¿Cómo influye la emoción en el procesamiento de la información?

Foto extraída de www.thecut.com

Son muchos y diversos estudios los que enfatizan la importancia de la emoción para el aprendizaje, como un elemento que dispara, mantiene el aprendizaje y lo que recordamos, siendo uno de los elementos fundamentales en el procesamiento de la información y que muchas veces se ha subestimado a favor de la razón, cuando no podemos desconectarnos de su influencia ni de la interrelación que hay con los demás. Esto se hace especialmente relevante pues en la mayoría de contextos,  la emoción siempre se ha tratado en decrimento de la razón, inhibiendo y bloqueando en muchos casos el efecto paralelo y transversal de la emoción en la facilitación del aprendizaje.

Por ello, la investigación (en educación, neurociencia, medicina o psicología), recogen y amplían el conocimiento disponible sobre la cuestión, mostrando como la emoción, lejos de alterar nuestra conducta, también la focaliza, la despierta, la mantiene y la refuerza.

Esto explica como es tan importante hacer anclajes en el aprendizaje: la transmisión de información no puede ser una mera repetición de conocimientos, y por ello se incentiva la curiosidad desde sus propios aprendizajes y afinidades previas, conectarlo con el nuevo aprendizaje, buscar el atractivo desde sus propios intereses y así favorecer el aprendizaje significativo y una consolidación (memorización) mejor. Esto también puede verse en las reacciones circulares que los niños menores de dos años hacen: al principio el mismo descubrimiento de su propia voz  (al emitir el sonido “aaaaa”) o el hecho de saber que al tirar una cuchara al suelo hace un ruido determinado (y que el adulto siempre la recoge o reacciona de una determinada manera) les provoca una emoción tan intensa (y gratificante) que el niño lo repite una y otra vez, aprendiendo que su conducta puede tener una intención, hacer cambios en el entorno y que ayuda al perfeccionamiento de la habilidad, hasta llegar a su dominio.

De otra manera, la estructura cerebral más específicamente implicada en la regulación emocional y la que más se debe prestar atención es el sistema límbico (que incluye partes del tálamo, hipotálamo, amígdala, cuerpo calloso, septum y mesencéfalo), zonas que habitualmente se han visto correlacionadas funcionalmente con el control emocional, la motivación, la conducta motivada o la iniciativa, además de la memoria y el aprendizaje. Estos sistemas funcionan muchas veces de manera automática y no consciente (por formar parte de la parte subcortical del cerebro) y aparte de evaluar si la información que atendemos es potencialmente peligrosa, permite potenciar, reforzar o alterar la fuerza de nuestro aprendizaje. Que junto con las demás estructuras cerebrales, y siempre bajo un funcionamiento simultáneo, en paralelo y diferenciado, se posibilita y mejora el aprendizaje.

Así, la emoción está implicada en todos los procesos básicos de la memorización, desde la codificación de la información (el aprendizaje en el primer ensayo de aprendizaje), como en los posteriores procesos de almacenamiento y recuperación (los que conmúnmente se definen con “me acuerdo de…”, es decir, cuando se recupera y se vuelca la información de un tema en cada situación.

La emoción puede, y gracias a ello, resaltar y enfatizar los resultados del aprendizaje, haciendo más significativo los aprendizajes, al igual que emociones dolorosas pueden alterar o modificar el procesamiento de la información a aprender, explicando como a veces la emoción de miedo o tristeza puede provocar reacciones de huida en la persona que aprende (desde “despistarse con cualquier cosa”, hasta huir de la situación y oponerse enérgicamente). De ahí la necesidad de instruir, por ejemplo, en el reconocimiento por parte del alumnado de su propio arco emocional, pudiendo ayudar a promover tanto su curiosidad como su entendimiento, como para ayudarle a entender cuando se está desmotivando y no está consiguiendo sus objetivos (siempre en un contexto donde no hay una dificultad inherente que lo explique). Reconocer también que el efecto de las emociones está acotado a periodos cortos y de alta intensidad; y que éstos pueden asociarse contingentemente a contextos, lugares o determinados estímulos, ayuda a reconocer todos los elementos para hacer el aprendizaje y el contexto del que está inserto lo más efectivo posible.

Efectos e influencias de las emociones en nuestra cognición.

En la atención. En dicha capacidad, la emoción le ayuda a seleccionar la información más relevante del entorno y elegir la opción correcta en la solución de nuestros problemas cotidianos, actuando como guía y criterio para decidir la información a la que hacer caso y cual no. De este modo, si tenemos una emoción muy intensa, es posible que nos sintamos muy sobrecargados y no atendamos a la información como queremos, por ello se busca promover estados de calma centrándonos en pocas cosas a la vez, maximizando nuestro rendimiento. De ahí, por ejemplo, la recomendación tan usual de “no dejarlo todo para el último día”, donde la ansiedad a veces es tan excesiva que puede provocar un aprendizaje no eficaz y centrarnos sólo en una parte de la totalidad de la información a aprender para el examen.

