Ante las medidas decretadas por la Comunidad de Madrid y el estado de alerta decretado por el Gobierno, Cenit Psicólogos mantendrá su actividad en formato online hasta que el período de cuarentena finalice. Queremos aportar nuestra labor y profesionalidad en este periodo de contención sanitaria, y ofrecemos apoyo psicológico online sin coste económico para todas aquellas personas que precisen de ayuda, por estados anímicos agravados por este periodo de confinamiento. Las sesiones se plantean como intervenciones breves de dos sesiones de cuarenta y cinco minutos, para ayudar y paliar los síntomas y conflictos que puedan surgir en esta etapa. Los horarios de atención psicológicas están sujetas a la propia disponibilidad de nuestro equipo. Para más información o concertar una cita, pueden llamar al teléfono 912208560 o al móvil 648260725, o podéis enviar un email a info@cenitpsicologos.com.
Ante las medidas decretadas por la Comunidad de Madrid, Cenit Psicólogos cierra sus puertas en el periodo de cuarentena a las sesiones de terapia presenciales.
El Equipo de Cenit Psicólogos seguirá pasando consultas online para todos aquellos pacientes que necesiten nuestra ayuda y acompañamiento en estas circunstancias tan excepcionales.
No debemos olvidar nuestra gran capacidad de superación y de resiliencia. Estas circunstancias son nuevas, excepcionales e implica la colaboración y empatía de todos. Es una oportunidad para crecer en responsabilidad y civismo.
Ayudad a los mayores de vuestro edificio si lo necesitan, en pequeñas tareas para que no hagan desplazamientos innecesarios. Aplazad las reuniones sociales. NO estamos en una temporada de ocio. Esto no implica salir ala calle. Debemos aprender a vivir y relacionarnos en el espacio de cuatro paredes. Y sobre todo, mantened los vínculos. Por que tenemos muchos canales a nuestro alcance, hacedles sabed que estáis ahí a pesar del reclutamiento. Buscad rutinas y una estructura en las pequeñas tareas. Disfrutad de vuestro espacio. Intentad convivir con el aburrimiento, de este periodo saldrán grandes ideas creativas.
Muchas son las
investigaciones que intentan esclarecer qué variables nos ayudan a exprimir el
mejor rendimiento a nuestro funcionamiento cognitivo.
No sólo para evitar y combatir la procastinación en los trabajadores y/o
estudiantes (“aplazar una tarea para después en vez de hacerla en el momento en
el que es necesaria”), sino también para ayudar a poblaciones de riesgo (por
ejemplo, personas con TDAH -trastorno de déficit de atención e hiperactividad-
o personas con altos niveles de ansiedad y depresión), que normalmente dejan
sin terminar la tarea por considerarla “demasiada difícil”, porque atribuyen
la duración de la tarea más a supuesta falta de capacidad que al hecho de que
la tarea requiera y necesite un tiempo mínimo para su realización, y eso no
significa que la tarea se esté haciendo mal.
Por ello, muchos
investigadores han apoyado la idea de que los plazos y el feedback temporal
(cuánto tiempo nos queda para acabar la tarea) ayuda a que insistamos en la
realización de la misma hasta terminarla, a la vez que nos ayuda a organizarla
mejor, según el tiempo que nos falte. Aunque suene estresante, los plazos
pueden ayudarnos a seguir hacia adelante, sabiendo que ya nos queda poco para
acabar la tarea, y a la vez, como una forma de marcar nuestro propio
progreso.
Investigadores de la
Universidad de Tel Aviv se propusieron poner a prueba esta hipótesis.
De esta forma, seleccionaron 64 estudiantes para realizar una tarea
relativamente larga y tediosa, consistente en realizar dos tareas Stroop (decir
el color o la palabra según correspondiera) y otras dos tareas espaciales
(determinar la dirección de unas flechas según aparecían unos estímulos visuales).
Se les decía también que debían de no hacer caso a los estímulos distractores.
Las tareas estaban divididas en 10 bloques de 240 pantallas, siendo un total de
2400 estímulos a contestar. Se les decía, además, que se les daría una
recompensa monetaria en función de los resultados. La clave estaba en los
grupos de investigación: a un grupo (grupo de feedback) se le decía cuánto
tiempo les faltaba para completar la tarea y cuántos bloques habían completado,
al grupo control (sin información) no se les decía nada. A ninguno de los
grupos se les informaba sobre el desempeño de la tarea.
Los resultados
en esta primera condición fueron reveladores. De una forma, a los
participantes en el grupo de feedback, se observó cómo su rendimiento fue
mejor, con mayor velocidad y mayor precisión en las respuestas (respuestas
sin errores), refiriendo sentir menos fatiga y cansancio en su realización;
efecto que se vió especialmente pronunciado hacia el final de la tarea,
cuando se mantuvieron en la tarea y con incluso menos tomas de descanso que sus
propios compañeros sin información ni feedback. Sugiriendo efectivamente, que
saber cuando va a acabar una tarea hace
más fácil terminarla.
Un segundo experimento
buscó replicar el diseño (y resultados) del primero, utilizando incluso más
bloques (12) con 240 pantallas, necesitando más tiempo para su realización. Los
resultados fueron bastante similares, sobre todo hacia el final, y
observando como el grupo sin feedback percibían mucho más cansancio y hacia más
descansos que el grupo con retroalimentación temporal.
¿Qué puede estar detrás
de estos resultados? Efectivamente, ver un progreso en la
actividad y determinar un final hace más fácil organizaros, establecernos
tiempos de actividad más realistas y mantenernos en la tarea porque sabemos que
va a terminar en poco. No saber el final implica dispersarse y distraerse,
y en realidad es más fácil dejarse llevar por distractores (fatiga, otras
tareas, otras personas). Por otro, saber cuando es el final nos hace ser más
consciente, paradójicamente, de que otras tareas más interesantes,
están próximas a realizarse, esmerándose al máximo en su consecución para
llevarlas a cabo.
También tiene que ver con
el nivel de esfuerzo que utilizamos. Si sabemos cuando
termina una tarea, se nos hace más fácil calcular la energía que necesitamos y
no nos importa perseverar en la tarea porque sabemos que el final está cerca.
También los investigadores lo relacionaron con la fuerza de voluntad y si lo
consideramos como algo limitado o no. Las personas que consideran la fuerza
de voluntad como algo limitado, tendían a hacer mayores descansos, reservar las
fuerzas (no hacer grandes esfuerzos) y acostarse más temprano porque al no
saber cuanto durará, se tiende a pensar que hay que “reservar” las energías.
El tener un tope fomenta un esfuerzo mayor y no necesariamente tantos
descansos, cuando se sabe que está llegando el final no paramos hasta que
terminamos.
En cuanto a las
limitaciones, efectivamente, se vio como la precisión y el rendimiento
aumentaban sobre todo al final. De este modo, se plantea la posibilidad de
no dar el feedback no necesariamente en todo el proceso, sino en determinadas
fases y sobre todo, al final, para favorecer la insistencia en la tarea y su
consecución hasta el final.
Lo que nos queda claro,
es, de todas formas, el impacto significativo de este feedback temporal en
nuestro rendimiento y consecución de la tarea. Por ello, el ponerte
plazos para terminar tus tareas (ya sean laborales, ya sean personales) puede
ayudarte considerablemente. Pero también, puede ayudar a personas con problemas
de motivación para tener una medida de su rendimiento, y proseguir sabiendo que
se va a terminar. O a personas con falta de atención, tener un criterio
sobre la duración de sus esfuerzos fomenta el intento de mantenerlos y
acabarlos, funcionando el tiempo como una medida de su propia ejecución. O en
el caso de con ansiedad y depresión, les facilitamos una medida
cuantificable de sus esfuerzos para que poco a poco sus progresos vayan siendo
percibidos.
Así que ya sabéis, si se
os está enquistando una tarea, lo más
fácil es un plazo realista para hacerlo. Como se suele decir: ¡A ello!
Selectividad, PAU (Prueba de Acceso a la Universidad) o
EBAU (Evaluación del Bachillerato para el Acceso a la Universidad) son algunos de los nombres que toma el examen basado en una prueba escrita que se realiza a los
estudiantes que desean acceder a estudios universitarios en universidades
públicas y privadas de España. Para conseguir la nota final a tener en
cuenta para dicho acceso además de la selectividad, computan los dos cursos de
Bachillerato.
