La sabiduría del miedo

La forma más habitual de darse las emociones, haciendo referencia a Paul Ekman en su libro “El rostro de las emociones” es cuando notamos, con o sin razón, que está ocurriendo o a punto de ocurrir algo que, para bien o para mal, afecta seriamente nuestro bienestar. Con frecuencia las emociones se inician con tal celeridad que no nos damos cuenta de los procesos mentales que las provocan (somos capaces de llevar a cabo complejas evaluaciones muy rápidamente, en milésimas de segundo, sin ser conscientes del proceso de evaluación).

Cuando se desencadena una emoción nos invade en unas milésimas de segundo, y nos ordena lo que hay que hacer, decir y pensar. Las emociones nos preparan para manejar sucesos importantes sin pensar en lo que hay que hacer. Se provocan cambios en determinadas zonas del cerebro que nos incitan a que nos ocupemos de lo que haya desencadenado la emoción, y cambios en el sistema nervioso autónomo encargados de regular el ritmo cardíaco, la respiración, la sudoración y otras muchas funciones corporales, preparándose para distintas acciones.

Las emociones también envían señales externas, cambios de expresión, rostro, voz y postura corporal. No elegimos estos cambios, simplemente ocurren.

Isabel Aranda, en su libro sobre emociones capacitantes nos ayuda a identificar esa emoción que está en la base de nuestro comportamiento, de qué nos informa, tomando consciencia de nuestras sensaciones corporales, analizando los sentimientos que eso nos produce, comprobando las acciones que nos posibilita y la forma de ser y comportamientos que origina. Un planteamiento en línea con el que realiza la Teoría de la Inteligencia Emocional de tomar consciencia de uno mismo y autogestionarnos de forma funcional, en función de nuestros objetivos y nuestro entorno.  La buena noticia es que es posible aprender a gestionar nuestras emociones, integrándolas en  nuestro comportamiento.

Y con respecto a nuestra emoción del miedo, que es el tema de este post, resulta que muchos de nosotros solemos gestionarla con un alto grado de desconocimiento e ineficacia.

El miedo es una emoción básica y universal que tradicionalmente ha estado acompañado de muy mala prensa. Como me decía mi madre “Tener miedo es de cobardes”. A priori podríamos tener la tentación de etiquetarla como una emoción negativa, indigna. Como diría Norverto Levy en “La sabiduría de las emociones”, el miedo ha sido categorizado como una emoción conflictiva.

extraída de http://imagenesyfrasesparafacebook.com/
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Cuando tenemos miedo, no podemos hacer casi nada, o podemos hacerlo casi todo. Depende de lo que hayamos aprendido acerca de lo que puede protegernos en esta situación. La evolución puede favorecer dos acciones corporales muy distintas: esconderse y huir. Cuando surge el miedo, la sangre afluye a los grandes músculos de las piernas, preparándonos para la huida. No significa que vayamos a hacerlo. Si no nos quedamos paralizados ni huimos, es probable enfurecernos contra lo que nos amenaza. Es posible experimentar el miedo y la ira alternativamente con tal rapidez que las sensaciones se mezclan.

Habitualmente oímos que el miedo es una perturbación, y que hay que tratar por todos los medios de no sentirlo. Sin embargo podemos enfocar esta emoción con otra perspectiva, de manera que funcione en nosotros como una alarma, encendiéndose cuando detecta una amenaza que necesitamos gestionar.

El miedo nos aporta información en términos de amenaza y nos corresponde a nosotros hacer inventario de nuestros recursos y capacidades para afrontarla.

Levy resume esta interpretación del miedo maravillosamente cuando dice que el miedo es una valiosísima señal que nos indica una desproporción entre la magnitud de la amenaza a la que nos enfrentamos y los recursos con que contamos para resolverla.

La amenaza puede ser física o emocional, y dependerá de los recursos que tengamos para enfrentarla.

El error que solemos cometer es que convertimos al miedo en nuestro problema, y en realidad no lo es, es la señal que nos indica que existe un problema. Funcionaría de la misma manera que cuando se enciende una luz en el salpicadero de nuestro coche: si se enciende la luz de la gasolina nos está indicando que entramos en reservar y necesitamos parar a repostar.

En realidad nuestro miedo es un aliado extraordinario pero no sabemos qué hacer con él. Desconocemos que carencias y necesidades refleja ni qué podemos hacer para afrontarlas. Por ello que es fundamental realizar un aprendizaje en este sentido que nos permita transformar esa emoción inicial en un aliado.

Cuando somos conscientes y aceptamos que tenemos una carencia de recursos, existe la posibilidad de que esta necesidad se convierta en una de nuestras principales fortalezas, si la trabajamos. Tal y como dice Clay Newman en nuestro “gimnasio espiritual” esta falta de recursos es percibida como músculos flácidos, todavía por ejercitar y desarrollar a través del entrenamiento.

La falta de educación emocional nos lleva a pensar que el miedo es el problema y no es exactamente así. El problema no es esta emoción, sino el hecho de no saber aprovechar la información que nos está facilitando, y quedarnos enganchado en ella, como esclavos emocionales.

El miedo no es tonto, es necesario que desarrollemos nuestras capacidades potenciales. Cuanto más logramos y más capaces seamos aumentaremos nuestro bienestar. Escuchando al miedo, en qué estado se encuentra, de qué modo podemos ayudarlo a equilibrar la relación recursos-amenaza, transformaremos ese “lastre” inicial en un colaborador activo. Diseñaremos nuestra acción a la medida de nuestras posibilidades reales, con más tranquilidad y calma.

Es vital que localicemos el problema específico que se encuentra tras nuestra  emoción de miedo y cuál es el camino que resuelve ese problema. A partir de ahí nos concentramos en la resolución.  De esta manera estaremos actuando funcionalmente.

Cuando decimos que el miedo es universal nos referimos a que todos los seres humanos estamos sometidos a la misma ley psicológica: si la amenaza supera a los recursos, aparecerá el miedo. Y no basta con disponer de los recursos necesarios, es vital ser conscientes de que los tenemos. Reconocer que contamos con estos recursos forma parte de los recursos necesarios.

Hay individuos que anestesian su miedo, de forma que se niegan a mirar hacia la luz roja del tablero de mandos. A veces hablamos de miedos injustificados, pero detrás habrá una razón, aunque sea desconocida para nosotros en ese momento.

Como dice Levy, el miedo disfuncional nos angustia, inhibe, desorganiza y bloquea la posibilidad de experiencia y aprendizaje. Convertimos al miedo en funcional cuando utilizamos su angustia como una señal de la desproporción existente entre la amenaza y los recursos. Entonces se pone en marcha un reequilibrado de ese déficit. Estaríamos curando nuestro miedo disfuncional.

