Apuntes sobre la comorbilidad en los trastornos del neurodesarrollo

Dorothy Bishop explicaba hace tan sólo unos días en el Research Digest la excepcionalidad y la extrañeza de cualquier familia cuando a uno de sus hijos le diagnostican un “trastorno” al principio de su desarrollo; el estrés que supone a cualquier padre afrontar lo que supone un tratamiento para su pequeño y el intenso intento por parte de ellos por entender la nueva realidad de su hijo. Y sin embargo, muchos de ellos relatan el constante peregrinaje de un ir y venir de especialistas, donde le colocan una etiqueta (perdón, trastorno) en función de lo que manifiesta, cambiando el posible tratamiento y perjudicando, en ocasiones, su adecuado desarrollo en el ansia por definirlo.

La reflexión viene a colación por la publicación de un estudio en el que se pone a prueba, una vez más,  la existencia de posibles patrones genéticos comunes en distintas entidades psicológicas y neuropsicológicas. En el estudio, realizado en Suecia con una importante muestra de sujetos, se recogen pares de gemelos en los que al menos un miembro de la pareja manifestaba algún comportamiento relacionado con el Trastorno del Espectro Autista y la presencia de tics (TEA), comportamientos relacionados con la impulsividad y la inatención (TDAH), y problemas en la adquisición para la lectura y otros aprendizajes básicos (DA), y se veía su evolución en su hermano gemelo a la hora de manifestar síntomas similares.

Según lo que planteaba sus autores, es muy frecuente la presencia de síntomas de varios trastornos en un niño diagnosticado con alguna de estas tres categorías (lo que definiría una alta comorbilidad); e hipotetizaban la existencia de un patrón de neurodesarrollo común a todas ellas, más que un desarrollo completamente definido y específico para cada una. Es decir, un niño puede ser diagnosticado como hiperactivo pero desarrollar después problemas para leer o restar. ¿Estamos ante cosas distintas? ¿Tenemos que “ponerle” más trastornos? ¿O todo son distintas manifestaciones de lo mismo? Y lo más importante, ¿cómo aseguramos la más correcta y eficaz intervención en el niño y la familia, que son, en definitiva,  los principales afectados en todo esto?

El estudio demostraba como había un único factor genético general que explicaba el espectro de conductas de inatención, comportamiento estereotipado y/o problemas del aprendizaje. Asimismo, el hecho de que sean gemelos no significaba que su otro gemelo manifestase los mismos síntomas que su hermano diagnosticado, aduciendo los autores factores específicos y ambientales que explicaban dicha variabilidad.

Así, con dichas conclusiones, los autores sugieren y reclaman la necesidad de establecer pautas de intervención  para trabajar con el niño de manera temprana  al presentarse todo un conjunto de síntomas relacionados más que en la obligación de poner un trastorno específico, que seguramente cambiará con  el tiempo. Por ello,  los resultados de este estudio suponen otra crítica más a la inoperancia de las categorías diagnósticas para reflejar la diversidad y complejidad de la realidad clínica, y que se extiende no sólo a los trastornos del neurodesarrollo, sino, obviamente, a la gran mayoría de trastornos psicológicos. Si bien algunos apartados del DSM-V ya comienzan a introducir este cambio (totalmente paradigmático) en algunos trastornos (como es el caso del Trastorno del Espectro Autista), todavía queda trecho para que se reconozca la realidad dimensional que tanto se demanda desde la práctica profesional, con mención tanto de los aspectos conductuales, como de los cognitivos o los neuropsicológicos. Una polémica muy candente y de la que podéis dejar vuestras impresiones en los comentarios de nuestro blog.

Escrito por David Blanco Castañeda

Foto: Jill Greenberg/www.jillgreenberg.com

Fuente: BSP Research Digest.

La Mujer Herida

El 4 de octubre se estrenó en las pantallas de cine La Herida, película que muestra con especial verosimilitud el difícil mundo de una persona con Trastorno Límite de Personalidad. Con planteamientos muy cercanos al documental, y con una cámara que se posa permanentemente en el rostro de su protagonista, nos adentramos en una espiral emocional de autodestrucción. Sentimos lo que siente Ana sin necesidad de que nadie mencione un diagnóstico. La identificación y el malestar son máximos.

Ana tiene 28 años y trabaja como conductora de ambulancias. Sirve de apoyo y enlace a las personas desde que salen de su hogar hasta que llegan al destino que les corresponde. En ese contexto Ana se muestra cercana, responde con sonrisas; se desenvuelve bien dentro de su entorno de trabajo habitual. Es cuando llega a casa, y se encierra en su habitación (literalmente), cuando esa apariencia de estabilidad se desvanece.  Ana comienza a sufrir intensos estados emocionales negativos, en un cóctel explosivo de ansiedad y depresión.  Es capaz de llamar a su ex pareja para decirle las mayores barbaridades, y al segundo siguiente, decirle que aún le quiere y que le necesita. Lo mismo le pasa con las amistades, en una constante de idealización y decepción. Ana no sabe cómo se siente. Solo que sufre, sufre muchísimo. Pero no sabe cómo evitarlo. A veces coge un cigarro encendido, y se lo posa en el hombro, haciéndose una herida, que se suma a cortes, acompañados de un intenso dolor y lloros. Y cuando se describe a sí misma, a veces teclea la frase: “es como si no fuera yo”.

Todas estas conductas, y muchas más que se muestran en La Herida, suponen un loable esfuerzo por enseñar al espectador en qué consiste el Trastorno Límite de la Personalidad. Sus imágenes nos muestran como  es un patrón de conducta con una elevada impulsividad, con reacciones intensas al malestar emocional y a los conflictos interpersonales, con sentimientos crónicos de inadecuación y vacío.

Y sin embargo, la película deja al propio espectador que saque sus propias conclusiones al respecto. Nos muestra a Ana en su cotidianidad. No la juzga. No la estigmatiza con una categoría que la convertiría en algo diferente. Nos muestra su vida, su mirada, la estrategia que tiene para solucionar sus propios problemas. Nos deja a nosotros el papel de continuar la historia una vez finalizan los títulos de créditos. Como ya dije al principio, la película consigue que nos identifiquemos con ella al no mencionar un diagnóstico. Entonces, ¿qué hay de Ana en cada uno de nosotros? ¿Podríamos sentir en algún momento lo que siente ella durante la película? ¿Qué diferencia hay entre alguien con un “trastorno”? La Herida golpea no solo por la historia que cuenta, sino por las preguntas que lanza y la reflexión que podemos sacar de ello.

Escrito por David Blanco Castañeda