Cómo caer de pie en un mal día

Extraída de www.infinite-beyond.com
Extraída de www.infinite-beyond.com

Te levantas, vas a coger el bus y se te escapa, dejándote con la puerta cerrada en las narices. Y llegas tarde. Discutes con tu pareja por un conflicto que llevas días renqueando, y lo sueltas en un momento no del todo oportuno. Y se lía. O recibes una llamada cualquiera, que no es cualquiera, porque está cargada de malas noticias. La vida está llena de esos días, días grises en los que preferirías no haberte levantado y con los que las personas sufrimos “el estrés gota a gota”, un estrés diario y que puede impactar de una manera más profunda que acontecimientos traumáticos y por los que es importante tomarse un descanso, tomar distancia y relativizar. Un esfuerzo diario que pone a prueba tu capacidad de afrontamiento y resiliencia. Y que no es tan fácil como parece.

En esos días abunda el comportamiento de profecía autocumplida. Tenemos una idea de lo que va ocurrir y ponemos todos nuestros esfuerzos en que así sea. En nuestra cabeza sobrevuelan frases ciertamente destructivas en las que dudas de ti mismo, de lo que puede ocurrir y está plagada de “isismos”, preguntas catastróficas circulares que a pesar de ser improbables nos las creemos por el malestar interno que sentimos. Ponemos en boca de los demás nuestras críticas y todo nos lo tomamos a lo personal. Buscamos de manera insistente mil y un hechos que confirmen lo que tememos (y restringimos y no hacemos caso a cualquier ejemplo que lo falsee). Nos desconectamos de los demás y de todo y sólo estamos a tu revoltijo interno, y lo peor: nos creemos que ese día es el preludio de la pesadilla y anticipamos un infierno similar por siempre jamás. Ante dicha perspectiva, no nos queda otra que deprimirnos, con efectos claros para nuestro desempeño diario.

La alternativa no es otra que una buena caja de primeros auxilios en forma de hábitos y buenos consejos. Los días malos son inevitables y es en ellos donde podemos entrenarnos para sobrellevar los sinsabores de la vida. Abrimos nuestra cajita particular y os proponemos lo siguiente:

  1. En malos días no se toman decisiones importantes. En un mal día nuestra capacidad de razonamiento puede verse influenciada por ese estado de ánimo y puede llevarnos a tomar decisiones más por el estado en sí que por que realmente la decisión sea una buena idea. En ese sentido, darnos unos días para recuperar la calma puede ayudarnos a tomar distancia de estos estados y entender lo pasajeros y engañosos que resultan.
  2. Practica la indulgencia y valida lo que sientes. Trátate con respeto, cariño y dignidad y no cometas el error de quitarte importante y decir que eres un blandengue. ¡Eres un blandengue (a veces), acéptate y sigue hacia delante! ¡No hay nada de malo en ello!. Ajusta tu ritmo y tu capacidad a tus necesidades. Paradójicamente, aumentarás tu autoestima y autoconcepto.
  3. Enfoca tu atención a lo que realmente se puede solucionar. Focalizarse en todas las cosas que no salen aparte de retroalimentar nuestro estado como la pólvora no nos centra en la solución constructiva ni en la oportunidad que supone esa situación para aprender.
  4. Cuidado con tapar. Muchas veces, un mal día puede ser una excusa para volver a viejos hábitos nocivos (fumar, beber, comer compulsivamente, hacer acciones impulsivas) que además de no conseguir calmarnos, puede colocarnos en situaciones de riesgo contraproducentes para nuestra salud. Buscar ratos para estar sol@ y entender que nos está pasando no ayuda a comprendernos y relativizar nuestros males.
  5. Ábrete a los demás. Tan bueno es tener ratos de reflexión y recogimiento como saber escoger personas y momentos con tus allegados para desahogarte y desconectar. Sobre todo, a personas que no les da miedo sus propias vulnerabilidades y saben acoger las de las demás. Evita las enjuiciadoras y las que pretenden solucionar tu vida, ¡sólo quieres que te escuchen!
  6. Automedícate con ejercicio y descanso. Una buena cura de sueño (dormir unas ocho horas), permitirse descansar y hacer una tanda de ejercicio suave a la semana puede ayudarnos a oxigenarnos y adquirir hábitos saludables básicos para nuestro equilibrio mental. ¡No hay mejor medicina que cuidarnos un poquito!
  7. Practica las habilidades metacognitivas. Dichas habilidades tienen que ver con la capacidad de reflexionar sobre nuestros propios estados mentales y emocionales. Comprender que todos tenemos malos días donde nuestra manera de percibir la realidad está distorsionada y saber que esa sensación sólo es algo puntual y que no refleja lo que puedes hacer ni lo que sentirás el resto de tu vida.

Ya sabes, en estos días no vale querer hacer mil cosas para compensar lo que nos está pasando. ¡Ya es suficiente con eso! Saber reconocerlos y practicar la calma es una gran alternativa válida….¡Ten un buen día regular!

Escrito por David Blanco Castañeda

Fuente: Psychology today.

Psicología y tatuajes: algunos datos curiosos

En la actualidad, es cada vez más frecuente encontrar personas con tatuajes en tamaño y cantidad variable. Múltiples estudios señalan la generalización del uso de los mismos en el último siglo, de forma que a día de hoy ya no nos invita a pensar sobre la talla moral del que los lleva, sino que nos despierta curiosidad por el significado, o la historia de ese tatuaje. ¿Qué dice la psicología de los tatuajes?

psicologia del tatuaje

1. Mejorarse a uno mismo

Los tatuajes son una forma de vernos más atractivos y que las personas que nos rodean se den cuenta de los mismos en el mismo sentido. De algún modo, las personas que se tatúan pueden verlo como una manera de decorar el lienzo en blanco que es su cuerpo. Llevando una pequeña obra de arte en el cuerpo, hará que éste sea por sí mismo más bello.

2. Sentido de pertenencia

Está en nuestra naturaleza que nos sintamos cómodos clasificándonos en algún grupo social. Los tatuajes en este sentido han servido tradicionalmente, y posiblemente sigan haciéndolo ahora. Las bandas, los militares y especialmente los de marina, son grupos que han utilizado los tatuajes para enmarcarse con más intensidad en un grupo social correspondiente. Actualmente, no tiene por que ser sólo en grupos tan claros, sino simplemente a un grupo social más difuso. Si tienes un tatuaje y coincides con una persona que luce otro con el mismo estilo, seguramente sientas cierta conexión con esa persona.

3. Menor ansiedad ante la muerte

A menudo, cuando alguien se hace un tatuaje, se le pregunta qué va a pasar cuando sea una persona mayor y la piel esté menos tersa. Seguramente, quien se tatúa ha pensado sobre ello y lo tiene en cuenta, pero ha decidido que en este momento de su vida, lo que ocurra con su piel dentro de muchos años no le importa hoy.

En las personas con tatuajes, es más importante el momento presente, tienen menos posibilidades de preocuparse demasiado sobre el futuro. No es que hacerte un tatuaje vaya a reducir el miedo a morir, simplemente estas ideas estarán menos presentes en las personas que lo hacen.

4. Búsqueda de sensaciones y riesgos

Relacionado con lo anterior, se ha identificado que las personas que se realizan un tatuaje tienen una tendencia mayor a asumir riesgos. Por ejemplo, como media, las personas con tatuajes tienen más tendencia a fumar, por lo que este vivir más en el presente también implica una posibilidad mayor de asunción de riesgos a largo plazo. La búsqueda de nuevas sensaciones es un rasgo de personalidad que también está más presente en las personas que se tatúan. En parte, el sentir una aguja perforando la piel es también una situación muy novedosa y que causa sensaciones desconocidas.

