La hipnosis: Una tecnica más en terapia

Extraída de www.psicologo-cuernavaca.com
Extraída de www.psicologo-cuernavaca.com

La utilización de la hipnosis por parte de algunos profesionales de la psicología,  se viene realizando desde finales del siglo XIX, aunque asociada  a enfoques más psicoanalíticos y sobre todo con el objetivo de conseguir “regresiones hipnóticas” a traumas pasados. La hipnosis se fundamenta en un método para provocar reacciones psicológicas y fisiológicas en la persona, e influir de alguna manera en las sensaciones y emociones, pensamientos o conductas  mediante la inducción y sugestión hipnótica, que en la mayoría de las ocasiones se consigue usando procedimientos de inducción en relajación, aunque también existen procedimientos para inducir activación o alivio del dolor por ejemplo.

La aplicación actual de la hipnosis en el ámbito clínico ha obtenido resultados satisfactorios ante diferentes trastornos como la ansiedad, depresión, fobias, ataques de pánico, adicciones, o tratamiento del dolor entre otros.

En este sentido es importante aclarar, tal y como lo destacan algunos profesionales de la hipnosis en  psicología como es el caso del catedrático de la Universidad de Valencia y doctor en psicología, Antonio Capafons,  que la hipnosis no es una terapia en si misma por lo que no tiene sentido utilizarla como única intervención, sino que se debe considerar como una técnica más en terapia, y que se usará como complemento  a otras técnicas en la aplicación de un determinado tratamiento, con el objetivo común de conseguir la mejoría del paciente. Conviene aclarar también  que la hipnosis requiere del convencimiento de la persona sobre sus beneficios para que resulte realmente eficaz.

En adicciones por ejemplo, se ha utilizado la hipnosis en combinación con técnicas cognitivo-conductuales como la terapia de exposición en imaginación en situaciones relacionadas con la adicción. En este tipo de terapia, es muy importante la capacidad de imaginación del paciente, y la hipnosis se utiliza para provocar sensaciones de relajación, aumentar la implicación emocional del sujeto, y focalización de la atención ante sugestiones verbales que facilitan esos procesos de imaginación.

En problemas relacionados con la ansiedad, la hipnosis inducida con sugestiones de relajación y visualización de escenas agradables,  puede ser utilizada por los pacientes para afrontar situaciones  de ansiedad, de forma que se asocia la situación de relajación inducida por hipnosis  a  una palabra o escena relajante (campo, playa).

Aunque estas técnicas también se pueden utilizar sin la aplicación de la hipnosis, algunos trabajos han demostrado su mayor eficacia frente a su no utilización. Otros  profesionales de la psicología defienden también que en la mayoría de los casos, con técnicas de relajación profunda,  el estado de trance que se consigue con la hipnosis es muy similar al que se puede crear con la utilización de esas técnicas de relajación.

Es importante destacar que alrededor de la hipnosis, existen muchas creencias erróneas que han podido influir en su poca utilización entre los profesionales de la psicología, algunas de esas creencias han sido estudiadas por Capafons (1998), siendo las más destacadas  el que la hipnosis pueda anular el control voluntario de la persona, que provoque reacciones inusuales o excepcionales no deseadas, que no se pueda salir del estado hipnótico, que pueda agravar patologías ya existentes, o que  provoque una situación similar a la del sueño y se pierda la consciencia. En este estudio se desmienten estos mitos sobre la hipnosis, y se aclara que en todo caso que la hipnosis sigue las directrices de la psicología científica estando avalada por sociedades científicas y se enseña en universidades de muchos países.

También es importante  destacar que la hipnosis no aumenta las capacidades físicas ni mentales, y que la mejoría que se pueda experimentar no es inmediata, ya que se consigue en un proceso que  requiere un cierto esfuerzo por parte del propio paciente, no siendo muy adecuada para sujetos pasivos.  Es un elemento clave la buena disposición del sujeto para la aplicación de la hipnosis y estar informado de todos esos mitos comentados anteriormente. Hay que explicarle  que la hipnosis se utilizará para ayudarle, dando información natural y sincera de sus posibles beneficios El paciente debe mantenerse siempre activo e implicado en el tratamiento.

Otras circunstancias que han  influido negativamente  en la consideración de la hipnosis, han sido la utilización de la hipnosis en los medios como espectáculo,  y la falta de  concreción de los criterios  exigidos  para poder practicar la hipnosis, lo que ha contribuido al intrusismo profesional. Estas circunstancias han  influido mucho en su desacreditación, pues en algunos casos podría llegar a tener una influencia negativa en la salud de los pacientes que acuden a estos mal llamados “profesionales”.

Por lo tanto  la hipnosis en psicología clínica, se debe considerar como  una técnica más a tener en cuenta, que requiere en todo caso de una formación específica y acreditada, y respecto a la cual se debe continuar realizando estudios de investigación para evaluar su eficacia ante determinados trastornos, al igual que ocurre con otras técnicas cognitivo-conductuales  que han demostrado su eficacia  ante múltiples  problemas o trastornos.

Escrito por David Ramallo Beltrán. 

Referencias:

CAPAFONS, A. (1998).  Hipnosis clínica: una visión cognitivo-comportamental. Papeles del Psicólogo. Febrero, nº 69 (71-88).

MOLINA DEL PERAL, J.A. La hipnosis en la terapia cognitivo-conductual: aplicaciones en el campo de las adicciones. Adicciones 2001, vol. 13 nº 1 (31-38)

MONTGOMERY, G.H., y SCHNUR, J.B. (2004).  Eficacia y aplicación de la hipnosis clínica. Papeles del psicólogo. Diciembre, nº 89.

ROBLES, L. ¿Qué puede hacer la hipnosis por la salud?www.efesalud.com/noticias

Lo que te hace empático a los demás

Extraída de huffingtonpost.com
Extraída de huffingtonpost.com

Como en la imagen, te has sentado junto a un amigo y le has escuchado. Tu apoyo no se basa sólo en palabras; te bastan pocas palabras para dar un mensaje de apoyo al otro, aderezando tu discurso con un gesto de cercanía hacía el otro, que va arrimándose a ti. La persona que te habla siente cómo tú le escuchas, a pesar de que no has vivido lo que él ha vivido. Pero puedes ponerte en sus zapatos, y a partir de eso, puedes ver un poco su vida, cuando tu amigo te cuenta las cosas, con tus propios ojos. Eres lo que muchos denominan una persona altamente empática, y tu capacidad no sólo puede ayudar a los demás, sino también a ti mismo. Aunque a veces puede olvidársete.

