Cuando escuchamos que una persona se produce daño a sí misma, es inevitable preguntarse cómo y porqué ocurre.
Desde un punto de vista explicativo, hay cuatro formas en las que entendemos que puede producirse este tipo de comportamiento. La principal es la de una regulación emocional inmediata, puesto que lo que más frecuentemente se observa es que cuando alguien se autolesiona encuentra una disminución de los pensamientos y sentimientos negativos, así como de la activación fisiológica. Otra función de este comportamiento es la obtención de autocastigo, puesto que las personas que realizan estos actos en muchas ocasiones también muestran muy altos niveles de autocrítica. Con respecto al entorno, también se ha referido que pudiera tener una función de comunicación de sufrimiento y necesidad de apoyo de los otros, especialmente cuando no se siente la capacidad de comunicarlo por vías lingüísticas. En ocasiones podría servir para que dejen de ocurrir eventos sociales negativos, como evitar que los padres cesen sus peleas, o que los compañeros del colegio abandonen comportamientos agresivos hacia la persona que lo sufre.
Las formas en las que ocurre, según la literatura científica, sugieren que lo más habitual es realizarse cortes, quemaduras, golpes o mordiscos en la piel. En muchas ocasiones, se relaciona con el consumo de drogas o alcohol de forma excesiva, y se entiende que ambos comportamientos servirían para lo mismo.
Según un estudio publicado en la “British Journal of Clinical Psychology”, se encuentra que hasta un 27% de adolescentes informa de haber realizado este comportamiento en alguna ocasión.
Puede que parezca un comportamiento extremo y en ocasiones inexplicable. Sin embargo, el acontecimiento de autolesionarse parece suavizar su significado en el momento en el que pensamos sobre él desde una perspectiva evolutiva.
En diferentes culturas se ha observado la presencia del uso del daño físico con una clara función de tipo social, siendo en muchas ocasiones similar en forma a las autolesiones más frecuentes ya citadas, como cortes en la piel o quemaduras. En las culturas que lo llevan a cabo este tipo de rituales se observa que aumenta la cohesión social y la empatía con la persona que lo lleva a cabo.
Otro apoyo desde una perspectiva evolutiva lo encontramos en la edad de inicio de las conductas autolesivas. En este sentido la adolescencia sería un momento crítico debido a que es una etapa en la que aún no se han desarrollado estrategias adaptativas de afrontamiento a los eventos vitales estresantes.
Además, resulta curioso el encontrar que también los primates no humanos realizan comportamientos autolesivos. Ante una desregulación del eje hipotálamo-pituitario-adrenal aparecen respuestas fisiológicas de ansiedad muy bruscas ante eventos estresantes leves. Cuando los primates realizan estos comportamientos autolesivos, al igual que los humanos, obtienen una gratificación inmediata al reducir la respuesta de ansiedad.
Las personas que se autolesionan experimentan problemas psicológicos que conllevan un sufrimiento elevado y después de hacerlo sienten rabia, culpa y vergüenza por este hecho. Por el momento no se conoce un tratamiento específico para la autolesión que haya sido suficientemente eficaz, pero si conocemos un poco mejor porque ocurre, y dónde puede estar el origen de este comportamiento, podremos dar una mejor atención a las personas que lo sufren de forma que aprendan a gestionar mejor los eventos estresantes de su vida.
Fuente: Nock, M.K. (2010) Self-Injury. Annual Review Clinical Psychology 6 (15), 1-25.
Escrito por Lara Pacheco Cuevas