La música no es tangible. No puedes comerla, beberla o aparearte con ella. No te protege de la lluvia, ni del viento o el frío. Y sin embargo, los seres humanos siempre han apreciado la música, o más que apreciar, la han amado. Desde el paleolítico hemos empleado esfuerzos y recursos para obtener y generar música, ya sea tallando flautas en huesos de animales o pagando un dineral por una entrada para un concierto.
Pero, ¿por qué esta cosa intangible, que no es más que una sucesión de sonidos, puede poseer tanto valor? La explicación más recurrente es que la música genera un placer único para los seres humanos.
Hace más de una década, Robert J. Zatorre y su equipo demostraron que la música que nos emociona activa las regiones cerebrales encargadas del sistema de recompensa. Observaron que en el momento en que la canción que escuchamos llega a un pico emocional (momento en el que notas un escalofrío de placer con un pasaje musical) se produce una liberación de dopamina en el estriado (una región primitiva compartida con otros vertebrados), la cual es conocida por responder ante reforzadores primarios naturales tales como la comida y el sexo, y la cual es activada artificialmente a través de drogas como la cocaína y las anfetaminas. Pero lo que aún es más interesante es que esto no sólo ocurre cuando la música llega al momento emocional más álgido, sino que se anticipa segundos antes.
La idea de que la recompensa se debe en parte a la anticipación (o la predicción de un resultado deseado) tiene una larga historia en la neurociencia. Predecir el resultado que obtendremos al realizar una acción parece ser esencial en el contexto de la supervivencia, después de todo. Y las neuronas dopaminérgicas, tanto en seres humanos como en otros animales, juegan un papel crucial en nuestras predicciones.
En la relación entre la música y nuestros sistemas ancestrales de recompensa y motivación, puede que radique la respuesta a la pregunta de ¿cómo nos conmueve la música?, pero aun así queda por responder ¿por qué lo hace?
Fuente: nytimes.com
Escrito por: María Rueda Extremera