Cuando se desencadena la emoción del miedo no sólo la sentimos: también reaccionamos interiormente a nuestra emoción del miedo, y esta respuesta genera una segunda emoción.

El hecho de que experimentemos una doble reacción a modo de secuencia quedaría así:

1º Registramos una amenaza.
2º Surge la emoción del miedo.
3º Se desencadena una respuesta interior a nuestro miedo.

Esta respuesta interior es de gran importancia porque en función de su calidad actuará atenuando o agravando nuestro miedo original. La funcionalidad del miedo estará condicionada a como efectuemos esta última fase, de respuesta interior.

Susan Jeffers, en su libro “Aunque tenga miedo hágalo igual” establece una estructura del miedo en tres niveles:

El primero es la historia superficial. A su vez puede ser dividido en dos tipos, el que sucede (como la soledad) y el que exige acción (como hablar en público).

El segundo nivel del miedo  no se orienta hacia la situación, involucra directamente a la integridad del yo: rechazo, éxito, fracaso, vulnerabilidad, sentirse engañado, impotencia, desaprobación, pérdida de imagen, …

Estos miedos del segundo nivel estarían relacionados con los estados interiores de la mente, más que con las situaciones exteriores. Reflejan nuestro sentido del yo, y nuestra capacidad para enfrentarnos al mundo. En este nivel el miedo es generalizado, empezamos a protegernos a nosotros mismos y como resultado nos limitamos enormemente. Acabamos por cerrar y excluir al mundo que nos rodea.

Por existiría el último nivel del miedo. Es el más grande de los miedos, el que logra inmovilizar a cualquiera: ¡¡¡No puedo manejarlo!!!

Algunos miedos son instintivos y sanos y nos mantienen en guardia ante cualquier posible dificultad. El resto (relacionados con la parte que retrasa nuestro desarrollo personal) es negativo y destructivo y probablemente es el responsable de muchas de nuestras limitaciones.

En relación a estos últimos miedos, podemos enfrentarnos a ellos sin tener que controlar nada del mundo exterior. Aumentando nuestra confianza en la capacidad que tenemos de afrontar todo lo que se cruce en el camino. Este camino no será cómodo, nos sentiremos como los niños cuando empiezan a caminar y se caen a menudo. Con cada paso nos iremos sintiendo un poco más seguros de nuestra capacidad para controlar nuestra vida.

Escrito por Angel Luis Guillén

Referencias y fuentes:

“El rostro de las emociones”, Paul Ekman.

“El Prozac de Séneca”, Clay Newman.

“La sabiduría de las emociones”, Norverto Levy.

“Aunque tenga miedo hágalo igual (Susan Jeffers).

“Emociones capacitantes”, Isabel Aranda.

Para manejar la ansiedad en los niños, empieza por sus padres o madres

Actualmente podemos observar cómo los padres recientes y no tan recientes buscan constantemente información sobre cuál es el mejor método para la crianza de sus hijos. Entre todos ellos, hay momentos en los que los padres se pueden ver algo abrumados a la hora de elegir lo que realmente deben hacer para educar lo mejor posible.

Entre estos diferentes estilos, uno que está tomando cierto auge es el de la maternidad  o paternidad consciente, elaborado por la psicóloga Shefali Tsabary. Es interesante el planteamiento en el que propone la necesidad de que los padres sean conscientes de sus propias sensaciones y emociones, la idea de cambiar antes como padres para lograr que los hijos hagan cambios.

En especial, cuando tenemos frente a nosotros un niño con mucha ansiedad, necesitamos herramientas que le hagan pasarlo menos mal, que le puedan ayudar, que le saquen de ese sufrimiento. Sin embargo, según el planteamiento del que anteriormente hemos hablado, la mejor manera de ayudar a un hijo con problemas de ansiedad, es empezar por los padres de ese niño.

Imagen extraída de www.nld.nu
Imagen extraída de www.nld.nu

Toma conciencia de tu ansiedad ante la ansiedad

La mayoría de los padres tienen una respuesta de ansiedad completamente inconsciente ante la respuesta de ansiedad de los hijos. Por este motivo, cuando veas que tu hijo está ansioso, trata de observar si tú tienes ansiedad en este momento, antes de reaccionar. ¿Cómo puedes hacer esto?

Observa tu cuerpo; si notas que tu corazón late más rápido, te sudan las manos, tienes los hombros tensionados o un nudo en el estómago, probablemente estés teniendo una ansiedad alta sin darte cuenta de ello.

Lo más importante es que logres convencerte de que no va a ser posible ayudar a tu hijo con ansiedad si tu estás sufriendo de ésta. Así pues, cuando esto te ocurra, trata de pensar qué está despertando en ti esa situación en ese momento. Si tu objetivo último es manejar situaciones desagradables en casa, lo ideal es que empieces por tus propias respuestas. Lo necesario en este momento es que puedas comenzar a estar presente. La mayoría de nosotros, cuando sufrimos de ansiedad, podemos estar anticipando el futuro o bien reviviendo momentos del pasado.

Cuando mejores tu capacidad de reducir el ritmo, estar más en el presente y sintonizar con la ansiedad de tu hijo, será más sencillo lograr ayudarle a hacer lo mismo. Además, será más fácil para ti evitar las cosas que pueden hacer que su ansiedad sea mayor, como racionalizar o minimizar su ansiedad, o avergonzarle por sentirla, incluso tratar de controlarla. Esto nos lleva al siguiente punto sobre qué hacer con tu ansiedad ante las respuestas de tu hijo.

No te resistas ante la ansiedad, acéptala

Tanto en la ansiedad de tu hijo como con la tuya propia, hay varias cosas que puedes cambiar para que sea algo menos dañino. Aceptar que, en ocasiones, las personas (tanto tus hijos como tú) somos demasiado sensibles ante eventos que vemos como poco importantes, pensamos demasiado o nos preocupamos de más en los detalles. A veces es así y no podemos remediarlo.

Es importante que si tu hijo tiene muchas veces respuestas de ansiedad comiences a valorarla tanto en ti como en él o ella, como parte de la vida en el ser humano. Algo que, aunque muy desagradable, no necesariamente es algo malo. En muchas ocasiones la ansiedad nos ayuda a alcanzar la suficiente tensión para afrontar algo, nos avisa de que algo es importante para nosotros.

Cuando comprendemos esto, se hace mucho más sencillo empatizar con nuestros hijos y además, hacerles ver también a ellos que no es algo extremadamente negativo y que van a sobrevivir a esta situación, que como padres podemos ayudarles a contener esa emoción y no llegará a desbordarles.