En la activación. El efecto Yerkes Dodson, uno de los efectos más estudiados, afirma que la activación funciona mejor en niveles intermedios, siendo los dos extremos (el uno exceso  – hace que nos centremos demasiado en un poco información y que podamos perder información relevante- el defecto por poca activación y que provoca desenfoque) lo que provoca que no recordemos adecuadamente.

En el recuerdo. En efecto, se recuerda mejor información significativa cuando nos encontramos en situaciones con mucha emocionalidad, comparados con aquellos acontecimientos neutros y sin  relevancia para la persona que aprende. Intentar que la persona lo relacione con eventos significativos para sí mismos, con contenidos interesantes o con eventos externos (o biográficos) importantes, ayuda a un aprendizaje más duradero y con garantías de una mayor consolidación a largo plazo.

En el estado de ánimo. En efecto, se suele decir que “puedes no recordar ni lo que se dijo ni lo sucedió, pero sí lo que sentiste en ese momento”. Muchas veces inducir o emular determinados estados emocionales en las personas ayuda (y mucho) a recordar material, demostrando que tendemos a recordar información con estados emocionales actuales (de cualquier tipo), y los relacionamos mejor a su vez con momentos emocionales del mismo tipo del pasado.

En el conocimiento de nosotros mismos. Según los estudios, las personas que han sido instruidos en nociones básicas de inteligencia emocional y han recibido entrenamiento en expresión emocional, tienen más capacidades para interpretar sus emociones (y la de los demás), tendiendo a solucionar mejor sus problemas, disminuyendo así las situaciones de incomprensión y favoreciendo mejores relaciones entre iguales, y con grandes probabilidades de generalización.

Con todo, sólo pretendemos recoger el importante papel (para bien y para mal) de la emoción en nuestra conducta, y la importancia ni de subestimarla, y de utilizarla siempre que podamos a nuestro favor.

Escrito por David Blanco Castañeda.

Fuentes Consultadas: Psych Central, Psychology Today.

¿Estar triste es el primer paso para volver a ser feliz?

 

Extraída de www.areahumana.es
Extraída de www.areahumana.es

En la sociedad en la que vivimos siempre ha existido un esfuerzo consciente y creciente por ser felices. Se idealiza los estados de ánimo positivo como cúspides en la vida de cada uno y atribuyéndolas como elementos imprescindibles para nuestro éxito, salud y equilibrio mental. Pero, ¿podemos establecer claramente qué es lo positivo y lo negativo? ¿Realmente el enfado, la tristeza y el miedo son esas emociones negativas las que constantemente hemos luchar por evitar? En esto de las emociones, se vuelve más importante entender que no es tan importante lo que sentimos en un momento dado sino la cantidad y la función de las emociones; es decir, algo se vuelve desagradable si la intensidad es tan elevada que impide hacer la vida normal de cada uno. De este modo, llorar cuando estamos triste, tener una discusión con nuestra pareja o tener un sobresalto no se definen como algo negativo per se, en la medida que nos preparan para las situaciones y nos ayudan a entenderlas. La otra variable que nos ayuda a entender qué es agradable y desagradable en esto de las emociones es su función; así, algo es desagradable cuando nos quita disfrute de la vida, no nos enseña nada y nos trae a la misma situación en bucle una y otra vez. Llorar, por sí solo, no es malo ni bueno, depende de la razón y de lo que hagamos con ella para entenderla como algo bueno o malo.

Aun y a pesar de lo dicho, en nuestra sociedad se ha extendido erróneamente la idea de que hay toda una serie de emociones contrarias a una imagen de éxito y equilibrio, que debemos controlar y reprimir para conseguir nuestros objetivos y ser felices.

Entre todas ellas se considera la tristeza como una emoción no deseable y ambivalente; a pesar del alivio que supone su expresión, la presión social intenta ocultarla para no perturbar nuestro estado eutímico ideal, como si sentirla nos llevara necesariamente por un camino espinoso, tedioso y muy largo. Esto provoca muchas veces una vivencia de la tristeza en silencio y soledad, aumentando paradójicamente los síntomas y añadiendo una pizca de otros muchos a su vivencia. Es ahí cuando su intensidad y su calidad puede aumentar, volviéndose capaz vez más difícil de manejar.

Así, se crea uno de los mitos de la tristeza. Para superarla, debemos de ser fuertes y endurecernos, hacer muchas actividades, emprender nuevos proyectos y decir poco a los demás… un círculo vicioso que favorece la acumulación de la tristeza y favoreciendo que cobren forma otras emociones menos adaptativas para las situaciones dolorosas, como la ira. Lo que en algunas situaciones nos sirve para un fortalecimiento o reivindicación de nuestros derechos puede derivar en respuestas defensivas e irritables en contextos donde necesitamos más el cariño y la comprensión de los otros. Por pequeños momentos, estos arranques los creemos necesarios para darnos un control en ambientes percibidos como amenazantes. Pero no nos engañemos, donde no se expresa la tristeza, allí se queda. Como una alfombra que tapa un suelo lleno de juguetes desordenados; que todo parezca cuidado en apariencia no quiere decir que lo esté ni mucho menos que ya no esté lo que tanto nos hacía daño.

