¿Para qué escuchamos música triste?

Elegir escuchar música triste cuando estás pasando un momento difícil parece paradójico desde el punto de vista de que las personas estamos motivadas a buscar un estado emocional positivo cuando nos sentimos angustiados. Nos pasamos la mayor parte de nuestras vidas tratando de ser felices. Y sin embargo, muchos de nosotros, cuando nos sentimos tristes nos ponemos una canción lacrimógena y nos recreamos en nuestra propia miseria. ¿Por qué?

Este es un aspecto de la psicología de la música que ha pasado por alto durante mucho tiempo. Ahora, una investigación de la Universidad de Limerick ha tratado de estudiar qué motiva a las personas a elegir este tipo de música cuando se sienten tristes y qué efectos tiene. Para ello le preguntaron a 65 adultos (de entre 18 y 66 años de edad, de cinco países diferentes) sobre una mala experiencia y que eligieran qué música escuchar. Debido a que este problema apenas se ha investigado antes, los investigadores optaron por un enfoque cualitativo. Analizaron las descripciones de los participantes y buscaron temas recurrentes sobre porqué elegían escuchar música triste.

Las respuestas se dividieron en dos temas principales: las estrategias personales adoptadas en la selección de la música triste, y las funciones que cumple la música.

Entre las estrategias resaltaba el deseo de conexión. La gente quería escuchar la música que resonara con su estado de ánimo actual. «No quería que la música me animara, yo quería quedarme con esas emociones durante un tiempo hasta que estuviera lista para dejarlas ir «, dijo una participante de 25 años de edad. Esta idea encaja con estudios anteriores que señalan que el estado de ánimo actual de la gente es a menudo una mejor predictor de su elección de la música de su estado de ánimo deseado.

Otra estrategia encontrada fue la de utilizar música triste como un activador de la memoria – para experimentar la nostalgia  o sentirse más cerca de la persona que se ha perdido. «He escogido la música porque sé que [la persona que había muerto] le había gustado la música también», dijo una señora de 48 años de edad.

Otros participantes describieron la selección de la música triste por su valor estético. En este caso, las personas no estaban eligiendo la música para mejorar su propia tristeza o para recordar el pasado, simplemente pensaron que la música era hermosa y de alta calidad.

Las funciones de autorregulación al escuchar música triste estaban estrechamente relacionados con las estrategias anteriores. Así, por ejemplo, los participantes hablaron de la re-experimentación de su afecto. «Yo estaba en casa, sintiendo lástima por mí mismo, pero no podía llorar», dijo una chica de 24 años de edad. «Así que decidí escuchar música triste para llorar un poco y luego sentirme aliviada y seguir adelante.» Otra chica de 21 años de edad lo expresó así: «la música me anima a sentir el dolor tal cual es. Es probable que no me haga sentir mejor en el momento, pero creo que puede haberme ayudado a lidiar con el dolor en general».

El estudio señala que escuchar música triste en situaciones adversas podría generar la sensación de «ser parte de la humanidad», es decir, ver tus propios sentimientos como parte de una experiencia humana más grande en lugar de soledad y aislamiento. También hubo participantes que veían la música triste como un amigo, como si la música fuera empática con su sufrimiento. «Sentí que se hizo amigo de la música», dijo una mujer de 33 años de edad. «siento como si la música y la letra fuera una persona real, en la que encuentro comprensión, consuelo y confianza, como si la canción fuera mi mejor amigo.» La música triste activa regiones cerebrales similares a aquellas que se ponen en funcionamiento cuando observamos una cara de tristeza (Fusar-Poli et al., 2009; Brattico et al., 2011). Este sustrato común podría darnos pistas del valor social de la música.

Habitualmente encontramos personas que tratan de escapar de sus emociones para así librarse de ellas. Sin embargo, conectar con aquello que estás sintiendo, experimentarlo y vivirlo es lo que facilita y permite seguir adelante. Este estudio nos muestra cómo la música puede ser una herramienta poderosa a través de la cual sintonizar contigo mismo. ¡Así que dale al play y disponte a sentir!

