Propósitos para el 2021: empezar a ir al psicólogo

Como cada fin de año, es muy común que las personas hagamos balance de cómo han sido los 12 meses anteriores e intentemos fijarnos metas de cara a los 12 venideros que nos puedan hacernos vivir más en consonancia a los valores que para nosotros son importantes, es decir, aspiramos a ser más felices en general.

Ir al gimnasio y/o mejorar nuestro aspecto físico, apuntarnos a ese curso sobre el que tantas veces hemos pensado, retomar el inglés, estar más en contacto con familiares y amigos, cambiar de trabajo… ¿Os suenan verdad? Posiblemente todos esos propósitos nos los hayamos planteado en un momento determinado de nuestras vidas como deseos para el nuevo año. Pero… ¿Qué hay de proponerse estar mejor psicológicamente? ¿A nivel poblacional se ve como algo tan necesario? ¿Se habla con tanta naturalidad de la necesidad de acudir al psicólogo para mejorar ese aspecto que tanto nos preocupa como de la intención de mejorar la alimentación o dedicar más tiempo a seres queridos?

Sobre las barreras que suelen encontrarse en el cometido de buscar ayuda psicológica y cómo será el proceso inicial de acudir a terapia nos ocuparemos en el blog de hoy. Para que todas las posibles dificultades que suelen plantearse en el cometido de acudir a terapia sean más controlables, y dar el paso sea un recurso accesible y barajable para todos.


Imagen extraída de @izzyhealthcare

¿Cuál es el mejor momento para acudir en busca de ayuda profesional?

En realidad, cualquier momento sería el idóneo para darse cuenta de que se necesita ayuda, y buscarla.

Esperar para comenzar tu «nuevo yo» se parece bastante a «tu yo de siempre». Los propósitos de empezar el lunes, el 1 del próximo mes, en enero, con la «vuelta al cole», «cuando termine esto»…. son sólo algunos de los ejemplos de que tendemos a hacer contingente el buscar ayuda a un determinado momento temporal, en lugar de hacerlo en base a las necesidades que tenemos o al malestar que se está experimentando.

Sin embargo, ese modus operandi no suele funcionar, lo que hay detrás de ese posponerlo o procrastinarlo seguramente sea miedo. Miedo al cambio, miedo a mirar a los problemas de frente, miedo a salir de la zona de confort, miedo a asumir la responsabilidad de que es momento de hacer cosas nuevas que den solución a los problemas que se nos plantean, ya sean estos de índole emocional, interpersonal, laboral….

Algunos mecanismos de evitación del problema que más frecuentemente observamos en terapia son dejar el cambio para después, relativizarlo o incluso minimizarlo, justificarse, responsabilizar a otros del propio malestar o de la posible solución, dedicarse compulsivamente a otro tipo de tareas que faciliten el escape del problema,… Por lo tanto sabemos que la solución es: “si te da miedo, hazlo con miedo”, el psicólogo trabajará contigo mano a mano para que puedas superarlo.

Como resume muy bien la popular psicóloga Silvia Congost, “el miedo es resistencia al cambio. Debemos entender que los cambios son necesarios para crecer, y que estamos preparados para afrontarlos. Queremos evitar el sufrimiento y por eso nuestro cerebro hace que no demos ciertos pasos, pero no nos damos cuenta de que sin enfrentarnos a los miedos sufrimos igual”.


¿Y cómo influye el Covid-19 en el tema que nos ocupa?

Si en algo estamos de acuerdo los profesionales de la Salud Mental es que este mundo de pandemia ha facilitado que se dispare la intensidad de multitud de estresores: convivencia familiar conflictiva, hacinamiento doméstico, pérdida de trabajo, fallecimiento de seres queridos unido a la prohibición o limitación de aforo por las medidas de seguridad contra el virus a rituales sociales de despedida muy limitados, teletrabajo, conciliación familiar, y un largo etcétera…

Por lo que si durante el segundo semestre de 2020 se ha intensificado ligeramente la afluencia de personas en busca de ayuda profesional no es de extrañar que el 2021 sea un año donde el necesitar de la ayuda de un psicólogo vaya a ser uno de los propósitos o metas estrella.

