principalmente del trastorno por estrés
postraumático (TEPT).
A pesar de esto, se necesitará ser cautos a la hora aplicar estas
conclusiones a la situación de pandemia y estado de alarma actual, ya que existen
multitud de variables idiosincráticas no controladas de manera experimental que
sin embargo influyen en el devenir de dichas afectaciones o diagnósticos, como
son: los diferentes niveles de estrés parental experimentados, existencia o no
de conflictos en el sistema familiar, herramientas cognitivas del menor,
situación socioeconómica o acceso a recursos, etc.
Pautas parentales para
facilitar la salida de los niños a la calle durante el Covid-19
Todo lo que exponemos a continuación serán pautas para facilitar la vuelta
a las calles de los niños una vez existe el permiso por parte del Ejecutivo.
Sin embargo, que se hayan ofertado estas medidas de desescalada del
confinamiento infantil no significa que exista obligatoriedad de salir para
los menores; siempre será una decisión que tendrán que tomar las familias
con toda la libertad y respeto, basándose en sus valores y teniendo
en cuenta las casuísticas interindividuales de todos y cada uno de esos núcleos
familiares donde conviven niños.
Primero de todo, vamos a tener que “ponernos
en sus zapatos”. Que sean pequeños no significa que no perciban la
realidad en la que nos encontramos. ¡Todo lo contrario!, podría
sorprendernos con cuán detallada (y acertada) es la interpretación que los
más peques han hecho de la pandemia y el correspondiente estado de alarma.
No obstante no está demás que pueda aprovecharse este momento para
explicar a los niños y niñas qué es el Covid-19; para ello, se puede recurrir
a historias infantiles o cuentos que les hagan la información más
asequible, como puede ser “Rosa contra el virus” (enlazado al
final del post).
Explica también las nuevas medidas mediante las
cuáles van a empezar a poder salir a la calle (y los cambios asociados a
ellas), con un lenguaje ajustado para hacerles la situación más
controlable. Utiliza ejemplos en primera persona sobre cómo todo
esto les afecta a ellos o podrán verse beneficiados y/o sírvete
de personajes simbólicos que puedan identificar ellos como modelos. Los
superhéroes que cumplen las normas de higiene y seguridad suelen ser
alicientes para que los niños quieran parecerse a ellos y adaptarse a lo
estipulado.
Va a ser asimismo una oportunidad para
trabajar transversalmente el aumento de la responsabilidad y madurez de
los más pequeños de la casa. La tendencia será la desescalada
conviviendo con el virus hasta que se encuentre una vacuna, por lo que
interiorizar medidas de higiene propia, empatía hacia los demás
y civismo van a ser mecanismos necesarios a nivel general, y una
oportunidad de aprendizaje para los niños.
Recalca que no es una vuelta a lo de antes, sino una medida excepcional,
por lo cual serán paseos limitados espaciotemporalmente. Gestiona sus
expectativas antes de salir a la calle para conseguir que puedan
disfrutarse como “momentos de respiro” en lugar de como fuente generadora
de frustraciones.
Si la edad del menor lo permite, pauta un
tiempo con ellos (dentro de la hora permitida), y recurre a algún sistema
de referencia para que puedan ser conscientes y manejar el transcurso del
tiempo de paseo y agotamiento de éste.
Estas medidas ayudan a
controlar sus expectativas a la par que reduce la probabilidad de rabietas una
vez que se comunica que ha llegado el momento de volver a casa.
De producirse dichas
rabietas acude a esas herramientas parentales saludables que normalmente
funcionan para gestionarlas, como la extinción, sin caer en reforzar
indirectamente la conducta problema, ya que permitirá que los próximos paseos
(o más bien la finalización de ellos) no estén supeditados a que se produzca
este tipo de berrinches.
Intenta que todo eso lo aprendan sin castigos y
sin premios; es
decir, el entendimiento de la situación facilitará que los paseos consigan
la finalidad con la que se plantean, sin conductas disruptivas, e interiorizando
nuevos comportamientos responsables y de autonomía, sin la necesidad de
refuerzos externos ni expectativas de ser castigados. En todo caso, si
no se cumplen los límites, refuerza las explicaciones que justifican que
tengan que ser de ese modo las salidas del hogar y que puedan restituir
sus comportamientos.
Y por
supuesto, no se aconseja recurrir a figuras de miedo
(principalmente relacionadas con cuerpos de seguridad nacional, por
ejemplo, “va a venir la policía si no dejas de tocar las cosas”) como
modo de control externo de las salidas de casa, sino apelando al
civismo, solidaridad con el resto de personas/vecinos y hacerles
partícipes de que la situación de bienestar de los demás y control de propagación
de la enfermedad está un poquito en sus manos si nos acogemos a esas
normas. A la par que les hacemos importantes en que el control de esta
pandemia está en la mano de todos, impedimos el aprendizaje del miedo a
estos profesionales.
Muestra esos límites, pero con amor.
Diferencia entre deseo parental y necesidad real
de los niños por
salir a la calle. Para ello aconsejamos tener en cuenta la opinión de
los niños, lo que manifiestan que necesitan (si su edad se lo permite)
o incluso ponderar la tolerancia al confinamiento que han tenido a lo
largo de estos más de cuarenta días para ver si lo han llevado bien o
existe una necesidad imperiosa por salir y esparcirse.
Dentro de tener en cuenta su opinión estará el
nivel de tranquilidad/miedo con el que estén experienciando esta situación. No son pocos los casos de
niños que cuando sus progenitores les han planteado esta modificación de
medidas han verbalizado “¡yo no voy a salir!”. En la medida de lo posible,
intentar respetar sus opiniones será la opción más beneficiosa; no
obstante, si la negativa a salir se basa en miedo al virus, o a las
implicaciones (de posible contagio) que tendría salir, será adecuado
brindar un espacio a la psicoeducación sobre la enfermedad (cómo
funciona esta y medidas de seguridad para prevenir contagios), resolver
dudas y tranquilizar o desarmar esos miedos, que a todas todas
seguramente estén enraizados en la interpretación algo distorsionada que
han podido hacer ellos, como niños, de la alarmante situación con sus
limitadas herramientas cognitivas.
Prepárales para saber «encajar» que la
realidad que percibirán al salir de casa es muy diferente a la que ellos
están acostumbrados: ofrecer explicaciones sencillas de a qué se
debe, conocer e interiorizar las normas de seguridad y distanciamiento
social, aprender y ver cómo necesarias las medidas de higiene (lavado de
manos y método adecuado de cómo hacerlo, no tocarse la cara en la medida
de lo posible, toser/estornudar en el hueco del codo y uso de mascarillas)
y ofrecer la posibilidad de ronda de preguntas posterior para resolverles
las dudas que puedan estar asaltándoles.
Queda el debate sobre la adolescencia, de por qué a partir de 14
años no está permitido dar estos pequeños «paseos terapéuticos».
Los que este confinamiento lo estén viviendo bajo el mismo techo que un
adolescente puede que hayan descubierto que todo sigue con normalidad, o
bien los perciben como una montaña rusa o de repente «su hijo-a ha
desaparecido», no se le ve el pelo, no comparte espacios comunes
familiares. Y es que, centrados en la infancia, se pasa por alto la
adolescencia: se impone el confinamiento en una etapa vital donde el
grupo de referencia prioritario pasa a ser el grupo de iguales (los
amigos). No pueden verlos (en persona) ni en clase ni en tiempo de
ocio, y aunque afortunadamente en la mayor parte de las casas existe
acceso a internet y pueden seguirse relacionando telemáticamente por
videollamadas, se plantea el dilema de la idoneidad de las pantallas a
esas edades y durante cuánto tiempo.
Dialogar con ellos sobre
el impedimento de salir para su grupo de edad, ya que a diferencia de los pequeños, su
desarrollo cognitivo y capacidad de entendimiento y elaboración de la situación
se presupone mayor, así como alentar que el grueso del confinamiento (en
principio) ha pasado, reforzar su actitud durante todos estas semanas y
poder hablar sobre pequeñas metas u objetivos que quieren fijarse o les
gustaría llevar a cabo una vez ellos también puedan volver a salir de casa.
