EL AUGE DE LAS CASAS DE APUESTA: ¿CASUALIDAD O EVENTO DE RELEVANCIA PSICOLÓGICA?

Imagen extraída de www.diariodeavisos.elespanol.com
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De un tiempo a esta época (posiblemente el hecho en cuestión fue paulatino en los primeros años, transformado en boom recientemente, y en cómputo global ha ido evolucionando sobre todo desde su regulación en el 2013) hemos ido viendo cómo las casas de apuestas (bajo un amplísimo abanico de empresas y sucursales) se han ido instalando en nuestros barrios y nuestro día a día, también las apuestas online han irrumpido en nuestro presente con gran fuerza.

Propiciado de todo esto se ha comprobado que ha habido un repunte con respecto a décadas anteriores en lo que respecta al tanto por ciento poblacional que juega y/o apuesta, así como un aumento de la frecuencia en la que estas conductas se convierten en extremas (en lo que a intensidad y cantidad apostada se refiere) y desadaptativas para la persona, o lo que es lo mismo, que dichas conductas lleguen a convertirse en una adicción también conocido como trastornos del juego o ludopatía, que en muchos de los casos aparece junto con otros trastornos relacionados (concomitantes a la ludopatía) como serían el consumo elevado de alcohol y otras sustancias (tabaco, por ejemplo) ya sea esporádicamente o de igual modo en forma de trastorno así como con otros trastornos del control de impulsos.

¿Dónde se ubican los salones de juego o casas de apuestas, y por qué?

Las casas de apuesta se han convertido en todo un “evento” socioeconómico. No existe una cifra exacta, pero se estima que la cantidad de ellas a lo largo de la geografía nacional en 2017 ascendía a 3000. Una investigación de la Universidad Carlos III concluyó que su número en los últimos dos años, y a día de hoy, habría aumentado la friolera de un 16%; todo apunta a que seguirá aumentando la tendencia. Sólo en Madrid ciudad han aumentado de 47 a 190 locales de apuestas en sólo 5 años.

Su ubicación tampoco se ha dejado al azar… en un primer momento fueron situándose bastante repartidas por la ciudad, congregándose mayoritariamente en avenidas neurálgicas de poblaciones, zonas frecuentes de paso, donde incluso podríamos  encontrarnos varias de ellas de seguido. Sin embargo, los últimos datos señalan que dicha repartición está cambiando, desapareciendo locales en barrios ricos o de clase media-alta a favor del aumento de ellos en barrios obreros o de bajo poder adquisitivo. El factor explicativo único se desconoce, aunque se cree que uno de los factores influyentes es la situación económica de crisis, el tener un trabajo precario o incluso estar en paro. Situaciones económicas desesperadas ante las que el juego “ofrece”  una alternativa fácil de adquirir dinero, aunque luego no sea tal.

Asimismo, el juego online y las apuestas deportivas son independientes de la ubicación, ya que son accesibles 24/7 (las 24 horas, los 7 días de la semana). Permiten realizar un número mayor de apuestas siendo necesarias menores cantidades de dinero (apenas un euro en algunos casos) lo que facilita el acceso a una nueva franja de edad: jóvenes sin trabajo, estudiantes, menores de edad en muchos casos, hecho que debería ponernos en perspectiva con respecto a la problemática que se nos plantea.

Es decir, no se puede obviar la fácil accesibilidad al juego online, para lo que además no existe un control legal y estricto de los menores de edad que llegan a entrar en contacto con el sector del juego. El concepto mental del ludópata que pasa toda una tarde en la máquina tragaperras del bar y que incluso puede haber un consumo elevado de alcohol ha ido dejando paso, sin que la sociedad se percate en exceso de ello, a un perfil de ludópata de corta edad (alrededor de la veintena) que realiza apuestas deportivas diarias y que debido a la facilidad del medio online gran parte del día su dedicación y/o atención están centradas en ello, es decir, jóvenes que con menores cantidades de dinero dedican mucho más tiempo al juego.

¿Qué mecanismos psicológicos son la base del juego patológico o adicción al juego?

El juego patológico se entiende como la pérdida de control sobre juegos de azar en los que se realizan apuestas. Se entiende que existe una primera etapa de ganancias, una segunda donde se juega para mantener el equilibrio entre ganancias y pérdidas y por último, una fase de pérdidas incontroladas. Es decir, finalmente el juego es quien controla a la persona, ya que esta depende totalmente de la adicción, dejando de llevar a cabo intereses y obligaciones que anteriormente tenía lo que a su vez provoca deterioro en sus relaciones sociales, familiares y laborales.

Los mecanismos  psicológicos principales de los juegos de azar son el refuerzo positivo o la aparición de un estímulo positivo/apetecible que hace aumentar la tasa de respuesta, por ejemplo, la ganancia de un premio económico o la satisfacción por haberlo ganado; y el refuerzo negativo o retirada de una estimulación negativa/aversiva para el sujeto, que como el anterior mecanismo también provocará un aumento conductual de apostar, por ejemplo, la desaparición de malestar y preocupación tras recuperar antiguas pérdidas.

