¿Cuándo compararte con los demás es un dardo envenenado?

Extraída de https://nosstrious.com
Extraída de https://nosstrious.com

Lunes. La mañana está siendo algo complicada. Nos ha costado dormir y no conseguimos concentrarnos en lo que estamos haciendo. Nos cogemos un café de la máquina y nos prometemos cinco minutos de Facebook para desconectar. En un segundo, nos invadimos de estados e imágenes de sitios perfectos, lecturas recomendadísimas, risas y fiestas, estados graciosísimos. Se nos ha pasado los 5 minutos y el café se ha puesto amargo. El azúcar parece haberse esfumado. En nuestra cabeza nos asaltan muchas preguntas por ver tantos estados de los demás: ¿Qué hemos hecho nosotros en nuestros fines de semana? ¿Por qué no nos cunde tanto, no nos reímos tanto? De repente cerramos el Facebook y el lunes se nos hace más cuesta arriba. ¿Qué hemos hecho mal?

Compararnos con los demás, en definitiva. Según la Teoría de la Comparación Social, enunciada por Festinger en 1954 y actualizada en revisiones posteriores, la comparación surge como una tendencia natural para reducir la ambigüedad a nivel social. Los seres humanos tendemos a hacer una autoevaluación rigurosa de nosotros mismos a partir de la comparación con los demás. De esta comparación podemos establecer nuestro propio lugar en el mundo social y nuestra identidad. Es algo automático y no todos entran en dicha comparación, sino que nos comparamos más con aquellas personas que percibimos más parecidas a nosotros, que identifican nuestros valores y con aquellas más próximas en nuestros círculos sociales, por proximidad. De esta manera, en dicho análisis quedarían fuera aquellos más alejados de nosotros o con ideas divergentes con respecto a las nuestras.

Los autores establecen dos tipos de comparaciones; una ascendente (en la que tú te comparas con alguien que está por encima en algunos aspectos que tú consideras importantes) y otra descendente (te comparas con personas que están por debajo en algún aspecto importante). Esta diferenciación ayuda a entender el sentido de la propia comparación; mientras que la comparación descendente busca siempre un aumento de la autoestima, en la comparación descendente puede tener ambos efectos. Uno positivo, si utilizamos una persona para inspirarnos y establecer nuestras metas y nuestros objetivos; otra negativa, cuando el compararnos con los demás sólo sirve para remarcar unas diferencias insuperables con aquellos que consideramos superiores a nosotros. Este efecto provoca una disminución constante del estado de ánimo y una disminución de la autoestima, dejando seriamente dañada la percepción de uno mismo, y más si esto se produce constantemente.

En el mundo en el que vivimos, donde las redes sociales nos facilitan una multitud de información acerca de las vidas e intereses de los demás, funcionan como un queroseno para la comparación por que estamos continuamente expuestos a ellas, amplificando su efecto sobre nosotros.

Y eso que la comparación no tiene porque producirnos algo negativo o positivo per se. En ese sentido, cada persona interpreta la información según su propia forma de ver el mundo, y a partir de ella, tiende a hacer una comparación u otra. Se vuelve un tsunami autodestructivo cuando de compararnos siempre extraemos una conclusión negativa de nosotros mismos; idealizando la vida de los otros y juzgando la nuestra como carente de interés.

En estas situaciones, las redes sociales pueden convertirse en nuestro peor enemigo. Nos olvidamos de que las redes suelen ofrecer una imagen distorsionada y cuidadosamente elegida de las cosas que hacemos y decimos, mostrando a menudo nuestra mejor cara y visión para garantizar indicadores de aceptación social (en forma de me gustas y cantidad de seguidores). Los espectadores crónicamente deprimidos utilizan las redes para alimentar sus creencias acerca del mundo que les rodea, cumpliéndose siempre una profecía autocumplida: al hacer siempre una comparación ascendente, la vida de los demás siempre será mejor, más divertida e interesante; mientras que la suya no lo es, con lo que nunca se sentirán satisfechos ni orgullosos consigo mismos.

