Cómo construir límites sanos

Extraído de www.welldoing.org
Extraído de www.welldoing.org

En la actualidad, el termino asertividad ha cobrado una importancia capital, tanto en las relaciones sociales como en terrenos como más formales como el trabajo. Asertividad no es ni más ni menos que considerar a la misma altura tus derechos y los de los demás. Ni en detrimento, ni tampoco por encima. Supone un esfuerzo porque es un ejercicio de empatía y respeto hacia los derechos del otro, pero también una reivindicación propia, donde los derechos propios se muestran sobre la mesa y se consideran para tomar cualquier tipo de decisión de la vida cotidiana.

En contra de lo que se piensa muchas veces, este tipo de habilidades, como tantas otras, se entrena y se adquieren con la práctica. El objetivo último de las conductas asertivas es defender y mantener nuestros derechos cuando las situaciones son injustas, o bien atentan contra nuestra salud y nuestra estabilidad emocional. Así, uno mismo es el responsable número uno de que se lleven a cabo y quien se encarga de preservarlas en contextos desfavorables (y luego ya contamos con la inestimable ayuda y colaboración de lo demás).

Este planteamiento es, por supuesto, algo teórico, pues hay múltiples razones que pueden llevarnos a no hacer uso de la asertividad. En primer lugar, los actos comunicativos de las personas son resultado de su historia de aprendizaje; a veces es difícil modificar comportamientos automáticos que hemos aprendido y repetido a lo largo de nuestra historia de aprendizaje. Si no somos conscientes de un posible déficit comunicativo o el malestar que nos provoca, no los cambiaremos. Por otro, existe una falsa creencia muy popular en la que reivindicar nuestros derechos siempre implica menospreciar los de los demás. El resultado de dicha creencia es la culpabilidad: surge un sentimiento de menoscabo si lo hacemos y rápidamente nos desdecimos por miedo a las consecuencias, como un posible abandono y/o rechazo de la otra persona o una perdida de la posición que tenemos respecto al otro. También puede ser por unas habilidades comunicativas inadecuadas, donde nos comuniquemos de manera agresiva (bien a la defensiva, bien atacando) porque prevemos una amenaza. Por todo ello, se hace necesario unas consideraciones sencillas cuando queremos establecer límites con personas cercanas

  1. Aclara bien donde están tus propios límites. Cada uno tiene un umbral diferente de soportabilidad, pero si las peticiones o negociaciones de los demás siempre te provocan enfado, tristeza o inquietud en vez de bienestar y satisfacción, puede que no lo estés haciendo bien y tengas que establecer unos límites más marcados. Recuerda que si tú no los defines, los demás tampoco lo harán y muy posiblemente pueden saltárselo ante tu no reacción. Recuerda que los demás no tienen porque tener los tuyos en cuenta siempre.
  2. Define bien las consecuencias de ponerlos o no ponerlos antes de tiempo. En esto de la asertividad no se trata de soltar la reivindicación y esperar que él otro lo entienda y reaccione positivamente a la primera. Seguramente el otro se sorprenda e incluso no entienda tu petición. Recordárselo o insistir en un momento donde esté más receptivo puede ayudarte a que tus derechos sean escuchados. Recuerda que no tienes que dar más explicaciones y hablar de cómo te sientas para que él otro entienda tu acto asertivo y pueda negociar contigo.
  3. Espera violaciones. Cuando ponemos límites por primera vez a personas que no están muy acostumbrados a escucharlos de nuestra persona, las personas tenderán a probarlo e intentar saltárselos para saber si realmente lo decías por decir o bien es un cambio y demuestras con tus actos que lo dices porque lo sientes así.
  4. Sé consistente. Por ello, para ganar la credibilidad del interlocutor y probar que tu límite será un nuevo hábito en la relación, deben utilizarse y no cambiarse aunque las condiciones cambien o el otro tenga reacciones defensivas. Como en la crianza con los hijos, deben ser coherentes y no cambiar de acuerdo a nuestro estado de ánimo. Si se permite violar un límite que tú mismx has marcado, se vuelve a la casilla de salida.
  5. Acostúmbrate a ellos. Marcar el límite no es soltar la bomba y ya está. Una vez se establece, comienza el duro esfuerzo de defenderlos, y por tanto, pedirás consecuencias en las situaciones que los demás decidan saltárselos. Algunos harán un cambio inmediato, otros necesitarán más tiempo: todo es acostumbrarse.
  6. No te enfades con los demás si deciden saltárselos. En las relaciones cercanas, respetar los límites es una cortesía, no una obligación, y eso implica que los demás cometen errores. No es un trabajo comprobar si nuestros amigos, familia y pareja los respetan constantemente, ni que ellos se los salten significan que no nos respetan. Elegir cuáles queremos establecer y con quién será nuestra elección y ver su efectividad se irá viendo sobre la marcha. Lo importante es ir haciendo uso de ellos. Cuando tú quieras, cuándo tú decidas. Algo que yo (y todos) podemos respetar.