No centrarte sólo en la ansiedad de tu hijo

La tendencia natural que todos tenemos es la de centrarnos en el problema para solucionarlo, sin embargo, en ocasiones, especialmente cuando hablamos de ansiedad, este enfoque lo más que logra es aumentar el problema.

Concentrarte exclusivamente en la ansiedad que sufre tu hijo, hace que la vida se convierta al final en una serie de eventos que pueden suscitar ansiedad, motivos de preocupación o situaciones que evitar. Cuando dejamos de mirar el resto de características de nuestros hijos, también ellos comienzan a ver que lo único que tienen de importante es precisamente la ansiedad. Tu hijo o hija es muchas cosas más que este tipo de respuestas. La ansiedad que está sufriendo es sólo una parte más de todo lo que es como persona.

Por otra parte, seguramente de un modo espontáneo tu hijo sí llevará a cabo conductas en las que se arriesgue y logre hacer algunas cosas a pesar de la ansiedad. Es en este tipo de momentos en los que puedes comenzar a centrarte, puesto que si logras prestar atención justo a lo que no es un problema, comenzarás a fortalecer estas cualidades y tu hijo o hija cada vez las pondrá más frecuentemente en marcha.

Esta forma de afrontar la maternidad o paternidad puede ser de gran ayuda, especialmente cuando los niños son altamente sensibles o su respuesta de ansiedad es muy elevada. Independientemente de los cambios que se produzcan, es especialmente lógico comprender que antes de poder ayudar a alguien, es importante ayudarnos a nosotros mismos. Como esta psicóloga propone “criar antes a los padres para después criar a los hijos”.

Fuente psychcentral.com

Escrito por Lara Pacheco Cuevas

Educar en tolerancia, cuando la diferencia enriquece y no asusta.

Imagina que estás en la cola del supermercado y de repente tu hijo de tres años señala con el dedo a otro niño y te pregunta en voz alta, “mamá, ¿por qué ese niño tiene la piel marrón?”. A medida que las cabezas se giran y te observan, la vergüenza nos invade. Es comprensible que puedas preocuparte por aquello que imaginas que estarán pensando esos adultos cuya atención ha sido captada por la pregunta de tu hijo: “¿qué van a pensar de mí como padre/madre?”, “¿qué respondo a mi hijo/a?”… O incluso, puede que te preocupe el origen de este cuestionamiento, “¿por qué me pregunta esto? ¿mi hijo tiene prejuicios?”

Cuando los padres se encuentran ante estas situaciones deben saber que al hacer este tipo de preguntas, los niños en edad preescolar no están juzgando. Pueden notar diferencias en la apariencia, pero generalmente todavía son inocentes en cuanto a los estereotipos que sí podemos tener los adultos. En este sentido se debe más a su curiosidad natural acerca de cómo es el mundo y su deseo por definirse e identificarse como individuos, siendo este habitualmente el motivo por el que hacen preguntas al respecto del color de piel, orientación sexual, sexo-género, etc. Por este motivo, nuestra respuesta debe ser también natural.

Foto extraída de momentsaday.com
Foto extraída de momentsaday.com

 

El que sean pequeños no debe ser un impedimento para aprovechar estas situaciones y enseñarles valores positivos respecto a la tolerancia. De hecho, ésta podría ser una oportunidad para enseñarle cómo las personas debemos tratarnos entre sí y comportarnos, pudiendo transmitirle una visión del mundo como un lugar mucho más interesante y rico gracias a la diversidad. Explicarles que las personas somos diferentes entre sí, que todos tenemos particularidades y diferencias que nos hacen únicos y especiales, pero que a la vez también nos asemejamos.

Sin una participación activa de los padres en este tema desde el principio, corremos el riesgo de no ser nosotros los que le transmitamos estos valores, dejando como modelo a otras fuentes, repletas de prejuicios y estereotipos acerca de las personas y sus diferencias. Esta transmisión puede ser espontánea y natural, a partir de los comentarios que nosotros mismos hacemos de las diferencias que encontramos en otras personas, ya sea en la calle, en el centro escolar o bien en la televisión o el cine. Asimismo, las actitudes no explícitas que desplegamos van guiando al niño/a sobre qué opinión deben tener sobre las diferencias observables en los otros. Por ejemplo, si cuando al caminar por la calle nos cruzamos con una persona de diferente procedencia étnica y sujetamos al niño para acercarlo a nosotros, le estaremos transmitiendo un mensaje claro basado en la desconfianza y en un estereotipo negativo sobre ese grupo étnico. Estas comunicaciones implícitas son tan o más potentes que cualquier mensaje intencionado por parte de los padres.

Más adelante, cuando sea un poco más mayor puede que en alguna ocasión haga algún comentario insensible sobre otra persona; en este momento debemos, con calma, intentar que se ponga en el lugar del otro, que comprenda cómo podría sentirse él o ella si es despreciado por otros. Cuando sea un poco mayor podemos abordar la intolerancia de una forma un poco más elaborada, explicando que «a veces la gente tiene miedo de que otra persona sea diferente y esto les hace actuar de forma incorrecta hacia el otro, lo que les aparta de conocer mejor a esa persona. Ni el color de piel, ni la procedencia, ni la orientación sexual, ni la religión o ausencia de religión, o cualquier otra característica define a las personas”.

Trata a tu hijo/a con respeto. Si tu hijo/a se siente bien consigo mismo y está seguro de su lugar en el mundo, será menos propenso a tener miedo de la gente que es diferente de él o ella. Un niño que se siente seguro y tiene una imagen positiva de sí mismo no tendrá necesidad de poner a la otra persona por debajo para sentirse valioso. Vivir con la idea de que el mundo es un escenario hostil, donde las personas diferentes son una amenaza, nos hace sentir inseguros, ansiosos y limitará nuestras relaciones con los demás. Vivir sin odio a lo desconocido nos hace más felices y facilita la creación de un mundo mejor para las generaciones venideras.

Fuente: Psychology Today, tolerance.org

Escrito por María Rueda

 

 

 

FOMO, ¿una nueva patología?

Las redes sociales online, como Instagram, Facebook, Twitter o WhatsApp empleadas de forma adecuada, enriquecen y amplían nuestros círculos sociales. Sin embargo, su uso excesivo, por la cantidad de horas que invertimos en ellos, haciéndonos llevar en ocasiones, literalmente, nuestro mundo digital a cuestas, puede generar riesgos en la población adolescente. Ya que en esta etapa de la vida predomina la necesidad de pertenencia al grupo, las redes sociales multiplican el número de relaciones y amplifica la sensación de conexión entre ellas.

A través de los likes solicitamos expresamente un feedback constante sobre aquello que decimos, sobre lo que hacemos, sobre la imagen que deseamos trasmitir. Estamos a un solo clic que nos hará sentir bien durante un rato, que mejorará nuestra autoestima, haciéndonos sentir más valorados, al tiempo que se cimienta nuestra identidad personal y social.