5. Singularidad

En un estudio prospectivo sobre personas que se iban a hacer un tatuaje, se midieron los niveles de autoestima, de ansiedad social corporal y de singularidad que percibían de sí mismos. Inmediatamente después de hacerse el tatuaje, se observó que estas autovaloraciones mejoraban, de modo que puede ser interesante plantearse que muchas personas busquen esa sensación de ser únicos al hacerse un tatuaje, o incluso que sirva como un impulsor positivo para personas que no se sienten demasiado a gusto con su propio cuerpo.

Sin embargo, en este estudio se señala que esta mejora sobre la ansiedad social corporal en las mujeres que se hicieron un tatuaje dejó de ser positiva al cabo de tres semanas, mientras que se mantuvo en los hombres.

6. Adicción

Seguramente, al ver a una persona con muchos tatuajes, has podido escuchar que al final se convierte en un comportamiento adictivo. Tomado como algo que puede ser repetido y satisfactorio, quizá, pero en otra serie de componentes es totalmente opuesto a los comportamientos relacionados con la adicción. Para lograr hacerse un tatuaje es necesario invertir mucho tiempo y dinero, y el proceso puede ser largo y muy minucioso.

Incluso, en personas que se están recuperando de alguna adicción, los tatuajes pueden ser una herramienta. En algunas ocasiones, en servicios de recuperación de adicciones se propone realizar un tatuaje en recuerdo y representación del proceso de dejarlo. Sirve como un recordatorio y un orgullo de haber logrado escapar de la adicción.

7. Actividad sexual

Según un estudio de la Universidad de Silesia, las personas con tatuajes, son más activas sexualmente que las personas sin tatuajes, en un grupo de edad de entre 20 y 35 años. En este estudio encontraron que las personas con tatuajes habían iniciado antes su actividad sexual. Además, se observó que mantenían más frecuentemente relaciones sexuales con sus parejas.

Sin embargo, no es relevante el tener tatuajes para la orientación sexual, ni para las conductas sexuales de riesgo.

Ya que en los últimos años el realizarse un tatuaje ha cambiado tanto su significado, desde la psicología se puede aportar mucho conocimiento de si existen unas características específicas de aquellas personas que deciden hacerse o no hacerse un tatuaje.

Fuente toptenz.net

Escrito por Lara Pacheco Cuevas

Si te haces autosabotaje, puede tener origen en tu infancia

Los comportamientos que realizamos cada día han sido aprendidos en la infancia, por tanto, la manera en la que hemos sido tratados en esta etapa puede influir sobre muchas de las actitudes que contribuyen al autosabotaje provienen de una infancia tóxica. Lo que suele ocurrir, sin embargo, es que cuando no hemos tenido una infancia precisamente feliz, es habitual que se tienda a dejarla atrás y tratar de asumir un enfoque de “lo pasado pasado está”, ya que hemos sobrevivido, nos decimos, no nos centremos más en ello.

Pero estos comportamientos son frecuentemente inconscientes, y no es hasta que comenzamos un proceso de recuperación que no comenzamos a tomar conciencia de que es en esa etapa donde tienen su origen y por tanto para aprender a enfocar de otra manera las situaciones en las que actualmente nos comportamos de forma tóxica hacia nosotros mismos, al menos debemos atender a esa infancia dolorosa. El primer paso, es conocer los patrones que estamos teniendo.

Conociendo los patrones de autosabotaje:

1. Estás motivado por el miedo al fracaso

Los psicólogos Andrew Elliott y Todd Thrash propusieron una teoría psicológica sobre si para orientar nuestros objetivos nos motivamos por el enfoque o por la evitación. Cuando nos enfocamos a los objetivos, pensamos como podremos hacerlo, las formas en las que solucionar los posibles contratiempos, qué habilidades necesitaremos y una cierta ilusión a nivel emocional por el hecho de lograrlo. Por otro lado, cuando nos enfocamos desde la evitación, sólo pensar en el objetivo te llena de terror, y tienes la certeza de que vas a fracasar y terminarás haciendo el ridículo.

Foto extraída de medium.com
Foto extraída de medium.com

Es frecuente que las hijas que han tenido una madre muy crítica o muy exigente eludan los desafíos, ya que el precio a pagar por no conseguirlo es demasiado alto, de modo que es fácil transmitir el miedo al fracaso a los hijos. Además, los hijos de padres o madres narcisistas podrían temer la vergüenza asociada a no conseguirlo, aún conociendo que lograr el orgullo de sus padres tiene unas gratificaciones.

2. Constantemente te cuestionas a ti mismo

Si durante la infancia te dijeron que no eres lo suficientemente bueno, es habitual llegar a la edad adulta preguntándote si tu madre tenía razón, a pesar de haber conseguido algunos logros evidentes. Estos cuestionamientos constantes pueden llevar a patrones de rumia cognitiva; pensamientos repetitivos que pueden bloquearte, impedirte tomar decisiones y sentir mucho malestar. Se podría también relacionar con lo que se ha llamado “el síndrome del impostor”, una sensación persistente de que eres un fraude a punto de ser descubierto y de que los logros objetivos son sólo pura suerte y no un reflejo del esfuerzo que has invertido en ellos.

3. Siempre te autocriticas

Cuando las cosas van mal en tu vida, o te equivocas, ¿culpas siempre a tus defectos y debilidades? ¿Das importancia a hechos externos a ti que pueden influir sobre tus propios errores y situaciones negativas de tu vida? Un exceso de autocrítica hace que atribuyamos los fracasos exclusivamente a las propias imperfecciones, dejando claro que no eres lo suficientemente bueno para una relación, un trabajo, o cualquier otro logro positivo.

4. No confías en tus propias percepciones

A muchas hijas criadas por madres excesivamente críticas o narcisistas se les ha dicho muchas veces a lo largo de su vida que han entendido mal lo que se les dijo, que son demasiado sensibles o dramáticas. Cuando este ha sido un mensaje frecuente en la infancia, es probable que te creas en la vida adulta que es totalmente verdad. Es fácil que termines por cuestionar la propia percepción de la realidad, de los eventos ocurridos, de las explicaciones de los mismos y de cómo te sientes al respecto. Esto, desgraciadamente, alimenta comportamientos autodestructivos y de autosabotaje, además de contaminar el propio sentido de quién es uno mismo.

5. No usas tus sentimientos para informar de tus pensamientos

Muchos niños criados en hogares tóxicos, entierran sus sentimientos para sobrellevar las situaciones de abuso verbal. Se arman para no responder (ni sentir) a estos ataques, que hacen que parezca un entorno más seguro. En ocasiones, pueden llegar a la conclusión de que sentir es algo doloroso. Otros, por otra parte, se inundan de la emoción y no son capaces de enfrentarla. Con estos patrones en la infancia, en la edad adulta se mantendrán estas creencias, o dará lugar a la confusión de emociones, no saber distinguir entre enfado y miedo, vergüenza y dolor, u otra variedad de confusión emocional.

Con aprendizajes más sanos en la infancia, los sentimientos son muy valiosos para refinar estrategias de acción, comunicar deseos y necesidades, así como comprender las emociones expresadas por los otros.