¿Qué debemos saber de la tristeza para no temerla tanto?

En primer lugar, que como toda emoción es una reacción finita ante situaciones de dolor y en las que estamos percibiendo la existencia de una perdida. Comúnmente pensamos que se experimenta en rupturas de amistades, pareja o por la perdida de un trabajo. Pero también puede producirse cuando no se cumple lo que esperamos, cuando llevamos demasiado tiempo en situaciones ansiosas o como respuesta a un acontecimiento imprevisto y traumático. La tristeza ayuda a digerir lo que nos ha ocurrido mediante el afrontamiento de la perdida y la aceptación de que, antes o después, es bueno que hagamos algo nuevo para restaurar nuestro equilibrio perdido.

Nos ayuda a apartarnos de las situaciones que nos piden un exceso de competencia. En efecto, la superación de la tristeza pasa por reconocer que el cuerpo y nuestra mente no puede estar en todas nuestras responsabilidades y nos ayuda a priorizar aquellas básicas para nuestra supervivencia. La tristeza es tremendamente selectiva: nos ayuda a discernir prioridades de lo que realmente no son y a atender sólo a lo básico.

Es un mecanismo de protección. Aunque socialmente tendamos a esconderlo, los seres humanos sabemos reaccionar a ella y una buena forma de contrarrestar sus efectos es con el cariño y la compañía de los demás. El contacto corporal con los demás reduce enormemente la ansiedad y permite convivir y aceptar la vulnerabilidad inherente a estos estados. No sólo eso, los demás pueden sernos útil en una etapa donde nos cueste tomar decisiones y necesitemos a los demás para guiar planes futuros y nuestra motivación.

Aumenta nuestra creatividad y nuestra atención. La tristeza también quiere decirnos cambio; lo que estamos haciendo ya no nos sirve y canalizar y evocar nuestra tristeza puede ayudar a encontrar nuevos caminos para encontrar la calma (y conectar con otros que en el pasado nos sirvieron). Nos ayuda también a ser más empáticos, más centrados y atentos a los que nos pasa. No todo nos sirve, y por ello la tristeza nos hace estar atentos a los detalles.

Nos motiva. Diversas investigaciones avalan el poder de la tristeza para hacernos perseverantes. No sólo en el seguimiento de las tareas, los sujetos tristes encontraban más y mejores preguntas a los problemas y se mantenían constantes hasta encontrar la solución a los problemas.

Puede ayudarnos a una mejor comunicación. La tristeza puede ayudarnos a mejorar nuestra comunicación, utilizando un lenguaje mucho más preciso, claro y persuasivo a la hora de expresarse y dejando las sentencias ambiguas para otro momento.

Nos ayuda a comprendernos y cuidarnos. Ser consciente del estado y la situación en la que estamos permite entender lo importante que es bajar de ritmo, no pedirnos lo mismo que cuando estamos bien, permitir bajar nuestras expectativas a una perspectiva más realista y hacer cosas con el único objetivo de pasar un rato agradable. Nos conecta con los pequeños detalles que nos hacen felices.

Nos devuelve el color que una vez no pudimos ver. Reconectarnos con el mundo, nosotros mismos y lo demás permite empezar a sentir otras emociones unidas a esas situaciones destinadas al auto cuidado y la comprensión. Se convierten en el paso previo a experimentar una verdadera felicidad. No sólo eso, nos vuelve resilientes: aprendemos el verdadero valor de los momentos dolorosos, tan necesarios y constructivos para volver a sonreír.

Como en la película de Disney, Inside Out, la tristeza es una parte fundamental de nuestra psique y su integración en nuestra vida permite entender y superar situaciones necesarias en nuestro crecimiento personal.

Escrito por David Blanco Castañeda

Fuente: Psychology Today, Psych Central, Huffington Post, Diario Publico.

 

La sabiduría del miedo

La forma más habitual de darse las emociones, haciendo referencia a Paul Ekman en su libro “El rostro de las emociones” es cuando notamos, con o sin razón, que está ocurriendo o a punto de ocurrir algo que, para bien o para mal, afecta seriamente nuestro bienestar. Con frecuencia las emociones se inician con tal celeridad que no nos damos cuenta de los procesos mentales que las provocan (somos capaces de llevar a cabo complejas evaluaciones muy rápidamente, en milésimas de segundo, sin ser conscientes del proceso de evaluación).

Cuando se desencadena una emoción nos invade en unas milésimas de segundo, y nos ordena lo que hay que hacer, decir y pensar. Las emociones nos preparan para manejar sucesos importantes sin pensar en lo que hay que hacer. Se provocan cambios en determinadas zonas del cerebro que nos incitan a que nos ocupemos de lo que haya desencadenado la emoción, y cambios en el sistema nervioso autónomo encargados de regular el ritmo cardíaco, la respiración, la sudoración y otras muchas funciones corporales, preparándose para distintas acciones.