 

Fuente: BPS Research Digest

ResearchBlogging.org
Van den Tol, A., & Edwards, J. (2011). Exploring a rationale for choosing to listen to sad music when feeling sad Psychology of Music, 41 (4), 440-465 DOI: 10.1177/0305735611430433

Brattico E, Alluri V, Bogert B, Jacobsen T, Vartiainen N, Nieminen S, & Tervaniemi M (2011). A Functional MRI Study of Happy and Sad Emotions in Music with and without Lyrics. Frontiers in psychology, 2 PMID: 22144968

Fusar-Poli P, Placentino A, Carletti F, Landi P, Allen P, Surguladze S, Benedetti F, Abbamonte M, Gasparotti R, Barale F, Perez J, McGuire P, & Politi P (2009). Functional atlas of emotional faces processing: a voxel-based meta-analysis of 105 functional magnetic resonance imaging studies. Journal of psychiatry & neuroscience : JPN, 34 (6), 418-32 PMID: 19949718

Foto extraída de: tokiariri.wordpress.com

Escrito por María Rueda Extremera

Imagina dos neuronas; reflexiones sobre la neuroimagen

Un pequeño ejercicio de imaginación: Imagina dos neuronas. Fruto de una serie de cambios electroquímicos, una de ellas comienza a modificar la diferencia de potencial respecto al ambiente en el que se encuentra. Hay muchos cambios en su membrana celular; proteínas que activan otras y algunas sustancias que entran en la célula que es la neurona y otras salen. Para hacer todos estos cambios la neurona A necesita otras células que no son neuronas, que la nutren, la sustentan y limpian lo que sobra.

En un punto de ella, se conecta con la segunda neurona. La neurona B. La neurona B recibe algunas de estas sustancias que la neurona A ha expulsado a través de complejos mecanismos con vesículas y otras estructuras. Ese espacio entre las dos neuronas es como una discusión. La A va a liberar algunas sustancias que además hacen que regule si debe o no liberar más. Estas sustancias pueden ser muy diversas, y tienen diferentes efectos sobre la neurona B. También, la neurona B puede incorporar o no lo que la neurona A le está mandando, en diferentes grados y el hecho de que lo incorpore puede tener efectos diferentes sobre lo que hará después.

Vamos a ampliar un poco el marco de la imaginación. Piensa en la neurona A regulando el comportamiento de su membrana por influencia de diferentes partes de otras miles de neuronas y del ambiente en el que está. Y piensa en la neurona B influida no sólo por la A, sino por cientos de otras neuronas llegando a ella y modificando su capacidad de respuesta.

Ahora imagina la imagen de un cerebro en una resonancia. En esta imagen, la neurona A y la neurona B, no existen; son parte de una zona del cerebro pintada de color rojo. ¿Cómo se construye esta imagen? Primero se hace la foto del cerebro de una persona, después sobre esta foto se pinta lo que en el momento de una tarea se ha activado respecto a cuando no estaba realizándose esta tarea. Un momento, ¿el cerebro se desactiva cuando no está haciendo una “tarea experimental”? Bueno, no. Y ¿esta forma de “estar inactivo” será la misma en dos personas distintas? Bueno, tampoco es exactamente así. De acuerdo, ¿qué es ese color rojo que nos dice que algo se activa en un experimento con neuroimagen? Esencialmente, que hay más actividad de la que antes había en esa zona del cerebro. ¿Recuerdas la complejidad de la “actividad” cuando estábamos mirando sólo esas dos neuronas? Imagina lo que significa “actividad” de miles de neuronas que componen esa zona roja. Imagina trasladar esa idea de actividad a conceptos más complejos que aún tampoco entendemos bien, como el comportamiento, o el pensamiento.

La revista científica “The Hastings Center Report” ha dedicado este mes de marzo y abril un volumen especial sobre “interpretación de las neuroimágenes: una introducción a la tecnología y sus límites”. En este volumen se trata de buscar un lugar intermedio entre el optimismo extravagante y el pesimismo extravagante sobre los próximos avances en el diagnóstico y tratamiento de enfermedades mentales a través de la neuroimagen.

Si bien cada artículo publicado en este volumen se refiere a diferentes temas, los autores coinciden en que no tiene sentido hablar de “la parte del cerebro que hace X”. Hacen especial énfasis en que, aunque estas tecnologías nos ayuden a comprender en gran medida los mecanismos que intervienen en el cerebro de una persona que sufre una enfermedad neurológica o incluso mental, a día de hoy, no se puede decir que sean buenas guías por sí solas para el diagnóstico o tratamiento de las mismas.