Aunque a veces también aparece el castigo (principalmente las pérdidas monetarias), tiene un menor peso. Y es que conjuntamente a los mecanismos de refuerzo anteriormente mencionados la dependencia emocional al juego se termina de conseguir por la existencia de una serie de creencias distorsionadas o distorsiones cognitivas que mantienen el círculo vicioso del juego: falsas expectativas de ganar para recuperar lo perdido y pensamiento mágico e ilusorio que influyen en la toma de decisiones (por ejemplo: estar en racha, “la máquina está caliente”, tener un día de suerte, o en cuanto a las apuestas deportivas saber mucho de un determinado deporte garantiza ganar lo apostado).

La ludopatía se caracteriza también por una falta de control de impulsos; en el caso específico de los menores de edad esto se ve facilitado por la falta de un completo neurodesarrollo o maduración de la zona cerebral específicamente encargada de ello, el lóbulo frontal.

Otros mecanismos presentes en la adicción al juego serían:

1.- La amplia difusión de las máquinas de juego y las apuestas: hoy en día la publicidad del juego y las apuestas en horario protegido, por parte de las grandes estrellas del deporte y en espacios ampliamente visibles (incluso dentro de las mismas competiciones deportivas) provoca una estimulación/provocación persistente y se vende como deseable socialmente. Todo ello sumado a la disponibilidad constante que se tiene con las apuestas online desde el teléfono móvil personal (al que estamos pegados 24/7).

Un nuevo evento totalmente revolucionario, las apuestas deportivas en directo, que llegan a representar el 65´2% del total de apuestas deportivas (el tipo mayoritario actualmente) funcionan según un mecanismo de refuerzo brutal, ya que la activación neurofisiológica bajo la que se realizan es muy alta por el corto intervalo existente entre la apuesta y el resultado. La inmediatez hace que si se gana se interprete como un evento más factible de lo que verdaderamente rige el azar; sin demora, apelando a una nula capacidad de frustración.

2.- La posibilidad de apostar pequeñas cantidades de dinero y ganar mucho en proporción a lo apostado.

3.- Manipular la máquina personalmente (o la apuesta online con un dinero virtual que no observamos cómo va disminuyendo o aumentando) genera una falsa sensación de control sobre la situación.

4.- Más frecuente en las máquinas tipo B (más conocidas como tragaperras) son los estímulos altamente activadores del sistema nervioso central: luces, musiquita estridente (¡incluso el ruido de las monedas cuando se gana un premio! altamente reforzante para que la conducta de juego, bien sea para seguir ganando o para intentar recuperar las pérdidas, se siga manteniendo en el tiempo), dibujos en movimiento… generan una alteración psicofisiológica tal que hará que se facilite la conducta de juego.

El mantenimiento del juego patológico en el tiempo se deberá principalmente, entre otros factores, a parte del intento de recuperar las pérdidas económicas y a la normalización del juego como conducta social.

Las mentiras y el ocultamiento del juego es otra gran característica observable en este trastorno, lo que hace que el entorno cercano a la persona afectada tarde mucho en darse cuenta de la problemática y no pueda intentar dar apoyo/poner remedio.

El auge de las apuestas online: evento de relevancia psicológica.

A modo de conclusión, señalar que los datos existentes sobre la tasa de juego online son bastante inciertos debido al uso privado que cada persona hace de sus dispositivos móviles, lo que dificulta/imposibilita que se pongan en marcha medidas de prevención o programas terapéuticos adecuados. Eso sí, se cree que la tasa podría alcanzar niveles mucho más altos de las que a priori se barajan debido a la minusvaloración de la relevancia que hacen los sujetos implicados acerca de sus propias conductas de juego.

Actualmente el número de ludópatas en España se cifra en torno al medio millón de personas. Se cree que la suma no es del todo real ya que en el juego online no existe ninguna barrera de entrada así como que genera menor disonancia cognitiva a aquellos que lo utilizan como medio para apostar (por lo tanto no se reconoce, y por tanto no se contabiliza).

Para ponerle freno será necesario que de una vez por todas los organismos oportunos pongan el foco de atención en esta problemática tan alarmante y aparte de llevar a cabo los programas de prevención (y tratamiento) oportunos se pudiera llegar a regular y limitar su uso online (o control de acceso real a menores) asimismo como la proliferación descontrolada de salones de juego que está teniendo lugar en los últimos tiempos.

Lanzamos la siguiente pregunta:

 ¿Estamos prevenidos ante esta forma creciente de trastorno psicológico?

Escrito por: Maite Nieto Parejo

Fuentes: “La última apuesta”-  Grupo de periodismo económico de la UCLM (Universidad de Castilla-La Mancha) https://www.youtube.com/watch?v=ytfFhLVFRNs&feature=youtu.be  ,

www.psicologiaymente.com.