A pesar de lo cual, si cualquier colega de profesión afirmara que existen dos tipos de personas, los que necesitan ir a terapia y ya están yendo, y a los que les vendría bien ir a terapia, parecería el típico chiste o anécdota que sobredimensiona o sobrepatologiza los problemas emocionales y de la vida diaria. Lo cierto es que, en la actualidad acudir en busca de ayuda profesional para conseguir el tan ansiado bienestar psicológico aún no se encuentra ni tan siquiera a un nivel de normalización parecido al que suele haber con cualquier otro tipo de especialidad de la salud. La salud mental es un tema a día de hoy sigue siendo un tabú.

Entonces, ¿en qué casos podría ser positivo acudir al psicólogo?

Las consultas más frecuentes en terapia suelen ser:

  • Ansiedad o nerviosismo.
  • Estados intensos de tristeza, sentimientos de desesperanza y depresión.
  • Miedos (de cualquier tipo) o fobias.
  • Duelos.
  • Dificultad para el control de impulsos o manejo emocional.
  • Procesos de toma de decisiones y solución de problemas.
  • Autoestima, autoconocimiento y procesos de desarrollo personal.
  • Problemas de pareja.
  • Conflictos interpersonales en contextos que no tienen por qué ser de pareja (familiares, con amigos, en el entorno laboral,…).

Que sean los problemas más frecuentes no significa que sean las únicas causas de malestar que  puedan verse beneficiadas de acudir al psicólogo. Se aconseja que en un primer momento se intente hacer un abordaje particular con los mecanismos de afrontamiento individuales que cada uno de nosotros tenemos; si en ese devenir se evidencian estados de elevada disforia o malestar, nos sentimos sin las herramientas necesarias para abordarlo adaptativamente o el propio intento de solución se está convirtiendo en el problema es cuando realmente sería muy beneficioso tomar la decisión de acudir en busca de ayuda profesional.

¿Qué datos básicos recabar de cara a elegir el profesional al que acudir? Y qué otros no son tan relevantes

Especialidades y corrientes en psicología: por término general la terapia cognitivo-conductual se encuentra en la base de todos los tratamientos empíricamente validados que se han mostrado eficaces a la hora de trabajar los distintos problemas o trastornos mentales. Si bien es cierto, que luego en la práctica clínica habitual el profesional suele servirse de una terapia más integradora (de distintas corrientes teóricas y/o técnicas) que se ajuste a la idiosincrasia del caso.

Además de eso, el profesional encargado de gestionar problemas psicoemocionales a nivel clínico ha de haber conseguido la especialidad clínica vía PIR, ser Psicólogo General Sanitario o haberse habilitado para ejercer.

Complementariamente puede estar formado en temáticas o técnicas concretas, y en franjas poblacionales por edad (infanto-juvenil, población adulta, tercera edad).

Género del terapeuta: a nivel de eficacia terapéutica no se han evidenciado diferencias en efectividad de la terapia en función del género, es decir, la terapia será igual de efectiva independientemente de que tu psicólogo sea hombre, mujer, o cualquier otro código no binario. Eso sí, si de antemano crees que este factor podría influirte en cuánto de cómodo podrías sentirte a la hora de comunicarte y hablar sobre cuestiones personales siéntete libre para pedir que este elemento se adecúe lo máximo posible a tus necesidades.

Edad: la edad del psicoterapeuta no es una variable que influya en la efectividad de la terapia. Sin embargo, los colegas de profesión seguro que más de una vez han vivenciando la sorpresa o duda que expresa el paciente cuando considera que el psicólogo-a es «demasiado joven».

Es importantísimo diferenciar edad del psicólogo del factor experiencia profesional o nivel de conocimientos adquiridos sobre el tema a tratar, la cual sí que se ha demostrado que es una variable influyente a la hora de guiar una terapia de manera exitosa.

Encuadre: características como la frecuencia con la que se considera oportuno seguir las sesiones, enfoque psicológico y método de trabajo, horarios, honorarios, roles que ocuparán terceras personas en la terapia (si las hubiere),…

¿Y qué características son relevantes sobre la persona que acude a consulta? Principalmente, que el paciente esté motivado para el cambio, que se puedan definir objetivos terapéuticos concretos y que haya un compromiso adquirido con la terapia como proceso, no como algo inmediato.