Los avances en las técnicas de neuroimagen en los últimos años son impresionantes, y cada vez la investigación se hace más refinada a este respecto, dándonos la posibilidad de comprender mejor el cerebro y su influencia sobre nuestro comportamiento. Es natural que con el avance de una nueva tecnología, la ciencia que se beneficia de ésta piense que va a poder resolver al fin todos sus misterios. Pero generalmente se requiere una tranquilidad y parsimonia importante a la hora de dar valor a esta tecnología para que sus resultados se ajusten a la realidad. En esto, como en cualquier otro campo, los científicos comprenden que cuanto más parecemos saber, mayor sensación de no saber tenemos.

Cómo dijo Sócrates: “Sólo sé que no sé nada”.

Fuentes: onlinelibrary.wiley.com, The Hastings Center Report, http://mindhacks.com/2014/03/23/a-balanced-look-at-brain-scanning/
ResearchBlogging.orgParens, E. and Johnston, J. (2014). Neuroimaging: Beginning to Appreciate Its Complexities
Hastings Center Report, 2-7

 

 

Escrito por Lara Pacheco Cuevas

Cuando leer no solo es un entretenimiento…

Lunes. 9:05 de la mañana. Levantas tu vista del libro que lees esta semana (podría ser Las Horas de Liam Cunningham, por poner un ejemplo) y te fijas en la persona que hay sentado justo enfrente de ti. Ves que mira con vista perdida el mapa del metro. Notas cierto nerviosismo en su mirada, tal vez te fijes en sus ojos acuosos y en qué revisa ansiosamente la hora. Piensas, “Llegará tarde a alguna cita importante”. Te quedas inquiet@ cuando sale rápidamente al abrirse las puertas del vagón. Te muerdes el labio, “¿Qué le habrá pasado?”. Y continúas leyendo. Tal vez Liam Cunningham pueda darte una respuesta.

El pasado mes de octubre apareció en las páginas de Science, un artículo capitaneado por varios investigadores del New School of Social Research  (NSSR) en donde se defendía cómo leer ficción literaria podría ayudarnos a comprender las emociones y pensamientos de quienes nos rodean. Con ello, venían a comprobar si aumentaban nuestra Teoría de la Mente (que alude a la capacidad cognitiva de discernir estados mentales subjetivos en los demás y en nosotros mismos, entendiéndolos como fenómenos diferentes a aquellos que ocurren en el mundo exterior)

Para ello, realizaron diferentes experimentos en los que sometían a los participantes a leer breves fragmentos de textos literarios. Dichos textos se dividían en dos categorías, textos de ficción literaria (con fragmentos de autores como Delillo o la actual ganadora del Premio Nobel Alice Munro; en general, libros de reconocido prestigio y que presentase un argumento ficcionado) junto con textos de no ficción y/o considerados de “consumo popular”. Una vez leídos, los participantes pasaban distintas pruebas. Con medidas en diversos test como el RMET y el DANVA2-AF (tests de reconocimiento emocional a través de expresiones faciales), o el Yoni Test (reconocimiento de los pensamientos y emociones de distintos personajes a partir de diversas pistas verbales o visuales); los resultados mostraron como la mayoría de los participantes que habían leído obras de ficción se mostraban más capaces y obtenían mejores puntuaciones a la hora de inferir estados emocionales en los demás. Dicha empatía no sólo se producía a nivel cognitivo; también los participantes experimentaban  una identificación emocional.

Así, la literatura pasaría a ser una especie de simulador de las experiencias sociales; donde gracias a las vivencias y sentimientos de los personajes en la novela podríamos entender el complejo y heterogéneo mundo emocional que nos rodea. Aun con diversas limitaciones (no se decían expresamente la identidad de todos los autores utilizados en ambas condiciones experimentales; las conclusiones podrían cambiar de manera considerable si los participantes se leyeran novelas enteras en vez de fragmentos), el experimento constituye una lanza a favor de la literatura como instrumento favorecedor de diferentes cualidades de nuestro sistema cognitivo y que nos permite una flexibilidad y enriquecimiento de las distintas situaciones sociales sin necesidad de vivenciarla concretamente. Cómo digo, en la próxima página de tu libro de la semana puede estar la comprensión y entendimiento de una situación difícil en nuestras vidas. Por ello, simplemente lee.

 

Escrito por David Blanco Castañeda

Fuente: Research Digest

Bibliografía consultada: Kidd, D.C;  Castano, E. (2013). Reading literary fiction improves theory of mindScience express.