Foto extraída de: travelux.es
Foto extraída de: travelux.es

En algunos trabajos científicos ya se ha empezado a hablar del FOMO o “Fear of Missing Out” (el miedo a perderse algo -en la red- o a quedarse fuera). Es un concepto que ha ido ganando bastante popularidad en estos últimos años, gracias al estudio realizado por el equipo de Andrew Przybylski, investigador del Oxford Internet Institute, en el que se describe como “la sensación de malestar que se siente al ser consciente que otras personas están realizando actividades agradables y uno no forma parte de ello”.

El FOMO no es considerado una forma de adicción a las redes sociales, aunque pueda ser un importante catalizador de su uso desadaptativo, y de cómo éstas pueden convertirse en fuentes generadoras de estrés y ansiedad. Más bien se entendería como un mecanismo autorregulador, surgido como consecuencia de una insatisfacción de las necesidades psicológicas básicas como la competencia, la autonomía y la necesidad de estar conectado con los otros.

Sociólogos y psicólogos prefieren hablar del temor que siempre ha existido a la exclusión social, que ahora se hace visible en las redes y recuerdan que no es una terminología científica y tampoco un trastorno que se formaliza como tal en los sistemas de diagnóstico psiquiátrico, a pesar de ser un término que se ha puesto de moda. Este miedo se puede experimentar fuera de las redes sociales, sin embargo, las redes lo fomentan mediante la posibilidad de estar permanentemente conectado (la plataforma perfecta para idealizar la vida de los demás).

Pero, ¿qué hay detrás de este fenómeno? ¿es algo nuevo? ¿Cuál es la raíz del miedo a perderse algo? El FOMO es un término nuevo para una experiencia que ha aquejado a la humanidad desde siempre, sin embargo a día de hoy se cuenta con más medios que nunca para fomentar este miedo, el miedo a la exclusión social. La necesidad de pertenecer y estar conectado socialmente es una necesidad básica presente desde la infancia, y no se encuentra restringido al uso de las redes sociales en línea. Pero estas aplicaciones tecnológicas pueden contribuir a un aumento de esta necesidad de pertenecer, porque incrementa las posibilidades de conectarse, compartir, y tener experiencias gratificantes con alguien, por la accesibilidad, aunque se tenga poco contacto con los otros usuarios.

La tecnología no es el problema de que experimentemos este miedo, es tan sólo el medio. Siempre hemos tenido miedo a perdernos algo, pero la tecnología nos hace creer que podemos hacer algo para evitarlo, y recuperar terreno, ponernos al día sobre lo que está pasando en tiempo real sin quedarnos fuera. Sin embargo, en la red no es suficiente observar, has de participar, dar señales de vida, porque en nuestra mente el riesgo de estar off supone la exclusión.

El porqué de este “síndrome”, en el que la tecnología es simplemente un medio cuyas características lo favorece, está en preguntas tan esenciales como: ¿Y si me he podido perder algo que me separa del grupo, es que ya no cuentan conmigo?, ¿me recordarán?, ¿algunos de mis logros serán importantes para alguien?, ¿me quieren?, ¿mi familia me quiere?, ¿mis amigos me quieren? ¿merezco que me quieran?,¿importo?

El temor a sentirse desconectado es mayor entre los adolescentes porque es el grupo el que define su identidad; “su vida es la red y existen porque están en ellas”. Si el grupo está en las redes y todo sucede en ellas, no pueden quedarse fuera.

La psicoeducación en las TICS es básica, y el rol educativo de los padres toma especial protagonismo. Estos desarrollos tecnológicos están ya aquí, para bien o para mal, forman parte de nuestras vidas. Hoy día son una herramienta para estar socialmente integrado, desconectarse no es la solución, pero limitar su papel (ej; el número de horas…) puede ser un primer paso.

Escrito por Eva M. Cuadro Ramírez

Fuentes:

ResearchBlogging.org

Dossey L (2014). FOMO, digital dementia, and our dangerous experiment. Explore (New York, N.Y.), 10 (2), 69-73 PMID: 24607071

Gil, F., Oberst, U., Del Valle, G., & Chamarro, A. (2015). Nuevas tecnologías-¿ Nuevas patologías? El Smartphone y el fear of missing out. Aloma: Revista de Psicologia, Ciències de l’Educació i de l’Esport, 33(2).

Jiménez-Murcia, S., y Farré-Martí, J.M. (2015) Adicción a las nuevas tecnologías ¿La epidemia del siglo XXI? Siglantana. Barcelona

Serrano-Puche, J. (2015). Emociones en el uso de la tecnología: un análisis de las investigaciones sobre teléfonos móviles. Observatorio (OBS*), 9(4), 101-112.

Spitzer, M. (2013). Demencia Digital: El Peligro de las Nuevas Tecnologías.Ediciones B. Barcelona.

Música, personalidad y estereotipos

Puede que no sea acertado juzgar un libro por su cubierta, pero juzgar a alguien por el contenido de su biblioteca de iTunes podría ser una historia muy diferente.

Varios estudios realizados en la Universidad de Cambridge han revelado que muchos de nosotros usamos nuestro gusto musical como medio de expresar nuestra propia identidad, y para formar nuestras opiniones acerca de otras personas.

Los investigadores encontraron que los sujetos hacían regularmente los mismos supuestos sobre la personalidad de la gente, sus valores, clase social e incluso su origen étnico, en función de sus preferencias musicales.

darkgal666.deviantart.com
darkgal666.deviantart.com

Los aficionados al rock, por ejemplo, son comúnmente considerados rebeldes y artísticos, pero emocionalmente inestable. Los amantes de la música clásica, por el contrario, se ven como agradables e intelectuales, pero poco atractivos y un poco aburridos.

Los estudios han sido dirigidos por el Dr. Jason Rentfrow, del Departamento de Psicología Social y del Desarrollo de la Universidad y miembro del Fitzwilliam College de Cambridge. Los resultados muestran que la música es una poderosa forma de expresión social que puede reforzar los estereotipos y, potencialmente, los prejuicios sociales. Al declarar su preferencia por un estilo musical, muchos de nosotros parecemos utilizar la música como una «insignia» para informar a la gente acerca de nuestra personalidad y valores.

«Los seres humanos, como seres sociales, desarrollamos técnicas que nos ayudan a predecir cómo va a ser una persona desde el primer momento en que la conocemos», dice el Dr. Rentfrow. «Dado que no podemos llevar a cabo una evaluación psicológica en ese mismo momento, les hacemos preguntas que nos ayudan a construir una imagen de su personalidad. Esta investigación sugiere que, a pesar de que nuestras suposiciones pueden no ser exactas y probablemente alejadas de la realidad, formamos una sólida primera impresión sobre alguien cuando les preguntamos qué música les gusta«.