Maternidad y Salud Mental

Imagen extraída de www.elpais.com
Imagen extraída de www.elpais.com

En la mayoría de los casos la maternidad se conceptualiza como una de las cosas más bonitas e importantes de la vida de una mujer (y que en general, puede pasarle al ser humano). Sin embargo, hay otras situaciones que se ocultan, invalidan y convierten en tabú, otras situaciones que generan malestar (sobre todo al género femenino) relacionadas no sólo con los grandes cambios (hormonales, entre ellos) acontecidos en dicha etapa de su vida, sino también por la sobrecarga que la llegada de un hijo a sus vidas puede conllevar.

En los últimos años no han sido pocos los movimientos que han defendido la proclamación por parte del calendario oficial de la ONU del Día Mundial de la Salud Mental Materna (que se localizaría en el primer miércoles de mayo). Y es que la crianza se lleva a cabo todos los días, sí, pero dicho acto simbólico colocaría el foco de atención en la necesidad de hacer visible esta realidad así como poner en valor no sólo el cuidado físico y revisiones médicas periódicas de madre y neonato, sino por supuesto también hacer prioridad la salud mental materna.

Con salud mental no sólo nos referimos a la posibilidad de aparición de según qué trastornos mentales (que más adelante especificaremos) prototípicos de este momento vital, sino al conjunto de ausencia de malestar y promoción de bienestar a la hora de adaptarse a los cambios que tienen lugar en la adquisición de dicho rol. En resumidas cuentas, el objetivo sería evitar la posibilidad de que se vivencie la maternidad con malestar o tengan lugar dolencias que asimismo conlleven, en último término, consecuencias negativas sobre el desarrollo físico y emocional de los recién nacidos. Afecta a las madres pero también puede tener implicaciones para el resto de la familia.

Momentos que podrían convertir en dolorosa/agridulce la experiencia de tener un hijo

  • En ocasiones se busca reiteradamente el bebé, pero no llega, incluso (al final) la pareja tiene que embarcarse en un proceso de reproducción asistida. La espera, la presión social añadida a todo ello, la frustración, la incertidumbre y la expectación de la ansiada noticia de estar embarazados conllevan una importante carga emocional que en muchas ocasiones se hace cuesta arriba para los futuros padres.
  • Abortos espontáneos o muertes prematuras de bebés recién nacidos: duro evento que necesitará de la elaboración del duelo, pero no de un duelo cualquiera, sino el de un hijo, tal vez de los más difíciles de llevar a cabo a nivel psicológico.
  • No menos importante es el impacto que tiene en el bienestar mental de los padres el que nazca el bebé, pero debido a alguna enfermedad, síndrome o prematuridad tenga que depender durante algún tiempo de una UCI Neonatal. La espera de poder llegar la familia al completo a casa (con el nuevo miembro) y nuevamente la incertidumbre de cuándo será o bajo qué condiciones es un factor crucial en la salud mental parental.
  • Si el bebé ha nacido con alguna enfermedad (o ha tenido que ser intervenido quirúrgicamente) será el momento de recibir información dura, que seguramente cueste asumir y por tanto necesitará de un proceso para ello.
  • Si el hijo llega mediante un proceso de adopción la ilusión irá reñida con la espera y el dificultoso proceso burocrático.
  • Puede que el bebé llegue en un momento vital difícil para los progenitores, por ejemplo, ante la pérdida reciente de un ser querido, tristeza que no permitiría alegrarse de la llegada de los hijos.
  • Aun llegando hijos sanos, en momentos vitales idóneos, la carga de un nuevo miembro a la familia aunado a la cantidad de cambios que ello implica puede hacer que la experiencia se haga cuesta arriba, todo eso sumado al resto de responsabilidades que se tienen que seguir asumiendo en el día a día. Reestructurar los ambientes de los que forma parte esa madre así como contar con una red de apoyo fortalecida hará que se vivencie con disfrute en lugar de como una carga (más).

¿Y cuando la llegada del hijo se ve envuelta en una depresión postparto?

Se conoce como depresión postparto o puerperal (actualmente también reconocida como posible antes o después de dar a luz) a aquel estado de ánimo depresivo y/o notable disminución de intereses o de la capacidad de experimentar placer en todas o casi todas las actividades llevadas a cabo (entre ellas la faceta de madre). También conocida como “depresión sonriente”, ya son madres que procuran esconder su sufrimiento, que afecta principalmente a la relación con el bebé, por miedo a estar siendo malas madres.

Es muy importante diferenciar entre sentimientos de tristeza comunes en muchas mujeres después de haber dado a luz, poco duraderos (no más de una semana) y poco intensos (sin necesidad de tratamiento) de la versión extrema del continuum, donde esos síntomas generan un notable malestar. Cuando los síntomas de estado de ánimo deprimido reúnen las características necesarias para considerarse trastorno su prevalencia es menos común; sin embargo, no tanto como se cree: quizás creas que a las mujeres que conoces no les ha ocurrido, ya que estamos ante un tema tabú, no obstante se estima que entre un 15 y un 20% de las madres recientes llegan a experimentar el cuadro anímico al completo.