 

 

 

Propósitos para el Año Nuevo

Se acaba el año y con la última uva nacen uno, dos o incluso decenas de buenos propósitos para el año que comienza. El año que termina ha sido especialmente complicado a nivel colectivo debido a la crisis que sufrimos. Comenzar una nueva etapa nos esperanza a todos y todas, y la Nochevieja simboliza eso, un cierre de lo ya pasado y la apertura de un nuevo tiempo en el que iniciar y afrontar nuevos proyectos.

Los propósitos para el nuevo año no sólo suelen ser similares dentro de nuestra cultura, sino que una misma persona puede repetirlos año tras año (dejar de fumar, aprender inglés, adelgazar…). Es decir, al finalizar enero recordamos aquello que nos prometimos a nosotros mismos mientras sonaban las campanas y nos damos cuenta de que para nada se han materializado. En ese momento es cuando puedes volver a pensar porqué no lo has conseguido. ¿Realmente era importante para ti hacer realidad ese propósito? ¿Era realista? ¿Tenías un plan? ¿Estabas preparado para hacer ese cambio o iniciar ese nuevo proyecto?

Este tipo de preguntas y algunas de las claves que te damos a continuación pueden ayudarte a gestar y alcanzar esos nuevos proyectos y a no ser demasiado duro contigo mismo.

Piensa qué quieres conseguir. ¿Es factible? Fíjate en qué sientes al pensar en ese propósito, ¿te gusta?

¿Por qué quieres conseguirlo? Enumera y recuerda TUS motivos para alcanzarlo. Traza un plan. Divide en partes tu proyecto de modo que tengas pequeños objetivos y márcate plazos para cada uno de ellos. Recuerda que es importante que éstos sean asequibles y realistas.

Y sobre todo, si en alguna ocasión tienes un tropezón no abandones y lo dejes otra vez para el próximo Año Nuevo; recuerda que cualquier cambio cuesta y requiere esfuerzo y que todos alguna vez fallamos, así que te animamos a que vuelvas a intentarlo. Lo que hayas avanzado es una gran conquista. ¡Cualquier mes del año es bueno para empezar algo nuevo!

 

Escrito por María Rueda Extremera

La preocupación y la culpa en tu salud

A menudo escuchamos noticias y comentarios sobre la salud mental en los medios de comunicación que nos dan a entender o sugieren que las causas biológicas son de alguna manera más importantes y fundamentales que los factores sociales o psicológicos. Esto es el encanto de eso que llamamos reduccionismo. De hecho, cuando tratamos un tema tan complejo como la mente y conducta humanas debemos considerar todos los posibles niveles de explicación y especialmente si tenemos en cuenta que los factores psicológicos y sociales suelen ser los más susceptibles de intervención.

Un nuevo estudio liderado por la Universidad de Liverpool, en colaboración con la cadena BBC, apoyaría este punto de vista. Este grupo de investigadores realizó una encuesta a más de 32.000 personas (de entre18 y 85 años de edad) en la que se preguntaba por diversos datos relacionados con el estado de salud mental (en términos de depresión y ansiedad), los factores de riesgo genético (medido por su historia familiar), sus relaciones interpersonales, acontecimientos de la vida, demografía y dos aspectos sobre sus “tendencias psicológicas”: la rumiación de pensamiento (si se preocupa en exceso, no pudiendo parar de darle vueltas a las cosas) y el tipo de estilo atribucional (culparse a sí mismo de las cosas que salen mal pese a que éstas sean externas).

En el estudio se investigaron las relaciones existentes entre los factores biológicos, sociales y psicológicos y el estado de salud mental de los participantes. Los resultados obtenidos sugieren que los eventos traumáticos de la vida tienen un vínculo directo más fuerte con la depresión y la ansiedad, seguido de una historia familiar de problemas de salud mental y la baja condición social (en términos de educación e ingresos). La soledad y la falta de apoyo social también se vincularon directamente con una mala salud mental.

Sin embargo, podría decirse que el hallazgo más importante fue que la relación entre estos factores y la mala salud mental estaba mediada significativamente (aunque no totalmente) por las “tendencias psicológicas” de la rumiación y el estilo atribucional de la persona. Los autores afirman que sus resultados apoyan claramente la afirmación de que los agentes causales biológicos, sociales y circunstanciales afectarían a nuestra salud mental y bienestar a través de su impacto en la forma en que procesamos la información y percibimos el mundo. Aunque en este estudio los aspectos psicológicos no mediaron completamente la relación entre los factores medidos y el trastorno mental, esto podría deberse a que sólo se midieron dos componentes o procesos psicológicos (rumiación y estilo atribucional).

