El miedo…¿tan aterrador como lo pintan?

Foto extraída de www.exito-motivacion-y-superacionpersonal.com

Estos días pasados hemos celebrado Halloween, una fiesta que goza de gran popularidad y en donde jugamos con una de nuestras emociones  más potentes: el miedo. De este modo, miles de hogares y personas en el mundo se permiten, mediante disfraces elaborados y situaciones más o menos escalofriantes, disfrutar de ciertas dosis de miedo controlado y aceptado. Sin embargo, el miedo es una sensación que muchas veces hemos asociado a situaciones que implican cierto peligro, y que, en intensidades elevadas, pueden provocar respuestas cuyo objetivo busca asegurar nuestra supervivencia y frenar el impacto de lo que tanto estamos temiendo. Así, y a excepción de Halloween (u otras situaciones socialmente aceptadas, como los parques de atracciones), el miedo es considerado como algo desagradable y negativo, y cuyo máximo ejemplo de su poder incapacitante se encuentra en las situaciones donde la persona tiene miedo al miedo, tendiendo a huir o escapar del estímulo temido de manera generalizada, y limitando sus acciones al extremo para no encontrarse o experimentar temor.

Pero, ¿el miedo es algo intrínsecamente negativo? ¿Siempre está ligado a situaciones oscuras, monstruos sanguinarios o desgracias inminentes? No podemos olvidar que, como toda emoción, el miedo busca adaptarnos al miedo, y como ya hemos mencionado también, garantizarnos una supervivencia en una situación en la que se requieren decisiones inmediatas. Asimismo, nos marca el índice de peligrosidad, es nuestro termómetro del riesgo. Imaginemos un hombre que nunca tuviese miedo a nada, ¿Qué podría ocurrirle? ¿Estaría corriendo riesgos que podrían poner en peligro a él y su propio proyecto de vida?. El miedo puede ayudarnos a plantear soluciones de cómo estar a salvo, permitirnos reconocer las acciones necesarias para enfrentarnos a lo temido, y aprender a manejar una situación que antes veíamos como aterradora e inconcebible.

No obstante, esto es algo muy difícil y a veces implica grandes esfuerzos de la persona que tiene miedo. La persona huye de lo que teme (pongamos un jefe agresivo, el perro del vecino o incluso los pensamientos sobre una desgracia inminente) porque le supone un alivio, ya que creemos que nuestro miedo desaparece cuando desaparece lo que nos da tanto miedo. La persona cree que con eso desaparece su problema, pero, y si, efectivamente, al jefe le vieses todos los días, ¿sería efectivo correr al baño cada vez que entra por el pasillo? ¿Habría alguna forma de conseguir enfrentarse a él?

Lo primero es tener claro tus objetivos. No vas a dejar de presentarte a las reuniones  por tu jefe o salir al rellano porque el perro de tu vecino pueda enseñarte los dientes. Exponerte a su presencia y comprobar que puedes “aguantar” esa situación, comprobando que tras un periodo esa intensa sensación de miedo va disminuyendo, puede ser un comienzo.

Cambia tu lenguaje y tus pensamientos internos por otros más positivos, relacionados con tu capacidad. Visualízate llegando a cada objetivo, recreando en cómo te sentirías si lo consiguieras. Cuestiona los pensamientos negativos…¿por qué son más probables que los pensamientos negativos? ¿Es que nunca te comportaste de manera diferente?

Maneja tus propios recursos. Tu meta final se divide a su vez en multitud de metas más pequeñas, mucho más manejables y alcanzables. Céntrate en conseguir cada vez una, y no te plantees la siguiente hasta que no hayas conseguido la meta previa. Tu sentimiento de satisfacción irá en aumento.

Por último, aprende de la experiencia. Cada día puede ser una buena oportunidad para ir derribando miedos, para cambiar tu consideración hacia ellos. No anticipes, disfruta de cada paso porque cada uno te llevará al siguiente. Explora los resultados de tus acciones, comprueba si la realidad es distinta a como te la imaginaste. ¿Tiene algo que ver con lo que estás haciendo?

Recuerda: el miedo depende mucho de sí lo ves grande o pequeño respecto a ti, de si tú te ves grande o pequeño respecto a él. Todo es cuestión de tamaño, pero …. ¿quién dijo que eso era inmutable?. Y, sobre todo, ¿no dijimos que también el miedo te ayudaba a sobrevivir?

Escrito por David Blanco Castañeda.

Fuente: huffington Post, El País, Psychology Today, PsycCentral.

Terriblemente emocionados o por qué disfrutamos con el miedo (Especial Halloween)

Ahora que se acerca la fiesta de Halloween, que todos los supermercados y centros comerciales se llenan de calaveras, fantasmas y demás ornamentación “terrorífica”, me pregunto ¿por qué nos gusta pasar miedo?

El miedo es una emoción que conlleva una reacción en cadena que comienza con un estímulo estresante y termina con la liberación de sustancias químicas que provocan el aumento, entre otras cosas de la tasa cardiaca, respiración acelerada y tensión muscular. Esto prepara a nuestro cuerpo para dar una respuesta de lucha o huida. El miedo, como cualquier otra emoción, es necesario para la supervivencia. El estímulo bien podría ser una araña, una pistola que nos apunta, un auditorio lleno de gente que nos mira esperando a que empecemos a hablar o el golpe de la puerta al cerrarse repentinamente. ¡Vale! Pero si hay muchas personas a las que algunas de estas cosas les generan auténtico sufrimiento ¿por qué muchas otras encuentran divertido pasar miedo, hasta tal punto que incluso pagan por una entrada de cine o una visita a la casa del terror?

Existen diferentes teorías, pero parece ser que la clave está en la percepción de riesgo. Esto quiere decir que, si entendemos que no existe un peligro real y que por tanto nuestra supervivencia está garantizada, esta experiencia repleta de adrenalina resultará agradable. Disfrutamos porque la experiencia es finita, es decir, nuestro organismo se expone al estímulo terrorífico con sus características estresantes que hace disparar todas las alarmas automáticas, pero sabemos que va a tener fin y no va a haber ninguna consecuencia fatal. Por el contrario, en los trastornos de ansiedad creemos y sentimos que estamos en peligro. Aquellas personas que sufren estos trastornos tienden a evitar acercarse a aquello que les da miedo, privándose a sí mismas de esta “sensación de fin”, lo que perpetúa su miedo y sentimientos de incertidumbre.

Racionalmente sabemos que nuestra vida no corre peligro al aparecer un zombie en la pantalla, pero el procesamiento cortical racional es “lento”, y como nuestra supervivencia depende de lo rápidos que seamos, nuestro organismo está preparado para reaccionar a gran velocidad sin ni siquiera darnos tiempo a pensar (vías subcorticales: tálamo – amígdala – hipotálamo), haciéndonos soltar un sonoro grito en mitad del cine. Esa descarga de adrenalina seguida del alivio garantiza la diversión. ¿Y por qué gritamos o nos agarramos al brazo de nuestro acompañante? Pues principalmente porque la expresión de la emoción a través del rostro y el cuerpo sirve para comunicar a nuestro grupo que estamos en peligro, y esto es lo que podemos ver claramente en #esta galería de fotos# (http://www.bbc.co.uk/mundo/video_fotos/2013/10/131009_galeria_fear_factory_terror_halloween_jg.shtml)  tomadas en el interior de un pasaje del terror. Ante un estímulo amenazante tendemos a buscar la protección mutua. Y todos sabemos que siempre es mejor pasar el mal trago juntos. Feliz Halloween… mejor, ¡acompañado!

 

Escrito por: María Rueda Extremera