El Dr. Rentfrow pidió a los sujetos que consideraran seis grandes géneros – rock, pop, electro, rap, música clásica y jazz. Se pidió a los participantes que evaluaran a los fans de cada género de acuerdo con un conjunto de dimensiones de personalidad ampliamente utilizadas por los psicólogos y conocidos como los «Cinco Grandes» (extraversión, amabilidad, conciencia, neuroticismo y apertura). Por último, los sujetos evaluaron la posibilidad de que los fans pudieran provenir de cada uno de los 16 grupos étnicos del Reino Unido y cinco niveles de clase social, entre otras características personales.

Los investigadores encontraron que existía un elevado grado de consenso en el 77% de los casos, y que los participantes estaban bastante de acuerdo sobre los tipos de personas que les gusta la música clásica, el rock y el rap. Los perfiles para cada género musical eran consistentes y diferían marcadamente unos de otros, lo que sugiere que los estereotipos son a la vez claramente diferenciados y firmemente defendidos por muchos sujetos.

Los amantes del jazz, por ejemplo, eran vistos como gente amable, emocionalmente estable, con un sentido limitado de responsabilidad. Los fans del rap fueron vistos como más hostiles, pero a la vez enérgicos y atléticos. La música clásica se relacionó con la raza blanca y la clase alta mientras que el rap se asoció a la raza negra y entornos de clase baja. Los participantes consideraron que todos los géneros musicales eran compatibles con la pertenencia a la clase media.

El estudio sugiere que, si bien los estereotipos son análisis rápidos y superficiales y por lo tanto pueden no ser verdad, las personas hacen declaraciones muy claras acerca de su propia imagen y su personalidad cuando tratan sus grupos favoritos o compositores. Los investigadores también sostienen que la forma en que estos géneros son retratados por artistas y en los medios de comunicación parece reforzar, y por lo tanto perpetuar esos estereotipos.

«Ahora es una práctica común mostrar o publicar la lista de tus grupos musicales favoritos en sitios como MySpace o Facebook» añadió el Dr. Rentfrow. «Esta investigación muestra que, al hacerlo, muchos de nosotros también hacemos declaraciones públicas claras de quiénes somos y cómo debemos ser percibidos, seamos conscientes de ello o no.»

Fuente: cam.ac.uk

Escrito por Alejandra Ranz Case

ResearchBlogging.org
Rentfrow PJ, Goldberg LR, & Levitin DJ (2011). The structure of musical preferences: a five-factor model. Journal of personality and social psychology, 100 (6), 1139-57 PMID: 21299309
Rentfrow, P., & Gosling, S. (2006). Message in a Ballad: The Role of Music Preferences in Interpersonal Perception Psychological Science, 17 (3), 236-242 DOI: 10.1111/j.1467-9280.2006.01691.x
Rentfrow PJ, & Gosling SD (2003). The do re mi’s of everyday life: the structure and personality correlates of music preferences. Journal of personality and social psychology, 84 (6), 1236-56 PMID: 12793587

Deseando ver a un líder

Extraída de https://serunlider7.wordpress.com
Extraída de https://serunlider7.wordpress.com

Hoy, en día de elecciones presidenciales, nos gustaría que quien saliera elegido fuese un partido capaz de transformar el país. Como si fuésemos un grupo de personas unidos todos hacia un mismo reto (la estabilidad y el crecimiento del país), hemos estado bombardeados estos días de campaña para elegir a aquella persona que reúne mayoritariamente nuestras expectativas y anhelos, esperando que nuestro voto sea transformador y suponga un verdadero cambio. Y aunque todo no es tan racional como nos parece, cada uno hemos ido eligiendo aquellos discursos que mejor representaban todo ello, personificadas en aquella figura que mejor logre alcanzarlos y que nos mantenga comprometidos con ese deseo de cambio. Pero, ¿tienen todos los candidatos madera de líder?. Exploremos lo que significa ser un buen líder y tomemos nuestras propias conclusiones

  1. Un buen líder ha de ser un modelo. En efecto, para que los seguidores podamos identificaros con el líder, el líder ha de tener las cosas claras y guiarnos en el proceso. Y como tal, su discurso está impregnado de la siguiente máxima: “hago lo que siento y siento lo que hago”. Su apariencia, ademanes y comportamientos reflejan su ideario y no hay titubeos; además, son a los seguidores a quienes hace partícipe de todo el proceso, convirtiéndose en un modelo positivo de sus propias ideas.
  2. Los líderes hablan de metas claras y concisas, ajustando las expectativas a lo que realmente pueden ofrecer. Todos podemos ofrecer una numerosa cuantía de promesas, pero los buenos líderes hablan tanto de metas como de limitaciones, teniendo claro el contexto donde se mueven y proponiendo una manera eficaz de llegar a ellas. Las metas las definen claramente. Esto nos permite operativizar nuestros recursos y el nivel de satisfacción que uno alcanza cuando consigue lo que se propone. Y nos da seguridad y alivio; sabemos lo que tenemos que hacer y cómo conseguirlo.
  3. Utilizan la creatividad como caja de herramientas. Si una cosa no ha funcionado en el pasado, no tiene porque funcionar en el presente. No tiene miedo de explorar nuevas fórmulas para solucionar los problemas que se le van presentando por el camino. De esto modo, invierten en el desarrollo intelectual de sus seguidores porque de las nuevas ideas pueden surgir nuevas soluciones. Y no tienen miedo de acudir a nuevos talentos para ello; el líder no lo sabe todo y por eso puede reciclarse con un equipo nuevo que se ajuste a la realidad cambiante. Hacernos más listos nos beneficia a todos.
  4. Nos considera individualmente. Nuestras preocupaciones son sus preocupaciones, y de este modo, habla en primera persona de nuestros problemas y dificultades porque son las mismas a las que él se enfrenta cada día. El escenario perfecto para él es aquél en que los seguidores pueden desarrollar sus necesidades y habilidades, porque el crecimiento de los seguidores posibilita su propio crecimiento. De esta manera crece la identificación con el líder: parece que todos vamos a una y que él es la pieza que nos impulsa a todos.
  5. Ellos también cometen errores. Y no hay excusas: nadie hablo de un escenario perfecto y él puede cometer errores, incluso dejar su puesto si el fallo ha supuesto una desestabilización grave. El fracaso es también parte del juego. Pero no hay dramatismos en su asunción y aceptación; un buen líder no habla pone excusas ni habla de agentes externos al problema, el buen líder habla de soluciones. De reiniciar. De reconocer los errores para volver a hacerlo mejor. Mejor reconocerlo: la adaptación nace de una oportunidad fallida.
  6. La mejor baza es la información. Por su posición, es probable que el líder conozca escenarios y circunstancias que otros muchos ni se habían planteado. Solo de estar bien informado puede uno tomar las mejores soluciones. Y sin embargo, no le importa compartirlas y trabajar en equipo con los diferentes sectores de la población para hallar una respuesta coordinada y adaptada a ella. La supervivencia del equipo puede depender de ello.
  7. Gestiona las crisis y nos gestiona emocionalmente. Porque pueden pasar terribles acontecimientos, el buen líder entiende las necesidades que se ponen en marcha en situaciones de grandes crisis y permite escenarios donde poder expresarlas y gestionarlas. ¿Para qué negarlas, cuando de una verdadera integración puede conseguir una verdadera colaboración de todos, totalmente necesaria en esa situación extrema? Al fin y al cabo, su equipo y motor somos nosotros; de nuestra estabilidad y salud puede sostener su propia situación.

