En 1944 se estrenaba en las pantallas de cine la película, “Luz que agoniza” de George Cukor, que mostraba la progresiva anulación de una mujer a manos de su propio marido, de una manera encubierta y casi imperceptible. El término “Luz de Gas” hace referencia a las lamparillas de gas que el marido dejaba encendidas en la habitación de su casa. Cuando su mujer percibía el resplandor, el marido se cuidaba de negar su existencia y evidenciar una falta de juicio de ella. La mujer se veía envuelta en una situación de confusión total respecto a lo que veía, y acababa por ceder, sin darse crédito alguno.
A partir del éxito de la película, el término comenzó a acuñarse en contextos de maltrato psicológico, donde la persona duda de sus razonamientos, opiniones y hasta la realidad misma de sus actos. El objetivo principal que se persigue es el de desmantelar los síntomas de la víctima, dejándola indefensa y sumisa a merced de un maltratador que considera con una mayor capacidad para dilucidar lo que la está pasando. Se establece una relación de poder, desigual y tremendamente dañina.
A pesar de su peligrosidad, la persona no aprecia todos esto hábitos insanos por el vínculo que mantiene con su maltratador (se produce frecuentemente en relaciones de amistad, sentimentales o entre familiares muy cercanos). Por eso se pasa por alto y suele justificar sus conductas y confundiéndolas con muestras de afecto y protección.
Entre los síntomas que presentan una persona que sufre “Luz de Gas” están una constante culpabilización por lo que hacen, mientras que la otra persona no asume ninguna responsabilidad. La persona se cuestiona constantemente lo que siente, piensa o dice, y termina por no contárselas a nadie, sintiendo que está perdiendo su cordura. Se opta por un aislamiento y la persona se va alejando de amigos y familiares cercanos. Su capacidad para la toma de decisiones es cada vez menor, y siente una increíble ansiedad cuando tiene que tomar alguna, delegando en su maltratador cualquier tipo de iniciativa.
La dependencia hacia su maltratador, por el contrario, es cada vez mayor. Éste invalida sus percepciones y sus sentimientos constantemente, incluso en situaciones cotidianas, cuestionando su forma racional de pensar y aduciendo a alguna característica que denomina “enferma”, desaconsejando el contacto social e imponiéndose a sí mismo como agente que vela por su salud. De esta manera la dinámica no se rompe y se perpetua mientras que las relaciones más cercanas a la víctima lo desconocen totalmente.
Tendemos a pensar en los perpetradores como villanos o monstruos, incapaces de pensar que la gente que queremos y que nos quiere puede hacer a veces cosas semejantes. En algunas ocasiones la gente nos quiere, pero nos quiere muy mal, y por eso, a veces es la propia sociedad quien no nos enseña a revelarnos contra estos comportamientos de nuestros seres queridos. En las personas que pueden hacernos Luz de gas subyacen creencias destructivas que piensan que entre las personas pueden establecerse relaciones de posesión y exclusividad, que las percepciones y juicios de los demás pueden cambiarse a voluntad, y no permiten intercambio de opiniones. El desafío de estas reglas se vive como inaceptable, y se intenta erradicar contundentemente. La víctima, por tanto, no puede reivindicarse y cualquier posibilidad provoca grandes enfrentamientos con grandes consecuencias sobre todo para la víctima.
¿Qué puede hacerse cuando se ve esta situación en alguna de nuestras relaciones importantes?. Lo primero es validar y fortalecer la realidad de la víctima. Ni se está volviendo loca, ni todo lo que piensa es imaginación suya. Cada persona tiene derecho a manifestar dudas de lo que dicen sus seres queridos, y no somos malvados por ellos. Es muy recomendable que hablen con terceros seguros y confiables, con los que pueden tener una expresión libre de sentimientos. Lo segundo es que consiga aumentar la conciencia de lo que le está pasando, verbalizando en palabras los actos que se hacen y apelar a una distancia necesaria, para que pueda reivindicarse a sí mism@ y conectar con sus sentimientos y pensamientos. El tercero paso es la recuperación de su poder, pudiendo expresar cambios con su perpetrador y que se vuelva a una situación entre iguales si se puede, donde se negocia y no se niega la realidad del otro. En casos extremos, se aboga y se ayuda a la ruptura y separación de la relación su perpetrador. El proceso puede ser largo y duro, y puede no producirse al primer intento de dejar la relación, pero se ayuda a la persona en no cejar en su intento y en conseguir el apoyo de los suyos para que pueda salir definitivamente y mejorar en su vida y en la consideración de sí mism@.
Como ya hemos dicho, cada uno tiene el derecho a una relación sana, libre y satisfactoria, donde las personas se quieran bien y la aportación de cada uno sea valorada, respetada y disfrutada.
Escrito por David Blanco Castañeda.
Fuente: Psychology Today, Playground Magazine, Rudy´´´´´ ´ s Multilingual Blog.