Según los investigadores, estos resultados tienen implicaciones prácticas, ya que los procesos psicológicos como la rumiación y culpa son abordables desde la psicoterapia. Por supuesto, este estudio tiene sus limitaciones como reconocen los mismos autores. La más importante es que los datos sólo representan una sola instantánea en el tiempo. Para disponer de una evidencia más sólida al respecto de la función de mediación de estos factores psicológicos, serán necesarias nuevas investigaciones en las que se recopile información sobre los participantes a lo largo y durante las diferentes etapas vitales.

Fuente: Research Digest

Escrito por María Rueda Extremera

 

Un Yo Expuesto

Hoy día, pasamos gran parte de nuestro tiempo delante de la pantalla de un ordenador actualizando los estados de las redes sociales. Los cambios producidos en la telefonía móvil actual han hecho que una conversación ni siquiera tenga que ser necesariamente finalizada para estar permanentemente unida a ella, de manera online. Nuestras agendas electrónicas nos organizan el tiempo casi mejor que nosotros mismos. Buena parte de ello, sin duda, se debe a la gran cantidad de información personal que volcamos en estos dispositivos.

Luis Manuel Ariza recoge muchos de estos hábitos para sintetizarlos en un artículo (Los datos que hay en mí) que ha sido publicado este domingo en el suplemento de El País Semanal. Se hace eco de un mundo en progresiva tecnificación, en donde la persona va consintiendo la facilitación de información a todos estos dispositivos para, por ejemplo, organizar un horario acorde con las actividades de la persona o marcar un plan de ejercicios que tenga en cuenta  el número de calorías consumidas y el estado de ánimo de la persona. Las formas de aplicación son infinitas.

El autor lanza una serie de reflexiones entre las que se encuentra  la máxima con la que finaliza el texto: “no hagas (con la tecnología) lo que no quieres que se sepa”. Es decir, nos coloca a nosotros la responsabilidad de saber gestionar nuestra información personal, en un contexto en donde la propia intimidad ha quedado al descubierto. En ese sentido, educar a las personas no sólo en el correcto uso de cada uno de los dispositivos que hacemos (o que haremos en un futuro) como también en poner límites en la exposición de la información en la nuevas tecnologías puede tener importantes consecuencias tanto en la preservación de nuestra intimidad como en la construcción y diferenciación de la identidad individual.

Y sin embargo, en esta sociedad  en la que tenemos el acceso a la información de los otros a toque de click y en la que se nos aboga por la necesidad imperiosa de compartir con los demás lo que nos ocurre, ¿cómo podemos hacer para resguardar nuestra intimidad? ¿Podemos realmente establecer unos límites claros entre lo que podemos compartir y nuestros datos personales? ¿somos más dependientes que hace unos años en cuanto a su uso?

Os dejo esta vez que concluyáis el texto con vuestras propias conclusiones.

Fuente: El País Semanal.

 

Escrito por David Blanco Castañeda.

¿Invulnerables a la publicidad?

Allá por los años 50, el publicista James Vicary generó amor y odio a partes iguales cuando se jactó del éxito de sus anuncios «subliminales». La presentación de las palabras «Bebe Coca-Cola» (Drink Coke) en la pantalla, durante la película y a una velocidad demasiado rápida para ser detectados conscientemente, tuvo el efecto de aumentar la compra de refrescos en las salas de cine, o al menos eso afirmó.

Investigaciones más recientes han confirmado que efectivamente las personas podemos ser influenciadas por los mensajes subliminales. Del latín «por debajo del umbral», estos mensajes hacen ciertos conceptos mentales más accesibles y, en las condiciones adecuadas, pueden cambiar el comportamiento de las personas. Lo que ha resultado más importante es que el mensaje sea meta – relevante, es decir, si el mensaje subliminal es para una marca de bebida, es más probable que influya si tienes sed.

La idea de que nuestras decisiones pueden ser influenciadas por mensajes publicitarios de los que no somos conscientes plantea algunas preocupaciones éticas obvias. Lo relevante aquí es si existe alguna forma de protegernos de los mensajes subliminales, y ésto es lo que han explorado en un nuevo estudio.