Las emociones también envían señales externas, cambios de expresión, rostro, voz y postura corporal. No elegimos estos cambios, simplemente ocurren.

Isabel Aranda, en su libro sobre emociones capacitantes nos ayuda a identificar esa emoción que está en la base de nuestro comportamiento, de qué nos informa, tomando consciencia de nuestras sensaciones corporales, analizando los sentimientos que eso nos produce, comprobando las acciones que nos posibilita y la forma de ser y comportamientos que origina. Un planteamiento en línea con el que realiza la Teoría de la Inteligencia Emocional de tomar consciencia de uno mismo y autogestionarnos de forma funcional, en función de nuestros objetivos y nuestro entorno.  La buena noticia es que es posible aprender a gestionar nuestras emociones, integrándolas en  nuestro comportamiento.

Y con respecto a nuestra emoción del miedo, que es el tema de este post, resulta que muchos de nosotros solemos gestionarla con un alto grado de desconocimiento e ineficacia.

El miedo es una emoción básica y universal que tradicionalmente ha estado acompañado de muy mala prensa. Como me decía mi madre “Tener miedo es de cobardes”. A priori podríamos tener la tentación de etiquetarla como una emoción negativa, indigna. Como diría Norverto Levy en “La sabiduría de las emociones”, el miedo ha sido categorizado como una emoción conflictiva.

extraída de http://imagenesyfrasesparafacebook.com/
extraída de http://imagenesyfrasesparafacebook.com/

Cuando tenemos miedo, no podemos hacer casi nada, o podemos hacerlo casi todo. Depende de lo que hayamos aprendido acerca de lo que puede protegernos en esta situación. La evolución puede favorecer dos acciones corporales muy distintas: esconderse y huir. Cuando surge el miedo, la sangre afluye a los grandes músculos de las piernas, preparándonos para la huida. No significa que vayamos a hacerlo. Si no nos quedamos paralizados ni huimos, es probable enfurecernos contra lo que nos amenaza. Es posible experimentar el miedo y la ira alternativamente con tal rapidez que las sensaciones se mezclan.

Habitualmente oímos que el miedo es una perturbación, y que hay que tratar por todos los medios de no sentirlo. Sin embargo podemos enfocar esta emoción con otra perspectiva, de manera que funcione en nosotros como una alarma, encendiéndose cuando detecta una amenaza que necesitamos gestionar.

El miedo nos aporta información en términos de amenaza y nos corresponde a nosotros hacer inventario de nuestros recursos y capacidades para afrontarla.

Levy resume esta interpretación del miedo maravillosamente cuando dice que el miedo es una valiosísima señal que nos indica una desproporción entre la magnitud de la amenaza a la que nos enfrentamos y los recursos con que contamos para resolverla.

La amenaza puede ser física o emocional, y dependerá de los recursos que tengamos para enfrentarla.

El error que solemos cometer es que convertimos al miedo en nuestro problema, y en realidad no lo es, es la señal que nos indica que existe un problema. Funcionaría de la misma manera que cuando se enciende una luz en el salpicadero de nuestro coche: si se enciende la luz de la gasolina nos está indicando que entramos en reservar y necesitamos parar a repostar.

En realidad nuestro miedo es un aliado extraordinario pero no sabemos qué hacer con él. Desconocemos que carencias y necesidades refleja ni qué podemos hacer para afrontarlas. Por ello que es fundamental realizar un aprendizaje en este sentido que nos permita transformar esa emoción inicial en un aliado.

Cuando somos conscientes y aceptamos que tenemos una carencia de recursos, existe la posibilidad de que esta necesidad se convierta en una de nuestras principales fortalezas, si la trabajamos. Tal y como dice Clay Newman en nuestro “gimnasio espiritual” esta falta de recursos es percibida como músculos flácidos, todavía por ejercitar y desarrollar a través del entrenamiento.

La falta de educación emocional nos lleva a pensar que el miedo es el problema y no es exactamente así. El problema no es esta emoción, sino el hecho de no saber aprovechar la información que nos está facilitando, y quedarnos enganchado en ella, como esclavos emocionales.

El miedo no es tonto, es necesario que desarrollemos nuestras capacidades potenciales. Cuanto más logramos y más capaces seamos aumentaremos nuestro bienestar. Escuchando al miedo, en qué estado se encuentra, de qué modo podemos ayudarlo a equilibrar la relación recursos-amenaza, transformaremos ese “lastre” inicial en un colaborador activo. Diseñaremos nuestra acción a la medida de nuestras posibilidades reales, con más tranquilidad y calma.

Es vital que localicemos el problema específico que se encuentra tras nuestra  emoción de miedo y cuál es el camino que resuelve ese problema. A partir de ahí nos concentramos en la resolución.  De esta manera estaremos actuando funcionalmente.

Cuando decimos que el miedo es universal nos referimos a que todos los seres humanos estamos sometidos a la misma ley psicológica: si la amenaza supera a los recursos, aparecerá el miedo. Y no basta con disponer de los recursos necesarios, es vital ser conscientes de que los tenemos. Reconocer que contamos con estos recursos forma parte de los recursos necesarios.

