Crónicamente estresados

Extraído de www.boyacaradio.com
Extraído de www.boyacaradio.com

En las grandes ciudades y con el ritmo diario frenético, lidiar con el estrés se está convirtiendo en una de nuestras grandes asignaturas pendientes a lo largo de nuestro día a día. El estrés no es malo intrínsecamente, pero no podemos soportar de manera indefinida tensiones estresantes que todas juntas pueden funcionan como un cóctel molotov explosivo. A saber, encuentros impersonales y espaciados con gente, menos ocio, jornadas laborales maratonianas, muy poquito deporte, apenas contacto con nuestros seres queridos, noches con ojos de búho e insomnio y listas de tareas interminables que nunca se finalizan del todo. Un caldo de cultivo que nos hace estar en permanente acción, y por contra, nunca obtenemos descanso y cuando lo hay, ni siquiera parecemos permitírnoslo. ¿Os suena de algo?

Estrés bueno…

En este contexto conviene aclarar que no todo el estrés es malo y que en dosis adecuadas y moderadas, el estrés supone un impulso y motor para realizar tareas y encontrar soluciones eficaces cuando parece que no las tenemos todas con nosotros. Este tipo de estrés es preparatorio de una amenaza y eleva nuestras pulsaciones y presión arterial, los sentidos se agudizan y se bombea adrenalina y epinefrina para vigorizarnos. En resumen: nos hace más eficientes a la hora de realizar tareas, focaliza nuestra atención y mejora nuestra memoria, la función cardiaca e incluso nuestra actividad inmunológica aumenta.

versus estrés crónico.

No obstante, si estos niveles elevados de actividad física y mental se mantienen durante largo tiempo, nuestro cuerpo experimenta un proceso de agotamiento, íntimamente relacionado con altos niveles de cortisol. Si las condiciones estresantes no disminuyen, se producen una serie de cambios con importantes consecuencias en nuestro organismo. Estamos hablando del estrés crónico, que nos deja totalmente exhaustos.

Impacto del estrés

Los efectos más importantes en nuestra salud se manifiestan con niveles altos de fatiga, hipertensión, dolores en el pecho no cardíacos, dolores musculares, tensión muscular, episodios de hiperventilación, confusión en la elección de las palabras, palmas sudorosas y hormigueo en las extremidades superiores. A nivel cognitivo, la persona experimenta lentitud cognitiva y confusión por la multitud de ideas que pasan por su cabeza, rumiaciones y enganches constantes, dificultades para pensar de una manera línea y lógica menor capacidad de concentración y resolución de problemas, incapaz de vislumbrar aquello importante de lo que no lo es. Emocionalmente, nos volvemos seres en extremo vigilantes, atentos a todas las amenazas y reaccionando siempre a la defensiva y muy irritados. Nos sentimos frustrados, abrumados e impotentes, con sensación de exceso de tareas (y trabajo) y al final nos deprimimos; perdemos la esperanza de estar mejor. Empezamos a no ver a nuestros seres queridos, no queremos salir, nos sentimos solos y apenas reservamos espacios para la relajación, la diversión o el ocio. Sólo queremos hacer cosas, y a la vez, nunca las realizamos del todo y siempre tenemos que hacer más.

 

La mejor metáfora para representar el estrés es la olla a presión. En la olla están metidos todos los elementos necesarios de una vida (familia, amigos, trabajo, pareja). Se necesita calor para hacer que las cosas funcionan y se vayan cocinando, pero un exceso de calor y presión continuado sobre los elementos de la olla favorece el desbordamiento. La regulación de la cantidad de factores, bajar las expectativas y dedicar tiempo a reducir la tensión puede ayudarnos a cortocircuitar la ansiedad.

¿Y cómo podemos invertir la inercia del estrés tóxico?