Si por el contrario se es moderadamente reticente al cambio se aconseja dar también el paso, para poder trabajar eso mismo desde terapia. El psicoterapeuta acompañará en ese proceso para pasar de una etapa precontemplativa a otra de cambio activo.

Para ello existe un estilo de asistencia directa, que fue estandarizado por los psicólogos Miller y Rollnick, denominado entrevista motivacional, caracterizado por estar centrado en el cliente, para provocar un cambio en su comportamiento ayudándole a explorar y resolver ambivalencias. Se define principalmente, no por su técnica, sino por su modo, que sigue un estilo que facilita la relación interpersonal.

Aunque en un inicio se enfocara al contexto de las drogodependencias y preparar para el proceso de desintoxicación de éstas, a día de hoy su aplicación se ha generalizado a todos aquellos procesos terapéuticos en los que por el motivo de consulta que sea no se evalúa de forma ajustada cuáles serían las ganancias que se podrían llegar a conseguir o el sujeto se muestra bastante resistente al cambio. Es decir, la entrevista motivacional prepara para el cambio.

¿Cómo será la primera sesión?

La estructura general de una primera sesión se basa en dos objetivos básicos desde los que empezar a enfocar el resto del proceso: conocerse un poquito e ir construyendo la alianza terapéutica, y plantear las primeras hipótesis desde las que comenzar a abordar el caso.

Una de las principales dudas que asaltan a las personas que por primera vez acuden a terapia es ¿qué contar primero? El objetivo de la primera sesión será principalmente definir qué es lo que ha motivado a esa persona a buscar ayuda profesional (problemática actual) para después poder ir analizando qué variables influyen como precipitantes y detonantes de que en el momento presente se evidencie ese problema, también será muy importante poder detectar qué situaciones, estímulos o figuras/relaciones están funcionando como reforzadores o castigos de la conducta problema y en qué esquemas cognitivos se  fundamenta aquello que genera malestar, es decir, se intentaría elaborar en la primera y/o siguientes sesiones un análisis funcional del caso.

Otro de los aspectos a explorar sería el aquí y el ahora de la persona que acude a consulta. Esto consistiría en poder conocer a grandes rasgos cuáles son las principales áreas vitales para ese sujeto. Normalmente las esferas personales a conocer en profundidad suelen corresponderse con núcleo familiar del paciente, situación laboral, relaciones interpersonales y de pareja, amigos y actividades agradables, de tiempo libre y autocuidado.

Por último, y no menos importante por ello, va a ser frecuente explorar intentos de solución previos del problema, ya sean a través de herramientas individuales o si en ocasiones anteriores acudieron a algún psicólogo-a. ¿Esto para qué sirve? Por un lado, se detectan intentos de solución que no han funcionado, es más, incluso podrían estar agudizando el malestar a día de hoy; y por el otro, de haber necesitado ayuda psicológica previa, conocer de qué herramientas está dotada la persona que acude en momento presente a terapia.

¿Y cuál será el cometido del psicólogo? Su prioridad será empezar a construir la relación terapéutica. Esta estará conformada por una alianza cuyo rasgo esencial es la confianza plena, encuadrado en un ambiente seguro y la postura neutra y de no juzgar por parte del terapeuta. No obstante, es muy común que en una primera sesión o incluso en siguientes el paciente aún no se encuentre del todo cómodo para abordar según qué tipo de temas. Tu psicoterapeuta en todo momento respetará que aún no estés preparado, por tanto siéntete libre de marcar tus tiempos y ser el protagonista de la terapia y de tu historia.

En definitiva, estar algo nervioso es bastante habitual en una primera sesión. Date tiempo, como en todas las relaciones interpersonales.

Finalmente, celebramos que en los últimos tiempos no han sido pocas las personalidades públicas que bien en redes o en medios de actualidad han expuesto que han tenido problemas para afrontar adaptativamente situaciones vitales y por ello han dado el paso de acudir al psicólogo. Si ellos, que tienen mayor nivel de alcance poblacional consiguen normalizar el pedir ayuda profesional… ¡bienvenido sea!.

