La mujer que perdió la conciencia corporal de sí misma (La mujer desencarnada)

Christina era una joven perfectamente normal que un día sufrió un acceso de dolor abdominal. En su afán detectivesco, los médicos rápidamente encontraron la causa: unas piedras en la vesícula. Su pronóstico era bueno. Bastaba una sencilla operación y  en unos días estaría de vuelta en su casa. Pero algo pasó. La noche anterior, en forma de pesadilla premonitoria, Christina soñó “como su cuerpo perdía toda sensibilidad, no sentía el suelo, todo objeto que cogía caía irremediablemente al suelo”. Y al día siguiente, el sueño se convirtió en aterradora realidad.

Oliver Sacks retrató uno de los primeros casos narrados de polineuritis aguda en su libro “El Hombre que confundió a su mujer con un sombrero”, que le dejó una lesión profunda y que no conoció recuperación orgánica, aunque sí funcional. Christina, en ese ataque inmunológico hacía su propio sistema nervioso, perdió las raíces sensitivas de los nervios craneales y espinales y con ello la propiocepción.

También llamado sentido oculto o sexto sentido; la propiocepción nos regala la certeza de nuestro propio cuerpo humano; nos señala el lugar y posición exacto del mismo, le da armonía a nuestro movimientos y nos ayuda a situarnos en el espacio.  Por ello, Christina se presentaba como si fuera un muñeco de títere sin hilos, al no tener el menor sentido de sus músculos, articulaciones y tendones. Recogiendo sus propias palabras: “tengo la sensación de que mi cuerpo es ciego y sordo a sí mismo”, y como tal, al pedirle que moviera sus brazos o sus piernas, siempre te pedía un receso, “para poder encontrarlas”.

Con la ayuda de Oliver y otros especialistas, se consiguió una rehabilitación funcional de su vida por la utilización de otros sistemas compensatorios; entre ellos, la vista, que suplió ese regulador propioceptivo e interno. Christina re-aprendió a “verse y observarse” para mantener una pose erguida,  mover los brazos hacía un plato de estofado, asirlo con la fuerza suficiente y  expresar emociones con movimientos faciales.   Su dinamismo resultaba artificioso y hasta aparatoso; pero era su nueva forma de vida.

El caso de Christina nos indica lo cuán importante es la propiopercepción para nuestra cotidianidad, a pesar de que su influencia actúa de una manera automática.  Tan acostumbrados estamos a depender de nuestros otros cinco sentidos, que se nos hace raro pensar en el infierno que estaría pasando Christina, y preguntarnos, como especialistas, ¿Qué pasos tuvo que pasar su intenso apoyo rehabilitador, la definición de cada movimiento, de cada postura, de su rapidez y lentitud idónea?. Con todo, una buena excusa para leer a Sacks y sus exquisitos retratos psicológicos de dolencias psicológicas y neurológicas.

 

Escrito por David Blanco Castañeda