Estos días pasados hemos celebrado Halloween, una fiesta que goza de gran popularidad y en donde jugamos con una de nuestras emociones más potentes: el miedo. De este modo, miles de hogares y personas en el mundo se permiten, mediante disfraces elaborados y situaciones más o menos escalofriantes, disfrutar de ciertas dosis de miedo controlado y aceptado. Sin embargo, el miedo es una sensación que muchas veces hemos asociado a situaciones que implican cierto peligro, y que, en intensidades elevadas, pueden provocar respuestas cuyo objetivo busca asegurar nuestra supervivencia y frenar el impacto de lo que tanto estamos temiendo. Así, y a excepción de Halloween (u otras situaciones socialmente aceptadas, como los parques de atracciones), el miedo es considerado como algo desagradable y negativo, y cuyo máximo ejemplo de su poder incapacitante se encuentra en las situaciones donde la persona tiene miedo al miedo, tendiendo a huir o escapar del estímulo temido de manera generalizada, y limitando sus acciones al extremo para no encontrarse o experimentar temor.
Pero, ¿el miedo es algo intrínsecamente negativo? ¿Siempre está ligado a situaciones oscuras, monstruos sanguinarios o desgracias inminentes? No podemos olvidar que, como toda emoción, el miedo busca adaptarnos al miedo, y como ya hemos mencionado también, garantizarnos una supervivencia en una situación en la que se requieren decisiones inmediatas. Asimismo, nos marca el índice de peligrosidad, es nuestro termómetro del riesgo. Imaginemos un hombre que nunca tuviese miedo a nada, ¿Qué podría ocurrirle? ¿Estaría corriendo riesgos que podrían poner en peligro a él y su propio proyecto de vida?. El miedo puede ayudarnos a plantear soluciones de cómo estar a salvo, permitirnos reconocer las acciones necesarias para enfrentarnos a lo temido, y aprender a manejar una situación que antes veíamos como aterradora e inconcebible.
No obstante, esto es algo muy difícil y a veces implica grandes esfuerzos de la persona que tiene miedo. La persona huye de lo que teme (pongamos un jefe agresivo, el perro del vecino o incluso los pensamientos sobre una desgracia inminente) porque le supone un alivio, ya que creemos que nuestro miedo desaparece cuando desaparece lo que nos da tanto miedo. La persona cree que con eso desaparece su problema, pero, y si, efectivamente, al jefe le vieses todos los días, ¿sería efectivo correr al baño cada vez que entra por el pasillo? ¿Habría alguna forma de conseguir enfrentarse a él?
Lo primero es tener claro tus objetivos. No vas a dejar de presentarte a las reuniones por tu jefe o salir al rellano porque el perro de tu vecino pueda enseñarte los dientes. Exponerte a su presencia y comprobar que puedes “aguantar” esa situación, comprobando que tras un periodo esa intensa sensación de miedo va disminuyendo, puede ser un comienzo.
Cambia tu lenguaje y tus pensamientos internos por otros más positivos, relacionados con tu capacidad. Visualízate llegando a cada objetivo, recreando en cómo te sentirías si lo consiguieras. Cuestiona los pensamientos negativos…¿por qué son más probables que los pensamientos negativos? ¿Es que nunca te comportaste de manera diferente?
Maneja tus propios recursos. Tu meta final se divide a su vez en multitud de metas más pequeñas, mucho más manejables y alcanzables. Céntrate en conseguir cada vez una, y no te plantees la siguiente hasta que no hayas conseguido la meta previa. Tu sentimiento de satisfacción irá en aumento.
Por último, aprende de la experiencia. Cada día puede ser una buena oportunidad para ir derribando miedos, para cambiar tu consideración hacia ellos. No anticipes, disfruta de cada paso porque cada uno te llevará al siguiente. Explora los resultados de tus acciones, comprueba si la realidad es distinta a como te la imaginaste. ¿Tiene algo que ver con lo que estás haciendo?
Recuerda: el miedo depende mucho de sí lo ves grande o pequeño respecto a ti, de si tú te ves grande o pequeño respecto a él. Todo es cuestión de tamaño, pero …. ¿quién dijo que eso era inmutable?. Y, sobre todo, ¿no dijimos que también el miedo te ayudaba a sobrevivir?
Escrito por David Blanco Castañeda.
Fuente: huffington Post, El País, Psychology Today, PsycCentral.