Ahí estaremos los psicólogos para ayudar, trabajar juntos, encontrar respuestas.

¡A proponérselo en 2021!

Escrito por Maite Nieto Parejo

Fuentes: www.psicopedia.org, www.infolibre.es, www.gardetapsicoterapia.es

¿Es la Sexualidad Infantil un Tema Tabú en Nuestra Sociedad?


Imagen extraída de www.crianzaautorregulada.com

Se ha evidenciado que la etapa por excelencia donde prototípicamente la población espera la eclosión de la sexualidad es la adolescencia. Fuera de ésta (y de la vida adulta) conlleva un mayor esfuerzo imaginarse cómo se desarrolla la vida sexual de los seres humanos, surge el tabú: no se habla de ello, no se sabe cómo educar o reaccionar al respecto, alarma en los casos más extremos… ¿eso significaría que no existe/no hay sexualidad antes ni después? La respuesta es un rotundo NO: la sexualidad es una capacidad humana innata, biológicamente preprogramada que se va desarrollando y sufriendo cambios (ni ganancias ni pérdidas) a lo largo del ciclo vital completo, es decir, desde que nacemos hasta que morimos. O lo que es lo mismo: existe sexualidad en la infancia, juventud, adultez y tercera y cuarta edad.

En el post de hoy nos encargaremos de dar a conocer datos verídicos y pautas sobre cómo abordar la sexualidad en la que posiblemente sea la etapa vital donde más tabú es en gran parte de los hogares: la infancia.

Los progenitores esperan “la revolución sexual” aunada al cóctel hormonal de la adolescencia y no es descabellado que aparezca la sorpresa cuando mezclamos en la misma frase infancia, sexualidad y genitales, sobre todo si son conductas que desconciertan y se anticipa que no se sabrá reaccionar adecuadamente ante ellas.

Unas píldoras psicoeducativas sobre la sexualidad en la infancia

Primero de todo, el objetivo prioritario de este blog será desmitificar la sexualidad infantil teniendo información asequible y veraz al respecto.

Para ello una máxima a tener en cuenta será la diferenciación entre el disfrute de sensaciones placenteras que aparece en la infancia versus el sentido erótico que tiene la sexualidad tal y como la viven los adultos. Será importante salir de esa posición subjetiva y adultocéntrica para conocer la sexualidad de la manera en que la experimentan los peques.

Ya cuando nacen toda su anatomía fisiológica está definida. Los genitales y pecho principalmente se consideran zonas erógenas por la infinidad de terminaciones nerviosas que existen en ellas; son zonas donde se hace evidente la importancia del tacto, ya que erógeno no significa otra cosa que que causa excitación, que aporta sensaciones agradables, que da “gustirrinín”.

Es entre los 0 y 3 años cuando se descubre la capacidad de aportar placer de esas zonas corporales y, por tanto, la consecuencia previsible será que aparezcan conductas de autoestimulación: tocarse, balancearse en una silla, frotarse con una almohada/cojín o incluso cuando llevan pañal tirarse de culo repetidamente por el golpecito amortiguado que sienten. La experiencia infantil fruto de ello será sentir (de sensaciones, no de sentimientos) algo parecido a relajación, agradabilidad, o incluso algunos niños lo definen como “cosquillas”. Es decir, empiezan a poder discernir entre situaciones agradables y desagradables (y ese fenómeno no sólo provendrá del ámbito de la sexualidad, sino que hay muchas más fuentes generadoras de dichas sensaciones al mismo nivel: jugar, la compañía de personas que les quieren, estar con el chupete si usan, etc).

Junto a lo anterior, otro dato que explica las conductas de autoestimulación es la aparición del final de la etapa sensoriomotora (a los 2 años aproximadamente), caracterizada por la realización de experimentos conductuales. La curiosidad, la exploración, el observarlo todo y descrubirlo son los ingredientes clave de la infancia; mediante ellos los niños aprenden a repetir aquellas situaciones que les reportan un resultado favorable, como serían en este caso los tocamientos y las sensaciones agradables que éstos provocan.

