DISCURSOS DE ODIO: ¿POR QUÉ SON TAN FRECUENTES Y SE PROPAGAN TAN RÁPIDO?

Extraída de sp.depositphotos.com

Un vistazo rápido a nuestras redes sociales de uso frecuente (Facebook, Twitter, o cualquier página de prensa mayoritaria) nos dan una imagen definida y clara de la realidad en las redes: un portal para el intercambio de ideas, y también, un canal para difundir, propagar y alimentar opiniones y discursos que distan de ser equidistantes con las opiniones de los demás, especialmente las diferentes. Efectivamente, estamos en un escenario donde una nueva forma de violencia campa a sus anchas, los discursos de odio, que pueden ser el inicio de maneras más directas de violencia directa.  

Pero, ¿qué es el discurso de odio?

Según el Consejo de Europa, Comité de Ministros, en su recomendación NO. (97) 20, el discurso de odio comprende “todas las expresiones que difundan, inciten, promuevan o justifiquen el odio racial, la xenofobia, el antisemitismo u otros tipos de odio basados en la intolerancia, incluida los expresados por nacionalismos agresivos y el etnocentrismo, la discriminación y hostilidad contra las minorías, los migrantes y las personas con discapacidad o cualquier tipo de dolencia física

Según las últimas cifras con las que se cuentan, se registraron un aumento entre los años 2018-19 de un 7% en los escenarios virtuales, amparándose en el anonimato y donde la línea entre la libertad de expresión y la permisividad es muy fina y confusa. Entre ellos, un 34% se debió a razones ideológicas, un 30% por xenofobia, un 16% por lgtbifobia, a la vez de que las cifras también muestran el alarmante crecimiento de webs de creación y difusión de este tipo de contenido, contabilizándose más de 14.000 páginas. Un escenario aterrador, difícil de controlar y con vistas a aumentar.

Y no por ello debemos de demonizar el uso de las redes sociales. En primer lugar, es un espacio que puede ayudar a mucha gente con ciertos problemas interpersonales a relacionarse y encontrar a personas con sus mismas afinidades y construir sus relaciones sociales significativas. Parte de su uso se creó con la idea de promover y crear una sociedad más participativa e implicada con las causas sociales, al aumentar el nivel y cantidad de información a nuestra disposición día a día, y cuya implementación y generalización ha hecho que su influencia sea prácticamente ilimitada. El simple uso de hashtags provoca un maremagnun de respuestas y contrarrespuestas con una amplificación masiva de cualquier movimiento o causa social, como lo han sido en el pasado los #yotecreo, #metoo, o el actual #justiciaporsamuel, en referencia a la violencia de genero, abusos en las relaciones sexuales, xenofobia, lgtbifobia o cualquier ataque a la democracia, ayudando a la difusión y concienciación de la población, la expresión libre de ideas y el acceso a información veraz y contrastada.

Como contrapartida, las redes sociales también suponen promueven una “agenda social”, filtrando y focalizando nuestros temas de discusión y/o de debate, con la consiguiente manipulación de masas al difundirse desde diferentes sectores de poder, con más recursos y llamativos que otros grupos de presión y que pueden determinarnos en gran medida lo que pensamos y oímos. Provocando a veces la situación paradójica de difusión de hashtags muy dañinos que promueven comportamientos intolerantes y totalitarios, dando mano ancha a la propagación de prejuicios y provocando una “normalización” de discursos de odio cada vez más explícitos en el ciberespacio.

Y todo en un escenario con una legislación todavía en desarrollo y en un contexto en continuo cambio y mutación. Se reconocen sanciones entre 1 año de cárcel y 4 a todas aquellas personas que inciten al odio en personas por razones de discapacidad, sexo, orientación o país de origen, religión o ideología, pudiendo sancionar, pedir y prohibir la difusión de este tipo de material, con el posterior debate de la libertad de expresión, en conflicto con los derechos individuales y el respeto al otro y la comunidad.

Por todo ello, desde la psicología se han estudiado toda una serie de factores que explican el crecimiento exponencial de este tipo de manifestaciones, entre ellas:

1.Difusión de responsabilidad. Por su naturaleza esencialmente virtual, en donde ni ves ni sientes la reacción de la otra persona, nos hace menos conscientes (e inmunes) a las posibles consecuencias de nuestros actos, percibiendo menos lesivo de lo que realmente nuestro comportamiento. “La masa” o “el grupo” también se aduce para explicar como las personas explican que se “han dejado llevar”, no asumiendo las consecuencias de sus actos y justificando sus conductas por la presión y los comportamientos de los demás.

2. Anonimato. Si el anonimato puede favorecer la facilitación de comportamientos sociales en personas con dificultades sociales, también puede ayudar a que muchas personas se escuden en el grupo para emitir comentarios de tremenda gravedad sin asumir responsabilidades, creyendo que la influencia y el efecto en la persona que recibe dichos comentarios siempre es indirecta.

3. Efecto de “caja de resonancia”, en donde se ha comprobado que en el ciberespacio se polarizan las ideas al relacionarse con personas y perfiles muy acordes a sus posiciones de partida, en una constante reafirmación de sus ideas, con una dificultad para empatizar con ideas distintas a las propias y la relativización/ minimización de opiniones que buscan la convivencia de dispares.

4. Visceralidad sin debate: creándose un caldo de cultivo para discursos movidos “por las vísceras”, es decir, con una mayor implicación emocional y con menos intervención de filtros cognitivos, por lo que no siempre se defienden por información veraz o contrastada, sino post verdades y realidades distorsionadas que se comparten rápidamente y que se asumen como ciertas sólo por lo que nos despiertan, sin hacer un uso crítico de la realidad reflejada.

Con todo, la verdadera estrategia contra todo es flexibilidad, educación, contacto y tolerancia con el diferente: la creación de espacios, canales y páginas en donde se promueva el debate, el análisis crítico de lo que leemos, la flexibilidad y la capacidad para escuchar y empatizar con el otro y la defensa y promoción en igualdad de derechos y no discriminación.

Asimismo, la creación de herramientas que nos ayuden a detectar e identificar este tipo de discursos (por ejemplo, con el movimiento NO HATE SPEECH) que busca combatir todo este tipo de comportamientos y actitudes en internet, dando información para prevenir su aparición como el poder cerrar espacios si éstos no cumplen los mínimos de igualdad y respeto por ello.

También la convivencia con discursos distintos al propio, de manera que el ver situaciones de manera individual hacen que te replantees la idea y prejuicio de ese grupo social en concreto, a la vez que nos ayuda a empatizar y a ser consciente del efecto que provoca nuestro comportamiento con los demás.

Promoción de sujetos activos con la información que reciben, siendo capaces de detectar discursos y cuestionar su contenido sin llegar a asumirlo como cierto si no se ha comprobado la veracidad de las fuentes o los datos distan mucho de realidad.  

Por último, educar en inteligencia emocional y en responsabilidad, haciéndonos conscientes del daño que puede ocasionar este tipo de discurso, y no menospreciar su impacto, pues el hecho de que este en internet no quiere decir que no pueda hacernos daño. Ser consciente de que la violencia puede darse y manifestarse no sólo de manera física y/o verbal, sino que adquiere muy diversas formas y por ello hacer daño a muchos niveles. Favorecer el aumento y la seguridad de uno mismo, para que no tenga por que recurrir a este tipo de comportamientos para sentirse mejor. Y promover canales de ayuda y protección para los casos que con más gravedad lo sufren.