  1. Simplificando. Lo primero es recortar la lista de tareas a las imprescindibles. Pregúntate, ¿si esto no se hace moriré mañana? Si ves que no mueres, el recorte es posible.
  2. Entre todo lo que hacemos, elegir aquello que consideramos más importante. Sirve una lista y valorar cada tarea de 1 a 10. Empezamos con las que están por encima del 8. ¿Ves como si avanzas?
  3. Usando lápiz, no pluma. Según vas avanzando, la lista de prioridades puede ir cambiando y habrás de borrar y poner elecciones nuevas. La flexibilidad en este etapa será crucial.
  4. Regalando la capa del superhéroe. A otra persona, a mucha gente. Lo siento, tendrás que unirte a la raza humana y limitar lo que puedes hacer en 24 horas. ¡Y verás como no pasa nada!
  5. Riendo. Pero un poco de ti mismx, del ritmo alocado, de las miles de manos, las voces multitarea y de tus propios errores. Es sano y relativiza la importancia, hace que sea más llevadera.
  6. O andando. O subiendo escaleras. O montando en bici. Si de niveles hormonales hablamos, el ejercicio fomenta los niveles de serotonina y la norepinefrina, imprescindibles para sentirnos bien.
  7. Dejando de hacer malabares. El cubo de Rubik es mejor en el cajón, y la multitarea no sirve en estos momentos. Una tarea cada vez, y el avance irá a más.
  8. Construyendo un fortín de límites. Asigna un lugar y un momento para hacer tus cosas. Sí, sí, en tu horario, diariamente. Y hazlo, aunque no haya sido un buen día y queden miles de cosas en la recamara. Y diciendo NO cuando no se quiera, no se pueda, no se sepa.
  9. Pensando globalmente. No en cada detallito. Asigna importancia, qué son pequeñas cosas. Si son pequeñas cosas, basta con pequeños momentos, no en cada uno de ellos.
  10. No comparándote. Las circunstancias de cada uno son de cada uno, y siempre nos comparamos con lo que parece ir mal. Tu comparación es contigo mism@, y estás en un camino de constante crecimiento.
  11. Aprendiendo a recargar energías. Cada hora y pico, descansa 10 minutos, y los findes tras cinco días intensos son días sagrados.
  12. Bajando a la tierra a tu perfeccionismo. Está bien que mejoremos, pero también que nos acostumbremos a un nivel medio, al progresando adecuadamente.
  13. Haciendo caso a lo que te sirve, y no a todo, que todo no se puede.

Poner en practica hábitos que promueven salud nos hacen más capaces para movernos en el estrés, vivirlo de otra manera o elegir otras formas. La decisión más difícil siempre es comenzar. Después, todo cuesta algo menos, y la tranquilidad se hace más real.

Escrito por David Blanco Castañeda

Fuentes: El Pais, Psych Central, Psychology Toda

Cómo la sobrecarga cognitiva afecta a nuestro cerebro

Extraída de elportaldelhombre.com
Extraída de elportaldelhombre.com

En la sociedad actual en la que vivimos, el consumo de cantidades ingentes de información está a la orden del día. Ya sea por las nuevas tecnologías, por los medios de comunicación, por nuestro rápido ritmo diario o por el constante martilleo de nuestras redes sociales, es fácil sentir un cansancio mental al final de la jornada por la desconexión tan tardía que hacemos de las pantallas (móviles u ordenadores) y que nos hacen sentir un estrés tecnológico desconocido hace sólo dos décadas. Y aunque muchas teorías hablan de los beneficios de un cerebro multitarea, la verdad es que los inconvenientes también se hacen patentes, tanto en la atención, la toma de decisiones o la sensación de estrés.