Quedan aspectos en el aire, como el hecho de que los adolescentes menores
de 14 años no estén incluidos en las medidas adoptadas, ¿qué pasa con ellos,
acaso no lo necesitan a nivel de desarrollo neuropsicológico? o la vuelta al
trabajo de los padres ¿con quién se quedarán los niños?. Intentar no
hiperfocalizarse en cuestiones sin resolver, centrarse en el presente o a pocos
días vista, tolerar cierto grado de incertidumbre, no anticipar así como
esperar la llegada de nuevos datos, tangibles, y provenientes de las
autoridades oportunas a tales efectos hará que las próximas semanas sean más
llevaderas y el afrontamiento emocional de ellas más óptimo.
Por el momento, con normas y límites claros, consistentes, con sentido,
informados y formados, así como ir reevaluando cómo os sentís como
padres-madres y cómo se desenvuelven los niños, por si fuese necesario
implementar mejoras, conseguiremos que la vuelta de los niños a la calle pueda
vivenciarse como un recurso de bienestar físico y psicológico infantil y
familiar.
La cuarentena es una experiencia muy negativa para aquellos que pasan por una. Puede existir separación de la gente que queremos, pérdida de libertades, incertidumbre sobre el estado de la enfermedad,… esto, en ocasiones, genera efectos dramáticos sobre la salud mental.
Dados los posibles efectos psicológicos negativos, a la hora de aplicar una cuarentena masiva se ha de tener en cuenta los mismos, y una vez esta se aplica, es importante conocer los factores de riesgo de desarrollo de problemas psicológicos así como lo que puede contribuir a mitigarlo.
El impacto psicológico que se ha observado durante y después de los periodos de cuarentena engloba síntomas de estrés, ansiedad, ira, confusión, aturdimiento, e insomnio derivado de la ansiedad. Además, muchas de las personas que estuvieron en cuarentena señalaban pasar por periodos largos después de ésta, en la que se establecían hábitos que ya no eran necesarios, como el lavado de manos hipervigilante o la evitación de multitudes.
Predictores previos a la cuarentena de efectos psicológicos adversos
Tener una historia previa de problemas psicológicos era un predictor de mayores síntomas de ansiedad, ira, y también de señales de estrés post-trumático en comparación con las personas que no tenían esta historia previa pero estaban en cuarentena. Además, los trabajadores sanitarios tenían más probabilidades de sentirse estigmatizados en la cuarentena, realizar más comportamientos de evitación y ser más vulnerables a la aparición de síntomas psicológicos posteriores a la cuarentena. En estos síntomas, mostraban más enfado, miedo, frustración, aislamiento, tristeza, preocupación, y en general, eran menos felices.
Estresores durante la cuarentena
Duración de la cuarentena: Los síntomas de estrés post-traumático, ira, y comportamientos de evitación eran mayores aumentando la duración de la cuarentena. Aunque los resultados no terminan de ser concluyentes, un estudio señala que cuarentenas de más de 10 días pueden dar lugar a este aumento.
Miedo a la infección: Ya que esta revisión se realizó con cuarentenas relacionadas con múltiples enfermedades, el miedo a la infección era importante y daba lugar a mayor preocupación. Éste, aparecía más frecuentemente en mujeres embarazadas o personas con niños muy pequeños.
Aburrimiento y frustración: El estrés experimentado aumenta en todos los estudios que lo reflejan en la medida en la que tienen que dejar de hacer más actividades rutinarias. Además, la pérdida de contacto social y físico con otros tenía un efecto aislamiento que causa un gran estrés en las personas sometidas a la cuarentena, aunque este efecto se puede reducir con el contacto social a través del teléfono o internet.
Suministros inadecuados: No disponer de los suministros básicos durante la cuarentena es una de las variables que afectan sobre la ansiedad experimentada hasta 4-6 semanas después de la cuarentena.
Poca claridad en la información: El aumento del estrés percibido durante la cuarentena se suele ver afectado por la información poco clara o insuficiente. Es importante mantener una información clara sobre las acciones que se han de llevar a cabo, los motivos por los que es necesaria la cuarentena, así como los diferentes niveles de riesgo, ya que una menor claridad en esto genera una sensación de incertidumbre que lleva a ponerse en lo peor.
¿Qué se puede hacer para mitigar los efectos de la cuarentena?
En la revisión realizada, no se observó que hubiera alguna variable sociodemográfica clara para un mayor riesgo de desarrollo de problemática psicológica. Las personas con una historia psiquiátrica previa, sí son especialmente vulnerables durante este periodo, para desarrollar síntomas de estrés post-traumático, de forma coherente con lo que se refleja en la literatura previa sobre la posibilidad de desarrollar traumas durante situaciones de catástrofe en las personas con patologías psicológicas previas.
También parece observarse un riesgo mayor de impacto psicológico de la cuarentena en los trabajadores sanitarios. Los superiores de estos trabajadores han de estar especialmente atentos a la reincorporación de aquellos trabajadores que han estado en cuarentena así como tratar de ofrecer una intervención temprana sobre los posibles problemas psicológicos.
Mantenerla lo más corta posible
Es importante que la duración de la cuarentena sea lo más ajustada posible a lo razonable según la enfermedad con la que estemos combatiendo. Ha sido observado que cuando mayor es la cuarentena, los factores estresantes se aumentan, no da lugar a tolerarlos más. Por otra parte, el hecho de que se aumente la duración de la cuarentena una vez establecida esta, puede dar lugar a la exacerbación de los síntomas, así como un aumento mayor de la frustración y desmoralización
Dar a la gente la mayor información posible.
Las personas confinadas en cuarentena pueden sufrir miedo e incertidumbre sobre la posibilidad de contagiar a alguien o ser contagiados. Una adecuada comprensión de la enfermedad durante la cuarentena puede ser fundamental para las personas que sufren del aislamiento de la misma, mientras que mantener una información poco clara, puede dar lugar a mayor estrés.
Reducir el aburrimiento y aumentar la comunicación Dar a las personas en cuarentena una información adecuada sobre cómo afrontar el aburrimiento y gestionar el estrés puede ser un mecanismo fundamental para paliar los síntomas posteriores relacionados con el impacto psicológico de la cuarentena. En esta situación, disponer de un móvil operativo es una necesidad, no un lujo. Poder conectar con la red social propia, aunque sea a distancia, puede ayudar a aquellas personas que están en cuarentena a reducir los sentimientos de aislamiento, estrés y pánico.
Asimismo, es importante dar a las personas en cuarentena instrucciones claras sobre lo que han de hacer si experimentan síntomas, así como habilitar líneas de comunicación efectivas desde las autoridades competentes. Hay evidencias de que los grupos de apoyo pueden ser efectivos para las personas que sufren alguna enfermedad en cuarentena, ya que la sensación de estar pasando por lo mismo que otros puede proporcionar sensaciones de empoderamiento y validación que les ayuden a reemplazar su apoyo social habitual.
Los trabajadores sanitarios merecen especial atención
En esta revisión se observa que los sanitarios son especialmente afectados por el estigma, y es comprensible que esto pase en caso de que pasen de ser un miembro de un equipo sobrecargado a aumentar el trabajo de estos equipos. Es importante que sus colegas más cercanos les apoyen, por una parte, así como se les preste apoyo emocional en previsión a los posibles problemas de salud mental que pueden desarrollar posteriormente.
El altruismo es mejor que la compulsión
Aunque no conocemos el efecto concreto de las acciones de ayuda a otros durante la cuarentena, probablemente por dificultad en la posibilidad de diseñar un experimento así, sí sabemos que sentir que somos útiles en situaciones de estrés puede dar lugar a una reducción de estrés propio. Por esto, una de las mejores cosas que podemos hacer en una cuarentena es seguir las instrucciones que nos pidan desde las autoridades sanitarias, ya que de este modo protegemos a los demás, especialmente a los más vulnerables. Pero además, hacer cosas, dentro de nuestras posibilidades reales, para ayudar a otros que lo estén pasando mal en esta situación, puede llegar a lograr un mejor manejo del propio estrés.
Estaremos bien. En la distancia, estaremos bien juntos.
Selectividad, PAU (Prueba de Acceso a la Universidad) o
EBAU (Evaluación del Bachillerato para el Acceso a la Universidad) son algunos de los nombres que toma el examen basado en una prueba escrita que se realiza a los
estudiantes que desean acceder a estudios universitarios en universidades
públicas y privadas de España. Para conseguir la nota final a tener en
cuenta para dicho acceso además de la selectividad, computan los dos cursos de
Bachillerato.
