Son muchos y diversos estudios los que enfatizan la importancia de la emoción para el aprendizaje, como un elemento que dispara, mantiene el aprendizaje y lo que recordamos, siendo uno de los elementos fundamentales en el procesamiento de la información y que muchas veces se ha subestimado a favor de la razón, cuando no podemos desconectarnos de su influencia ni de la interrelación que hay con los demás. Esto se hace especialmente relevante pues en la mayoría de contextos, la emoción siempre se ha tratado en decrimento de la razón, inhibiendo y bloqueando en muchos casos el efecto paralelo y transversal de la emoción en la facilitación del aprendizaje.
Por ello, la investigación (en educación, neurociencia, medicina o psicología), recogen y amplían el conocimiento disponible sobre la cuestión, mostrando como la emoción, lejos de alterar nuestra conducta, también la focaliza, la despierta, la mantiene y la refuerza.
Esto explica como es tan importante hacer anclajes en el aprendizaje: la transmisión de información no puede ser una mera repetición de conocimientos, y por ello se incentiva la curiosidad desde sus propios aprendizajes y afinidades previas, conectarlo con el nuevo aprendizaje, buscar el atractivo desde sus propios intereses y así favorecer el aprendizaje significativo y una consolidación (memorización) mejor. Esto también puede verse en las reacciones circulares que los niños menores de dos años hacen: al principio el mismo descubrimiento de su propia voz (al emitir el sonido “aaaaa”) o el hecho de saber que al tirar una cuchara al suelo hace un ruido determinado (y que el adulto siempre la recoge o reacciona de una determinada manera) les provoca una emoción tan intensa (y gratificante) que el niño lo repite una y otra vez, aprendiendo que su conducta puede tener una intención, hacer cambios en el entorno y que ayuda al perfeccionamiento de la habilidad, hasta llegar a su dominio.
De otra manera, la estructura cerebral más específicamente implicada en la regulación emocional y la que más se debe prestar atención es el sistema límbico (que incluye partes del tálamo, hipotálamo, amígdala, cuerpo calloso, septum y mesencéfalo), zonas que habitualmente se han visto correlacionadas funcionalmente con el control emocional, la motivación, la conducta motivada o la iniciativa, además de la memoria y el aprendizaje. Estos sistemas funcionan muchas veces de manera automática y no consciente (por formar parte de la parte subcortical del cerebro) y aparte de evaluar si la información que atendemos es potencialmente peligrosa, permite potenciar, reforzar o alterar la fuerza de nuestro aprendizaje. Que junto con las demás estructuras cerebrales, y siempre bajo un funcionamiento simultáneo, en paralelo y diferenciado, se posibilita y mejora el aprendizaje.
Así, la emoción está implicada en todos los procesos básicos de la memorización, desde la codificación de la información (el aprendizaje en el primer ensayo de aprendizaje), como en los posteriores procesos de almacenamiento y recuperación (los que conmúnmente se definen con “me acuerdo de…”, es decir, cuando se recupera y se vuelca la información de un tema en cada situación.
La emoción puede, y gracias a ello, resaltar y enfatizar los resultados del aprendizaje, haciendo más significativo los aprendizajes, al igual que emociones dolorosas pueden alterar o modificar el procesamiento de la información a aprender, explicando como a veces la emoción de miedo o tristeza puede provocar reacciones de huida en la persona que aprende (desde “despistarse con cualquier cosa”, hasta huir de la situación y oponerse enérgicamente). De ahí la necesidad de instruir, por ejemplo, en el reconocimiento por parte del alumnado de su propio arco emocional, pudiendo ayudar a promover tanto su curiosidad como su entendimiento, como para ayudarle a entender cuando se está desmotivando y no está consiguiendo sus objetivos (siempre en un contexto donde no hay una dificultad inherente que lo explique). Reconocer también que el efecto de las emociones está acotado a periodos cortos y de alta intensidad; y que éstos pueden asociarse contingentemente a contextos, lugares o determinados estímulos, ayuda a reconocer todos los elementos para hacer el aprendizaje y el contexto del que está inserto lo más efectivo posible.
Efectos e influencias de las emociones en nuestra cognición.
En la atención. En dicha capacidad, la emoción le ayuda a seleccionar la información más relevante del entorno y elegir la opción correcta en la solución de nuestros problemas cotidianos, actuando como guía y criterio para decidir la información a la que hacer caso y cual no. De este modo, si tenemos una emoción muy intensa, es posible que nos sintamos muy sobrecargados y no atendamos a la información como queremos, por ello se busca promover estados de calma centrándonos en pocas cosas a la vez, maximizando nuestro rendimiento. De ahí, por ejemplo, la recomendación tan usual de “no dejarlo todo para el último día”, donde la ansiedad a veces es tan excesiva que puede provocar un aprendizaje no eficaz y centrarnos sólo en una parte de la totalidad de la información a aprender para el examen.
En la activación. El efecto Yerkes Dodson, uno de los efectos más estudiados, afirma que la activación funciona mejor en niveles intermedios, siendo los dos extremos (el uno exceso – hace que nos centremos demasiado en un poco información y que podamos perder información relevante- el defecto por poca activación y que provoca desenfoque) lo que provoca que no recordemos adecuadamente.
En el recuerdo. En efecto, se recuerda mejor información significativa cuando nos encontramos en situaciones con mucha emocionalidad, comparados con aquellos acontecimientos neutros y sin relevancia para la persona que aprende. Intentar que la persona lo relacione con eventos significativos para sí mismos, con contenidos interesantes o con eventos externos (o biográficos) importantes, ayuda a un aprendizaje más duradero y con garantías de una mayor consolidación a largo plazo.
En el estado de ánimo. En efecto, se suele decir que “puedes no recordar ni lo que se dijo ni lo sucedió, pero sí lo que sentiste en ese momento”. Muchas veces inducir o emular determinados estados emocionales en las personas ayuda (y mucho) a recordar material, demostrando que tendemos a recordar información con estados emocionales actuales (de cualquier tipo), y los relacionamos mejor a su vez con momentos emocionales del mismo tipo del pasado.
En el conocimiento de nosotros mismos. Según los estudios, las personas que han sido instruidos en nociones básicas de inteligencia emocional y han recibido entrenamiento en expresión emocional, tienen más capacidades para interpretar sus emociones (y la de los demás), tendiendo a solucionar mejor sus problemas, disminuyendo así las situaciones de incomprensión y favoreciendo mejores relaciones entre iguales, y con grandes probabilidades de generalización.
Con todo, sólo pretendemos recoger el importante papel (para bien y para mal) de la emoción en nuestra conducta, y la importancia ni de subestimarla, y de utilizarla siempre que podamos a nuestro favor.
Escrito por David Blanco Castañeda.
Fuentes Consultadas: Psych Central, Psychology Today.