Asimismo, en esta franja de edad también aparece el descubrimiento del propio cuerpo. Coincidiendo con la retirada del pañal (frente al camuflaje de los genitales con éste) los peques de repente encuentran que hay algo “ahí abajo”, además, algo que no conocían y que si tocan les resulta agradable. Suelen verse normalizados con mayor frecuencia los tocamientos de los niños, justificándose en parte porque se entiende también que el pene está “más a mano” y la vulva más escondida; sin embargo, no olvidemos que esa visión está tácitamente basada en roles y prejuicios socialmente aprendidos (las silenciadas sexualidad y masturbación femenina), mientras que los datos demuestran que el objetivo o finalidad, la naturaleza y las sensaciones experimentadas son las mismas sean genitales masculinos o femeninos, es decir, lo haga un niño o una niña.

Por contra, como en la variabilidad está la clave, otros niños puede que hagan el mismo caso a los genitales que a cualquier otra parte del cuerpo, sin diferenciación alguna por suponer mayor placer.

Cuando alcanzan los 3 años, y hasta los 6 años aproximadamente, aparece el interés por el cuerpo de otros. Los pequeños empezarán a identificar que existen diferencias entre la fisionomía de los distintos sexos. Unido a la curiosidad y deseo de saber (también popularizada como “etapa del por qué”) es común que realicen muchas preguntas que a veces pueden suponer un “¡tierra trágame!” para los padres. Tal y como sugiere la experta en sexología Arancha Gómez en su sección para el blog de Malasmadres, la herramienta fundamental en esas situaciones será primero de todo esclarecer los objetivos que se tienen a la hora de educar sexualmente, de más generales a más específicos; desde Cenit Psicólogos le añadimos el ir resolviendo esas dudas adaptando la información y el lenguaje a la edad evolutiva del niño, además de el principio fundamental de nunca mentirles.

Se establece el cuerpo como fuente de placer por lo que la masturbación es una conducta natural (también la presencia de pequeñas erecciones), siendo incluso previsibles otras conductas fruto de la imitación de lo que observan a su alrededor (adultos, animales, medios de comunicación,…).

¿Cómo deberían reaccionar los padres ante hijos que se tocan o masturban?

Más allá de tener la información adecuada, las siguientes pautas también serán de gran ayuda a esos progenitores que no saben cómo actuar ante la sorprendente realidad de que sus pequeños también tienen capacidad de disfrute sexual (adaptada a su edad evolutiva):

  • No demonizar los tocamientos con teorías conservadoras propias de ciertas religiones (“si te tocas irás al infierno”).
  • No dar falsas explicaciones fatalistas (¡y nada reales!) sobre cuáles podrían ser las consecuencias de seguir llevando a cabo dichas conductas. Por ejemplo, “si te tocas se te va a caer la cola”.
  • Reconducir dichas conductas a contextos adecuados o socialmente adaptados: dado que las “normas sociales” (por la capacidad de comprensión que exigen) son difíciles de interiorizar a tan corta edad habrá que expresarles de manera sencilla, sin alarmismos y para que ellos puedan entenderlo bien, que son comportamientos íntimos y que para ello lo ideal es que puedan hacerlo en su cuarto, en el baño, en casa, etc no en el cole, en el parque o cuando hay visitas en casa.

Como interiorizar conceptos del tipo pudor o intimidad podría hacerse cuesta arriba (sobre todo mientras más pequeño sea el menor) un modo de ir introduciendo dicha norma social podría ser intentar enseñarles la diferenciación entre contextos “públicos” y “privados”.