Así, pretendemos crear un espacio de responsabilidad y empatía con el otro, sabiendo que nuestros actos individuales son libres si no menoscaban la integridad de los de los demás, de manera que podemos establecer fronteras de respeto y convivencia con el otro, atendiendo a la necesidad de reconocer nuestras diferencias, pero también, la necesidad de una concordia y comprensión como personas. Una idea que puede resultar perfecta, y que más bien debemos de llevarla a la realidad.

Escrito por David Blanco Castañeda

BIBLIOGRAFÍA

Bustos Martínez, L., De Santiago Ortega, P. P., Martínez Miró, M. Á., & Rengifo Hidalgo, M. S. (2019). Discursos de odio: una epidemia que se propaga en la red. Estado de la cuestión sobre el racismo y la xenofobia en las redes sociales. Revista Mediaciones Sociales,(18), 25-42.

Rollnert Liern, G. (2019). El discurso del odio: una lectura crítica de la regulación internacional. Revista Española de Derecho Constitucional, 115, 81-109. doi: https://doi.org/10.18042/cepc/redc.115.03

https://www.un.org/en/genocideprevention/documents/advising-and-mobilizing/Action_plan_on_hate_speech_ES.pdf

Paginas consultadas

Psych Central, Psychology Today.

“Fake news”: por qué las difundimos si no nos fiamos de ellas

Vivimos en una época de sobreinformación y sobreexposición en redes y medios de comunicación, donde abunda todo tipo de información y donde los medios  tradicionales han de convivir con otros medios que no están diseñados necesariamente para informar: algunos comercian con ella para que los consumidores dispongan de la información casi como si fuera “fast-food” (basada más en su apariencia y en la rapidez con la que satisface la necesidad que realmente en su contenido real), proliferando un procesamiento diferente de la información y  del que no siempre se hace una revisión críticos. De otro, han aparecido sitios y webs que imitan y visten como un medio serio/periodístico serio pero no lo son, y que están construidos para instalar una opinión sobre un partido político, un personaje publico o generar determinada actitud sobre un tema de actualidad. Ahí surge el contexto para la expansión de las “fake- news”


Imagen extraída de clapps.com

Así, las fake news (bulos informativos creados por medios pseudoperiodísticos para inducir una  idea y cuyo objetivo es la desinformación y la confusión), crecen habitualmente por las redes como la pólvora, donde importa más compartir y consumir que en seleccionar y reflexionar, y donde las meras opiniones (ficción, al fin y al cabo) se confunden con la realidad, deformándola o sustituyéndola de tal manera que se instaura como verdad. El cambio de algoritmos en la red, donde nos coloca información en función de nuestros gustos, afinidades y movimientos, permite la exposición continuada a ésta, con lo que el efecto y la influencia es mucho mayor.

Son muchos los expertos, de muy diversas disciplinas, que han manifestado su preocupación ante un contexto social muy proclive a este fenómeno tan polémico y perjudicial. Desde nuestra disciplina, se ha abordado desde lo que sabemos sobre el funcionamiento cerebral. Por un lado, atendiendo al producto memorístico, se afirma que el cerebro reacciona muy mal al error, sabiendo que el error permanece largo tiempo activado (de ahí la necesidad de hacer un aprendizaje sin errores y con información contrastada y veraz), haciendo que se confunda la disposición y saliencia por que ésta sea correcta e idónea. De otro, el cerebro, adaptativo y estratégico por su funcionamiento en red, utiliza toda una serie de heurísticos cognitivos y automáticos por los que si no prestamos suficiente atención, es más fácil que saquemos precipitadas y sin que hagamos una lectura crítica de lo que leemos.

De este modo, son muchas las investigaciones que buscan replicar el comportamiento de las personas en redes, para entender cuáles son las motivaciones que les lleva a compartir esta información  defectuosa. Así, varias investigaciones han encontrado resultados muy poco alentadores, encontrando como el hecho de saber que la información era falsa no les persuadía a la hora de compartirla.

Así, el grupo de Investigación de la Universidad de Canadá, buscó comprobar si realmente compartimos sin importarnos realmente la calidad y credibilidad de nuestras fuentes, y descubrieron un escenario bastante más optimista. En primer lugar, se demostró como la gran mayoría de los usuarios mostraban una genuina preocupación por la información que compartían, si bien admitían priorizar otro tipo de variables (como asegurarse el número de seguidores) para que en algunas ocasiones sí optaran por las noticias falsas.

Para ello, el estudio contó con una población de 1000 participantes en el que se facilitaba una serie de 36 noticias incompletas (atendiendo a cómo leen las personas las noticias,  pues cada vez se leen menos noticias completas), con varias pruebas insertas para que pudieran comprobar si eran ciertas o no. La mitad de las noticias eran “fake news” y la otra mitad eran verdaderas, de las cuales la mitad eran favorables al partido demócrata y la otra, al partido republicano. Al final se les preguntaba si las consideraban compartir o no. Los resultados mostraron como los participantes mostraban una mayor tendencia a compartir los artículos veraces por encima de las “fakes news”, sin embargo, dentro de los artículos que consideraban falsos, preferían compartir aquellas que eran afines a su ideología, aunque supieran de su poca verosimilitud.

En un segundo estudio, con 2.700 participantes de Twitter, cuando se les incitaba a reflexionar sobre la veracidad de los títulos de las noticias, se observaba una tendencia positiva a compartir artículos veraces , y sobre todo, aquellos coherentes con sus filiaciones políticas. En la versión final, se volvió a contar con más de 5000 usuarios de twitter, y tras enviarles artículos confiables, se les pidió que analizaran su credibilidad. Efectivamente, se observó un efecto moderado en la tendencia a compartir artículos más confiables, con tendencia a utilizar prensa altamente (The New York Times) incluso 24 horas después de haberles pedido que revisaran la información.

Todos estos resultados confirman la importancia que da la gente en redes a compartir información veraz. Y sí, también se comparte información que se considera una “fake new”, pero el hecho de que se comparta no quiere decir que las personas se la crean fehacientemente. Es más, cuando se les induce a prestar atención al contenido a compartir, las personas tienden a corregir y ser más crítico con la información, afirmando que otras variables (como el número de seguidores o el impacto de la noticia) son las que distraen y afectan para la proliferación de fake news en redes.

Aún en desarrollo y con la vista puesta en el futuro, los investigadores se mostraron optimistas con el control informativo, aduciendo que puede ser de gran utilidad mandar boletines periódicos a los usuarios de las redes informando y alertando de la importancia de compartir noticias veraces, y como con solo ese mecanismo podían tener una influencia en el comportamiento, sin recurrir a la utilización de un organismo central que sirva de filtro y censor de las noticias no veraces.

Todo ello nos hace pensar que, independientemente de la existencia de este tipo de bulos, las personas mostramos una preocupación  importante por compartir información veraz. Y lo importante que es estar concienciados de esta necesidad para no caer en la inercia de compartir información sin prestar atención sobre lo que compartimos.

Escrito por David Blanco Castañeda.