6. No logras manejar las emociones

Cuando hemos tenido una madre emocionalmente distante o no disponible, o que simplemente no está interesada en responder emocionalmente a los hijos, da lugar a una falta de manejo emocional. Tener una madre sintonizada emocionalmente nos enseña a calmarnos a nosotros mismos, así como conectar con los demás en esos momentos. No ser capaz de manejar las emociones negativas también conduce a métodos de afrontamiento contraproducentes y que alimentan una mayor ansiedad.

Estrategias para abordar el autosabotaje

El primer paso necesario, como hemos estado describiendo hasta ahora es el reconocer los patrones de autosabotaje que nos están ocurriendo, frecuentemente de forma inconsciente. Para el conocimiento de ellos, además, es útil rastrear qué fuentes de origen en la infancia alimentan un comportamiento de este tipo. Después de esto, hay varios abordajes que se pueden realizar.

1. Hacer frente al miedo al fracaso

Concentrarse en reforzar la propia capacidad en lugar de mantener el enfoque hacia el posible fracaso puede ayudar a cambiar el habla interna sobre la manera en la que nos enfrentamos a los retos. Pensar en estos retos, y valorar de donde proviene el miedo a afrontarlos, seguido de un acto sistemático de poner en duda los argumentos sobre el peligro del fracaso, identificando cuánto de esto forma parte de un discurso tóxico y sobreaprendido. Esto es una manera de afrontar este miedo, aunque desgraciadamente, que desaparezca es poco probable, en un primer momento.

2. Detener la rumiación

Si te involucras profundamente en alguna tarea, es más fácil parar los pensamientos de duda y con formato rumiativo. Incluso el planificar lo que puedes hacer para buscar un objetivo puede lograr detener este patrón que tanto paraliza y daña. También es posible disminuir las preocupaciones sumergiéndonos más en ellas, pensando en lo peor que podría pasar e imaginando la catástrofe, en lugar de quedarnos sólo en los “y sis”. Incluso, dedicar un tiempo en la semana a concentrarse únicamente en estas preocupaciones puede ayudar.

3. Analiza la autocrítica

Cuando algo nos sale mal y emocionalmente nos sentimos sobrepasados y sólo podemos contarnos todo lo terribles que somos para explicar este error, podemos intentar parar este patrón y centrarnos en el análisis de qué salió mal para que finalmente no lográramos lo que nos habíamos propuesto. En un análisis más frío, quizá consigamos repartir responsabilidades entre nosotros, otras  personas, el contexto, el momento e incluso el azar. De esta forma, sólo somos un factor más en el error, lo cual es normalmente lo más acertado, además de menos doloroso.

4. Cuestiona la desconfianza de tus propias percepciones

Cuando comienzas a dudar de la manera en la que interpretas la realidad, enumera tres razones por las que dudar y tres por las que no dudar de lo que estás interpretando. En estas razones, busca cuánto de lo que te han dicho en tu familia está influyendo sobre las mismas. Una vez hecho esto, puede que descubras que las respuestas automáticas de auto-duda no son tan convincentes, además, nos impiden ver nuestras propias necesidades y capacidades correctamente.

5. Comienza a tratar tu reactividad

El esfuerzo para lograr esto, después de años de aprendizaje en el sentido inverso, ha de ser mucho y es complicado. De nuevo se trata de reconocer qué situaciones producen reacciones emocionales demasiado fuertes y aplicar técnicas que te sirvan para calmarte a ti mismo. Lucha con la sensación de inadecuación que te pueden producir situaciones incluso cotidianas. Planifica de qué forma puedes manejar tus respuestas sobreaprendidas antes de encontrarte en las situaciones.

Con estos abordajes, en resumen, puedes aprender a cuidarte y protegerte a ti mismo, sustituyendo lo que desgraciadamente tu madre no supo o no pudo hacer, y lograr aprender de un pasado doloroso en lugar de sólo sobrevivir y huir hacia adelante.

Adaptado y traducido de Psychology Today

Escrito por Lara Pacheco Cuevas

El estrés agudo infantil aumenta la vulnerabilidad a la enfermedad

Los traumas o el estrés temprano en la vida pueden alterar el desarrollo normal. Estas deficiencias debilitan todos los aspectos del crecimiento físico, psicológico y social. De manera alarmante, el estrés temprano en la vida puede aumentar la vulnerabilidad del niño a la enfermedad a lo largo de toda su vida. La historia está repleta de eventos horribles cuyos protagonistas son niños. Estos eventos desafortunados han permitido a los investigadores cuantificar el aumento en la prevalencia de la enfermedad en esta población.

Recientemente, hemos visto en las noticias como la administración Trump puso en marcha una «política de tolerancia cero». Como resultado de estas políticas, niños indocumentados se  enfrentan a condiciones terribles, como la separación de sus padres y el abuso en todos los niveles. Las consecuencias son que muchos de estos niños experimentan ataques de pánico, se hacen pis en la cama, ansiedad y otros problemas esperables. Lamentablemente, muchos de estos niños no se reunirán con sus padres.

Foto extraída de t13.cl
Foto extraída de t13.cl

La separación de un padre es una daño serio al desarrollo normal. El feto permanece físicamente unido a su madre a través del cordón umbilical. Si se corta el cordón umbilical, el embrión no puede obtener su nutrición y muere. A medida que el niño-a gana habilidades y sale al mundo, el apego físico se transforma en uno psicológico. De la misma manera, si se compromete el cordón psicológico, el alma del niño puede verse privada de una nutrición psicológica esencial. Por ejemplo, si un niño pierde a un padre, su riesgo de padecer depresión mayor a lo largo de su vida aumenta en un 50 por ciento.

La separación del entorno seguro a una edad temprana le enseña al niño una lección emocional inolvidable: «este mundo no puede ser confiable», «las cosas malas seguirán sucediéndote y tú estás abocado sin remedio a la soledad y desesperanza».

La privación materna es el peor castigo que cualquier niño puede tener. En estudios donde los monos rhesus pequeños fueron separados de sus madres, crecieron con un nivel elevado de las hormonas del estrés (de acuerdo con la ética de investigación practicada en los Estados Unidos, no se pueden hacer tales experimentos en seres humanos y el investigador debe pasar por un proceso extenso para justificar experimentos de separación materna en animales).

Se han informado resultados similares en niños que han sufrido abuso o separados de sus familias: tienen hormonas de estrés elevadas. Eso no es todo. La corteza frontal que permite la toma de decisiones, la regulación de las emociones y desactiva la impulsividad, se reduce.

Esta elevación en las hormonas del estrés está lejos de ser benigna. El término «enanismo de estrés»/ «enanismo psicológico» señala cómo puede ser el estrés letal durante estos años impresionables. Los niños que sufren de enanismo psicológico no alcanzan la altura media para su grupo de edad y la edad mental va a la zaga de su edad cronológica. En otras palabras, estos niños traumatizados o privados de la madre dejan de crecer mental y físicamente.

¿Por qué el estrés severo en la niñez estanca el crecimiento?

El hipotálamo controla la liberación de la hormona del crecimiento. Lo hace al equilibrar cuidadosamente la liberación de dos hormonas: una excitatoria y una inhibitoria. Bajo estrés, el hipotálamo se inclina hacia la inhibitoria, por lo que el niño no crece. En niños con enanismo de estrés, las hormonas de estrés circulantes excesivas (cortisol) disminuyen la liberación de la hormona del crecimiento y la respuesta del cuerpo a ella.

Estos niños también tienen problemas gastrointestinales. Su sistema digestivo no absorbe los nutrientes de sus intestinos. Esto también conduce a numerosos problemas de crecimiento. También tienen un riesgo mayor de por vida de Síndrome del Intestino Irritable (SII).

