Lo que no sabes de los ataques de pánico (y cómo tratarlos)

Quién ha sufrido alguna vez un ataque de pánico, sabe que lo más habitual es no saber qué ocurre. En un primer momento se siente un gran desconcierto y un miedo muy intenso.

Observando de cerca el fenómeno de los ataques de pánico, se sabe que no son exactamente el mismo tipo de miedo que puede aparecer ante un contexto amenazante. De hecho, los ataques de pánico son considerados como una respuesta abrupta e intensa de miedo ante una amenaza que proviene de dentro del cuerpo. De hecho, de forma neurobiológica no funciona del mismo modo que la ansiedad en sí misma, que se refiere a un daño potencial más distante o incierto.

El pánico, en su forma biológica está más relacionado con circuitos del miedo que no incluyen necesariamente a la amígdala, la estructura cerebral estrella en el funcionamiento de miedo.  Además, el neurotransmisor que está más implicado en el desarrollo del pánico es la serotonina, mientras que el cortisol sería el que se relaciona más con el estrés. Por eso, se considera que puede ser una condición diferente a la propia ansiedad, y sobretodo se encuentra una relación con una hipervigilancia de los sistemas internos de control de la respiración.

extraída de Huffington Post

Pero los ataques de pánico sólo son un sistema de defensa de nuestro cuerpo que se activa para responder a una amenaza. Cuando el ser humano (y también muchos animales) tienen que defenderse, pasan por varias fases

  • en primer lugar, la fase pre-amenaza, en la que se puede vigilar el contexto para detectarla
  • después la fase de post-encuentro, en la que nos quedamos paralizados para analizar el peligro
  • por último el comportamiento defensivo.

Cuando la amenaza proviene de dentro de nuestro propio cuerpo, lo que vigilamos en primer lugar es el contexto (un centro comercial lleno de gente) pero cuando nos quedamos paralizados lo que analizamos como peligroso son las señales internas de nuestro cuerpo, lo que desencadena respuestas más intensas, los pensamientos que nos invaden son el miedo a morir o a que falte el aire, las cosas que hacemos, aunque no sea de forma muy voluntaria, son hiperventilar y escapar del contexto. Es lógico que sean las respuestas más intensas y abruptas, ya que el miedo aumenta según la amenaza se acerca, y si la amenaza está dentro de nuestro propio cuerpo…

Lo más difícil de saber respecto a los ataques de pánico es porqué ocurren. Hay factores de riesgo que van desde un componente genético, trastornos de ansiedad y depresivos en los padres, inhibición conductual, evitación del daño, pocas estrategias de afrontamiento, experiencias de estrés en la infancia…

Aunque no sepamos porque ocurren en el origen lejano, sí sabemos que muchas veces pueden convertirse en parte de nuestro día a día ya que una vez que sufrimos este miedo intenso y tan abrupto, es fácil volverse vulnerable y comenzar a vigilar que no nos vuelva a ocurrir, lo que desemboca muchas veces en respuestas contraproducentes que pueden aumentar las probabilidades de sufrir nuevos ataques de pánico.

Así que, ¿qué podemos hacer para librarnos de ellos? Aunque hay tratamientos farmacológicos que funcionan, lo que aquí nos ocupa es la terapia psicológica, de la que está demostrado su funcionamiento y bien definidos los tratamientos.

Para su tratamiento, se necesita de una exposición guiada por un terapeuta a los síntomas internos de pánico. Sentir estas respuestas de forma controlada nos ayuda a comenzar a deshacer la asociación que hacemos ante esas señales internas y la sensación de que nos vamos a asfixiar, o incluso el pensamiento de que algo muy negativo puede pasarnos. La otra parte del tratamiento, tiene que ver con el manejo de los pensamientos automáticos que nos indican que algo malo ocurre, que nos falta el aire o que nos asfixiamos. A veces se ha pensado que pueden ser útiles técnicas de relajación o de respiración, pero con el tiempo y la investigación, se descubrió que no son necesarias ni útiles, sino que lo que mejor funciona, aunque tremendamente difícil, es lograr romper esa asociación entre las sensaciones internas y la idea de peligro.