Fuente: Research Digest, Clapps, Huffington Post

Cómo poner en palabras nuestras emociones nos calma y alienta: un estudio con Twitter

En la práctica clínica, muchas veces nos encontramos un miedo frecuente entre los pacientes que acuden por primera vez a consulta. No sólo creen que vamos a revelarles secretos que van a descompensarles por completo y desestructurar su vida, también piensan que verbalizar y poner palabras a lo que sienten les va a resultar fatal. Nada más alejado de la realidad. Convertir nuestros sentimientos o emociones en palabras, ya sea escribiendo o verbalizándolos en voz alta, el llamado “etiquetado afectivo”, permite comprender y darnos cuenta de lo que nos pasa, a la vez que alivia nuestra ansiedad y estado de ánimo y reduce la intensidad de nuestras emociones.

Diversos estudios han confirmado la importancia de esta técnica en la autorregulación emocional, comparándola con la reestructuración cognitiva (reformular nuestros pensamientos automáticos hacia otros más funcionales y adaptativos) para el trabajo cognitivo. Efectivamente, el impacto de poner una (o varias palabras) frena en buena medida el efecto de nuestras emociones (no expresadas) en nuestro cuerpo, disminuyendo nuestra propia reactividad ante ellas. Nace de la idea popularmente arraigada que es mejor evitar e ignorar nuestras emociones, creyendo que nos van a nublar nuestro sentido común o que todo nuestro pensamiento mutará a algo irracional, cuando muchos de nuestros pensamientos pueden tener esa cualidad por sí misma. Para ponerlo en práctica se recomienda no utilizar palabras técnicas o esperar grandes parlamentos si no más bien utilizar nuestras propias palabras para describir y detallar nuestra experiencia.  Con el calor de momento, es mejor solo rotular y definir con pocas palabras lo que sentimos (“estoy muy enfadado”, “me molesta enormemente esto”…), pero para profundizar y entender mejor, esto ha de extenderse a varios días después del acontecimiento emocional intenso para que sea la propia persona quién genere y se explique la realidad, y haya una verdadera expresión y desahogo.

Para ver los efectos de esta capacidad fuera del ámbito experimental, un grupo de investigación liderado por Rui Fan y colaboradores estudiaron un millar de estados en twitter para saber cuándo se expresaban y encontraron que al expresar sus sentimientos y emociones, la intensidad emocional disminuyó rápidamente, concluyendo que el etiquetado emocional afecta a la experiencia emocional.

Fan, con la utilización de un algoritmo para verificar el estado emocional, aplicó a Twitter para ver las seis horas precedentes a ese estado y las series horas siguientes al estado emocional, analizando tanto los estados positivos como los estados emocionales displacenteros. Los twitters que investigaron  empezaban todos con un “Yo siento que…”. Los resultados ofrecen que tras un tweet emocional, tanto los estados emocionales positivos y negativos aumentaron. En promedio, los estados positivos perduraron más tiempo (94 minutos versus 85) y se vio que ambos estados emocionales experimentaron el pico más alto en la verbalización emocional, seguido de una calma progresiva. En los estados emocionales displacenteros (dolorosos), antes de llegar a la verbalización real del estado se vió un amento del malestar, largo y gradual, que se calmaba una vez la persona tuiteaba su estado emocional real.

En el estudio, también se diferenció por género, encontrando una mejora considerable y significativa en el caso de las mujeres, especialmente para las emociones dolorosas. Y no porque no fuera eficaz para los hombres, sino por una mayor utilización de las mujeres de la expresión emocional. Por otro, no dejemos de olvidar algunas limitaciones del estudio, como que no podemos obviar que no necesariamente lo que ponemos en redes refleja realmente nuestro sentir real. También que no se ha estudiado dentro de un ámbito experimental, con lo que las conclusiones han de verse con precaución. Y también, que no se ha contado con una modalidad de comparación.

En cualquier caso, se reconocen los hallazgos de este estudio, por ser uno de los primeros en trabajar el etiquetado emocional en contextos reales, no sólo estudiando el efecto de las emociones dolorosas sino también como ejemplo para mostrar que verbalizar nuestra alegría puede potenciar dicha vivencia en nuestro organismo (versus el alivio que supone verbalizar nuestro dolor) y supone una pica para estudiar otros efectos experimentales como “la conversión simbólica”, o la distancia emocional que surge al traducir lo que sentimos en palabras. Reforzando, por tanto, la importancia de decir cómo nos sentimos, tanto en momentos de felicidad como en situaciones de tristeza, dando presencia y validez a nuestro rico y cambiante mundo emocional. Así que ya sabéis, ¡a expresar!

Escrito por David Blanco Castañeda

Fuentes: Psych Central, Research Digest

La Teoría del Tiempo de Pantalla, o cómo las pantallas están matando el bienestar de los niños y adolescentes.

Extraída de https://www.redbubble.com
Extraída de https://www.redbubble.com

Estamos en una época de grandes contradicciones. Tenemos a nuestro alcance multitud de distracciones, recursos y actividades de ocio, pero esto no necesariamente se está traduciendo en mayores niveles de bienestar y calidad de vida de las personas. La satisfacción y la sensación de bienestar se relaciona con el tiempo de calidad que invertimos en actividades que nos lo provocan, como el deporte, la socialización con nuestros vínculos más cercanos, actividades fuera de casa o actividades individuales como leer un libro o ver una buena película/serie. Esto se está viendo en los hábitos de la población, y más concretamente, en los hábitos de los adolescentes y niños, cuyos niveles han bajado en los últimos años y los niveles de ansiedad y depresión han aumentado, coincidiendo con un aumento exponencial de las horas que concurren enfrente de una pantalla (de ordenador, de los móviles (smartphones), televisión, tablets y similiares).  Así, se calcula que el 69% de los adultos y el 78 % de los adolescentes miran al menos una vez cada hora su teléfono móvil, resultando verdaderas máquinas tragaperras en miniaturas para la mayoría de las personas, cuyo desbloqueo de pantalla  supone por apostar por una recompensa en forma de notificación y/o  contacto en red social, y con la consecuencia de volvernos cada vez más tolerantes a su uso, con necesidad de uso cada vez mayor. Consecuencias que han hecho a muchos investigadores preguntarse el impacto real que tiene para la salud psicológica de los menores, y si esto puede correlacionarse directamente con estas disminuciones en autoestima, satisfacción y calidad en sus hábitos y relaciones. A este tipo de investigaciones se les ha apodado “Screen time”, por el que tiempo que pasamos enfrente de una pantalla

Una serie de investigaciones lideradas por Jean Twenge y sus colaboradores han explorado los hábitos de bienestar y estilos de vida en jóvenes  desde la década de los 60 hasta la actualidad (concretamente, en niños en cursos entre octavo y décimo grado – equivalente a los cursos de segundo y cuarto de la ESO) y descubrieron que los mayores niveles de bienestar se daba en la década de los 2000, resultados que se extendían hasta los últimos años. Curiosamente, los niveles de bienestar empezaban a disminuir a partir del año 2012, año en el que comienzan a descender progresivamente cada año (y que coincide con la introducción de los smartphones en la población de manera masiva) y con tendencia a la baja hasta 2016, año en el que finaliza el estudio.