No son pocas las
familias con hijos estudiantes de 2º de bachillerato que en la recta final de esta tan temida prueba empiezan a acuciar sus
efectos: interminables jornadas de estudio, problemas de sueño, estrés y
ansiedad, falta de tiempo libre, monotemática conversacional e incluso, en los
peores casos, disputas y/o problemas familiares.
No sólo se queda
ahí, sino que en una investigación de la Universidad de Valencia en
colaboración con la Universidad Miguel Hernández se ha demostrado que el estrés mantenido en el tiempo, como puede ser
el generado por la preparación para un examen tan trascendental como
Selectividad, puede llegar a producir
depresión en el sistema inmunológico de los estudiantes desencadenando un mayor
índice de infecciones ya sea a nivel respiratorio, dermatológico, alergias,
etc…
Con todo lo
anterior no venimos a demonizar este tipo de preparaciones académicas, sino
ayudar a ser conscientes del impacto que
puede tener dicho entrenamiento así como dotar de las herramientas
estudiantiles y psicológicas necesarias para afrontar con calidad de vida y
bienestar este hito escolar.
Cómo
sobrevivir a la Selectividad (o a cualquier otro examen importante) sin
desfallecer en el intento
A falta de unos 3
meses para la señalada fecha los siguientes consejos harán que esta carrera de
fondo se haga en «buena forma» en lugar de desfondados:
Intenta respetar la máxima de “8-8-8”, o lo que es lo mismo, 8 horas de
sueño- 8 horas de trabajo- 8 horas de desconexión. Y
digo intenta porque conocida la particularidad de que los estudiantes destinan
gran parte de sus 8 horas de «trabajo» al horario escolar, sin contar
el tiempo de estudio en casa, seguramente esta propuesta sea difícil de llevar
a cabo a pies juntillas (sobre todo en el sprint final de curso previo a
Selectividad).
Eso
sí, si algo de lo anterior se considera
totalmente necesario es el tiempo de sueño. Teniendo en cuenta que la
principal herramienta de trabajo del estudiante es el cerebro, y que éste ha de
estar descansado para funcionar correctamente, las 8 horas de sueño serán el
elemento clave para un estudio efectivo (y posiblemente la variable por donde
siempre se empieza a recortar cuando se necesita más y más tiempo con/en los
libros).
La otra parte de la «gasolina» para que el cerebro funcione
correctamente proviene de una adecuada alimentación.
Es fácil, en épocas de estrés, o bien sentir una completa falta de apetito o un
hambre voraz; ambos son buenos indicadores de que los niveles de ansiedad están
siendo altos. Todo eso siempre y cuando no se descuide la alimentación en
general por falta de tiempo.
No
abandones (o si nunca se consiguió, intenta implementar) una alimentación equilibrada, rica en proteínas, hidratos de carbono y
vitaminas, que posibilitará que el cerebro tenga la suficiente energía para
afrontar las maratonianas jornadas de estudio. Tómate tu tiempo para
(disfrutar de) las comidas, prestando atención a lo que comes y sin grandes
distractores que ayuden a engullir los alimentos sin una buena masticación, lo
que luego provocará digestiones más pesadas.
Organiza el estudio: por peso de las
asignaturas en la evaluación final (o itinerario/especialidad, en el caso de
Selectividad), por orden de exámenes, por el volumen de materia… y reparte el
tiempo de estudio «con cabeza», es decir, no darse atracones de una
sola asignatura, sino en función del criterio que se haya elegido para plantear
el trabajo repartir la jornada estudiantil en varias (un par al menos)
asignaturas al día, dejando para el
final del día aquello que requiera de menor esfuerzo cognitivo o sea más
práctico e instrumental en lugar de memorizar, (como por ejemplo,
ejercicios de Química o proyectos de Artes Plásticas).
Con sólo unos minutos de
organización previos a sacar los libros conseguiremos cambiar un estudio
ineficaz por un trabajo eficiente.
Elige un método de estudio fijo, hazlo tuyo,
incluso el hecho de personalizarlo puede conllevar adaptar varios métodos a tus
particularidades como estudiante, y una
vez pulido exprímelo al máximo. A estas alturas de curso cambiar un método
personalizado por otro que teóricamente es más eficaz no tiene mucho sentido,
no sólo por el tiempo que lleva adecuarse al nuevo, sino también por la presión
que ejerce el saber que todo lo anterior no se ha hecho tal vez correctamente o
que podría haber sido mejor.
Seguro
que pueden realizarse siempre mejoras: descubrir la ventaja de subrayar con
distintos colores para facilitar la memoria visual, elaborar un pequeño esquema
que haga rememorar el tema entero estudiado, repasar (pero como luego
explicaremos, sin que llegue a ser de manera compulsiva) lo anterior, dar más
peso en tiempo y esfuerzo a aquellos temas prioritarios o sobre los que el
profesor hace especial hincapié, utilizar reglas mnemotécnicas para facilitar
el recuerdo de alguna parte que tengamos que aprender más de memoria, etc.
En resumen, detecta qué no
funciona del todo bien y mejóralo, pero necesariamente no has de cambiarlo: hay
tantas formas de estudiar como estudiantes.
Repasar ayuda a consolidar la huella de memoria de la información o
materia estudiada. Pero todo en su justa medida:
cuando se repasa de manera compulsiva como forma de calmar la ansiedad que
genera el no sabérselo del todo bien quedamos atascados en un punto concreto
del temario, disponiendo de menos tiempo para estudiar el resto; todo lo
anterior perpetúa el círculo vicioso de la inseguridad sobre el nivel de
adecuación del conocimiento. La mejor herramienta en ese caso será tolerar algo
de incertidumbre al respecto.
Además
de que es importante saber que
posiblemente nunca aparecerá una certidumbre total sobre el conocimiento que
tenemos de algo. ¡Siempre se puede saber más, pero sabérselo de 8, por ejemplo,
está muy bien!
No todo depende del estudiante, sino que otro
elemento influyente es el ambiente de estudio. Conseguir un contexto tranquilo, sin distracciones (¡incluidos
teléfonos móviles!), lo menos ruidoso posible así como estable, favorece el aprendizaje.
Estudios científicos sobre cómo el contexto de estudio influye en el nivel de
aprendizaje señalaron que era más fácil reconocer/recordar una determinada
información en aquel contexto donde había sido aprendido dicho material.
También influye el estado
anímico con el que se estudia: valencias
extremadamente positivas o negativas en lo que respecta al humor dificultan la
concentración, y con ello el aprendizaje, mientras que el estado de ánimo
eutímico hará que rindamos mejor.
Atiende al funcionamiento habitual de la atención: la atención no es
una capacidad mantenida y duradera en el tiempo, sino que responde a un
rendimiento cíclico, con un período inicial para conseguir un estado de concentración, una
meseta de atención sostenida y un decaimiento o agotamiento de ésta aproximadamente a los 90 mins (asimismo, en
este ámbito también encontraremos diferencias interindividuales). Aprende a
escuchar a tu cerebro y destina 5-10
minutos entonces a pausas donde estirar las piernas, merendar, mirar el móvil,
cambiar de asignatura… en definitiva, donde brindemos a nuestra atención la
posibilidad de descansar y recuperarse para afrontar un nuevo ciclo de estudio.
Implanta una tarea de desconexión (al menos) al final del día: el estudio requiere de concentración y eso conlleva un nivel de
activación o arousal considerable. Si probamos a ir directamente de los libros
a la cama es posible que cueste conciliar el sueño, y eso se debe a que nuestro
cerebro aún no ha desconectado lo suficiente para abandonar la vigilia. Prueba
a establecer una rutina diaria de desconexión, a ser posible relajante y no vinculada al uso de pantallas (al menos
el móvil, muy cerca de la cara): leer, dibujar o colorear, ver una serie o
película, escuchar música, … Además, el dedicar tiempo diario a hobbies servirá también como merecido refuerzo por
la tarde de estudio.
Los dos puntos anteriores
parecen poco importantes en momentos de mucha carga estudiantil, pero se
consideran estudio pasivo. Es decir, tan necesario es el estudio como los
momentos de desconexión, ya que si no fundimos nuestra capacidad de aprender,
nuestro cerebro «se quema».