El pánico es un miedo diferente a todos los demás, que nos puede causar grandes dificultades en nuestra vida cotidiana, pero profundizando en su tratamiento y en sus desencadenantes podemos aprender de lo que nos está avisando para empezar a poner remedio.

Fuentes: Nature Neuroscience, Neuroscience & Biobehavioral Reviews, Journal of Affective Disorders, Revista Psychophysiology, A Guide to Treatments That Work.

ResearchBlogging.org

Alpers GW, Reif A, & Deckert J (2016). Panic disorder with agoraphobia from a behavioral neuroscience perspective: Applying the research principles formulated by the Research Domain Criteria (RDoC) initiative. Psychophysiology, 53 (3), 312-22 PMID: 26877119

Asselmann, E., Wittchen, H., Lieb, R., & Beesdo-Baum, K. (2016). Risk factors for fearful spells, panic attacks and panic disorder in a community cohort of adolescents and young adults Journal of Affective Disorders, 193, 305-308 DOI: 10.1016/j.jad.2015.12.046

Feinstein JS, Buzza C, Hurlemann R, Follmer RL, Dahdaleh NS, Coryell WH, Welsh MJ, Tranel D, & Wemmie JA (2013). Fear and panic in humans with bilateral amygdala damage. Nature neuroscience, 16 (3), 270-2 PMID: 23377128

Hamm AO, Richter J, Pané-Farré C, Westphal D, Wittchen HU, Vossbeck-Elsebusch AN, Gerlach AL, Gloster AT, Ströhle A, Lang T, Kircher T, Gerdes AB, Paul ED, Johnson PL, Shekhar A, & Lowry CA (2014). The Deakin/Graeff hypothesis: focus on serotonergic inhibition of panic. Neuroscience and biobehavioral reviews, 46 Pt 3, 379-96 PMID: 24661986

Escrito por Lara Pacheco Cuevas

La sabiduría del miedo

La forma más habitual de darse las emociones, haciendo referencia a Paul Ekman en su libro “El rostro de las emociones” es cuando notamos, con o sin razón, que está ocurriendo o a punto de ocurrir algo que, para bien o para mal, afecta seriamente nuestro bienestar. Con frecuencia las emociones se inician con tal celeridad que no nos damos cuenta de los procesos mentales que las provocan (somos capaces de llevar a cabo complejas evaluaciones muy rápidamente, en milésimas de segundo, sin ser conscientes del proceso de evaluación).

Cuando se desencadena una emoción nos invade en unas milésimas de segundo, y nos ordena lo que hay que hacer, decir y pensar. Las emociones nos preparan para manejar sucesos importantes sin pensar en lo que hay que hacer. Se provocan cambios en determinadas zonas del cerebro que nos incitan a que nos ocupemos de lo que haya desencadenado la emoción, y cambios en el sistema nervioso autónomo encargados de regular el ritmo cardíaco, la respiración, la sudoración y otras muchas funciones corporales, preparándose para distintas acciones.

Las emociones también envían señales externas, cambios de expresión, rostro, voz y postura corporal. No elegimos estos cambios, simplemente ocurren.

Isabel Aranda, en su libro sobre emociones capacitantes nos ayuda a identificar esa emoción que está en la base de nuestro comportamiento, de qué nos informa, tomando consciencia de nuestras sensaciones corporales, analizando los sentimientos que eso nos produce, comprobando las acciones que nos posibilita y la forma de ser y comportamientos que origina. Un planteamiento en línea con el que realiza la Teoría de la Inteligencia Emocional de tomar consciencia de uno mismo y autogestionarnos de forma funcional, en función de nuestros objetivos y nuestro entorno.  La buena noticia es que es posible aprender a gestionar nuestras emociones, integrándolas en  nuestro comportamiento.