No son pocas las
familias con hijos estudiantes de 2º de bachillerato que en la recta final de esta tan temida prueba empiezan a acuciar sus
efectos: interminables jornadas de estudio, problemas de sueño, estrés y
ansiedad, falta de tiempo libre, monotemática conversacional e incluso, en los
peores casos, disputas y/o problemas familiares.
No sólo se queda
ahí, sino que en una investigación de la Universidad de Valencia en
colaboración con la Universidad Miguel Hernández se ha demostrado que el estrés mantenido en el tiempo, como puede ser
el generado por la preparación para un examen tan trascendental como
Selectividad, puede llegar a producir
depresión en el sistema inmunológico de los estudiantes desencadenando un mayor
índice de infecciones ya sea a nivel respiratorio, dermatológico, alergias,
etc…
Con todo lo
anterior no venimos a demonizar este tipo de preparaciones académicas, sino
ayudar a ser conscientes del impacto que
puede tener dicho entrenamiento así como dotar de las herramientas
estudiantiles y psicológicas necesarias para afrontar con calidad de vida y
bienestar este hito escolar.
Cómo
sobrevivir a la Selectividad (o a cualquier otro examen importante) sin
desfallecer en el intento
A falta de unos 3
meses para la señalada fecha los siguientes consejos harán que esta carrera de
fondo se haga en «buena forma» en lugar de desfondados:
Intenta respetar la máxima de “8-8-8”, o lo que es lo mismo, 8 horas de
sueño- 8 horas de trabajo- 8 horas de desconexión. Y
digo intenta porque conocida la particularidad de que los estudiantes destinan
gran parte de sus 8 horas de «trabajo» al horario escolar, sin contar
el tiempo de estudio en casa, seguramente esta propuesta sea difícil de llevar
a cabo a pies juntillas (sobre todo en el sprint final de curso previo a
Selectividad).
Eso
sí, si algo de lo anterior se considera
totalmente necesario es el tiempo de sueño. Teniendo en cuenta que la
principal herramienta de trabajo del estudiante es el cerebro, y que éste ha de
estar descansado para funcionar correctamente, las 8 horas de sueño serán el
elemento clave para un estudio efectivo (y posiblemente la variable por donde
siempre se empieza a recortar cuando se necesita más y más tiempo con/en los
libros).
La otra parte de la «gasolina» para que el cerebro funcione
correctamente proviene de una adecuada alimentación.
Es fácil, en épocas de estrés, o bien sentir una completa falta de apetito o un
hambre voraz; ambos son buenos indicadores de que los niveles de ansiedad están
siendo altos. Todo eso siempre y cuando no se descuide la alimentación en
general por falta de tiempo.
No
abandones (o si nunca se consiguió, intenta implementar) una alimentación equilibrada, rica en proteínas, hidratos de carbono y
vitaminas, que posibilitará que el cerebro tenga la suficiente energía para
afrontar las maratonianas jornadas de estudio. Tómate tu tiempo para
(disfrutar de) las comidas, prestando atención a lo que comes y sin grandes
distractores que ayuden a engullir los alimentos sin una buena masticación, lo
que luego provocará digestiones más pesadas.
Organiza el estudio: por peso de las
asignaturas en la evaluación final (o itinerario/especialidad, en el caso de
Selectividad), por orden de exámenes, por el volumen de materia… y reparte el
tiempo de estudio «con cabeza», es decir, no darse atracones de una
sola asignatura, sino en función del criterio que se haya elegido para plantear
el trabajo repartir la jornada estudiantil en varias (un par al menos)
asignaturas al día, dejando para el
final del día aquello que requiera de menor esfuerzo cognitivo o sea más
práctico e instrumental en lugar de memorizar, (como por ejemplo,
ejercicios de Química o proyectos de Artes Plásticas).
Con sólo unos minutos de
organización previos a sacar los libros conseguiremos cambiar un estudio
ineficaz por un trabajo eficiente.
Elige un método de estudio fijo, hazlo tuyo,
incluso el hecho de personalizarlo puede conllevar adaptar varios métodos a tus
particularidades como estudiante, y una
vez pulido exprímelo al máximo. A estas alturas de curso cambiar un método
personalizado por otro que teóricamente es más eficaz no tiene mucho sentido,
no sólo por el tiempo que lleva adecuarse al nuevo, sino también por la presión
que ejerce el saber que todo lo anterior no se ha hecho tal vez correctamente o
que podría haber sido mejor.
Seguro
que pueden realizarse siempre mejoras: descubrir la ventaja de subrayar con
distintos colores para facilitar la memoria visual, elaborar un pequeño esquema
que haga rememorar el tema entero estudiado, repasar (pero como luego
explicaremos, sin que llegue a ser de manera compulsiva) lo anterior, dar más
peso en tiempo y esfuerzo a aquellos temas prioritarios o sobre los que el
profesor hace especial hincapié, utilizar reglas mnemotécnicas para facilitar
el recuerdo de alguna parte que tengamos que aprender más de memoria, etc.
En resumen, detecta qué no
funciona del todo bien y mejóralo, pero necesariamente no has de cambiarlo: hay
tantas formas de estudiar como estudiantes.
Repasar ayuda a consolidar la huella de memoria de la información o
materia estudiada. Pero todo en su justa medida:
cuando se repasa de manera compulsiva como forma de calmar la ansiedad que
genera el no sabérselo del todo bien quedamos atascados en un punto concreto
del temario, disponiendo de menos tiempo para estudiar el resto; todo lo
anterior perpetúa el círculo vicioso de la inseguridad sobre el nivel de
adecuación del conocimiento. La mejor herramienta en ese caso será tolerar algo
de incertidumbre al respecto.
Además
de que es importante saber que
posiblemente nunca aparecerá una certidumbre total sobre el conocimiento que
tenemos de algo. ¡Siempre se puede saber más, pero sabérselo de 8, por ejemplo,
está muy bien!
No todo depende del estudiante, sino que otro
elemento influyente es el ambiente de estudio. Conseguir un contexto tranquilo, sin distracciones (¡incluidos
teléfonos móviles!), lo menos ruidoso posible así como estable, favorece el aprendizaje.
Estudios científicos sobre cómo el contexto de estudio influye en el nivel de
aprendizaje señalaron que era más fácil reconocer/recordar una determinada
información en aquel contexto donde había sido aprendido dicho material.
También influye el estado
anímico con el que se estudia: valencias
extremadamente positivas o negativas en lo que respecta al humor dificultan la
concentración, y con ello el aprendizaje, mientras que el estado de ánimo
eutímico hará que rindamos mejor.
Atiende al funcionamiento habitual de la atención: la atención no es
una capacidad mantenida y duradera en el tiempo, sino que responde a un
rendimiento cíclico, con un período inicial para conseguir un estado de concentración, una
meseta de atención sostenida y un decaimiento o agotamiento de ésta aproximadamente a los 90 mins (asimismo, en
este ámbito también encontraremos diferencias interindividuales). Aprende a
escuchar a tu cerebro y destina 5-10
minutos entonces a pausas donde estirar las piernas, merendar, mirar el móvil,
cambiar de asignatura… en definitiva, donde brindemos a nuestra atención la
posibilidad de descansar y recuperarse para afrontar un nuevo ciclo de estudio.
Implanta una tarea de desconexión (al menos) al final del día: el estudio requiere de concentración y eso conlleva un nivel de
activación o arousal considerable. Si probamos a ir directamente de los libros
a la cama es posible que cueste conciliar el sueño, y eso se debe a que nuestro
cerebro aún no ha desconectado lo suficiente para abandonar la vigilia. Prueba
a establecer una rutina diaria de desconexión, a ser posible relajante y no vinculada al uso de pantallas (al menos
el móvil, muy cerca de la cara): leer, dibujar o colorear, ver una serie o
película, escuchar música, … Además, el dedicar tiempo diario a hobbies servirá también como merecido refuerzo por
la tarde de estudio.
Los dos puntos anteriores
parecen poco importantes en momentos de mucha carga estudiantil, pero se
consideran estudio pasivo. Es decir, tan necesario es el estudio como los
momentos de desconexión, ya que si no fundimos nuestra capacidad de aprender,
nuestro cerebro «se quema».