La Teoría de la Carga Cognitiva nos habla de la capacidad real que tiene nuestro cerebro a la hora de procesar información. La teoría defiende que nuestro cerebro tiene una capacidad limitada para procesar información, y a la vez, que no se ha establecido límite sobre cuánta información podemos procesar simultáneamente. Es decir, el cerebro humano puede procesar muchísima información pero hay que tener en cuenta su propia estructura para facilitar su procesamiento, sino la sobrecarga aparece y la entrada de información se imposibilita. Esta capacidad está íntimamente relacionada con la memoria de trabajo, donde las investigaciones han situado su amplitud en 7 ítems. Este límite está marcado sobre todo para información nueva, cuando la persona no posee aprendizajes previos, siendo exponencialmente mayor si la persona ya posee esquemas previos. Pero no nos engañemos, tanto por la cantidad de información que tenemos acceso como por la inmensa cantidad de canales que tenemos, la sobrecarga es fácil de conseguir y no basta solamente con limitar nuestro uso de redes sociales, correos o de pantallas encendidas.

De este modo, en los casos extremos nuestro cerebro se comporta como un cerebro con estrés crónico con graves consecuencias para el funcionamiento cerebral. En investigaciones recientes, se ha demostrado que experimentar estrés continuado afecta directamente a la efectividad y conectividad de nuestra función cognitiva, ya que se produce un menor número de neuronas (encargadas directamente de la memoria y aprendizaje) y un mayor número de oligodendrocitos (productoras de mielina, sustancia que recubre y aísla la neurona) que aumenta la cantidad de mielina afectando al intercambio de información y al tiempo de transmisión de información. Por otro, también afecta a la forma en la que se conecta diversas estructuras cerebrales. Así, aumenta la conexión entre la amígdala (encargada de la respuesta emocional ante estímulos que constituyen una amenaza) y el hipocampo, aumentando las respuestas de huida, y disminuyendo la conectividad entre hipocampo y corteza prefrontal, que modula la respuesta ante las amenazas. De este modo, cuando se produce una situación desagradable en un cerebro sobrecargado, su cerebro reacciona de una manera defensiva aumentando sus reacciones y costándole más tiempo volver a un estado de calma y tranquilidad por la menor respuesta de su corteza prefrontal.

Por otro, la sociedad nos está malacostumbrando a sobrecargarnos de información para cualquier tipo de decisiones cotidianas y sencillas, haciéndonos menos capaces para ella.  En la Teoría del Choque Futuro, Alvin Toffler habla del estrés y la desorientación que inducimos en los individuos cuando les sometemos a demasiada información en poco tiempo, ya sea por exceso de ésta o por que recibe información de demasiados canales. Estas dificultades se traducen directamente en un mayor tiempo en la toma de decisiones, al verse incapaces de procesar toda la información y entender verdaderamente los problemas a los que se enfrentan realmente. Por tanto, tomar grandes cantidades de información o asumir un perfil multitarea (donde acostumbras al cerebro a no enfocar la atención, sino a dividir la atención en diversas fuentes) sobreestimula el cerebro y lo aboca a una situación de sobre-exigencia donde se siente confundido. Investigaciones acordes a estos hallazgos han hallado que este tipo de perfiles (donde se recibe información de diversas fuentes a la vez) provoca un aumento de cortisol en sangre (la hormona relacionada con el estrés) y de adrenalina (relacionada con respuestas de ataque). De otro modo, la corteza prefrontal es secuestrada por múltiples distractores (Facebook, twitter, Instagram) que impiden el mantenimiento en la tarea y provocan una adicción a la nueva información sin que haya un verdadero procesamiento de ésta. El resultado es una toma de decisiones con una mayor tasa de errores, al tomarlas más por cuestiones inmediatas y por que la información importante se infiltra con lo trivial.

Así, se hace imprescindible adquirir una serie de hábitos que permiten hacer un uso responsable de todos esto canales y organizar la información para no experimentar dicha sobrecarga. Entre ellos:

  1. Desconecta regularmente. Sí, cada vez que hagas una tarea en el ordena descansa cada hora y apaga los datos cuando salgas del trabajo y las redes sociales (como el Whattsapp) a una hora del día (a las diez, por ejemplo) para facilitar una desconexión y reconectarte con tu vida.
  2. Establece límites y filtros. Toda la información no es importante por lo que es mejor bajar aplicaciones que administren tus redes para que tengas acceso a lo relevante, interesante e importante de cada día.
  3. Crea espacios libres de elementos virtuales y en los que haya, que sean claros, organizados y destaquen lo que quieres utilizar.
  4. Evita la parálisis del análisis, donde hay tantos elementos a procesar que sencillamente no se procesan. Cuando te sientas abrumado, deja la tarea un tiempo y ponte con ella horas más tarde. El cerebro conserva las estructuras de la información y se queda con lo más relevante, quitando esa sobrecarga innecesaria.
  5. Averigua lo que necesitas cuando quieres encontrar una solución y sé implacable con tus propios parámetros, sin que recurras a tantos canales y la información innecesaria o no relacionada con el problema déjala para otro momento.
  6. Asume el control. Zambúllete en tus redes sabiendo qué buscas, cuanto tiempo vas a estar o lo que quieres conseguir, estableciéndote limites y cerrando cuando el tiempo que decides pasar toca a su fin.

Los avances tecnológicos son una poderosa herramienta y es importante que los aprovechemos al máximo, sin que ellos nos expriman por el camino.

Escrito por David Blanco Castañeda

Fuentes: Psych Central.

La pose del superhéroe y la confianza en uno mismo

Cuando vemos a un superhéroe antes de entrar en acción, es fácil reconocer, sólo por su postura, que puede enfrentarse a lo que sea y salir indemne. ¿Será que sienten que pueden hacer cualquier cosa y por ello lo transmiten con su postura?

extraída de donnaalcala.com
extraída de donnaalcala.com

De forma intuitiva, todos somos capaces de leer la postura de los demás y entender que transmite emociones y actitudes. La comunicación no verbal se estudia frecuentemente desde diferentes disciplinas. Sabemos cómo y cuánto se comunica con nuestra postura o nuestros gestos. Por ejemplo, en debates o mítines políticos se analiza habitualmente cómo se muestran de forma postural los implicados, de forma que sabemos si se están mostrando más poderosos o menos, si muestran miedo o agresividad ante el público o frente al candidato oponente.

Se ha estudiado mucho sobre lo que decimos con la postura corporal, la manera en la que nuestras emociones y pensamientos condicionan ésta y nos hacen transmitir a los demás toda esta información. Lo que se ha estudiado con menos frecuencia, al tiempo que es mucho menos intuitivo es cómo nuestra postura puede influir sobre nuestras emociones.

Hace ya unos años, investigadores de las universidades de Columbia y Harvard presentaron un estudio para comprobar cómo la postura puede influir sobre las emociones y actitudes, en lugar de a la inversa. Para ello, buscaron a un grupo de personas a las que les hicieron colocarse con poses de poder o de debilidad. La postura de “alto poder” implica cierta dominancia y una sensación de autoeficacia mayor mientras que la de “bajo poder” implicaría retraimiento y de algún modo, sensación de incapacidad.

Postura de "alto poder"
Postura de «alto poder»
Postura de "bajo poder"
Postura de «bajo poder»

 

 

 

 

 

 

Pero, ¿cómo midieron si el hecho de posar de una forma u otra hacía sentirse a los participantes realmente como poderosos o no? Las medidas implicadas, más que preguntarle a los participantes sobre lo que sentían tuvieron que ver con factores más fisiológicos y de comportamiento.

Fisiología del poder

En la parte fisiológica, midieron los niveles de dos hormonas implicadas en la sensación de ser poderoso. En primer lugar, la testosterona se conoce como una hormona implicada en las reacciones de dominancia. Por ejemplo, si tenemos que competir en algo, la testosterona subirá y se mantendrá elevada si ganamos, mientras que caerá si perdemos.

La hormona que estaría en el lado de la sumisión o el miedo, por su parte, sería el cortisol. Sabemos que cuando tenemos una situación estresante, puede funcionar para dar respuesta a ese reto, pero por otra parte, suele estar elevada cuando no tenemos control sobre algo o cuando la ansiedad nos supera.

