Cuando el trabajo se convierte en una obsesión: “el workaholismo”

Hace tan sólo unas semanas salía a la palestra informativa un dramático caso de esfuerzo y dedicación en el trabajo; Moritz Erhardt, becario de 21 años, fallecía tras una intensa jornada de trabajo de 72 horas de duración en el Bank of America de Londres. Los medios, conscientes del impacto y la excepcionalidad del caso, no tardaron en difundir y recordar cómo jornadas de 50 horas de trabajo semanal provocaban grandes consecuencias en la salud física, psicológica y social de los trabajadores, y como éste caso no era el primero; produciéndose en contextos en donde la persona coloca las metas de la empresa por encima de su propio bienestar, ya sea por iniciativa propia como impuesta por la empresa en donde se trabaja.

Así, no es de extrañar que muchos investigadores hayan hablado de términos como adicción al trabajo y adicto al trabajo (workaholism y workaholics, términos originales y acuñados por Wayne Oates) para caracterizar esta noticia, haciendo referencia a la necesidad compulsiva de la persona por trabajar, de modo que el trabajo se convierte en lo más importante de su vida, y relegando otras esferas (como la familia, los amigos o el ocio) a planos totalmente secundarios o casi inexistentes, con todo el deterioro que eso conlleva y asemejándolo en muchos puntos al alcoholismo.

La persona “workaholica” pasaría excesivas horas en su puesto de trabajo, siendo incapaz de desconectar una vez llega a casa; poniéndose inmediatamente a trabajar y descuidando incluso horarios de comida y sueño. Otros síntomas,  como el excesivo control en las tareas, la incapacidad para delegar en compañeros o un elevado estrés, se contarían entre sus características. Pero no todo es negativo; diversos autores destacan que no siempre una intensa dedicación al trabajo se traduciría en síntomas negativos para la salud, en tanto en cuanto no se produjera una pérdida de control  en la conducta de trabajar y permitiera la consecución de las metas organizacionales.

En este escenario, se ha difundido los resultados de una investigación, promovida por la Universidad de Kent, en la que se propondría que altos niveles de perfeccionismo unidos a altos niveles de motivación por la tarea, son los que podrían  llevarnos a una conducta workaholica. De esta manera, su autor, Joachim Stoeber, opina que aquellas personas con elevados estándares de perfección y desempeño (self-oriented perfectionism) y con altos niveles de motivación por su trabajo, estarían predispuestas a altos niveles de adicción al trabajo. Por el contrario, no cumplirían dichos requisitos aquellas personas que creen que los demás se mueven por estándares de perfección sólo cuando estos cumplen plenamente dichos estándares (socially prescribed  perfectionism).

Además, añade como agravante para desarrollar conductas workaholicas el hecho de que tus estándares se identifiquen plenamente con los objetivos a cumplir por la empresa, y la cualidad de que sea la persona capaz de auto-regularse a sí misma con su propio sistema de castigos y recompensas. Todas estas cualidades, positivas en un principio, se tornarían en negativas cuando la persona perdiera el control sobre su conducta laboral, con graves consecuencias en su vida cotidiana y realizando la conducta finalmente como forma de evitar su malestar.

Por ello, y ya que septiembre es una época de reinicio y de planteamiento de nuestros objetivos, no estaría de más plantearse la importancia de saber delegar y desconectar una vez cerramos la puerta de nuestro puesto de trabajo: nuestra vida y trabajo nos lo agradecerían

Fuente: Psych Central, 20 minutos, Huffington Post

Bibliografía: Stoeber, J., Davis, C. R., & Townley, J. (2013). Perfectionism and workaholism in employees: The role of work motivation. Personality and Individual Differences, 55(7), 733-738.

 

Escrito por David Blanco Castañeda.

Todos nos aburrimos

Todos nos aburrimos a veces. El aburrimiento aflora en nosotros cuando debemos hacer algo que no queremos hacer, así como cuando no podemos hacer algo que queremos.

Buscamos estímulos que nos den placer o satisfacción. Los nuevos aprendizajes activan en nosotros los circuitos del placer, sin embargo, al llegar a una “saciación” de la actividad, ésta deja de ser satisfactoria y comenzamos a aburrirnos.

Cuando nos sentimos aburridos, nuestro nivel de activación es mayor de lo que el entorno requiere y de esta forma emerge en nosotros esta sensación; el aburrimiento conlleva una lucha por mantener la atención en algo que no queremos.