  • No castigar, de lo contrario los peques aprenderán que esas zonas del cuerpo y/o comportamientos son prohibidos o  disgustan a sus padres, por lo que puede que le cojan miedo y no lo vuelvan a repetir (resultado que iría en contra de que el menor se conozca y acepte como es para que en futuras etapas pueda disfrutar de manera satisfactoria del erotismo, es decir, iría en detrimento de un adecuado desarrollo psicosexual) o… que directamente lo repitan pero cuando no estén los progenitores delante, es decir, se escondan.
  • Perseguir tasas bajas si nos preocupa que la frecuencia (elevada) pueda provocar daños en sus genitales, ya sea a nivel cutáneo o por infecciones (si tienen las manitas sucias y así, para lo que además se necesitará el desarrollo de unas medidas de higiene determinadas).
  • Identificar si un repunte de su frecuencia se puede estar debiendo a otras causas: estresores de la vida diaria, problemas emocionales, hipersexualización aprendida mediante observación del entorno, etc.
  • Conocer el desarrollo evolutivo de su sexualidad y poder detectar comportamientos no propios del estadío en el que se encuentran; posiblemente puedan deberse a lo mencionado en el punto anterior, o en el peor de los casos a estar vivenciando situaciones directas o indirectas de tocamientos y/o abuso sexual por parte de adultos u otros menores.
  • Dotar por ello de una educación sexual adaptada a la edad evolutiva (y lenguaje) del niño o niña como modo de prevención primaria de abusos sexuales: será muy importante que durante la infancia aprendan a reconocer las conductas de abuso y violencia (y las emociones derivadas de ello, como serían la vergüenza, la culpa, el dolor…) para que si alguien a lo largo de su vida quebranta su integridad física o emocional o invade su intimidad sepan y puedan identificarlo a tiempo, poner límites y evitar la situación de peligro acudiendo a cuidadores/progenitores o alguna otra persona de confianza.

Asimismo, dicha psicoeducación será la base afectivo-sexual sobre la que se irán asentando las fases futuras de su desarrollo y relaciones interpersonales, por lo que como las demás capacidades humanas necesitará del desarrollo paso a paso y a lo largo del tiempo teniendo como base del aprendizaje madurativo el afecto y respeto por parte de las figuras de apego/educativas.

  • Y por último, para que la mencionada educación sexual sea de calidad como progenitores habrá que intentar no proyectar miedos, inseguridades o ideas preconcebidas propios sobre el sexo al menor. La base más-menos segura sobre la que se asiente su sexualidad influirá en cómo éste viva o experimente su vida sexual en un futuro.

En definitiva, ¡encontrar a los pequeños “con las manos en la masa” es tan natural como la vida misma!. Está claro  que no deben ser conductas juzgadas como negativas entonces, a los pequeños también les apetece recibir estimulación placentera. Y es aquí donde me gustaría destacar una frase anecdótica del que fue uno de mis mejores profesores en la Universidad de Salamanca, Félix López, experto en sexualidad e infancia: “Cuando lo repiten tres veces ya no es casualidad, lo hacen porque les gusta”.

Lo diferenciador será la reacción que como adultos tengamos ante tal sorpresa, abogando siempre por la normalización con permisibilidad y la educación de calidad desde el contexto del hogar. No obstante, puede haber casos en los que se crea que no se tienen los recursos suficientes para afrontarlo como padres/madres o que la frecuencia, modo o circunstancialidad de las conductas de autoestimulación de los pequeños preocupen… en ese caso lo aconsejable será acudir a los profesionales oportunos al caso para que puedan dotar de las herramientas adecuadas para afrontar lo novedoso e “impactante” de la situación.

Fuentes: López, F. (2005). La educación sexual de los hijos. Madrid: Pirámide., Ortiz, M. J., Sánchez, F. L., Rebollo, M. J. F., & Etxebarria, I. (2014). Desarrollo afectivo y social. Ediciones Pirámide., www.clubdemalasmadres.com , www.caib.es

Escrito por: Maite Nieto Parejo

7 formas de Superar el FOMO (Miedo a perderse algo)

Extraído de www.nubimagazine.com
Extraído de www.nubimagazine.com

Como ya comentábamos en un post de anterior publicación, el FOMO (siglas en inglés del “miedo a perderse algo”) es un síndrome de moderna aparición y se refiere a las sensaciones de malestar que sienten muchas personas al estar constantemente conectadas a internet y sentir que sus contactos tienen una vida más interesante, feliz y plena que ellos. Estas creencias se activan cuando ven el muro de amigos y/o contactos y ven que hacen planes en los que no están ellos. De repente, su vida se presenta como insípida y anodina mientras que la de los demás se muestra como una versión mejorada e ideal de lo que querrían hacer. La consecuencia de todo esto es un comportamiento compulsivo de continua inspección y participación de las redes sociales, un aumento de sintomatología ansioso – depresiva en quién lo sufre y una sensación continua de aislamiento social, donde la persona siente que está apartada socialmente y no puede tener una vida social como la de los demás.