Hay individuos que anestesian su miedo, de forma que se niegan a mirar hacia la luz roja del tablero de mandos. A veces hablamos de miedos injustificados, pero detrás habrá una razón, aunque sea desconocida para nosotros en ese momento.

Como dice Levy, el miedo disfuncional nos angustia, inhibe, desorganiza y bloquea la posibilidad de experiencia y aprendizaje. Convertimos al miedo en funcional cuando utilizamos su angustia como una señal de la desproporción existente entre la amenaza y los recursos. Entonces se pone en marcha un reequilibrado de ese déficit. Estaríamos curando nuestro miedo disfuncional.

Cuando se desencadena la emoción del miedo no sólo la sentimos: también reaccionamos interiormente a nuestra emoción del miedo, y esta respuesta genera una segunda emoción.

El hecho de que experimentemos una doble reacción a modo de secuencia quedaría así:

1º Registramos una amenaza.
2º Surge la emoción del miedo.
3º Se desencadena una respuesta interior a nuestro miedo.

Esta respuesta interior es de gran importancia porque en función de su calidad actuará atenuando o agravando nuestro miedo original. La funcionalidad del miedo estará condicionada a como efectuemos esta última fase, de respuesta interior.

Susan Jeffers, en su libro “Aunque tenga miedo hágalo igual” establece una estructura del miedo en tres niveles:

El primero es la historia superficial. A su vez puede ser dividido en dos tipos, el que sucede (como la soledad) y el que exige acción (como hablar en público).

El segundo nivel del miedo  no se orienta hacia la situación, involucra directamente a la integridad del yo: rechazo, éxito, fracaso, vulnerabilidad, sentirse engañado, impotencia, desaprobación, pérdida de imagen, …

Estos miedos del segundo nivel estarían relacionados con los estados interiores de la mente, más que con las situaciones exteriores. Reflejan nuestro sentido del yo, y nuestra capacidad para enfrentarnos al mundo. En este nivel el miedo es generalizado, empezamos a protegernos a nosotros mismos y como resultado nos limitamos enormemente. Acabamos por cerrar y excluir al mundo que nos rodea.

Por existiría el último nivel del miedo. Es el más grande de los miedos, el que logra inmovilizar a cualquiera: ¡¡¡No puedo manejarlo!!!

Algunos miedos son instintivos y sanos y nos mantienen en guardia ante cualquier posible dificultad. El resto (relacionados con la parte que retrasa nuestro desarrollo personal) es negativo y destructivo y probablemente es el responsable de muchas de nuestras limitaciones.

En relación a estos últimos miedos, podemos enfrentarnos a ellos sin tener que controlar nada del mundo exterior. Aumentando nuestra confianza en la capacidad que tenemos de afrontar todo lo que se cruce en el camino. Este camino no será cómodo, nos sentiremos como los niños cuando empiezan a caminar y se caen a menudo. Con cada paso nos iremos sintiendo un poco más seguros de nuestra capacidad para controlar nuestra vida.

Escrito por Angel Luis Guillén

Referencias y fuentes:

“El rostro de las emociones”, Paul Ekman.

“El Prozac de Séneca”, Clay Newman.

“La sabiduría de las emociones”, Norverto Levy.

“Aunque tenga miedo hágalo igual (Susan Jeffers).

“Emociones capacitantes”, Isabel Aranda.

Tu inconsciente hace su propia campaña electoral

Al tratar de decidir a quién vamos a votar en las próximas elecciones nos gusta pensar que hacemos una decisión consciente y racional, valoramos las propuestas de los diferentes partidos y tomamos una decisión sobre si vamos a votar y a qué partido.

extraído de elmundo.es
extraído de elmundo.es

Ataques de tiburones o equipos que pierden.

Sin embargo, la psicología no dice exactamente eso. La decisión de nuestro voto está más influida por la emoción de lo que nos gustaría pensar. Incluso hechos irrelevantes para la política el día en que vayamos a votar, parecen causar bastante influencia sobre nuestra decisión. Aunque no hay un acuerdo total en la ciencia, parece que eventos como el aumento de ataques de tiburones o que nuestro equipo de fútbol pierda puede hacer que valoremos más negativamente al candidato que estuviera en el poder durante estos sucesos. Sin embargo, en algunas ocasiones se ha desmentido que exista esta tendencia, además, ¿Cómo va a influir en mi votación algo con tan poco sentido?

Somos bastante fieles… a nosotros mismos.

Pues aún así, tenemos bastantes sesgos inconscientes que pueden hacer que tomemos una decisión no tan consciente a la que le damos una explicación racional a posteriori. En primer lugar, tanto si nos situamos en una ideología de izquierdas como de derechas, siempre tendemos a pensar que hemos razonado y nos hemos basado en argumentos sólidos, que tenemos más información de la que tiene el opuesto. Al final, parece que las diferencias a nivel de información y argumentación no existen entre el votante de izquierdas o de derechas, ambos están informados, pero dan más credibilidad a los argumentos que son congruentes con su postura.