Los resultados se observan en todas las variables evaluadas: autoestima, satisfacción en la vida, niveles de felicidad y satisfacción en otros niveles individuales como estudios, rendimiento en las tareas o calidad en las relaciones. No sólo eso. A partir de ese año, los niveles de ansiedad y depresión en esta población aumentan progresivamente. Interesados por las causas o variables que pudieran estar detrás de los resultados, se fijaron en el uso de las nuevas tecnologías y las horas que dedicaban a ellas, a la vez que evaluaban el nivel de satisfacción con otro tipo de actividades fuera de las actividades online. Se encontraba como efectivamente, a más horas de utilización, mayor eran los niveles de insatisfacción, con respecto a los jóvenes que restringían su uso a dos horas al día como máximo. Esto a su vez iba junto a una disminución de las horas dedicadas a hacer deporte, actividades al aire libre, actividades de socialización con los demás, utilización de otros medios de comunicación impresos (libros, periódicos…) e incluso con una disminución notable en la realización de las tareas estudiantiles y de la vida cotidiana.

Siguiendo esta misma línea de investigación, los mismos autores encontraron que la utilización de más de una hora de este tipo de dispositivos tenían efectos en el bienestar de los jóvenes (con edades comprendidas entre los 2 y los 17 años), con efectos significativos en niveles de ansiedad y depresión, menores niveles de curiosidad, menor calidad en las amistades, mayor  capacidad para la distracción, la estabilidad emocional y las horas que dedicaban a realizar las tareas. Los investigadores ponían como punto de corte una hora frente a la pantalla; a partir de ahí, las probabilidades eran mayores en las variables estudiadas, siendo el doble de probabilidades de tener algún problema psicológico cuando pasaban seis o siete horas.

Aunque los resultados de estas investigaciones deben interpretarse con precaución, puesto que no están diciendo que el tiempo enfrente de la pantalla crea insatisfacción, más bien que hay una asociación correlativa a tener en cuenta entre el tiempo que pasan los jóvenes y sus niveles de satisfacción generales. Un punto del que reflexionar padres, educadores y la sociedad en general, con suficientes iniciativas educativas para promover un uso responsable de las nuevas tecnologías, no sólo basado en instrucciones sino en la capacidad de incentivar la toma de decisiones en los adolescentes y niños para hacer más actividades fuera del contexto online y favorecer unos modelos adultos que hagan también un uso responsable de las mismas y que incentiven valores individuales como el autocontrol, la curiosidad y la creatividad.

Una reflexión para diversificar la vida y las actividades de todos y poder dedicar el tiempo adecuado a cada actividad, siendo la clave la conexión con nuestro entorno y no al revés.

Escrito por David Blanco Castañeda

Fuentes: Psychology Today, BPS Research Digest, Reader`s Digest Canada.

Cómo la sobrecarga cognitiva afecta a nuestro cerebro

Extraída de elportaldelhombre.com
Extraída de elportaldelhombre.com

En la sociedad actual en la que vivimos, el consumo de cantidades ingentes de información está a la orden del día. Ya sea por las nuevas tecnologías, por los medios de comunicación, por nuestro rápido ritmo diario o por el constante martilleo de nuestras redes sociales, es fácil sentir un cansancio mental al final de la jornada por la desconexión tan tardía que hacemos de las pantallas (móviles u ordenadores) y que nos hacen sentir un estrés tecnológico desconocido hace sólo dos décadas. Y aunque muchas teorías hablan de los beneficios de un cerebro multitarea, la verdad es que los inconvenientes también se hacen patentes, tanto en la atención, la toma de decisiones o la sensación de estrés.

La Teoría de la Carga Cognitiva nos habla de la capacidad real que tiene nuestro cerebro a la hora de procesar información. La teoría defiende que nuestro cerebro tiene una capacidad limitada para procesar información, y a la vez, que no se ha establecido límite sobre cuánta información podemos procesar simultáneamente. Es decir, el cerebro humano puede procesar muchísima información pero hay que tener en cuenta su propia estructura para facilitar su procesamiento, sino la sobrecarga aparece y la entrada de información se imposibilita. Esta capacidad está íntimamente relacionada con la memoria de trabajo, donde las investigaciones han situado su amplitud en 7 ítems. Este límite está marcado sobre todo para información nueva, cuando la persona no posee aprendizajes previos, siendo exponencialmente mayor si la persona ya posee esquemas previos. Pero no nos engañemos, tanto por la cantidad de información que tenemos acceso como por la inmensa cantidad de canales que tenemos, la sobrecarga es fácil de conseguir y no basta solamente con limitar nuestro uso de redes sociales, correos o de pantallas encendidas.

De este modo, en los casos extremos nuestro cerebro se comporta como un cerebro con estrés crónico con graves consecuencias para el funcionamiento cerebral. En investigaciones recientes, se ha demostrado que experimentar estrés continuado afecta directamente a la efectividad y conectividad de nuestra función cognitiva, ya que se produce un menor número de neuronas (encargadas directamente de la memoria y aprendizaje) y un mayor número de oligodendrocitos (productoras de mielina, sustancia que recubre y aísla la neurona) que aumenta la cantidad de mielina afectando al intercambio de información y al tiempo de transmisión de información. Por otro, también afecta a la forma en la que se conecta diversas estructuras cerebrales. Así, aumenta la conexión entre la amígdala (encargada de la respuesta emocional ante estímulos que constituyen una amenaza) y el hipocampo, aumentando las respuestas de huida, y disminuyendo la conectividad entre hipocampo y corteza prefrontal, que modula la respuesta ante las amenazas. De este modo, cuando se produce una situación desagradable en un cerebro sobrecargado, su cerebro reacciona de una manera defensiva aumentando sus reacciones y costándole más tiempo volver a un estado de calma y tranquilidad por la menor respuesta de su corteza prefrontal.

Por otro, la sociedad nos está malacostumbrando a sobrecargarnos de información para cualquier tipo de decisiones cotidianas y sencillas, haciéndonos menos capaces para ella.  En la Teoría del Choque Futuro, Alvin Toffler habla del estrés y la desorientación que inducimos en los individuos cuando les sometemos a demasiada información en poco tiempo, ya sea por exceso de ésta o por que recibe información de demasiados canales. Estas dificultades se traducen directamente en un mayor tiempo en la toma de decisiones, al verse incapaces de procesar toda la información y entender verdaderamente los problemas a los que se enfrentan realmente. Por tanto, tomar grandes cantidades de información o asumir un perfil multitarea (donde acostumbras al cerebro a no enfocar la atención, sino a dividir la atención en diversas fuentes) sobreestimula el cerebro y lo aboca a una situación de sobre-exigencia donde se siente confundido. Investigaciones acordes a estos hallazgos han hallado que este tipo de perfiles (donde se recibe información de diversas fuentes a la vez) provoca un aumento de cortisol en sangre (la hormona relacionada con el estrés) y de adrenalina (relacionada con respuestas de ataque). De otro modo, la corteza prefrontal es secuestrada por múltiples distractores (Facebook, twitter, Instagram) que impiden el mantenimiento en la tarea y provocan una adicción a la nueva información sin que haya un verdadero procesamiento de ésta. El resultado es una toma de decisiones con una mayor tasa de errores, al tomarlas más por cuestiones inmediatas y por que la información importante se infiltra con lo trivial.