Diversos estudios han estudiado como el efecto de la comparación disminuye de manera importante con la edad. Así, cuando vamos cumpliendo años va disminuyendo ese efecto porque tendemos a comparar más nuestras experiencias con lo que hemos vivido anteriormente; los jóvenes buscan más la comparación con los demás a falta de un criterio propio de comparación.

Por ello, se hace necesario restringir el efecto de las redes en nuestras vidas teniendo en cuenta una serie de consejos para que podamos aprovechar el efecto positivo y constructivo de la comparación. Os dejamos algunas de ellas para favorecer una mejora en nuestra autoestima

  1. No se trata de cantidad, sino del uso que hacemos de ellas: si sólo meros espectadores de la vida de los demás, podemos perdernos en la idea de los demás. Si el uso de las redes se basa en la idea de COMPARTIR, CONTRIBUIR, INFORMARSE e INTERACTUAR con los demás, los efectos de una comparación negativa puede verse revertidos.
  2. Restringe el uso de las redes en momentos difíciles: las redes sociales saben darnos bien en nuestro Talón de Aquiles. Intenta descansar en momentos estresantes o de inactividad, por el efecto paradójico de eso momentos, puesto que la desconexión para relajarnos puede provocarnos más insatisfacción y malestar con nosotros mismos
  3. Busca la conexión con los demás en las redes, no la comparación: De esta manera puedes conseguir efectos beneficiosos como la expresión y obtención de apoyo en momentos difíciles, desarrollando tus gustos e intereses mediante la interacción con los demás y enfocándonos en nuestras capacidades compartiendo lo que nos atrae y gusta.
  4. Mira hacia arriba, aunque sólo sea un poco: Los expertos recomiendan la comparación ascendente con los demás para motivarnos en lo que hacemos, pero se recomienda hacerlo con personas cercanas a nosotros y que sabemos que su éxito y pasos son alcanzables
  5. Enfócate en ti mismo, no en los demás: La mejor forma de garantizar nuestra autoestima y nuestra propia evaluación es mantener un sentido estable de uno mismo con las cosas que uno hace. Intenta focalizarte en cultivar tus propios gustos e intereses, nutriendo tus relaciones y sintonizando tus acciones con tus creencias día a día. De esta comparación con lo que haces diariamente en todos estos aspectos podrás salir reforzando en vez de buscar la respuesta en lo que hacen o dicen los demás.
  6. Alégrate por los éxitos de cada uno y valora y celebra los tuyos propios: Funciona como un catalizador de nuestros propios logros el ver los logros de los demás como logros propios y celebrar de la misma forma los tuyos.

Escrito por David Blanco Castañeda

Fuentes: Psychology Today

La construcción de las motivaciones en los niños y niñas

¿Qué motiva a un niño o una niña a hacer los deberes de matemáticas? ¿Su pasión por los números? Probablemente no. En general, no hay un amor a las matemáticas y por tanto las estudiamos, sino al contrario; llegamos a amar algo cuando nos sentimos bien con ello.

Por tanto, ¿qué motivará a estos niños a hacer los deberes? ¿La promesa de un premio? Podría ser. Pero entonces sólo los hará mientras haya premios y durante el tiempo en el que estén interesados en premios. Por tanto, la motivación será hacia el premio, pero no hacia aprender matemáticas.

Nuestras motivaciones más profundas vienen de nuestra identificación con algún sistema de valores y se desarrollan a fuego lento, a través de miles de interacciones con otras personas relevantes. Aquello que nos motiva consiste en un intento de vivir de acuerdo a las expectativas que tenemos sobre lo que somos y lo que queremos llegar a ser, a los ideales que valoramos. 

Foto extraída de: lanuevafrontera.aprenderapensar.net
Foto extraída de: lanuevafrontera.aprenderapensar.net

Contrariamente a la creencia popular, este tipo de valores no surgen espontáneamente desde nuestro interior. Tampoco consiste en una transmisión de padres a hijos, sino que se desarrollan lentamente en innumerables interacciones con los padres, maestros, mentores, amigos, compañeros,…

Nuestra identidad, la teoría que nos hacemos sobre quién soy yo, es un motivador poderoso. Cuando nos identificamos con un conjunto de valores, imágenes e ideales, también nos motivamos para defender esos valores, imágenes e ideales. Después de todo, los valores y los ideales se convierten en lo que somos; se convierten en nosotros mismos.