La depresión postparto es la enfermedad mental materna más frecuente. Puede comenzar en cualquier momento dentro del primer año de haber dado a luz. La causa (única) se desconoce, y es que tal vez el cómputo de los cambios hormonales y físicos después del parto unido al estrés de cuidar al bebé sean los que jueguen un papel crucial en su desencadenamiento. Las mujeres que ya sufrían de depresión presentan un riesgo mayor.

La depresión postparto, a parte de estar influida por un ya mencionado más que importante factor hormonal (fruto de los grandes cambios desencadenados por la gestación, el dar a luz o el comienzo de la lactancia) se realimenta también de otros factores como podrían ser el mantener una serie de ideales sobre la familia o la pareja que hace que la mujer se pierda a sí misma a cambio de ser incondicional para los demás, la presencia de esquemas distorsionados acerca de cómo ha de actuar una buena madre así como un repertorio invalidante hacia el propio malestar o pensamientos negativos/ambivalentes a la hora de tener a su bebé en brazos sin llegar a ser feliz o sentirse plena.

En muchas ocasiones se descarta el pedir ayuda (a tiempo) ya que se interpreta como algo de nula importancia, se considera un tema tabú o como un signo de debilidad, incluso incapacidad, para ser madre. Sin embargo, nada más lejos de la realidad; la salud mental materna es una prioridad: hay muchos motivos ya mencionados… pero el principal son Ellas.

Los trastornos que aparecen en las madres perinatalmente son tratables, por lo que buscar ayuda especializada en su momento evita que duren años, se cronifiquen y afecten profundamente al desarrollo del bebé y al ciclo vital de la madre.

A colación de la temática abordada en el post, señalar que hace dos años nace el colectivo Malasmadres, con el objetivo de desmitificar la maternidad y romper el mito de “la madre perfecta”. Como otro rol o etapa más de la vida, la maternidad está llena de todo un abanico de sentimientos, emociones y pensamientos; por lo general maravillosos, pero complicados asimismo en otras ocasiones, y sobre todo, todos igualmente válidos y con la necesidad de ser comprendidos.

En resumidas cuentas, como dijo recientemente la psicóloga experta en embarazo, Ana Kovacs, “cuidarnos supondría mejorar la salud de nuestros hijos, de nuestra sociedad y de la del futuro”. Madres, sí, pero primero personas individuales con la necesidad de una salud óptima física y psicológicamente hablando.

“La salud mental materna de las mujeres importa” (#maternalmhmatters).

Fuentes:

www.clubdemalasmadres.com, www.elpais.com.

DSM-IV-TR: Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. (2008) American Psychiatric Pub.

Escrito por: Maite Nieto 

¿Diferencia o normalidad? Depende del ojo con el que se mire

Poseemos el lenguaje, esa herramienta tan útil de la que dispone el ser humano. A través de él podemos comunicarnos, describir todo lo que nos rodea… para eso muchas veces utilizamos números. ¡Todo lo medimos, todo es cuantificable!

La temperatura que hace en la calle en grados centígrados, cuánto medimos en metros incluso la cantidad de colesterol en sangre en milimoles (mmol) por litro, y al igual con otros muchos niveles físico-médicos: la fiebre, la presión arterial, etc…

En el ámbito biomédico, en ocasiones sobrepasar un determinado nivel conlleva consecuencias irreversibles como la muerte. Si nos quedamos con el ejemplo del colesterol, existe un nivel tope a partir del cual se considera que puede tener efectos perjudiciales para nuestra salud. Si lo sobrepasamos aumentan las probabilidades de infartos de miocardio, por ejemplo pero… ¿siempre? o ¿depende de la persona? ¿”Depende del ojo con que se mire”? En este caso, aunque se trata de un aspecto crítico de la función fisiológica humana el superar en 1 o 5 el límite aconsejable entendemos que no tiene una repercusión directa, inminente y letal (como sí ocurre con otros niveles como el nivel de glucosa en sangre).

MEDICIONES CUANTITATIVAS EN EL ÁMBITO DE LA SALUD MENTAL

Poner un número a una cualidad o constructo psicológico ya se hace más complicado. No existe una inteligencia de 100, funciona bien la atención entre 35 y 65 o se padece una depresión de 29: no existe la objetividad.

Sin embargo, y para podernos comunicar interprofesionalmente (¡nuevamente el lenguaje!) se han creado una serie de medidas arbitrarias que hacen que constructos tan abstractos puedan ser manejados más fácilmente. Esas mediciones (obtenidas a través de cuestionarios y autoinformes creados para tal efecto) construyen a su vez un continuo, constituyendo lo conocido como la diferencia entre “normalidad” y lo que no es normal. La mayoría de constructos en psicología se distribuyen según la curva de distribución normal o de Gauss, puntuaciones obtenidas de estudios de poblaciones representativas de lo que queremos medir (¡ni siquiera de todos y cada uno de los seres humanos que poseen ese constructo! por lo que lleva inherente una cantidad de error).

Entre unos límites determinados, normalmente la media de ese constructo obtenida en una determinada población más-menos una desviación típica es lo considerado normal, mientras a partir de esos límites se considera que esa persona “es anormal” en dicho ámbito.

