El 4 de octubre se estrenó en las pantallas de cine La Herida, película que muestra con especial verosimilitud el difícil mundo de una persona con Trastorno Límite de Personalidad. Con planteamientos muy cercanos al documental, y con una cámara que se posa permanentemente en el rostro de su protagonista, nos adentramos en una espiral emocional de autodestrucción. Sentimos lo que siente Ana sin necesidad de que nadie mencione un diagnóstico. La identificación y el malestar son máximos.
Ana tiene 28 años y trabaja como conductora de ambulancias. Sirve de apoyo y enlace a las personas desde que salen de su hogar hasta que llegan al destino que les corresponde. En ese contexto Ana se muestra cercana, responde con sonrisas; se desenvuelve bien dentro de su entorno de trabajo habitual. Es cuando llega a casa, y se encierra en su habitación (literalmente), cuando esa apariencia de estabilidad se desvanece. Ana comienza a sufrir intensos estados emocionales negativos, en un cóctel explosivo de ansiedad y depresión. Es capaz de llamar a su ex pareja para decirle las mayores barbaridades, y al segundo siguiente, decirle que aún le quiere y que le necesita. Lo mismo le pasa con las amistades, en una constante de idealización y decepción. Ana no sabe cómo se siente. Solo que sufre, sufre muchísimo. Pero no sabe cómo evitarlo. A veces coge un cigarro encendido, y se lo posa en el hombro, haciéndose una herida, que se suma a cortes, acompañados de un intenso dolor y lloros. Y cuando se describe a sí misma, a veces teclea la frase: “es como si no fuera yo”.
Todas estas conductas, y muchas más que se muestran en La Herida, suponen un loable esfuerzo por enseñar al espectador en qué consiste el Trastorno Límite de la Personalidad. Sus imágenes nos muestran como es un patrón de conducta con una elevada impulsividad, con reacciones intensas al malestar emocional y a los conflictos interpersonales, con sentimientos crónicos de inadecuación y vacío.
Y sin embargo, la película deja al propio espectador que saque sus propias conclusiones al respecto. Nos muestra a Ana en su cotidianidad. No la juzga. No la estigmatiza con una categoría que la convertiría en algo diferente. Nos muestra su vida, su mirada, la estrategia que tiene para solucionar sus propios problemas. Nos deja a nosotros el papel de continuar la historia una vez finalizan los títulos de créditos. Como ya dije al principio, la película consigue que nos identifiquemos con ella al no mencionar un diagnóstico. Entonces, ¿qué hay de Ana en cada uno de nosotros? ¿Podríamos sentir en algún momento lo que siente ella durante la película? ¿Qué diferencia hay entre alguien con un “trastorno”? La Herida golpea no solo por la historia que cuenta, sino por las preguntas que lanza y la reflexión que podemos sacar de ello.
Escrito por David Blanco Castañeda