El perfeccionismo unido a la sobreexigencia y el lenguaje interno
negativo o autosaboteador no son buenos compañeros de viaje en esta carrera de fondo. Podemos intentar hacerlo lo mejor posible, incluso en algunos casos
donde la vocación conlleve un listón académico muy elevado (véanse notas de
acceso a carreras tales como Medicina o dobles grados que incluyen el título de
Matemáticas) parece casi de obligada consecuencia hacerlo muy bien, pero
siempre y cuando todo lo anterior no boicotee nuestra salud en cuerpo y mente. Sin esta nota, la nota en “bienestar
individual”, que no aparece en boletines académicos pero es imprescindible para
poder afrontar el resto de asignaturas que sí puntúan, no se podrá hacer frente
a las demandas estudiantiles.
Que
el propio estudiante (y su entorno) se tenga como prioridad frente a los
resultados académicos propiciará además una menor «ansiedad de
ejecución»: no se está hipervigilante sólo por la nota final, sino que
cuenta el proceso con el objetivo de hacerlo lo mejor posible, de poder llegar
a la meta en unas condiciones favorables/deseables.
A vosotros, padres/madres, si estáis leyendo
esto, también os concierne: está claro que el estudio no depende directamente
de vosotros, pero indirectamente podéis
ser el elemento que aporte estabilidad en el ambiente familiar. El adulto
que tenga experiencia en el tema (y si por carrera profesional no habéis pasado
esta etapa sí que tenéis más experiencia en general que vuestros hijos en el
afrontamiento de experiencias cruciales) sabrá que «a toro pasado» el
hito de superar Selectividad no es para tanto… que desde casa pueda relativizarse
la envergadura de este examen, poniendo el foco en el curso (de momento), tranquilizando y ofreciendo apoyo y cariño
incondicional servirá para transmitir al menor que sí, es un examen importante,
pero no vital para su existencia.
¡Ojo! Y a ti, estudiante, si estás leyendo esto: que el contexto familiar haga todo lo posible por vuestro bienestar no
significa que puedan hacerlo todo por ti. Será importanteexpresar (desde el respeto, intentando
dejar a un lado la irritabilidad) abiertamente
las necesidades, estar abiertos a recibir posibles negativas o que dichas
ayudas puedan demorarse. La Selectividad no paraliza el día a día, por tanto
afrontarlo como la preparación de un examen más será la clave para conservar la
paz y estabilidad familiar.
Y sobre todo, y más importante, hiperfocalizarse en Selectividad no siempre
será fructífero, ya que aún se está en 2º de Bachillerato. El número de
veces que los profesores en este curso mencionan la palabra Selectividad (son
muchas no, ¡muchísimas!) no aumenta exponencialmente la cercanía del examen.
Por tanto, centrarse en el curso actual
hará el estudio más controlable e ir subdividiendo la meta final en trimestres
permite que se vea como más abarcable toda la materia a estudiar. A efectos
prácticos existen dos oportunidades para superar las PAU, primera convocatoria
y la extraordinaria; sin embargo, olvidamos que si algo no va como nos gustaría
(el curso se hace cuesta arriba, la ansiedad dificulta la consecución de
objetivos o la nota alcanzada no es la deseada/suficiente) se tiene la oportunidad de repetirla, lo cual no implica fracasar o
haberlo hecho peor, sino que los objetivos importantes de nuestras vidas
conllevan esfuerzo.
Así que recuerda
que no todo está perdido si estos exámenes final de segundo trimestre no han
ido del todo bien o la situación está sobrepasando las herramientas que se
tienen hasta el momento. Evalúa si es un
problema de estudio o por el contrario se están alcanzando niveles
significativos de ansiedad, y según la respuesta acude en busca de la ayuda
oportuna (padres, amigos, profes, psicólogos…).
Lo importante no es el curso, si no el alumno. Sobre todo porque cuando echen (y echéis, como padres) la vista atrás
no se recordarán las notas, si no lo mal que se pasó o la satisfacción del
trabajo bien hecho (independientemente de una nota numérica mayor o menor).
Cursos habrá muchos, oportunidades de obtener la nota
ansiada en Selectividad otras tantas, pero alumnos/hijos sólo el del momento
presente.
La crianza es complicada. Incluso con recursos de sobra, en la actual sociedad en la que todo ha de ir deprisa, adecuarse a las necesidades de todos los miembros de la familia se hace un camino difícil. El estrés diario termina por hacer mella en todos los miembros de la familia, incluidos los niños.
Es por esto que la Asociación Americana de Psicología ha desarrollado una guía de consejos para padres que quieren aumentar la resiliencia de sus hijos, y de este modo reducir la vulnerabilidad de los más pequeños. Aunque en la sociedad en la que vivimos es imposible modificar ciertas cosas como la forma en que vivimos, el tipo de empleo que tenemos o el transporte que necesitamos, hay algunas cosas que sí se pueden llevar a cabo para aumentar la resiliencia en los niños. La resiliencia es la capacidad para adaptarse fácilmente a la adversidad o al cambio. Es una habilidad que nos permite sobreponernos ante situaciones negativas.
Como están en riesgo los niños
Existe ya mucha literatura científica apoyando la importancia de construir adecuadamente una buena resiliencia en los niños, ya que sí carecen de ella, pueden verse afectadas diversas áreas de muchas formas, tal y como se muestra en la tabla.
Cómo desarrollar la resiliencia
Tener relaciones saludables, de protección y cariño con los adultos presentes en la vida de un niño, es uno de los factores fundamentales para desarrollar una buena resiliencia y poder sobreponerse adecuadamente al estrés al que están sometidos diariamente. Por este motivo, las madres y padres tienen un gran potencial para promover en sus hijos esta capacidad. Gracias a un extenso volumen de investigación sobre cómo cuándo y dónde pueden las figuras de referencia proteger a sus hijos, ayudándoles a desarrollar herramientas para el manejo del estrés diario. En referencia a dónde se interviene para crear mayor resiliencia, en este post nos centraremos en lo que se puede hacer en casa con este fin.
Estructura
Los niños necesitan saber qué esperar del mundo y qué se espera de ellos. El hecho de que exista una estructura les da confort y seguridad. Además, un ambiente estructurado puede dar lugar a un punto de apoyo ante el caos, desorganización e incertidumbre que tienden a generar las situaciones de estrés. Para crear esta estructura en el ambiente, hay varias cosas que podemos hacer:
Elaborar y seguir unas rutinas
Las horas de comida
Las horas de sueño
Las horas de trabajo-deberes-estudio
Las rutinas de higiene
Rituales familiares. Por ejemplo, los viernes de juego de mesa, el paseo de fin de semana, o una cena especial los domingos.
Crear reglas y expectativas y seguirlas firmemente Una de las claves de una maternidad o paternidad eficaces y una buena disciplina es hacer saber a los niños lo que se espera de ellos. Qué esperar si no hacen lo que deben hacer, y luego, seguir estas normas, siempre.Las normas y expectativas ayudan a crear estructura y consistencia en la vida del niño.
Lograr la consistencia siempre que se pueda Puede que no podamos mantenernos toda la vida, por ejemplo, viviendo en el mismo barrio, pero en el caso de tener que mudarnos, podemos mantener las rutinas, o cierto contacto con algunos amigos… y siempre en cualquier cambio o situación nueva, podemos reducir el caos de la incertidumbre creando expectativas sobre lo que ocurrirá en el momento del cambio.
Crear una relación cercana y cálida Este tipo de relaciones ayudan a los niños a sentirse especialmente seguros, y aún más cuando las situaciones que han de vivir se tornan estresantes. Es posible y recomendable, que nuestra relación sea firme respecto a las normas al tiempo que cálida y cariñosa.
Habla sobre las emociones Los niños necesitan regular sus emociones a través de lo que ven en sus modelos, del mismo modo que hacen con muchos otros comportamientos.