Yo soy uno de esos indecisos, no estoy contaminado por ninguna ideología.

Pero si aún no te has decidido sobre a quién votar, ¿significa esto que estás más libre de estos prejuicios y que acogerás con mejor disposición los diferentes argumentos? Pues parece ser que tampoco es exactamente así. En tu inconsciente ya hay ciertos prejuicios sobre diferentes temas importantes en tu sociedad. En la Universidad de Harvard tienen a disposición diversos test de asociación implícita. En estos “test” la tarea consiste en asociar diferentes palabras entre sí lo más rápido que podamos. Cuando son coherentes con nuestra creencia implícita, la asociación será más rápida que cuando son incoherentes con nuestros prejuicios.

La investigadora Silvia Galdi, de la Universidad de Padova, encontró en sus estudios que aún si en nuestro conocimiento consciente no estamos decididos sobre a quién votar, se puede predecir por quién nos decidiremos finalmente. Cuando en un test de asociación implícita nuestra actividad inconsciente es más favorable a alguno de los candidatos, aunque conscientemente sigamos diciendo que aún no lo sabemos, es probable que votemos a este candidato cuando llegue el momento.

Más aún, los mismos sesgos que actúan cuando sabemos a quién votar y nos centramos en la información que confirme que ese voto es el correcto, funcionan cuando esa decisión no es consciente.

La importancia de la familia en nuestro voto (y no sólo de nuestros padres).

Al final, nuestras inclinaciones políticas tienen mucho que ver con nuestros valores personales. Se ha estudiado que los votantes de izquierda se identifican más con valores relacionados con la empatía y la honestidad, mientras que los de derechas se inclinan a valores relacionados con el deber y la competencia. Además, estos valores se ven influidos por los que se nos han transmitido familiarmente, aunque habitualmente teñidos bien por una inclinación personal a la tradición o bien a la rebeldía.

Curiosamente estas variaciones e influencias no sólo provienen de nuestra familia de origen, sino también de la familia que formamos. El hecho de ser padre (y no de la misma forma que ser madre) de una niña inclinará el voto a un estilo de pensamiento más de izquierdas, mientras que ser padre de un hijo varón inclinará el voto hacia un pensamiento más de derechas.

¿Jornada de reflexión?

El hecho de votar está socialmente concebido como un acto basado en argumentos y medido de forma racional. Incluso tenemos previsto el día anterior a la votación como una “jornada de reflexión” en el que no deberían contaminarnos con más propuestas sino simplemente valorar por nosotros mismos de una forma fría. Los diferentes estudios que tratan de comprender en qué basamos nuestra decisión de votar a un partido u otro precisamente proponen que no somos tan reflexivos, o al menos que nuestra decisión está marcada por reacciones emocionales e inconscientes ante los diferentes candidatos y partidos.

De todos modos, probablemente todas las decisiones que tomamos en nuestra vida estén más marcadas por la emoción de lo que solemos creer y quizá esto no sea nada malo, sino simplemente, humano.

Fuentes: www.theglobeandmail.com, phenomena.nationalgeographic.com

Escrito por Lara Pacheco Cuevas

¿Puede ser la música un instrumento fundamental en la evocación de recuerdos?

 

Extraída de sentadaenmipupitre.wordpress.com
Extraída de sentadaenmipupitre.wordpress.com

Subo el volumen de mi tocadiscos en el salón. Suena “The Game of Love”, de Santana, y recuerdo la primera vez que la escuché en el salón de mis padres, las veces que la cantaba nerviosamente en la verbena del pueblo, y la primera vez que la bailé con mi pareja, riéndonos por lo tonto de nuestros movimientos. En un solo instante, varios recuerdos se han activado en mi mente y de repente puedo ver el complejo entramado entre situaciones, personas y lugares en mi mente con tan  sólo  escuchar una canción, como si estuviera otra vez dentro de esos recuerdos. Con este ejemplo cotidiano podemos observar la compleja conexión entre la música y nuestra memoria autobiográfica, siendo asombrosamente ricas algunas rememoraciones con notar los primeros tonos de una canción. ¿Es la emoción asociada a esos recuerdos lo que hace la canción por sí misma tenga tanta fuerza evocativa? ¿Qué zonas cerebrales pueden estar implicadas en la asociación  memoria y música? ¿Tienen estos hallazgos consecuencias para el abordaje de algunas dolencias neuropsicológicas? Parece ser que todas las preguntas comienzan a tener respuestas con evidencias sólidas, siendo la música considerada mucho más que un ruido de fondo insertado en nuestras vivencias. Y la primera consideración…las canciones funcionaban mucho mejor si pasaban largos tiempos entre escucha y escucha, siendo los recuerdos más fuertemente evocados cuando los tiempos eran más largos; la fuerza evocativa de la canción se diluía si estaba siendo constantemente recuperada.

