Hace unas semanas escuchábamos en un lugar tan importante como el Congreso de los Diputados un “vete al médico” cuando un ídem ponía sobre la palestra un Plan Nacional para la Salud Mental, que entre otras de las proposiciones era aumentar el ratio de psicólogos en nuestro sistema de salud, un número a todas luces insuficiente para abordar el estado psicológico de nuestro país, cuando las cifras de ansiedad y depresión alcanzan números alarmantes, justo cuando se cumple algo más de año de nuestro primer confinamiento en marzo del 2020. Mucho se está hablando de una de las secuelas fundamentales de esta pandemia: la otra ola, la de los problemas y dificultades psicológicas, derivadas o acuciadas por todo lo que estamos viviendo.
La definición de estigma y sus consecuencias.
El ejemplo previo es un reflejo claro del estigma social todavía vigente de los problemas psicológicos. El estigma hace referencia al proceso de exclusión al que se le somete a una persona o grupo de personas pues se considera que tienen una característica no deseable socialmente. En este caso, por manifestar y expresar que tienen un problema psicológico. Está relacionado directamente con la discriminación, un trato diferente y en muchas ocasiones negativo por esta u otras muchas características, y es a todas luces injusto y contraproducente.
Produce un proceso de “etiquetaje”, por la misma persona y los demás, desencadenando una serie de respuestas a nivel cognitivo, emocional, afectivo y conductual, que categoriza el comportamiento de la persona en los polos de “deseable – indeseable”, “bueno – malo”, actuando las personas bajo estas premisas, condicionándolas de acuerdo al valor que le otorga la sociedad, con respuestas determinadas y muy definidas interpersonalmente. Esto tiene consecuencias también a nivel jurídico social, donde la propia sociedad puede establecer una serie de reglas para comportarse con las personas con dichas características, limitando la manifestación de conductas y espacios donde pueden actuar libremente, en un proceso continuo de vulnerabilización, donde se espera que las personas actúen nada más ver su comportamiento, incluso de manera hostil o recriminatoria.
Recordemos, a colación con el ejemplo, que el efecto inmediato es el de asociar “problema psicológico” con “locura”, por el cual las personas pueden ser consideradas como peligrosas, generando respuestas de miedo y ansiedad a su alrededor, con una respuesta generalizada de incomprensión, exclusión y ocultamiento de cualquier problema psicológico. Produce una barrera invisible, dificultando su integración y normalización con los estereotipos y prejuicios como armas fundamentales. Y así la sociedad no sólo vive en una falsa sensación de seguridad, sino también con poca capacidad para abordar, ayudar y validar a las personas que sufren cualquier problema psicológico; e incapacitando a la persona con dicho problema con las habilidades necesarias para hacerlas frente. Y sufriendo una carga extra; no solo por lo que tolera, sino por la lucha constante por no mostrarse. Produciéndose en ellas un proceso de “autoestigma”, donde se desarrollan toda una serie de actitudes en contra de ellos mismos, con pensamientos y esquemas de “soy incapaz de cuidarse de mí mism@”, con todo lo que lleva parejo.
Y repitamos una vez más, a colación con el ejemplo; este proceso se produce con las dificultades que pueden aparecer en cualquier manual psicológico y psiquiátrico, y también con todas las situaciones, etapas o momentos donde una persona puede sufrir malestar psicológico. Un caldo de cultivo para fomentar y perpetuar este circulo vicioso; institucional, social, grupal y a nivel individual.
Qué podemos hacer: ¿cómo fortalecernos?
Para paliar y erradicar este escenario negativo, se recomienda toda una serie de comportamientos y pautas que ayudan, por un lado, a un proceso de inclusión y normalización social; por otro, a un proceso de fortalecimiento individual, donde la propia persona reconstruye su autoestima y autoconcepto y no se experimenta una carga emocional negativa y dolorosa sobre sí misma.
Creando conciencia social: mediante la utilización de protestas para denunciar, mostrar, explicar y abordar el trato desigual, diferente, distintivo y negativo a las personas que pueden manifestar un problema psicológico. Desde las propias instituciones; en los medios de comunicación, en las redes (Facebook, Instagram, twitter) y a nivel vecinal con las diferentes asociaciones de barrio. Y fomentando la visibilidad: con los testimonios de personas, anónimas o más conocidas; profesionales o legas, para una mayor identificación y hacernos conscientes de algo obvio, tod@s, en algún momento, podemos manifestar un problema psicológico, de diversa índole, con distinta gravedad y con una duración más o menos determinada.
Educando en lo psicológico: en efecto, cuánta más información veraz, ecuánime, contrastada y con una intención de utilidad, más capacidad de afrontar esta realidad; por parte de la sociedad y por los individuos que la conforman. Educando no solo en lo que es o implica, sino también en las herramientas a nuestro alcance, lo que hacen los distintos profesionales para solucionarlas (enseñando, por ejemplo, lo que es el análisis funcional, herramienta básica de los psicólogos) y alfabetizando psicológicamente, es decir, explicando los términos fundamentales, tanto para las personas como para el trato interpersonal, como ha pasado con palabras como validación emocional, resiliencia, disciplina positiva, acompañamiento o empoderamiento,
Contactando con las personas: al visibilizar y poder hablar de que hemos pasado por malestar psicológico, de repente, nos damos cuenta de que los problemas psicológicos son más frecuentes de lo que pensamos, la persona quién los sufre o siente son tu vecin@, compañer@ de trabaj@, tu mejor amig@, un familiar tuy@ o tu pareja, normalizando, quitando los prejuicios sobre cómo se comporta una persona con estos problemas (pues a veces ni te has dado cuenta) y haciendo posible y más frecuente la posibilidad de recurrir a los profesionales, en un ámbito publico o privado, con lo que se evita la cronificación y se favorecen las estrategias de afrontamiento.
Fortaleciendo a la persona individual: dando la posibilidad de ponerle en contacto con personas que pueden ayudarte y asesorarte en tu proceso psicológico, ayudándonos a entendernos y comprender qué nos pasa, qué lo denota o lo provoca, qué consecuencias tiene (en mí y en los demás) y cómo prevenirlo o pararlo. Nos ayuda a afrontarlo; ahora, con calma, utilizando las herramientas adecuadas, escogiendo el lenguaje y pidiendo lo que necesitamos. Ajustando nuestras expectativas y exigencias; modificándolos por deseos y preferencias, por permisos y peticiones, por cambios de tiempo, por flexibilidad, por autocuidarnos y aceptarnos en un momento en donde nos enseñaron a criticarnos y censurarnos.
Sí, cambiar el estigma sobre los problemas psicológicos es primordial, es importante a nivel institucional, es necesario para las personas que pueden sufrirlo y la gente de alrededor, y es urgente, por que está pasando, hay que abordarlo. No más esas frases. Queremos ayudar y ayudarnos.
Escrito por David Blanco Castañeda.
Fuentes consultadas:
Psych Central, Mente y Ciencia, Psychology Today, El País.
Bibliografía revisada:
Romero, A. A. (2010). Una mirada social al estigma de la enfermedad mental. Cuadernos de trabajo social, 23, 289-300.
Ruiz, M. Á., Montes, J. M., Lauffer, J. C., Álvarez, C., Maurino, J., & de Dios Perrino, C. (2012). Opiniones y creencias sobre las enfermedades mentales graves (esquizofrenia y trastorno bipolar) en la sociedad española. Revista de psiquiatría y salud mental, 5(2), 98-106.