Por eso es importante: -Hablar sobre tus emociones; incluyendo la tristeza o el enfado. “Cuando ocurren accidentes me siento enfadado/a”. -Habla de las emociones sentidas en el mundo que os rodea. Habla sobre cómo se podrían sentir los personajes de libros y películas, así como otras personas se sentirán en determinados eventos, o cómo podría hacernos sentir determinado suceso novedoso. -Habla con tu hijo sobre todas las emociones, tanto las positivas como las negativas. Hablar con ellos sobre cómo se sienten les ayuda a aprender a regularlas de forma efectiva.
Sé modelo y discute sobre el autocontrol Cuando hablas sobre las emociones, incluye también ejemplos de cómo se podrían expresar o aliviar adecuadamente estas emociones. -Compórtate cuando sientes cosas como te gustaría que se comportara tu hijo. -Juega a juegos que impliquen autocontrol, como el juego de las estatuas o a semáforo verde y rojo. -Sé modelo de solución de problemas -Comparte con tu hijo tus problemas, grandes o pequeños. Desde qué hacer de cena a algún trámite administrativo. -Juega a juegos en los que tu hijo o hija tengan que resolver algo. -Cuando tu hijo o hija te plantee alguna cuestión o problema, en lugar de inmediatamente explicarle la solución que tú tienes, empieza por preguntar “¿Tú qué crees que podrías hacer para solucionarlo?” Ayudale a través de sugerencias antes de resolver tú directamente el problema, y luego discute con él si la posible resolución adoptada será la más útil.
Construye habilidades de comunicación Entender y usar el lenguaje es muy importante para las interacciones exitosas. Un buen uso del lenguaje así como un amplio vocabulario, además, están fuertemente relacionados con el éxito académico. -Crea historias en familia en las que cada miembro va añadiendo una parte. Habla con tu hijo o hija sobre su día y cuéntale el tuyo. -Leed juntos, todos los días si es posible, desde el nacimiento. Si tu hijo ya sabe leer, haced lecturas conjuntas por turnos. -Cantad y bailad juntos.
Así, las fake news (bulos
informativos creados por medios pseudoperiodísticos para inducir una idea y cuyo objetivo es la desinformación y
la confusión), crecen habitualmente por las redes
como la pólvora, donde importa más compartir y consumir que en seleccionar y
reflexionar, y donde las meras opiniones (ficción, al fin y al cabo) se
confunden con la realidad, deformándola o sustituyéndola de tal manera que se
instaura como verdad. El cambio de algoritmos en la red, donde nos coloca
información en función de nuestros gustos, afinidades y movimientos, permite
la exposición continuada a ésta, con lo que el efecto y la influencia es mucho
mayor.
Son muchos los expertos, de muy
diversas disciplinas, que han manifestado su preocupación ante un contexto
social muy proclive a este fenómeno tan polémico y perjudicial. Desde nuestra disciplina, se ha abordado desde lo que sabemos sobre el
funcionamiento cerebral. Por un lado, atendiendo al producto memorístico, se
afirma que el cerebro reacciona muy mal al error, sabiendo que el error
permanece largo tiempo activado (de ahí la necesidad de hacer un aprendizaje
sin errores y con información contrastada y veraz), haciendo que se confunda la
disposición y saliencia por que ésta sea correcta e idónea. De otro, el
cerebro, adaptativo y estratégico por su funcionamiento en red, utiliza toda
una serie de heurísticos cognitivos y automáticos por los que si no prestamos
suficiente atención, es más fácil que saquemos precipitadas y sin que hagamos
una lectura crítica de lo que leemos.
De este modo, son muchas las
investigaciones que buscan replicar el comportamiento de las personas en redes,
para entender cuáles son las motivaciones que les lleva a compartir esta
información defectuosa. Así, varias
investigaciones han encontrado resultados muy poco alentadores, encontrando
como el hecho de saber que la información era falsa no les persuadía a la hora
de compartirla.
Así, el grupo de Investigación de
la Universidad de Canadá, buscó comprobar si realmente compartimos sin
importarnos realmente la calidad y credibilidad de nuestras fuentes, y
descubrieron un escenario bastante más optimista. En primer lugar, se demostró
como la gran mayoría de los usuarios mostraban una genuina preocupación por la
información que compartían, si bien admitían priorizar otro tipo de variables
(como asegurarse el número de seguidores) para que en algunas ocasiones sí
optaran por las noticias falsas.
Para ello, el estudio contó con una
población de 1000 participantes en el que se facilitaba una serie de 36
noticias incompletas (atendiendo a cómo leen las personas las noticias, pues cada vez se leen menos noticias completas),
con varias pruebas insertas para que pudieran comprobar si eran ciertas o no. La
mitad de las noticias eran “fake news” y la otra mitad eran verdaderas, de las
cuales la mitad eran favorables al partido demócrata y la otra, al partido
republicano. Al final se les preguntaba si las consideraban compartir o no. Los
resultados mostraron como los participantes mostraban una mayor tendencia a
compartir los artículos veraces por encima de las “fakes news”, sin embargo,
dentro de los artículos que consideraban falsos, preferían compartir aquellas
que eran afines a su ideología, aunque supieran de su poca verosimilitud.
En un segundo estudio, con 2.700 participantes de Twitter, cuando se les incitaba a
reflexionar sobre la veracidad de los títulos de las noticias, se observaba una
tendencia positiva a compartir artículos veraces , y sobre todo, aquellos
coherentes con sus filiaciones políticas. En la versión final, se volvió
a contar con más de 5000 usuarios de twitter, y tras enviarles artículos
confiables, se les pidió que analizaran su credibilidad. Efectivamente, se
observó un efecto moderado en la tendencia a compartir artículos más confiables,
con tendencia a utilizar prensa altamente (The New York Times) incluso 24 horas
después de haberles pedido que revisaran la información.
Todos estos resultados confirman la
importancia que da la gente en redes a compartir información veraz. Y sí, también se comparte información que se considera una “fake
new”, pero el hecho de que se comparta no quiere decir que las personas
se la crean fehacientemente. Es más, cuando se les induce a prestar
atención al contenido a compartir, las personas tienden a corregir y ser más
crítico con la información, afirmando que otras variables (como el
número de seguidores o el impacto de la noticia) son las que distraen y
afectan para la proliferación de fake news en redes.
Aún en desarrollo y con la vista
puesta en el futuro, los investigadores se mostraron optimistas con el control
informativo, aduciendo que puede ser de gran utilidad mandar boletines
periódicos a los usuarios de las redes informando y alertando de la importancia
de compartir noticias veraces, y como con solo ese mecanismo podían tener
una influencia en el comportamiento, sin recurrir a la utilización de un
organismo central que sirva de filtro y censor de las noticias no veraces.
Todo ello nos hace pensar que,
independientemente de la existencia de este tipo de bulos, las personas
mostramos una preocupación importante
por compartir información veraz. Y lo importante que es estar concienciados
de esta necesidad para no caer en la inercia de compartir información sin
prestar atención sobre lo que compartimos.
Paradójicamente,
aunque somos una especie que tenemos las habilidades necesarias para cambiar y
evolucionar debido a un muy desarrollado cerebro y sus
correspondientes funciones cognitivas, así como una mente flexible que intenta
adaptarse a situaciones cambiantes mediante un amplio repertorio de conductas
no tan acotado por patrones biológicamente “impuestos” o establecidos (como el
del resto de animales), tememos a menudo
el cambio: todos los seres humanos, en mayor o menor medida, en alguna
ocasión a lo largo de nuestra vida lo terminamos vivenciando. En esas situaciones el miedo es una emoción
que se interpone en nuestro camino y nos hace perder claridad sobre nuestro
potencial, pero ¿de dónde viene y qué significa esa sensación?.
Principalmente se debe a que tememos lo cambiante ya que no se conoce ni
se puede anticipar el resultado fruto de ello. Aunque quedarse quieto puede
conllevar un mayor riesgo que cambiar, en muchas ocasiones las personas
preferimos, ya sea profesionalmente o en una relación, por ejemplo, correr el
riesgo de quedarnos atrás si no se continúa creciendo en lugar de afrontar una
situación novedosa de desarrollo. Es decir, en distintos estudios se ha
demostrado que rechazamos la incertidumbre (a pesar de que estamos programados
para poder resistirla y abordarla), nuestro
cerebro prefiere un resultado negativo predecible sobre uno incierto, aún
pudiendo ser positivo o favorable.
1. La
incertidumbre alimenta nuestros temores.