Las consecuencias del estrés infantil para las vulnerabilidades durante la edad adulta son numerosas: desde anormalidades cerebrales hasta el desarrollo de una enfermedad. El ACE (Experiencias infantiles adversas) recoge el número de experiencias adversas de la infancia y correlaciona el puntaje con varios riesgos. Una puntuación ACE más alto aumenta el riesgo de diabetes, condiciones cardiovasculares, asma, depresión, ansiedad y suicidio. ¡Esta puntuación está relacionado con siete de las diez principales causas de muerte! Socialmente, la puntuación se relaciona con el aumento de antecedentes penales, el embarazo adolescente y más días de enfermedad en el trabajo.

Las separaciones familiares forzadas están mutilando el cordón que une a estos niños con una posibilidad razonable de llegar a la adultez. El mundo impreso en sus mentes es un mundo vacío y sin emociones, un mundo donde nadie puede confiar y donde no tienen control sobre lo que les sucede. Las políticas tienen sus consecuencias a medio y largo plazo en las vidas de las personas.

Fuente: Psychology Today

Traducido y adaptado por María Rueda

Orgullo LGTBQ+: ¿Qué entendemos por Psicología Afirmativa?

 

Extraída de http://www.danielfryer.com
Extraída de http://www.danielfryer.co

Gracias al cambio y la renovación que ha vivido la sociedad en las últimas décadas, la celebración del Orgullo LGTBQ+ en el mundo y en España ha ido evolucionando a unas fechas de integración y aceptación de la diversidad de la sexualidad, la identidad y el género que nos hace a todos formar parte de una sociedad más equitativa, plural y tolerante. Que se haya posibilitado y validado cada una de estas realidades no quiere decir, sin embargo, que el impacto de un pasado y presente plagado de rechazo, discriminación y represión se haya evaporado. La verdadera aceptación surge cuando los efectos de pertenecer a una minoría no vaya asociados a la posibilidad de malestar psicológico, derivados de la no aceptación de tu orientación, la reacción discriminatoria de la sociedad en el reconocimiento de derechos y realidades y la disforia que surge por aceptar y vivir de acuerdo a tu sexo sentido. Por todo ello surge la Psicología Afirmativa con Diversidades Sexuales y de Género (TDSG)

La propia psicología actualizó y publicó hace unos años el trabajo que ha de hacer cualquier psicólogo con sus clientes LGTBQ+, entendiendo que era necesario adoptar un enfoque flexible y fluido en el trabajo de la orientación, la identidad y del género con terapias tradicionales y con los nuevos enfoques psicoterapéuticos. Impulsado por la propia Asociación de Psicología Americana (APA), se establecieron 21 directrices de trabajo psicoterapéutico, donde se reconoce los efectos de la opresión, el estrés y la discriminación y la necesidad de la psicología por sensibilizarse con las necesidades y dificultades que experimentan todas las personas del espectro LGTBQ+. Todas ellas reformuladas y derivadas de años de investigación LGTBQ+.

De esta forma, se aboga por derribar las teorías que privilegian la identidad de género con el sexo biológico y la heterosexualidad como modelo social que garantiza la aceptación social y el equilibrio psicológico y emocional. Las diferentes directrices defienden la importancia de desarrollar e interiorizar una actitud abierta e integrativa acerca de las cuestiones que rodean a la orientación sexual o la identidad de género, reconociéndolas como válidas, normativas y únicas. En efecto, la homosexualidad se considera una variante normal de la sexualidad, la transexualidad como el reconocimiento de la identidad con su sexo sentido y no con el sexo asignado al nacer,  esforzándose los profesionales de la salud por entender los efectos derivados de la no aceptación contextual o personal, sin confundir la identidad de género con atracción sexo afectiva y difundiendo la ineficacia y los efectos contraproducentes de las terapias que intentan un cambio en la orientación o la invalidación del sexo psicológico sentido.

Sus coordenadas de trabajo se basan en:

  1. Aceptación de la propia orientación sexoafectiva (homo y bisexual). Dicha aceptación tiene que ver el reconocimiento de la atracción, sentimientos y comportamientos que se tienen hacia personas de tu mismo sexo (hacia ambos, en el caso de reconocerte como bisexual), independiente de tus practicas sexuales. Como reconoce Gabriel J. Martín, uno de los máximos estudiosos y defensores de estos enfoques, “ser homosexual tiene que ver de quien te enamoras, no con quien te acuestas”. Todo ello relacionado también con la identidad, en la medida que te defines como tal al tener toda una serie de comportamientos y actitudes afines y se convierten en una expresión de tu personalidad y de tu idiosincrasia como persona.
  2. Construcción de la propia identidad. Es decir, reconocer y ayudar en el proceso identitario que supone ser homosexual, bisexual o transexual, aceptando su propia realidad y mundo emocional, derribando todo sentimiento de culpa o vergüenza, construyendo nuevas redes sociales incluyendo a personas dentro de la comunidad LGTBQ+ y facilitando la comunicación a las personas cercanas, como una expresión del fortalecimiento de los vínculos y la expresión de su autenticidad. Quererse es poder.
  3. Trabajo con la homofobia y la transfobia (expresa e interiorizada). Darse cuenta de los sentimientos de conflictos, hostilidad y ambivalencia que despierta la homosexualidad, la bisexualidad o la transexualidad, tanto en el rechazo de los propios sentimientos homosexuales (homofobia interiorizada) como en la hostilidad y el rechazo de comportamientos homosexuales de los demás (homofobia expresa), denigrando el estilo de vida homosexual como no saludable, reproduciendo los estereotipos sociales respecto a la homosexualidad y experimentado miedo en la revelación de la propia homosexualidad. Esto mismo se haría con las personas transexuales, ayudando además en la paliación de los efectos derivados de la disforía que se produce por el no reconocimiento de su sexo sentido.
  4. Abordaje del bullying y la discriminación homofóbica y transfóbica. Así, se reconoce el estrés y los efectos perjudiciales sufrido por años de estigmatización y discriminación por pertenecer a una minoría, con síntomas psicológicos que van desde la depresión, la ansiedad, el estrés postraumático o el control de impulsos, y que la terapia ha de abordar y superar, con atención tanto a la persona como al entorno más cercano (familia, pareja, red social o el entorno laboral)
  5. Mejora de su inteligencia emocional y resiliencia personal, en un trabajo que repercute positivamente en su identidad, reconocimiento emocional, autoestima y desarrollo personal, con especial trabajo en la reivindicación de los derechos asertivos de cada uno, y la posibilidad de afrontar y defender situaciones de desvalorización sociale También en la profundización de la propia intimidad, con el reconocimiento de situaciones que tienen que ver desde el propio enamoramiento, hasta la proximidad física y emocional, la intimidad, la complicidad y el compromiso de construir un proyecto compartido con otra persona.

Todo esto en un esfuerzo para dotar a los psicólogos de herramientas para trabajar de una manera constructiva la realidad LGTBQ+ y mejorar la calidad de vida y el bienestar psicológico de sus clientes, en un esfuerzo integrativo y constructivo del trabajo psicoterapéutico.

Escrito por David Blanco Castañeda

 Fuentes:

 www.cop.es

Quiérete mucho maricón (2016). Gabriel, J. Martin.

Herramientas para combatir el mobbing homofóbico (2007). Lucas Platero y Emilio Gómez Ceto.

Pinceladas sobre el suicidio

Las recientes muertes por suicidio de varias personalidades como la diseñadora Kate Spade, el chef Anthony Bourdain o la hermana de Máxima de Holanda, Inés Zorreguieta han despertado en los medios la búsqueda de una adecuada explicación a estos sucesos.

