¿Qué sucede en la adolescencia?

¿Por qué muchos adultos sienten rechazo hacia los adolescentes? Si entramos en internet, cuando introducimos las palabras “los adolescentes son”, Google nos sugiere términos como “estúpidos, conflictivos o que son lo peor”. Es cierto que puede ser difícil educar a un adolescente, pero en lugar de demonizarlos vamos a tratar de dar un paso atrás e intentar entender qué está pasando. Como psicólogos, cuando trabajamos con adolescentes en un contexto de terapia, descubrimos quiénes son esas personas. Si nos damos la oportunidad de entender y considerar todo lo que ocurre dentro de un adolescente, como los cambios fisiológicos y sociales que deben enfrentar, creo que podríamos apreciarlos como personas y sorprendernos.

adolescentes
Foto extraída de Pinterest

Las hormonas en revolución: Los cambios hormonales son fundamentales en la pubertad y pueden tener un impacto enorme en su cerebro y en su estado de ánimo. Incluso, el adulto más equilibrado vería comprometida su preciada estabilidad emocional si experimenta un aporte hormonal tan importante (por ejemplo, cuando un adulto se somete a un tratamiento de fertilidad puede explicar claramente cómo las hormonas le afectan a su estado de ánimo). Para los adolescentes, que también están haciendo frente a muchos otros cambios, este aluvión de hormonas puede ser muy impactante. Bajo estas circunstancias un poco de mal humor es comprensible.

Cerebro en desarrollo: Los estudios recientes demuestran que el cerebro adolescente aún está en construcción. El lóbulo frontal (la región del cerebro que se encarga de planificar y tomar decisiones) todavía no está completamente desarrollado mientras se atraviesa la adolescencia. Además, la dopamina, un neurotransmisor que tiene una importante participación en las vías de placer del cerebro, aumenta durante este período de desarrollo. Esta inmadurez del lóbulo frontal y el mayor impulso para experimentar el placer (resultante de los niveles más altos de dopamina) pueden explicar la impulsividad, la asunción de riesgos y la toma de decisiones de forma irracional que a menudo vemos en los adolescentes.

Cuerpos cambiantes: Durante la pubertad los cuerpos cambian rápidamente. Como resultado, los adolescentes son hiper-conscientes de su apariencia, especialmente en relación con sus compañeros. Una niña que desarrolla los pechos muy pronto o muy tarde, o un niño cuyo bigote no crece, puede sentirse avergonzado frente a sus compañeros. Más allá del impacto social, a los adolescentes les aparecerá pelo en lugares nuevos, sus voces sonarán diferentes, y empezarán a menstruar regularmente. Ya de por sí, estos cambios pueden abrumarles.

Cambios en el colegio: Dan el salto desde el colegio, con un maestro cercano, día estructurado, menos alumnos…, a un instituto, con varias clases y profesores con muchos más alumnos. Algunos adolescentes que están acostumbrados a hacerlo bien en un ambiente más estructurado, cercano y manejable, descubren que de repente su desempeño cae. Esta es una transición difícil que puede causar frustración e irritabilidad hasta que se adaptan. Además, durante este tiempo hay un aumento en la carga de trabajo escolar y exigencia en las asignaturas. Ese incremento en la dificultad, muchas veces también hace que los padres ya no puedan ayudar a sus hijos con el estudio. Esto puede llevar a que los adolescentes sientan que no tienen apoyo académico por parte de sus padres. También aparece una presión añadida, la nueva carga académica y el cambio de horarios dificulta el cuadrar las actividades extraescolares, muchas veces necesarias para que haya actividad física y desfogue. Todos estos factores dejan a los adolescentes pueden incrementar la fatiga y la ansiedad, lo cual dificulta el cumplimiento de sus responsabilidades.

Desarrollo emocional: Los adolescentes comienzan a confiar más en sus amigos y menos en sus padres. Si bien ésta es una parte normal e importante del desarrollo, muchos padres comienzan a sentirse rechazados o preocupados al respecto de la influencia que los amigos ejercen sobre sus hijos, lo que genera tensión dentro del hogar. Esta tensión puede facilitar el conflicto, lo que añade estrés a unos adolescentes que anhelan independencia y luchan por encontrar sus propia identidad e individualidad.

Es importante demostrar cierta compasión; los adolescentes pueden tener fama de malhumorados, insoportables y conflictivos, sin embargo, es importante recordar todos los cambios a los que se enfrentan para intentar no hacer un juicio rápido y concluir que “son lo peor”. Ser padres y madres de adolescentes no es para nada fácil. Si eres padre o madre de un adolescente, date un momento para respirar profundamente y recordar los cambios de los que hemos hablado. Intenta apoyarlos estableciendo límites claros, guiándolos en la planificación y toma de decisiones, sin olvidar proporcionarles siempre apoyo emocional. Trata de viajar en el tiempo y ponerte en su lugar, esto también puede serte útil cuando te enfrentas a sus vaivenes emocionales, facilitándote el trabajo de guiarles con seguridad a través de este, tan agotador y sorprendente, momento del desarrollo.

Fuente: Psychology Today

Escrito por María Rueda

¿Cómo afrontan tus hij@s el fracaso?

Los niños y niñas responden mejor a los contratiempos (suspensos, repetir curso…) en el proceso de aprendizaje cuando creen que la capacidad y la inteligencia son maleables, es decir, cuando piensan que sus capacidades están en crecimiento (mentalidad de crecimiento, growth mindset), en lugar de observarlas como algo fijo (mentalidad fija, fixed mindset).

Basado en big-change.org
Basado en big-change.org

Cabe esperar que la actitud de los padres hacia la idea de que las capacidades sean predeterminadas o en constante desarrollo, tenga una fuerte relación con la que tienen los niños. Hasta ahora se ha prestado mucha atención sobre cómo reforzar a los niños pero no tanto sobre cómo afrontar el error (es mejor centrarse en su esfuerzo y uso de estrategias en lugar de centrarnos en su capacidad). Sorprendentemente, no parece que exista relación entre el tipo de mentalidad (de crecimiento o fija) de los padres y la de los hijos. Un nuevo estudio publicado en la revista Psychological Science sugiere que esto se debe a que los niños no son capaces de explicar qué tipo de mentalidad tienen sus padres. Sin embargo, las creencias de los niños acerca de su capacidad se asocian con cómo sus padres conciben el error o el fallo.