¿SE PUEDE DEFINIR OBJETIVAMENTE LA ENFERMEDAD MENTAL?

Foto extraída de lamenteesmaravillosa.com
Foto extraída de lamenteesmaravillosa.com

Los psiquiatras y psicólogos, para determinar la “normalidad”, primero redactan una serie de criterios diagnósticos, a partir de los cuales se define prototípicamente un trastorno X.

El prototipo de ese trastorno representa el ejemplo “ideal”, el número de requisitos mínimos que han de cumplirse para que ese sujeto cruce la fina línea existente entre la normalidad y poseer un trastorno psicológico.

¿Pero es dicho prototipo realmente representativo de lo que en la práctica clínica se considera disfuncional o que ocasiona malestar significativo para la persona?

Encontramos casos en los que el sujeto no se encuentra disconforme con esa desviación de la norma (y a su vez no genera malestar a nadie) por lo que se repite el “depende el ojo con el que se mire”.

Por ejemplo, existen personas a las que especialmente les gusta la soledad, se muestran emocionalmente fríos, prefieren trabajos en los que no es necesario cooperar en equipo y tienen aficiones bastante individuales; su día a día discurre con normalidad. Con sistemas diagnósticos en mano como el DSM-5, ¿esta persona tendría un trastorno de personalidad esquizoide? Pues tal vez… pero teniendo en cuenta que no siempre genera malestar subjetivo, NO (no tenga este trastorno, ni ningún otro).

Además, en la mayoría de los trastornos en el ámbito de la salud mental podemos trabajar con la severidad de la manifestación sintomatológica, pero aún se desconocen sus bases biológicas.

Es aquí donde se embrolla el definir quién es normal y quién se desvía de la norma. Para ello los profesionales de la salud mental cuentan con “la Biblia de la Salud Mental”: el DSM o Manual diagnóstico estadístico de los trastornos mentales. Aquí se recogen una serie de criterios definitorios necesarios; los cumples: tienes un trastorno, ya no eres normal. No los cumples (aunque, generen algo de malestar en el sujeto) eres normal.

De todo esto se deriva, y volviendo al uso del lenguaje, que un trastorno conlleva una etiqueta, y en último término que esta propicia una estigmatización del paciente identificado.

Esta postura se ha radicalizado con la publicación del manual de diagnóstico más reciente de la Asociación Americana de Psiquiatría, el DSM-5. Con su lista de nuevos trastornos psiquiátricos y al haber disminuido el número de criterios necesarios para el cumplimiento de otros, algunos críticos consideran que el DSM-5 representa la necesidad de justificar el exceso de tratamiento de las personas que no están realmente enfermas, especialmente con medicamentos (si existen intereses económicos de las farmacéuticas de por medio o no es algo que nos podríamos plantear, pero que preferimos dejar para futuros debates).

Asimismo se está produciendo una proliferación de trastornos mediante “el regalo de etiquetas” (que ni siquiera aparecen en los sistemas diagnósticos, por lo que carecen de fundamentación empírica) por parte de una minoría de profesionales, como síndrome de Blancanieves, depresión postvacacional, trastorno de dolor amor y un largo etcétera.

El otro punto de vista por antonomasia es que dentro de ese continuum algunos defienden que se está patologizando la normalidad; o como argumenta el filósofo Jonathan Sholl: «tanto la salud como la enfermedad son normales, reflejando distintas regularidades y modos de vida. La enfermedad no es antinatural ni indica la ausencia de normas: se trata de tener normas diferentes». O incluso lo que otros definen como anormal no es más que la manifestación extrema de ciertos rasgos de personalidad que forman parte del abanico de la variabilidad interpersonal o formas de adaptabilidad a un entorno no favorecedor de la salud mental.

Como conclusión, de todo esto se puede extraer que, el constante aumento de la patologización en el ámbito de la salud no se está haciendo constructivamente, sino desde el prisma del “etiquetaje” y el estigma. No se está viendo reflejado en la creación o puesta en marcha de medidas interventivas ni del acercamiento a la población de los recursos terapéuticos necesarios.

Escrito por Maite Nieto
Fuentes: Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales: DSM-5. Editorial médica panamericana, 2014.

Pértegas Díaz, S., & Pita Fernández, S. (2001). La distribución normal. Cad Aten Primaria, 8, 268-274.

https://lamenteesmaravillosa.com/esquizofrenia-paranoide-definicion-causas-tratamiento/

https://www.psychologytoday.com/intl/blog/denying-the-grave/201805/is-different-the-new-normal-0

 

La Chica Danesa: Reasignando realidades

Extraída de www.sensacine.com
Extraída de www.sensacine.com

Hace menos de un mes llegaba a nuestras pantallas, “La Chica Danesa”, emotiva película que contaba la historia de Lili Elbe, la primera persona datada en la historia en someterse a una operación de reasignación de sexo (en 1930), con riesgos enormes para la salud y en fase absoluta de experimentación (aparte de la extirpación total de sus órganos sexuales masculinos, se llegó a hacer un trasplante de órganos femeninos con la intención de que Lili quedara embarazada, con la posterior operación para quitárselos por el rechazo corporal hacia dichos órganos). En la película, como en la realidad, el deseo de Lili por hacer coherente su identidad sexual psicológica con su sexo biológico  hace que la persona se plantee pasar por una operación quirúrgica (o en su caso, hasta cinco), ante su necesidad de vivir acorde a sí misma. Lili Elbe, antes Einar Wegener, era transexual, en una época en donde ni siquiera existía ese término para definir su experiencia psicológica, acuñado sólo tres años después de su muerte por el médico Harry Benjamin.

