Crónicamente estresados

Extraído de www.boyacaradio.com
Extraído de www.boyacaradio.com

En las grandes ciudades y con el ritmo diario frenético, lidiar con el estrés se está convirtiendo en una de nuestras grandes asignaturas pendientes a lo largo de nuestro día a día. El estrés no es malo intrínsecamente, pero no podemos soportar de manera indefinida tensiones estresantes que todas juntas pueden funcionan como un cóctel molotov explosivo. A saber, encuentros impersonales y espaciados con gente, menos ocio, jornadas laborales maratonianas, muy poquito deporte, apenas contacto con nuestros seres queridos, noches con ojos de búho e insomnio y listas de tareas interminables que nunca se finalizan del todo. Un caldo de cultivo que nos hace estar en permanente acción, y por contra, nunca obtenemos descanso y cuando lo hay, ni siquiera parecemos permitírnoslo. ¿Os suena de algo?

Estrés bueno…

En este contexto conviene aclarar que no todo el estrés es malo y que en dosis adecuadas y moderadas, el estrés supone un impulso y motor para realizar tareas y encontrar soluciones eficaces cuando parece que no las tenemos todas con nosotros. Este tipo de estrés es preparatorio de una amenaza y eleva nuestras pulsaciones y presión arterial, los sentidos se agudizan y se bombea adrenalina y epinefrina para vigorizarnos. En resumen: nos hace más eficientes a la hora de realizar tareas, focaliza nuestra atención y mejora nuestra memoria, la función cardiaca e incluso nuestra actividad inmunológica aumenta.

versus estrés crónico.

No obstante, si estos niveles elevados de actividad física y mental se mantienen durante largo tiempo, nuestro cuerpo experimenta un proceso de agotamiento, íntimamente relacionado con altos niveles de cortisol. Si las condiciones estresantes no disminuyen, se producen una serie de cambios con importantes consecuencias en nuestro organismo. Estamos hablando del estrés crónico, que nos deja totalmente exhaustos.

Impacto del estrés

Los efectos más importantes en nuestra salud se manifiestan con niveles altos de fatiga, hipertensión, dolores en el pecho no cardíacos, dolores musculares, tensión muscular, episodios de hiperventilación, confusión en la elección de las palabras, palmas sudorosas y hormigueo en las extremidades superiores. A nivel cognitivo, la persona experimenta lentitud cognitiva y confusión por la multitud de ideas que pasan por su cabeza, rumiaciones y enganches constantes, dificultades para pensar de una manera línea y lógica menor capacidad de concentración y resolución de problemas, incapaz de vislumbrar aquello importante de lo que no lo es. Emocionalmente, nos volvemos seres en extremo vigilantes, atentos a todas las amenazas y reaccionando siempre a la defensiva y muy irritados. Nos sentimos frustrados, abrumados e impotentes, con sensación de exceso de tareas (y trabajo) y al final nos deprimimos; perdemos la esperanza de estar mejor. Empezamos a no ver a nuestros seres queridos, no queremos salir, nos sentimos solos y apenas reservamos espacios para la relajación, la diversión o el ocio. Sólo queremos hacer cosas, y a la vez, nunca las realizamos del todo y siempre tenemos que hacer más.

 

La mejor metáfora para representar el estrés es la olla a presión. En la olla están metidos todos los elementos necesarios de una vida (familia, amigos, trabajo, pareja). Se necesita calor para hacer que las cosas funcionan y se vayan cocinando, pero un exceso de calor y presión continuado sobre los elementos de la olla favorece el desbordamiento. La regulación de la cantidad de factores, bajar las expectativas y dedicar tiempo a reducir la tensión puede ayudarnos a cortocircuitar la ansiedad.

¿Y cómo podemos invertir la inercia del estrés tóxico?