Éstas son solo algunas de las características esperables para un buen líder, con el objetivo de poder transformar aquello que ha recibido y hacer algo mejor. ¿Podéis pensar en ejemplos de acciones y palabras vistas estos días? ¿Puede explicar esto vuestra adhesión a un candidato concreto? Reflexionad, al final la clave está en cambiar.

Escrito por David Blanco Castañeda

Fuente: psycentral, psychology today.

Tu inconsciente hace su propia campaña electoral

Al tratar de decidir a quién vamos a votar en las próximas elecciones nos gusta pensar que hacemos una decisión consciente y racional, valoramos las propuestas de los diferentes partidos y tomamos una decisión sobre si vamos a votar y a qué partido.

extraído de elmundo.es
extraído de elmundo.es

Ataques de tiburones o equipos que pierden.

Sin embargo, la psicología no dice exactamente eso. La decisión de nuestro voto está más influida por la emoción de lo que nos gustaría pensar. Incluso hechos irrelevantes para la política el día en que vayamos a votar, parecen causar bastante influencia sobre nuestra decisión. Aunque no hay un acuerdo total en la ciencia, parece que eventos como el aumento de ataques de tiburones o que nuestro equipo de fútbol pierda puede hacer que valoremos más negativamente al candidato que estuviera en el poder durante estos sucesos. Sin embargo, en algunas ocasiones se ha desmentido que exista esta tendencia, además, ¿Cómo va a influir en mi votación algo con tan poco sentido?

Somos bastante fieles… a nosotros mismos.

Pues aún así, tenemos bastantes sesgos inconscientes que pueden hacer que tomemos una decisión no tan consciente a la que le damos una explicación racional a posteriori. En primer lugar, tanto si nos situamos en una ideología de izquierdas como de derechas, siempre tendemos a pensar que hemos razonado y nos hemos basado en argumentos sólidos, que tenemos más información de la que tiene el opuesto. Al final, parece que las diferencias a nivel de información y argumentación no existen entre el votante de izquierdas o de derechas, ambos están informados, pero dan más credibilidad a los argumentos que son congruentes con su postura.

Yo soy uno de esos indecisos, no estoy contaminado por ninguna ideología.

Pero si aún no te has decidido sobre a quién votar, ¿significa esto que estás más libre de estos prejuicios y que acogerás con mejor disposición los diferentes argumentos? Pues parece ser que tampoco es exactamente así. En tu inconsciente ya hay ciertos prejuicios sobre diferentes temas importantes en tu sociedad. En la Universidad de Harvard tienen a disposición diversos test de asociación implícita. En estos “test” la tarea consiste en asociar diferentes palabras entre sí lo más rápido que podamos. Cuando son coherentes con nuestra creencia implícita, la asociación será más rápida que cuando son incoherentes con nuestros prejuicios.

La investigadora Silvia Galdi, de la Universidad de Padova, encontró en sus estudios que aún si en nuestro conocimiento consciente no estamos decididos sobre a quién votar, se puede predecir por quién nos decidiremos finalmente. Cuando en un test de asociación implícita nuestra actividad inconsciente es más favorable a alguno de los candidatos, aunque conscientemente sigamos diciendo que aún no lo sabemos, es probable que votemos a este candidato cuando llegue el momento.

Más aún, los mismos sesgos que actúan cuando sabemos a quién votar y nos centramos en la información que confirme que ese voto es el correcto, funcionan cuando esa decisión no es consciente.

La importancia de la familia en nuestro voto (y no sólo de nuestros padres).

Al final, nuestras inclinaciones políticas tienen mucho que ver con nuestros valores personales. Se ha estudiado que los votantes de izquierda se identifican más con valores relacionados con la empatía y la honestidad, mientras que los de derechas se inclinan a valores relacionados con el deber y la competencia. Además, estos valores se ven influidos por los que se nos han transmitido familiarmente, aunque habitualmente teñidos bien por una inclinación personal a la tradición o bien a la rebeldía.

Curiosamente estas variaciones e influencias no sólo provienen de nuestra familia de origen, sino también de la familia que formamos. El hecho de ser padre (y no de la misma forma que ser madre) de una niña inclinará el voto a un estilo de pensamiento más de izquierdas, mientras que ser padre de un hijo varón inclinará el voto hacia un pensamiento más de derechas.

¿Jornada de reflexión?

El hecho de votar está socialmente concebido como un acto basado en argumentos y medido de forma racional. Incluso tenemos previsto el día anterior a la votación como una “jornada de reflexión” en el que no deberían contaminarnos con más propuestas sino simplemente valorar por nosotros mismos de una forma fría. Los diferentes estudios que tratan de comprender en qué basamos nuestra decisión de votar a un partido u otro precisamente proponen que no somos tan reflexivos, o al menos que nuestra decisión está marcada por reacciones emocionales e inconscientes ante los diferentes candidatos y partidos.

De todos modos, probablemente todas las decisiones que tomamos en nuestra vida estén más marcadas por la emoción de lo que solemos creer y quizá esto no sea nada malo, sino simplemente, humano.

Fuentes: www.theglobeandmail.com, phenomena.nationalgeographic.com

Escrito por Lara Pacheco Cuevas

Fat Shaming y sus consecuencias

Es uno de los últimos prejuicios socialmente aceptados. Y podría suponer uno de los más devastadores. Estamos hablando de la discriminación por el peso, conocido actualmente en las redes sociales con el nombre de ‘fat shaming’ (humillación por ser gordo).

Este fenómeno provocó recientemente gran revuelo cuando la humorista Nicole Arbour publicó un video en YouTube titulado ‘Dear Fat People’ (querida gente gorda), en el que afirma que el ‘fat shaming’ no solo no existe, sino que es una creación por parte de la propia “gente gorda”. Y es que, en palabras de Arbour, “no tendría por qué haber gente gorda si simplemente dejaran de comer”.