En “La Chica Danesa” se nos habla del matrimonio conformado por Einar y Gerda Wegener, reputados pintores daneses de la época con dedicación enorme a su obra. Einar era un pintor paisajista, y Gerda una pintora de moda y sociedad, cuyo tema principal eran retratos y escenas cotidianas. Un día Gerda necesita una modelo desesperadamente una modelo femenina para uno de sus cuadros, y Einar, cómplice y compañero, se presta para hacerle de modelo. Es entonces cuando Einar entra en contacto con su verdadera identidad, en un proceso progresivo en donde un simple cambio de roles se convierte en algo mucho más profundo, adoptando gestos, maneras y atuendos de una mujer, y donde a  Einar se le hace cada vez más difícil volver a su apariencia de hombre. Einar comienza a sentir verdadera disforia de género (un rechazo a su cuerpo masculino y el rol que de él se desprende) y una necesidad creciente por vestir y comportarse como una mujer, adoptando la identidad de Lili y confesando su deseo a Gerda, su mujer. La película muestra como Lili fue tildada por “perversa” o ”esquizofrénica” por las autoridades médicas de la época, y como tuvo que mudarse a Paris para vivir más libremente como mujer, presentada en público como un familiar de Einar y Gerda.

El retrato de Lili muestra de manera abierta el conflicto y dolor que sufren las personas transexuales por el reconocimiento y reafirmación de su verdadera identidad. Ostracismo y rechazo social (no permitir a la persona expresarse y  en público –y en privado- y comportarse de manera hostil ante ello, con insultos, manifestaciones físicas o todo tipo de vejaciones físicas), patologización de su realidad (recordemos que se ha tenido que esperar hasta al año pasado para que la transexualidad desaparecía del Manual de Trastornos Mentales DSM, en la que sólo hay una acepción referida a la “Disforia de Género”, haciendo referencia a la necesidad de los profesionales para ayudarles en la aceptación y adaptación de su identidad y despatologizando su deseo por el cambio el sexo), invalidación emocional (se les dice, “lo que sientes no está bien. Debes esconderlo y no mostrar nunca tu sufrimiento”), negación de identidad (la persona y los demás viven una continua lucha de identidades, cuando puede abogarse más por su integración, permitiendo que las virtudes -y defectos- de la persona puedan convivir en todo el proceso de reasignación de sexo) o miedo a la intimidad (miedo a mostrar su cuerpo a las parejas sentimentales por la posibilidad de rechazo por parte de la otra parte) son sólo algunos de los muchos problemas que ha de lidiar la persona transexual en su día a día, causándoles tremendo sufrimiento y  necesitando de la concienciación social por parte de todos para ayudarles en un camino ya de por sí complicado. Todo para alcanzar uno objetivo primordial: como decía Lili en uno de sus escritos antes de una de sus últimas operaciones que le costarían la vida, rescatados por Smoda hace unas semanas, “he probado que tengo derecho a vivir existiendo como Lili durante 14 meses. Se podría decir que 14 meses no son mucho, pero para mí es una vida humana completa y feliz”. Lili contó con el inestimable apoyo de Gerda. Ahora es momento de reconocer que el apoyo ya no pasa sólo por gestos íntimos, sino por el pleno reconocimiento a nivel social, con plenas garantías para el desarrollo y el crecimiento de la persona transexual.

Podéis ver la película “La Chica Danesa” en cartelera, con gran aceptación de público y crítica; o leer más sobre la vida de Lili en “La Chica Danesa”, libro escrito por David Ebershoff, obra de ficción que intenta ser un retrato de su vida.

Escrito por David Blanco Castañeda

¿Somos adictos a Internet?

Extraída de gestion.pe
Extraída de gestion.pe

La mayoría de nosotros ha escuchado alguna vez hablar de la adicción a Internet, ya sea en los medios de comunicación o bien porque conocemos a alguien que creemos podría entrar en esta categoría de ‘adictos a las nuevas tecnologías’, si no nosotros mismos. Pero, ¿en qué se basa este concepto? La denominada adicción a Internet es una más de las numerosas adicciones comportamentales que han irrumpido en nuestra cultura moderna: la adicción a las compras, al sexo, a la comida, al amor…

Lo cierto es que el conocido como ‘Trastorno de adicción a Internet’ (Internet addiction disorder) es difícil de definir, ya que la mayoría de estudios en los que se basa carecen de fundamentación científica que los avalen. Es más, la adicción a Internet como trastorno ni siquiera se encuentra recogida en el manual de referencia para la clasificación de los trastornos mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría (DSM-5), por lo que su validez en la actualidad es bastante cuestionable.

