La construcción de las motivaciones en los niños y niñas

¿Qué motiva a un niño o una niña a hacer los deberes de matemáticas? ¿Su pasión por los números? Probablemente no. En general, no hay un amor a las matemáticas y por tanto las estudiamos, sino al contrario; llegamos a amar algo cuando nos sentimos bien con ello.

Por tanto, ¿qué motivará a estos niños a hacer los deberes? ¿La promesa de un premio? Podría ser. Pero entonces sólo los hará mientras haya premios y durante el tiempo en el que estén interesados en premios. Por tanto, la motivación será hacia el premio, pero no hacia aprender matemáticas.

Nuestras motivaciones más profundas vienen de nuestra identificación con algún sistema de valores y se desarrollan a fuego lento, a través de miles de interacciones con otras personas relevantes. Aquello que nos motiva consiste en un intento de vivir de acuerdo a las expectativas que tenemos sobre lo que somos y lo que queremos llegar a ser, a los ideales que valoramos. 

Foto extraída de: lanuevafrontera.aprenderapensar.net
Foto extraída de: lanuevafrontera.aprenderapensar.net

Contrariamente a la creencia popular, este tipo de valores no surgen espontáneamente desde nuestro interior. Tampoco consiste en una transmisión de padres a hijos, sino que se desarrollan lentamente en innumerables interacciones con los padres, maestros, mentores, amigos, compañeros,…

Nuestra identidad, la teoría que nos hacemos sobre quién soy yo, es un motivador poderoso. Cuando nos identificamos con un conjunto de valores, imágenes e ideales, también nos motivamos para defender esos valores, imágenes e ideales. Después de todo, los valores y los ideales se convierten en lo que somos; se convierten en nosotros mismos.

La importancia de interiorizar los valores:

Los padres tratan de influir sobre la construcción de los valores de sus hijos de muchas formas. Aquí indicamos tres de ellas, no todas recomendables.

Manifestación de poder. Los padres tienen más poder que sus hijos. Como resultado, los padres pueden hacer que los niños hagan muchas cosas simplemente por la existencia de la jerarquía. Los padres pueden castigar a los niños, amenazar con castigos, retirarles privilegios…

Retirada del afecto. Los niños quieren que sus padres los quieran por encima de todo. A veces algunos padres usan la estrategia de “retirarles el amor”, haciendo patente que el afecto es contingente al comportamiento del niño.

Inducción de valores. La inducción de valores consiste en intentar explicar las razones por las que un comportamiento es deseable o no es deseable. Cuando un padre explica las verdaderas razones por las que considera que algunos comportamientos son buenos, los niños serán más propensos a apreciar esos valores e interiorizarlos.

¿Cuál de estas tres técnicas es la más poderosa? La manifestación de poder y  la retirada de afecto son maneras que pueden incitar a los niños a cumplir con los deseos de los padres, sin embargo, tienen un efecto a corto plazo. En especial, la retirada del afecto es contraproducente, pues genera en el niño inseguridad. Sentir que tus figuras de referencia te quieren incondicionalmente, es un elemento esencial en el desarrollo sano. Décadas de investigación muestran que la inducción de valores es el único modo de influir en los niños de forma duradera. Aquellos niños que entienden y aprecian los valores de los padres son más propensos a interiorizar y actuar en consonancia con ellos.

Actúo en base a la idea de quién quiero ser:

Somos, en parte, lo que pensamos que somos. Lo que pensamos que somos, nuestra identidad, se basa en una especie de teoría del mí mismo. Actuamos en función de nuestras teorías de lo que queremos ser. Si un niño o una niña quiere ser una estrella deportiva, entendemos que se identificará con aquello que significa para él o ella ser un/una deportista. En este sentido, ser una estrella deportiva es una especie de identificación, “me identifico con ser una estrella deportiva”. Valoramos una manera de ser y de trabajar y nos identificamos a nosotros mismos con esa forma de hacer.

Por tanto, parece ser que la clave para el cultivo de la motivación en los niños es preguntarse: ¿Cómo puedo ayudar a mi hijo a construir una “teoría de sí mismo”? ¿Qué estoy haciendo para ayudar a mi hijo a identificarse con un conjunto de valores?

Fuente: psychologytoday.com

Escrito por María Rueda

La Mujer Herida

El 4 de octubre se estrenó en las pantallas de cine La Herida, película que muestra con especial verosimilitud el difícil mundo de una persona con Trastorno Límite de Personalidad. Con planteamientos muy cercanos al documental, y con una cámara que se posa permanentemente en el rostro de su protagonista, nos adentramos en una espiral emocional de autodestrucción. Sentimos lo que siente Ana sin necesidad de que nadie mencione un diagnóstico. La identificación y el malestar son máximos.

Ana tiene 28 años y trabaja como conductora de ambulancias. Sirve de apoyo y enlace a las personas desde que salen de su hogar hasta que llegan al destino que les corresponde. En ese contexto Ana se muestra cercana, responde con sonrisas; se desenvuelve bien dentro de su entorno de trabajo habitual. Es cuando llega a casa, y se encierra en su habitación (literalmente), cuando esa apariencia de estabilidad se desvanece.  Ana comienza a sufrir intensos estados emocionales negativos, en un cóctel explosivo de ansiedad y depresión.  Es capaz de llamar a su ex pareja para decirle las mayores barbaridades, y al segundo siguiente, decirle que aún le quiere y que le necesita. Lo mismo le pasa con las amistades, en una constante de idealización y decepción. Ana no sabe cómo se siente. Solo que sufre, sufre muchísimo. Pero no sabe cómo evitarlo. A veces coge un cigarro encendido, y se lo posa en el hombro, haciéndose una herida, que se suma a cortes, acompañados de un intenso dolor y lloros. Y cuando se describe a sí misma, a veces teclea la frase: “es como si no fuera yo”.

Todas estas conductas, y muchas más que se muestran en La Herida, suponen un loable esfuerzo por enseñar al espectador en qué consiste el Trastorno Límite de la Personalidad. Sus imágenes nos muestran como  es un patrón de conducta con una elevada impulsividad, con reacciones intensas al malestar emocional y a los conflictos interpersonales, con sentimientos crónicos de inadecuación y vacío.

Y sin embargo, la película deja al propio espectador que saque sus propias conclusiones al respecto. Nos muestra a Ana en su cotidianidad. No la juzga. No la estigmatiza con una categoría que la convertiría en algo diferente. Nos muestra su vida, su mirada, la estrategia que tiene para solucionar sus propios problemas. Nos deja a nosotros el papel de continuar la historia una vez finalizan los títulos de créditos. Como ya dije al principio, la película consigue que nos identifiquemos con ella al no mencionar un diagnóstico. Entonces, ¿qué hay de Ana en cada uno de nosotros? ¿Podríamos sentir en algún momento lo que siente ella durante la película? ¿Qué diferencia hay entre alguien con un “trastorno”? La Herida golpea no solo por la historia que cuenta, sino por las preguntas que lanza y la reflexión que podemos sacar de ello.

Escrito por David Blanco Castañeda