TAREA DE VERANO: (SABER) ABURRIRSE

Imagen extraída de www.cadenaser.com
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Llegan las vacaciones estivales y con ellas el gran dilema ¿qué hacemos con tanto tiempo libre? o incluso peor ¿dónde ubicar a los niños para que no se aburran con tantas vacaciones por delante?

Después de la sobreestimulación escolar colocamos el rasero a un nivel semejante, y los niños han de estar ocupados, aprovechando el tiempo. Pero, ¿y si te dijéramos que tal vez sea conveniente que en lugar de coparles la agenda optéis por favorecer la existencia de tiempo libre? La no participación de los padres en ocuparles el tiempo vacacional propiciará que los niños lleguen a aburrirse y desde ese estado de inactivación empiecen a explorar nuevas actividades a las que dedicarse y con ello aparezca el aprendizaje de gestionar u ocupar el tiempo por sí mismos, sin la guía de los adultos. Explícitamente supondrá irles transfiriendo autonomía, y de forma latente les transmitimos que confiamos en su criterio y apoyamos sus gustos e intereses individuales.

El aburrimiento en el siglo XXI está demonizado

Sí, como lo oyes. En general, hoy en día existe una baja tolerancia a aburrirse. En cuanto aparece un período de tiempo de escasa actividad (o de baja estimulación de nuestro sistema nervioso) decimos que nos estamos aburriendo, y de manera casi automática echamos mano a nuestro teléfono móvil o cualquier otro aparato tecnológico; inmediatamente emerge una estimulación externa normalmente bastante activadora que nos distrae. Con los niños podríamos decir que facilitamos que ocurra exactamente lo mismo: móviles, tablets, videoconsolas, etc derriban inmediatamente al temido monstruo del aburrimiento.

A su vez, la tolerancia y costumbre a dicho nivel de estimulación que ofrecen las nuevas tecnologías ha desencadenado que nuestro umbral para llegar a aburrirnos sea actualmente mucho más bajo, lo cual suele vivenciarse como algo desagradable y a evitar rápidamente.

¿Por qué es importante aburrise?

El quedarse momentáneamente en ese aburrimiento propiciaría que tanto niños como adultos nos centráramos en nuestro mundo interior: que demos rienda suelta a la creatividad, la imaginación e incluso a la fantasía.

Asimismo, favorece el estado de motivación idóneo para empezar a hacer cosas (las que quiera que se elijan). Si estamos todo el rato ocupados nunca aparecerá ese aliciente de buscar nuevas tareas a las que dedicarnos, y por tanto esa autosuficiencia de organizar el propio tiempo.

Colateralmente alimenta la capacidad tolerar de frustración, es decir, sobre todos los más pequeños aprenderán que no siempre el entorno les ofrecerá estímulos apetentes y distractores; sino que habrá períodos de menor activación, los cuales, además de necesarios para el descanso de su sistema nervioso, lo serán para que ellos mismos propicien actividades a las que dedicarse.

Todo ello sin olvidar la relevancia de las necesidades biológicas de nuestro cerebro. Pese a que solemos poner el foco en el requisito de estar atentos y/o concentrados (o en los problemas derivados de la falta de atención) se nos olvida otra necesidad bien importante: la desconexión, que permitirá que nuestro cerebro descanse, se oxigene y esté preparado para aquellos momentos en los que sea oportuno centrarse en una tarea de rendimiento. Hacer caso omiso de ello propiciará que nuestro cerebro no se conecte nunca cuando debe, es decir, que en lugar de no hacer nada de vez en cuando esté siempre agotado, de vacaciones, sobrecargado y desconcentrado.

El aburrimiento no es en sí algo negativo, sino que como adultos (y más en la faceta de padres) habrá que ser modelo para poder resignificarlo e inculcar que no es tiempo perdido (o lo que es más, que perder el tiempo es tan necesario como hacer cosas productivas).

Perder el tiempo ha sido una construcción social transmitida como potencialmente negativa, propia de vagos e incompatible con la cultura del esfuerzo, la competitividad, el triunfo (y por ende, de la felicidad): nada más lejos de la realidad. Y es que las mentes más brillantes seguramente dedicaron mucho tiempo a “estar aburridos” hasta que finalmente dieron con algo realmente novedoso. En situaciones de inactivación o improductividad, en los que nuestro cerebro está descansando (o descansado), es cuando será más factible producir algo innovador, ya que no está trabajando en “cualquier cosa”.

O como apunta el psicólogo clínico Juan Cruz, “Si no, ¿qué hacía Newton cuando formuló la Ley de la Gravedad? ¿Acaso no estaba contemplando absorto la naturaleza?”, o lo que es lo mismo… ¡estaba mirando las musarañas!.