Aunque tod@s podemos ser susceptible de sufrir FOMO por la masiva introducción y utilización de las redes sociales e internet en nuestras vidas, es en los jóvenes donde mayor prevalencia se observa por convertirse en la tecnología en un elemento identitario. Internet es para ellos un catalizador perfecto para la expresión libre de ideas y por ser un medio fundamental para comunicarse entre ellos. Por otro lado, se observa en personas con un alto nivel de insatisfacción social e inseguridad personal, con una creencia de sí mismos como incompetentes sociales, con grandes problemas para la comunicación cara a cara y con pocas perspectivas de éxito en situaciones sociales. De igual manera, se ha visto más frecuentemente en personas que desarrollan un apego inseguro con sus padres y/o figuras de referencia principales, con ideas erróneas acerca de los vínculos que tienen con los demás (se creen que tienen vínculos más íntimos de lo que realmente tienen) y están constantemente comprobando lo importante que son para los demás, en una constante espiral de exigencia y decepción con respecto a los demás. Por todo ello, os recomendamos una serie de aspectos para ayudar a aquellas personas que pensáis que cumplen los criterios para el FOMO:

  1. Es una distorsión, no una realidad. Podemos sentirnos carentes de interés y menos interesantes que los demás, pero aprender que lo que sentimos a veces no tiene que ser necesariamente lo que somos realmente. Incentivar y profundizar en los valores y gustos de la persona y animarle a practicarlos tanto en soledad como con otras personas, y ayudar a la persona a descubrir lo que le hace único le hace menos dependiente del resto y más atento a desarrollar sus cualidades personales.
  2. Incentivar vivir la experiencia por encima de lo que realmente significa. Muchas veces las personas nos perdemos en describir las situaciones como “extremadamente importantes” o “trascendentales” y nos angustiamos si no las vivimos o no las conseguimos. Enseñarles a aprovechar cada situación por lo que ofrece y reforzar el hecho de que cada uno tiene derecho a tener un ritmo y un tiempo determinado puede ayudar a que estén más satisfechos con lo que hacen y vivan y reafirmar su propio trayecto personal.
  3. Mejor una cosa a la vez. En efecto, el efecto FOMO es una consecuencia lógica de una sociedad hiper – tecnificada, que prima la multitarea y el estar atento a varias cosas a la vez. Sin embargo, se ha demostrado una mayor eficiencia cuando el cerebro realiza una tarea en cada momento, reduciendo efecto de interferencias y sacando su máximo partido. Si queremos una mayor satisfacción y un mayor porcentaje de éxitos en las tareas, es bueno eliminar distractores y centrarse en las experiencias por sí mismas.
  4. Priorizar las relaciones sobre las adquisiciones. Y la calidad frente a la cantidad. En términos de calidad de vida, invertir tiempo y energía en desarrollar habilidades (la comunicación cara a cara, mostrar el mundo interior, habilidades de escucha activa…) que requieren las grandes relaciones puede ayudarnos a sentir una gran satisfacción y funcionar como un antídoto contra el FOMO.
  5. Tener amplitud de miras. Centrarse en aquellas cosas que no conseguimos o que van a salir mal en cada situación no ayuda para conseguir lo que queremos. Dar por hecho que esas cosas van a suceder y empezar desde ese punto a construir soluciones y valorar y premiar cada paso que damos hasta nuestra meta son las mejores armas para convertir nuestras amenazas en situaciones manejables y éxitos seguros.
  6. Tolerar la frustración y enseñar el valor de tomar decisiones. Elegir ir al cine con tu pareja un sábado implica elegir que no podrás quedar con tus amigos para la fiesta de esa misma noche. Entrenar a la persona a que no siempre va a conseguir sus deseos, ayuda a la persona a centrarse y establecer prioridades. Decidir implicar cortar otras opciones, pero nos permite implicarnos con lo que decidimos, disfrutarlo, y dejar ir el resto de cosas.
  7. Disfrutar el momento. Aprender a saborear el momento es una de las cosas más difíciles de nuestra sociedad, que prima las prisas y la búsqueda incesante de la próxima sensación por encima de las experiencias en sí. Darse cuenta que lo que vivimos en este momento puede no volver a repetirse y darse tiempo en disfrutar cada momento permite aceptar lo que tenemos y aprovecharlo.