El perfeccionismo unido a la sobreexigencia y el lenguaje interno
negativo o autosaboteador no son buenos compañeros de viaje en esta carrera de fondo. Podemos intentar hacerlo lo mejor posible, incluso en algunos casos
donde la vocación conlleve un listón académico muy elevado (véanse notas de
acceso a carreras tales como Medicina o dobles grados que incluyen el título de
Matemáticas) parece casi de obligada consecuencia hacerlo muy bien, pero
siempre y cuando todo lo anterior no boicotee nuestra salud en cuerpo y mente. Sin esta nota, la nota en “bienestar
individual”, que no aparece en boletines académicos pero es imprescindible para
poder afrontar el resto de asignaturas que sí puntúan, no se podrá hacer frente
a las demandas estudiantiles.
Que
el propio estudiante (y su entorno) se tenga como prioridad frente a los
resultados académicos propiciará además una menor «ansiedad de
ejecución»: no se está hipervigilante sólo por la nota final, sino que
cuenta el proceso con el objetivo de hacerlo lo mejor posible, de poder llegar
a la meta en unas condiciones favorables/deseables.
A vosotros, padres/madres, si estáis leyendo
esto, también os concierne: está claro que el estudio no depende directamente
de vosotros, pero indirectamente podéis
ser el elemento que aporte estabilidad en el ambiente familiar. El adulto
que tenga experiencia en el tema (y si por carrera profesional no habéis pasado
esta etapa sí que tenéis más experiencia en general que vuestros hijos en el
afrontamiento de experiencias cruciales) sabrá que «a toro pasado» el
hito de superar Selectividad no es para tanto… que desde casa pueda relativizarse
la envergadura de este examen, poniendo el foco en el curso (de momento), tranquilizando y ofreciendo apoyo y cariño
incondicional servirá para transmitir al menor que sí, es un examen importante,
pero no vital para su existencia.
¡Ojo! Y a ti, estudiante, si estás leyendo esto: que el contexto familiar haga todo lo posible por vuestro bienestar no
significa que puedan hacerlo todo por ti. Será importanteexpresar (desde el respeto, intentando
dejar a un lado la irritabilidad) abiertamente
las necesidades, estar abiertos a recibir posibles negativas o que dichas
ayudas puedan demorarse. La Selectividad no paraliza el día a día, por tanto
afrontarlo como la preparación de un examen más será la clave para conservar la
paz y estabilidad familiar.
Y sobre todo, y más importante, hiperfocalizarse en Selectividad no siempre
será fructífero, ya que aún se está en 2º de Bachillerato. El número de
veces que los profesores en este curso mencionan la palabra Selectividad (son
muchas no, ¡muchísimas!) no aumenta exponencialmente la cercanía del examen.
Por tanto, centrarse en el curso actual
hará el estudio más controlable e ir subdividiendo la meta final en trimestres
permite que se vea como más abarcable toda la materia a estudiar. A efectos
prácticos existen dos oportunidades para superar las PAU, primera convocatoria
y la extraordinaria; sin embargo, olvidamos que si algo no va como nos gustaría
(el curso se hace cuesta arriba, la ansiedad dificulta la consecución de
objetivos o la nota alcanzada no es la deseada/suficiente) se tiene la oportunidad de repetirla, lo cual no implica fracasar o
haberlo hecho peor, sino que los objetivos importantes de nuestras vidas
conllevan esfuerzo.
Así que recuerda
que no todo está perdido si estos exámenes final de segundo trimestre no han
ido del todo bien o la situación está sobrepasando las herramientas que se
tienen hasta el momento. Evalúa si es un
problema de estudio o por el contrario se están alcanzando niveles
significativos de ansiedad, y según la respuesta acude en busca de la ayuda
oportuna (padres, amigos, profes, psicólogos…).
Lo importante no es el curso, si no el alumno. Sobre todo porque cuando echen (y echéis, como padres) la vista atrás
no se recordarán las notas, si no lo mal que se pasó o la satisfacción del
trabajo bien hecho (independientemente de una nota numérica mayor o menor).
Cursos habrá muchos, oportunidades de obtener la nota
ansiada en Selectividad otras tantas, pero alumnos/hijos sólo el del momento
presente.
La crianza es complicada. Incluso con recursos de sobra, en la actual sociedad en la que todo ha de ir deprisa, adecuarse a las necesidades de todos los miembros de la familia se hace un camino difícil. El estrés diario termina por hacer mella en todos los miembros de la familia, incluidos los niños.
Es por esto que la Asociación Americana de Psicología ha desarrollado una guía de consejos para padres que quieren aumentar la resiliencia de sus hijos, y de este modo reducir la vulnerabilidad de los más pequeños. Aunque en la sociedad en la que vivimos es imposible modificar ciertas cosas como la forma en que vivimos, el tipo de empleo que tenemos o el transporte que necesitamos, hay algunas cosas que sí se pueden llevar a cabo para aumentar la resiliencia en los niños. La resiliencia es la capacidad para adaptarse fácilmente a la adversidad o al cambio. Es una habilidad que nos permite sobreponernos ante situaciones negativas.
Como están en riesgo los niños
Existe ya mucha literatura científica apoyando la importancia de construir adecuadamente una buena resiliencia en los niños, ya que sí carecen de ella, pueden verse afectadas diversas áreas de muchas formas, tal y como se muestra en la tabla.
Cómo desarrollar la resiliencia
Tener relaciones saludables, de protección y cariño con los adultos presentes en la vida de un niño, es uno de los factores fundamentales para desarrollar una buena resiliencia y poder sobreponerse adecuadamente al estrés al que están sometidos diariamente. Por este motivo, las madres y padres tienen un gran potencial para promover en sus hijos esta capacidad. Gracias a un extenso volumen de investigación sobre cómo cuándo y dónde pueden las figuras de referencia proteger a sus hijos, ayudándoles a desarrollar herramientas para el manejo del estrés diario. En referencia a dónde se interviene para crear mayor resiliencia, en este post nos centraremos en lo que se puede hacer en casa con este fin.
Estructura
Los niños necesitan saber qué esperar del mundo y qué se espera de ellos. El hecho de que exista una estructura les da confort y seguridad. Además, un ambiente estructurado puede dar lugar a un punto de apoyo ante el caos, desorganización e incertidumbre que tienden a generar las situaciones de estrés. Para crear esta estructura en el ambiente, hay varias cosas que podemos hacer:
Elaborar y seguir unas rutinas
Las horas de comida
Las horas de sueño
Las horas de trabajo-deberes-estudio
Las rutinas de higiene
Rituales familiares. Por ejemplo, los viernes de juego de mesa, el paseo de fin de semana, o una cena especial los domingos.
Crear reglas y expectativas y seguirlas firmemente Una de las claves de una maternidad o paternidad eficaces y una buena disciplina es hacer saber a los niños lo que se espera de ellos. Qué esperar si no hacen lo que deben hacer, y luego, seguir estas normas, siempre.Las normas y expectativas ayudan a crear estructura y consistencia en la vida del niño.
Lograr la consistencia siempre que se pueda Puede que no podamos mantenernos toda la vida, por ejemplo, viviendo en el mismo barrio, pero en el caso de tener que mudarnos, podemos mantener las rutinas, o cierto contacto con algunos amigos… y siempre en cualquier cambio o situación nueva, podemos reducir el caos de la incertidumbre creando expectativas sobre lo que ocurrirá en el momento del cambio.
Crear una relación cercana y cálida Este tipo de relaciones ayudan a los niños a sentirse especialmente seguros, y aún más cuando las situaciones que han de vivir se tornan estresantes. Es posible y recomendable, que nuestra relación sea firme respecto a las normas al tiempo que cálida y cariñosa.
Habla sobre las emociones Los niños necesitan regular sus emociones a través de lo que ven en sus modelos, del mismo modo que hacen con muchos otros comportamientos.
Por eso es importante: -Hablar sobre tus emociones; incluyendo la tristeza o el enfado. “Cuando ocurren accidentes me siento enfadado/a”. -Habla de las emociones sentidas en el mundo que os rodea. Habla sobre cómo se podrían sentir los personajes de libros y películas, así como otras personas se sentirán en determinados eventos, o cómo podría hacernos sentir determinado suceso novedoso. -Habla con tu hijo sobre todas las emociones, tanto las positivas como las negativas. Hablar con ellos sobre cómo se sienten les ayuda a aprender a regularlas de forma efectiva.
