A menudo encontramos padres y madres que expresan no saber jugar con sus hijos o que incluso confiesan, no exentos de culpabilidad, sentir desinterés y aburrimiento al respecto. No cumplir, incluso en nuestro fuero interno, con aquello que “deberíamos sentir” al respecto de nuestra paternidad o maternidad genera sufrimiento y vergüenza. Pero esto no es algo descabellado. A la par que se nos pide ser “superpadres” también nos han dicho que debemos ser adultos serios y responsables. Y sí, combinar ambas ideas puede resultar bastante complejo, y es que para que jugar con tus hijos pueda convertirse en una actividad agradable necesitamos despojarnos de los tacones, corbatas y cuellos almidonados y viajar atrás en el tiempo, cuando éramos nosotros esos niños sedientos de tiempo de juego compartido con nuestros padres. Aprender a derribar esos muros puede dotarnos de herramientas que hagan que jugar con nuestros hijos deje de ser una actividad para mantenerlos “entretenidos”, para transformarse en una fuente de satisfacción por sí misma. Hacer un ejercicio de memoria, intentar recordar y recuperar nuestras pasiones infantiles nos hará empatizar con las necesidades de nuestros hijos y facilitará sentir como agradable el tiempo dedicado a jugar. ¿Quién fue el aguafiestas que dijo que jugar era sólo cosa de niños?
Además, podemos reforzar nuestra dedicación al juego si recordamos los beneficios que tiene tanto para los niños como para los padres y madres utilizar unas horas a la semana en divertirse juntos. Diversos estudios han demostrado el efecto positivo del tándem padre-hij@ o madre-hij@. Los adultos pueden ayudar a los niños a desarrollar habilidades en el manejo de la vida social, regulación de emociones y desarrollo cognitivo, entre otras muchas competencias. Además, dedicar un rato al día para jugar con tu hijo fomenta la creación de un ambiente enriquecido, menos estresante para los miembros de la familia. Pero, ¿no es el juego por sí mismo suficiente para generar todas estas cosas? Stevenson y colaboradores (1988) observaron que el juego entre padres e hijos contribuye más al aprendizaje y comprensión de las interacciones sociales que el juego entre hermanos.
Evidentemente los niños también tiene que tener relaciones con sus iguales, pero el juego con sus padres/madres añade el matiz de la satisfacción de que las personas que nos quieren empleen con nosotros su tesoro más preciado, el tiempo. Sin embargo, la realidad de nuestros tiempos hace patente que el tiempo es de lo que menos disponemos. Entonces, ¿de qué me sirve saber todo esto si no puedo llevarlo a cabo? No siempre se trata de cantidad, sino de calidad. Si sólo puedes dedicar un corto periodo de tiempo a la semana a jugar, hazlo, pero sólo haz eso. Durante esos minutos sólo juega, apaga el móvil y céntrate en divertirte con tu hijo. Esto no es sólo bueno para ellos, también lo es para ti. Jugar con un niño implica observar activamente, escuchar, apoyar, hablar, respetar y comprender. El juego proporciona un escenario idóneo para la interacción, a través de la cual generar vínculos positivos duraderos. Esto abre la puerta a compartir problemas y preocupaciones cuando surja la necesidad. Además, jugar con tu hijo te ayudará a conocerlo como persona, ya que el juego es el lenguaje de los niños.
Fuente: livescience.com/ psychologytoday.com/ cyh.com/ childdevelopmentinfo.com
Lindsey, E. W., & Mize, J. (2000). Parent–child physical and pretense play: Links to children’s social competence. Merrill-Palmer Quarterly, 46 (4), 565-591
Stevenson, M. B., Leavitt, L. A., Thompson, R. H., & Roach, M. A. (1988). A social relations model analysis of parent and child play Developmental Psychology, 24 (1), 101-108
Sunderland, M. (2006). Science of parenting: practical guidance on sleep, crying, play, and building emotional well-being for life. New York: Dorling Kindersley.
Escrito por María Rueda Extremera