La empatía se define como la capacidad de entender el punto de vista de otra persona (independientemente de que tengas un vínculo afectivo con ella) y también hace referencia a la comprensión de los sentimientos que está sintiendo. Es una de las cualidades humanas más apreciadas, cuyos beneficios han sido contrastados y relacionados con la conducta prosocial, la conducta moral y/o de autorregulación y directamente implicada en la disminución de conductas agresivas. La empatía te permite entender el otro porque ese comprensión pasa por dos filtros, uno cognitivo (en donde puedes adoptar la perspectiva del otro e incluso poder identificarte con él) y otro filtro mucho más afectivo y emocional (que te habilita para desarrollar compasión por la situación del otro y sentir similares sentimientos a él cuando te narra una escena desagradable). Ser empata significa conocer tus propias emociones y reconocerlas en el otro, y estar abierto a todo un abanico emocional….sin que ello necesariamente te perturbe tanto como a la persona que tienes enfrente.

Por ello, y a pesar de lo anteriormente descrito, las personas empáticas pueden sentirse sobrecargadas en muchas ocasiones por la sobre-exposición que supone las emociones de los demás. Sobre todo, cuando tienen que hacer frente a su propio mundo emocional. Ante ello, siempre es bueno saber cómo somos y qué hacer para aplicar la medicina a sí  mismos:

  1. El hecho de ser sensibles (altamente) a lo que nos cuenta al otro no quiere decir que todo lo interpreten como algo personal. En efecto, altas dosis de empatía bien llevadas implica entender que las acciones de los otros están motivadas por razones que poco (o nada) tienen que ver con nosotros. Eso ayudaría a una persona empática a reaccionar de una manera liviana ante una acción negativa de otra persona. Su discurso sería algo así, “si yo tengo mis razones, esa persona tendrá las suyas; ya encontraremos la forma en otro momento para entendernos mejor”.
  2. La persona empática gusta de pequeñas reuniones más que grandes fiestas. El saberse atento y sintonizado a los demás hace que la persona empática prefiera la exposición emocional en pequeñas gotas y con multitudes reducidas; se trata de aprovechar al máximo las reuniones, y para ellos,  menos es muchísimo más. Por esta razón preferirán una cena que un concierto con muchedumbre excesiva.
  3. El empático es super-respondedor. Una persona empática tiende a reaccionar más rápida y eficazmente a las respuestas emocionales de los demás. Eso implica que puede hacerlo en una mayor tasa y con menores filtros si no saben poner un límite. Y por ello, que muchas personas puedan aprovecharse de ellos para la resolución de sus problemas, haciéndolos excesivamente partícipes de sus problemas y creando una desigualdad importante en sus relaciones. Tener claro cuáles son los derechos de cada uno, poner unos tiempos para cada cosa (podemos escuchar a los demás, pero también tener un tiempo para nosotros mismos) y poder pedir una reciprocidad en las relaciones interpersonales podrían llevar a las personas empáticas a no sufrir un “efecto quema” con los demás.
  4. Pueden aprovechar sus cualidades para tener una sensibilidad desarrollada consigo mismos. Ser empático se ha relacionado con niveles más altos en creatividad  sensibilidad e inteligencia emocional, potencialidades que pueden ser motivo de gran satisfacción personal. El mindfulness, el entrenamiento en tiempo para sí mismos, poder desarrollar actividades a solas sin nadie alrededor o poder desarrollar sus habilidades con alguna actividad creativa pueden permitir un crecimiento personal muy importante.
  5. Dar para recibir de acuerdo a una identidad propia. En efecto, esa predisposición a los demás a veces les hace tendentes a mostrar dificultades para mostrar atención a sus necesidades y a pedir igualdad en el trato con los demás. El poder trabajar la identidad, sus gustos y preferencias, ayuda a marcar una separación con respecto a los demás y saber que cada uno ha de luchar por su propio bienestar. Eso presdispone a una calma personal: la ayuda también ha de valorarse por su libertad y disposición real…eso es lo que la hace realmente especial.

Saber observar la realidad con los ojos de otros permite también cuidar la propia mirada de uno mismo; donde has podido aliviar y calmar las lágrimas del prójimo puede ayudar a conocer lo que tú necesitas la próxima vez que te pase algo parecido. No lo olvides, persona empática: tus cualidades son beneficiosas para los demás pero también para ti mismo.

Escrito por David Blanco Castañeda.

Fuente: Psychcentral, Psychology today, huffingtonpost.es, Diarío El País.

Los bebés ya no nacen imitando

En cualquier ciencia hay estudios pioneros que marcan un hito en el desarrollo de la disciplina y se convierten en referentes para investigadores posteriores. Estos estudios pasan a formar capítulos imprescindibles en los libros de texto y generación tras generación de estudiantes asumen estas investigaciones como lo que son, puntos de inflexión en el camino de la creación de conocimiento. Sin embargo, a veces ocurre que algunos científicos en el transcurso de ese camino vuelven la vista atrás y ven la senda que sí se ha de volver a pisar. Replican esos estudios revolucionarios, y nos informan de que a lo mejor no eran del todo acertado. Pues esto es lo que ha ocurrido en la psicología estas últimas semanas. Resulta que en los años 70, una investigación de Meltzoff y Moore sobre las habilidades de imitación de los recién nacidos revolucionó el campo de la psicología del desarrollo, pues parecía demostrar que los seres humanos nacen con la capacidad de imitar – una habilidad crucial para el aprendizaje y las relaciones – y contradecía las afirmaciones del padre de la psicología del desarrollo, Jean Piaget que afirmaba que la imitación no aparece hasta que el bebé tiene nueve meses de edad.

Foto extraída de studentblogs.le.ac.uk
Foto extraída de studentblogs.le.ac.uk

Un nuevo estudio de la Universidad de Queensland (Australia) ha mostrado que no hay ninguna evidencia para apoyar la idea de que los bebés recién nacidos tienen la capacidad de imitar. Janine Oostenbroek y sus colegas observaron a 106 bebés en cuatro ocasiones: en una semana de edad, a las tres semanas, seis semanas y nueve semanas. En cada uno de esos cuatro momentos, el investigador realizó una serie de movimientos faciales, acciones o sonidos durante 60 segundos cada uno. El investigador realizaba en total 11 acciones, incluyendo sacar la lengua, abrir la boca, cara feliz, cara triste, el dedo índice apuntando, sonidos como mmm y eee. El comportamiento de cada uno de los bebés fue grabado y analizado en correspondencia con la acción realizada por el investigador.

Algo que añade este estudios a otros similares realizados anteriormente, es que los investigadores comprueban, por ejemplo, si los bebés eran más propensos a sacar la lengua cuando eso es lo que el investigador estaba haciendo, en comparación con cuando el investigador estaba haciendo cualquiera de las otras 10 acciones.