Así, se hace imprescindible adquirir una serie de hábitos que permiten hacer un uso responsable de todos esto canales y organizar la información para no experimentar dicha sobrecarga. Entre ellos:

  1. Desconecta regularmente. Sí, cada vez que hagas una tarea en el ordena descansa cada hora y apaga los datos cuando salgas del trabajo y las redes sociales (como el Whattsapp) a una hora del día (a las diez, por ejemplo) para facilitar una desconexión y reconectarte con tu vida.
  2. Establece límites y filtros. Toda la información no es importante por lo que es mejor bajar aplicaciones que administren tus redes para que tengas acceso a lo relevante, interesante e importante de cada día.
  3. Crea espacios libres de elementos virtuales y en los que haya, que sean claros, organizados y destaquen lo que quieres utilizar.
  4. Evita la parálisis del análisis, donde hay tantos elementos a procesar que sencillamente no se procesan. Cuando te sientas abrumado, deja la tarea un tiempo y ponte con ella horas más tarde. El cerebro conserva las estructuras de la información y se queda con lo más relevante, quitando esa sobrecarga innecesaria.
  5. Averigua lo que necesitas cuando quieres encontrar una solución y sé implacable con tus propios parámetros, sin que recurras a tantos canales y la información innecesaria o no relacionada con el problema déjala para otro momento.
  6. Asume el control. Zambúllete en tus redes sabiendo qué buscas, cuanto tiempo vas a estar o lo que quieres conseguir, estableciéndote limites y cerrando cuando el tiempo que decides pasar toca a su fin.

Los avances tecnológicos son una poderosa herramienta y es importante que los aprovechemos al máximo, sin que ellos nos expriman por el camino.

Escrito por David Blanco Castañeda

Fuentes: Psych Central.

Por qué los niños deben pasar tiempo «desenchufados»

Todos los padres y madres quieren que sus hijos sean felices y les vaya bien. Sin embargo, con demasiada frecuencia nos hacen creer que la mejor manera de garantizar eso es agregar más de todo a la vida de nuestros hijos: más estudios, más extraescolares, más idiomas… Eso lo convierte en una vida familiar llena de tensiones y mucha presión para todos. Las familias se sienten atrapadas entre los horarios de actividades; añadido a esto, no debemos olvidar la presión que los chicos y chicas reciben de las redes sociales para ser “perfectos”. El doctor Mark Bertin, autor de varios libros sobre desarrollo, señala que los padres no deben presionar tanto para asegurar el bienestar de su familia.

Foto extraída de: gidahatti.com
Foto extraída de: gidahatti.com

Lo que los niños necesitan para prosperar es mucho más claro o sencillo de lo que se siente hoy en día y aprender cómo se desarrollan los niños hace que la vida sea más fácil para los padres y sus hijos. Para empezar, los niños de hoy no requieren más que los niños hace generaciones; hogares estables y afectuosos, la oportunidad de poner a prueba los límites que establecemos y el apoyo de los adultos mientras descubren su propia capacidad para superar los desafíos.

También necesitan jugar, y no solo a través de las pantallas. Según la Academia Americana de Pediatría, el juego tradicional es «esencial para el bienestar cognitivo, físico, social y emocional de los niños y los jóvenes». Los niños necesitan juego no estructurado y «desenchufado» de pantallas para crecer de manera que puedan desarrollarse óptimamente.

En particular, las habilidades de autorregulación basadas en las funciones ejecutivas, como la capacidad de demorar la gratificación, planificar con anticipación y controlar los impulsos, son elementos fundamentales de la resiliencia. Estas habilidades le permiten a un niño no solo tener éxito en circunstancias normales, sino también recuperarse de la adversidad. En un estudio del grupo de Moffitt, de la Universidad de Chicago, observaron que la capacidad de autorregulación en la niñez temprana se correlacionan con medidas posteriores de logro y bienestar, incluyendo mejores resultados académicos en secundaria, mayor probabilidad de graduarse a tiempo, menos probabilidad de obesidad en la vida adulta, entre otras. A diferencia del juego libre, los videojuegos dependen de la imaginación del creador del juego (no del niño) y promueven un tipo de atención que cambia rápidamente, lo que dificulta que los niños se centren en el mundo real.

Eso no significa que no permitamos a nuestros hijos e hijas jugar a videojuegos. Sin embargo, el juego saludable se parece mucho a cuando se trata de comer bien; un enfoque equilibrado de la «nutrición cerebral» requiere un estilo de vida que combine todo tipo de actividades mentalmente atractivas. No poidemos hacer que un niño disfrute de algo específico, pero podemos fomentar una variedad sensata de actividades.
La vida no es predecible, así que en lugar de aspirar a perfeccionar y controlar todo, preparemos a los niños para el éxito mediante la construcción de su resiliencia. Afortunadamente, el punto de partida para esa capacidad de recuperación es un juego de niños.

¿Por qué es tan difícil mantener a los niños alejados de las pantallas?

Mientras que los padres entienden que a sus hijos les iría mejor sin tanto tiempo de pantalla, no siempre es fácil llevarlo a la acción. Las pantallas se han convertido en una parte omnipresente de la vida moderna.
Las estadísticas señalan que los adolescentes invierten a diario nueve horas con pantallas, al igual que sus padres. Esta obsesión con nuestras pantallas está asociado a un sueño más pobre, peores resultados académicos, problemas de comportamiento y estado de ánimo.

¿Por qué es tan difícil reducir el uso de pantallas? Si los adultos tenemos dificultades para controlar su uso, sin duda un niño o adolescente -cuyas habilidades de autogestión son, por definición, inmaduras hasta los 20 años- también lo harán. Si bien el uso de tecnología saludable e intencional es correcto, no podemos esperar que los niños administren el uso de las pantallas de manera segura sin recibir primero orientación de un adulto. Al igual que para aprender a conducir un coche, los niños necesitan instrucciones sobre cómo usar estos dispositivos, en lugar de dejarles que los usen tal cual.

Para ayudar a nuestros hijos, primero debemos fijarnos en nuestro uso y así ser un modelo de comportamiento saludable con las pantallas. En una encuesta realizada en 2014 en Reino Unido, casi el setenta por ciento de los niños sintieron que sus padres están demasiado ocupados con sus dispositivos electrónicos, lo que sugiere que a veces somos parte del problema. Reconocer si habitualmente encendemos un dispositivo cuando estamos aburridos o cansados puede ayudar a romper ese hábito a medida que desarrollamos otras formas de lidiar con estos desagradables estados emocionales. Los niños inconscientemente reflejan el comportamiento de sus padres de innumerables maneras, por lo que si queremos reducir el tiempo que usan sus pantallas, ese cambio comienza con nosotros.