 Debido a la creciente medicalización de nuestra vida diaria tendemos a etiquetar cualquier problema de exceso como un auténtico trastorno mental. De hecho, sabemos que describir un problema desde una perspectiva exclusivamente médica o biológica cambia nuestra forma de verlo, como indican desde la Universidad McMaster de Canadá. Este equipo de investigación concluyó que sustituir el nombre común de una enfermedad por un término médico hace que percibamos dicha enfermedad como más grave. De este modo, el considerar la posibilidad de ser ‘adictos’ a Internet nos puede hacer pensar en nuestra actividad diaria como trastornada o insana.

Sin embargo, lo que la mayoría de las personas que se consideran adictas a Internet probablemente estén sufriendo sea el deseo de no enfrentarse a otros problemas que tengan en su vida, ya sea un trastorno mental (depresión, ansiedad, etc.), un problema de salud o dificultades de pareja. En estos casos, Internet constituye un simple medio de distracción o de evitación, como lo pueden ser también ver la televisión o ir al bar con los amigos

 Llegados a este punto podríamos plantear una pregunta: ¿por qué Internet es tan ‘adictivo’ entonces? Pues bien, ya que donde se emplea la mayor parte de nuestro tiempo online es en las redes sociales, podríamos pensar que la socialización en sí es lo que nos atrae tanto a Internet: el simple hecho de pasar tiempo con amigos y familia y relacionarnos con ellos. Sea por email, un foro de discusión, un chat o un videojuego online, la gente pasa el tiempo intercambiando información, apoyo o un mero rato de charla con otras personas iguales a ellos, es decir, relacionándose con otros como lo haríamos en un restaurante o en el parque. Plantearnos por tanto que somos adictos a las relaciones sociales o a hablar con la gente parece poco realista.

 A pesar de la necesidad de ampliar la investigación al respecto y obtener resultados fiables, existen casos en los que conectarse a Internet puede implicar consecuencias indeseadas y consideremos como opción buscar ayuda de un profesional: que nos

genere un importante malestar, problemas de salud o deteriore nuestras relaciones sociales en lugar de potenciarlas son algunos ejemplos. Esta ayuda existe sin necesidad de que contemos o no con un diagnóstico concreto. Lo que está claro es que determinar si pasamos demasiado tiempo de ocio conectados depende de numerosos factores, no únicamente del tiempo en sí.

Como afirma el Doctor en sociología Francesc Núñez “es posible que generemos una dependencia de las Tecnologías de la Información y Comunicación […], pero al igual que la tenemos de la electricidad, del agua corriente, de la gasolina o del transporte”. Por tanto, pensar que somos cada vez más ‘adictos’ a Internet no puede estar, a día de hoy, más lejos de la realidad.

Escrito por Alejandra Ranz Case.

Fuentes: psychcentral.com, eldiario.es, slate.com.

Cómo la causa de los trastornos mentales afecta a la empatía de psicólogos y psiquiatras

La idea de que la enfermedad mental está relacionada con anomalías cerebrales u otros factores biológicos es muy popular entre algunos pacientes; en su opinión, el que los trastornos mentales sean enfermedades con una causa orgánica ayudaría a desmitificar sus experiencias y dar legitimidad a sus síntomas. Sin embargo, los estudios muestran que las explicaciones biológicas pueden aumentar el estigma en el campo de la salud mental, fomentar una percepción pública de que las personas con enfermedades mentales son esencialmente diferentes, así como que sus problemas son permanentes. En un estudio reciente, investigadores de la Universidad de Yale (EEUU) han publicado nuevas hallazgos que sugieren que las explicaciones biológicas de los trastornos mentales conducirían a la reducción de la empatía de los profesionales de salud mental hacia los pacientes.

lookfordiagnosis.com
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A más de doscientos psicólogos, psiquiatras y trabajadores sociales se les presentaron viñetas en las que aparecían pacientes con trastornos tales como la fobia social, depresión o esquizofrenia. Una parte de las viñetas fueron acompañadas de explicaciones puramente biológicas centradas en factores genéticos y de la química cerebral, mientras que otras viñetas contenían explicaciones psicosociales, como una historia sobre intimidación o de duelo. A continuación, a estos psicólogos, psiquiatras y trabajadores sociales se les solicitó que informaran qué sentían hacia la viñeta.

Curiosamente, las viñetas que estuvieron acompañadas de una explicación biológica generaron menos sentimientos de empatía en cualquiera de los profesionales. Sin embargo, tanto las explicaciones biológicas y como las de tipo psicosocial provocaron niveles similares de angustia, indicando que los niveles menores de empatía en el primer caso no podían explicarse sólo porque las observaciones psicosociales sean más perturbadores. Además, los profesionales de salud mental señalaron que las explicaciones biológicas les eran poco útiles, desde el punto de vista clínico.