Oostenbroek y su equipo no encontraron ninguna evidencia de que los bebés recién nacidos puedan imitar de forma fiable caras, acciones o sonidos. Ninguna de las 11 acciones tuvo más probabilidad de generar imitación, ni existía una situación o momento de los estudiados en la que los bebés llevaran a cabo sistemáticamente una determinada expresión facial, gesto o sonido cuando el investigador lo hacía más que cuando el investigador estaba haciendo cualquier otra cosa.

Sobre la base de sus resultados, los investigadores señalan que la evidencia apunta a que es el momento de modificar o incluso abandonar la idea de «los módulos innatos de imitación» y otros conceptos similares asentados sobre la idea de la imitación neonatal. Parece que volvemos a estar más cerca de lo que Piaget propuso en un principio y que la imitación probablemente emerge alrededor de 6 los meses.

Fuente: BPS Research Digest

Escrito por María Rueda

Pequeñas Verdades acerca del Amor Romántico

 

Extraída de www.campusrelatores.com. Autor: Nan Lawson
Extraída de www.campusrelatores.com. Autor: Nan Lawson

Si enciendes el televisor a la hora de sobremesa, podrías encontrarte con una perfecta definición fast-food del amor romántico. Podrías ver un argumento de este estilo: “Dos desconocidos, que casi sin conocerse perciben una gran complicidad e intensidad en todos sus encuentros. La pasión se desborda, las ganas de verse también, y se suceden toda una serie de situaciones a cada cual más idílica en donde el otro se convierte en el alivio de todos nuestros males, con una sonrisa balsámica y una capacidad tremenda para poblar cada momento (real o imaginado) de nuestra realidad”. Así es el amor romántico (o comúnmente acuñado como “mariposas en el estómago”), máxima aspiración sentimental de los cánones sociales contemporáneos, y que contrasta de manera radical con la consideración de principios del siglo pasado, donde una pasión desenfrenada podría llevarte al ostracismo y la vergüenza social si te dejabas llevar por ella. Es más, según las principales investigaciones sobre el tema, parece que la pasión y las ganas desenfrenadas no son suficientes para la supervivencia a largo plazo de una relación; para asegurar la perdurabilidad, es importante la consecución de más componentes añadidos. Entoncés, ¿qué podemos esperar del amor romántico?

  1. Es el cultivo para algo más importante En efecto, el amor romántico se considera como una fase previa al verdadero vínculo emocional con el otro. En este primer estadio, la vivencia emocional se describe como un torbellino de emociones donde prima la idealización, los pensamientos obsesivos con el otro, los deseos de contacto y de cercanía, una intensa impulsividad y euforia por ver y sentir al otro, y una creciente dependencia emocional y física. Todos ellos, componentes esenciales para otro tipo de relación; mucho más duradera y estable, con un alto componente de empatía y cercanía, unión y convivencia en pareja, que perpetúan estilos de vida estables y nos hace asentarnos en nuestras rutinas y vidas convencionales.
  2. Evoluciona contigo y con la relación. El amor romántico tiene el deseo como principal motor, pero también es su principal inconveniente. Muchas relaciones románticas no resisten la prueba de la intimidad ni de la reciprocidad con la pareja; cuando dejamos de definir la relación de acuerdo a nuestras propias emociones y lo definimos de acuerdo al compromiso con el otro y metas compartidas, es cuando la relación sentimental pasa a otra etapa. En ella la pasión no desaparece, pero sí se recoloca como un componente dentro de un abanico más amplio y duradero. Dejamos una necesidad narcisista por una empática y dual.
  3. Es tan intenso porque tiene la morfología de una droga. Las investigaciones psicobiológicas sitúan los centros cerebrales del amor romántico en los llamados “sistemas de recompensas”, regiones cerebrales responsables del aprendizaje por refuerzo, la motivación y la activación, que se corresponden con los mismos centros que explican las adicciones a las drogas y las adicciones conductuales (compras compulsivas, internet o pornografía on-line), y que incluyen la zona tegmental ventral y el nucleo accumbens, con especial implicación de la dopamina como neurotransmisor principal. Es por ello por lo que experimentamos los síntomas típicos de la adicción al estar enamorados (dependencia física y emocional, tolerancia, comportamientos compulsivos por consumir esa droga) y también los típicos de la abstinencia cuando no tenemos acceso a nuestra pareja.
  4. Puede permitirnos un crecimiento personal importante. Si bien está relacionado con una disminución de los componentes de auto- regulación, también con grandes dosis de espontaneidad y creatividad, con iniciativas que buscan sorprender al otro. Este crecimiento personal se ve complementado por una agenda compartida, donde el desarrollo de la individual convive con la creciente necesidad de adaptarse y adoptar planes y formas del otro. En una pareja sana nos autorrealizamos y conocemos una continua reafirmación de nosotros mismos, ante el refuerzo constante de la pareja. Y permite el desarrollo de nuestra identidad y de la toma de decisiones; el amor consumado va evolucionando a la negociación conjunta.
  5. Puede resistir al paso de los años si cuidamos nuestra relación. Por último, la evolución de un amor romántico a un amor compañero y comprometido no implica la perdida de la pasión y de la motivación por el otro. Hay que cuidar el cambio tanto como lo cuidamos y atendemos al principio, cuando se busca atraer, seducir y consumar al otro. Por ello, los especialistas relacionan unas relaciones afectivo-sexuales frecuentes con un mantenimiento de la pasión con el paso de los años. También, una relación cercana, donde incorporamos al otro en el propio concepto de nosotros mismos; y relacionar a la pareja con protección, confianza y seguridad, donde ambas partes no rompen los límites establecidos por ellos mismos (o si los rompen, hay intentos intensos por volver al orden establecido.)

Así, podemos definir el amor romántico como algo necesario y complejo, que puede sacar lo mejor de nosotros mismos pero que no define el éxito de una relación. Es el cuidado cotidiano la mejor variable para que la desconocida que una vez conociste en un tren hacia un país europeo pueda convertirse en tu compañera en un  camino elegido por los dos.

Escrito por David Blanco Castañeda.

Fuentes: Psychology Today, Diario El País.