Recordad que la definición o la renegociación de los límites es un aspecto significativo de las relaciones que crecen y profundizan, y que lejos de volverse más restrictivas o círculos más pequeños, permiten una mayor tolerancia y libertad dentro de la propia relación.  Nos permiten mayor seguridad porque podemos predecir el comportamiento de cada uno, y entender qué ocurre cuando nos los saltamos, cuando transgredimos su intimidad y su vulnerabilidad. Es ahí cuando realmente conocemos y entendemos a los demás, cuando el respeto se instaura como forma de entender nuestras relaciones.

Escrito por David Blanco Castañeda.

 

Fuentes: Psychology Today, Psych Central, Positive Psychology Program

 

Qué hacer para que el juicio de los demás no te afecte

Foto extraída de gracielavida.wordpress.com
Foto extraída de gracielavida.wordpress.com

Todos, en alguna medida, necesitamos de la aprobación de los demás en algún momento de nuestras vidas. Recibirla nos da una seguridad y un reconocimiento de nuestros propios logros que repercute positivamente en nuestra confianza y nuestro autoconcepto, aumentando muchas de nuestras conductas porque entendemos que tienen consecuencias positivas para los demás y sobre todo, para nosotros mismos. Sin embargo, esto puede convertirse en un problema cuando esta aprobación se convierte en un motor tan importante que antepones el valor que dan los demás a tus acciones por encima de tu propia valoración personal...haciéndote tremendamente dependiente de las opiniones de los demás e inhibiendo cualquier iniciativa que supones que no recibirá dicha aceptación. Puede provocar un estado de bloqueo tal que la persona puede sentirse realmente angustiada al no poder dilucidar el efecto de su conducta en los demás, dejando de lado sus intereses por acomodarse a los de los demás.

El temor al juicio o desaprobación de los demás nace de un deseo excesivo por ser queridos por todos en todo momento. Se relaciona con una dificultad importante para valorarse a sí mismos, determinar su propia identidad y defender sus derechos propios. Están en constante conflicto consigo mismos; por un lado, sus deseos no están permitidos y el hecho incluso de planteárselos lo viven con una gran culpabilidad; por otro, sienten una gran vergüenza por su conflicto interior y dan la imagen a los demás de que “todo está bien”, cuando ni es cierto y el sufrimiento que están sintiendo es enorme.

De esta manera, se hace primordial adoptar una posición realista y asumir que no podemos gustar a todos. Podemos elegir reivindicar nuestro propio derecho a ser diferentes y optar por no luchar por normas externas e inalcanzables que no dicen nada acerca de nuestra felicidad. En este punto, se hace importante considerar formas distintas para que el juicio de los demás no nos afecte:

  1. El juicio del otro dice más del otro que de ti mismo. Cuando uno emite un juicio, está diciendo más sobre cómo él percibe la realidad que algo sobre ti mismo. Que te digan, “eres un desastre”, está diciendo que lo que has hecho a él no le gusta, pero nada acerca de las otras muchas cosas que has hecho y que él no ha visto.
  2. Nada dura para siempre. Nuestro cerebro tiene una capacidad limitada y la mejor forma de cambiar la opinión de los demás sobre ti es la interacción con los demás. Las personas tendemos a hacernos construcciones de cómo son los otros en base a lo que compartimos con ellas y lo que nos despiertan. Un comentario no resume toda una tarde contigo y lo que tú sí que puedes hacer para pasar una tarde disfrutable entre vosotros.
  3. Los juicios son inevitables. Todas las personas estamos haciéndonos juicios constantemente de lo que hacen o dejan de hacer los demás. En realidad, poco importa lo que tú hagas, el juicio siempre es susceptible de ser activado, nada de lo que tú hagas evita que no se produzca. No puedes controlar lo que los demás piensan de ti, pero sí puedes hacer y decir cosas para pasarlo bien juntos. Busca la empatía y la compasión del otro; la mejor forma de apartar los juicios es que la persona se ponga en tu piel.
  4. Déjales juzgar y exponte a tus miedos. Si lo van a hacer igual, pregúntate que te lleva a no mostrar lo que quieres mostrar y muéstralo de todas formas. Tus relaciones ganarán en confianza y profundidad y te ayudarán en abrirte en situaciones íntimas donde importa tanto el espacio emocional de cada uno como la conexión que se establece entre los dos.
  5. Estate atent@ a tus propios juicios. Observa el lenguaje que utilizas para denominar el comportamiento de los demás. Aunque el juicio es inevitable, abstente de juzgar algo como bueno o malo, y cambia esas categorías por si esto es “sano” o “insano” para mí. Así, podrás apartar aquello que es malo para ti y dejarle de prestar tanta atención innecesaria.
  6. Busca tu autenticidad. Volver a fijarte en ti supone aceptarte por lo que eres, permitirte en tus imperfecciones, cuidándote en lo necesites y disfrutando de los demás por lo que nos ofrecen. Y también, ser lo suficientemente autónomos para seguir nuestras propias metas y hacer (y decir) lo que efectivamente siente.

Así, podrás libertarte de la atadura de los demás y ser un poquito cada día más tú mismo.

Escrito por David Blanco Castañeda

Fuentes: Psychology Today, El País Semanal, Rincón de la Psicología, La Mente es Maravillosa, Psych Central.

 

Cuando perseverar y cuando saber dejar ir

Extraída de www.consejosdelconejo.com
Extraída de www.consejosdelconejo.com

¿El cambio es posible siempre? ¿Y deseable SIEMPRE?. En diferentes etapas de nuestra vida nos encontramos con encrucijadas lo suficientemente difíciles (un cambio de residencia al extranjero, un trabajo que no nos gusta, una pareja que no funciona o una amistad que nos hace daño) como para dudar de que realmente debemos perseverar en nuestro objetivo o bien aceptar que el cambio no es posible y optemos por centrar nuestras energías y objetivos en otros nuevos, sabiendo  que dejar ir es otra opción posible para avanzar. En realidad, ambas opciones (perseverar y dejar ir) son dos caras de la misma moneda y no hay una correcta sobre la otra. El punto, quizás, está en saber distinguir cuando hay posibilidad  de un cambio para un progreso  y avance real, y cuando insistimos en situaciones para volver a estados pasados (YA PASADOS) y lo que tenemos no lo queremos ya (ni lo querremos más). ¿Cómo podemos saberlo?.Os proponemos una serie de señales para saber cuándo ha llegado el momento de dejar ir, y perseverar por un nuevo objetivo que nos permitirá ser más felices.