Los autores del estudio sugieren que las explicaciones biológicas provocan una empatía reducida debido a que tienen un efecto deshumanizador y les dan la impresión de que los problemas son permanentes. Los investigadores señalan que el enfoque biológico en la psicología y la psiquiatría ha ganado importancia en las últimas décadas, lo que a la vista de los resultados no deja de ser preocupante. Además señalan que una de las debilidades del estudio es la falta de una condición control sin explicación de referencia (ya que sin grupo control es difícil determinar si las explicaciones psicosociales aumentarían la empatía o si las explicaciones biológicas la redujeron per sé). Los investigadores sugieren que la falta de empatía se podría evitar si se transmitiera una idea más compleja que la explicación reduce a la biología como causa. Y es que «aun cuando la biología juega un papel importante, está en constante interacción con otros factores, y parece ser que las ‘anomalías’ biológicas no crean distinciones por sí mismas entre las personas con y sin trastornos mentales«.

Fuente: BPS Research Digest

Escrito por María Rueda

ResearchBlogging.org
Lebowitz MS, & Ahn WK (2014). Effects of biological explanations for mental disorders on clinicians’ empathy. Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America, 111 (50), 17786-90 PMID: 25453068

Apuntes sobre la comorbilidad en los trastornos del neurodesarrollo

Dorothy Bishop explicaba hace tan sólo unos días en el Research Digest la excepcionalidad y la extrañeza de cualquier familia cuando a uno de sus hijos le diagnostican un “trastorno” al principio de su desarrollo; el estrés que supone a cualquier padre afrontar lo que supone un tratamiento para su pequeño y el intenso intento por parte de ellos por entender la nueva realidad de su hijo. Y sin embargo, muchos de ellos relatan el constante peregrinaje de un ir y venir de especialistas, donde le colocan una etiqueta (perdón, trastorno) en función de lo que manifiesta, cambiando el posible tratamiento y perjudicando, en ocasiones, su adecuado desarrollo en el ansia por definirlo.

La reflexión viene a colación por la publicación de un estudio en el que se pone a prueba, una vez más,  la existencia de posibles patrones genéticos comunes en distintas entidades psicológicas y neuropsicológicas. En el estudio, realizado en Suecia con una importante muestra de sujetos, se recogen pares de gemelos en los que al menos un miembro de la pareja manifestaba algún comportamiento relacionado con el Trastorno del Espectro Autista y la presencia de tics (TEA), comportamientos relacionados con la impulsividad y la inatención (TDAH), y problemas en la adquisición para la lectura y otros aprendizajes básicos (DA), y se veía su evolución en su hermano gemelo a la hora de manifestar síntomas similares.

Según lo que planteaba sus autores, es muy frecuente la presencia de síntomas de varios trastornos en un niño diagnosticado con alguna de estas tres categorías (lo que definiría una alta comorbilidad); e hipotetizaban la existencia de un patrón de neurodesarrollo común a todas ellas, más que un desarrollo completamente definido y específico para cada una. Es decir, un niño puede ser diagnosticado como hiperactivo pero desarrollar después problemas para leer o restar. ¿Estamos ante cosas distintas? ¿Tenemos que “ponerle” más trastornos? ¿O todo son distintas manifestaciones de lo mismo? Y lo más importante, ¿cómo aseguramos la más correcta y eficaz intervención en el niño y la familia, que son, en definitiva,  los principales afectados en todo esto?

El estudio demostraba como había un único factor genético general que explicaba el espectro de conductas de inatención, comportamiento estereotipado y/o problemas del aprendizaje. Asimismo, el hecho de que sean gemelos no significaba que su otro gemelo manifestase los mismos síntomas que su hermano diagnosticado, aduciendo los autores factores específicos y ambientales que explicaban dicha variabilidad.

Así, con dichas conclusiones, los autores sugieren y reclaman la necesidad de establecer pautas de intervención  para trabajar con el niño de manera temprana  al presentarse todo un conjunto de síntomas relacionados más que en la obligación de poner un trastorno específico, que seguramente cambiará con  el tiempo. Por ello,  los resultados de este estudio suponen otra crítica más a la inoperancia de las categorías diagnósticas para reflejar la diversidad y complejidad de la realidad clínica, y que se extiende no sólo a los trastornos del neurodesarrollo, sino, obviamente, a la gran mayoría de trastornos psicológicos. Si bien algunos apartados del DSM-V ya comienzan a introducir este cambio (totalmente paradigmático) en algunos trastornos (como es el caso del Trastorno del Espectro Autista), todavía queda trecho para que se reconozca la realidad dimensional que tanto se demanda desde la práctica profesional, con mención tanto de los aspectos conductuales, como de los cognitivos o los neuropsicológicos. Una polémica muy candente y de la que podéis dejar vuestras impresiones en los comentarios de nuestro blog.

Escrito por David Blanco Castañeda

Foto: Jill Greenberg/www.jillgreenberg.com

Fuente: BSP Research Digest.