Kyla Haimovitz y Carol Dweck, psicólogas e investigadoras de la Universidad de Stanford, hicieron una encuesta a 73 padres y a sus hijos y observaron que no había relación entre la mentalidad sobre la capacidad de los padres y las actitudes de los niños con respecto a la misma. Sin embargo, sí encontraron que aquellos padres que veían el fracaso como una oportunidad para aprender tendían a tener hijos con una mentalidad de crecimiento, mientras que los padres para los que el fracaso era algo más negativo y malo para el aprendizaje tendían a tener hijos con una mentalidad fija.

¿Por qué la actitud de los padres hacia el fracaso es aparentemente más importante que su actitud hacia la capacidad? Las autoras explican que tiene que ver con lo que es visible para los niños y niñas. Otros estudios han puesto de manifiesto que los niños no saben si sus padres tienen una mentalidad de crecimiento o mentalidad fija, pero sí son conscientes de las actitudes de sus padres hacia el fracaso. Los niños que piensan que sus padres tienen una actitud negativa hacia el fracaso tienden a ver en sí mismos que la capacidad y la inteligencia son elementos fijos.

Esto puede deberse a que los padres con una actitud negativa hacia el error, responden a los fracasos de sus hijos consolándolos diciéndoles que no importa que no puedan o no sean capaces, fomentando en ellos la creencia de que su capacidad es fija. Los padres con una actitud más positiva hacia el fracaso, por el contrario, tienden a animar a sus hijos a utilizar los errores como una oportunidad para aprender u obtener ayuda adicional, comportamientos que fomentan una mentalidad de crecimiento.

Un último estudio investigó si las actitudes de los padres hacia el fracaso realmente pueden generar cambios en la manera en que responden a los fallos de sus hijos. Más de cien padres completaron un cuestionario online, algunos tenían que responder preguntas diseñadas para provocar en ellos una actitud negativa hacia el fracaso y otros tantos preguntas destinadas a promover una actitud positiva ante el error. A continuación, se les pidió a los padres que imaginaran que sus hijos llegaban a casa con la noticia de que iba a repetir curso y cómo iban a pensar, sentir y actuar. Los padres que habían sido “preparados” con el cuestionario previo para ver el fracaso como perjudicial para el aprendizaje eran más propensos a decir que responderían preocupándose por si su hijo era capaz y consolándolo por su falta de habilidad.

Las autoras explican que sus hallazgos muestran que los padres que creen que el fracaso es una experiencia debilitante hacen que sus hijos crean que no pueden desarrollar su inteligencia; al establecer esta relación entre actitud ante el fracaso y mentalidad fija, se ha avanzado en la comprensión de cómo se construye socialmente la motivación en los niños. Puede que no sea suficiente promover una mentalidad de crecimiento en los padres para transmitirla a sus hijos. Quizá la intervención acertada esté en cambiar las actitudes al respecto del fracaso, concibiéndolo como algo potencialmente beneficioso en el proceso de aprendizaje de los hijos.

Fuente: BPS Research Digest

Escrito por María Rueda

Los bebés ya no nacen imitando

En cualquier ciencia hay estudios pioneros que marcan un hito en el desarrollo de la disciplina y se convierten en referentes para investigadores posteriores. Estos estudios pasan a formar capítulos imprescindibles en los libros de texto y generación tras generación de estudiantes asumen estas investigaciones como lo que son, puntos de inflexión en el camino de la creación de conocimiento. Sin embargo, a veces ocurre que algunos científicos en el transcurso de ese camino vuelven la vista atrás y ven la senda que sí se ha de volver a pisar. Replican esos estudios revolucionarios, y nos informan de que a lo mejor no eran del todo acertado. Pues esto es lo que ha ocurrido en la psicología estas últimas semanas. Resulta que en los años 70, una investigación de Meltzoff y Moore sobre las habilidades de imitación de los recién nacidos revolucionó el campo de la psicología del desarrollo, pues parecía demostrar que los seres humanos nacen con la capacidad de imitar – una habilidad crucial para el aprendizaje y las relaciones – y contradecía las afirmaciones del padre de la psicología del desarrollo, Jean Piaget que afirmaba que la imitación no aparece hasta que el bebé tiene nueve meses de edad.

Foto extraída de studentblogs.le.ac.uk
Foto extraída de studentblogs.le.ac.uk

Un nuevo estudio de la Universidad de Queensland (Australia) ha mostrado que no hay ninguna evidencia para apoyar la idea de que los bebés recién nacidos tienen la capacidad de imitar. Janine Oostenbroek y sus colegas observaron a 106 bebés en cuatro ocasiones: en una semana de edad, a las tres semanas, seis semanas y nueve semanas. En cada uno de esos cuatro momentos, el investigador realizó una serie de movimientos faciales, acciones o sonidos durante 60 segundos cada uno. El investigador realizaba en total 11 acciones, incluyendo sacar la lengua, abrir la boca, cara feliz, cara triste, el dedo índice apuntando, sonidos como mmm y eee. El comportamiento de cada uno de los bebés fue grabado y analizado en correspondencia con la acción realizada por el investigador.

Algo que añade este estudios a otros similares realizados anteriormente, es que los investigadores comprueban, por ejemplo, si los bebés eran más propensos a sacar la lengua cuando eso es lo que el investigador estaba haciendo, en comparación con cuando el investigador estaba haciendo cualquiera de las otras 10 acciones.

Oostenbroek y su equipo no encontraron ninguna evidencia de que los bebés recién nacidos puedan imitar de forma fiable caras, acciones o sonidos. Ninguna de las 11 acciones tuvo más probabilidad de generar imitación, ni existía una situación o momento de los estudiados en la que los bebés llevaran a cabo sistemáticamente una determinada expresión facial, gesto o sonido cuando el investigador lo hacía más que cuando el investigador estaba haciendo cualquier otra cosa.

Sobre la base de sus resultados, los investigadores señalan que la evidencia apunta a que es el momento de modificar o incluso abandonar la idea de «los módulos innatos de imitación» y otros conceptos similares asentados sobre la idea de la imitación neonatal. Parece que volvemos a estar más cerca de lo que Piaget propuso en un principio y que la imitación probablemente emerge alrededor de 6 los meses.