Investigadores de la Universidad de Radboud (Nijmegen – Países Bajos) expusieron a dos grupos de estudiantes al nombre de una marca de refresco (Nestea o 7up) durante 17 ms, demasiado rápido para poder detectarlo conscientemente. A uno de los grupos se le indicó previamente que iban a ser expuestos a un mensaje subliminal, a otro se le advirtió posteriormente que habían sido expuestos a esta imagen, y a un tercero no se le mostró ningún mensaje o imagen subliminal. Finalmente se les pidió a todos ellos que eligieran entre dos bebidas (Nestea o 7up).

La advertencia funcionó, independientemente del momento en que se hiciera. Los participantes sedientos expuestos a una marca de bebida subliminal eran más propensos a elegir esa marca, a no ser que recibieran el mensaje de advertencia. Esto sugiere que somos capaces de protegernos o blindarnos ante la publicidad subliminal y que la advertencia no altera el procesamiento inicial del mensaje subliminal, pero que de alguna manera sí modifica el efecto. Los autores del estudio piensan que ser advertido desencadena una actitud más cautelosa que nos impide confiar en la accesibilidad de los pensamientos al tomar una decisión. De esta forma puede que nos volvamos menos confiados sobre las ideas y pensamientos que nos surgen, dándonos cuenta de que no siempre los generamos nosotros mismos.

Estos intrigantes resultados sugieren que podemos ser relativamente invulnerables a los mensajes publicitarios subliminales en situaciones en las que estamos cautelosos – quizás al hacer una compra costosa o muy importante. Sin embargo, se necesita más investigación en un entorno real para conocer los límites de nuestras defensas subliminales.

Fuente: Research Digest

Escrito por María Rueda Extremera

Pensamientos paranoicos, ¿más cotidiano de lo que pensamos?

Un día cualquiera, a eso de las nueve de la mañana, entras en el portal de tu casa y te encuentras en el descansillo a dos vecinos.  Se te quedan mirando y se meten atropelladamente en su casa. ¿Qué mosca les ha picado? ¿Será por mí? ¿Por qué se me han quedado mirando de una manera tan rara?. Dos semanas después, cuando vuelves a casa por la noche notas pisadas detrás de ti. Te descubres andando más deprisa, por si acaso, y a la que giras para llegar al portal te das cuenta de que tu “perseguidor” pasa de largo. Y respiras aliviado, ¡vaya susto!.

A todos nos ha pasado alguna vez la situación que se retrata más arriba. En efecto, a veces surgen en nosotros determinados pensamientos que podríamos definir como paranoicos y nos ponemos tensos pensando en que algo malo nos pudiera ocurrir. Una investigación reciente, publicada  en el British Journal of Psychiatry y dirigida por el Daniel Freeman, pone de relieve la alta presencia de pensamientos paranoicos en la población general, casi en la misma frecuencia que los pensamientos ansiógenos y depresivos.

En su estudio, Freeman utilizó la realidad virtual para simular una situación social determinada (en concreto, un viaje en el metro); y ver el tipo de pensamientos que tenían los participantes en función de las reacciones y comportamientos que tenían los distintos personajes del metro simulado. Así, cada participante se creaba un avatar, y ese avatar se subía al metro durante unos minutos mientras otros personajes interaccionaban con él de algún modo; algunos leían el periódico, otros miraban al tendido u hablaban con su acompañante.

Aunque la gran mayoría  juzgaba a los otros personajes de manera amigable o neutral, hasta un 40 % de los participantes presentaba al menos un  pensamiento paranoico a la hora de interpretar las acciones de los otros personajes.

Según sugiere Freeman, no debemos sorprendernos; el miedo a confiar o no en el otro es inherente a toda interacción social, y si estamos más ansiosos, tenemos menor autoestima o nos han ocurrido experiencias negativas con los demás, la frecuencia de estos pensamientos tiende a aumentar.

Freeman  también enumera algunas situaciones en las que, efectivamente, es más probable que hagamos interpretaciones con tintes paranoicos  Así, en aquellas en donde la información a manejar es ambigua, nos sentimos observados y predomina un análisis rápido de la información, la frecuencia aumenta. Admite, además, que la existencia de determinados acontecimientos (como los ataques terroristas) y la atención que los medios hacen de ellos han fomentado en la población  una situación de alarma; analizando situaciones inocuas como verdaderos peligros potenciales.

Así,  podemos tener pensamientos paranoicos, y no significar, por supuesto, la existencia de un problema en la persona quien los tiene alguna vez. Como dice el propio Freeman, “los preocupaciones hacía los otros forma parte del sentir esencial del ser humano

Escrito por David Blanco Castañeda.