La importancia de interiorizar los valores:

Los padres tratan de influir sobre la construcción de los valores de sus hijos de muchas formas. Aquí indicamos tres de ellas, no todas recomendables.

Manifestación de poder. Los padres tienen más poder que sus hijos. Como resultado, los padres pueden hacer que los niños hagan muchas cosas simplemente por la existencia de la jerarquía. Los padres pueden castigar a los niños, amenazar con castigos, retirarles privilegios…

Retirada del afecto. Los niños quieren que sus padres los quieran por encima de todo. A veces algunos padres usan la estrategia de “retirarles el amor”, haciendo patente que el afecto es contingente al comportamiento del niño.

Inducción de valores. La inducción de valores consiste en intentar explicar las razones por las que un comportamiento es deseable o no es deseable. Cuando un padre explica las verdaderas razones por las que considera que algunos comportamientos son buenos, los niños serán más propensos a apreciar esos valores e interiorizarlos.

¿Cuál de estas tres técnicas es la más poderosa? La manifestación de poder y  la retirada de afecto son maneras que pueden incitar a los niños a cumplir con los deseos de los padres, sin embargo, tienen un efecto a corto plazo. En especial, la retirada del afecto es contraproducente, pues genera en el niño inseguridad. Sentir que tus figuras de referencia te quieren incondicionalmente, es un elemento esencial en el desarrollo sano. Décadas de investigación muestran que la inducción de valores es el único modo de influir en los niños de forma duradera. Aquellos niños que entienden y aprecian los valores de los padres son más propensos a interiorizar y actuar en consonancia con ellos.

Actúo en base a la idea de quién quiero ser:

Somos, en parte, lo que pensamos que somos. Lo que pensamos que somos, nuestra identidad, se basa en una especie de teoría del mí mismo. Actuamos en función de nuestras teorías de lo que queremos ser. Si un niño o una niña quiere ser una estrella deportiva, entendemos que se identificará con aquello que significa para él o ella ser un/una deportista. En este sentido, ser una estrella deportiva es una especie de identificación, “me identifico con ser una estrella deportiva”. Valoramos una manera de ser y de trabajar y nos identificamos a nosotros mismos con esa forma de hacer.

Por tanto, parece ser que la clave para el cultivo de la motivación en los niños es preguntarse: ¿Cómo puedo ayudar a mi hijo a construir una “teoría de sí mismo”? ¿Qué estoy haciendo para ayudar a mi hijo a identificarse con un conjunto de valores?

Fuente: psychologytoday.com

Escrito por María Rueda

Un Yo Expuesto

Hoy día, pasamos gran parte de nuestro tiempo delante de la pantalla de un ordenador actualizando los estados de las redes sociales. Los cambios producidos en la telefonía móvil actual han hecho que una conversación ni siquiera tenga que ser necesariamente finalizada para estar permanentemente unida a ella, de manera online. Nuestras agendas electrónicas nos organizan el tiempo casi mejor que nosotros mismos. Buena parte de ello, sin duda, se debe a la gran cantidad de información personal que volcamos en estos dispositivos.

Luis Manuel Ariza recoge muchos de estos hábitos para sintetizarlos en un artículo (Los datos que hay en mí) que ha sido publicado este domingo en el suplemento de El País Semanal. Se hace eco de un mundo en progresiva tecnificación, en donde la persona va consintiendo la facilitación de información a todos estos dispositivos para, por ejemplo, organizar un horario acorde con las actividades de la persona o marcar un plan de ejercicios que tenga en cuenta  el número de calorías consumidas y el estado de ánimo de la persona. Las formas de aplicación son infinitas.