Lo cierto es que la misma idea del suicidio nos da miedo y nos intriga a partes iguales, y aunque siempre ha sido un tema complejo para el ser humano, para psiquiatras, psicólogos, sociólogos e incluso filósofos.

Y es que el suicidio no es un tema menor, con el ascenso de esta causa de muerte en los últimos años, se trata de explicar y prevenir, se ha comenzado a hablar de este tema en diversos ámbitos y se han puesto en marcha planes de prevención.

El doctor en psicología Joseph Franklin, trata de explicar en un artículo publicado en The Conversation cómo la investigación científica puede buscar factores de riesgo para detectar quién morirá por suicidio. La respuesta que propone en este artículo es del tipo de respuestas que no nos agradan. A día de hoy, no podemos saber quién morirá por suicidio. Lo cierto es que nos gusta pensar que existen relaciones lógicas para que alguien de suicide, por ejemplo, que las personas se suicidan porque están deprimidas. Pero sabemos que algunas personas se encuentran terriblemente deprimidas y no terminan por suicidarse.

De hecho, la mayoría de respuestas que podemos dar sobre temas de la naturaleza se deben a factores múltiples, y el suicidio es uno de ellos. De hecho, es tanto así que la capacidad predictiva de un análisis computacional es mayor que el que pueden hacer las personas dedicadas a estudiarlo.

En este algoritmo de podrían incluir factores relacionados con la salud mental, la salud física, medicación, factores sociodemográficos, o visitas al hospital, podrían influir factores como pérdidas, aflicciones, o también estresores relacionados con el empleo o la vivienda.

extraída de  eastonialeopards.com
extraída de eastonialeopards.com

Todos estos factores pueden ser relevantes para conocer el riesgo de que alguna persona fallezca por suicidio. De hecho, puede ser también importante que se replantee el modelo que tenemos sobre el suicidio. Actualmente, en muchas ocasiones sólo se tiene en cuenta el modelo de enfermedad para explicar una muerte por suicidio. Considerado así, el comportamiento suicida es únicamente parte de una enfermedad que es del individuo, y es responsabilidad suya curarse de esta enfermedad.

Planteado únicamente desde el modelo de enfermedad, se pasan por alto una serie de factores que son importantes también para el comportamiento suicida. No se puede obviar que existen factores personales relevantes para este tipo de conducta, pero también tienen su peso otros de tipo más sociocultural, como puede ser la pérdida de empleo, un desahucio, otras enfermedades físicas o consumo de sustancias. Es por esto, que puede ser necesario plantear un modelo de explicación sobre el suicidio de corte más sociocultural.

No obstante, el modo en que hablamos sobre el suicidio puede afectar a los que estén lidiando con problemas de cualquier tipo que les lleven a pensar sobre el suicidio, o familiares que han perdido a alguien por suicidio, afecte mucho sobre cómo se permiten tratar este tema, que a menudo acarrea además un gran estigma. Sin duda, alguien que finalmente muere por suicidio ha estado cargando con un gran sufrimiento durante largos periodos de tiempo. En ocasiones el dolor emocional es tan sobrecogedor que el suicidio puede parecer una opción.

Además, el propio estigma de pensar sobre el suicidio, e incluso del sufrimiento de un trastorno mental que contribuya a la muerte por suicidio, hace que sea difícil pedir ayuda, y además, ante la vergüenza de estos pensamientos, puede llevar al aislamiento social, que por sí mismo, también contribuirá a los pensamientos suicidas.

Hablar sobre el suicidio de forma respetuosa, sin culpabilizar a nadie,tratar de evitar expresiones como “cometer” suicidio (los asesinatos, y otros delitos, se cometen, el suicidio no) y usar la persona muere por suicidio en su lugar, puede hacer que los que están padeciendo problemas psicológicos relacionados se sientan menos estigmatizados.

Por último, si una persona cercana ha cometido suicidio, trata de considerar algunas de estas cosas para ti mismo:

  • Esta pérdida puede generar emociones intensas.
  • Puedes sufrir shock e incredulidad.
  • Los sentimientos de culpa son normales, pensando qué hubieras podido hacer, pero de ninguna manera el suicidio de alguien es tu culpa.
  • Date tiempo para el duelo, cada persona necesita su propio ritmo para ello.
  • Trata de encontrarte más habitualmente con tus amigos y familiares y busca apoyo en ellos.
  • Plantea escribir un diario sobre las emociones que estás pasando.
  • Busca grupos de apoyo.
  • Busca ayuda profesional, si lo crees necesario, un psicólogo puede ayudar a lidiar con las emociones intensas ante el suicidio de un ser querido.

Si estás lidiando con ideas suicidas, busca ayuda, lo que estás pasando puede mejorar:

  • Teléfono de la Esperanza: 717003717
  • Acude a tu médico o al servicio de Urgencias más cercano.

Fuentes: psychologytoday.com, theconversation.com
Escrito por Lara Pacheco Cuevas

¿Diferencia o normalidad? Depende del ojo con el que se mire

Poseemos el lenguaje, esa herramienta tan útil de la que dispone el ser humano. A través de él podemos comunicarnos, describir todo lo que nos rodea… para eso muchas veces utilizamos números. ¡Todo lo medimos, todo es cuantificable!

La temperatura que hace en la calle en grados centígrados, cuánto medimos en metros incluso la cantidad de colesterol en sangre en milimoles (mmol) por litro, y al igual con otros muchos niveles físico-médicos: la fiebre, la presión arterial, etc…

En el ámbito biomédico, en ocasiones sobrepasar un determinado nivel conlleva consecuencias irreversibles como la muerte. Si nos quedamos con el ejemplo del colesterol, existe un nivel tope a partir del cual se considera que puede tener efectos perjudiciales para nuestra salud. Si lo sobrepasamos aumentan las probabilidades de infartos de miocardio, por ejemplo pero… ¿siempre? o ¿depende de la persona? ¿”Depende del ojo con que se mire”? En este caso, aunque se trata de un aspecto crítico de la función fisiológica humana el superar en 1 o 5 el límite aconsejable entendemos que no tiene una repercusión directa, inminente y letal (como sí ocurre con otros niveles como el nivel de glucosa en sangre).

MEDICIONES CUANTITATIVAS EN EL ÁMBITO DE LA SALUD MENTAL

Poner un número a una cualidad o constructo psicológico ya se hace más complicado. No existe una inteligencia de 100, funciona bien la atención entre 35 y 65 o se padece una depresión de 29: no existe la objetividad.

Sin embargo, y para podernos comunicar interprofesionalmente (¡nuevamente el lenguaje!) se han creado una serie de medidas arbitrarias que hacen que constructos tan abstractos puedan ser manejados más fácilmente. Esas mediciones (obtenidas a través de cuestionarios y autoinformes creados para tal efecto) construyen a su vez un continuo, constituyendo lo conocido como la diferencia entre “normalidad” y lo que no es normal. La mayoría de constructos en psicología se distribuyen según la curva de distribución normal o de Gauss, puntuaciones obtenidas de estudios de poblaciones representativas de lo que queremos medir (¡ni siquiera de todos y cada uno de los seres humanos que poseen ese constructo! por lo que lleva inherente una cantidad de error).

Entre unos límites determinados, normalmente la media de ese constructo obtenida en una determinada población más-menos una desviación típica es lo considerado normal, mientras a partir de esos límites se considera que esa persona “es anormal” en dicho ámbito.