Algunos errores comunes que todo psicólogo puede cometer…:

Extraída de www.eldiariobipolar.blogspot.com
Extraída de www.eldiariobipolar.blogspot.com

La psicoterapia puede ser un proceso largo, profundo, y en determinadas partes de la terapia, bastante doloroso. Los pacientes que acuden a terapia suelen hablar de cambios muy positivos a lo largo del proceso, consiguiendo modificaciones muy importantes en su manera de sentir, pensar y actuar que disminuyen su malestar y aumentan su confianza en sí mismos. A veces la terapia requiere un cambio profundo; en ocasiones solo hay que hacer “reajustes”. Lo que sí coinciden todos los procesos terapéuticos es readaptar al paciente a su entorno. La persona consigue una autonomía personal en solucionar sus propios problemas.

En ese sentido, es muy importante contar con especialistas lo suficientemente preparados para abordar los problemas de sus pacientes. La preparación adecuada del psicólogo pasa por tener la experiencia práctica y teórica necesaria; pero también en detectar las posibles fallas de su trabajo para rectificar y mejorar el abordaje del tratamiento. Esta revisión del propio trabajo ha de ser constante. Sin embargo, no somos máquinas automatizadas y podemos cometer errores o imprecisiones que es mejor subsanar en el proceso. Tenerlos en cuenta es una garantía de buen desempeño profesional. Os proponemos una serie de errores frecuentes que nos sirven de guía para flexibilizar nuestra propia intervención:

  1. Proponer tareas y recomendaciones que van en contra de los valores primordiales del paciente. Es frecuente encontrar la situación de mandar una tarea a un paciente que luego no trae hecha. Muchas veces pensamos que es un problema del paciente pero en muchas ocasiones hemos sugerido una tarea que entra en contraposición con los valores del paciente y que ni siquiera tiene en cuenta sus intereses. Una buena evaluación inicial de las fortalezas y los puntos fuertes del paciente, y la aclaración de dudas y preguntas puede solventar un problema muy común en la práctica.
  2. No sumergirse en la historia del paciente. Equivocarse del nombre del esposo, confundir los puestos de trabajo, o releer los datos en sesión es uno de los errores más frecuentes y puede dar la impresión al paciente de no manejar los datos y obligarle a sobre-explicaciones que se resolverían con un cuidadoso repaso de los datos más relevantes al finalizar la sesión con el paciente.
  3. Categorizar con demasiada rapidez. Nuestro trabajo muchas veces se basa en un buen análisis de los problemas del paciente y una devolución precisa de lo que le ocurre. Sin embargo, ir demasiado deprisa y hacer aseveraciones rápidas de los problemas puede provocar con el paciente un desajuste empático importante. La recogida de información, la paciencia y un buen ajuste de los tiempos puede hacer de un psicólogo todo un experto en decir la palabra exacta (contingentemente) al problema que manifiesta el paciente.
  4. Proyectar en el paciente nuestra propia historia. Que los problemas del paciente puede despertarnos aspectos de nuestra propia historia no es extraño; somos personas que también experimentamos circunstancias dolorosas fuera de consulta. Darse cuenta qué aspectos nos despiertan, distanciarse, e incluso poder trabajarnos lo que nos resulta un problema puede ser las mejores soluciones para luego trabajar de manera adecuada y ajustada los problemas que trae cada semana el paciente.
  5. Confrontar demasiado rápido. Buena parte de nuestro trabajo se trata de confrontar las contradicciones y resistencias de las personas que acuden a consulta. No tener en cuenta su sufrimiento, no reconocer sus dificultades, no conectarlo con su problema y reconducir hacia los propios objetivos puede provocar que el paciente se sienta incomprendido, con un posible abandono en terapia.
  6. Responder en un tono inadecuado a las necesidades del momento emocional del paciente. Nuestro trabajo se basa muchas veces en ajustar un tono emocional adecuado al momento que vivimos en sesión. Ajustar la postura, la posición de las manos, controlar gestos faciales o reconocer el dolor que viven en ese momento puede significar para el paciente una experiencia correctiva y ver reconocidas emociones y situaciones que su entorno niegan o censuran.
  7. No flexibilizar. Hacer una reestructuración, una técnica de exposición, una relajación o reeducar al paciente no tiene por qué ser siempre igual. Debemos huir de frases “tengo la sensación de repetir una y otra vez lo mismo…”. Somos modelos de flexibilidad y nuestro trabajo ha de tener en cuenta las características idiosincrásicas de cada uno. No siempre podemos trabajar con tablitas. Acercarnos al paciente puede ser la clave decisiva para su mejora y recuperación.
  8. No actualizarse ni hacer revisiones. Aceptar que no podemos encuadrar el problema del paciente a nuestra corriente y aceptar que debemos estar al tanto de los avances terapéuticos nos prepara para lo que pueda llegar a consulta. Aprender constantemente, debe ser nuestro lema a diario.

Escrito por David Blanco Castañeda

Fuentes: Psychcentral, Psychology Today, Psyciencia, Duff  the Psych.

Educar en tolerancia, cuando la diferencia enriquece y no asusta.

Imagina que estás en la cola del supermercado y de repente tu hijo de tres años señala con el dedo a otro niño y te pregunta en voz alta, “mamá, ¿por qué ese niño tiene la piel marrón?”. A medida que las cabezas se giran y te observan, la vergüenza nos invade. Es comprensible que puedas preocuparte por aquello que imaginas que estarán pensando esos adultos cuya atención ha sido captada por la pregunta de tu hijo: “¿qué van a pensar de mí como padre/madre?”, “¿qué respondo a mi hijo/a?”… O incluso, puede que te preocupe el origen de este cuestionamiento, “¿por qué me pregunta esto? ¿mi hijo tiene prejuicios?”

Cuando los padres se encuentran ante estas situaciones deben saber que al hacer este tipo de preguntas, los niños en edad preescolar no están juzgando. Pueden notar diferencias en la apariencia, pero generalmente todavía son inocentes en cuanto a los estereotipos que sí podemos tener los adultos. En este sentido se debe más a su curiosidad natural acerca de cómo es el mundo y su deseo por definirse e identificarse como individuos, siendo este habitualmente el motivo por el que hacen preguntas al respecto del color de piel, orientación sexual, sexo-género, etc. Por este motivo, nuestra respuesta debe ser también natural.

Foto extraída de momentsaday.com
Foto extraída de momentsaday.com

 

El que sean pequeños no debe ser un impedimento para aprovechar estas situaciones y enseñarles valores positivos respecto a la tolerancia. De hecho, ésta podría ser una oportunidad para enseñarle cómo las personas debemos tratarnos entre sí y comportarnos, pudiendo transmitirle una visión del mundo como un lugar mucho más interesante y rico gracias a la diversidad. Explicarles que las personas somos diferentes entre sí, que todos tenemos particularidades y diferencias que nos hacen únicos y especiales, pero que a la vez también nos asemejamos.