Comportamientos de atrevimiento

A nivel de comportamiento, lo que trataron de ver en este estudio es si los participantes eran más o menos arriesgados. Para eso, frecuentemente en psicología se utilizan las apuestas. Dan pequeñas cantidades de dinero a la gente que participa en el experimento para que decidan apostarlo y ganar más dinero o bien quedarse con lo que les dan. Este tipo de situaciones nos permiten saber cómo de proclive es una persona a tener comportamientos de riesgo.

En el caso que nos ocupa, a las personas a las que les hacían asumir poses de alto o bajo poder no se les dijo en qué consistía el experimento. Sí se midió el nivel de hormonas previo y posterior a posar de una forma u otra durante unos minutos. Además, se les pidió que apostaran o no el dinero en un juego de azar.

Lo que encontraron es que los participantes que habían estado en una pose de poder tuvieron más alta la testosterona, más bajo el cortisol y por último, se arriesgaron más en el juego. ¿Qué quiere decir esto? Parece que el hecho de mantener una postura erguida, abierta, de dominancia y seguridad, en efecto, influirá en las respuestas de nuestro cuerpo y nos comportaremos como si de hecho tuviéramos más poder sobre el mundo que nos rodea.

Se habla de algún modo de que la postura de “superhéroe” nos podría proporcionar unas mayores sensaciones de capacidad, autoeficacia y hacernos confiar más en nosotros mismos. Quizá nuestro cuerpo no sólo esté comunicando a los demás, sino que también nos habla a nosotros mismos sobre nuestra situación en el mundo, o cómo de poderosos somos.

Por supuesto, ver cómo explica esto una de las propias autoras del artículo en el vídeo de la charla TED, lo explica mucho mejor que en este post.

Fuentes: Psychology Today, TED.com, pss.sagepub.com

Escrito por Lara Pacheco Cuevas

ResearchBlogging.orgCarney DR, Cuddy AJ, & Yap AJ (2010). Power posing: brief nonverbal displays affect neuroendocrine levels and risk tolerance. Psychological science, 21 (10), 1363-8 PMID: 20855902

La adversidad en la infancia afecta a la salud en la vida adulta

La infancia es una etapa fundamental en la formación de la persona, se espera que sean años felices, años en los que necesitamos sentirnos arropados, amados y seguros. Claro está que en esa etapa también pasamos situaciones estresantes, pero hay niños y niñas que por las circunstancias o el contexto viven demasiadas experiencias adversas o muy negativas. El crecimiento puede ser duro. Desde pequeñas trifulcas en el recreo hasta ser testigos de violencia en el hogar, los niños se enfrentan a una amplia gama de escenas potencialmente problemáticas. Sin embargo, muchas personas no se dan cuenta de que las experiencias estresantes en la infancia pueden afectar al sistema inmunológico y, literalmente, comprometer la salud en la vida adulta. Diveros estudios han generado pruebas que muestran que la adversidad en la primera infancia aumenta el riesgo de enfermedades cardiovasculares, cáncer, diabetes, e incluso la mortalidad temprana.

Foto extraída de www.savethechildren.es
Foto extraída de www.savethechildren.es

Durante las últimas dos décadas, el Estudio sobre Experiencias Adversas en la Infancia (ACE, siglas en inglés para Adverse Childhood Experiences Study) ha publicado numerosos artículos sobre la relación entre la adversidad en la niñez y las principales causas de muerte en los Estados Unidos. Los investigadores han evaluado a más de 17.000 personas (de entre 19 – 60 años). Los participantes respondieron a un cuestionario corto, en el que se les preguntaba sobre las experiencias de violencia y abuso que habían vivido durante sus primeros 18 años de vida. Éstas incluían abuso físico, psicológico y sexual, vivir con un familiar con enfermedad mental o un problema de consumo de drogas/alcohol. Los investigadores también evaluaron el historial clínico de cardiopatía, cáncer y accidente cerebrovascular. Lo que encontraron fue una asociación acumulativa entre dichas experiencias en la niñez y la mala salud. Es decir, el aumento de adversidad en la niñez se asoció con un mayor riesgo de enfermedades del corazón, cáncer, enfermedad pulmonar y una salud general deficiente. El riesgo se duplicaba o triplicaba en aquellos que habían informado sobre 4 o más tipos de experiencias adversas en la infancia. Por otra parte, estas asociaciones persistieron incluso después de tener en cuenta factores como edad, grupo étnico, estatus socioeconómico, tabaquismo e hipertensión.