Fuente: BPS Research Digest

Escrito por María Rueda

Educar en tolerancia, cuando la diferencia enriquece y no asusta.

Imagina que estás en la cola del supermercado y de repente tu hijo de tres años señala con el dedo a otro niño y te pregunta en voz alta, “mamá, ¿por qué ese niño tiene la piel marrón?”. A medida que las cabezas se giran y te observan, la vergüenza nos invade. Es comprensible que puedas preocuparte por aquello que imaginas que estarán pensando esos adultos cuya atención ha sido captada por la pregunta de tu hijo: “¿qué van a pensar de mí como padre/madre?”, “¿qué respondo a mi hijo/a?”… O incluso, puede que te preocupe el origen de este cuestionamiento, “¿por qué me pregunta esto? ¿mi hijo tiene prejuicios?”

Cuando los padres se encuentran ante estas situaciones deben saber que al hacer este tipo de preguntas, los niños en edad preescolar no están juzgando. Pueden notar diferencias en la apariencia, pero generalmente todavía son inocentes en cuanto a los estereotipos que sí podemos tener los adultos. En este sentido se debe más a su curiosidad natural acerca de cómo es el mundo y su deseo por definirse e identificarse como individuos, siendo este habitualmente el motivo por el que hacen preguntas al respecto del color de piel, orientación sexual, sexo-género, etc. Por este motivo, nuestra respuesta debe ser también natural.

Foto extraída de momentsaday.com
Foto extraída de momentsaday.com

 

El que sean pequeños no debe ser un impedimento para aprovechar estas situaciones y enseñarles valores positivos respecto a la tolerancia. De hecho, ésta podría ser una oportunidad para enseñarle cómo las personas debemos tratarnos entre sí y comportarnos, pudiendo transmitirle una visión del mundo como un lugar mucho más interesante y rico gracias a la diversidad. Explicarles que las personas somos diferentes entre sí, que todos tenemos particularidades y diferencias que nos hacen únicos y especiales, pero que a la vez también nos asemejamos.

Sin una participación activa de los padres en este tema desde el principio, corremos el riesgo de no ser nosotros los que le transmitamos estos valores, dejando como modelo a otras fuentes, repletas de prejuicios y estereotipos acerca de las personas y sus diferencias. Esta transmisión puede ser espontánea y natural, a partir de los comentarios que nosotros mismos hacemos de las diferencias que encontramos en otras personas, ya sea en la calle, en el centro escolar o bien en la televisión o el cine. Asimismo, las actitudes no explícitas que desplegamos van guiando al niño/a sobre qué opinión deben tener sobre las diferencias observables en los otros. Por ejemplo, si cuando al caminar por la calle nos cruzamos con una persona de diferente procedencia étnica y sujetamos al niño para acercarlo a nosotros, le estaremos transmitiendo un mensaje claro basado en la desconfianza y en un estereotipo negativo sobre ese grupo étnico. Estas comunicaciones implícitas son tan o más potentes que cualquier mensaje intencionado por parte de los padres.

Más adelante, cuando sea un poco más mayor puede que en alguna ocasión haga algún comentario insensible sobre otra persona; en este momento debemos, con calma, intentar que se ponga en el lugar del otro, que comprenda cómo podría sentirse él o ella si es despreciado por otros. Cuando sea un poco mayor podemos abordar la intolerancia de una forma un poco más elaborada, explicando que «a veces la gente tiene miedo de que otra persona sea diferente y esto les hace actuar de forma incorrecta hacia el otro, lo que les aparta de conocer mejor a esa persona. Ni el color de piel, ni la procedencia, ni la orientación sexual, ni la religión o ausencia de religión, o cualquier otra característica define a las personas”.

Trata a tu hijo/a con respeto. Si tu hijo/a se siente bien consigo mismo y está seguro de su lugar en el mundo, será menos propenso a tener miedo de la gente que es diferente de él o ella. Un niño que se siente seguro y tiene una imagen positiva de sí mismo no tendrá necesidad de poner a la otra persona por debajo para sentirse valioso. Vivir con la idea de que el mundo es un escenario hostil, donde las personas diferentes son una amenaza, nos hace sentir inseguros, ansiosos y limitará nuestras relaciones con los demás. Vivir sin odio a lo desconocido nos hace más felices y facilita la creación de un mundo mejor para las generaciones venideras.

Fuente: Psychology Today, tolerance.org

Escrito por María Rueda

 

 

 

Inteligencia optimista en la infancia

Realizado por Eva M. Cuadro Ramírez
Realizado por Eva M. Cuadro Ramírez

El entusiasmo con el que estudiosos e investigadores acogen el concepto de inteligencia emocional comienza a partir de sus consecuencias para la crianza y educación de los niños. Ya no nos podemos permitir el lujo de tratar de criar a nuestros hijos basándonos en la mera intuición, como bien recoge Lawrence E. Shapiro. De forma un tanto paradójica, mientras que cada generación de niños parece volverse más inteligente, sus capacidades emocionales y sociales parecen disminuir a un ritmo vertiginoso.

El psicólogo Martin Seligman nos describe en su obra el  “El niño optimista” que la depresión en la población infanto-juvenil, se ha ido extendiendo de forma alarmante en los últimos cincuenta años, apareciendo a edades cada vez más tempranas. La inteligencia emocional implica ser conscientes de la experiencia emocional que nos embarga, aprender a ponerla un nombre para posteriormente comprenderla  y validarla. Una vez conscientes de la misma, manejarla implica ser capaces de regularla en caso de excesiva intensidad, para poder valernos de ella de una forma productiva.

El baremo del pesimismo se está convirtiendo  rápidamente en la manera en que nuestros hijos están aprendiendo a contemplar el mundo, y una tarea de los padres es que les eduquen en el optimismo.  Pero ¿por qué querría que mi hijo fuera optimista? Sería erróneo pensar que es una postura para protegerse del desengaño, pero el pesimismo puede plantearse como un mal hábito que se atrinchera en nuestra mente con consecuencias como la resignación, la pasividad y la inacción ante los diferentes conflictos que desde edades tempranas son inherentes al mismo campo de juego del niño.