Consejos (para niños y adultos) para reconciliarse con el aburrimiento

Has de saber que tan importante es el tiempo productivo como los períodos de “improductividad”, y esto también se aplica a adultos. Tiempo en el que no se hace nada, o al menos nada “productivo”, que también es hacer algo, aunque diferente al patrón de conducta esperado socialmente (tareas de una lista, cosas de provecho o con una finalidad concreta de producir, trabajo, deberes, obligaciones…). Por el contrario, todas aquellas tareas vacías de un contenido más allá del disfrute del descanso serán aconsejables y necesarias, sobre todo después del final del curso escolar (¡o de la jornada laboral!, ya que antes mencionamos que era una tarea pendiente sobre todo en los adultos).

Está claro que quizás no es fácil pasar de 0 a 100 inmediatamente, es decir, que cuesta desconectar y transladarse de la cultura del rendimiento a dedicarnos a “hacer nada”. Afortunadamente es una capacidad que se puede aprender y entrenar.

Las siguientes pautas pueden servirte para ello:

  • Haz una lista con aquellos deseos, retos o experimentos (cuando se refiere a niños siempre acordes a su edad evolutiva y si es necesario, supervisados por un adulto) que siempre hemos tenido en mente pero nunca hemos llevado a cabo. El objetivo será volver a ella y escoger cualquiera de esos items cuando tenemos tiempo libre, o mejor aún, buscando y propiciando el tiempo libre. Leer un bestseller al que le echaste el ojo hace tiempo, colorear (que no es solo tarea de los más pequeños de la casa), tumbarte a escuchar tu música favorita, cocinar un pastel todos juntos o mirar directamente a las musarañas pueden ser algunas de las posibles alternativas, ¡aunque hay miles, personalízalas!
  • Elige un momento en el día (y unos días en el año) en los que hacer nada. Centrados en el momento presente, es decir, sólo y exclusivamente en esa “tarea pasiva”, y no dedicando al mismo tiempo parte de nuestros recursos atencionales  a obligaciones o “tener que” que nos exijan producir. Ese momento extrapolado a los infantes supondrá no tenerlos entretenidos con todo tipo de juguetes y nuevas tecnologías, sino dejarlos por libre; eso facilitará que “no tengan nada que hacer” y ellos mismos propicien el a qué dedicarse en ese momento: hará que investiguen y generen experiencias derivadas de su mundo interior teniendo como elemento común la creatividad.
  • Deja a un lado la competitividad, la vida por y para el trabajo y los prejuicios sociales de ser “personas vagas”. Por contra, te animamos a poner el foco en otras parcelas de tu vida: ocio, aficiones, talentos no fomentados, descanso físico, dar rienda suelta a tu imaginación y mundo interior, etc. Cosas productivas (y mucho, aunque desde otra perspectiva a la que estamos acostumbrados) para la persona más importante en tu vida: Tú.
  • Reserva un espacio (tu espacio) en el que puedas estar solo, tranquilo, en el que nadie interrumpa ese momento que has decidido dedicar a hacer cosas con las que desconectar del acelerado ritmo diario.
  • Y además recuerda: el verano es un momento de flexibilidad. Fomenta que en cierta medida las normas y los horarios de todo el curso se puedan variar ligeramente (siempre sabiendo poner límites), con respecto a los pequeños haya un descanso de deberes, un espacio donde la familia comparta tiempo libre, etc. Descansan los niños sí, pero principalmente ayuda a que descansen los padres.

Así que este verano (y todo el año)… ¡que se aburran los niños! ¡y los adultos!

Escrito por: Maite Nieto Parejo

Fuentes: http://montessoridemetepec.edu.mx , www.lavanguardia.com

¿Qué puedo hacer si mi hijo se aburre?

“Papá, mamá, me aburro”. Los padres y madres se sorprenden ante esta afirmación, pues observan estupefactos cómo sus hijos están rodeados de muchas más actividades, tecnologías y juegos de los que ellos dispusieron cuando eran niños, y sin embargo ellos/as no recuerdan haberse aburrido. El aburrimiento es una sensación que todos, en algún momento podemos y debemos experimentar. Es algo a lo que tu hijo/a necesita enfrentarse, algo que no podemos evitarles ni resolver por ellos, sino que debemos permitirles que lo hagan por sí mismos.

Extraída de revistaimagina.com
Extraída de revistaimagina.com

Es cierto que actualmente los niños/as viven en un mundo donde la gran mayoría de su tiempo está preprogramado y gestionado. Hay una gran estimulación muy estructurada y habitualmente la motivación tiende a ser extrínseca, es decir, de fuera hacia dentro. Cuando después de largo tiempo de actividad programada un niño se encuentra con puro “tiempo libre”, éste pierde un poco de atractivo.