¿Por qué hay una relación tan estrecha entre estrés infantil y salud?

La explicación podría partir de la respuesta que da nuestro cuerpo al estrés. Cada vez que que vivimos estrés, nuestro cuerpo activa el sistema de «lucha o huida» para movilizar los recursos del cuerpo para tomar medidas. El corazón comienza a acelerarse, las palmas de las manos sudan, y se libera cortisol, una hormona que incrementa el nivel de azúcar en sangre. Si bien este sistema ayuda a sobrevivir, el exceso de activación puede conducir a una desregulación – ya sea a través de la sobreactivación crónica o, por el contrario, el bloqueo o falta de reactividad del sistema de respuesta al estrés. Con el tiempo, la reiterada respuesta al estrés puede agravar la capacidad del cuerpo para autorregularse. Los investigadores llaman “carga alostática” a este desgaste fisiológico acumulado por el cuerpo en el intento de adaptarse a las demandas del día a día. La teoría de la carga alostática proporciona una explicación de cómo la exposición continuada a la adversidad tiene con el tiempo un coste en los sistemas de respuesta al estrés. Los niños que experimentan estrés crónico, la pobreza y un entorno familiar duro, muestran patrones de cortisol diarios menos saludables. Esto es problemático, ya que muestra las ineficiencias en sus sistemas de respuesta al estrés, lo cual tiene implicaciones para el sistema inmunológico.

El cuerpo puede adaptarse al estrés ocasional, pero la activación crónica conduce al desgaste de los sistemas de respuesta al estrés del cuerpo y, eventualmente, a resultados negativos para la salud a largo plazo. En parte, la activación de los sistemas de respuesta al estrés es una compensación para el desarrollo. Cuando el cuerpo utiliza sus recursos para luchar contra los factores de estrés, hay menos recursos para el crecimiento y el mantenimiento de la salud a largo plazo. Los niños expuestos a condiciones muy extremas de abandono y aislamiento a veces experimentan un crecimiento atrofiado hasta que son rescatados de esos entornos dañinos.

Como ya he mencionado, el estrés juega un papel en la salud del sistema inmunológico. El sistema inmunológico, como todos sabemos, nos protege de las amenazas externas como virus, bacterias y hongos. Una de las formas en que el sistema inmunológico combate los invasores es a través de la inflamación, lo que aumenta el flujo sanguíneo y la actividad antimicrobiana de las regiones lesionadas. Cuando tenemos un resfriado o infección en las vías respiratorias, la inflamación causa síntomas molestos como la congestión, secreción nasal y estornudos. Las investigaciones sugieren que el estrés crónico aumenta la inflamación. Resulta que los individuos criados en familias negligentes muestran mayores niveles de inflamación en la edad adulta que los de familias más funcionales y saludables.

¿Recuerdas cómo el estrés crónico conduce a la carga alostática, o ineficiencias en el sistema de respuesta al estrés? El cortisol ayuda a reducir los niveles de inflamación. Sin embargo, tener niveles crónicamente elevados de cortisol hace que las células sean menos sensibles a cortisol, lo que impide parar la inflamación. La inflamación a su vez es un factor de riesgo para la enfermedad cardiovascular, la diabetes tipo II, la artritis reumatoide y otras enfermedades. Por lo tanto, el estrés prolongado puede establecer una base para un sistema inmunológico más pobre a largo plazo. Teniendo en cuenta todo esto, tiene sentido entender que la adversidad en la niñez conduce a peores condiciones de salud en la edad adulta.

Entonces, ¿qué podemos hacer al respecto?