El optimismo en la edad preescolar se forja en la lucha del niño hacia el dominio y la superación. Los niños tropiezan con obstáculos en su carrera hacia el control personal, y persisten si no pueden superarlos. Ante una tarea complicada que el niño pueda emprender, el fracaso es una de las muchas posibilidades que pueden ocurrir, siendo inevitable la aparición de una mezcla de sentimientos como la ansiedad la ira y la tristeza. Aprender a resolverlos, puede ayudarle a persistir en la misma.

 Al sentirse mal, se le presentan dos posibles opciones, mantenerse en la situación y perseverar (y por lo tanto, darse la situación de dominio de la habilidad, o por el contrario, darse por vencido, apartándose de la situación. Ésta última alternativa, elimina las emociones incómodas que aparecen ante el primer obstáculo que se presenta, al hacer que la situación desaparezca del todo, y se la ha llamado incapacidad aprendida. Para que el niño experimente el dominio necesita fracasar, sentirse triste, enfadado y ansioso. Necesita aprender la utilidad de estos sentimientos desagradables, para lograr la perseverancia, ya que la mayor parte de las veces, pocas cosas que merezcan la pena se consiguen sin ella.

 La inteligencia emocional nos dice que el optimismo se define en función de la forma en la que nos explicamos nuestros éxitos y fracasos. Cuando el niño entra en la escuela, la estrategia para hacer que sea optimista pasa de la acción de dominio a la forma en la que el niño piensa, especialmente cuando fracasa, e inevitablemente, su estado emocional no es ajeno a ello.

En la edad escolar comienzan a desarrollar sus teorías respecto a las razones de sus éxitos y fracasos. Enseñarle a interpretar los fracasos de manera optimista y exacta, supone no interpretarlos como catastróficos en sí mismos, y no personalizarlos. Es importante que el niño aprenda una teoría del fracaso como algo transitorio y localizado “me ha ido mal” versus “nunca hago nada bien”, enseñándoles a interpretar los problemas como contratiempos temporales y modificables.

El pesimismo es una teoría de la realidad ajustada a las circunstancias concretas de la persona. Los niños aprenden esta teoría tanto de sus padres y profesores, como de los medios de comunicación. Como teoría aprendida, el peligro radicaría en que puede convertirse en un patrón autosuficiente y vitalicio a través del cual éstos contemplan todas las pérdidas y contratiempos que le van sucediendo. El optimismo supone un hábito relativo a pensar sobre las causas, supone un “estilo explicativo”, y la autoestima del niño está ligada al mismo, a como persevera para conseguirla y dominarla.

Al intentar proteger a nuestros hijos de ciertas emociones, les impedimos que descubran qué parte de ellos ha entrado en acción al sentirlas. Aprender a detectar y manejar los sentimientos que se asocian al fracaso es necesario para experimentar el éxito, ligado ineludiblemente al primero. Por tanto, una alternativa optimista ante una realidad triste es aquella que ofrece explicaciones transitorias, modificables y específicas. Dado que el niño aprende su propio estilo explicativo, en parte de sus padres, es importante que aprendan a cambiar el mismo si éste es pesimista. De lo que no cabe duda es que este estilo explicativo influirá en la teoría que aprenden a construir de cómo funciona el mundo.

Escrito por Eva M. Cuadro Ramírez

Referencias

  • Lawrence E. Shapiro. La inteligencia emocional de los niños
  • Aitziber Barrutia Leonardo. Inteligencia emocional en la familia
  • María Fernanda González Medina y María Elena López Jordán. Haga de su hijo un gigante emocional.
  • Martin E. P. Seligman. Niños optimistas

Maneras en las que la inseguridad excesiva afecta a tu vida

Cualquiera de nosotros puede, en ocasiones, sentirse inseguro con su competencia o con sus decisiones. Pequeñas dosis de este sentimiento son perfectamente lógicas e incluso podríamos decir que beneficiosas para nosotros, permitiéndonos parar, reflexionar y obtener la solución que sea más conveniente. No dudar jamás puede también ser un problema, de modo que no somos capaces de evolucionar, aprender o hacer cambios sobre nosotros mismos. Sin embargo, la inseguridad con uno mismo en determinadas personas es excesiva y dañina.

Generalmente, esta inseguridad excesiva es algo que se aprende de niños, cuando la familia no es capaz de transmitir un espacio de seguridad y protección, cuando la crítica o la exigencia es excesiva o cuando no han logrado crear un clima de afecto incondicional. Es lo que se denomina en psicología un estilo de apego ambivalente o ansioso. Si esto ha ocurrido en la infancia, en la edad adulta no es fácil valorar los éxitos, por muy objetivos que sean.

foto extraída de makermistaker.com
foto extraída de makermistaker.com

Esta inseguridad excesiva se manifiesta desde en cosas tan simples como el color de la camiseta que comprarse, como en decisiones tan importantes como un cambio de rumbo en la vida laboral. Una persona que mantiene este estilo de pensamiento generalmente no lo manifiesta sólo en la toma de decisiones más cotidiana, sino que tienden a aparecer múltiples comportamientos en su día a día que suelen ser consistentes con este estilo de pensamiento. A continuación describimos algunos de los más relevantes y dañinos.

Miedo al rechazo

Cuando se desarrolla a lo largo de la vida esta inseguridad excesiva, es fácil mostrar un intenso miedo al rechazo. Además, cuando este miedo aparece, la tendencia es buscar constantemente indicios de que realmente las personas cercanas te están rechazando, aunque objetivamente sus comportamientos hacia ti no sean tales. Por ejemplo, si en la oficina un compañero no se fija en que has llegado y no te saluda, podrías pensar que está más ocupado o concentrado en ese momento. Sin embargo, cuando sentimos un profundo miedo al rechazo se disparará un pensamiento automático de que no quiere saber nada de nosotros, o incluso que somos un problema para esa persona.