Es precisamente esa forma de pensar la que puede tener consecuencias nefastas para aquellas personas luchando tanto contra la obesidad como contra la discriminación. Investigaciones recientes muestran que las personas que se sienten discriminadas por su peso tienen un 60% más de posibilidades de morir en comparación con personas de su misma edad que no son discriminadas.

Y el motivo no es su peso, sino los efectos de ser discriminados por la sociedad, según indican desde la universidad estatal de Florida. Los investigadores Angelina R. Sutin y Antonio Terracciano analizaron los datos obtenidos de una muestra de más de 18000 personas. Tras eliminar las influencias de diversos factores, como índice de masa corporal (IMC), enfermedades físicas, síntomas de depresión, historia de tabaquismo y actividad física, encontraron que la asociación entre discriminación por el peso y mortalidad se mantenía. Este estudio, que incluyó datos recogidos durante varios años, muestra las consecuencias de la discriminación por el peso en la vida de una persona, según indica Terracciano.

Foto extraída de artepreta.com
Foto extraída de artepreta.com

A diferencia del video de Arbour mencionado previamente, la mayoría de personas no suelen ser malintencionadas a la hora de indicar a familiares y amigos los problemas que tiene el sobrepeso. Muchos comentan durante sus conversaciones cosas del tipo “¿de verdad crees que deberías comer eso?” o “¿qué tal una ensalada en lugar de ese bollo?”. Piensan realmente que estos comentarios son de ayuda. Según Sutin algunas personas piensan que a pesar de hacer daño a alguien cuando se dice algo negativo sobre su peso, al final les motivará a perderlo, lo que salvará su vida.

Pero lo que ocurre en realidad es lo contrario. Aquéllos que son estigmatizados constantemente por su peso tienen más probabilidad de mantener el comportamiento que lleva a la obesidad, incluyendo una alimentación no saludable o evitar la actividad física. Realmente es una respuesta natural: cuando nos atosigan con algo constantemente nuestra primera reacción es no hacerlo, o incluso hacer lo contrario, pues vemos amenazada nuestra libertad para decidir y queremos mantenerla a toda costa.

Las personas en esta situación suelen ir un paso más allá y mantienen oculto su comportamiento de ingesta, añadiendo así otro punto más de humillación. De este modo el fenómeno de ‘fat shaming’ dispara precisamente el comportamiento por el que la persona está siendo discriminada, añadiendo una dosis de culpa, vergüenza y desesperanza.

Desde el University College de Londres, el grupo de la investigadora Jane Wardle ha recogido observaciones de una cohorte de 2944 personas mayores de 50 años. Aquéllas que informaron haber sufrido discriminación o bullying tenían menos probabilidades de perder peso; incluso tendían a ganarlo y llegaban a tener obesidad.

La investigación científica a lo largo de la historia ha demostrado que la obesidad no es una elección; se trata de un fenómeno socioeconómico, psicológico y fisiológico complejo. En lugar de abordar negativamente el asunto, facilitar el cambio en los hábitos en base a la idea de que es mejor tener un estilo de vida saludable parece ser la clave, independientemente del tamaño o la forma corporal. La idea de que existe un solo modelo de salud física no es más que un mito, un mito que es letal para muchas personas a día de hoy.

Fuentes: psychcentral.com, psychologytoday.com

Escrito por Alejandra Ranz

ResearchBlogging.orgJackson SE, Beeken RJ, & Wardle J (2014). Perceived weight discrimination and changes in weight, waist circumference, and weight status. Obesity (Silver Spring, Md.), 22 (12), 2485-8 PMID: 25212272

Sutin, A., & Terracciano, A. (2013). Perceived Weight Discrimination and Obesity PLoS ONE, 8 (7) DOI: 10.1371/journal.pone.0070048

Terapia del perdón

En el trabajo que realiza un psicólogo, se encuentra con que la cultura popular conecta con nuevos enfoques aplicados de una forma más metódica en el contexto de un proceso terapéutico. Es habitual que se valore socialmente y culturalmente el perdón como un valor importante, tener la capacidad de perdonar a otros está inmerso en nuestra cultura como una habilidad muy positiva.

En los últimos años, también la psicología, tanto en un contexto clínico como de investigación se ha interesado por la función que puede tener el perdonar a alguien que nos atacó u ofendió en el pasado. Desde luego que ante estos comportamientos hacia nosotros es necesario enfadarse y reclamar la reparación del daño, pero cuando han tenido lugar estos pasos, parece que ser capaz de perdonar tiene un gran valor para nuestro bienestar. En un inicio, se comenzó a estudiar más por accidente que de forma intencionada. En el contexto de la terapia psicológica, cuando se daba colateralmente un proceso de perdón al agresor, ciertos componentes emocionalmente muy negativos disminuían en la persona.

¿Cómo funciona este proceso?

foto extraída de pixabay.com
foto extraída de pixabay.com

El perdón es un proceso complejo que necesita de transformaciones profundas en las concepciones que tiene una persona sobre un hecho. Estos cambios incluyen componentes, tanto cognitivos como afectivos, muy importantes. Cuando no se es capaz de perdonar un suceso negativo de la biografía, se despiertan en la persona sentimientos de venganza, rabia y dolor emocional. Aparece un proceso de victimización unido a pensamientos rumiativos respecto del suceso. Toda esta aparición de elementos de gran afecto negativo muchas veces dan lugar a síntomas de ansiedad y de ánimo bajo. Sin embargo, si se facilitan los sentimientos de perdón, este proceso resulta en una emoción filiativa ante la persona que ha cometido el perjuicio. En este cambio, el que causó el daño es visto como un ser multidimensional cuyas acciones estaban mal. Desde este punto de vista, estos actos pueden evocar emociones más cercanas a la calma y la empatía que a las que despertaban antes del perdón.

En algunas ocasiones, se entiende el perdón como un acto de excusar o minimizar el acto que fue perjudicial para uno. A veces incluso parece que significaría olvidar lo que se ha hecho, pero nada más lejos de la realidad, perdonar significa exclusivamente recordar la ofensa desde un nuevo punto de vista en el que no mantengamos un sentimiento tan negativo, liberando al agredido y permitiendo que el daño no se perpetúe en la persona que lo sufrió. En última instancia, se conoce que el perdón no requiere de la reconciliación con la persona que ha infringido el daño. Los beneficios conocidos de éste, son internos de la persona, no se ha encontrado un mayor bienestar si se le suma a este proceso un comportamiento hacia otros.