Sé modelo y discute sobre el autocontrol Cuando hablas sobre las emociones, incluye también ejemplos de cómo se podrían expresar o aliviar adecuadamente estas emociones. -Compórtate cuando sientes cosas como te gustaría que se comportara tu hijo. -Juega a juegos que impliquen autocontrol, como el juego de las estatuas o a semáforo verde y rojo. -Sé modelo de solución de problemas -Comparte con tu hijo tus problemas, grandes o pequeños. Desde qué hacer de cena a algún trámite administrativo. -Juega a juegos en los que tu hijo o hija tengan que resolver algo. -Cuando tu hijo o hija te plantee alguna cuestión o problema, en lugar de inmediatamente explicarle la solución que tú tienes, empieza por preguntar “¿Tú qué crees que podrías hacer para solucionarlo?” Ayudale a través de sugerencias antes de resolver tú directamente el problema, y luego discute con él si la posible resolución adoptada será la más útil.
Construye habilidades de comunicación Entender y usar el lenguaje es muy importante para las interacciones exitosas. Un buen uso del lenguaje así como un amplio vocabulario, además, están fuertemente relacionados con el éxito académico. -Crea historias en familia en las que cada miembro va añadiendo una parte. Habla con tu hijo o hija sobre su día y cuéntale el tuyo. -Leed juntos, todos los días si es posible, desde el nacimiento. Si tu hijo ya sabe leer, haced lecturas conjuntas por turnos. -Cantad y bailad juntos.
Se ha
evidenciado que la etapa por excelencia donde prototípicamente la población
espera la eclosión de la sexualidad es la adolescencia. Fuera de ésta (y de la vida adulta)
conlleva un mayor esfuerzo imaginarse cómo se desarrolla la vida sexual de los
seres humanos, surge el tabú: no se habla de ello, no se sabe cómo educar o
reaccionar al respecto, alarma en los casos más extremos… ¿eso significaría que no existe/no hay sexualidad antes ni después? La
respuesta es un rotundo NO: la sexualidad es una capacidad humana innata,
biológicamente preprogramada que se va desarrollando y sufriendo cambios (ni
ganancias ni pérdidas) a lo largo del ciclo vital completo, es decir, desde que
nacemos hasta que morimos. O lo que es lo mismo: existe sexualidad en la infancia, juventud, adultez y tercera y cuarta
edad.
En el post de hoy nos encargaremos de dar a conocer datos
verídicos y pautas sobre cómo abordar la
sexualidad en la que posiblemente sea la etapa vital donde más tabú es en gran
parte de los hogares: la infancia.
Los progenitores esperan “la revolución sexual” aunada al
cóctel hormonal de la adolescencia y no
es descabellado que aparezca la sorpresa cuando mezclamos en la misma frase
infancia, sexualidad y genitales, sobre todo si son conductas que
desconciertan y se anticipa que no se sabrá reaccionar adecuadamente ante
ellas.
Unas
píldoras psicoeducativas sobre la sexualidad en la infancia
Primero de todo, el
objetivo prioritario de este blog será desmitificar la sexualidad infantil
teniendo información asequible y veraz al respecto.
Para ello una máxima a tener en cuenta será la
diferenciación entre el disfrute de sensaciones placenteras que aparece en la
infancia versus el sentido erótico que tiene la sexualidad tal y como la viven
los adultos. Será importante salir de
esa posición subjetiva y adultocéntrica para conocer la sexualidad de la manera
en que la experimentan los peques.
Ya cuando
nacen toda su anatomía fisiológica está definida. Los genitales y pecho
principalmente se consideran zonas erógenas por la infinidad de terminaciones
nerviosas que
existen en ellas; son zonas donde se hace evidente la importancia del tacto, ya
que erógeno no significa otra cosa que que
causa excitación, que aporta sensaciones agradables, que da “gustirrinín”.
Es entre los 0 y 3
años cuando se descubre la capacidad de aportar placer de esas zonas corporales
y, por tanto, la consecuencia previsible será que aparezcan conductas de
autoestimulación: tocarse, balancearse en una silla, frotarse con una
almohada/cojín o incluso cuando llevan pañal tirarse de culo repetidamente por
el golpecito amortiguado que sienten. La experiencia infantil fruto de ello
será sentir (de sensaciones, no de sentimientos) algo parecido a relajación,
agradabilidad, o incluso algunos niños lo definen como “cosquillas”. Es decir, empiezan a poder discernir entre
situaciones agradables y desagradables (y ese fenómeno no sólo provendrá
del ámbito de la sexualidad, sino que hay muchas más fuentes generadoras de
dichas sensaciones al mismo nivel: jugar, la compañía de personas que les
quieren, estar con el chupete si usan, etc).
Junto a lo anterior, otro
dato que explica las conductas de autoestimulación es la aparición del final de
la etapa sensoriomotora (a los 2 años aproximadamente), caracterizada por la
realización de experimentos conductuales. La curiosidad, la exploración, el
observarlo todo y descrubirlo son los ingredientes clave de la infancia;
mediante ellos los niños aprenden a repetir aquellas situaciones que les
reportan un resultado favorable, como serían en este caso los tocamientos y las
sensaciones agradables que éstos provocan.
Asimismo, en esta
franja de edad también aparece el descubrimiento del propio cuerpo.
Coincidiendo con la retirada del pañal (frente al camuflaje de los
genitales con éste) los peques de
repente encuentran que hay algo “ahí abajo”, además, algo que no conocían y que
si tocan les resulta agradable. Suelen
verse normalizados con mayor frecuencia los tocamientos de los niños,
justificándose en parte porque se entiende también que el pene está “más a
mano” y la vulva más escondida; sin embargo, no olvidemos que esa visión está tácitamente basada en roles
y prejuicios socialmente aprendidos (las silenciadas sexualidad y masturbación
femenina), mientras que los datos
demuestran que el objetivo o finalidad, la naturaleza y las sensaciones
experimentadas son las mismas sean genitales masculinos o femeninos, es
decir, lo haga un niño o una niña.
Por contra, como en
la variabilidad está la clave, otros niños puede que hagan el mismo caso a
los genitales que a cualquier otra parte del cuerpo, sin diferenciación alguna
por suponer mayor placer.
Cuando
alcanzan los 3 años, y hasta los 6 años aproximadamente, aparece el interés por
el cuerpo de otros.
Los pequeños empezarán a identificar que
existen diferencias entre la fisionomía de los distintos sexos. Unido a la
curiosidad y deseo de saber (también popularizada como “etapa del por qué”) es común que realicen muchas preguntas que
a veces pueden suponer un “¡tierra trágame!” para los padres. Tal y como
sugiere la experta en sexología Arancha Gómez en su sección para el blog de
Malasmadres, la herramienta fundamental
en esas situaciones será primero de todo esclarecer los objetivos que se tienen
a la hora de educar sexualmente, de más generales a más específicos; desde Cenit Psicólogos le añadimos el ir
resolviendo esas dudas adaptando la información y el lenguaje a la edad
evolutiva del niño, además de el principio fundamental de nunca mentirles.
Se establece el cuerpo como fuente de placer por lo que la masturbación es una conducta natural (también
la presencia de pequeñas erecciones), siendo incluso previsibles otras
conductas fruto de la imitación de lo que observan a su alrededor (adultos,
animales, medios de comunicación,…).
¿Cómo
deberían reaccionar los padres ante hijos que se tocan o masturban?
Más allá de tener la información adecuada, las siguientes pautas también serán de gran
ayuda a esos progenitores que no saben cómo actuar ante la sorprendente
realidad de que sus pequeños también tienen capacidad de disfrute sexual
(adaptada a su edad evolutiva):
No demonizar los tocamientos con teorías conservadoras
propias de ciertas religiones (“si te tocas irás al infierno”).
No dar falsas explicaciones fatalistas (¡y nada reales!) sobre cuáles podrían ser las consecuencias de
seguir llevando a cabo dichas conductas. Por ejemplo, “si te tocas se te va a
caer la cola”.
Reconducir dichas conductas a contextos adecuados o
socialmente adaptados: dado que las “normas sociales” (por la capacidad de
comprensión que exigen) son difíciles de interiorizar a tan corta edad habrá
que expresarles de manera sencilla, sin alarmismos y para que ellos puedan
entenderlo bien, que son comportamientos
íntimos y que para ello lo ideal es que puedan hacerlo en su cuarto, en el
baño, en casa, etc no en el cole, en el parque o cuando hay visitas en casa.