Emoción, música y memoria…El primer estudio que ilustra esta interesantísima línea de investigación es el realizado por Amee Baird y Séverine Samson, que recoge la capacidad de evocación de recuerdos de canciones de éxito popular (con canciones que fueron éxito durante la vida de los sujetos de investigación desde que tenían 5 años hasta el momento de hacer la investigación) con pacientes con daño cerebral adquirido. Comparando los resultados con un grupo control, se encontró que la mayor fuerza evocativa la tenían las canciones con fuerte componente emocional positivo (contenido alegre) y que esto se registraba de manera manifiesta y consistente en los pacientes con daño adquirido, dejando claro lo importante que podría ser la música para recuperar recuerdos en aquellos sujetos con este tipo de daños, incluso por encima de las instrucciones verbales que ayudaban a recuperar contenido emocional. Estos hallazgos tenían una condición, los pacientes debían de tener intactas las zonas de reconocimiento tonal y las zonas fundamentales implicadas en la memoria autobiográfica.

¿Música y memoria, cuál es el mapeo cerebral específico? Dos estudios han avalado qué zonas podrían estar detrás de esta relación. El primero de ellos, realizado por el equipo del profesor Petr Janata, encontraron qué zonas cerebrales determinadas se relacionaban con la recuperación autobiográfica y las emociones cuando se escuchaba música popular utilizando técnicas de neuroimagen. Según sus resultados, era el córtex prefrontal medial derecho el que se activaba cuando se ponían en acción estos tres elementos (en el estudio, se les ponía canciones populares y se registraba cuáles de ellas habían evocado recuerdos autobiográficos si habían despertado en ellos emociones positivas), siendo esta zona por tanto relacionada con la recuperación de memorias cuando se escucha música, y siendo, curiosamente, una de las zonas que más tarda en afectarse en la Enfermedad de Alzheimer, teniendo grandes implicaciones positivas para la rehabilitación neuropsicológica. En el otro estudio, realizado por Alluri y colaboradores (de nacionalidad filandesa), se observó, midiendo componentes como el tono, el ritmo y el timbre de una canción determinada, cómo se activaban un gran espectro de componentes cerebrales en los sujetos experimentales, desde el cerebelo, la amígdala o zonas corticales superiores, dejando claro la profunda relación entre la música y las emociones, el movimiento y la creatividad.

¿Cómo podemos utilizar la música en la rehabilitación? En efecto, todos estos resultados muestran el importante recurso que puede suponer la música en la rehabilitación neuropsicológica. Así, la música puede servirnos para recuperar  gran variedad de información autobiográfica incluso cuando puede haber un deterioro cerebral importante, y como esto puede verse potenciado por su conexión emocional, despertando una gran gama de emociones (positivas y negativas) que ayuda a la persona a recuperar toda la fuerza intrínseca de cada evocación despertada con una canción.

Sí, puede considerarse de “sensibles” asociar canciones a situaciones vitales importantes, pero estas mismas canciones pueden servirnos de diario autobiográfico cuando una manta extensa (en forma de demencia o daño cerebral adquirido) parece taparnos la forma de acceder a nuestro recuerdo. Así que ya sabéis…darle al play al tocadiscos y disfrutar de vuestros recuerdos.

Escrito por David Blanco Castañeda.

Fuente:  Psychology Today

¿Para qué escuchamos música triste?

Elegir escuchar música triste cuando estás pasando un momento difícil parece paradójico desde el punto de vista de que las personas estamos motivadas a buscar un estado emocional positivo cuando nos sentimos angustiados. Nos pasamos la mayor parte de nuestras vidas tratando de ser felices. Y sin embargo, muchos de nosotros, cuando nos sentimos tristes nos ponemos una canción lacrimógena y nos recreamos en nuestra propia miseria. ¿Por qué?

Este es un aspecto de la psicología de la música que ha pasado por alto durante mucho tiempo. Ahora, una investigación de la Universidad de Limerick ha tratado de estudiar qué motiva a las personas a elegir este tipo de música cuando se sienten tristes y qué efectos tiene. Para ello le preguntaron a 65 adultos (de entre 18 y 66 años de edad, de cinco países diferentes) sobre una mala experiencia y que eligieran qué música escuchar. Debido a que este problema apenas se ha investigado antes, los investigadores optaron por un enfoque cualitativo. Analizaron las descripciones de los participantes y buscaron temas recurrentes sobre porqué elegían escuchar música triste.

Las respuestas se dividieron en dos temas principales: las estrategias personales adoptadas en la selección de la música triste, y las funciones que cumple la música.

Entre las estrategias resaltaba el deseo de conexión. La gente quería escuchar la música que resonara con su estado de ánimo actual. «No quería que la música me animara, yo quería quedarme con esas emociones durante un tiempo hasta que estuviera lista para dejarlas ir «, dijo una participante de 25 años de edad. Esta idea encaja con estudios anteriores que señalan que el estado de ánimo actual de la gente es a menudo una mejor predictor de su elección de la música de su estado de ánimo deseado.