A nuestro cerebro le gusta tener el control. La incertidumbre genera una fuerte
respuesta de alerta en nuestro sistema límbico y amígdala, la cual suscita
una serie de sensaciones subjetivas desagradables o aversivas, por eso nos preocupamos.
Ante la
falta de información controlable nuestro cerebro
experimenta miedo, por eso tendemos a especular. Creamos historias, tanto reales como imaginarias, que nos contamos
a nosotros mismos como modo de rellenar esa parcela sobre la que no tenemos
datos certeros. En ese momento narramos nuestras vidas como si estuvieran fuera
de nuestro control; sentimos que estamos
jugando un papel desde el exterior sin tener en cuenta que se puede tener un
rol potencialmente activo a pesar de que haya factores fuera de nuestro
control que puedan influir en los resultados.
2.
Aceptar la impermanencia de la vida en ocasiones nos hace sufrir.
Cuando termina un trabajo o una relación,
incluso el verano o las vacaciones, nos quedamos estancados, nos cuesta mucho
seguir adelante. Seguimos repitiendo viejos patrones o historias en lugar de
abrir nuestra mente a lo que está por venir.
Un
estudio sobre lo positivo que sería construir puentes entre el budismo y la
psicología occidental muestra que abrazar la impermanencia como ley universal
de vida contrarresta los ciclos de pensamientos negativos y rumiaciones. Cuando aceptamos que cada historia en la vida tiene un final podemos
relajarnos, y sintiéndonos más tranquilos podremos afrontar nuevos retos.
“Nadie se baña en el río dos veces porque todo cambia en
el río y en el que se baña”. Heráclito de Éfeso.
3.
Nuestro miedo al fracaso también alimenta nuestra aversión al cambio.
El afán
perfeccionista y sobreexigente puede tener el efecto contrario al esperado ya
que cuando estamos bajo presión tendemos a cometer más errores. Bajo el estándar de que “si se hace algo es para conseguir la
perfección” lo previsible en la mayoría de las personas es que aparezca la
procrastinación.
Procrastinar puede significar dos cosas: por un lado, falta de seguridad en
nuestros propios recursos para abordar una determinada situación debido a que
posiblemente no sean los adecuados, para lo cual se podrían aprender nuevas
herramientas más acertadas para según qué tarea; y por otro, miedo a comenzar a hacer algo y que no
salga según nuestras expectativas o incluso pueda derivar en fracaso.
Saber
navegar en la incertidumbre es muy importante, así como seguir haciendo las
cosas a pesar del miedo, es lo que finalmente nos lleva a superarlo y comenzar
a sentir un aumento de nuestra autocompetencia.
En resumen, convertirnos en los autores de nuestras vidas supone empezar por
reformular la relación que establecemos con respecto a la incertidumbre, la
impermanencia de las cosas y el perfeccionismo.
Algunas
etapas vitales serán más proclives a la aparición de dicho miedo. A medida que vamos madurando tendremos que tomar decisiones y
aprender a autogestionar nuestro propio camino en la vida. El salto a
independizarse, cambiar de trabajo (o elegir uno; incluso vivenciar un continuo
estado de precariedad laboral), romper una pareja de larga duración porque ya
no funciona, moverse de ciudad o tomar la decisión de ampliar la familia,
cambios todos ellos que prototípicamente se llevan a cabo en el ecuador de la
vida harán que la etapa vital por excelencia donde es más proclive la aparición del miedo al cambio sea la comprendida
entre los 20 y 60 años. Eso no quiere decir que no pueda aparecer en otros
momentos vitales, ni debido a otros detonantes a los anteriormente
mencionados, sino que la tendencia es
que las personas asuman esos cambios con más frecuencia en el final de la
juventud y durante su vida adulta.
Puede
manifestarse en diferentes áreas vitales: la
relevancia de cada una de ellas a nivel personal será lo que propicia un mayor
grado de malestar, es decir, existe un amplio abanico de diferencias
interindividuales en este aspecto. Para alguien cambiar de amigos será lo más
costoso, mientras que para otros el ser versátil en el entorno laboral o fluir
en las relaciones sentimentales será lo que les paralice.
Estilos
de crianza parentales más evitativos o tendentes a la sobreprotección asimismo
fomentarán que se eluda el hecho de que algo en la
vida de una persona no funciona pero se prefiere en lugar de poner en marcha
mecanismos para modificarlo. Además de que la
sobreprotección en la infancia deriva en futuros adultos que pueden no tener
las habilidades necesarias para ser autosuficientes, probar diferentes
alternativas e incluso baja autoestima e inseguridades con respecto a su
capacidad de solución de problemas.
“AÚN
CON MIEDO, ¡HAZLO!” COMO PREMISA PARA SUPERAR EL MIEDO AL CAMBIO
Al partir de la base de que la situación
problemática del cambio se etiqueta como «miedo» podremos concluir
que el método o técnica empíricamente
validado y que ha sido denominado como de primera elección a tal efecto es la exposición.
Es decir, de
manera progresiva (muy importante este dato, si no una intensidad elevada
sería tan aversiva que la persona no podría aprender de manera adecuada lo no
nocivo del cambio) habrá que ir
escogiendo situaciones generadoras de cambios vitales-personales de cara a
poder acumular la suficiente evidencia empírica para reevaluar si tan
“peligroso” es tomar decisiones que impliquen situaciones cambiantes. Aprender
las herramientas necesarias para abordar dichas situaciones o modificar
aquellas otras estrategias de afrontamiento que hasta el momento más que una
solución del problema estaban siendo el detonante del miedo a cambiar (por
ejemplo, la procrastinación) hará que finalmente la persona que decida realizar
un determinado cambio en su vida pueda marcarse esa meta y trabajar por ella en
lugar de paralizarse y quedarse en el inmovilismo.
Una
educación emocional potente también reduce el estigma al cambio y alivia el
temor que algunas personas tienen a comprometerse con nuevos proyectos en su
vida.
Si resumiéramos en qué 7 pasos se puede basar la superación del miedo al cambio
diríamos:
La vida es cambio y el cambio significa vida:
todo está en continuo movimiento, nada es estático.
Acepta la situación, ¡pero no te resignes a ello! El cambio puede
entenderse como una oportunidad para aprender de su abanico de posibilidades. Después de eso será más fácil ponerse en modo acción, tomar
decisiones y empezar a modificar cositas.
El fracaso también puede verse como algo positivo. En el camino de conseguir aquello que se quiere o necesita habrá ocasiones en las que se comentan
errores, eso significa que se están intentando cosas nuevas, pero sobre todo:
se están haciendo cosas. Comete nuevos errores, errores asombrosos y que
posiblemente nadie haya cometido antes, no te preocupes si no es perfecto, lo
que sea que te dé miedo a hacer, ¡hazlo! así se consiguieron los retos e
inventos más importantes de este mundo. Intentando, fracasando,
reevaluando, tomando decisiones, solucionando problemas, etc… se evitará la
paralización, se aprende.
Celebra cada pequeño éxito: por muy pequeño que sea será necesario que
vayas reforzando cada logro conseguido. Lo más
importante no es sólo el resultado final, sino cada paso del proceso de cambio.
Sé responsable. Se puede conseguir dejar de lado las expectativas para
concentrarse exclusivamente en aquello que puedes controlar.
Sé paciente: los cambios son un proceso, que
no se consiguen de la noche a la mañana, no por más ansiar que se produzca
rápido finalizará antes, todo lo contrario, la falta de paciencia y tesón generarán frustración y angustia.
Sal de tu zona de confort: piensa sobre si tu
situación actual te reconforta. Cuando
queremos protegernos de la incertidumbre, perdemos la conciencia del momento
presente y dejamos de disfrutar lo que la vida nos da.
Evita vivir en piloto automático
y no cierres la puerta a nuevos capítulos; para ello será necesario autoevaluar
y escanear la situación de vida actual, es decir, ser consciente de cuáles son tus valores en las diferentes áreas
vitales (emociones, salud y bienestar, familia, pareja o relaciones
íntimas, amigos y relaciones sociales, ocio,
tiempo libre y descanso, espiritualidad, economía, trabajo y carrera
profesional, educación, crecimiento y desarrollo personal, política e
inquietudes sociales, …) y cuál es la
dirección valiosa que quieres seguir para vivir tal y como te gustaría.