El autor lanza una serie de reflexiones entre las que se encuentra  la máxima con la que finaliza el texto: “no hagas (con la tecnología) lo que no quieres que se sepa”. Es decir, nos coloca a nosotros la responsabilidad de saber gestionar nuestra información personal, en un contexto en donde la propia intimidad ha quedado al descubierto. En ese sentido, educar a las personas no sólo en el correcto uso de cada uno de los dispositivos que hacemos (o que haremos en un futuro) como también en poner límites en la exposición de la información en la nuevas tecnologías puede tener importantes consecuencias tanto en la preservación de nuestra intimidad como en la construcción y diferenciación de la identidad individual.

Y sin embargo, en esta sociedad  en la que tenemos el acceso a la información de los otros a toque de click y en la que se nos aboga por la necesidad imperiosa de compartir con los demás lo que nos ocurre, ¿cómo podemos hacer para resguardar nuestra intimidad? ¿Podemos realmente establecer unos límites claros entre lo que podemos compartir y nuestros datos personales? ¿somos más dependientes que hace unos años en cuanto a su uso?

Os dejo esta vez que concluyáis el texto con vuestras propias conclusiones.

Fuente: El País Semanal.

 

Escrito por David Blanco Castañeda.

Mi vida en Rosa: un cuento sobre la identidad

A finales de los 90, se estrenó en nuestro país Mi Vida en Rosa; película francesa que mostró una realidad viva que todavía hoy recibe las más diversas opiniones. Mi vida en Rosa es la historia de un conflicto. La historia de un niño, Ludovic, que se queda parado mientras los demás niños juegan a su alrededor. Él siente que está en el sitio inadecuado. Cuando su familia, la familia Fabre, se instala en su vecindario  y hace su  presentación en sociedad, Ludovic opta por ponerse un vestido, un vestido de princesa; que a la edad de 6 años su familia lo toma como una forma más de expresión de su personalidad (incluso como una broma) pero que para Ludovic, a pesar de su corta edad, es ya toda una declaración de intenciones.  Él quiere ser una niña. Él quiere vestirse así, llevar un corte de pelo acorde, sentir hacía sus compañeros lo mismo que una niña sentiría hacía ellos. Para él, estos comportamientos no son ninguna broma, reflejan todo un acto de reafirmación.

Ludovic es transexual. Un niño que nació varón (su sexo genético es 46XY, correspondiente a un varón), con un desarrollo genital como tal, y que, sin embargo, su manera de identificarse, sentirse y expresarse coinciden con el sexo contrario, en su caso, con los de una niña. Así, su identidad de género o sexo psicológico es femenina; y por tanto, los esfuerzos que realiza en la película tienen como objetivo el demostrar su pertenencia a dicho sexo. Y es ahí cuando el drama estalla (y la película muestra su cara amarga);  porque ni el cuerpo cambia de la noche a la mañana (es todavía muy pequeño para comprender que si persiste en su convicción en el futuro tendrá que realizar un  proceso de reasignación de sexo, con terapia hormonal y quirúrgica si lo desea) ni el entorno comprende las cosas como él mismo quisiera (de ahí las situación de conflictos de Ludo con su familia y el estigma social que sufre la familia Fabre). Es así, a través de los ojos de Ludo, con sus fantasías, anhelos, miedos y buenas intenciones, con los que vamos entendiendo su proceso de hombre a mujer; y es también, gracias a su historia, por la que comprendemos todas las dificultades que debe de afrontar, tanto para sí mismo, su familia y el entorno más cercano, que rechaza y estigmatiza su necesidad de ser feliz.

Desde aquí os invitamos a todos al visionado de Mi vida en Rosa; todo un ejercicio de reflexión en forma de cuento; con sus partes amargas y sus escapadas llenas de color para comprender un hecho incuestionable; lo importante, necesario y totalmente humano que es definir nuestra propia identidad.  Porque, al fin y al cabo, ¿no es algo que hacemos y necesitamos todos?

Escrito por David Blanco Castañeda

Bibliografía: Gómez Gil, Esther; Esteva de Antonio, Isabel (2006) Ser Transexual