Nosotros marcamos nuestras prioridades y nuestros hijos también aprenden a priorizar. Si deseas que tu hijo busque tiempo de juego sin pantallas, entonces búscalo tú mismo. Si quieres que tu hijo lea, debe verte leyendo un libro, no una pantalla. Apaga la televisión y sal al aire libre, visita museos, queda con amigos, esto aumentará tu propio bienestar y será modelo de comportamiento saludable para tus hijos.
Si a nuestros hijos aún les resulta difícil dejar de lado sus pantallas, entonces debemos volver a comprender el desarrollo del cerebro. La mayoría de los niños requieren más que un modelado, necesitan aprender los límites claros establecidos por los padres sobre cuánto uso de la pantalla, cuándo y qué tipo de contenido es apropiado. Hasta que los niños demuestren su propia capacidad para manejar bien la tecnología, los padres deben supervisar el uso de la pantalla de esta manera. De hecho, un control parental fuerte del tiempo frente a la pantalla se correlaciona por sí mismo con mejores resultados académicos, sociales e incluso físicos en los niños.

Todos los padres modernos deben lidiar con el simple hecho de que criar hijos saludables en el mundo moderno requiere la supervisión del tiempo con pantallas. Aunque puede ser difícil cambiar los hábitos, cualquier cosa que hagamos para establecer una forma de vida más saludable vale la pena.

Fuente: Greater Good Magazine (Science Center at UC Berkeley)

Traducido y adaptado por María Rueda

¿Cuándo compararte con los demás es un dardo envenenado?

Extraída de https://nosstrious.com
Extraída de https://nosstrious.com

Lunes. La mañana está siendo algo complicada. Nos ha costado dormir y no conseguimos concentrarnos en lo que estamos haciendo. Nos cogemos un café de la máquina y nos prometemos cinco minutos de Facebook para desconectar. En un segundo, nos invadimos de estados e imágenes de sitios perfectos, lecturas recomendadísimas, risas y fiestas, estados graciosísimos. Se nos ha pasado los 5 minutos y el café se ha puesto amargo. El azúcar parece haberse esfumado. En nuestra cabeza nos asaltan muchas preguntas por ver tantos estados de los demás: ¿Qué hemos hecho nosotros en nuestros fines de semana? ¿Por qué no nos cunde tanto, no nos reímos tanto? De repente cerramos el Facebook y el lunes se nos hace más cuesta arriba. ¿Qué hemos hecho mal?

Compararnos con los demás, en definitiva. Según la Teoría de la Comparación Social, enunciada por Festinger en 1954 y actualizada en revisiones posteriores, la comparación surge como una tendencia natural para reducir la ambigüedad a nivel social. Los seres humanos tendemos a hacer una autoevaluación rigurosa de nosotros mismos a partir de la comparación con los demás. De esta comparación podemos establecer nuestro propio lugar en el mundo social y nuestra identidad. Es algo automático y no todos entran en dicha comparación, sino que nos comparamos más con aquellas personas que percibimos más parecidas a nosotros, que identifican nuestros valores y con aquellas más próximas en nuestros círculos sociales, por proximidad. De esta manera, en dicho análisis quedarían fuera aquellos más alejados de nosotros o con ideas divergentes con respecto a las nuestras.

Los autores establecen dos tipos de comparaciones; una ascendente (en la que tú te comparas con alguien que está por encima en algunos aspectos que tú consideras importantes) y otra descendente (te comparas con personas que están por debajo en algún aspecto importante). Esta diferenciación ayuda a entender el sentido de la propia comparación; mientras que la comparación descendente busca siempre un aumento de la autoestima, en la comparación descendente puede tener ambos efectos. Uno positivo, si utilizamos una persona para inspirarnos y establecer nuestras metas y nuestros objetivos; otra negativa, cuando el compararnos con los demás sólo sirve para remarcar unas diferencias insuperables con aquellos que consideramos superiores a nosotros. Este efecto provoca una disminución constante del estado de ánimo y una disminución de la autoestima, dejando seriamente dañada la percepción de uno mismo, y más si esto se produce constantemente.

En el mundo en el que vivimos, donde las redes sociales nos facilitan una multitud de información acerca de las vidas e intereses de los demás, funcionan como un queroseno para la comparación por que estamos continuamente expuestos a ellas, amplificando su efecto sobre nosotros.

Y eso que la comparación no tiene porque producirnos algo negativo o positivo per se. En ese sentido, cada persona interpreta la información según su propia forma de ver el mundo, y a partir de ella, tiende a hacer una comparación u otra. Se vuelve un tsunami autodestructivo cuando de compararnos siempre extraemos una conclusión negativa de nosotros mismos; idealizando la vida de los otros y juzgando la nuestra como carente de interés.

En estas situaciones, las redes sociales pueden convertirse en nuestro peor enemigo. Nos olvidamos de que las redes suelen ofrecer una imagen distorsionada y cuidadosamente elegida de las cosas que hacemos y decimos, mostrando a menudo nuestra mejor cara y visión para garantizar indicadores de aceptación social (en forma de me gustas y cantidad de seguidores). Los espectadores crónicamente deprimidos utilizan las redes para alimentar sus creencias acerca del mundo que les rodea, cumpliéndose siempre una profecía autocumplida: al hacer siempre una comparación ascendente, la vida de los demás siempre será mejor, más divertida e interesante; mientras que la suya no lo es, con lo que nunca se sentirán satisfechos ni orgullosos consigo mismos.

Diversos estudios han estudiado como el efecto de la comparación disminuye de manera importante con la edad. Así, cuando vamos cumpliendo años va disminuyendo ese efecto porque tendemos a comparar más nuestras experiencias con lo que hemos vivido anteriormente; los jóvenes buscan más la comparación con los demás a falta de un criterio propio de comparación.

Por ello, se hace necesario restringir el efecto de las redes en nuestras vidas teniendo en cuenta una serie de consejos para que podamos aprovechar el efecto positivo y constructivo de la comparación. Os dejamos algunas de ellas para favorecer una mejora en nuestra autoestima

  1. No se trata de cantidad, sino del uso que hacemos de ellas: si sólo meros espectadores de la vida de los demás, podemos perdernos en la idea de los demás. Si el uso de las redes se basa en la idea de COMPARTIR, CONTRIBUIR, INFORMARSE e INTERACTUAR con los demás, los efectos de una comparación negativa puede verse revertidos.
  2. Restringe el uso de las redes en momentos difíciles: las redes sociales saben darnos bien en nuestro Talón de Aquiles. Intenta descansar en momentos estresantes o de inactividad, por el efecto paradójico de eso momentos, puesto que la desconexión para relajarnos puede provocarnos más insatisfacción y malestar con nosotros mismos
  3. Busca la conexión con los demás en las redes, no la comparación: De esta manera puedes conseguir efectos beneficiosos como la expresión y obtención de apoyo en momentos difíciles, desarrollando tus gustos e intereses mediante la interacción con los demás y enfocándonos en nuestras capacidades compartiendo lo que nos atrae y gusta.
  4. Mira hacia arriba, aunque sólo sea un poco: Los expertos recomiendan la comparación ascendente con los demás para motivarnos en lo que hacemos, pero se recomienda hacerlo con personas cercanas a nosotros y que sabemos que su éxito y pasos son alcanzables
  5. Enfócate en ti mismo, no en los demás: La mejor forma de garantizar nuestra autoestima y nuestra propia evaluación es mantener un sentido estable de uno mismo con las cosas que uno hace. Intenta focalizarte en cultivar tus propios gustos e intereses, nutriendo tus relaciones y sintonizando tus acciones con tus creencias día a día. De esta comparación con lo que haces diariamente en todos estos aspectos podrás salir reforzando en vez de buscar la respuesta en lo que hacen o dicen los demás.
  6. Alégrate por los éxitos de cada uno y valora y celebra los tuyos propios: Funciona como un catalizador de nuestros propios logros el ver los logros de los demás como logros propios y celebrar de la misma forma los tuyos.