En una sociedad que avanza a un ritmo
apabullante, con multitud de nuevos retos (principalmente referentes a los
avances tecnológicos) y donde la máxima de vida tiende, no sólo a sobrevivir,
sino a conseguir la felicidad, las personas a veces sentimos que no somos
capaces de soportar tal magnitud de avances y desafíos.
Sin embargo, nuestra historia de vida está
llena de alternativas, y el miedo al cambio anula la posibilidad que tenemos de
cerrar ciertos capítulos para comenzar otros nuevos. Porque no, no siempre es
cierto el refrán de «más vale lo malo conocido que lo bueno por
conocer». Un autoescaneo en función de los valores que consideramos
importantes en nuestra vida nos ayudará a detectar si estamos estancados, algo
o alguna relación nos genera malestar o no estamos viviendo conforme a nos
gustaría… Una vez identificada la necesidad de cambio desde Cenit Psicólogos
siempre te animaremos a “aún con miedo, ¡hazlo!”, intentando resolver poco a
poco los pasos para alcanzar la meta propuesta, siempre con el aliciente de
experimentar y disfrutar del cambio de rutina.
Apoyar a alguien que lo está pasando mal es duro. Los seres humanos estamos hechos para hacernos cargo de las emociones de los otros. Querríamos poder ayudar a otros cuando lo pasan mal, pero no pasarlo igualmente mal al ayudar. El contagio emocional, sin embargo, es inevitable. Lo puedes notar al escuchar a alguien cerca llorando o frustrado por algo. En ese momento puedes notar como se acelera tu respiración o el latir de tu corazón.
La mayoría de personas que sufren emocionalmente,lo que quieren es sentirse escuchadas y comprendidas, no escuchar consejos sobre cómo sentirse mejor. Desgraciadamente, tendemos a buscar soluciones fáciles y a usar tópicos para ayudar que solo suelen afectar aumentando el dolor del otro, llegando a la incomprensión.
Si te ves en la situación de acompañar a alguien sufriendo, aquí tienes algunas recomendaciones para ayudarle.
Escucha y valida sus experiencias y emociones. Puedes simplemente decir «debe ser muy duro pasar por eso» o «imagino que debe ser muy doloroso, lo siento»
Haz preguntas sobre su experiencia. Si preguntas por lo que está pasando y como lo vive la persona, puedes lograr clarificar lo que está pasando y de este modo empatizar con ella, o simplemente ayudarle a organizar sus pensamientos. Si no quiere hablar sobre lo que le hace sufrir, reaspétalo.
Contacto ligero. Puedes poner tu mano en su hombro o espalda. Pregunta si está bien con la idea de que le toquen y respeta lo que te diga. El contacto puede ser más dañino que positivo según la situación, y la única forma de saber cómo va a afectar es preguntar.
Rodearle con el brazo. Esta forma de contacto también puede ser útil, pero igualmente puede que la persona que lo recibe no lo disfrute en ese momento. Si no le sienta bien, es clave respetar su decisión
Contacto visual. Es una herramienta fundamental en la comunicación, de hecho si mantienes el contacto visual con una persona sufriendo, le estarás transmitiendo compromiso, haciéndole ver con ello que quieres estar con él o ella y que ves su sufrimiento. Evitar el contacto visual puede hacerle sentir que no quieres saber lo que le ocurre, evitar ese sufrimiento y escapar de la situación.
Usa un tono de voz calmado. Evita subir el tono de voz o gritar a una persona en sufrimiento emocional. Aunque sea complicado a veces, un tono de voz incluso bajo o susurrante puede ayudar más.
Respira despacio a su lado. En ocasiones, cuando alguien se encuentra muy mal o sufriendo emocionalmente, su respiración se altera y respondemos diciéndole que respire más despacio. Esto puede servir en alguna ocasión, pero más frecuentemente ayudará hacer notar nuestra propia respiración profunda o ralentizada, ya que es algo relativamente sencillo de sincronizar entre dos personas y será más sencillo a través de la imitación que por propia voluntad de la persona que lo está pasando mal.
Apóyale físicamente también. Puede ser una forma de contacto también poco invasiva. Incluso apoyar tu espalda contra la suya puede dar la sensación de estar presente para él o ella y estar más a su disposición sin presionar.
Sé consciente de tu propio estrés. Ayudar a alguien sufriendo puede ser gratificante, pero a la vez, puede sobrecargarnos. Si tratando de ayudar a alguien te ves sobrepasado emocionalmente, en lugar de ayudar, terminarás por hacer más daño que bien. Trata de ser consciente de tu propio estado emocional cuando tratas con alguien que necesita ayuda.
Retírate cuando sea necesario. Apoyar a alguien que está sufriendo puede ser complicado, así que si ves que te está consumiendo demasiada energía puede ser bueno retirarte a tiempo.
En general, también recuerda que será necesario que preguntes y busques feedback sobre tu actuación para no hacer de más o bien para no sobrecargarte tú. Ayudar es positivo pero es importante mantenerte seguro o segura emocionalmente.
En la actualidad, como en diversas épocas de nuestra historia, se están dando comportamientos sociales que nos hacen cuestionarnos palabras como empatía, comprensión, comportamiento prosocial o altruismo, y si estas se dan verdaderamente en nuestra naturaleza o si de verdad son comportamientos aprendidos y generalizados en nuestro desarrollo. Del mismo modo, son muchas las investigaciones que buscan dar respuesta al caso contrario a nuestro mal llamado “lado oscuro”, siendo una época muy fértil en ese sentido el desarrollo de la psicología social en la segunda mitad del siglo XX, que buscaba entender la creación de contextos favorecedores de ideas y regímenes totalitarios. En estos planteamientos, se buscó cuestionar los límites de nuestra propia moralidad y si realmente el contexto social donde estamos insertos influye y condiciona nuestro comportamiento, realizando comportamientos y desarrollando actitudes a priori censurables y sin embargo, perfectamente posibles bajo determinadas condiciones contextuales concretas.
Dos ejemplos claros reflejan con tremenda verosimilitud cómo realmente las personas podemos realizar actos verdaderamente cuestionables. El primero, realizado por el profesor Zimbardo en la Cárcel de Stanford, mostró cómo se producía un proceso de deshumanización en sus participantes si se influenciaba en los roles sociales y la autoridad que de ellos se emanaba. Así, mediante un contexto que emulaba el funcionamiento de una cárcel, se dividían a los participantes en dos: uno de ellos en rol de carcelero, otro grupo era separado en rol de prisionero. En poco más de dos días se observó un tremendo cambio en los participantes, donde los carceleros empezaron a ejercer comportamientos punitivos muy por encima de lo permitido; provocando motín entre los prisioneros y una respuesta represiva violenta, siendo tal el clima de hostilidad que el experimento tuvo que finalizarse mucho antes de tiempo. En otro experimento, realizado por la Escuela de Palo Alto (California) en los llamados experimentos de la Tercera Ola, buscaba imitar condiciones similares dadas en la Alemania Nazi para explicar el surgimiento y posterior proliferación en la sociedad alemana de ideas totalitarias, sin que esta pudiera frenar su avance o anticipar tan dramáticas consecuencias. Con reglas básicas de disciplina (llegar al sitio y sentarse bien en pocos minutos), se fue aumentando el rol autoritario progresivamente y distinguiendo a alumnos dentro del movimiento por cuestiones meramente físicas o por manifestar determinado, tuvo que suspenderse al quinto día por la rápida adhesión en el centro educativo y los comportamientos diferenciales de gran parte de los alumnos. Estos dos ejemplos constituyen sendos ejemplos de los cambios a nivel individual se producen por influencia directa de su contexto, y que no hacen sino ejemplificar lo vulnerables y peligrosos que nos mostramos ante determinados contextos, y que han sido llevadas al cine en películas bastante fidedignas.