Como estamos viendo, el FOMO es una consecuencia lógica de nuestra sociedad, que nos dota de refuerzos inmediatos constantes cuando la vida y las circunstancias de la misma implica desarrollar otras habilidades y aceptar que no siempre ocurrirán las cosas cómo queremos y aceptar el dolor que conlleva ese descubrimiento. Pero lejos de dar una perspectiva pesimista, nos ayuda a entender que disfrutar lo que tenemos y vivimos nos hace más plenos y felices.

Escrito por David Blanco Castañeda

Fuentes: Psychology Today, www.hipertextual.com, www.psicologíaymente.net, Diario El País.

Lo que el psicólogo piensa y no te dice

Una persona que va a terapia hace un gran esfuerzo por mejorar. Se enfrenta a sus miedos, a pensamientos negativos y sentimientos que no son agradables. Pone sobre la mesa cosas íntimas de sí mismo y esa persona que está enfrente pregunta, enfrenta a cosas que no son fáciles de ver y que asustan. El paciente muchas veces se pregunta qué estará pensando el psicólogo y no dice. Aquí hay algunas de esas cosas y sus motivos para no expresarlas. El psicólogo también es humano, pero antepone el proceso terapéutico intentando ser una ayuda.

“Por favor, no preguntes siempre ¿Por qué?”

Mucha gente va a terapia queriendo saber por qué son de la forma que son. Es importante entender las razones por las que hacemos lo que hacemos, pero a menudo, este porqué no es suficiente para sobreponerse, y hay veces que no es ni siquiera necesario. Por ejemplo, si una persona tiene fobia a los ascensores, entender cómo se desarrolló ese miedo puede ser interesante, pero probablemente no ayude a resolver el problema. Conocer el “porqué” por sí mismo no hará que alguien con ese miedo suba en el ascensor. Las explicaciones a uno mismo no hacen que se cambien los hábitos ya instaurados. El esfuerzo que hay que hacer para cambiar ese patrón es mucho más costoso y el psicólogo, así como los pacientes que han pasado por ello, lo saben.

“Definitivamente, deberías hacer eso”. Un consejo directo sería lo peor para el paciente

Mucha gente va al psicólogo buscando una respuesta rápida como “¡Sí! Deberías dejar el trabajo” o “¡No! Claramente no deberías dejarlo”. Sin embargo, el terapeuta no quiere dar una respuesta de este tipo. Esto es por lo siguiente: el psicólogo sabe que no tiene toda la información, así que dar una solución directa puede ser lo peor para el paciente. En lugar de eso lo que hace es guiar a los pacientes hacia su propia solución haciendo preguntas y asistiéndoles a lo largo de la toma de decisiones, ayudando a identificar que le está manteniendo bloqueado en este proceso.

“Sé que estás mintiendo, y está bien”

Nadie dice toda la verdad y nada más que la verdad. Los recuerdos no son como una cámara de video que reproduce una historia con toda fidelidad. Tendemos a ver las cosas sólo desde un punto de vista (el nuestro) y las recordamos un poco diferentes cada vez. Al final, un paciente da una versión de cómo experimenta las cosas. Incluso a veces se puede omitir la verdad porque ciertos detalles parecen irrelevantes, vergonzosos o demasiado personales. En la mayoría de los casos el terapeuta no dice nada cuando sospecha que un paciente está rehuyendo algún tema, incluso inconscientemente. Decir en sesión que aquello que se cuenta puede no ser verdad puede intimidar a una persona, destruyendo la confianza en lugar de crearla. En lugar de esto, prefiere esperar y dar pie mediante desafíos a las contradicciones, para que en su momento, cuando esté más preparado, el consultante pueda dar una visión más honesta (y muchas veces más reveladora) del retrato de sí mismo.

Fuente: Huffingtonpost.com

Escrito por Lara Pacheco