Escrito por David Blanco Castañeda

Fuentes: Psychology Today

Tecnointerferencia: padres distraídos por el móvil y problemas de conducta en la infancia

Si prestas un poco de atención al pasar por un parque o cualquier cafetería, podrás ver padres y madres hipnotizados por sus teléfonos móviles y aparentemente no muy pendientes de sus hijos. ¿Qué sucede entonces con esos niños? Por el momento no disponemos de mucha información al respecto de cuáles son las consecuencias de las distracciones de estos padres. Dada la proliferación del uso de la tecnología, cobra importancia el estudio al respecto del impacto en la interacción entre padres e hijos.

Foto extraída de www.washingtonpost.com
Foto extraída de www.washingtonpost.com

Recientemente se ha publicado un estudio sobre la relación entre el uso de la tecnología por parte de los padres y los problemas de conducta en sus hijos. Los investigadores entrevistaron a los padres y madres de 170 familias estadounidenses sobre sus hábitos de consumo de tecnología. Primero, les preguntaron a las madres y a los padres sobre qué dispositivos usaban y cómo. Los padres y madres señalaron que empleaban diversos aparatos (móvil, ordenador, tablet, televisión y videojuegos) y que el uso de los mismos interrumpían las interacciones con sus hijos a diario. Además se les pidió que valoraran qué tipo de empleo hacían de la tecnología: ¿sienten la necesidad de comprobar y responder inmediatamente a un nuevo whatsapp o mensaje, piensan a menudo acerca de sus mensajes y llamadas, y creen que utilizan sus teléfonos móviles demasiado? La mayoría de los padres reconoció que estos dispositivos frecuentemente los distraían al interactuar con sus hijos.
Los autores de este estudio, los psicólogos McDaniel y Radesky (Universidad de Illinois y Michigan, respectivamente), lo han denominado como “tecnointerferencia” (Technoference). La tecnointerferencia ocurre cuando varios dispositivos tecnológicos interfieren con la interacción social. Es un término muy descriptivo. En esta investigación, los autores estaban interesados ​​en la tecnointerferencia que tenía lugar en el transcurso de las interacciones entre padres e hijos, algo demasiado común. Seguramente lo hayas visto alguna vez e incluso tal vez has dejado que suceda. Mientras juegas con tu hijo y escuchas o notas vibrar tu móvil, ¿detienes el juego? ¿respondes? ¿interrumpes el tiempo con tu hijo para atender la llamada, responder al mail o al whatsapp? De este estudio se desprende que el 89% de los padres entrevistados indicaron haber dejado que la tecnología interfiriera en la interacción con sus hijos.

Pero, ¿cuál es el impacto de la tecnointerferencia? ¿Estas interrupciones tienen un impacto significativo sobre los niños?
Para evaluar el impacto, McDaniel y Radesky pidieron a los padres que valoraran y clasificaran a sus hijos a partir de una lista relativa al control en el comportamiento. Algunos de los temas concernían a la internalización de problemas, así como problemas de conducta: los niños que son hiperactivos, se frustran fácilmente y exhiben frecuentes berrinches.
Los resultados fueron bastante claros e inquietantes; aquellos padres que experimentaban con más frecuencia la tecnointerferencia, reportaban más problemas conductuales en sus hijos. El predictor más fuerte fue la tecnointerferncia en las madres; probablemente esto sea muestra de que hoy aún en día es sobre la figura materna donde recae el papel de cuidadora principal, y por tanto es la figura de cuidado y atención primaria.
Aun así, estos datos provienen de un único estudio correlacional. A este respecto no disponemos de información sobre cómo influyen las variables. Es decir, sólo sabemos que las interrupciones tecnológicas entre padres e hijos se relacionan con problemas de conducta en los niños. La relación podría darse al revés, es decir, tal vez cuando un niño muestra más problemas de comportamiento, los padres comienzan a buscar sus propias maneras de escapar y encontrar algunas actividades gratificantes. Un móvil proporciona un escape inmediato de cualquier interacción social desagradable. O todo lo contrario, por supuesto la explicación podría ser al revés. Cuando los padres están más distraídos, los niños aprenden a portarse mal. Los niños realmente quieren que sus padres les presten atención. Cuando sus padres se distraen, los niños pueden recurrir a comportamientos más extremos para obtener la atención de sus padres. De esta manera, los niños aprenden a mostrar problemas de comportamiento. Cuando los niños actúan, sus padres dejan el teléfono y responden. Los resultados sugieren, en palabras de los propios autores, que las interrupciones debidas a la tecnología están asociadas a los problemas de conducta de estos niños, sin embargo la direccionalidad y relación de variables de este proceso deberá ser estudiada en el futuro a partir de estudios longitudinales.
Los móviles y los demás avances tecnológicos no son malos en sí mismos. Las ventajas de disponer de estos aparatos son múltiples. Sin embargo, estos beneficios deben equilibrarse en relación a los riesgos que conllevan. Intentemos no usar la tecnología mientras conducimos, caminamos, jugamos con nuestros hijos y socializamos. Y sobretodo tratemos de no ser padres distraídos. Posiblemente contestar a un Whatsapp o actualizar el estado del Facebook no compensa las implicaciones que pueda tener para tus hijos.

Fuente: Psychology Today

McDaniel, B. T., & Radesky, J. S. (2017). Technoference: Parent Distraction With Technology and Associations With Child Behavior Problems. Child Development.

Escrito por María Rueda

 

¿Dónde se me va el tiempo?

Muchas veces nos preguntamos, ¿dónde se me va el tiempo?. En una reciente charla TED el ponente, Adam Alter, proponía las variaciones entre el mundo de 2017 y hace unos pocos años respecto al uso de nuestro tiempo cotidiano. Según lo que él propone, pasamos dos tercios del día durmiendo y trabajando (con el tiempo de llegar al trabajo incluido). Esto supone que tenemos una media de 8 horas libres al día. Con un poco de suerte, invertimos menos de la mitad de estas 8 horas en operaciones que podemos llamar de “supervivencia”. La higiene, la alimentación y la preparación de ellas, así como la limpieza y orden de nuestros lugares habitables.

Imaginemos que tenemos 5 horas al día para lo que deseamos, para emplear en lo que nos hace felices. ¿En qué las usamos?

extraída de trendytv.es
extraída de trendytv.es

Si bien es pronto para comprender cómo afecta el uso del móvil (y otras pantallas) en la satisfacción personal, sí parece que actualmente existen algunas tendencias que no son muy beneficiosas, como el FOMO y lo que podemos llamar “adicción” al móvil. De hecho, el uso generalizado de smartphones tiene muchas cosas positivas, es fácil entablar conversaciones, ayuda a la hora de comunicarnos con personas que están lejos, la información está disponible al instante…

¿Y qué tienen que ver las repercusiones del uso del móvil respecto a el uso de nuestro tiempo cotidiano? Pues en que el tiempo que invertimos en el uso del móvil actualmente se ha incrementado y posiblemente incluso tienda a hacerse mayor. Si en el año 2014, según un informe de “Ditrendia” usábamos el móvil una media de 2 horas y media, lo hemos aumentado en una hora. Teniendo en cuenta que dijimos que disponíamos de una media de 5 horas al día para actividades no regladas, en este contexto, el uso de estas 3 y media de smartphone se convierten posiblemente en un uso excesivo.