Dificultad para poner límites

Cuando la duda sobre uno mismo es muy elevada, el patrón aprendido dice que necesitar a otros es potencialmente doloroso. Con este aprendizaje a sus espaldas, a este tipo de personas les es extremadamente complejo distinguir lo que constituye un vínculo sano. Así, lo que ocurrirá es que en ocasiones rechacen por completo cualquier acercamiento a la intimidad con otros, ya que en última instancia han tenido que aprender a ser autosuficientes emocionalmente. Los límites en sus relaciones sociales podrán ser o bien extremadamente distantes o no tener ninguno y permitir al otro la invasión de la intimidad por completo.

Dificultad para percibir las propias necesidades

Si la educación recibida ha sido consistente y segura, poco a poco habremos aprendido a detectar lo que necesitamos, mediante la intervención de alguna figura significativa que puede cubrir esa necesidad. Si esto no ha ocurrido de manera consistente en nuestra infancia, cuando somos adultos no hemos desarrollado correctamente esta habilidad y generalmente las personas con la inseguridad excesiva en sí mismos no son capaces de ser conscientes de lo que realmente necesitan, especialmente a un nivel emocional.

Falta de claridad emocional

Con relación al problema anterior, en el que la persona que no ha desarrollado un apego seguro desoirá sus necesidades, este tipo de personas tienen también muchas dificultades para entender sus emociones. Es probable que la capacidad para leer y comprender las necesidades de los otros sea muy buena, pero cuando esa mirada ha de dirigirse hacia uno mismo no es capaz de comprender lo que le puede estar ocurriendo emocionalmente. Estas dificultades pueden presentarse de formas diversas; problemas en etiquetar los sentimientos, dificultad en el manejo de las emociones negativas o los eventos estresantes, poca regulación emocional o sensaciones de estar inundado emocionalmente.

Falta de autoconfianza

Esta consecuencia es la más obvia que aparece ante una persona que tiene sentimientos de inseguridad excesiva. Cuando no somos capaces de comprendernos a nosotros mismos y en nuestra infancia hemos recibido frecuentemente mensajes de crítica o exigencia excesiva, aparecen de nuevo estos mensajes. Aunque queramos evitarlos, resuenan, de algún modo, en la edad adulta. Al estar expuestos constantemente a este tipo de mensajes, la confianza en uno mismo es débil y a menudo se hace un cuestionamiento excesivo sobre cualquier actuación.

Una persona que sufre esta serie de problemas de una forma consistente en su vida cotidiana tendrá regularmente momentos de gran sufrimiento y malestar emocional. Es importante diferenciar de alguien un poco indeciso a una persona cuya inseguridad consigo misma sea excesiva y muestre los patrones que hemos comentado aquí. ¿Por qué es tan importante? Porque es posible reconocer y cambiar estos comportamientos que tanto daño hacen, porque aunque se haya aprendido hace mucho, en la infancia, no necesariamente es algo inamovible. Aprender a relacionarnos de otra forma con nosotros mismos y con los otros puede ayudarnos a un mayor disfrute y menos sufrimiento.

Fuente: Psychcentral.com

Escrito por Lara Pacheco Cuevas

¿Qué influye en la percepción del llanto de un bebé?

Que los bebés lloran por muchas razones diferentes es un hecho, saber traducir por qué motivo lloran es una tarea compleja, para unos más que para otros.

Foto extraída de mashable.com
Foto extraída de mashable.com

En estudio reciente de la Universidad de Praga, a 333 adultos se les hizo escuchar vocalizaciones infantiles y se les pidió que indicaran qué creían que estaban haciendo esos bebés (de entre 5 y 10 meses). Las grabaciones correspondían tanto a eventos positivos como negativos. Los positivos se habían registrado en situaciones de juego, reencuentro con el cuidador principal (progenitores) o después de haber comido. En cuanto a los negativos, correspondían a dolor (al ponerle una vacuna), aislamiento (separación del cuidador) o hambre.

El grupo de investigadores encontraron que los adultos eran muy buenos distinguiendo entre las vocalizaciones producidas en eventos positivos frente a los negativos. Sin embargo, tenían muchas dificultades en identificar la causa específica o necesidad del bebé. Observaron que a menudo confundían el lloro por dolor con el de aislamiento, o el de aislamiento con el de hambre. Había diferencias entre aquellos que eran padres y los que no tenían hijos, siendo mejores los primeros. Además, no se encontraron diferencias entre hombres y mujeres.

Otro estudio proveniente de la Universidad de Oxford, estudió la discriminación de los padres y madres y observaron que la formación musical marcaba la diferencia a la hora de discriminar el grado de angustia en el llanto de los bebés. En general, los gritos más agudos indican una mayor angustia en los niños debido a que una mayor excitación genera mayor tensión en las cuerdas vocales.

El equipo de Oxford obtuvo 15 grabaciones de lloros de bebés y manipularon el sonido para que al reproducirlos sonaran más altos o más bajos. Estas manipulaciones en el tono de los gritos consistieron en pequeñas variaciones, no más de cuatro semitonos hacia arriba o hacia abajo. Las grabaciones se reproducían por pares y se les pedía a los oyentes que indicaran cuál de los dos sonaba más angustiado.

Los padres que habían recibido formación musical eran más precisos en la detección de angustia en el lloro que aquellos padres sin formación musical. Los que tenían formación musical eran mejores en detectar la tensión en las voces de los bebés.

Un estudio realizado por el mismo equipo de la Universidad de Oxford encontró que los individuos que estaban deprimidos y tenían formación musical también eran más precisos en discernir el grado de angustia en los gritos de los bebés que las personas deprimidas que no han recibido clases de música.

¿A qué se refieren con formación musical? En los estudios de la Universidad de Oxford se indica que esta diferencia en la capacidad para discriminar aparecía en aquellos oyentes con 4 o más años de formación. No eran músicos profesionales y esa formación corresponde a cuando eran jóvenes.

Por supuesto, esto no quiere decir que tener formación musical te convierte en mejor padre o madre, o que si no tienes esa formación no eres un padre o madre sensible. Estos estudios sólo hablan de que puede ser interesante entrenar a los futuros padres o madres para mejorar la discriminación del tono, especialmente aquellos cuidadores con depresión, para los cuales a menudo se hace muy complejo leer las señales emocionales.

Fuente: Psychology Today

Escrito por María Rueda

Nos separamos, ¿cómo se lo decimos a los niños?