  1. Cuando el objetivo deja de tener sentido para nosotros. Cuando ponemos todos nuestros esfuerzos en un éxito o felicidad que nunca llega y no nos permitimos disfrutar diariamente de los frutos de ese esfuerzo, entonces es que algo falla. Permitirnos ser felices en el proceso y aceptar que tal vez lo que queremos no tiene porqué materializarse, puede ayudarnos a disfrutar de las pequeñas cosas y dejar de exigirnos cosas que no nos hacen felices, porque no las hemos alcanzado nunca (ya que no podemos ser perfectos siempre, pero sí hacemos cosas bien diariamente).
  2. Ante un problema, tendemos a quejarnos pero no a cambiarlo. Quejarse implica mirar mayoritariamente al pasado por cosas que quisimos y no fueron. Pero no tenemos máquinas del tiempo y cambiar lo que pasó. Pasó. La única forma de cambiar las cosas es en el presente, en la próxima vez. Hacer una negociación de acciones para que no vuelva a ocurrir y planificar acciones para una solución es la mejor forma de cambiar.
  3. Cuando en el proceso de tomar una decisión se toma tanto tiempo que cuando decidimos, la decisión ha dejado de ser relevante. Tomar una decisión es aceptar los pros y los contras, saber que ambos pueden ocurrir, y comprometerse con las acciones que haremos para enfrentar las consecuencias. Tomar una decisión es probar a ejecutarla, y seguir adelante con ella.
  4. Cuando nos hacen una crítica tendemos a defendernos en vez de aprender de ella. Una crítica puede ser dolorosa y puede removernos emocionalmente. Sin embargo, aferrarnos sólo en nuestros argumentos para derrumbarla   puede hacernos no atender al contenido y elegir si se prefiere ignorarla o aprender algo de ella.
  5. Cuando hablamos y sólo defendemos nuestro punto de vista, sin atender a ninguna evidencia en contra. Una conversación con alguien es algo dinámico y sujeto a cambios según la información nueva y las pruebas a favor y en contra. No atender a esa información  y reconocerla puede provocar conflictos con nuestro interlocutor en vez de conseguir el objetivo de toda conversación que torna en discusión: un entendimiento mutuo de los puntos discordantes.
  6. Ante un imprevisto, actuamos como si el mundo se cayera con nosotros en vez de verlo como una oportunidad. “Para que una cosa la podamos denominar como éxito hemos tenido que saborear un fracaso, de otra forma todavía estamos en el camino”. En efecto, el éxito nace de las fallas de un plan inicial, y de los consiguientes reajustes para que los errores cada vez sean menores, más cortos y menos intensos. Quedarnos en el error es no avanzar, no aprender de él para no cometerlo después.
  7. Ver los árboles pero no el bosque. Los detalles son importantes pero no es el proyecto con el que finalmente soñamos. Avanzar (en un proyecto laboral, una relación de amistad o en una pareja) es sentirse cómodos con que hay detalles que todavía no están en el presente y que pueden ser fijados en el futuro, sin ser por ello menos valioso lo que tenemos y disfrutar de ello.
  8. Juzgar una cosa por lo que fue y no aceptar que han pasado 2, 5 o 10 años. Las cosas que tenemos tardan mucho en construirse pero cambian constantemente. Y algunos cambios no tienen porque ser similares ni positivos. Por ello, cuando pensamos en las cosas qué tenemos, es bueno pensar qué hábitos, personas y logros mantenemos y cuales es mejor soltar y dejar marchar. En aceptar que algunas cosas han cambiado y que para perseverar en nuestros objetivos hemos adaptarnos a lo que ocurre en el momento. Que decir adiós a esas cosas no significa olvidarlas, sino aprender  a dejar ir el pedazo de ti que se quedó con ellas (en el pasado).

Recordad: avanzar es dejar de luchar por cosas que no tienen solución y dirigirnos a otros caminos que sí nos proporcionan bienestar. De esto también se trata vivir.

Escrito por David Blanco Castañeda.

Fuente: Psychology Today.

¿Cómo disminuir la fatiga mental?

Si la semana pasada hablábamos de en qué podía afectarnos desarrollar una fatiga mental excesiva, esta vez acercamos algunas de las medidas que podemos tomar para reducirla o prevenirla.

La mayoría de los trabajos de oficina conllevan una alta fatiga mental, necesitamos estar atentos y ser productivos durante las horas de nuestra jornada laboral. Sin embargo, mantener un nivel alto en este sentido puede afectarnos en múltiples aspectos. Si queremos que esta incómoda fatiga mental disminuya podemos comenzar a cambiar nuestros hábitos, aunque es importante tener en cuenta que si ya la estamos sufriendo tardará un tiempo en reducirse, sin embargo, estos hábitos también pueden prevenirnos contra el desarrollo de esta fatiga y sus consecuencias.