Una vez descubierto este efecto, en los últimos años se han llevado a cabo múltiples investigaciones en las que se ha fomentado la presencia del perdón en la terapia psicológica. En ocasiones como un objetivo terapéutico o bien como una intervención en sí mismo. Se han descubierto efectos positivos para la salud tanto física como mental al darse una facilitación del perdón. Aunque aún no ha sido completamente establecido el funcionamiento, sí se hipotetiza que la mejoría en la salud y el bienestar vendrían dados por la activación de emociones positivas que pudieran calmar el sistema nervioso, dando lugar a una reducción en los niveles de estrés, hostilidad y rumiación.

La aplicación de esto en la terapia aún no se ha desarrollado plenamente, y es interesante la presencia de éste como un enfoque nuevo, por ejemplo, en terapia de pareja, cuando hay daños que necesitarían repararse para un crecimiento de la relación. También se ha observado su capacidad de mejora en otros contextos, como en procesamiento de eventos traumáticos. Se suma a estas funciones cuando podemos también hablar de “auto-perdón”, el cual podría ser un facilitador del cambio hacia el bienestar cuando hablamos situaciones de abuso de sustancias, o cuando una persona se inflige daño a sí misma.

Como podemos ver, la complejidad del ser humano lleva a que desarrolle sistemas culturales que fomentan el bienestar de sus individuos, pero si conocemos de una forma más metódica los efectos de éstos, podemos aplicarnos en que aparezcan de una forma intencionada y así aprender a sentirnos mejor con nosotros mismos y con los demás.

Escrito por Lara Pacheco

ResearchBlogging.org

Meneses, C. W., & Greenberg, L. S. (2015). Forgiveness: A route to healing emotional injuries and building resiliency. Couple Resilience, 179-196 DOI: 10.1007/978-94-017-9909-6_10

 

Wade, N. G., Post, B. C., & Cornish, M. A (2011). Forgiveness therapy to treat embitterment: a review of relevant research. Embitterment, 197-207 DOI: 10.1007/978-3-211-99741-3_16

Webb, J., Hirsch, J., & Toussaint, L. (2015). Forgiveness as a positive psychotherapy for addiction and suicide: Theory, research, and practice. Spirituality in Clinical Practice, 2 (1), 48-60 DOI: 10.1037/scp0000054

Lo que convierte a Clark Kent en Superman

Para ayudar, no se necesitan súper-poderes…o casi. El altruismo y las conductas de ayuda son uno de los estándares mejor valorados en nuestra sociedad, pero no todos lo practican y mucho menos se exponen a situaciones que pueden suponer un perjuicio a su seguridad.Estudiar qué factores pueden explicar estos actos orientados a los demás puede ayudarnos no sólo a caracterizar el hipotético perfil psicológico de nuestros héroes favoritos, sino también a promover determinadas actitudes y conductas para que las conductas de ayuda no estén al alcance de “algunos elegidos”. Aquí van algunos factores que nos ayudan a esclarecer lo que hacen de Superman todo un Superhombre:

Foto Extraída de:  www.imagenesparaperfilesdewhatsapp.com
Foto Extraída de:
www.imagenesparaperfilesdewhatsapp.com

Para ser Superhéroe, lo primero hay que creérselo. Aunque todos tenemos la capacidad de ayudar, no todos calzamos leotardos y saltamos al fuego cuando notamos una situación de alerta. Para ser un Superhéroe, hay que identificarse como tal, saber que una de tus prioridades es la ayuda a los demás, estés donde estés y sea la ayuda la que sea. Hasta se han creado curiosas iniciativas (HIC, cuyas siglas en español significarían algo así como “Proyecto de Imaginación Heroica”) en el que se promueven este tipo de actitudes y enseñan a sus usuarios las conductas de ayuda y la forma más efectiva de hacerlas

Ser capaz de prestar atención a tu alrededor y actuar. Íntimamente relacionado con la atención plena, hablamos de prestar atención a lo que está ocurriendo en la situación de ayuda y ejecutar las acciones que se piden en la situación de emergencia. Si estás en consonancia con tu contexto, serás más capaz de escuchar a tu vecino de mesa sufrir un atragamiento y utilizar la Maniobra de Heimlich. Las situaciones de ayuda implican rapidez en el análisis y en la toma de decisiones, y una actitud abierta a la experiencia podría ayudarte en ser el primero en actuar exitosamente en una situación de peligro.

Tener perspectivas de auto-eficacia. La auto-eficacia está relacionada con la capacidad de predecir un éxito en las diferentes acciones que nos propongamos y ser capaces de atribuirnos el éxito cosechado a nuestras propias cualidades por encima de otro tipo de consideraciones. Por ello, una persona con altas expectativas de auto-eficacia se mostrará más predispuesto a iniciar antes la acción que una persona con poca auto-eficacia, mostrar menos reservas con respecto a su capacidad en la situación de ayuda, perseverar en lo que esté haciendo a pesar de las dificultades y mostrar una mayor tolerancia a la frustración, lo que provocará una disposición natural a este tipo de acciones (heroicas) por muy peligrosos que sean los obstáculos que encuentre.

Presentar grandes dosis de empatía. Reaccionar positivamente a las reacciones de los demás y ser capaz de detectar el sufrimiento y el dolor ajeno nos hace más capaces de ayudar en los momentos que realmente las personas necesitan ayuda. No sólo en prepararnos psicológicamente para esa ayuda, también en qué tipo de apoyo necesita la persona en ese preciso instante.

.Y no temer al miedo y al riesgo. En diferentes investigaciones que estudian el altruismo se ha relacionado cierto grado elevado de psicoticismo con las conductas de ayuda. En este caso, más conectado con no temer las consecuencias de sus acciones y en ese sentido, con no temer al riesgo y el hecho de saltarse las normas. Como os imagináis, muchas situaciones extremas ayudar a una persona suponen un peligro tanto para la persona necesitada como para la persona que auxilia. Este punto no actúa de manera imprescindible como los otros cuatro; en efecto, esta ausencia de temor a las consecuencias sólo aparece en las llamadas “situaciones de altruismo extremo”, y explicaría situaciones de cómo una persona es capaz de ponerse en medio de la carretera con tal de que una viejecita no fuera arrollada por un coche a toda velocidad, sin tener en cuenta su riesgo personal y arriesgando su integridad en el proceso, quedando perfectamente explicado con la expresión: “niños, estoy no lo intentéis en casa”.

Ser un superhéroe es un bien muy preciado, y atendiendo a la forma en la que podemos desarrollar y manifestar estas características podría servir para crear una sociedad más basada en la empatía, el altruismo y la conducta prosocial. No todos podemos salvar a alguien de un edificio en llamas, pero sí podemos aportar nuestro pequeño granito de arena.

Fuente: Psychology Today, Psychcentral.

Escrito por David Blanco Castañeda