Como interiorizar conceptos del tipo
pudor o intimidad podría hacerse cuesta arriba (sobre todo mientras más
pequeño sea el menor) un modo de ir
introduciendo dicha norma social podría ser intentar enseñarles la
diferenciación entre contextos “públicos” y “privados”.
No castigar, de lo contrario los
peques aprenderán que esas zonas del cuerpo y/o comportamientos son prohibidos
o disgustan a sus padres, por lo que
puede que le cojan miedo y no lo vuelvan a repetir (resultado que iría en
contra de que el menor se conozca y acepte como es para que en futuras etapas
pueda disfrutar de manera satisfactoria del erotismo, es decir, iría en
detrimento de un adecuado desarrollo psicosexual) o… que directamente lo repitan pero cuando no estén los
progenitores delante, es decir, se
escondan.
Perseguir tasas bajas si nos preocupa que la frecuencia
(elevada) pueda provocar daños en sus genitales, ya sea a nivel cutáneo o por
infecciones (si tienen las manitas sucias y así, para lo que además se necesitará
el desarrollo de unas medidas de higiene determinadas).
Identificar si un repunte de su
frecuencia se puede estar debiendo a otras causas: estresores de la vida
diaria, problemas emocionales, hipersexualización aprendida mediante
observación del entorno, etc.
Conocer el desarrollo evolutivo de su sexualidad y poder
detectar comportamientos no propios del estadío en el que se encuentran; posiblemente puedan deberse a lo
mencionado en el punto anterior, o en el
peor de los casos a estar vivenciando situaciones directas o indirectas de
tocamientos y/o abuso sexual por parte de adultos u otros menores.
Dotar por ello de una educación sexual adaptada a la edad
evolutiva (y lenguaje) del niño o niña como modo de prevención primaria de
abusos sexuales:
será muy importante que durante la infancia aprendan a reconocer las conductas
de abuso y violencia (y las emociones derivadas de ello, como serían la
vergüenza, la culpa, el dolor…) para que si alguien a lo largo de su vida
quebranta su integridad física o emocional o invade su intimidad sepan y puedan
identificarlo a tiempo, poner límites y evitar la situación de peligro
acudiendo a cuidadores/progenitores o alguna otra persona de confianza.
Asimismo, dicha psicoeducación será la base afectivo-sexual sobre la que se irán
asentando las fases futuras de su desarrollo y relaciones interpersonales,
por lo que como las demás capacidades
humanas necesitará del desarrollo paso a paso y a lo largo del tiempo teniendo
como base del aprendizaje madurativo el afecto y respeto por parte de las
figuras de apego/educativas.
Y por último, para que la mencionada
educación sexual sea de calidad como progenitores habrá que intentar no proyectar miedos, inseguridades o ideas
preconcebidas propios sobre el sexo al menor. La base más-menos segura sobre la
que se asiente su sexualidad influirá en cómo éste viva o experimente su vida
sexual en un futuro.
En
definitiva, ¡encontrar a los pequeños “con las manos en la masa” es tan natural
como la vida misma!. Está claro que no
deben ser conductas juzgadas como negativas entonces, a los pequeños también les apetece recibir estimulación placentera.
Y es aquí donde me gustaría destacar una frase anecdótica del que fue uno de
mis mejores profesores en la Universidad de Salamanca, Félix López, experto en sexualidad e infancia: “Cuando lo repiten tres veces ya no es casualidad, lo hacen porque les
gusta”.
Lo
diferenciador será la reacción que como adultos tengamos ante tal sorpresa,
abogando siempre por la normalización con permisibilidad y la educación de
calidad desde el contexto del hogar. No obstante, puede haber casos en los que se crea que no se
tienen los recursos suficientes para afrontarlo como padres/madres o que la
frecuencia, modo o circunstancialidad de las conductas de autoestimulación de
los pequeños preocupen… en ese caso lo aconsejable será acudir a los
profesionales oportunos al caso para que puedan dotar de las herramientas
adecuadas para afrontar lo novedoso e “impactante” de la situación.
Fuentes:
López, F. (2005). La
educación sexual de los hijos. Madrid:
Pirámide., Ortiz, M. J., Sánchez, F. L., Rebollo, M. J. F., &
Etxebarria, I. (2014). Desarrollo
afectivo y social. Ediciones Pirámide., www.clubdemalasmadres.com
, www.caib.es
Cuando escuchamos hablar de burnout, o síndrome de estar quemado, generalmente lo asociamos al ámbito laboral, y lo cierto que es en este contexto donde se comenzó a usar el término al observar una serie de reacciones similares en trabajadores bajo condiciones adversas en el trabajo.
Sin embargo, recientemente se han realizado investigaciones que sugieren que en el contexto de la crianza de un hijo se pueden dar estas mismas condiciones y por lo tanto en ocasiones se puede dar un acusado burnouten madres y padres durante el proceso de crianza, con el estrés diario que ésta puede producir.
El burnout parental tiene tres características principales.
1. Agotamiento físico y emocional.
2. Distanciamiento emocional del hijo.
3. Sentimiento de incompetencia en el rol de padre o madre.
En ocasiones es difícil distinguir entre el burnout parental y la depresión postparto, ya que ambos tienen esas sensaciones de fatiga y falta de energía en común, pero es importante destacar el factor temporal. En el burnout parental, estas sensaciones aparecen más tarde, sobre el año o más del hijo. Además, cuando se trata de burnout, el desánimo se relaciona más directamente con el niño o con el rol de padre o madre y las tareas relacionadas y no aparece en otros contextos de la vida de la madre o el padre.
Hay situaciones en las que puedes reconocer que lo estás experimentando, como por ejemplo:
– Te sientes más irritable de lo habitual y tu tolerancia a la frustración es menor.
– Estás agotada.
– No eres capaz de recordar la última vez que hiciste algo no relacionado con tus hijos.
– Piensas que tu hijo está haciendo algo con el propósito de molestarte (cuando no es capaz).
– Desearías tener más tiempo para ti.
– No recuerdas bien quién eres como persona individual.
– Si tienes un momento para ti, no sabes muy bien qué hacer con ese tiempo.
– Te sientes obligada a decir que estás feliz el 100% de las veces.
– Te sientes culpable por tener estos sentimientos.
Esto es preocupante ya que se ha observado que este tipo de burnout puede producir consecuencias graves tanto en los padres y madres como en el hijo, aumentando la negligencia parental, el daño y los pensamientos de escape.
La investigadora principal, Moira Mikolajczak, explica cómo se produce este estrés parental. “En el contexto cultural actual, hay mucha presión sobre los padres, pero ser un padre o madre perfecto es imposible, y tratar de alcanzar este objetivo puede llevarnos al agotamiento. Nuestras investigaciones sugieren que lo que sea que cada padre haga para recargar las pilas y evitar este agotamiento es bueno para los hijos también.”
En el contexto clínico es habitual encontrarse con buenos padres y madres que terminan por agotarse y en un momento dado dejan de hacer lo mejor para sus hijos debido a esto. Esta autora y su equipo investigaron a 2068 padres y madres que realizaron una encuesta sobre burnout y comportamientos durante la crianza. Además, ya que se trata de un tema suficientemente sensible, se incluyeron ítems en la encuesta que medían cuanta deseabilidad social tenía el participante. Encontraron que efectivamente, cuanto más agotamiento aparecía por la necesidad de hacerlo excesivamente bien, más ideación de escape, más violencia y negligencia parental aparecían.
Teniendo en cuenta que se estima que un 14% de los padres y madres (muy especialmente ellas) desarrollarán este tipo de síndrome de burnout parental, observando las consecuencias que acarrea, así como las características que lo definen, es importante que vigilemos si nosotras o alguien de nuestro alrededor está cerca de desarrollarlo, ya que es importante, tanto para la madre o padre como para el niño, que se aprenda a recargar esas pilas y combatir este burnout.
Fuentes:
Psychcentral.com, the mindfulmom.com.
Hubert, S., & Aujoulat, I. (2018). Parental Burnout: When Exhausted Mothers Open Up. Frontiers in psychology, 9, 1021. doi:10.3389/fpsyg.2018.01021
Llegan las vacaciones estivales y con ellas el gran dilema ¿qué hacemos con tanto tiempo libre? o incluso peor ¿dónde ubicar a los niños para que no se aburran con tantas vacaciones por delante?