En la actualidad, como en diversas épocas de nuestra historia, se están dando comportamientos sociales que nos hacen cuestionarnos palabras como empatía, comprensión, comportamiento prosocial o altruismo, y si estas se dan verdaderamente en nuestra naturaleza o si de verdad son comportamientos aprendidos y generalizados en nuestro desarrollo. Del mismo modo, son muchas las investigaciones que buscan dar respuesta al caso contrario a nuestro mal llamado “lado oscuro”, siendo una época muy fértil en ese sentido el desarrollo de la psicología social en la segunda mitad del siglo XX, que buscaba entender la creación de contextos favorecedores de ideas y regímenes totalitarios. En estos planteamientos, se buscó cuestionar los límites de nuestra propia moralidad y si realmente el contexto social donde estamos insertos influye y condiciona nuestro comportamiento, realizando comportamientos y desarrollando actitudes a priori censurables y sin embargo, perfectamente posibles bajo determinadas condiciones contextuales concretas.
No son los únicos. Os acercamos otros ejemplos claros de
clara presencia de comportamientos reprobables estudiados y replicados en
ambientes experimentales.
Efecto de la deshumanización fragante. Bajo determinadas condiciones, podemos mostrar
rechazo o desprecio a personas, sobre todo a aquellas que consideramos de menor
estatus o en una situación de vulnerabilidad social importante. Estudios con neuroimagen
confirman como jóvenes universitarios muestran menor activación cerebral
asociada ante personas sin hogar o con problemas relacionados con las drogas
con respecto a personas consideradas de mayor estatus. No sólo eso, también los
jóvenes mostraban menor empatía a personas mayores y de la tercera edad;
mientras que en otros se consideraba menos evolucionada a personas de una
determinada etnia o religión, siempre considerada alejada a su grupo de
referencia. Esta tendencia además comenzaba en edades realmente tempranas: los
niños de cuatro años ya presentaban mayor inclinación hacia personas de su
propio grupo que por el grupo externo.
Creencia del Mundo Justo. Dicha creencia defiende, a grandes rasgos, que las
consecuencias de nuestras acciones se explican en función de nuestras propias
decisiones, como una forma de preservar nuestra propia autoestima y la forma
con lo que nos explicamos el mundo; cuando muchas veces las circunstancias que
nos ocurren nada tienen que ver con lo que realmente. En un experimento, se
dieron descargas eléctricas en función de las respuestas correctas e
incorrectas. Así, los participantes denominaron menos atractivas a las personas
que cometían más errores, sobre todo a aquellas que nada podían hacer para
aliviar su sufrimiento, como una forma de justificar el hecho de que recibieran
más o menos descargas en el experimento.
Somos más dogmáticos de lo que pensamos. En un clásico experimento de psicología social, el
hecho de pensar que las personas cambiarían sus ideas cuando se presentaran
ejemplos claros que contrargumenten sus ideas es falso, como mostraron la
presentación de todo tipo de argumentos a los participantes en contra de la
pena de muerte a unas personas con tendencias favorables a ella, que no sólo no
cambiaron sus ideas de partida, favoreciendo y polarizando las ideas que ya de
por sí tenían, y obviando e ignorando escuchar argumentos que negasen la
credibilidad de los mismos. Mostrando que cuando consideramos que nuestras
creencias son superiores a otras, nos disuade de buscar información relevante.
Preferimos electrocutarnos antes que estar solo con nuestros propios
pensamientos. Una
afirmación cuánto menos desesperanzadora, pero los resultados que recogen un
estudio realizado en el año 2014, arrojó cifras dramáticas: el 67 % de los
hombres y el 24% de las mujeres preferían darse pequeñas descargas eléctricas
que pasarse 15 minutos de contemplación pacifica con sus pensamientos. No solo
eso, en otro estudio replicado sobre este primero, se demostró una tendencia
generalizada a realizar cualquier tipo de actividad (más sí es de su interés) por
encima de pasar un periodo de tiempo en nuestros propios pensamientos.
Somos unos hipócritas morales. Con el efecto actor – observador, se observó que tendemos a
juzgar más duramente aquellas acciones realizadas por extraños que aquellas
realizadas por gente cercana, amigos o nosotros mismos. De este modo, en el
experimento se simuló la situación de juzgar una infidelidad de acuerdo a
varios niveles de cercanía, siendo más frecuente el juicio a factores internos
cuando las personas no eran conocidas y más dado a hacer atribuciones externas
o situacionales cuando el agente de la infidelidad éramos nosotros mismos o
gente muy cercana. Este efecto incluso se producía con actos groseros o
violentos, viendo la doble moral imperante en nosotros mismos.
Y también troleamos de manera excesiva. Un estudio realizado en twitter mostró como el estar
de mal humor influía en nuestra tendencia a duplicar la actitud de trolear y
engancharse a situaciones de troleo, en una especie de circulo vicioso que
aumenta los pensamientos desagradables como bola de nieve, revelando como el
contexto y el estado de animo favorecen la aparición de determinadas actitudes
en redes sociales.
A pesar de los hallazgos aquí recogidos, no pretendemos
desanimaros con lo cuestionable de nuestra propia naturaleza, ya que este tipo
de estudios nos ayudan a entender la aparición y desarrollo de conductas
desadaptadas y/o contraproducentes. Asombraros con lo leído, hay muchos más
hallazgos y mucho de lo que aprender de nosotros mismos.
Se ha
evidenciado que la etapa por excelencia donde prototípicamente la población
espera la eclosión de la sexualidad es la adolescencia. Fuera de ésta (y de la vida adulta)
conlleva un mayor esfuerzo imaginarse cómo se desarrolla la vida sexual de los
seres humanos, surge el tabú: no se habla de ello, no se sabe cómo educar o
reaccionar al respecto, alarma en los casos más extremos… ¿eso significaría que no existe/no hay sexualidad antes ni después? La
respuesta es un rotundo NO: la sexualidad es una capacidad humana innata,
biológicamente preprogramada que se va desarrollando y sufriendo cambios (ni
ganancias ni pérdidas) a lo largo del ciclo vital completo, es decir, desde que
nacemos hasta que morimos. O lo que es lo mismo: existe sexualidad en la infancia, juventud, adultez y tercera y cuarta
edad.
En el post de hoy nos encargaremos de dar a conocer datos
verídicos y pautas sobre cómo abordar la
sexualidad en la que posiblemente sea la etapa vital donde más tabú es en gran
parte de los hogares: la infancia.
Los progenitores esperan “la revolución sexual” aunada al
cóctel hormonal de la adolescencia y no
es descabellado que aparezca la sorpresa cuando mezclamos en la misma frase
infancia, sexualidad y genitales, sobre todo si son conductas que
desconciertan y se anticipa que no se sabrá reaccionar adecuadamente ante
ellas.
Unas
píldoras psicoeducativas sobre la sexualidad en la infancia
Primero de todo, el
objetivo prioritario de este blog será desmitificar la sexualidad infantil
teniendo información asequible y veraz al respecto.
Para ello una máxima a tener en cuenta será la
diferenciación entre el disfrute de sensaciones placenteras que aparece en la
infancia versus el sentido erótico que tiene la sexualidad tal y como la viven
los adultos. Será importante salir de
esa posición subjetiva y adultocéntrica para conocer la sexualidad de la manera
en que la experimentan los peques.
Ya cuando
nacen toda su anatomía fisiológica está definida. Los genitales y pecho
principalmente se consideran zonas erógenas por la infinidad de terminaciones
nerviosas que
existen en ellas; son zonas donde se hace evidente la importancia del tacto, ya
que erógeno no significa otra cosa que que
causa excitación, que aporta sensaciones agradables, que da “gustirrinín”.
Es entre los 0 y 3
años cuando se descubre la capacidad de aportar placer de esas zonas corporales
y, por tanto, la consecuencia previsible será que aparezcan conductas de
autoestimulación: tocarse, balancearse en una silla, frotarse con una
almohada/cojín o incluso cuando llevan pañal tirarse de culo repetidamente por
el golpecito amortiguado que sienten. La experiencia infantil fruto de ello
será sentir (de sensaciones, no de sentimientos) algo parecido a relajación,
agradabilidad, o incluso algunos niños lo definen como “cosquillas”. Es decir, empiezan a poder discernir entre
situaciones agradables y desagradables (y ese fenómeno no sólo provendrá
del ámbito de la sexualidad, sino que hay muchas más fuentes generadoras de
dichas sensaciones al mismo nivel: jugar, la compañía de personas que les
quieren, estar con el chupete si usan, etc).