Cuando estamos aburridos, no logramos concentrarnos más que en el propio paso del tiempo y no nos vemos capaces de entretenernos. Los psicólogos han desarrollado la llamada “Escala de Tendencia al Aburrimiento”, según la cual, podemos encontrar personas con más facilidad para encontrarse en esta situación que otras.

Las personas con mayor tendencia al aburrimiento suelen observarse más a sí mismas y ser más impulsivas. Se ha encontrado que aquellos que puntúan más alto en esta escala, también puntúan alto en síntomas de somatización, ansiedad, depresión y trastorno obsesivo compulsivo (aunque esta relación seguramente sea bidireccional, no por estar aburrido te deprimes, sino que también al sentirte deprimido te aburres).

¿Qué podemos hacer contra el aburrimiento?

Hay un tipo de personas que se aburren menos, ¿por qué? Son aquellas que tienen una mayor “necesidad cognitiva”, estas personas buscan respuestas sobre lo que ocurre a su alrededor y tienden a dirigir su atención a resolver problemas mentales. Cuanto más nos comprometemos en actividades cognitivas, menor será nuestra tendencia a aburrirnos. Cosas tan simples como fantasear puede reducir nuestra sensación de aburrimiento, pero también podemos hacer actividades que nos gusten y que nos hagan pensar o resolver cualquier tipo de problemas, más o menos sencillos (ya sean los clásicos pasatiempos, jugar a videojuegos, leer un libro o redecorar nuestra casa…).

Aún así, es probable que se den situaciones en las que el aburrimiento sea inevitable. Para combatirlo también podemos sintonizar nuestra activación interna con nuestro entorno. Con simples ejercicios de relajación, la sensación de aburrimiento será menos invasiva y lograremos un mayor bienestar.

Fuentes: psycnet.apa.org, dors.it, amsciepub.com, sciencedirect.com.

Escrito por Lara Pacheco Cuevas

La teoría de la emoción que no funcionó

En 1884, James y Lange  formularon una teoría sobre la emoción completamente revolucionaria. Hasta ese momento, en términos generales, se suponía que la emoción se elicita a través de la percepción. Una vez sentida esta emoción, las personas tenemos una reacción fisiológica. Así, al percibir algo temido, sentimos miedo y posteriormente aunque de forma inmediata nuestros músculos se tensan, se nos seca la boca y aumenta el latido cardiaco.

En su nueva teoría de la emoción, James y Lange proponían un nuevo modelo. Al procesar conscientemente que algo nos da miedo, lo primero que se activa en nosotros es la reacción fisiológica y después nos decimos “debo estar asustado”.

Esta nueva propuesta fue en efecto revolucionaria y esto despertó que la comunidad científica se enfrentara entre diferentes posturas sobre la generación de las emociones. Sin embargo, la conclusión de este debate llegó de la mano de Cannon y su discípulo Bard. Los estudios que llevaron a desterrar la teoría de James-Lange se basaron en estimulación eléctrica cerebral (esa misma que Penfield usaba para describir el funcionamiento de la corteza motora). Durante las operaciones, además de llevar a cabo lo necesario para que el paciente en concreto mejorara, se les estimulaba la zona del tálamo, la cual se suponía que guardaba alguna relación con la emoción. Descubrieron de este modo que así era. Los pacientes lloraban desconsoladamente o reían. Sin embargo, ante estas respuestas no manifestaban sentir esa emoción, simplemente; no sabían explicar por qué estaban llorando o riendo.

Esto, claramente, hacía que la teoría de James no terminara de cuajar. Cannon le hizo duras críticas y la revolucionaria teoría de la emoción de James-Lange pasó a las páginas de la historia. Hoy por hoy, está bastante definido que existen dos vías de procesamiento de la emoción, una encargada la emoción percibida y otra que elicita las respuestas fisiológicas. Serían vías paralelas que también se comunican entre sí, luego podríamos decir que la emoción y la activación fisiológica se producen a la vez.

Aunque puede parecer sólo cuestión de historia, aún hay muchas preguntas sobre cómo las personas percibimos, controlamos y manifestamos la emoción que no tienen una respuesta clara, así que aún a día de hoy podríamos encontrar una nueva teoría de la emoción que revolucione nuestra comprensión en este aspecto.

Fuentes: Psychological Review, American Journal of Psychology.