Aumenta tu bienestar físico

Una alimentación saludable, una hidratación adecuada y buscar tiempo para el ejercicio nos permitirá prevenir este efecto de sentirnos fatigados. El equilibrio físico nos puede proporcionar un mayor descanso mental o facilitar que este se produzca. Si bien es cierto que, como comentamos antes, el ejercicio físico se hace mucho más complicado cuando nos sentimos fatigados mentalmente, al ponernos en marcha aunque sea con paseos de corta duración, o subir escaleras en lugar de coger el ascensor, se produce un alivio de este excesivo esfuerzo mental que estamos haciendo.

Extraída de anabolic.co
Extraída de anabolic.co

Maneja la atención que prestas a tus pensamientos

Anteriormente hemos comentado que la causa principal de esta fatiga mental tiene que ver con sostener la atención de forma prolongada en el tiempo. La mayoría de los trabajos requieren de esto, en muchas ocasiones sin los descansos necesarios. Aún más, cuando tenemos los descansos necesarios, en muchas ocasiones no somos capaces de desconectar. Muchas veces un pensamiento se convierte en repetitivo e involuntario y vuelve una y otra vez a nuestra mente. La atención que prestamos a este tipo de pensamientos es agotadora. Este tipo de pensamientos suelen ser todo lo contrario a constructivos y en muchas ocasiones tienen que ver con algo que estamos postergando. Cuando es así, lo más útil, aunque también muy complicado, es pasar a la acción y dejar de posponer. Otras veces simplemente tienen que ver con nuestros miedos o expectativas. Aunque parezca imposible, tenemos la opción de plantearnos que “ya pensaremos luego sobre ellos”. Al hacer esto, reducimos la carga mental y de este modo la fatiga mental se reducirá.

Comienza a poner límites

En nuestras relaciones personales muchas veces podemos acabar cargándonos de más actividades de las que podemos o queremos abarcar, de esta forma, los tiempos de descanso se convierten en obligaciones también y necesitamos poner en ellas demasiado esfuerzo cognitivo. A veces nos es difícil decir que no a todo lo que nos proponen las personas que nos rodean, muchas veces incluyendo en el entorno laboral. Aprender a limitar nuestras obligaciones tanto dentro como fuera del trabajo repercutirá en aumentar nuestra capacidad y, lo más importante, será preventivo para nuestra salud mental.

Conoce lo que te da felicidad

La forma de recuperarnos de la fatiga mental que se puede producir en nuestro día a día muchas veces tiene que ver con comprometernos con las cosas que nos producen alegría o felicidad. Es posible que muchas veces ni siquiera sepamos qué son esas cosas, así pues, en ocasiones hay que empezar por hacer listas de acciones que nos dan felicidad. Una vez tengamos alguna lista, por pequeña que sea, de este tipo de cosas, lo mejor para aliviar la fatiga mental es incorporarlas en nuestro día a día, elegir siempre que podamos aquello que se acerque más a las acciones que nos proporcionan alegría.

En el post de la semana pasada ya comentamos los efectos negativos que la fatiga mental puede causar sobre nuestro bienestar y nuestras capacidades en la vida cotidiana. Poniendo algunas medidas para prevenir o mejorar esta fatiga mental puede hacer que nuestro día a día sea más llevadero. ¡Es el momento de empezar a ponerlo en práctica!

Fuente: http://www.huffingtonpost.com/leslie-davenport

Escrito por Lara Pacheco Cuevas

¡Alarma!: la toxicidad de nuestra relación ha llegado a su punto álgido

www.psicologiayneurociencia.com
www.psicologiayneurociencia.com

Relacionarnos con los demás no siempre es un plato fácil. En ocasiones, podemos toparnos con personas o relaciones con las que nos sentimos “escaldados”, a pesar de años de esfuerzo y de nuestra buena voluntad. De repente, relacionarnos con cierta persona nos resulta complicado: siempre que hablamos con ella quiere más, nada de lo que decimos parece servirle e incluso nos sorprendemos siendo parte de sus reproches y enfados. A veces puede soltarte alguna perla (“esta chaqueta te queda estupendamente. Pero cámbiate mejor el peinado, que pareces un pasmarote”), que si bien te parece bienintencionado en un primer momento, luego te sorprendes enfadándote por su contenido. La persona no parece notar tu disgusto; su perorata hostil (y sutil)  va dirigida a ti y a todos. Y el hecho de que tú lo pases mal no parece ponerle freno.