Antes de empezar a entrar en pánico pensando que el divorcio de unos padres puede contribuir a la aparición de un cáncer en la vida adulta, recordemos que la salud es un proceso en el que participan miles de factores. Los genes, por supuesto, juegan un papel muy importante – haciendo que seamos más o menos propensos a desarrollar ciertos problemas de salud en función de nuestra predisposición genética. También hay gran variabilidad en la forma en que la gente percibe el estrés. Dos niños expuestos al mismo entorno familiar estresante podrían percibir el estrés de maneras muy diferentes: por ejemplo, Elena pueden percibir el divorcio como catastrófico, mientras que Sara lleva la separación con calma. Recuerde, es la percepción de estrés la que activa este sistema de respuesta. Seguramente, la diferencia entre cómo lo perciben ambas está relacionado con cómo sus padres abordan la situación, qué explicaciones le dan y si el ambiente es cálido, afectuoso y accesible

En cuanto a los factores de protección, el afecto y calidez parental es fundamental y puede amortiguar algunas de estas consecuencias negativas para la salud. Entre los adultos que crecieron en ambientes de pobreza, los que tenían madres cálidas y afectuosas (con las que habían establecido un vínculo de apego seguro) crecieron sufriendo mucho menos las condiciones socioeconómicas y su inflamación era menor que la de otros participantes en las mismas circunstancias. Incluso para aquellos niños que, además de vivir en contextos desfavorecidos, no cuentan con padres y madres afectuosos y cálidos, se ha observado que si encuentran alguna figura que sea segura y constante, ya sea de la familia o no (maestros, cuidadores en la guardería…), su estado de salud en la vida adulta será significativamente mejor que aquellas personas que no habían tenido ninguna figura protectora.

Fuentes: Psychology Today

ResearchBlogging.org

Marrone, M., Diamond, N., Juri, L., & Bleichmar, H. (2001). La Teoría del apego: Un enfoque actual. Psimática.

 

Escrito por María Rueda

¿Por qué bostezamos?

Un gran número de vertebrados bosteza, es un gesto que tenemos en común con ellos Incluso en una ecografía podemos ver presentes los bostezos. Se considera un gesto de aburrimiento, cansancio o sueño, pero ¿qué hay realmente detrás del bostezo? 

Aunque históricamente se ha relacionado el bostezo con muy diferentes funciones, como la termoregulación o la respiración, hoy en día parece que su principal función es en origen fisiológica, de forma que sería un patrón de comportamiento que estimula la vigilancia. Esto está apoyado por diversos estudios, aunque investigadores de la Universidad de Bournemouth han descubierto recientemente que al tiempo que bostezamos aumenta nuestro nivel de cortisol.

El cortisol es una hormona que se segrega como respuesta a una situación de estrés y además tiene un patrón de variación a lo largo del día. Por la mañana tenemos un mayor nivel de cortisol que va disminuyendo a medida que transcurre la jornada. Si al bostezar aumenta la presencia de cortisol, cuando esto nos ocurre nuestro cuerpo está tratando de mantenerse despierto por más tiempo.

Además del origen más puramente fisiológico, en humanos y otras escasas especies como primates o perros domésticos, parece que el bostezo cumple una función especial a nivel social. Las áreas cerebrales que se activan al ver a otro bostezar son también útiles para descifrar claves sociales. Se ha comprobado que el contagio del bostezo es mayor con las personas de mayor cercanía a nosotros, y parece bastante claro que tiene que ver con la empatía y con la teoría de la mente (nuestra capacidad para pensar que el otro tiene un pensamiento propio).

Aunque es común considerar el bostezo como un gesto de mala educación, parece que sus funciones  son múltiples y quizá detrás de una persona que bosteza se pueden esconder muchas interpretaciones de lo que está pasando en el otro.

 

Fuentes: Cognitive Brain Research, Medical Hypotheses, Neuroscience & Biobehavioral Reviews, PLoS ONE.

Imagen: The Atlantic

Escrito por Lara Pacheco Cuevas