Escrito por Lara Pacheco Cuevas

Las vacaciones perfectas para reducir el estrés

Si nos planteamos la vorágine de cosas que hacemos en el día a día; y miramos el calendario por estas fechas, no podemos no anticipar nuestras vacaciones. Llevamos meses esperando este momento, por todo lo que significa de ruptura con respecto a la rutina diaria. Y nos asalta una duda, ¿serán suficientes para oxigenarnos del estrés?. ¿Volveremos a casa y al trabajo realmente descansados?

Así, hemos recogido una serie de sencillas claves para sacar el máximo partido a nuestras vacaciones, de acuerdo a los estudios que han propuesto diversos autores sobre este tema  y tras observar  la efectividad del periodo vacacional  para disminuir el estrés en nuestra salud física y psicológica. Las más importantes son:

–          Coger cortos periodos de vacaciones (de entre 7 a 10 días de duración) y repartidos a lo largo del año que un único periodo largo en todo el año (de 10 días en delante de duración). Según los estudios, se encuentran los mismos efectos positivos en unas vacaciones de 8 días que en una de 15, si bien  la probabilidad de sufrir el llamado “Síndrome Post-Vacional” (con síntomas de irritabilidad, fatiga y desmotivación) es mayor con un período largo de vacaciones.

–          Realizar pequeñas y espontáneas escapadas de fin de semana, que signifiquen algo distinto a lo que habitualmente hacer y que impliquen cumplir metas, deseos  e intenciones (sendas en la montaña, torneos de paintball o visita a parques temáticos)

–          Retrasar una mañana la vuelta a la rutina una vez hayamos hecho el viaje de regreso al hogar. ¿Con qué?. Realizando actividades que se hicieron en las vacaciones y que puedas introducir en tu cotidianidad (leer el mismo libro que comenzaste en la playa; prepararte un delicioso desayuno como aquel que probaste en el hotel donde te hospedaste, hacer una rutina diaria de ejercicio como los paseos que hacías a orillas del mar…)

–          Hacer algo intenso y  diferente en los últimos días de tus vacaciones, sea cual sea la duración total de ellas. Esto responde a la idea de “the peak end rule”; propuesta por Kahneman y Redelmeier; efecto en donde se observa cómo  nuestra memoria tiende a recordar y juzgar los acontecimientos según la novedad y la finalización de los mismos.

–          Dejar fuera de las vacaciones aquellas cosas no imprescindibles y que te recuerden de algún modo a tu vida laboral cotidiana (la agenda, prendas que utilizas en tu lugar de trabajo, no mirar la bandeja de entrada de tu correo durante unos días…)

–          Anticipar las escapadas a largo plazo y evitar una planificación excesiva de las  mismas, teniendo en cuenta, por supuesto, el tipo de viaje que queramos confeccionar.

Así, en definitiva, los expertos coinciden en definir el rélax perfecto como algo regular, distinto y no demasiado largo…¿cómo definirías tus vacaciones ideales? ¿Se te ocurre alguna sugerencia para añadir a las propuestas en este artículo?.

Fuente: psycentral; la nación.com; about.com.

Escrito por David Blanco Castañeda

Crecer manejando la ansiedad (II)

Como te contamos el post anterior, la ansiedad es un síntoma frecuente en la infancia y la adolescencia. Del 10 al 20 % de los niños en edad escolar experimentan este tipo de síntomas. Para ayudar a tu hijo o hija a manejarla, a continuación te damos nuevos consejos para añadirlos a tu mochila de recursos junto con los de la semana anterior.

Cuídate para que ellos se cuiden. Nuestros hijos nos imitan. Así que si enfrentamos nuestros miedos, nuestros hijos también lo harán. Si reservamos momentos para cuidarnos a nosotros mismos y nuestras necesidades, nuestros hijos lo aprenderán. Si somos capaces de extraer lo positivo, nuestros hijos también lo harán. Los niños aprenden observando el comportamiento de sus padres. Así que cuando se trata de pensar sobre el bienestar psicológico de tu hijo, piensa en el tuyo también.

Premia los comportamientos valientes. Si tu hijo se enfrenta a sus miedos, anímalo y recompénsale con un premio. Éste no tiene porqué ser material, recuerda que un abrazo y unas palabras agradables son el mejor regalo.