Y con respecto a nuestra emoción del miedo, que es el tema de este post, resulta que muchos de nosotros solemos gestionarla con un alto grado de desconocimiento e ineficacia.

El miedo es una emoción básica y universal que tradicionalmente ha estado acompañado de muy mala prensa. Como me decía mi madre “Tener miedo es de cobardes”. A priori podríamos tener la tentación de etiquetarla como una emoción negativa, indigna. Como diría Norverto Levy en “La sabiduría de las emociones”, el miedo ha sido categorizado como una emoción conflictiva.

extraída de http://imagenesyfrasesparafacebook.com/
extraída de http://imagenesyfrasesparafacebook.com/

Cuando tenemos miedo, no podemos hacer casi nada, o podemos hacerlo casi todo. Depende de lo que hayamos aprendido acerca de lo que puede protegernos en esta situación. La evolución puede favorecer dos acciones corporales muy distintas: esconderse y huir. Cuando surge el miedo, la sangre afluye a los grandes músculos de las piernas, preparándonos para la huida. No significa que vayamos a hacerlo. Si no nos quedamos paralizados ni huimos, es probable enfurecernos contra lo que nos amenaza. Es posible experimentar el miedo y la ira alternativamente con tal rapidez que las sensaciones se mezclan.

Habitualmente oímos que el miedo es una perturbación, y que hay que tratar por todos los medios de no sentirlo. Sin embargo podemos enfocar esta emoción con otra perspectiva, de manera que funcione en nosotros como una alarma, encendiéndose cuando detecta una amenaza que necesitamos gestionar.

El miedo nos aporta información en términos de amenaza y nos corresponde a nosotros hacer inventario de nuestros recursos y capacidades para afrontarla.

Levy resume esta interpretación del miedo maravillosamente cuando dice que el miedo es una valiosísima señal que nos indica una desproporción entre la magnitud de la amenaza a la que nos enfrentamos y los recursos con que contamos para resolverla.

La amenaza puede ser física o emocional, y dependerá de los recursos que tengamos para enfrentarla.

El error que solemos cometer es que convertimos al miedo en nuestro problema, y en realidad no lo es, es la señal que nos indica que existe un problema. Funcionaría de la misma manera que cuando se enciende una luz en el salpicadero de nuestro coche: si se enciende la luz de la gasolina nos está indicando que entramos en reservar y necesitamos parar a repostar.

En realidad nuestro miedo es un aliado extraordinario pero no sabemos qué hacer con él. Desconocemos que carencias y necesidades refleja ni qué podemos hacer para afrontarlas. Por ello que es fundamental realizar un aprendizaje en este sentido que nos permita transformar esa emoción inicial en un aliado.

Cuando somos conscientes y aceptamos que tenemos una carencia de recursos, existe la posibilidad de que esta necesidad se convierta en una de nuestras principales fortalezas, si la trabajamos. Tal y como dice Clay Newman en nuestro “gimnasio espiritual” esta falta de recursos es percibida como músculos flácidos, todavía por ejercitar y desarrollar a través del entrenamiento.

La falta de educación emocional nos lleva a pensar que el miedo es el problema y no es exactamente así. El problema no es esta emoción, sino el hecho de no saber aprovechar la información que nos está facilitando, y quedarnos enganchado en ella, como esclavos emocionales.

El miedo no es tonto, es necesario que desarrollemos nuestras capacidades potenciales. Cuanto más logramos y más capaces seamos aumentaremos nuestro bienestar. Escuchando al miedo, en qué estado se encuentra, de qué modo podemos ayudarlo a equilibrar la relación recursos-amenaza, transformaremos ese “lastre” inicial en un colaborador activo. Diseñaremos nuestra acción a la medida de nuestras posibilidades reales, con más tranquilidad y calma.

