Tradicionalmente,las emociones no han gozado de una absoluta aceptación de la sociedad y durante mucho tiempo han sido consideradas un residuo no deseable de nuestra evolución, ya que nuestra conducta puede verse influenciadas por ellas y, por tanto, impedirnos demostrar una conducta “racional”, “consciente plenamente de las consecuencias de sus actos” en situaciones donde deba prevalecer la razón sobre la emoción. Esta idea, ampliamente extendida, nos muestra a las personas en constante batalla entre estos dos polos (razón versus emoción), siendo la emoción la gran perjudicada y suprimiendo, siempre que es posible, su manifestación a ojos de los demás. Como consecuencia, se tiende a intentar regular y controlar la verdadera manifestación de la emoción, relegando ésta última a una esfera íntima, dado su carácter irracional. Y aunque en muchos contextos esta medida puede resultar muy adaptativa, no significa necesariamente que siempre debamos actuar así, con consecuencias claras para nuestra salud.
Olvidar las múltiples funciones que tienen las emociones (entre otras; informarnos acerca del valor que le da la persona a la situación, de nuestras verdaderas intenciones o la preparación para una mayor rapidez en las situaciones sociales) hacen que obviemos el papel fundamental, adaptativo y universal de las mismas. Así, por ejemplo, y como recoge Susan Strauss según los resultados de Matta y colaboradores (2014), en entornos laborales invalidantes, donde los mandos superiores tendrían un comportamiento considerado como injusto y enojoso con respecto a sus trabajadores, éstos tenían mayores probabilidades de experimentar reacciones emocionales negativas, que si no se expresan, tendrían graves consecuencias en su productividad y satisfacción laboral, acordes con estudios previos en entornos laborales.
Sin embargo, y siguiendo las palabras de Susan Strauss, saber equilibrar cuando es el mejor momento para expresar las emociones y cuando postergar su expresión a otro momento más adecuado, es un gran esfuerzo para las personas e implica un alto grado de inteligencia emocional y habilidades emocionales. Si bien esto es una capacidad que mejora en nuestro desarrollo, Strauss propone tres condicionantes en la que las personas podemos optar por la libre expresión de nuestros sentimientos, y que pasarían por:
1. En situaciones en las que la persona es capaz de garantizar una regulación emocional. ¿Cuál es la emoción que sientes en una situación en concreto? ¿Qué reacciones físicas provoca en tu cuerpo? ¿Qué crees que dice sobre ti? ¿Qué es lo que dispara esa reacción? La capacidad de autocontrol individual, que enfatiza la atención en la reacción de la persona en una situación y no en la situación en sí, permite ayudarnos en nuestra comprensión de nosotros mismos en cada situación, y por tanto, decidir si ventilar (o no) nuestras emociones a los que nos rodean.
2. El sentimiento de confort y seguridad que siente la persona en una situación. Si sabes que puedes confiar en los interlocutores y ellos han reaccionado bien en situaciones anteriores y similares, aumenta la probabilidad directamente a hacer esos momentos de confesión.
3. El grado de responsabilidad que haya en esa situación. Este último punto queda resumido con la afirmación, “cuánto más seguro está la persona de perder algo, con mayor probabilidad optará por guardarse las emociones para sí mismo”. Ventilar las emociones implica un alto grado de confianza en la audiencia que te está escuchando, y saber que quien te escucha no te juzga, que tiene capacidad suficiente para afrontar lo que le dices y los efectos que implica esa revelación son positivos, la persona se sentirá con mayor confianza para no optar por la supresión y expresar sus sentimientos.
En definitiva, reconocer, prestar atención y optar por expresar tus emociones no sólo te hace una persona con mayor autocontrol; te hace una persona que sabe cuáles son sus necesidades emocionales y las hace respetar cuando es necesario. Puede ser complicado, pero es un aprendizaje que nos acompaña toda la vida y del que sus consecuencias pueden traernos multitud de cosas buenas.
Escrito por David Blanco Castañeda.
Fuente: Psychology Today.
Foto extraída de: www.depsicologia.com