Ayúdales con una buena higiene del sueño. Establece unos horarios para ir a la cama y unas rutinas antes de dormir, tales como leer un cuento. Esto le ayudará a hacer una transición entre las actividades del día y la posición de reposo necesaria para conciliar el sueño.

Fomenta que exprese sus miedos. Si tu hijo te dice que está preocupado o asustado, no le digas “no lo estás” o “no seas cobarde”. Por el contrario, es recomendable que le des valor a la experiencia de tu hijo diciéndole “sí, parece que está asustado, ¿qué te preocupa?” y dialoga con él o ella acerca de sus emociones y miedos.

Ayúdale con la resolución de problemas. Una vez hayas validado las emociones y demostrado que entiendes lo que está sintiendo y hayas escuchado lo que tiene que decir, puedes ayudarle a solucionar los problemas. Esto no quiere decir que seas tú el que lo solucione. Significa ayudar a tu hijo a identificar posibles soluciones. Si tu hijo puede generarlas él sólo, estupendo. Si no es así, no pasa nada, puedes darle algunas ideas y que él o ella escoja la que piense que puede ser mejor.

Practica ejercicios de relajación con tus hijos. A veces algunos ejercicios muy básicos de relajación son útiles para ayudar a tu hijo a que reduzca su ansiedad. Coge sus manos y mirándoos a los ojos, respirad despacio profundamente a la vez. También puedes ayudarle a imaginar un sitio que sea agradable para él o ella, así con los ojos cerrados podéis pasear juntos por la playa o el bosque.

Fuente: Psychology Today

Escrito por: María Rueda Extremera

Crecer manejando la ansiedad (I)

La ansiedad es un síntoma muy frecuente que seguramente todos nosotros hemos experimentado o lo haremos en algún momento de nuestra vida. Los niños y adolescentes tampoco están exentos de enfrentarse a esas sensaciones tan desagradables en momentos puntuales, lo cual no significa la presencia de un trastorno. ¿Cómo puedes ayudar a tus hijos a reducir la ansiedad y el estrés? Aquí te damos algunos consejos que iremos ampliando en un siguiente post:

Anímalos a enfrentar sus miedos. Cuando una situación nos produce miedo tendemos a evitarla. Evitar este tipo de situaciones hace que la ansiedad se mantenga. En cambio, si ayudamos a que el niño se enfrente a sus temores, aprenderá que la ansiedad se reduce naturalmente por sí sola con el tiempo.

Transmíteles que está bien ser imperfecto. En ocasiones creemos que es necesario que nuestros hijos tengan un gran éxito en los deporte, el colegio y demás actividades que realizan. Pero algunas veces olvidamos que los niños necesitan ser niños, y transmitimos que deben ser los mejores, olvidando que lo importante es disfrutar de aprender. Esto no quiere decir que no les inculquemos el valor del esfuerzo, sino que debemos animar a nuestros hijos a que trabajen duro y a la vez acepten, y aceptar nosotros sus propios errores y dificultades.

Céntrate en lo positivo. Frecuentemente los niños que sufren ansiedad y estrés pueden perderse en pensamientos negativos y ser muy autocríticos, viendo el vaso medio vacío en lugar de medio lleno y preocupándose en exceso por el futuro. Cuanto más te centres en los atributos buenos de tu hijo y los aspectos positivos de una situación, más le ayudaremos a ser positivo.

Planifica actividades relajantes. Los niños necesitan tiempo para relajarse y ser niños. Por desgracia, a veces incluso actividades divertidas, como los deportes, pueden llegar a estar más enfocadas en el éxito que en la diversión. En cambio, es importante asegurarse de que tu hijo juega para pasarlo bien. Puedes introducir momentos de ocio, en los que jugar con el único objetivo de pasar un rato agradable y divertido.

A lo largo de la vida todos nos vamos a encontrar con dificultades que nos generarán ansiedad, facilitarle a tu hijo o hija herramientas útiles para manejarla es una pieza más de ese puzle tan complejo y bonito que es educar.

Fuente: Psychology Today

Escrito por: María Rueda Extremera

Yo tengo un trastorno mental

Según la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), una de cada cinco personas en edad de trabajar sufren un trastorno mental. La prevalencia de sufrirlo en algún momento a lo largo de la vida es el doble. Esto implica que el riesgo de que cualquiera de nosotros lo experimente es alto para todos y todas.