Fuente: psychcentral.com

El cerebro tararea al son de la música

La música no es tangible. No puedes comerla, beberla o aparearte con ella. No te protege de la lluvia, ni del viento o el frío. Y sin embargo, los seres humanos siempre han apreciado la música, o más que apreciar, la han amado. Desde el paleolítico hemos empleado esfuerzos y recursos para obtener y generar música, ya sea tallando flautas en huesos de animales o pagando un dineral por una entrada para un concierto.

Pero, ¿por qué esta cosa intangible, que no es más que una sucesión de sonidos, puede poseer tanto valor? La explicación más recurrente es que la música genera un placer único para los seres humanos.

Hace más de una década, Robert J. Zatorre y su equipo demostraron que la música que nos emociona activa las regiones cerebrales encargadas del sistema de recompensa. Observaron que en el momento en que la canción que escuchamos llega a un pico emocional (momento en el que notas un escalofrío de placer con un pasaje musical) se produce una liberación de dopamina en el estriado (una región primitiva compartida con otros vertebrados), la cual es conocida por responder ante reforzadores primarios naturales tales como la comida y el sexo, y la cual es activada artificialmente a través de drogas como la cocaína y las anfetaminas. Pero lo que aún es más interesante es que esto no sólo ocurre cuando la música llega al momento emocional más álgido, sino que se anticipa segundos antes.

La idea de que la recompensa se debe en parte a la anticipación (o la predicción de un resultado deseado) tiene una larga historia en la neurociencia. Predecir el resultado que obtendremos al realizar una acción parece ser esencial en el contexto de la supervivencia, después de todo. Y las neuronas dopaminérgicas, tanto en seres humanos como en otros animales, juegan un papel crucial en nuestras predicciones.

En la relación entre la música y nuestros sistemas ancestrales de recompensa y motivación, puede que radique la respuesta a la pregunta de ¿cómo nos conmueve la música?, pero aun así queda por responder ¿por qué lo hace?

 

Fuente: nytimes.com

Escrito por: María Rueda Extremera

Yo tengo un trastorno mental

Según la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), una de cada cinco personas en edad de trabajar sufren un trastorno mental. La prevalencia de sufrirlo en algún momento a lo largo de la vida es el doble. Esto implica que el riesgo de que cualquiera de nosotros lo experimente es alto para todos y todas.

Sin embargo, todavía parece difícil tratar este tema con la misma normalidad que tratamos otros tipos de sufrimiento. El presidente Obama lo explicaba con bastante acierto este lunes (3 de junio de 2013).

Sabemos que la recuperación es posible, que existe ayuda; pero como sociedad aún pensamos sobre la salud mental como diferenciada de otros tipos de salud. Vemos anuncios en televisión sobre todo tipo de temas de salud, algunos de ellos muy personales y todavía susurramos sobre los temas de salud mental y evitamos hacer muchas preguntas

Estos susurros son la sombra del estigma que sufren las personas con trastornos mentales de diversos tipos. El estigma de una persona por sufrir depresión, esquizofrenia, ansiedad generalizada, o cualquier otro trastorno lleva a la vergüenza y a la culpa. Se convierte en autoestigma y reduce las posibilidades de buscar ayuda. Reduce la confianza en uno mismo, la sensación de poder hacer algo al respecto e incluso de poder contar a los demás lo que ocurre. El estigma es una etiqueta negativa que colgamos a alguien que pertenece a un grupo externo a nosotros. El que lleva esa etiqueta nos asusta, nos enfada, no lo entendemos.

Sufrir un trastorno psicológico es un evento vital que nos transforma de la misma forma que los demás eventos. Ese que lo sufre no es distinto a ti. Nadie quiere tener un trastorno de este tipo, nadie quiere mantenerlo. Tiene la misma culpa de sufrirlo que la que tiene una persona que sufre de apendicitis o de cáncer. El estigma sufrido es un peso extra en la recuperación.

Ya que el estigma se basa en que son ellos frente a nosotros, no debemos olvidar que “ellos”, los que llevan la etiqueta, pueden ser nuestra madre, nuestro hermano o nuestra hija. “Ellos” pueden ser tú, o yo.

 

Fuentes: ocde.org, whitehouse.gov, Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría (López et al, 2008)

Escrito por: Lara Pacheco Cuevas