Junto a lo anterior, otro
dato que explica las conductas de autoestimulación es la aparición del final de
la etapa sensoriomotora (a los 2 años aproximadamente), caracterizada por la
realización de experimentos conductuales. La curiosidad, la exploración, el
observarlo todo y descrubirlo son los ingredientes clave de la infancia;
mediante ellos los niños aprenden a repetir aquellas situaciones que les
reportan un resultado favorable, como serían en este caso los tocamientos y las
sensaciones agradables que éstos provocan.
Asimismo, en esta
franja de edad también aparece el descubrimiento del propio cuerpo.
Coincidiendo con la retirada del pañal (frente al camuflaje de los
genitales con éste) los peques de
repente encuentran que hay algo “ahí abajo”, además, algo que no conocían y que
si tocan les resulta agradable. Suelen
verse normalizados con mayor frecuencia los tocamientos de los niños,
justificándose en parte porque se entiende también que el pene está “más a
mano” y la vulva más escondida; sin embargo, no olvidemos que esa visión está tácitamente basada en roles
y prejuicios socialmente aprendidos (las silenciadas sexualidad y masturbación
femenina), mientras que los datos
demuestran que el objetivo o finalidad, la naturaleza y las sensaciones
experimentadas son las mismas sean genitales masculinos o femeninos, es
decir, lo haga un niño o una niña.
Por contra, como en
la variabilidad está la clave, otros niños puede que hagan el mismo caso a
los genitales que a cualquier otra parte del cuerpo, sin diferenciación alguna
por suponer mayor placer.
Cuando
alcanzan los 3 años, y hasta los 6 años aproximadamente, aparece el interés por
el cuerpo de otros.
Los pequeños empezarán a identificar que
existen diferencias entre la fisionomía de los distintos sexos. Unido a la
curiosidad y deseo de saber (también popularizada como “etapa del por qué”) es común que realicen muchas preguntas que
a veces pueden suponer un “¡tierra trágame!” para los padres. Tal y como
sugiere la experta en sexología Arancha Gómez en su sección para el blog de
Malasmadres, la herramienta fundamental
en esas situaciones será primero de todo esclarecer los objetivos que se tienen
a la hora de educar sexualmente, de más generales a más específicos; desde Cenit Psicólogos le añadimos el ir
resolviendo esas dudas adaptando la información y el lenguaje a la edad
evolutiva del niño, además de el principio fundamental de nunca mentirles.
Se establece el cuerpo como fuente de placer por lo que la masturbación es una conducta natural (también
la presencia de pequeñas erecciones), siendo incluso previsibles otras
conductas fruto de la imitación de lo que observan a su alrededor (adultos,
animales, medios de comunicación,…).
¿Cómo
deberían reaccionar los padres ante hijos que se tocan o masturban?
Más allá de tener la información adecuada, las siguientes pautas también serán de gran
ayuda a esos progenitores que no saben cómo actuar ante la sorprendente
realidad de que sus pequeños también tienen capacidad de disfrute sexual
(adaptada a su edad evolutiva):
No demonizar los tocamientos con teorías conservadoras
propias de ciertas religiones (“si te tocas irás al infierno”).
No dar falsas explicaciones fatalistas (¡y nada reales!) sobre cuáles podrían ser las consecuencias de
seguir llevando a cabo dichas conductas. Por ejemplo, “si te tocas se te va a
caer la cola”.
Reconducir dichas conductas a contextos adecuados o
socialmente adaptados: dado que las “normas sociales” (por la capacidad de
comprensión que exigen) son difíciles de interiorizar a tan corta edad habrá
que expresarles de manera sencilla, sin alarmismos y para que ellos puedan
entenderlo bien, que son comportamientos
íntimos y que para ello lo ideal es que puedan hacerlo en su cuarto, en el
baño, en casa, etc no en el cole, en el parque o cuando hay visitas en casa.
Como interiorizar conceptos del tipo
pudor o intimidad podría hacerse cuesta arriba (sobre todo mientras más
pequeño sea el menor) un modo de ir
introduciendo dicha norma social podría ser intentar enseñarles la
diferenciación entre contextos “públicos” y “privados”.
No castigar, de lo contrario los
peques aprenderán que esas zonas del cuerpo y/o comportamientos son prohibidos
o disgustan a sus padres, por lo que
puede que le cojan miedo y no lo vuelvan a repetir (resultado que iría en
contra de que el menor se conozca y acepte como es para que en futuras etapas
pueda disfrutar de manera satisfactoria del erotismo, es decir, iría en
detrimento de un adecuado desarrollo psicosexual) o… que directamente lo repitan pero cuando no estén los
progenitores delante, es decir, se
escondan.
Perseguir tasas bajas si nos preocupa que la frecuencia
(elevada) pueda provocar daños en sus genitales, ya sea a nivel cutáneo o por
infecciones (si tienen las manitas sucias y así, para lo que además se necesitará
el desarrollo de unas medidas de higiene determinadas).
Identificar si un repunte de su
frecuencia se puede estar debiendo a otras causas: estresores de la vida
diaria, problemas emocionales, hipersexualización aprendida mediante
observación del entorno, etc.
Conocer el desarrollo evolutivo de su sexualidad y poder
detectar comportamientos no propios del estadío en el que se encuentran; posiblemente puedan deberse a lo
mencionado en el punto anterior, o en el
peor de los casos a estar vivenciando situaciones directas o indirectas de
tocamientos y/o abuso sexual por parte de adultos u otros menores.
Dotar por ello de una educación sexual adaptada a la edad
evolutiva (y lenguaje) del niño o niña como modo de prevención primaria de
abusos sexuales:
será muy importante que durante la infancia aprendan a reconocer las conductas
de abuso y violencia (y las emociones derivadas de ello, como serían la
vergüenza, la culpa, el dolor…) para que si alguien a lo largo de su vida
quebranta su integridad física o emocional o invade su intimidad sepan y puedan
identificarlo a tiempo, poner límites y evitar la situación de peligro
acudiendo a cuidadores/progenitores o alguna otra persona de confianza.
Asimismo, dicha psicoeducación será la base afectivo-sexual sobre la que se irán
asentando las fases futuras de su desarrollo y relaciones interpersonales,
por lo que como las demás capacidades
humanas necesitará del desarrollo paso a paso y a lo largo del tiempo teniendo
como base del aprendizaje madurativo el afecto y respeto por parte de las
figuras de apego/educativas.
Y por último, para que la mencionada
educación sexual sea de calidad como progenitores habrá que intentar no proyectar miedos, inseguridades o ideas
preconcebidas propios sobre el sexo al menor. La base más-menos segura sobre la
que se asiente su sexualidad influirá en cómo éste viva o experimente su vida
sexual en un futuro.
En
definitiva, ¡encontrar a los pequeños “con las manos en la masa” es tan natural
como la vida misma!. Está claro que no
deben ser conductas juzgadas como negativas entonces, a los pequeños también les apetece recibir estimulación placentera.
Y es aquí donde me gustaría destacar una frase anecdótica del que fue uno de
mis mejores profesores en la Universidad de Salamanca, Félix López, experto en sexualidad e infancia: “Cuando lo repiten tres veces ya no es casualidad, lo hacen porque les
gusta”.
Lo
diferenciador será la reacción que como adultos tengamos ante tal sorpresa,
abogando siempre por la normalización con permisibilidad y la educación de
calidad desde el contexto del hogar. No obstante, puede haber casos en los que se crea que no se
tienen los recursos suficientes para afrontarlo como padres/madres o que la
frecuencia, modo o circunstancialidad de las conductas de autoestimulación de
los pequeños preocupen… en ese caso lo aconsejable será acudir a los
profesionales oportunos al caso para que puedan dotar de las herramientas
adecuadas para afrontar lo novedoso e “impactante” de la situación.
Fuentes:
López, F. (2005). La
educación sexual de los hijos. Madrid:
Pirámide., Ortiz, M. J., Sánchez, F. L., Rebollo, M. J. F., &
Etxebarria, I. (2014). Desarrollo
afectivo y social. Ediciones Pirámide., www.clubdemalasmadres.com
, www.caib.es
Escrito por: Maite Nieto Parejo
Puedes contactar con nosotros en el 912208560 o 648260725
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