Sin embargo, todavía parece difícil tratar este tema con la misma normalidad que tratamos otros tipos de sufrimiento. El presidente Obama lo explicaba con bastante acierto este lunes (3 de junio de 2013).

Sabemos que la recuperación es posible, que existe ayuda; pero como sociedad aún pensamos sobre la salud mental como diferenciada de otros tipos de salud. Vemos anuncios en televisión sobre todo tipo de temas de salud, algunos de ellos muy personales y todavía susurramos sobre los temas de salud mental y evitamos hacer muchas preguntas

Estos susurros son la sombra del estigma que sufren las personas con trastornos mentales de diversos tipos. El estigma de una persona por sufrir depresión, esquizofrenia, ansiedad generalizada, o cualquier otro trastorno lleva a la vergüenza y a la culpa. Se convierte en autoestigma y reduce las posibilidades de buscar ayuda. Reduce la confianza en uno mismo, la sensación de poder hacer algo al respecto e incluso de poder contar a los demás lo que ocurre. El estigma es una etiqueta negativa que colgamos a alguien que pertenece a un grupo externo a nosotros. El que lleva esa etiqueta nos asusta, nos enfada, no lo entendemos.

Sufrir un trastorno psicológico es un evento vital que nos transforma de la misma forma que los demás eventos. Ese que lo sufre no es distinto a ti. Nadie quiere tener un trastorno de este tipo, nadie quiere mantenerlo. Tiene la misma culpa de sufrirlo que la que tiene una persona que sufre de apendicitis o de cáncer. El estigma sufrido es un peso extra en la recuperación.

Ya que el estigma se basa en que son ellos frente a nosotros, no debemos olvidar que “ellos”, los que llevan la etiqueta, pueden ser nuestra madre, nuestro hermano o nuestra hija. “Ellos” pueden ser tú, o yo.

 

Fuentes: ocde.org, whitehouse.gov, Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría (López et al, 2008)

Escrito por: Lara Pacheco Cuevas

 

Vulnerabilidad al Estrés y Riesgo de Enfermedades Cardiovasculares: ¿Relación perfecta?

Tabaco. Edad. Sexo. Colesterol alto. Presión arterial. ¿Estrés? ¿Crónico, o eventos concretos? ¿Personalidad de Tipo A? ¿Hostilidad? ¿Estilo de vida?. En efecto, son muchas las investigaciones recientes que intentan esclarecer qué variables constituyen el predictor exacto a la hora de sufrir una enfermedad cardiovascular, sin conseguir ninguna dar la respuesta definitiva, ante el intrincamiento y la imposibilidad de aislar la influencia de cada una de las variables en estos accidentes tan dañinos para nuestra salud.

Así y todo, la Sociedad Europea de Cardiología recogía esta semanas un interesante estudio realizado en Dinamarca sobre la influencia del estrés en el riesgo cardiovascular. La investigación no era moco de pavo; con alrededor de 11.000 personas de muestra y con un diseño longitudinal con  15 años  de seguimiento, los investigadores intentaban lanzar un poco de luz a esta cuestión. Y los resultados no han podido ser más alentadores; según ellos, las personas que se consideraban más vulnerables mentalmente a los efectos del estrés (definidos como “personas con tendencia a experimentar síntomas psicosomáticos y tener reacciones interpersonales inadecuadas”) eran más propensas a sufrir ataques cardiovasculares fatales o no fatales que aquellas personas con una estrategia de afrontamiento distinta y sin sentir esa vulnerabilidad psicológica al estrés.

Los investigadores, encabezados por el doctor Anders Borglykke, se muestran satisfechos con los resultados, pero según sus palabras: “muchas variables han sido enunciadas ya como predictores de estas dolencias, pero si las introducimos en un contexto más amplio, poco o nada contribuyen a la predicción real de riesgo”, por lo que pide sosiego y más investigación. Según el autor, la vulnerabilidad mental al estrés puede ser comparada con los cinco predictores básicos (puestos en negrita al comienzo de este texto) y establecerla como indicador en aquellos casos en los que no puedan explicarse sólo por ellos, y constituir así una nueva clave a tener muy en cuenta. Además, relaciona su “nueva clave” con el estrés crónico, y  reflexiona sobre cómo trabajar sobre ella para paliar y prevenir sus efectos….con todo, un estimulante comienzo para futuras aproximaciones.

Escrito por David Blanco Castañeda

Fuente: www.Psychcentral.com;  European Society of Cardiology.