Otra estrategia encontrada fue la de utilizar música triste como un activador de la memoria – para experimentar la nostalgia  o sentirse más cerca de la persona que se ha perdido. «He escogido la música porque sé que [la persona que había muerto] le había gustado la música también», dijo una señora de 48 años de edad.

Otros participantes describieron la selección de la música triste por su valor estético. En este caso, las personas no estaban eligiendo la música para mejorar su propia tristeza o para recordar el pasado, simplemente pensaron que la música era hermosa y de alta calidad.

Las funciones de autorregulación al escuchar música triste estaban estrechamente relacionados con las estrategias anteriores. Así, por ejemplo, los participantes hablaron de la re-experimentación de su afecto. «Yo estaba en casa, sintiendo lástima por mí mismo, pero no podía llorar», dijo una chica de 24 años de edad. «Así que decidí escuchar música triste para llorar un poco y luego sentirme aliviada y seguir adelante.» Otra chica de 21 años de edad lo expresó así: «la música me anima a sentir el dolor tal cual es. Es probable que no me haga sentir mejor en el momento, pero creo que puede haberme ayudado a lidiar con el dolor en general».

El estudio señala que escuchar música triste en situaciones adversas podría generar la sensación de «ser parte de la humanidad», es decir, ver tus propios sentimientos como parte de una experiencia humana más grande en lugar de soledad y aislamiento. También hubo participantes que veían la música triste como un amigo, como si la música fuera empática con su sufrimiento. «Sentí que se hizo amigo de la música», dijo una mujer de 33 años de edad. «siento como si la música y la letra fuera una persona real, en la que encuentro comprensión, consuelo y confianza, como si la canción fuera mi mejor amigo.» La música triste activa regiones cerebrales similares a aquellas que se ponen en funcionamiento cuando observamos una cara de tristeza (Fusar-Poli et al., 2009; Brattico et al., 2011). Este sustrato común podría darnos pistas del valor social de la música.

Habitualmente encontramos personas que tratan de escapar de sus emociones para así librarse de ellas. Sin embargo, conectar con aquello que estás sintiendo, experimentarlo y vivirlo es lo que facilita y permite seguir adelante. Este estudio nos muestra cómo la música puede ser una herramienta poderosa a través de la cual sintonizar contigo mismo. ¡Así que dale al play y disponte a sentir!

 

Fuente: BPS Research Digest

ResearchBlogging.org
Van den Tol, A., & Edwards, J. (2011). Exploring a rationale for choosing to listen to sad music when feeling sad Psychology of Music, 41 (4), 440-465 DOI: 10.1177/0305735611430433

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Foto extraída de: tokiariri.wordpress.com

Escrito por María Rueda Extremera

La teoría de la emoción que no funcionó

En 1884, James y Lange  formularon una teoría sobre la emoción completamente revolucionaria. Hasta ese momento, en términos generales, se suponía que la emoción se elicita a través de la percepción. Una vez sentida esta emoción, las personas tenemos una reacción fisiológica. Así, al percibir algo temido, sentimos miedo y posteriormente aunque de forma inmediata nuestros músculos se tensan, se nos seca la boca y aumenta el latido cardiaco.

En su nueva teoría de la emoción, James y Lange proponían un nuevo modelo. Al procesar conscientemente que algo nos da miedo, lo primero que se activa en nosotros es la reacción fisiológica y después nos decimos “debo estar asustado”.

Esta nueva propuesta fue en efecto revolucionaria y esto despertó que la comunidad científica se enfrentara entre diferentes posturas sobre la generación de las emociones. Sin embargo, la conclusión de este debate llegó de la mano de Cannon y su discípulo Bard. Los estudios que llevaron a desterrar la teoría de James-Lange se basaron en estimulación eléctrica cerebral (esa misma que Penfield usaba para describir el funcionamiento de la corteza motora). Durante las operaciones, además de llevar a cabo lo necesario para que el paciente en concreto mejorara, se les estimulaba la zona del tálamo, la cual se suponía que guardaba alguna relación con la emoción. Descubrieron de este modo que así era. Los pacientes lloraban desconsoladamente o reían. Sin embargo, ante estas respuestas no manifestaban sentir esa emoción, simplemente; no sabían explicar por qué estaban llorando o riendo.

Esto, claramente, hacía que la teoría de James no terminara de cuajar. Cannon le hizo duras críticas y la revolucionaria teoría de la emoción de James-Lange pasó a las páginas de la historia. Hoy por hoy, está bastante definido que existen dos vías de procesamiento de la emoción, una encargada la emoción percibida y otra que elicita las respuestas fisiológicas. Serían vías paralelas que también se comunican entre sí, luego podríamos decir que la emoción y la activación fisiológica se producen a la vez.

Aunque puede parecer sólo cuestión de historia, aún hay muchas preguntas sobre cómo las personas percibimos, controlamos y manifestamos la emoción que no tienen una respuesta clara, así que aún a día de hoy podríamos encontrar una nueva teoría de la emoción que revolucione nuestra comprensión en este aspecto.

Fuentes: Psychological Review, American Journal of Psychology.

Escrito por Lara Pacheco Cuevas