Los procesos de separación y divorcio suelen ser complicados y dolorosos. Cuando llega el momento de decidir poner punto y final a una relación de pareja ya se ha recorrido un camino de toma de decisiones no exento de sufrimiento. Además, si hay hijos, puede ser realmente angustioso pensar en qué y cómo decírselo a los niños. Los padres y madres desean que la decisión afecte lo menos posible a sus hijos, pero ¿qué decirles? ¿qué deben y no saber? ¿Qué es lo mejor para su hijo o hija? Cada dinámica familiar es diferente, y cada niño es diferente, por lo que es difícil resumir cuál es la manera idónea de hablar sobre la separación con los hijos. No obstante, a continuación enumeramos algunas estrategias.

Es importante tratar de elegir las palabras con cuidado, ser cálido, afectuoso, mostrarse accesible y confiado, no sólo en el momento de comunicarles la separación, sino también durante todo el proceso. Tratar de mantener la calma, transmitir tranquilidad e intentar que las palabras y las acciones no se contradigan.

Dar explicaciones simples y claras: Independientemente de la edad, los hijos no necesitan saber todos los detalles complejos, intrincados ni todo sobre los eventos estresantes que condujeron a sus padres o madres a tomar esta decisión. La comunicación debe ser simple, objetiva y directa.

Foto extraída de parentingpad.com
Foto extraída de parentingpad.com

Presentar un frente común: Siempre que sea posible, se debe hablar de la separación en presencia de los dos progenitores, uno junto al otro. Presentar un «frente común». Demostrar que, a pesar de que algunas cosas están cambiando, ambos padres/madres están todavía presentes y se comunican entre ellos lo referente a los hijos. No hablar mal a los niños del otro progenitor.

Animar a compartir cómo se siente: Tu hijo/a probablemente tendrá un montón de preguntas y un montón de emociones. Escucha con paciencia. Explícale que es normal y está bien sentir todo tipo de emociones. Sé empático, cálido y reconfortante.

Explicar que este cambio es la mejor decisión para toda la familia: Es probable que en los meses previos a la separación vuestro hijo/a haya presenciado tensión, discusiones e incluso insultos. Este es un buen momento para explicarle que la separación o divorcio es el punto de partida de un nuevo capítulo en el que habrá menos peleas, más paz y que por lo tanto el ambiente familiar será más sano.

Explícale que aunque una separación implica cambios, algunas cosas no están cambiando y nunca van a cambiar: El divorcio es un punto de inflexión y puede generar en el niño una sensación de aturdimiento y estrés, haciéndole cuestionarse si “todo” va a cambiar. Es importante enfatizarle que hay cosas que no van a cambiar. La separación significa que los padres/ madres no van a seguir juntos, pero si algo va a permanecer inmutable es el amor hacia los hijos y el hecho de que siempre seréis sus padres/ madres. Eso no ha cambiado, y nunca va a cambiar. A pesar de que mamá y papá no formarán parte de la misma familia, el niño/a y su mamá o papá siempre serán la familia.

Que las acciones hablen más que las palabras: Si es importante hablar con el niño/a sobre la separación, lo que se hace también lo es. Si dices que le quieres muéstralo, dale muchos besos, jugad juntos, cocinad juntos, leed juntos, compartid tiempo de calidad juntos.

Además, en lo posible, es recomendable mantener las rutinas habituales de tu hijo; normas, tareas, hora de la cena, la hora de dormir, y así sucesivamente con ambos padres, en ambos hogares. Este tipo de consistencia ayudará a que su hijo se sienta más seguro.

Las familias no se rompen, se transforman. Una familia no se constituye a través de un certificado de matrimonio, sino que es el amor lo que las edifica. Una separación no tiene porqué significar destrucción, les toca a los padres/madres elegir qué tono darle al proceso con respecto a sus hijos, con mucho diálogo, empatía y solidaridad.

Fuente: psychologytoday.com

Escrito por María Rueda

Malquerer a los hijos. Comunicaciones dolorosas.

El amor de los cuidadores principales (generalmente de los padres y/o las madres) es fundamental para el buen desarrollo de los niños. Podemos entender este tipo de amor como aquellas conductas y comunicaciones que los padres/madres hacen hacia sus hijos/as y que mejoran el bienestar de éstos. En este sentido, el «amor» sería todo lo relativo a la crianza y apoyo en la evolución y construcción de la personalidad única del niño. Por el contrario, a veces hay padres que tienen respuestas y comportamientos hacia sus hijos/as que en alguna manera son perjudiciales para el crecimiento psicológico del niño, pudiendo llegar a causar daño y dificultando el correcto desarrollo emocional del niño/a y futuro adulto/a.

Malquerer-ComunicacionesPerniciosasEl “buen” amor de los padres implica expresiones cálidas y genuinas: una sonrisa o una mirada amistosa que transmita empatía y buen humor; besos, abrazos y caricias; un trato respetuoso y considerado; sensibilidad; voluntad para estar sintonizado con las emociones y necesidades; y la capacidad de dar una respuesta al niño. Los padres sintonizados tienen la capacidad de ajustar la intensidad y el tono emocional de sus respuestas para que coincida con el estado, sentimientos y las necesidades de sus hijos. Durante la infancia, las interacciones coherentes entre un bebé y su cuidador principal (padre, madre…) son especialmente importantes porque facilitan contención y proporcionan al bebé lo necesario para aprender a regular sus emociones.

Muchas veces observamos padres y madres que, aunque tienen la mejor intención del mundo, muchas veces no son conscientes de que están dando respuestas poco sensibles y no-sintonizadas, lo cual puede ser perjudicial para sus hijos. Es cierto que lo hacen como pueden, saben o han aprendido, pero es importante que hagamos un ejercicio de reflexión y consideremos ver a los hijos como personas independientes, con necesidades propias, no como prolongaciones del adulto. Muchas de estas dinámicas son reacciones o reproducciones de lo que los padres vivieron cuando ellos eran niños. A continuación explicamos algunos ejemplos de cómo podemos llegar a “querer mal” a los hijos:

Invalidación de la petición infantil de apoyo y comprensión: algunos padres quitan valor a los sentimientos de sus hijos, desoyendo las peticiones de consuelo. Minimizan y descalifican cuando los niños muestran su vulnerabilidad. Interpretan las demandas de afecto como una exigencia que no pueden satisfacer. Ejemplos de esto podría ser: ¡Pareces un gato asustado! ¡No ves que nadie te va a hacer nada! En lugar de ¿tienes miedo de estar solo? No te preocupes, papá no te va a dejar solito.