Llamamos relación tóxica a una relación cuando entre los implicados (que pueden ser una relación dual o formada por una mayor cantidad de  personas; una relación de pareja o también una relación de amistad o de trabajo) no hay una dinámica recíproca o igualitaria; una de las partes siempre suele estar en una posición privilegiada, necesitada de atenciones y deferencias de los demás; esa persona busca el control y una constante reafirmación de su posición, llegando a  minar la autoestima y la confianza de las personas que tiene a su alrededor. La dinámica con los demás es siempre ambivalente; puede llegar a herir a los demás pero les necesitan para que sus necesidades estén cubiertas. La otra parte siempre es la subyugada; es objeto de burla y/o de exigencias constantes, y suele estar disponible a los requerimientos de la otra persona. En ocasiones pueden darse características de las relaciones codependientes, pero no son necesarias. La principal diferencia con respecto a aquellas es que entre los implicados puede no haber una relación de dependencia entre las partes; es más bien la parte privilegiada la que necesita de la atención del subyugado, pudiendo prescindir de ella si no consigue lo que quiere de ella, y puede recurrir a sus componentes nocivos con cualquiera que pueda atender a sus necesidades (y se preste a ellas) en ese  momento, siendo un comportamiento generalizado y un estilo de comunicación. La parte subyugada, en este caso, es reemplazable; si bien se da en un contexto de relación interpersonal por el vínculo que tenemos con la persona “tóxica”.

Los comportamientos tóxicos pueden adoptar diversas formas. No hay uno solo. Uno de los más peligrosos es el llamado sutil o invisible; donde apenas somos conscientes de su existencia. En él, la comunicación está plagada de mensajes dobles del estilo del ejemplo del primer párrafo. Un mensaje inocente junto a uno hiriente, como si fuese un dulce envenenado. Otro sería en forma de vulnerabilidad; la persona necesita de los demás porque por si solos no se sienten capaces de hacer nada. Si no aceptas, utilizan la agresión pasiva; se comprometen a ayudarte en otro asunto esa semana pero no vuelves a saber de ellos en todo el mes. Luego están los querulantes, cuyas requerimientos, exigencias y descalificaciones se dirigen a todo el mundo (hasta que al final llegan hasta ti); nadie cumple con lo que ellos piden y se sienten desdichados e incomprendidos, sus comportamientos pueden pasar de una fina ironía y/o un  juicio enmascarado al ataque verbal manifiesto. Y por último están los maquiavélicos, con muchas de las características de la llamada tríada cognitiva, en la que los demás se convierten en un instrumento y no dudan en   utilizar la manipulación o la instigación para conseguir sus objetivos. En todas ellas hay un componente pasivo agresivo muy importante; en donde se elude la confrontación directa y su mensaje de resistencia, rechazo u hostilidad suele permanecer oculto.

¿Y qué podemos hacer si a nuestro alrededor vemos a alguien mostrando dichos comportamientos?. Lo principal es saber detectarlos y no sentirnos culpables si no podemos estar a todo lo que nos piden o no somos lo que ellos necesitan; en realidad sí lo somos, pero para que una relación sea sana, someter o someterse no puede ser una solución. Cada uno ha de encontrar un espacio para hacer peticiones y cumplir los requerimientos de la otra persona. Un entrenamiento en solución de problemas también ayudaría a la persona a conseguir sus objetivos de manera autónoma e individual. Y enfatizar una comunicación eficaz, sin mensajes dobles (siguiendo la máxima “di lo que sientes y siente lo que dices”) y con predominancia de mensajes yo (“yo me siento mal si tú me dices estas cosas. Me gustaría que no lo repitieras y así poder seguir comunicando con normalidad»), podrían ayudarnos a lidiar con estas personas y prestarles la ayuda adecuada que sí necesitan. Aunque puede que ninguna de estas opciones funcione, y por tanto, lo recomendable en ese caso será poner distancia y límites a la relación.

Escrito por David Blanco Castañeda

Fuentes: Huffington post, Diario El Mundo, psychology today, psychcentral. www.shurya.com.