  1. Simplificando. Lo primero es recortar la lista de tareas a las imprescindibles. Pregúntate, ¿si esto no se hace moriré mañana? Si ves que no mueres, el recorte es posible.
  2. Entre todo lo que hacemos, elegir aquello que consideramos más importante. Sirve una lista y valorar cada tarea de 1 a 10. Empezamos con las que están por encima del 8. ¿Ves como si avanzas?
  3. Usando lápiz, no pluma. Según vas avanzando, la lista de prioridades puede ir cambiando y habrás de borrar y poner elecciones nuevas. La flexibilidad en este etapa será crucial.
  4. Regalando la capa del superhéroe. A otra persona, a mucha gente. Lo siento, tendrás que unirte a la raza humana y limitar lo que puedes hacer en 24 horas. ¡Y verás como no pasa nada!
  5. Riendo. Pero un poco de ti mismx, del ritmo alocado, de las miles de manos, las voces multitarea y de tus propios errores. Es sano y relativiza la importancia, hace que sea más llevadera.
  6. O andando. O subiendo escaleras. O montando en bici. Si de niveles hormonales hablamos, el ejercicio fomenta los niveles de serotonina y la norepinefrina, imprescindibles para sentirnos bien.
  7. Dejando de hacer malabares. El cubo de Rubik es mejor en el cajón, y la multitarea no sirve en estos momentos. Una tarea cada vez, y el avance irá a más.
  8. Construyendo un fortín de límites. Asigna un lugar y un momento para hacer tus cosas. Sí, sí, en tu horario, diariamente. Y hazlo, aunque no haya sido un buen día y queden miles de cosas en la recamara. Y diciendo NO cuando no se quiera, no se pueda, no se sepa.
  9. Pensando globalmente. No en cada detallito. Asigna importancia, qué son pequeñas cosas. Si son pequeñas cosas, basta con pequeños momentos, no en cada uno de ellos.
  10. No comparándote. Las circunstancias de cada uno son de cada uno, y siempre nos comparamos con lo que parece ir mal. Tu comparación es contigo mism@, y estás en un camino de constante crecimiento.
  11. Aprendiendo a recargar energías. Cada hora y pico, descansa 10 minutos, y los findes tras cinco días intensos son días sagrados.
  12. Bajando a la tierra a tu perfeccionismo. Está bien que mejoremos, pero también que nos acostumbremos a un nivel medio, al progresando adecuadamente.
  13. Haciendo caso a lo que te sirve, y no a todo, que todo no se puede.

Poner en practica hábitos que promueven salud nos hacen más capaces para movernos en el estrés, vivirlo de otra manera o elegir otras formas. La decisión más difícil siempre es comenzar. Después, todo cuesta algo menos, y la tranquilidad se hace más real.

Escrito por David Blanco Castañeda

Fuentes: El Pais, Psych Central, Psychology Toda

¿Qué nos hace más susceptibles a sufrir estrés laboral?

Extraída de http://www.infogenericos.com.ar
Extraída de http://www.infogenericos.com.ar

Qué el estrés no es tan malo como lo pintan parece algo que va interiorizándose en la sociedad actual. Unos niveles moderados de ansiedad permiten una mayor concentración en lo que estamos haciendo, un mayor uso de nuestra capacidad creativa (pudiendo vislumbrar más alternativas a la hora de enfocar un problema) y aumenta nuestra efectividad y productividad. Es decir, el estrés es un mecanismo activador y de alerta en momentos donde necesitamos echar mano de nuestros recursos. Y muy útil en nuestro entorno laboral, porque nos permite ponernos las pilas cuando la situación lo requiereEl problema está cuando, a pesar de poner todo nuestro empeño, sentimos que no podemos hacer frente a las demandas de la tarea, ya sea porque las tareas que nos han encomendado son demasiadas o muy difíciles, o bien no nos sentimos lo suficientemente capaces para realizarlas. Si esto se mantiene a niveles excesivos durante bastante tiempo, nos empezamos a sentir quemados, y nuestro rendimiento decaerá drásticamente, con efectos importantes en nuestra salud y nuestro equilibrio emocional.