Sin una participación activa de los padres en este tema desde el principio, corremos el riesgo de no ser nosotros los que le transmitamos estos valores, dejando como modelo a otras fuentes, repletas de prejuicios y estereotipos acerca de las personas y sus diferencias. Esta transmisión puede ser espontánea y natural, a partir de los comentarios que nosotros mismos hacemos de las diferencias que encontramos en otras personas, ya sea en la calle, en el centro escolar o bien en la televisión o el cine. Asimismo, las actitudes no explícitas que desplegamos van guiando al niño/a sobre qué opinión deben tener sobre las diferencias observables en los otros. Por ejemplo, si cuando al caminar por la calle nos cruzamos con una persona de diferente procedencia étnica y sujetamos al niño para acercarlo a nosotros, le estaremos transmitiendo un mensaje claro basado en la desconfianza y en un estereotipo negativo sobre ese grupo étnico. Estas comunicaciones implícitas son tan o más potentes que cualquier mensaje intencionado por parte de los padres.

Más adelante, cuando sea un poco más mayor puede que en alguna ocasión haga algún comentario insensible sobre otra persona; en este momento debemos, con calma, intentar que se ponga en el lugar del otro, que comprenda cómo podría sentirse él o ella si es despreciado por otros. Cuando sea un poco mayor podemos abordar la intolerancia de una forma un poco más elaborada, explicando que «a veces la gente tiene miedo de que otra persona sea diferente y esto les hace actuar de forma incorrecta hacia el otro, lo que les aparta de conocer mejor a esa persona. Ni el color de piel, ni la procedencia, ni la orientación sexual, ni la religión o ausencia de religión, o cualquier otra característica define a las personas”.

Trata a tu hijo/a con respeto. Si tu hijo/a se siente bien consigo mismo y está seguro de su lugar en el mundo, será menos propenso a tener miedo de la gente que es diferente de él o ella. Un niño que se siente seguro y tiene una imagen positiva de sí mismo no tendrá necesidad de poner a la otra persona por debajo para sentirse valioso. Vivir con la idea de que el mundo es un escenario hostil, donde las personas diferentes son una amenaza, nos hace sentir inseguros, ansiosos y limitará nuestras relaciones con los demás. Vivir sin odio a lo desconocido nos hace más felices y facilita la creación de un mundo mejor para las generaciones venideras.

Fuente: Psychology Today, tolerance.org

Escrito por María Rueda

 

 

 

Inteligencia optimista en la infancia

Realizado por Eva M. Cuadro Ramírez
Realizado por Eva M. Cuadro Ramírez

El entusiasmo con el que estudiosos e investigadores acogen el concepto de inteligencia emocional comienza a partir de sus consecuencias para la crianza y educación de los niños. Ya no nos podemos permitir el lujo de tratar de criar a nuestros hijos basándonos en la mera intuición, como bien recoge Lawrence E. Shapiro. De forma un tanto paradójica, mientras que cada generación de niños parece volverse más inteligente, sus capacidades emocionales y sociales parecen disminuir a un ritmo vertiginoso.

El psicólogo Martin Seligman nos describe en su obra el  “El niño optimista” que la depresión en la población infanto-juvenil, se ha ido extendiendo de forma alarmante en los últimos cincuenta años, apareciendo a edades cada vez más tempranas. La inteligencia emocional implica ser conscientes de la experiencia emocional que nos embarga, aprender a ponerla un nombre para posteriormente comprenderla  y validarla. Una vez conscientes de la misma, manejarla implica ser capaces de regularla en caso de excesiva intensidad, para poder valernos de ella de una forma productiva.

El baremo del pesimismo se está convirtiendo  rápidamente en la manera en que nuestros hijos están aprendiendo a contemplar el mundo, y una tarea de los padres es que les eduquen en el optimismo.  Pero ¿por qué querría que mi hijo fuera optimista? Sería erróneo pensar que es una postura para protegerse del desengaño, pero el pesimismo puede plantearse como un mal hábito que se atrinchera en nuestra mente con consecuencias como la resignación, la pasividad y la inacción ante los diferentes conflictos que desde edades tempranas son inherentes al mismo campo de juego del niño.

El optimismo en la edad preescolar se forja en la lucha del niño hacia el dominio y la superación. Los niños tropiezan con obstáculos en su carrera hacia el control personal, y persisten si no pueden superarlos. Ante una tarea complicada que el niño pueda emprender, el fracaso es una de las muchas posibilidades que pueden ocurrir, siendo inevitable la aparición de una mezcla de sentimientos como la ansiedad la ira y la tristeza. Aprender a resolverlos, puede ayudarle a persistir en la misma.

 Al sentirse mal, se le presentan dos posibles opciones, mantenerse en la situación y perseverar (y por lo tanto, darse la situación de dominio de la habilidad, o por el contrario, darse por vencido, apartándose de la situación. Ésta última alternativa, elimina las emociones incómodas que aparecen ante el primer obstáculo que se presenta, al hacer que la situación desaparezca del todo, y se la ha llamado incapacidad aprendida. Para que el niño experimente el dominio necesita fracasar, sentirse triste, enfadado y ansioso. Necesita aprender la utilidad de estos sentimientos desagradables, para lograr la perseverancia, ya que la mayor parte de las veces, pocas cosas que merezcan la pena se consiguen sin ella.

 La inteligencia emocional nos dice que el optimismo se define en función de la forma en la que nos explicamos nuestros éxitos y fracasos. Cuando el niño entra en la escuela, la estrategia para hacer que sea optimista pasa de la acción de dominio a la forma en la que el niño piensa, especialmente cuando fracasa, e inevitablemente, su estado emocional no es ajeno a ello.

En la edad escolar comienzan a desarrollar sus teorías respecto a las razones de sus éxitos y fracasos. Enseñarle a interpretar los fracasos de manera optimista y exacta, supone no interpretarlos como catastróficos en sí mismos, y no personalizarlos. Es importante que el niño aprenda una teoría del fracaso como algo transitorio y localizado “me ha ido mal” versus “nunca hago nada bien”, enseñándoles a interpretar los problemas como contratiempos temporales y modificables.

El pesimismo es una teoría de la realidad ajustada a las circunstancias concretas de la persona. Los niños aprenden esta teoría tanto de sus padres y profesores, como de los medios de comunicación. Como teoría aprendida, el peligro radicaría en que puede convertirse en un patrón autosuficiente y vitalicio a través del cual éstos contemplan todas las pérdidas y contratiempos que le van sucediendo. El optimismo supone un hábito relativo a pensar sobre las causas, supone un “estilo explicativo”, y la autoestima del niño está ligada al mismo, a como persevera para conseguirla y dominarla.

