¿Se puede controlar la hostilidad?

 

Fotografía extraída de www.quesignificado.com
Fotografía extraída de www.quesignificado.com

El estudio de la hostilidad está estrechamente relacionado con el estudio de la ira y de la agresión. La hostilidad, según Smith (1994) se trata de un sesgo cognitivo (un punto de vista que no tiene por qué ser realista), por el cual se devalúa el valor y los motivos de los otros, se tiene la expectativa de que el resto de las personas están equivocadas y se siente una oposición hacia ellos, que puede acabar en deseos de infligir daños a éstos o ver a los demás como dañinos.

La hostilidad implica una percepción de los demás como fuente frecuente de provocación, maltrato y frustración, asumiendo por ello que los otros no merecen la confianza ni el respeto.

Durante los años 50 y 60, las medidas más empleadas para la valoración de la hostilidad y la agresión fueron las técnicas proyectivas (ejemplo: test de Rorschach o el Estudio de imagen-frustración de Rosenzweig), sin embargo, en la actualidad se utilizan con mayor asiduidad cuestionarios y escalas específicos (Inventario de Hostilidad de Buss-Durkee, la Escala de Hostilidad manifiesta de Sigel, etc.).

Se puede observar que la hostilidad es una emoción altamente experimentada por aquellas personas de patrón de conducta Tipo A (personas muy competitivas con una alta orientación al logro, por lo habitual dispuestas al enfrentamiento ante cualquier obstáculo, sea contextual, objeto o persona), pero al margen de este colectivo, la hostilidad se considera un factor de riesgo de trastornos coronarios. Las personas con una actitud hostil pueden generar a su alrededor un ambiente con escaso apoyo social. Esta forma de actuar elicita en los demás comportamientos de enfrentamiento, y esto a su vez, refuerza y reivindica las creencias que tienen y de manera habitual redunda en una disminución de conductas saludables.

Numerosos estudios han demostrado una mayor respuesta cardiovascular y neuroendocrina ante los estresores en las personas hostiles (Williams, Barefoot y Shekelle 1985; Smith 1992; Houston 1994; Gayll y Contrada 1998). Es de especial interés el estudio longitudinal que realizaron Barefoot, Dahlstrom y Williams (1983) llevado a cabo a lo largo de 25 años y con la ayuda de 255 médicos. En él, comprobaron que aquellas personas con alta puntuación en la Escala de Hostilidad Cook-Medley, ofrecían una mayor incidencia de enfermedad coronaria que quienes obtenían una puntuación baja en proporción de 5 a 1. Además, el promedio de mortalidad se disparaba hasta 6,4 veces en los sujetos con puntuaciones por encima de la media.

Los mismos resultados se contrastaron por Shekelle, Gale, Ostfeld y Paul, también en 1983, Dembroski y Costa (1987) o por Houston, Chesney, Black, Cates y Hecker (1992).

Sin embargo, en realidad, la hostilidad es una emoción adaptativa, que surge en aquellas circunstancias que de manera prolongada en el tiempo nos frustran, bloquean nuestros objetivos o nos minusvaloran, pero sobre las que (de manera consciente o no) entendemos que podemos actuar. La hostilidad es una herramienta que nos sirve para alcanzar objetivos de manera expeditiva, y es por ello que resulta importante dentro del bagaje cognitivo del hombre. Sin embargo, al igual que la ira, el miedo, la ansiedad o cualquier emoción que pueda tener un aspecto negativo, su uso y experimentación continuada en el tiempo puede volverse crónica y/o patológica. Es en estas condiciones cuando se puede volver desadaptativa, perdiendo el valor que puede ofrecer a nuestras vidas y convirtiéndose en un lastre del que resulta complicado desembarazarse.

Todas las personas tenemos la capacidad en mayor o menor medida de entender y gestionar nuestras emociones, y nuestra capacidad empática determinará hasta dónde podemos entender las de quienes nos rodean, de manera que dependemos de nuestro bagaje de experiencias y de la motivación que tengamos para controlar esta cuestión.

Finalmente nos encontramos con una duda importante, ¿es posible controlar nuestra hostilidad?

La respuesta rápida será que depende de las ganas que tengamos para ello y de lo habituados que estemos a hacerlo. Por esto, una persona que generalmente controla su estado emocional (o que se encuentra en un contexto en el que se exige su gestión) tendrá una mayor capacidad para hacerlo.

La respuesta desarrollada sería que hay dos vías de razonamiento en el cerebro: la rápida y la lenta. La vía rápida es la que lleva la información de los estímulos directamente a la amígdala, que es la encargada de valorar emocionalmente el estímulo y producir una respuesta rápida (ataque, huida, etc.). Esta respuesta no se condiciona por el medio, sino por las impresiones más primitivas del cerebro y nuestro estado de ánimo, siendo así más probable que en un estado afectivo negativo demos una respuesta airada, hostil…. agresiva. Esta vía no tiene en cuenta las circunstancias, para ello es necesario que el estímulo vaya al cerebro por la vía lenta, pasando por el neocortex y el hipocampo, y de ahí, a la amígdala. En este caso, se analizan una mayor cantidad de factores involucrados en la situación y la respuesta emocional que se genera es más adaptada a la situación y menos impulsiva.

Este segundo tipo de razonamiento nos capacita para reducir los niveles de hostilidad y para ello es necesaria una fuerte motivación a la hora de enfrentar las situaciones para evitar acostumbrar al sistema a responder por la vía rápida.

Es por esto que las técnicas más utilizadas en terapia con personas con agresividad son las técnicas que intentan que los pacientes tomen conciencia de las situaciones y pongan en marcha acciones distractoras y elicitadoras de emociones positivas que, aunque no tengan especial fuerza en esos momentos de hostilidad, sí consigan obligar al sistema a procesar la información por la vía lenta.

Es importante que la persona entienda que muchas de las actitudes negativas de quienes les rodean no son más que el sesgo negativo que produce su estado afectivo y que un cambio en la interpretación de las situaciones dará lugar de manera inmediata, a un conocimiento más real de la situación y a un comportamiento más adaptativo para el propio sujeto y para los demás.

Escrito por Sara Reyero Serret

Fuentes del texto:

Smith (1994). Anger, hostility and the heart.

Wrightsman, L. S. (1992). Assumptions about human nature. Sage publications.

Goleman, D. (1995). Emotional intelligence. Bantam books.

Eysenck, H. J. (2000). Intelligence: a new look. Routledge.