Negación de la percepción del niño de ciertos eventos familiares: Algunos padres tratan de minimizar la percepción que sus hijos tienen de los aspectos negativos de su conducta parental, forzando a la maximización de los aspectos positivos. El discurso contradice la realidad, o por no lo menos no es todo lo fiel que se esperaría, lo que crea ambivalencia, culpa y confusión, ya que se niega la realidad. Esto no hace más que alejar al niño de la posibilidad de procesar los eventos. “Deberías agradecerme todo lo que he hecho por ti, eso que dices no es verdad”.

Comunicaciones que producen culpa: Son mensajes que promueven la culpa en el hijo, haciéndole sentir mal por aquello que hace o expresa, o incluso responsable de la situación familiar, matrimonial… “Si sigues comportándote así a tu padre le va a dar un infarto”.

Invalidación de la experiencia subjetiva del niño: Cuando el niño expresa malestar, algunos padres niegan ese malestar. Sus esfuerzos se centran en que los niños parezcan que están alegres y contentos, evitando por medio de estos mensajes que puedan expresar tristeza o cualquier expresión de sufrimiento que no les sea agradable a los padres. Es como si estos niños no tuvieran derecho a sentirse mal.

Amenazas: Las amenazas como herramienta en la comunicación son perniciosas tanto si se cumplen (por el hecho de decirlas), como si no se cumplen (se pierde la credibilidad de aquel que las hace pero no las ejecuta). Las amenazas minan el apego, pues muchas veces se le dice al niño que si no hace algo esto tendrá una consecuencia terrible.

Críticas improductivas: hay personas con propensión a hacer críticas poco constructivas. Estar sometido a una dinámica de este tipo afecta al autoestima, minando la seguridad del niño y posterior adulto.

Comunicaciones inductoras de vergüenza: algunos padres tratan de imponer disciplina a través de comentarios que producen vergüenza en el niño, de forma cruel y humillante. El sentimiento de vergüenza está ligado al sentimiento de exponer los aspectos desvalorizados de uno mismo ante los demás.

Intrusividad y lectura de la mente: todos, niños y adultos, necesitamos decidir por nosotros mismos el grado de apertura y exposición que queremos tener en cada momento. Hay padres que no permiten a sus hijos tener un espacio mental propio, a través de preguntas intrusivas e interpretaciones hasta el grado de que el niño sienta que no puede mantener y resguardar sus pensamientos y sentimientos.

Doble vínculo: Esta forma de comunicación contiene una frase seguida de una segunda que contradice a la primera. El principal efecto del mensaje contradictorio es que provoca en el que lo recibe sentimientos irreconciliables y conflictivos. “¡Sí, por supuesto que puedes ir a jugar con tu amigo, pero ya sabes lo que pienso de ese chico!”.

Comentarios paradójicos: comentarios irónicos, cuyo significado real sólo se puede extraer a partir del tono de voz. ¡Oh sí, por supuesto que estoy muy contenta con tu comportamiento! En niños pequeños esto puede crear confusión.

Comparaciones desfavorables: Comentarios que implican comparar desfavorablemente el comportamiento o al niño mismo. Este tipo de comentarios pueden afectar la autoestima y confianza en uno mismo. “Mira tú hermana, ella puede hacerlo y tú no”.

Comentarios desalentadores: Comentarios basados en el supuesto por parte de los padres de que el niño es incapaz de alcanzar una meta más alta. Un ejemplo puede ser: no puedes ir en bicicleta porque te cansarás demasiado. El efecto puede implicar una reducción de la confianza en sí mismo.

Comunicaciones que cuestionan las buenas intenciones: Hay padres que piensan que el niño no actúa de forma genuina, sino que lo hace de modo engañoso o con el objetivo de manipular. Por ejemplo, un niño se porta bien o saca una buena nota en el colegio y el padre le dice “me pregunto qué quieres obtener de mí con esto”.

Comentarios que niegan el derecho de los niños a tener opiniones: “Los niños no tienen nunca nada que decir, los niños no opinan”.

Comentarios auto-referidos: Hay niños cuyos padres o madres hacen comentarios que se centran en ellos mismos y muestran la incapacidad para mantener interés en lo que el otro está diciendo. En este sentido, hay niños que expresan su malestar físico o emocional y el padre o madre inmediatamente se apropia del tema para hablar de sí mismo.

Respuestas que denotan desinterés: Ante la expresión de un niño que pide apoyo a su cuidador, el padre o madre responde con desinterés: ¡oh, vamos, no me molestes con cosas absurdas!.

Reacciones exageradas: Respuestas extremas a las ansiedades del niño o a emociones difíciles, de modo que las reacciones parentales resultan ser más grandes que las del niño. El niño puede aprender a no confiar en sus padres para protegerse, e incluso, puede llegar él a protegerles a ellos.

Comunicaciones de padres en conflicto: en escenarios de conflictos entre los padres, cada uno de los padres puede intentar hacer alianzas con el niño a través de comentarios negativos sobre el otro progenitor. Este tipo de comentarios afectan y pueden generar problemas emocionales y cognitivos muy serios en el hijo, entre ellos una dificultad marcada para identificarse con los aspectos positivos del padre/madre atacado o desvalorizado.

Los niños necesitan y merecen amor y debemos proporcionarlo o sufrirán dolor emocional. A medida que crecen, los niños encuentran muchas maneras de defenderse a sí mismos con el fin de aliviar o adormecer su dolor. En el proceso de escapar de su dolor, éstos ocultan partes de sí mismos, convirtiéndose en personas adultas herméticas y con dificultades para expresarse y desarrollarse emocionalmente.

Es importante reconocer y entender nuestras propias heridas del pasado con el objetivo de generar compasión por lo vivido y aceptar nuestras limitaciones actuales. Generar una mayor sensibilidad en nuestras interacciones actuales, sintonizarnos con las emociones de nuestros hijos y guiar nuestro estilo de crianza hacia una parentalidad cariñosa, cálida y positiva.