Al intentar proteger a nuestros hijos de ciertas emociones, les impedimos que descubran qué parte de ellos ha entrado en acción al sentirlas. Aprender a detectar y manejar los sentimientos que se asocian al fracaso es necesario para experimentar el éxito, ligado ineludiblemente al primero. Por tanto, una alternativa optimista ante una realidad triste es aquella que ofrece explicaciones transitorias, modificables y específicas. Dado que el niño aprende su propio estilo explicativo, en parte de sus padres, es importante que aprendan a cambiar el mismo si éste es pesimista. De lo que no cabe duda es que este estilo explicativo influirá en la teoría que aprenden a construir de cómo funciona el mundo.

Escrito por Eva M. Cuadro Ramírez

Referencias

  • Lawrence E. Shapiro. La inteligencia emocional de los niños
  • Aitziber Barrutia Leonardo. Inteligencia emocional en la familia
  • María Fernanda González Medina y María Elena López Jordán. Haga de su hijo un gigante emocional.
  • Martin E. P. Seligman. Niños optimistas

Cuando perseverar y cuando saber dejar ir

Extraída de www.consejosdelconejo.com
Extraída de www.consejosdelconejo.com

¿El cambio es posible siempre? ¿Y deseable SIEMPRE?. En diferentes etapas de nuestra vida nos encontramos con encrucijadas lo suficientemente difíciles (un cambio de residencia al extranjero, un trabajo que no nos gusta, una pareja que no funciona o una amistad que nos hace daño) como para dudar de que realmente debemos perseverar en nuestro objetivo o bien aceptar que el cambio no es posible y optemos por centrar nuestras energías y objetivos en otros nuevos, sabiendo  que dejar ir es otra opción posible para avanzar. En realidad, ambas opciones (perseverar y dejar ir) son dos caras de la misma moneda y no hay una correcta sobre la otra. El punto, quizás, está en saber distinguir cuando hay posibilidad  de un cambio para un progreso  y avance real, y cuando insistimos en situaciones para volver a estados pasados (YA PASADOS) y lo que tenemos no lo queremos ya (ni lo querremos más). ¿Cómo podemos saberlo?.Os proponemos una serie de señales para saber cuándo ha llegado el momento de dejar ir, y perseverar por un nuevo objetivo que nos permitirá ser más felices.

  1. Cuando el objetivo deja de tener sentido para nosotros. Cuando ponemos todos nuestros esfuerzos en un éxito o felicidad que nunca llega y no nos permitimos disfrutar diariamente de los frutos de ese esfuerzo, entonces es que algo falla. Permitirnos ser felices en el proceso y aceptar que tal vez lo que queremos no tiene porqué materializarse, puede ayudarnos a disfrutar de las pequeñas cosas y dejar de exigirnos cosas que no nos hacen felices, porque no las hemos alcanzado nunca (ya que no podemos ser perfectos siempre, pero sí hacemos cosas bien diariamente).
  2. Ante un problema, tendemos a quejarnos pero no a cambiarlo. Quejarse implica mirar mayoritariamente al pasado por cosas que quisimos y no fueron. Pero no tenemos máquinas del tiempo y cambiar lo que pasó. Pasó. La única forma de cambiar las cosas es en el presente, en la próxima vez. Hacer una negociación de acciones para que no vuelva a ocurrir y planificar acciones para una solución es la mejor forma de cambiar.
  3. Cuando en el proceso de tomar una decisión se toma tanto tiempo que cuando decidimos, la decisión ha dejado de ser relevante. Tomar una decisión es aceptar los pros y los contras, saber que ambos pueden ocurrir, y comprometerse con las acciones que haremos para enfrentar las consecuencias. Tomar una decisión es probar a ejecutarla, y seguir adelante con ella.
  4. Cuando nos hacen una crítica tendemos a defendernos en vez de aprender de ella. Una crítica puede ser dolorosa y puede removernos emocionalmente. Sin embargo, aferrarnos sólo en nuestros argumentos para derrumbarla   puede hacernos no atender al contenido y elegir si se prefiere ignorarla o aprender algo de ella.
  5. Cuando hablamos y sólo defendemos nuestro punto de vista, sin atender a ninguna evidencia en contra. Una conversación con alguien es algo dinámico y sujeto a cambios según la información nueva y las pruebas a favor y en contra. No atender a esa información  y reconocerla puede provocar conflictos con nuestro interlocutor en vez de conseguir el objetivo de toda conversación que torna en discusión: un entendimiento mutuo de los puntos discordantes.
  6. Ante un imprevisto, actuamos como si el mundo se cayera con nosotros en vez de verlo como una oportunidad. “Para que una cosa la podamos denominar como éxito hemos tenido que saborear un fracaso, de otra forma todavía estamos en el camino”. En efecto, el éxito nace de las fallas de un plan inicial, y de los consiguientes reajustes para que los errores cada vez sean menores, más cortos y menos intensos. Quedarnos en el error es no avanzar, no aprender de él para no cometerlo después.
  7. Ver los árboles pero no el bosque. Los detalles son importantes pero no es el proyecto con el que finalmente soñamos. Avanzar (en un proyecto laboral, una relación de amistad o en una pareja) es sentirse cómodos con que hay detalles que todavía no están en el presente y que pueden ser fijados en el futuro, sin ser por ello menos valioso lo que tenemos y disfrutar de ello.
  8. Juzgar una cosa por lo que fue y no aceptar que han pasado 2, 5 o 10 años. Las cosas que tenemos tardan mucho en construirse pero cambian constantemente. Y algunos cambios no tienen porque ser similares ni positivos. Por ello, cuando pensamos en las cosas qué tenemos, es bueno pensar qué hábitos, personas y logros mantenemos y cuales es mejor soltar y dejar marchar. En aceptar que algunas cosas han cambiado y que para perseverar en nuestros objetivos hemos adaptarnos a lo que ocurre en el momento. Que decir adiós a esas cosas no significa olvidarlas, sino aprender  a dejar ir el pedazo de ti que se quedó con ellas (en el pasado).

Recordad: avanzar es dejar de luchar por cosas que no tienen solución y dirigirnos a otros caminos que sí nos proporcionan bienestar. De esto también se trata vivir.

Escrito por David Blanco Castañeda.

Fuente: Psychology Today.

FOMO, ¿una nueva patología?

Las redes sociales online, como Instagram, Facebook, Twitter o WhatsApp empleadas de forma adecuada, enriquecen y amplían nuestros círculos sociales. Sin embargo, su uso excesivo, por la cantidad de horas que invertimos en ellos, haciéndonos llevar en ocasiones, literalmente, nuestro mundo digital a cuestas, puede generar riesgos en la población adolescente. Ya que en esta etapa de la vida predomina la necesidad de pertenencia al grupo, las redes sociales multiplican el número de relaciones y amplifica la sensación de conexión entre ellas.