Mucho se ha escrito sobre ambientes altamente tóxicos y exigentes que provocan un rápido desgaste en los trabajadores. También, que hay determinadas variables psicológicas que predisponen para sentir estrés laboral, y que hacen que sus efectos nos afectan de manera considerable. Tal vez sea hora de hacer un breve repaso. Teniéndolas en cuenta, además de los efectos, puede ayudarnos a poner límites a nuestro trabajo en su justo momento y no cuando ya es demasiado tarde

1. Perdida de sentido a lo que hacemos. Las razones que nos llevan a un trabajo son muchas; desde una necesidad económica hasta la implicación máxima con un proyecto. Sin embargo, cuando estamos quemados o sentimos el burnout, perdemos el interés general de nuestro trabajo porque lo vemos poco acorde a nuestros valores y nuestras metas personales. Ya no nos fijamos en aquellas cosas que lo hacían atractivo y nos despertaban el ánimo; nos fijamos en los problemas y estamos focalizados en ellos. Reconectar con nuestras metas y nuestro trabajo hace que nos sintamos comprometidos y amortigua y mucho los efectos del estrés.

2. Ser rumiativos, auto-obsesivos y terriblemente exigentes con nosotros mismos. Sí, tenemos un jefe tirano y que se muestra implacable con nuestros errores pero no ayuda que nosotros interioricemos su discurso y seamos incluso más destructivos que sus peores palabras, no permitiéndonos ningún error y reduciendo nuestro propio trabajo a la nada cuando nos hagan un feedback negativo de él. A veces, nosotros somos nuestro peor enemigo. Aprender a perdonarnos, a tratarnos con amor y calor en esos días tan malos y practicar la auto-indulgencia permite comprendernos y valorar lo importante en un entorno estresante: nuestro propio reconocimiento del esfuerzo y el valor por sacarlo adelante.

3.Practicar la impaciencia: vivir a contrarreloj. Ser impaciente nos hace vivir en un permanente estado de abrume y agotamiento psicológico. Nos hace tendentes a asumir varias tareas simultáneamente, y elegir hacerlas todas (y perfectas) en momentos donde no podemos hacerlo todo, sino decidir y priorizar unas pocas. Por el contrario, la paciencia no se ha descrito como la ausencia de acción sino ser capaz de elegir el momento adecuado para cada cosa. Esperar y saber dejar algunas cosas para otro momento más adecuado y focalizarnos en una sola, la necesaria en ese momento, permite asumir que todo no se puede hacer pero sí saber que lo necesario puede hacerse y admitir que lo demás siga su curso.

4.Aislarnos. Uno de las mayores variables de auto-cuidado es reservar todas las semanas un tiempo para nuestro círculo íntimo y de disfrute. Permitirnos desconectar en una fiesta o desahogarnos con un buen/a amig@ nos ayuda a liberar carga negativa. Por otro, recordad que también es importante no rodearnos de gente altamente estresada (la conversación giraría en torno al estrés, justo lo que queremos evitar) sino plantearnos qué eventos y personas nos regalan una verdadera desconexión y elegirlos.

5. Hacer predicciones pesimistas. Estar convencidos de que la situación no va a cambiar y sólo puede empeorar está relacionada con el agotamiento físico y mental, con la falta percibida de recursos y un aumento significativo de la ansiedad, depresión, enfermedades gastrointestinales, trastornos del sueño y dolores musculares. En efecto, lo que creemos acerca de nuestro entorno afecta directamente a nuestra salud y a nuestro bienestar, independientemente de lo que ocurre en realidad. Por tanto, aparte de plantearnos salir del contexto estresante un tiempo para recuperar la energía, se trabajaría para la creación de un pensamiento optimista y constructivo; más centrado en las opciones, soluciones y en el fortalecimiento de la capacidad propia. Es decir, en el tratamiento se intentaría empoderarnos y reafirmarnos por encima de los síntomas y el contexto contraproducente.

La mejor manera de poder salir indemnes de una situación de burnout ocurre cuando afrontamos nuestro entorno y cambiamos comportamientos propios. Así, estaremos seguros que nuestra recuperación dependerá de nosotros mismos, valorando nuestro esfuerzo, permitiendo situaciones y estableciendo límites en otras, con una actitud flexible hacia nuestros errores y enriqueciendo nuestra vida fuera del trabajo, con especial atención en nuestro ocio y las personas que nos rodean.

Escrito por David Blanco Castañeda.

Fuentes: Psychology Today, Diario El País, LinkedIN.