Es vital que localicemos el problema específico que se encuentra tras nuestra  emoción de miedo y cuál es el camino que resuelve ese problema. A partir de ahí nos concentramos en la resolución.  De esta manera estaremos actuando funcionalmente.

Cuando decimos que el miedo es universal nos referimos a que todos los seres humanos estamos sometidos a la misma ley psicológica: si la amenaza supera a los recursos, aparecerá el miedo. Y no basta con disponer de los recursos necesarios, es vital ser conscientes de que los tenemos. Reconocer que contamos con estos recursos forma parte de los recursos necesarios.

Hay individuos que anestesian su miedo, de forma que se niegan a mirar hacia la luz roja del tablero de mandos. A veces hablamos de miedos injustificados, pero detrás habrá una razón, aunque sea desconocida para nosotros en ese momento.

Como dice Levy, el miedo disfuncional nos angustia, inhibe, desorganiza y bloquea la posibilidad de experiencia y aprendizaje. Convertimos al miedo en funcional cuando utilizamos su angustia como una señal de la desproporción existente entre la amenaza y los recursos. Entonces se pone en marcha un reequilibrado de ese déficit. Estaríamos curando nuestro miedo disfuncional.

Cuando se desencadena la emoción del miedo no sólo la sentimos: también reaccionamos interiormente a nuestra emoción del miedo, y esta respuesta genera una segunda emoción.

El hecho de que experimentemos una doble reacción a modo de secuencia quedaría así:

1º Registramos una amenaza.
2º Surge la emoción del miedo.
3º Se desencadena una respuesta interior a nuestro miedo.

Esta respuesta interior es de gran importancia porque en función de su calidad actuará atenuando o agravando nuestro miedo original. La funcionalidad del miedo estará condicionada a como efectuemos esta última fase, de respuesta interior.

Susan Jeffers, en su libro “Aunque tenga miedo hágalo igual” establece una estructura del miedo en tres niveles:

El primero es la historia superficial. A su vez puede ser dividido en dos tipos, el que sucede (como la soledad) y el que exige acción (como hablar en público).

El segundo nivel del miedo  no se orienta hacia la situación, involucra directamente a la integridad del yo: rechazo, éxito, fracaso, vulnerabilidad, sentirse engañado, impotencia, desaprobación, pérdida de imagen, …

Estos miedos del segundo nivel estarían relacionados con los estados interiores de la mente, más que con las situaciones exteriores. Reflejan nuestro sentido del yo, y nuestra capacidad para enfrentarnos al mundo. En este nivel el miedo es generalizado, empezamos a protegernos a nosotros mismos y como resultado nos limitamos enormemente. Acabamos por cerrar y excluir al mundo que nos rodea.

Por existiría el último nivel del miedo. Es el más grande de los miedos, el que logra inmovilizar a cualquiera: ¡¡¡No puedo manejarlo!!!

Algunos miedos son instintivos y sanos y nos mantienen en guardia ante cualquier posible dificultad. El resto (relacionados con la parte que retrasa nuestro desarrollo personal) es negativo y destructivo y probablemente es el responsable de muchas de nuestras limitaciones.

En relación a estos últimos miedos, podemos enfrentarnos a ellos sin tener que controlar nada del mundo exterior. Aumentando nuestra confianza en la capacidad que tenemos de afrontar todo lo que se cruce en el camino. Este camino no será cómodo, nos sentiremos como los niños cuando empiezan a caminar y se caen a menudo. Con cada paso nos iremos sintiendo un poco más seguros de nuestra capacidad para controlar nuestra vida.

Escrito por Angel Luis Guillén

Referencias y fuentes:

“El rostro de las emociones”, Paul Ekman.

“El Prozac de Séneca”, Clay Newman.

“La sabiduría de las emociones”, Norverto Levy.

“Aunque tenga miedo hágalo igual (Susan Jeffers).

“Emociones capacitantes”, Isabel Aranda.