Relacionarnos con los demás no siempre es un plato fácil. En ocasiones, podemos toparnos con personas o relaciones con las que nos sentimos “escaldados”, a pesar de años de esfuerzo y de nuestra buena voluntad. De repente, relacionarnos con cierta persona nos resulta complicado: siempre que hablamos con ella quiere más, nada de lo que decimos parece servirle e incluso nos sorprendemos siendo parte de sus reproches y enfados. A veces puede soltarte alguna perla (“esta chaqueta te queda estupendamente. Pero cámbiate mejor el peinado, que pareces un pasmarote”), que si bien te parece bienintencionado en un primer momento, luego te sorprendes enfadándote por su contenido. La persona no parece notar tu disgusto; su perorata hostil (y sutil) va dirigida a ti y a todos. Y el hecho de que tú lo pases mal no parece ponerle freno.
Llamamos relación tóxica a una relación cuando entre los implicados (que pueden ser una relación dual o formada por una mayor cantidad de personas; una relación de pareja o también una relación de amistad o de trabajo) no hay una dinámica recíproca o igualitaria; una de las partes siempre suele estar en una posición privilegiada, necesitada de atenciones y deferencias de los demás; esa persona busca el control y una constante reafirmación de su posición, llegando a minar la autoestima y la confianza de las personas que tiene a su alrededor. La dinámica con los demás es siempre ambivalente; puede llegar a herir a los demás pero les necesitan para que sus necesidades estén cubiertas. La otra parte siempre es la subyugada; es objeto de burla y/o de exigencias constantes, y suele estar disponible a los requerimientos de la otra persona. En ocasiones pueden darse características de las relaciones codependientes, pero no son necesarias. La principal diferencia con respecto a aquellas es que entre los implicados puede no haber una relación de dependencia entre las partes; es más bien la parte privilegiada la que necesita de la atención del subyugado, pudiendo prescindir de ella si no consigue lo que quiere de ella, y puede recurrir a sus componentes nocivos con cualquiera que pueda atender a sus necesidades (y se preste a ellas) en ese momento, siendo un comportamiento generalizado y un estilo de comunicación. La parte subyugada, en este caso, es reemplazable; si bien se da en un contexto de relación interpersonal por el vínculo que tenemos con la persona “tóxica”.
Los comportamientos tóxicos pueden adoptar diversas formas. No hay uno solo. Uno de los más peligrosos es el llamado sutil o invisible; donde apenas somos conscientes de su existencia. En él, la comunicación está plagada de mensajes dobles del estilo del ejemplo del primer párrafo. Un mensaje inocente junto a uno hiriente, como si fuese un dulce envenenado. Otro sería en forma de vulnerabilidad; la persona necesita de los demás porque por si solos no se sienten capaces de hacer nada. Si no aceptas, utilizan la agresión pasiva; se comprometen a ayudarte en otro asunto esa semana pero no vuelves a saber de ellos en todo el mes. Luego están los querulantes, cuyas requerimientos, exigencias y descalificaciones se dirigen a todo el mundo (hasta que al final llegan hasta ti); nadie cumple con lo que ellos piden y se sienten desdichados e incomprendidos, sus comportamientos pueden pasar de una fina ironía y/o un juicio enmascarado al ataque verbal manifiesto. Y por último están los maquiavélicos, con muchas de las características de la llamada tríada cognitiva, en la que los demás se convierten en un instrumento y no dudan en utilizar la manipulación o la instigación para conseguir sus objetivos. En todas ellas hay un componente pasivo agresivo muy importante; en donde se elude la confrontación directa y su mensaje de resistencia, rechazo u hostilidad suele permanecer oculto.
¿Y qué podemos hacer si a nuestro alrededor vemos a alguien mostrando dichos comportamientos?. Lo principal es saber detectarlos y no sentirnos culpables si no podemos estar a todo lo que nos piden o no somos lo que ellos necesitan; en realidad sí lo somos, pero para que una relación sea sana, someter o someterse no puede ser una solución. Cada uno ha de encontrar un espacio para hacer peticiones y cumplir los requerimientos de la otra persona. Un entrenamiento en solución de problemas también ayudaría a la persona a conseguir sus objetivos de manera autónoma e individual. Y enfatizar una comunicación eficaz, sin mensajes dobles (siguiendo la máxima “di lo que sientes y siente lo que dices”) y con predominancia de mensajes yo (“yo me siento mal si tú me dices estas cosas. Me gustaría que no lo repitieras y así poder seguir comunicando con normalidad»), podrían ayudarnos a lidiar con estas personas y prestarles la ayuda adecuada que sí necesitan. Aunque puede que ninguna de estas opciones funcione, y por tanto, lo recomendable en ese caso será poner distancia y límites a la relación.
Escrito por David Blanco Castañeda
Fuentes: Huffington post, Diario El Mundo, psychology today, psychcentral. www.shurya.com.