Después de la sobreestimulación escolar colocamos el rasero a un nivel semejante, y los niños han de estar ocupados, aprovechando el tiempo. Pero, ¿y si te dijéramos que tal vez sea conveniente que en lugar de coparles la agenda optéis por favorecer la existencia de tiempo libre? La no participación de los padres en ocuparles el tiempo vacacional propiciará que los niños lleguen a aburrirse y desde ese estado de inactivación empiecen a explorar nuevas actividades a las que dedicarse y con ello aparezca el aprendizaje de gestionar u ocupar el tiempo por sí mismos, sin la guía de los adultos. Explícitamente supondrá irles transfiriendo autonomía, y de forma latente les transmitimos que confiamos en su criterio y apoyamos sus gustos e intereses individuales.
El aburrimiento en el siglo XXI está demonizado
Sí, como lo oyes. En general, hoy en día existe una baja tolerancia a aburrirse. En cuanto aparece un período de tiempo de escasa actividad (o de baja estimulación de nuestro sistema nervioso) decimos que nos estamos aburriendo, y de manera casi automática echamos mano a nuestro teléfono móvil o cualquier otro aparato tecnológico; inmediatamente emerge una estimulación externa normalmente bastante activadora que nos distrae. Con los niños podríamos decir que facilitamos que ocurra exactamente lo mismo: móviles, tablets, videoconsolas, etc derriban inmediatamente al temido monstruo del aburrimiento.
A su vez, la tolerancia y costumbre a dicho nivel de estimulación que ofrecen las nuevas tecnologías ha desencadenado que nuestro umbral para llegar a aburrirnos sea actualmente mucho más bajo, lo cual suele vivenciarse como algo desagradable y a evitar rápidamente.
¿Por qué es importante aburrise?
El quedarse momentáneamente en ese aburrimiento propiciaría que tanto niños como adultos nos centráramos en nuestro mundo interior: que demos rienda suelta a la creatividad, la imaginación e incluso a la fantasía.
Asimismo, favorece el estado de motivación idóneo para empezar a hacer cosas (las que quiera que se elijan). Si estamos todo el rato ocupados nunca aparecerá ese aliciente de buscar nuevas tareas a las que dedicarnos, y por tanto esa autosuficiencia de organizar el propio tiempo.
Colateralmente alimenta la capacidad tolerar de frustración, es decir, sobre todos los más pequeños aprenderán que no siempre el entorno les ofrecerá estímulos apetentes y distractores; sino que habrá períodos de menor activación, los cuales, además de necesarios para el descanso de su sistema nervioso, lo serán para que ellos mismos propicien actividades a las que dedicarse.
Todo ello sin olvidar la relevancia de las necesidades biológicas de nuestro cerebro. Pese a que solemos poner el foco en el requisito de estar atentos y/o concentrados (o en los problemas derivados de la falta de atención) se nos olvida otra necesidad bien importante: la desconexión, que permitirá que nuestro cerebro descanse, se oxigene y esté preparado para aquellos momentos en los que sea oportuno centrarse en una tarea de rendimiento. Hacer caso omiso de ello propiciará que nuestro cerebro no se conecte nunca cuando debe, es decir, que en lugar de no hacer nada de vez en cuando esté siempre agotado, de vacaciones, sobrecargado y desconcentrado.
El aburrimiento no es en sí algo negativo, sino que como adultos (y más en la faceta de padres) habrá que ser modelo para poder resignificarlo e inculcar que no es tiempo perdido (o lo que es más, que perder el tiempo es tan necesario como hacer cosas productivas).
Perder el tiempo ha sido una construcción social transmitida como potencialmente negativa, propia de vagos e incompatible con la cultura del esfuerzo, la competitividad, el triunfo (y por ende, de la felicidad): nada más lejos de la realidad. Y es que las mentes más brillantes seguramente dedicaron mucho tiempo a “estar aburridos” hasta que finalmente dieron con algo realmente novedoso. En situaciones de inactivación o improductividad, en los que nuestro cerebro está descansando (o descansado), es cuando será más factible producir algo innovador, ya que no está trabajando en “cualquier cosa”.
O como apunta el psicólogo clínico Juan Cruz, “Si no, ¿qué hacía Newton cuando formuló la Ley de la Gravedad? ¿Acaso no estaba contemplando absorto la naturaleza?”, o lo que es lo mismo… ¡estaba mirando las musarañas!.
Consejos (para niños y adultos) para reconciliarse con el aburrimiento
Has de saber que tan importante es el tiempo productivo como los períodos de “improductividad”, y esto también se aplica a adultos. Tiempo en el que no se hace nada, o al menos nada “productivo”, que también es hacer algo, aunque diferente al patrón de conducta esperado socialmente (tareas de una lista, cosas de provecho o con una finalidad concreta de producir, trabajo, deberes, obligaciones…). Por el contrario, todas aquellas tareas vacías de un contenido más allá del disfrute del descanso serán aconsejables y necesarias, sobre todo después del final del curso escolar (¡o de la jornada laboral!, ya que antes mencionamos que era una tarea pendiente sobre todo en los adultos).
Está claro que quizás no es fácil pasar de 0 a 100 inmediatamente, es decir, que cuesta desconectar y transladarse de la cultura del rendimiento a dedicarnos a “hacer nada”. Afortunadamente es una capacidad que se puede aprender y entrenar.
Las siguientes pautas pueden servirte para ello:
Haz una lista con aquellos deseos, retos o experimentos (cuando se refiere a niños siempre acordes a su edad evolutiva y si es necesario, supervisados por un adulto) que siempre hemos tenido en mente pero nunca hemos llevado a cabo. El objetivo será volver a ella y escoger cualquiera de esos items cuando tenemos tiempo libre, o mejor aún, buscando y propiciando el tiempo libre. Leer un bestseller al que le echaste el ojo hace tiempo, colorear (que no es solo tarea de los más pequeños de la casa), tumbarte a escuchar tu música favorita, cocinar un pastel todos juntos o mirar directamente a las musarañas pueden ser algunas de las posibles alternativas, ¡aunque hay miles, personalízalas!
Elige un momento en el día (y unos días en el año) en los que hacer nada. Centrados en el momento presente, es decir, sólo y exclusivamente en esa “tarea pasiva”, y no dedicando al mismo tiempo parte de nuestros recursos atencionales a obligaciones o “tener que” que nos exijan producir. Ese momento extrapolado a los infantes supondrá no tenerlos entretenidos con todo tipo de juguetes y nuevas tecnologías, sino dejarlos por libre; eso facilitará que “no tengan nada que hacer” y ellos mismos propicien el a qué dedicarse en ese momento: hará que investiguen y generen experiencias derivadas de su mundo interior teniendo como elemento común la creatividad.
Deja a un lado la competitividad, la vida por y para el trabajo y los prejuicios sociales de ser “personas vagas”. Por contra, te animamos a poner el foco en otras parcelas de tu vida: ocio, aficiones, talentos no fomentados, descanso físico, dar rienda suelta a tu imaginación y mundo interior, etc. Cosas productivas (y mucho, aunque desde otra perspectiva a la que estamos acostumbrados) para la persona más importante en tu vida: Tú.
Reserva un espacio (tu espacio) en el que puedas estar solo, tranquilo, en el que nadie interrumpa ese momento que has decidido dedicar a hacer cosas con las que desconectar del acelerado ritmo diario.
Y además recuerda: el verano es un momento de flexibilidad. Fomenta que en cierta medida las normas y los horarios de todo el curso se puedan variar ligeramente (siempre sabiendo poner límites), con respecto a los pequeños haya un descanso de deberes, un espacio donde la familia comparta tiempo libre, etc. Descansan los niños sí, pero principalmente ayuda a que descansen los padres.
Así que este verano (y todo el año)… ¡que se aburran los niños! ¡y los adultos!