Por supuesto, con esta perspectiva, el tiempo parece reducirse drásticamente en el día a día. Si el uso del móvil tuviera realmente un sentido y un significado, no se darían estas dificultades, pero ¿cuántas veces te has encontrado mirando el facebook, o el twitter, y navegando de una página a otra sin realmente saber por qué estás leyendo o viendo esta información en este momento? El uso del móvil en sí mismo no tiene por qué ser un problema, sino el uso sin propósito.

Ya que el tiempo del que disponemos cotidianamente no es mucho, ¿qué tal si tratamos de parar de vez en cuando para buscar el significado de lo que estamos haciendo? Ante esta búsqueda, puede ocurrir que realmente, con conciencia de ello, decidamos buscar sólo la desconexión que nos puede proporcionar el uso de la tecnología, aunque será interesante tener en cuenta que no necesariamente esto te proporciona la felicidad. Aunque la Felicidad parece una palabra demasiado intensa, sí se conoce qué puede al menos acercarnos a caminar hacia la felicidad.

Según el Grant Study, un estudio longitudinal con una duración de 60 años, lo que al mirar atrás hace que las personas se sientan más satisfechas se basa en las relaciones y en el desarrollo continuo. Posiblemente, de hecho, el uso del móvil en sí mismo se relacione en último lugar con estas aspiraciones, por este motivo hay un gran uso de las aplicaciones de mensajería y de las redes sociales. El problema aparece cuando la interacción humana es superficial o la capacidad de aprendizaje es también poco profunda. Lo que proporciona bienestar es una conexión real e íntima. Desgraciadamente, aunque lo busquemos, generalmente, si ocurre de forma exclusiva con el smartphone, no se logra la conexión personal que resulta de calidad, así como los aprendizajes que llevamos a cabo saltando de una página a otra no tienden a ser significativos como para repercutir en nuestro desarrollo humano.

Así, lo mejor que podemos hacer es limitar el uso de los móviles y tratar de conectar en persona, de aprender algo nuevo. Posiblemente, nos lleve mucho más tiempo en el momento, pero posteriormente ¡la satisfacción que puede proporcionar a largo plazo será mucho mayor!

Fuentes: http://uk.businessinsider.com, http://www.elconfidencial.com, http://www.amic.media

Escrito por Lara Pacheco Cuevas

Contestar (o no) a nuestras alertas de aplicaciones sociales: el nuevo gran dilema universal

Extraído de www.brebainfit.com
Extraído de www.brebainfit.com

Estoy escribiendo este artículo y de repente se me cuela una notificación misteriosa de Facebook. ¿Tengo que contestarla?. Es más, si me detengo unos breves segundos más, es posible que alce mi brazo para coger el móvil, donde las alertas del Facebook pueden sumarse a las de WhattsApp y me sorprenda a mi mismo contestando un par de mensajes…sólo un par. Es posible que después de varios minutos vuelva a mi trabajo principal, este artículo, y … ¿por dónde iba? ¡Maldita interrupción!

Efectivamente, este ejemplo que relato en primera persona es en realidad algo que nos pasa a todos casi en cualquier momento del día. La introducción de las nuevas tecnologías y dispositivos móviles en nuestra vida están modificando sensiblemente nuestra forma de atender y procesar la información.  Entre otras muchas cosas, nuestra propia capacidad de lectura y concentración ha cambiado. Si antes se fomentaba una lectura profunda de los textos (que aumenta la aparición de pensamiento relacional, la formación de conceptos y la creatividad), parece que ahora se tiende más a una lectura a modo de “ráfagas”, donde prima una lectura superficial y nos hace dependientes de información nueva o que nos entretenga, si bien ya no necesitemos la lectura del texto completo para encontrar un verdadero significado a lo que leemos.

Estos cambios tienen grandes implicaciones para nuestros hábitos, sobre todo entre los más jóvenes, aunque se ha visto que este efecto se produce por igual en todas las edades y profesiones. Ahora una lectura profunda ha de competir directamente con estos “vistazos”, de manera que muchas veces se hace realmente difícil resistir a tan diversas (e interesantes) distracciones.

No obstante, es muy frecuente pensar que esto es producto de la sociedad moderna, que tiende a exigirnos ser personas multitarea (multitasking, la capacidad de atender a diferentes estímulos de manera simultánea), y a veces estamos en lo cierto. También es verdad que no siempre es así, y que muchas veces nos sentimos multitarea cuando realmente estamos haciendo swicht tasking, esto es, un cambio de tarea de manera rápido y repentino en tareas que se realizan a la vez y que se traduce en un coste atencional adicional. Así, nuestra capacidad de concentración se ve mermada a favor de una búsqueda incesante de novedad informativa.

Y es que tal vez las nuevas tecnologías den de lleno en la diana adecuada. El cerebro es un buscador de información novedosa, y las notificaciones lo son (aunque no siempre nos sea útil). Con cada cambio de tarea, se activa el neurotransmisor dopamina, íntimamente relacionado con los sistemas de recompensa en el cerebro, que favorece la frecuencia de conductas relacionadas con la exploración de información entretenida en decrimento de la lectura profunda (y el pensamiento profundo), de manera que es el mismo cerebro quién recompensa la perdida de concentración en una tarea, estableciéndose un círculo vicioso del que nos resulta difícil escapar. Y sí, recuerda a cómo funcionan los mecanismos de acción de las adicciones, aunque a una menor escala.

Además, se ha demostrado que estas interrupciones son mucho más disruptivas si somos nosotros mismos quienes las provocamos, incluso más que si nuestro móvil u ordenador tiene todas las alertas de notificaciones activadas. Así, se observó que el tiempo global en hacer la tarea y la dilatación de la pupila (un medidor esencial del esfuerzo cognitivo) era mayor cuando nosotros tomábamos la decisión consciente de interrumpir nuestra tarea para prestar atención a las notificaciones que no hace mucho no miramos. Estamos más tiempo con ellas que si salta una notificación instantánea (externa) en nuestra pantalla; ya que en ese caso somos capaces de atender a esa demanda y en cuanto esté cubierta seguimos con nuestro trabajo. Esto ha hecho plantear a los expertos la posibilidad de crear aplicaciones que salten instantáneamente de acuerdo a la dificultad o al momento en el que estemos haciendo una tarea, consiguiendo en un futuro que la interferencia no sea tan notable y la productividad de las personas en el trabajo no sea tan perjudicada.

De cualquier modo, es posible que hayan sido miles las interrupciones externas (o auto-interrupciones) que se han producido en la escritura de este artículo. Tal vez sea una manera de boicoteo o más bien que yo mismo represento esta nueva realidad en el procesamiento de la información. Una adaptación rapidísima de nuestra especie y que dice, una vez más, el impresionante potencial de las nuevas tecnologías en nuestra vida cotidiana.

Escrito por David Blanco Castañeda.

Fuentes: BBC, Europa Press, Diario El País, Babelia, BPS Research Digest.