¿SE PUEDE DEFINIR OBJETIVAMENTE LA ENFERMEDAD MENTAL?

Foto extraída de lamenteesmaravillosa.com
Foto extraída de lamenteesmaravillosa.com

Los psiquiatras y psicólogos, para determinar la “normalidad”, primero redactan una serie de criterios diagnósticos, a partir de los cuales se define prototípicamente un trastorno X.

El prototipo de ese trastorno representa el ejemplo “ideal”, el número de requisitos mínimos que han de cumplirse para que ese sujeto cruce la fina línea existente entre la normalidad y poseer un trastorno psicológico.

¿Pero es dicho prototipo realmente representativo de lo que en la práctica clínica se considera disfuncional o que ocasiona malestar significativo para la persona?

Encontramos casos en los que el sujeto no se encuentra disconforme con esa desviación de la norma (y a su vez no genera malestar a nadie) por lo que se repite el “depende el ojo con el que se mire”.

Por ejemplo, existen personas a las que especialmente les gusta la soledad, se muestran emocionalmente fríos, prefieren trabajos en los que no es necesario cooperar en equipo y tienen aficiones bastante individuales; su día a día discurre con normalidad. Con sistemas diagnósticos en mano como el DSM-5, ¿esta persona tendría un trastorno de personalidad esquizoide? Pues tal vez… pero teniendo en cuenta que no siempre genera malestar subjetivo, NO (no tenga este trastorno, ni ningún otro).

Además, en la mayoría de los trastornos en el ámbito de la salud mental podemos trabajar con la severidad de la manifestación sintomatológica, pero aún se desconocen sus bases biológicas.

Es aquí donde se embrolla el definir quién es normal y quién se desvía de la norma. Para ello los profesionales de la salud mental cuentan con “la Biblia de la Salud Mental”: el DSM o Manual diagnóstico estadístico de los trastornos mentales. Aquí se recogen una serie de criterios definitorios necesarios; los cumples: tienes un trastorno, ya no eres normal. No los cumples (aunque, generen algo de malestar en el sujeto) eres normal.

De todo esto se deriva, y volviendo al uso del lenguaje, que un trastorno conlleva una etiqueta, y en último término que esta propicia una estigmatización del paciente identificado.

Esta postura se ha radicalizado con la publicación del manual de diagnóstico más reciente de la Asociación Americana de Psiquiatría, el DSM-5. Con su lista de nuevos trastornos psiquiátricos y al haber disminuido el número de criterios necesarios para el cumplimiento de otros, algunos críticos consideran que el DSM-5 representa la necesidad de justificar el exceso de tratamiento de las personas que no están realmente enfermas, especialmente con medicamentos (si existen intereses económicos de las farmacéuticas de por medio o no es algo que nos podríamos plantear, pero que preferimos dejar para futuros debates).

Asimismo se está produciendo una proliferación de trastornos mediante “el regalo de etiquetas” (que ni siquiera aparecen en los sistemas diagnósticos, por lo que carecen de fundamentación empírica) por parte de una minoría de profesionales, como síndrome de Blancanieves, depresión postvacacional, trastorno de dolor amor y un largo etcétera.

El otro punto de vista por antonomasia es que dentro de ese continuum algunos defienden que se está patologizando la normalidad; o como argumenta el filósofo Jonathan Sholl: «tanto la salud como la enfermedad son normales, reflejando distintas regularidades y modos de vida. La enfermedad no es antinatural ni indica la ausencia de normas: se trata de tener normas diferentes». O incluso lo que otros definen como anormal no es más que la manifestación extrema de ciertos rasgos de personalidad que forman parte del abanico de la variabilidad interpersonal o formas de adaptabilidad a un entorno no favorecedor de la salud mental.

Como conclusión, de todo esto se puede extraer que, el constante aumento de la patologización en el ámbito de la salud no se está haciendo constructivamente, sino desde el prisma del “etiquetaje” y el estigma. No se está viendo reflejado en la creación o puesta en marcha de medidas interventivas ni del acercamiento a la población de los recursos terapéuticos necesarios.

Escrito por Maite Nieto
Fuentes: Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales: DSM-5. Editorial médica panamericana, 2014.

Pértegas Díaz, S., & Pita Fernández, S. (2001). La distribución normal. Cad Aten Primaria, 8, 268-274.

https://lamenteesmaravillosa.com/esquizofrenia-paranoide-definicion-causas-tratamiento/

https://www.psychologytoday.com/intl/blog/denying-the-grave/201805/is-different-the-new-normal-0

 

Detener el acoso escolar: por qué el género importa

Es frustrante escuchar cómo hay colectivos que rechazan que se implanten programas educativos que abordan específicamente cuestiones de género y sexualidad en las escuelas. Argumentan que los programas genéricos contra el bullying (acoso, intimidación…) son suficientes para detener los comportamientos negativos que ocurren entre los estudiantes en las escuelas. Los programas genéricos contra la intimidación no funcionan: necesitamos nombrar específicamente y abordar las formas más comunes y dolorosas de intimidación que ocurren entre los estudiantes para que tengan algún impacto. La doctora en psicología Elizabeth Meyer, de la Universidad de Colorado se preguntó cómo se relacionan el acoso sexual y la homofobia con el acoso escolar. Llevó a cabo un estudio, a partir de talleres realizados con estudiantes de un instituto a los que le preguntaba si habían visto varias formas de acoso en su escuela. Esto ayudaba a familiarizarlos con las diferentes formas, así como validar públicamente que éste es un problema que debe abordarse en su comunidad escolar. Primero definió el acoso como «cualquier comportamiento, que se realiza repetidamente y que daña intencionalmente a otro individuo (Olweus, 1993)». Luego daba ejemplos y pregunta si habían visto:

Foto extraída de Adecco
Foto extraída de Adecco

– intimidación física (poner zancadilla, empujar, tirar libros, etc.)

– intimidación verbal (insultos, difundir rumores, contar chistes de mal gusto…)

– intimidación no verbal (exclusión, hacer dibujos, gestos, miradas…)

– acoso cibernético (mensajes, whatsapp, correos electrónicos, publicaciones de Facebook, etc.)

Luego preguntaba si alguno de estos tipos de intimidación eran naturaleza sexual y ofrecía una definición de acoso sexual: «cualquier comportamiento no deseado que tenga un impacto negativo en el objetivo o el entorno que tiene un componente sexual o de género» (Land, 2003). Finalmente, les pidió que votaran por la forma de intimidación que ven más frecuentemente en la escuela. La mayoría de los estudiantes votaron por «verbal», siendo ésta claramente la forma más común que ven durante el día. El siguiente paso en el taller es más complejo.

Les pide a los alumnos que escriban de 3 a 5 insultos que escuchan con mayor frecuencia en el . Escoge de 5 a 10 hojas al azar y escribe las palabras en la pizarra. Por lo general, surge un patrón muy claro. En estos talleres, obtiene resultados similares en diferentes escuelas e institutos. Los 5 términos más comunes se enumeran en orden a continuación: puta, zorra, maricón y gay.

Luego se les pide a los estudiantes que miren la pizarra y comenten. Los estudiantes generalmente notan que los insultos hacia las niñas son más comunes, y que los insultos hacia los varones generalmente son de naturaleza homófoba.

Esta descripción del taller muestra la importancia de trabajar con estudiantes sobre la prevención del acoso hablando explícitamente sobre cuestiones relacionadas con el género y la sexualidad en cualquier esfuerzo por reducir el acoso en las escuelas. Sin un diálogo abierto sobre estos temas y sobre cómo estos nombres duelen, los estudiantes seguirán repitiendo lo que escuchan en sus grupos de pares y en los medios juveniles populares.