A través de los likes solicitamos expresamente un feedback constante sobre aquello que decimos, sobre lo que hacemos, sobre la imagen que deseamos trasmitir. Estamos a un solo clic que nos hará sentir bien durante un rato, que mejorará nuestra autoestima, haciéndonos sentir más valorados, al tiempo que se cimienta nuestra identidad personal y social.

Foto extraída de: travelux.es
Foto extraída de: travelux.es

En algunos trabajos científicos ya se ha empezado a hablar del FOMO o “Fear of Missing Out” (el miedo a perderse algo -en la red- o a quedarse fuera). Es un concepto que ha ido ganando bastante popularidad en estos últimos años, gracias al estudio realizado por el equipo de Andrew Przybylski, investigador del Oxford Internet Institute, en el que se describe como “la sensación de malestar que se siente al ser consciente que otras personas están realizando actividades agradables y uno no forma parte de ello”.

El FOMO no es considerado una forma de adicción a las redes sociales, aunque pueda ser un importante catalizador de su uso desadaptativo, y de cómo éstas pueden convertirse en fuentes generadoras de estrés y ansiedad. Más bien se entendería como un mecanismo autorregulador, surgido como consecuencia de una insatisfacción de las necesidades psicológicas básicas como la competencia, la autonomía y la necesidad de estar conectado con los otros.

Sociólogos y psicólogos prefieren hablar del temor que siempre ha existido a la exclusión social, que ahora se hace visible en las redes y recuerdan que no es una terminología científica y tampoco un trastorno que se formaliza como tal en los sistemas de diagnóstico psiquiátrico, a pesar de ser un término que se ha puesto de moda. Este miedo se puede experimentar fuera de las redes sociales, sin embargo, las redes lo fomentan mediante la posibilidad de estar permanentemente conectado (la plataforma perfecta para idealizar la vida de los demás).

Pero, ¿qué hay detrás de este fenómeno? ¿es algo nuevo? ¿Cuál es la raíz del miedo a perderse algo? El FOMO es un término nuevo para una experiencia que ha aquejado a la humanidad desde siempre, sin embargo a día de hoy se cuenta con más medios que nunca para fomentar este miedo, el miedo a la exclusión social. La necesidad de pertenecer y estar conectado socialmente es una necesidad básica presente desde la infancia, y no se encuentra restringido al uso de las redes sociales en línea. Pero estas aplicaciones tecnológicas pueden contribuir a un aumento de esta necesidad de pertenecer, porque incrementa las posibilidades de conectarse, compartir, y tener experiencias gratificantes con alguien, por la accesibilidad, aunque se tenga poco contacto con los otros usuarios.

La tecnología no es el problema de que experimentemos este miedo, es tan sólo el medio. Siempre hemos tenido miedo a perdernos algo, pero la tecnología nos hace creer que podemos hacer algo para evitarlo, y recuperar terreno, ponernos al día sobre lo que está pasando en tiempo real sin quedarnos fuera. Sin embargo, en la red no es suficiente observar, has de participar, dar señales de vida, porque en nuestra mente el riesgo de estar off supone la exclusión.

El porqué de este “síndrome”, en el que la tecnología es simplemente un medio cuyas características lo favorece, está en preguntas tan esenciales como: ¿Y si me he podido perder algo que me separa del grupo, es que ya no cuentan conmigo?, ¿me recordarán?, ¿algunos de mis logros serán importantes para alguien?, ¿me quieren?, ¿mi familia me quiere?, ¿mis amigos me quieren? ¿merezco que me quieran?,¿importo?

El temor a sentirse desconectado es mayor entre los adolescentes porque es el grupo el que define su identidad; “su vida es la red y existen porque están en ellas”. Si el grupo está en las redes y todo sucede en ellas, no pueden quedarse fuera.

La psicoeducación en las TICS es básica, y el rol educativo de los padres toma especial protagonismo. Estos desarrollos tecnológicos están ya aquí, para bien o para mal, forman parte de nuestras vidas. Hoy día son una herramienta para estar socialmente integrado, desconectarse no es la solución, pero limitar su papel (ej; el número de horas…) puede ser un primer paso.

Escrito por Eva M. Cuadro Ramírez

Fuentes:

ResearchBlogging.org

Dossey L (2014). FOMO, digital dementia, and our dangerous experiment. Explore (New York, N.Y.), 10 (2), 69-73 PMID: 24607071

Gil, F., Oberst, U., Del Valle, G., & Chamarro, A. (2015). Nuevas tecnologías-¿ Nuevas patologías? El Smartphone y el fear of missing out. Aloma: Revista de Psicologia, Ciències de l’Educació i de l’Esport, 33(2).

Jiménez-Murcia, S., y Farré-Martí, J.M. (2015) Adicción a las nuevas tecnologías ¿La epidemia del siglo XXI? Siglantana. Barcelona

Serrano-Puche, J. (2015). Emociones en el uso de la tecnología: un análisis de las investigaciones sobre teléfonos móviles. Observatorio (OBS*), 9(4), 101-112.

Spitzer, M. (2013). Demencia Digital: El Peligro de las Nuevas Tecnologías.Ediciones B. Barcelona.

La adversidad en la infancia afecta a la salud en la vida adulta

La infancia es una etapa fundamental en la formación de la persona, se espera que sean años felices, años en los que necesitamos sentirnos arropados, amados y seguros. Claro está que en esa etapa también pasamos situaciones estresantes, pero hay niños y niñas que por las circunstancias o el contexto viven demasiadas experiencias adversas o muy negativas. El crecimiento puede ser duro. Desde pequeñas trifulcas en el recreo hasta ser testigos de violencia en el hogar, los niños se enfrentan a una amplia gama de escenas potencialmente problemáticas. Sin embargo, muchas personas no se dan cuenta de que las experiencias estresantes en la infancia pueden afectar al sistema inmunológico y, literalmente, comprometer la salud en la vida adulta. Diveros estudios han generado pruebas que muestran que la adversidad en la primera infancia aumenta el riesgo de enfermedades cardiovasculares, cáncer, diabetes, e incluso la mortalidad temprana.