Escrito por María Rueda

Fuentes: psychologytoday.com

ResearchBlogging.org

Marrone, M., Diamond, N., Juri, L., & Bleichmar, H. (2001). La Teoría del apego: Un enfoque actual. Psimática.

Castigo físico o parentalidad positiva

Las actitudes sobre la forma en que se transmite la disciplina a los niños ha dado un giro de 180 grados en los últimos 60 años; dar una bofetada u otras formas de castigo corporal – es decir, ejercer fuerza física para infligir un dolor de forma deliberada – es ilegal en cualquier contexto en 46 países (entre los cuales se encuentra España).

Estos cambios culturales han sido posibles gracias, en gran parte, a la creciente evidencia sobre el efecto dañino sobre los niños y sobre las relaciones entre padres e hijos. Sin embargo, a pesar de esta evidencia, muchos países, incluyendo el Reino Unido, los EE.UU. y Australia, todavía permiten el castigo corporal dependiendo de la situación en la que se dé, como por ejemplo si se produce dentro del hogar. Por otra parte, muchas personas todavía respaldan esta práctica: por ejemplo, en una encuesta de 2011, más del 40 por ciento de los padres británicos dijeron que habían golpeado a sus hijos.

En un estudio realizado en la Comunidad de Madrid (España. Año 1998) sobre la incidencia del castigo físico se recoge que el 27.7% de los padres reconoce haber pegado a sus hijos en el último mes, a una media de tres veces por mes y el 2.7% reconocía haber propinado golpes fuertes. Este estudio concluía que cuanto mayor es el grado de autoritarismo de la persona, más justifica las distintas formas de violencia. En esta misma línea, en un reciente estudio, los psicólogos de la Universidad australiana de Queensland, Antonia Kish y Peter Newcombe, afirman que al menos, parte de la razón por la que los padres ejercen la fuerza física sobre sus hijos se asienta sobre la creencia de muchas personas en FALSOS MITOS en torno a dicha forma de aplicar la disciplina, tales como:

– El castigo corporal es inofensivo.

Extraída de asociacionsina.org
Extraída de asociacionsina.org

– El uso del castigo corporal en ocasiones para disciplinar a un niño no causa daño a un niño.

– El uso del castigo corporal enseña al niño a ser responsable y ayuda a forjar su carácter.

– No es realista pensar que los padres no deben usar nunca el castigo corporal para ejercer disciplina.

– El castigo corporal es más eficaz que otros métodos de disciplina

– El castigo corporal se utiliza para educar a niños y niñas.

– El castigo corporal es lo único que comprenden los niños.

– Sin el uso del castigo corporal, los niños estarán mal educados y se comportarán como salvajes.

– El castigo corporal enseña a un niño a respetar a los demás.

– El castigo corporal debe ser utilizado para disciplinar a un niño cada vez que se porta mal.

Con el objetivo de crear un cuestionario y validarlo, los investigadores les preguntaron a 366 estudiantes universitarios acerca de su postura al respecto de las 10 afirmaciones anteriores (mitos), su hipotética disposición a ejercer el castigo físico en diversas situaciones, así como diversos constructos psicológicos relacionados, tales como el autoritarismo (reflejadas en la creencia de que “La obediencia y el respeto a la autoridad son las virtudes más importantes que un niño debe aprender”), el conservadurismo, la falacia del mundo justo (“obtengo aquello que me merezco”) y la visión de la ética del trabajo (“Sentirse disgustado por el trabajo duro refleja debilidad de carácter”).

Los investigadores señalaron que aquellos que aprobaban los mitos sobre el castigo físico mostraban mayor disposición (hipotética) a usar la violencia, así como puntuaciones elevadas en la evaluación de los constructos psicológicos descritos anteriormente. Los investigadores describieron este trabajo como exploratorio y reconocieron sus limitaciones, sin embargo constituye un buen paso para la obtención de un cuestionario útil para futuras investigaciones en el área, así como para predecir las intenciones de los padres para utilizar el castigo físico con sus hijos.

La Organización No Gubernamental “Save the Children” propone tres argumentos básicos para eliminar el castigo físico y psicológico como a los niños y niñas:

• El castigo físico o psicológico constituye una vulneración del derecho del niño a su integridad física, a ser protegido contra toda forma de violencia, tal como establece la Convención de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas.

El castigo físico y psicológico es una forma de violencia contra los niños y niñas aceptada socialmente y en muchos países también legalmente.

Siempre hay una alternativa para educar, corregir o establecer disciplina sin necesidad de recurrir al castigo físico o psicológico.

De estos tres principios surge la llamada Parentalidad Positiva, perspectiva desde la cual se considera que el vínculo afectivo que se establece entre los padres y los hijos tiene un gran peso en el bienestar presente y futuro del niño. Un buen vínculo genera seguridad en los niños, algo fundamental en el correcto desarrollo, el establecimiento de la autoestima y la formación de la personalidad. Según Save the Children, la parentalidad positiva se asienta sobre tres premisas:

  1. Conocer y entender a los niños y las niñas: cómo sienten, piensan y reaccionan según su etapa de desarrollo.
  2. Ofrecer seguridad y estabilidad: los niños y las niñas tienen que confiar en sus padres, sentirse protegidos y guiados
  3. Optar por la resolución de los problemas de manera positiva: sin recurrir a castigos físicos, gritos, amenazas o insultos.

¡Qué así sea!

Fuentes:
ResearchBlogging.org  Kish, A., & Newcombe, P. (2015). “Smacking never hurt me!” Personality and Individual Differences, 87, 121-129 DOI: 10.1016/j.paid.2015.07.035

 

BPS Resarch Digest

Save the Children – Horno Goicoechea, P. (2007) Castigo Fśico y Psicológico en España: Incidencia, voces de los niños y niñas y situación legal. Informe Nacional, Contribución de Save the Children España al estudio de Naciones Unidas sobre violencia contra la infancia. Recuperado de: http://www.savethechildren.es/docs/Ficheros/76/informeSC.pdf

Save the Children (2012) Principios sobre parentalidad positiva y buen trato. Recuperado de: http://www.savethechildren.es/docs/Ficheros/524/SC_PARENTALIDAD_PRINCIPIOS_vOK.pdf

Escrito por María Rueda