La sesión finaliza con algunas estrategias específicas que pueden usar para convertirse en «testigos» activos en lugar de «espectadores» pasivos cuando ocurre acoso o bullying. Les ayuda a pensar en frases que les faciliten tomar partido en situaciones de abuso, tales como:

* «Ese es mi amigo/a, para».

* «Si eso fuera una broma, me estaría riendo. No tiene ninguna gracia».

* «¿Por qué usas la palabra ‘gay’ como un insulto? No hay nada de malo en ser gay».

* «No deberías difundir rumores. Si no estuviste allí, no sabes si es cierto o no, así que esta no es tu historia”

* «No me gusta cuando me dices nombres. Eso es intimidación. Si no paras, voy a denunciarlo».

Negar o mirar para otro lado no suele ser una opción cuando tratamos de poner remedio a uno de los problemas más importantes que acontecen en nuestros centros escolares. Reflexionar con los chicos y chicas sobre el alcance que puede tener algunos de los tratos que se dan en su cotidianidad, puede ayudarles a tomar conciencia, así como a dotarles de herramientas para enfrentarse a los mismos. Incidir sobre los testigos, concienciar de que ellos y ellas pueden marcar la diferencia tal vez sea una de las claves para acabar con el acoso en las escuelas.

Fuente: Psychology Today

Escrito y adaptado por María Rueda

¿Estar triste es el primer paso para volver a ser feliz?

 

Extraída de www.areahumana.es
Extraída de www.areahumana.es

En la sociedad en la que vivimos siempre ha existido un esfuerzo consciente y creciente por ser felices. Se idealiza los estados de ánimo positivo como cúspides en la vida de cada uno y atribuyéndolas como elementos imprescindibles para nuestro éxito, salud y equilibrio mental. Pero, ¿podemos establecer claramente qué es lo positivo y lo negativo? ¿Realmente el enfado, la tristeza y el miedo son esas emociones negativas las que constantemente hemos luchar por evitar? En esto de las emociones, se vuelve más importante entender que no es tan importante lo que sentimos en un momento dado sino la cantidad y la función de las emociones; es decir, algo se vuelve desagradable si la intensidad es tan elevada que impide hacer la vida normal de cada uno. De este modo, llorar cuando estamos triste, tener una discusión con nuestra pareja o tener un sobresalto no se definen como algo negativo per se, en la medida que nos preparan para las situaciones y nos ayudan a entenderlas. La otra variable que nos ayuda a entender qué es agradable y desagradable en esto de las emociones es su función; así, algo es desagradable cuando nos quita disfrute de la vida, no nos enseña nada y nos trae a la misma situación en bucle una y otra vez. Llorar, por sí solo, no es malo ni bueno, depende de la razón y de lo que hagamos con ella para entenderla como algo bueno o malo.

Aun y a pesar de lo dicho, en nuestra sociedad se ha extendido erróneamente la idea de que hay toda una serie de emociones contrarias a una imagen de éxito y equilibrio, que debemos controlar y reprimir para conseguir nuestros objetivos y ser felices.

Entre todas ellas se considera la tristeza como una emoción no deseable y ambivalente; a pesar del alivio que supone su expresión, la presión social intenta ocultarla para no perturbar nuestro estado eutímico ideal, como si sentirla nos llevara necesariamente por un camino espinoso, tedioso y muy largo. Esto provoca muchas veces una vivencia de la tristeza en silencio y soledad, aumentando paradójicamente los síntomas y añadiendo una pizca de otros muchos a su vivencia. Es ahí cuando su intensidad y su calidad puede aumentar, volviéndose capaz vez más difícil de manejar.

Así, se crea uno de los mitos de la tristeza. Para superarla, debemos de ser fuertes y endurecernos, hacer muchas actividades, emprender nuevos proyectos y decir poco a los demás… un círculo vicioso que favorece la acumulación de la tristeza y favoreciendo que cobren forma otras emociones menos adaptativas para las situaciones dolorosas, como la ira. Lo que en algunas situaciones nos sirve para un fortalecimiento o reivindicación de nuestros derechos puede derivar en respuestas defensivas e irritables en contextos donde necesitamos más el cariño y la comprensión de los otros. Por pequeños momentos, estos arranques los creemos necesarios para darnos un control en ambientes percibidos como amenazantes. Pero no nos engañemos, donde no se expresa la tristeza, allí se queda. Como una alfombra que tapa un suelo lleno de juguetes desordenados; que todo parezca cuidado en apariencia no quiere decir que lo esté ni mucho menos que ya no esté lo que tanto nos hacía daño.

¿Qué debemos saber de la tristeza para no temerla tanto?

En primer lugar, que como toda emoción es una reacción finita ante situaciones de dolor y en las que estamos percibiendo la existencia de una perdida. Comúnmente pensamos que se experimenta en rupturas de amistades, pareja o por la perdida de un trabajo. Pero también puede producirse cuando no se cumple lo que esperamos, cuando llevamos demasiado tiempo en situaciones ansiosas o como respuesta a un acontecimiento imprevisto y traumático. La tristeza ayuda a digerir lo que nos ha ocurrido mediante el afrontamiento de la perdida y la aceptación de que, antes o después, es bueno que hagamos algo nuevo para restaurar nuestro equilibrio perdido.

Nos ayuda a apartarnos de las situaciones que nos piden un exceso de competencia. En efecto, la superación de la tristeza pasa por reconocer que el cuerpo y nuestra mente no puede estar en todas nuestras responsabilidades y nos ayuda a priorizar aquellas básicas para nuestra supervivencia. La tristeza es tremendamente selectiva: nos ayuda a discernir prioridades de lo que realmente no son y a atender sólo a lo básico.

Es un mecanismo de protección. Aunque socialmente tendamos a esconderlo, los seres humanos sabemos reaccionar a ella y una buena forma de contrarrestar sus efectos es con el cariño y la compañía de los demás. El contacto corporal con los demás reduce enormemente la ansiedad y permite convivir y aceptar la vulnerabilidad inherente a estos estados. No sólo eso, los demás pueden sernos útil en una etapa donde nos cueste tomar decisiones y necesitemos a los demás para guiar planes futuros y nuestra motivación.

Aumenta nuestra creatividad y nuestra atención. La tristeza también quiere decirnos cambio; lo que estamos haciendo ya no nos sirve y canalizar y evocar nuestra tristeza puede ayudar a encontrar nuevos caminos para encontrar la calma (y conectar con otros que en el pasado nos sirvieron). Nos ayuda también a ser más empáticos, más centrados y atentos a los que nos pasa. No todo nos sirve, y por ello la tristeza nos hace estar atentos a los detalles.

Nos motiva. Diversas investigaciones avalan el poder de la tristeza para hacernos perseverantes. No sólo en el seguimiento de las tareas, los sujetos tristes encontraban más y mejores preguntas a los problemas y se mantenían constantes hasta encontrar la solución a los problemas.

Puede ayudarnos a una mejor comunicación. La tristeza puede ayudarnos a mejorar nuestra comunicación, utilizando un lenguaje mucho más preciso, claro y persuasivo a la hora de expresarse y dejando las sentencias ambiguas para otro momento.

Nos ayuda a comprendernos y cuidarnos. Ser consciente del estado y la situación en la que estamos permite entender lo importante que es bajar de ritmo, no pedirnos lo mismo que cuando estamos bien, permitir bajar nuestras expectativas a una perspectiva más realista y hacer cosas con el único objetivo de pasar un rato agradable. Nos conecta con los pequeños detalles que nos hacen felices.