Foto extraída de www.savethechildren.es
Foto extraída de www.savethechildren.es

Durante las últimas dos décadas, el Estudio sobre Experiencias Adversas en la Infancia (ACE, siglas en inglés para Adverse Childhood Experiences Study) ha publicado numerosos artículos sobre la relación entre la adversidad en la niñez y las principales causas de muerte en los Estados Unidos. Los investigadores han evaluado a más de 17.000 personas (de entre 19 – 60 años). Los participantes respondieron a un cuestionario corto, en el que se les preguntaba sobre las experiencias de violencia y abuso que habían vivido durante sus primeros 18 años de vida. Éstas incluían abuso físico, psicológico y sexual, vivir con un familiar con enfermedad mental o un problema de consumo de drogas/alcohol. Los investigadores también evaluaron el historial clínico de cardiopatía, cáncer y accidente cerebrovascular. Lo que encontraron fue una asociación acumulativa entre dichas experiencias en la niñez y la mala salud. Es decir, el aumento de adversidad en la niñez se asoció con un mayor riesgo de enfermedades del corazón, cáncer, enfermedad pulmonar y una salud general deficiente. El riesgo se duplicaba o triplicaba en aquellos que habían informado sobre 4 o más tipos de experiencias adversas en la infancia. Por otra parte, estas asociaciones persistieron incluso después de tener en cuenta factores como edad, grupo étnico, estatus socioeconómico, tabaquismo e hipertensión.

¿Por qué hay una relación tan estrecha entre estrés infantil y salud?

La explicación podría partir de la respuesta que da nuestro cuerpo al estrés. Cada vez que que vivimos estrés, nuestro cuerpo activa el sistema de «lucha o huida» para movilizar los recursos del cuerpo para tomar medidas. El corazón comienza a acelerarse, las palmas de las manos sudan, y se libera cortisol, una hormona que incrementa el nivel de azúcar en sangre. Si bien este sistema ayuda a sobrevivir, el exceso de activación puede conducir a una desregulación – ya sea a través de la sobreactivación crónica o, por el contrario, el bloqueo o falta de reactividad del sistema de respuesta al estrés. Con el tiempo, la reiterada respuesta al estrés puede agravar la capacidad del cuerpo para autorregularse. Los investigadores llaman “carga alostática” a este desgaste fisiológico acumulado por el cuerpo en el intento de adaptarse a las demandas del día a día. La teoría de la carga alostática proporciona una explicación de cómo la exposición continuada a la adversidad tiene con el tiempo un coste en los sistemas de respuesta al estrés. Los niños que experimentan estrés crónico, la pobreza y un entorno familiar duro, muestran patrones de cortisol diarios menos saludables. Esto es problemático, ya que muestra las ineficiencias en sus sistemas de respuesta al estrés, lo cual tiene implicaciones para el sistema inmunológico.

El cuerpo puede adaptarse al estrés ocasional, pero la activación crónica conduce al desgaste de los sistemas de respuesta al estrés del cuerpo y, eventualmente, a resultados negativos para la salud a largo plazo. En parte, la activación de los sistemas de respuesta al estrés es una compensación para el desarrollo. Cuando el cuerpo utiliza sus recursos para luchar contra los factores de estrés, hay menos recursos para el crecimiento y el mantenimiento de la salud a largo plazo. Los niños expuestos a condiciones muy extremas de abandono y aislamiento a veces experimentan un crecimiento atrofiado hasta que son rescatados de esos entornos dañinos.

Como ya he mencionado, el estrés juega un papel en la salud del sistema inmunológico. El sistema inmunológico, como todos sabemos, nos protege de las amenazas externas como virus, bacterias y hongos. Una de las formas en que el sistema inmunológico combate los invasores es a través de la inflamación, lo que aumenta el flujo sanguíneo y la actividad antimicrobiana de las regiones lesionadas. Cuando tenemos un resfriado o infección en las vías respiratorias, la inflamación causa síntomas molestos como la congestión, secreción nasal y estornudos. Las investigaciones sugieren que el estrés crónico aumenta la inflamación. Resulta que los individuos criados en familias negligentes muestran mayores niveles de inflamación en la edad adulta que los de familias más funcionales y saludables.

¿Recuerdas cómo el estrés crónico conduce a la carga alostática, o ineficiencias en el sistema de respuesta al estrés? El cortisol ayuda a reducir los niveles de inflamación. Sin embargo, tener niveles crónicamente elevados de cortisol hace que las células sean menos sensibles a cortisol, lo que impide parar la inflamación. La inflamación a su vez es un factor de riesgo para la enfermedad cardiovascular, la diabetes tipo II, la artritis reumatoide y otras enfermedades. Por lo tanto, el estrés prolongado puede establecer una base para un sistema inmunológico más pobre a largo plazo. Teniendo en cuenta todo esto, tiene sentido entender que la adversidad en la niñez conduce a peores condiciones de salud en la edad adulta.

Entonces, ¿qué podemos hacer al respecto?

Antes de empezar a entrar en pánico pensando que el divorcio de unos padres puede contribuir a la aparición de un cáncer en la vida adulta, recordemos que la salud es un proceso en el que participan miles de factores. Los genes, por supuesto, juegan un papel muy importante – haciendo que seamos más o menos propensos a desarrollar ciertos problemas de salud en función de nuestra predisposición genética. También hay gran variabilidad en la forma en que la gente percibe el estrés. Dos niños expuestos al mismo entorno familiar estresante podrían percibir el estrés de maneras muy diferentes: por ejemplo, Elena pueden percibir el divorcio como catastrófico, mientras que Sara lleva la separación con calma. Recuerde, es la percepción de estrés la que activa este sistema de respuesta. Seguramente, la diferencia entre cómo lo perciben ambas está relacionado con cómo sus padres abordan la situación, qué explicaciones le dan y si el ambiente es cálido, afectuoso y accesible

En cuanto a los factores de protección, el afecto y calidez parental es fundamental y puede amortiguar algunas de estas consecuencias negativas para la salud. Entre los adultos que crecieron en ambientes de pobreza, los que tenían madres cálidas y afectuosas (con las que habían establecido un vínculo de apego seguro) crecieron sufriendo mucho menos las condiciones socioeconómicas y su inflamación era menor que la de otros participantes en las mismas circunstancias. Incluso para aquellos niños que, además de vivir en contextos desfavorecidos, no cuentan con padres y madres afectuosos y cálidos, se ha observado que si encuentran alguna figura que sea segura y constante, ya sea de la familia o no (maestros, cuidadores en la guardería…), su estado de salud en la vida adulta será significativamente mejor que aquellas personas que no habían tenido ninguna figura protectora.

Fuentes: Psychology Today

ResearchBlogging.org

Marrone, M., Diamond, N., Juri, L., & Bleichmar, H. (2001). La Teoría del apego: Un enfoque actual. Psimática.

 

Escrito por María Rueda