En la década de los 90 se publicó un importante estudio en EE UU en el que se afirmaba una conclusión cuanto menos controvertida: los niños provenientes de núcleos socio económicos bajos tenían un desarrollo del lenguaje con más deficiencias debido a un “nivel de palabras deficitario”; es decir, en sus casas, los niños de estos estratos socioeconómicos estaban expuestos no solo una menor complejidad del vocabulario emitido por parte de sus padres, sino un menor número total de palabras (unas 1500 palabras menos por hora, un total de 32 millones de palabras menos a la edad de 4 años). Con todo, el estudio recibió múltiples críticas relacionadas con su replicabilidad y su validez, desde que la muestra era muy pequeña (menos de un centenar de familias), la metodología de investigación era demasiado invasiva (los investigadores acudían a las casas de las personas investigadas para observar el número de palabras emitidas, con lo que en muchos contextos podían reducirse las palabras utilizadas por la poca familiarización de tener a un tercero observando las interacciones en casa) o bien las connotaciones raciales del estudio. Todo ello, aún así, ayudó a una importante reflexión a nivel estatal y relacionada con las políticas educativas, necesarias para atajar posibles desigualdades socioeconómicas. Muchas voces argumentaron que los resultados bien podría corregirse con inversión educativa en mejoras de currículo y contenidos en las escuelas, correlacionando la mejora en enseñanza de conocimiento educativo y vocabulario general antes de los 6 años con una posible mejora en este “umbral de palabras”.
De cualquier manera, y por la importancia intrínseca que tendrían unos resultados como los descritos en el estudio, son muchos los estudios a lo largo de los años que han buscado esclarecer la relación entre el lenguaje emitido a los niños con su nivel de desarrollo, dando como resultado el estudio de observación longitudinal más longevo en el entorno familiar, ésta vez con más de cien familias británicas, argumentando como efectivamente el número de palabras correlaciona con sus destrezas cognitivas, aunque sin especificar claramente por qué, y controlando el nivel de penetración en el entorno doméstico para evitar un efecto reactivo en las familias y unos resultados distorsionados.
De esta manera, el equipo de investigadores liderado por Katrina D`Apice, de la Universidad de York, equiparon a 107 familias con dispositivos portátiles que registraron todo el idioma hablado por ellos (por los niños y sus padres) en tres días. Los registros, de unas 15 horas diarias de lenguaje, se aplicó un software para determinar cuántas palabras pronunciaron los adultos en familia. Para comprobar el nivel cognitivo de los niños, los niños completaron toda una serie de pruebas cognitivas.
Los resultados fueron prometedores. En niveles promedio, se observó que los adultos hablaban un total de 17,800 palabras al día, con una variabilidad considerable. En general, el equipo encontró una relación importante entre el recuento de palabras de los padres con las habilidades cognitivas del niño. Los padres que utilizaban más palabras tendían a mejorar en las pruebas cognitivas, y la riqueza del vocabulario era también mayor cuanto mayor era la riqueza léxica de los padres. “Los hallazgos demuestran y enfatizan la importancia de las experiencias tempranas, especialmente en la utilización del lenguaje, como experiencias dinámicas que cambian y evolucionan con el tiempo, en determinantes ambientales estáticos” y con clara repercusión en nuestra cognición.
Los resultados tienen una naturaleza correlacional; es decir, no se puede separar la causa y el efecto y por tanto la causa no está del todo clara. Entre las posibles explicaciones, está que una mayor exposición al lenguaje fomenta un mayor desarrollo de la inteligencia. O al revés, que notar que tus hijos son más despiertos fomenta mayor estimulación lingüística por parte de los padres. O incluso explicaciones genéticas: como factores genéticos compartidos influyen tanto en el lenguaje de los niños como en las habilidades cognitivas de los niños. Queda ver si los resultados pueden generalizarse. La mayor parte de la muestra pertenecía a familias de padres casados, con nivel socioeconómico medio alto y con título universitario.
De cualquier manera, los resultados pueden resultar un precedente tanto para el uso de grabación discretos y software de procesamiento automático (y así tener resultados lo más ecológicos posibles) como en la importancia de la implicación parental en la educación de sus hijos y lo fundamental que resulta que las políticas educativas aporten y dediquen una importancia capital al nivel de vocabulario y cultura precoz en los niños, sin importar el estrato social.
Escrito por David Blanco Castañeda
Fuente: Research Digest (The British Psicological Society)
Las personas altamente sensibles se definen por unas respuestas más agudas a los estímulos ambientales, ya sean físicas, cognitivas o emocionales. Estas respuestas agudizadas pueden ser ante estímulos externos (sociales o ambientales) o bien internos (intrapersonales). Además, una persona altamente sensible puede ser más extrovertida o introvertida, estos rasgos no se relacionan necesariamente. ¿Conoces a alguna persona que podría parecerte altamente sensible? ¿Puede que tú lo seas?
Este rasgo tiene tanto ventajas como inconvenientes y hay muchas características en ser una persona altamente sensible que se pueden considerar como positivos; como por ejemplo una gran empatía e intuición, habilidad para escuchar, y mucha capacidad para comprender las necesidades de los demás. Sin embargo, ya que muchas de las características que pueden indicar que una persona es altamente sensible pueden afectarles negativamente, aquí nos centraremos en 24 señales de esta alta sensibilidad, siendo negativas para estas personas. La mayoría de nosotros podríamos sentir estas señales, y en muchas ocasiones tiene más que ver con la frecuencia o la intensidad, por lo que las personas altamente sensibles lo sienten “más profundo” o “en mucha cantidad”.
Para que se pueda comprender mejor la forma en que se presentan estas señales, las dividiremos en tres categorías; sensibilidad hacia uno mismo, sensibilidad hacia los otros y sensibilidad hacia el ambiente.
Categoría uno: Sensibilidad hacia uno mismo
1. Dificultad para dejar ir pensamientos y emociones negativas.
2. Aparición frecuente de síntomas físicos (como dolor de cabeza u otros) ante algo negativo que haya ocurrido durante el día.
3. A menudo, algo negativo que haya ocurrido durante el día, afecta a los hábitos de sueño o alimentación, ya sea comiendo o durmiendo mucho o demasiado poco.
4. Experimentación habitual de ansiedad o tensión.
5. Tendencia a “machacarse” cuando no se cumplen las propias expectativas.
6. Miedo al fracaso, incluso en situaciones relativamente menores.
7. Comparación frecuente con otros, y además generalmente esta comparación se acompaña de sentimientos displacenteros resultado de una comparación social negativa.
8. Sentimiento de ira o resentimiento sobre situaciones de la vida o de la sociedad que parezcan injustas o incluso simplemente molestas.
Categoría dos: Sensibilidad hacia los otros
9. Pensar o preocuparse a menudo por lo que los otros están pensando.
10. Tendencia a tomarse las cosas a lo personal.
11. Dificultad para dejar ir una situación social desagradable, aunque sea pequeña.
12. Facilidad para sentirse herido.
13. Ocultación frecuente de sentimientos negativos, por la creencia de que son demasiado fuertes, vergonzantes o turbulentos para compartirlos con otros.
14. A menudo, discusión de las emociones negativas de otros, ya que se considera una gran cantidad de drama en la propia vida.
15. Dificultad para aceptar la crítica, aunque sea dada de forma razonable y constructiva.
16. Sentimiento frecuente de que otros le juzgan, aún sin evidencias de ello.
17. Reacción excesiva a provocaciones ya sean reales o muy ligeras.
18. A menudo, sentimiento de extrañeza al estar en un grupo, al tiempo que el sentimiento de no poder ser uno mismo.
19. Sentimiento de autoconciencia en situaciones íntimas. Preocupación excesiva por la aprobación del compañero en estas situaciones. Miedo a ser rechazado, incluso sin pruebas razonables para ello.
Categoría tres: Sensibilidad ante el ambiente
20. Sentimiento de incomodidad en las multitudes, en una habitación llena de gente hablando o cuando están ocurriendo muchas cosas a la vez.
21. Sentimiento de desagrado ante la exposición a luces intensas, ruidos fuertes o aromas intensos.
22. Facilidad de sobresaltarse ante un ruido fuerte, con el tráfico rápido o con otras sorpresas desagradables.
23. Sentimiento de decepción o tristeza viendo o leyendo noticias negativas en los medios. Disgusto ante los programas intensamente violentos o de miedo.
24. A menudo, infelicidad ante las publicaciones de gente a la que siguen en redes.
Este rasgo, como dijimos antes, tiene en ocasiones aspectos también positivos, aunque tiende a generar gran sufrimiento. Es importante, por tanto, lograr un adecuado conocimiento del mismo, del mismo modo que saber cómo manejar las situaciones que pueden afectar a las personas altamente sensibles. ¿Te has sentido identificado con estos rasgos? ¿Quieres saber si eres una persona altamente sensible?Aquí puedes hacer el test
Fuente: Psychology Today
Escrito por Lara Pacheco Cuevas
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