Nos devuelve el color que una vez no pudimos ver. Reconectarnos con el mundo, nosotros mismos y lo demás permite empezar a sentir otras emociones unidas a esas situaciones destinadas al auto cuidado y la comprensión. Se convierten en el paso previo a experimentar una verdadera felicidad. No sólo eso, nos vuelve resilientes: aprendemos el verdadero valor de los momentos dolorosos, tan necesarios y constructivos para volver a sonreír.

Como en la película de Disney, Inside Out, la tristeza es una parte fundamental de nuestra psique y su integración en nuestra vida permite entender y superar situaciones necesarias en nuestro crecimiento personal.

Escrito por David Blanco Castañeda

Fuente: Psychology Today, Psych Central, Huffington Post, Diario Publico.

 

¿Cuándo compararte con los demás es un dardo envenenado?

Extraída de https://nosstrious.com
Extraída de https://nosstrious.com

Lunes. La mañana está siendo algo complicada. Nos ha costado dormir y no conseguimos concentrarnos en lo que estamos haciendo. Nos cogemos un café de la máquina y nos prometemos cinco minutos de Facebook para desconectar. En un segundo, nos invadimos de estados e imágenes de sitios perfectos, lecturas recomendadísimas, risas y fiestas, estados graciosísimos. Se nos ha pasado los 5 minutos y el café se ha puesto amargo. El azúcar parece haberse esfumado. En nuestra cabeza nos asaltan muchas preguntas por ver tantos estados de los demás: ¿Qué hemos hecho nosotros en nuestros fines de semana? ¿Por qué no nos cunde tanto, no nos reímos tanto? De repente cerramos el Facebook y el lunes se nos hace más cuesta arriba. ¿Qué hemos hecho mal?

Compararnos con los demás, en definitiva. Según la Teoría de la Comparación Social, enunciada por Festinger en 1954 y actualizada en revisiones posteriores, la comparación surge como una tendencia natural para reducir la ambigüedad a nivel social. Los seres humanos tendemos a hacer una autoevaluación rigurosa de nosotros mismos a partir de la comparación con los demás. De esta comparación podemos establecer nuestro propio lugar en el mundo social y nuestra identidad. Es algo automático y no todos entran en dicha comparación, sino que nos comparamos más con aquellas personas que percibimos más parecidas a nosotros, que identifican nuestros valores y con aquellas más próximas en nuestros círculos sociales, por proximidad. De esta manera, en dicho análisis quedarían fuera aquellos más alejados de nosotros o con ideas divergentes con respecto a las nuestras.

Los autores establecen dos tipos de comparaciones; una ascendente (en la que tú te comparas con alguien que está por encima en algunos aspectos que tú consideras importantes) y otra descendente (te comparas con personas que están por debajo en algún aspecto importante). Esta diferenciación ayuda a entender el sentido de la propia comparación; mientras que la comparación descendente busca siempre un aumento de la autoestima, en la comparación descendente puede tener ambos efectos. Uno positivo, si utilizamos una persona para inspirarnos y establecer nuestras metas y nuestros objetivos; otra negativa, cuando el compararnos con los demás sólo sirve para remarcar unas diferencias insuperables con aquellos que consideramos superiores a nosotros. Este efecto provoca una disminución constante del estado de ánimo y una disminución de la autoestima, dejando seriamente dañada la percepción de uno mismo, y más si esto se produce constantemente.

En el mundo en el que vivimos, donde las redes sociales nos facilitan una multitud de información acerca de las vidas e intereses de los demás, funcionan como un queroseno para la comparación por que estamos continuamente expuestos a ellas, amplificando su efecto sobre nosotros.

Y eso que la comparación no tiene porque producirnos algo negativo o positivo per se. En ese sentido, cada persona interpreta la información según su propia forma de ver el mundo, y a partir de ella, tiende a hacer una comparación u otra. Se vuelve un tsunami autodestructivo cuando de compararnos siempre extraemos una conclusión negativa de nosotros mismos; idealizando la vida de los otros y juzgando la nuestra como carente de interés.

En estas situaciones, las redes sociales pueden convertirse en nuestro peor enemigo. Nos olvidamos de que las redes suelen ofrecer una imagen distorsionada y cuidadosamente elegida de las cosas que hacemos y decimos, mostrando a menudo nuestra mejor cara y visión para garantizar indicadores de aceptación social (en forma de me gustas y cantidad de seguidores). Los espectadores crónicamente deprimidos utilizan las redes para alimentar sus creencias acerca del mundo que les rodea, cumpliéndose siempre una profecía autocumplida: al hacer siempre una comparación ascendente, la vida de los demás siempre será mejor, más divertida e interesante; mientras que la suya no lo es, con lo que nunca se sentirán satisfechos ni orgullosos consigo mismos.

Diversos estudios han estudiado como el efecto de la comparación disminuye de manera importante con la edad. Así, cuando vamos cumpliendo años va disminuyendo ese efecto porque tendemos a comparar más nuestras experiencias con lo que hemos vivido anteriormente; los jóvenes buscan más la comparación con los demás a falta de un criterio propio de comparación.

Por ello, se hace necesario restringir el efecto de las redes en nuestras vidas teniendo en cuenta una serie de consejos para que podamos aprovechar el efecto positivo y constructivo de la comparación. Os dejamos algunas de ellas para favorecer una mejora en nuestra autoestima

  1. No se trata de cantidad, sino del uso que hacemos de ellas: si sólo meros espectadores de la vida de los demás, podemos perdernos en la idea de los demás. Si el uso de las redes se basa en la idea de COMPARTIR, CONTRIBUIR, INFORMARSE e INTERACTUAR con los demás, los efectos de una comparación negativa puede verse revertidos.
  2. Restringe el uso de las redes en momentos difíciles: las redes sociales saben darnos bien en nuestro Talón de Aquiles. Intenta descansar en momentos estresantes o de inactividad, por el efecto paradójico de eso momentos, puesto que la desconexión para relajarnos puede provocarnos más insatisfacción y malestar con nosotros mismos
  3. Busca la conexión con los demás en las redes, no la comparación: De esta manera puedes conseguir efectos beneficiosos como la expresión y obtención de apoyo en momentos difíciles, desarrollando tus gustos e intereses mediante la interacción con los demás y enfocándonos en nuestras capacidades compartiendo lo que nos atrae y gusta.
  4. Mira hacia arriba, aunque sólo sea un poco: Los expertos recomiendan la comparación ascendente con los demás para motivarnos en lo que hacemos, pero se recomienda hacerlo con personas cercanas a nosotros y que sabemos que su éxito y pasos son alcanzables
  5. Enfócate en ti mismo, no en los demás: La mejor forma de garantizar nuestra autoestima y nuestra propia evaluación es mantener un sentido estable de uno mismo con las cosas que uno hace. Intenta focalizarte en cultivar tus propios gustos e intereses, nutriendo tus relaciones y sintonizando tus acciones con tus creencias día a día. De esta comparación con lo que haces diariamente en todos estos aspectos podrás salir reforzando en vez de buscar la respuesta en lo que hacen o dicen los demás.
  6. Alégrate por los éxitos de cada uno y valora y celebra los tuyos propios: Funciona como un catalizador de nuestros propios logros el ver los logros de los demás como logros propios y celebrar de la misma forma los tuyos.

Escrito por David Blanco Castañeda

Fuentes: Psychology Today