Así que, si volvemos a la pregunta del principio, generalmente los padres y madres responden un tanto contrariados ¿cómo puede ser que estés aburrido? y prosiguen con una serie de sugerencias para paliar ese aburrimiento, como ¿qué tal si…? ¿Por qué no haces…? ¿Prefieres esto otro…?

Esto no parece que vaya a “resolver el problema”, pues lo que realmente están diciendo es que no saben no estar ocupados. Y esto se debe, muy probablemente, a que los niños simplemente no disponen de suficiente tiempo libre, y que por lo tanto no han podido aprender ni saben qué hacer con él cuando lo tienen. Añadido a esto está el que al vivir en un mundo sobreestructurado y repleto de actividades pre-programadas, el mensaje que les enviamos es que cuando aparecen ratos en los que no sabes qué hacer, es algo malo, pues es un tiempo perdido que podría ser invertido en hacer algo productivo.

¿Cómo podemos contrarrestar esto? En primer lugar, entender que no eres tú como padre o madre el que debe encontrar las alternativas al aburrimiento, ya que esto dará lugar a más aburrimiento; pues el aburrimiento es señal de que tu hijo/a necesita llegar a algo por sí mismo/a. El aburrimiento no es algo malo. Sino todo lo contrario, pues es una señal interna que nos informa de que anhelamos algo y necesitamos explorar a nuestro alrededor hasta encontrar aquello que nos satisface.

Así que tal vez, la próxima vez que tu hijo/a te diga que está aburrido/a, puedes probar a respirar, sonreír y decir algo como bueno, entiendo que puedas estar aburrido, es una buena oportunidad para disfrutar de tu tiempo libre y descubrir algo que sea divertido para ti. Por supuesto, esto funcionará mejor si aumentamos y mostramos el valor que tiene el tiempo libre. No olvides que tú también necesitas tiempo libre, el cómo lo concibes y lo que haces con tu propio ocio también será un modelo para tus hijos. Gracias a los momentos de aburrimiento descubrimos nuestras grandes pasiones, que nos acompañarán durante un largo tiempo en nuestra vida y serán fuente de bienestar, algo fundamental si deseamos el aprendizaje de un estilo de vida en el que se incluya el autocuidado.

 Fuente: Psychology Today

 Escrito por María Rueda

Todos nos aburrimos

Todos nos aburrimos a veces. El aburrimiento aflora en nosotros cuando debemos hacer algo que no queremos hacer, así como cuando no podemos hacer algo que queremos.

Buscamos estímulos que nos den placer o satisfacción. Los nuevos aprendizajes activan en nosotros los circuitos del placer, sin embargo, al llegar a una “saciación” de la actividad, ésta deja de ser satisfactoria y comenzamos a aburrirnos.

Cuando nos sentimos aburridos, nuestro nivel de activación es mayor de lo que el entorno requiere y de esta forma emerge en nosotros esta sensación; el aburrimiento conlleva una lucha por mantener la atención en algo que no queremos.

Cuando estamos aburridos, no logramos concentrarnos más que en el propio paso del tiempo y no nos vemos capaces de entretenernos. Los psicólogos han desarrollado la llamada “Escala de Tendencia al Aburrimiento”, según la cual, podemos encontrar personas con más facilidad para encontrarse en esta situación que otras.

Las personas con mayor tendencia al aburrimiento suelen observarse más a sí mismas y ser más impulsivas. Se ha encontrado que aquellos que puntúan más alto en esta escala, también puntúan alto en síntomas de somatización, ansiedad, depresión y trastorno obsesivo compulsivo (aunque esta relación seguramente sea bidireccional, no por estar aburrido te deprimes, sino que también al sentirte deprimido te aburres).

¿Qué podemos hacer contra el aburrimiento?

Hay un tipo de personas que se aburren menos, ¿por qué? Son aquellas que tienen una mayor “necesidad cognitiva”, estas personas buscan respuestas sobre lo que ocurre a su alrededor y tienden a dirigir su atención a resolver problemas mentales. Cuanto más nos comprometemos en actividades cognitivas, menor será nuestra tendencia a aburrirnos. Cosas tan simples como fantasear puede reducir nuestra sensación de aburrimiento, pero también podemos hacer actividades que nos gusten y que nos hagan pensar o resolver cualquier tipo de problemas, más o menos sencillos (ya sean los clásicos pasatiempos, jugar a videojuegos, leer un libro o redecorar nuestra casa…).

Aún así, es probable que se den situaciones en las que el aburrimiento sea inevitable. Para combatirlo también podemos sintonizar nuestra activación interna con nuestro entorno. Con simples ejercicios de relajación, la sensación de aburrimiento será menos invasiva y lograremos un mayor bienestar.

Fuentes: psycnet.apa.org, dors.it, amsciepub.com, sciencedirect.com.

Escrito por Lara Pacheco Cuevas