La sabiduría del miedo

La forma más habitual de darse las emociones, haciendo referencia a Paul Ekman en su libro “El rostro de las emociones” es cuando notamos, con o sin razón, que está ocurriendo o a punto de ocurrir algo que, para bien o para mal, afecta seriamente nuestro bienestar. Con frecuencia las emociones se inician con tal celeridad que no nos damos cuenta de los procesos mentales que las provocan (somos capaces de llevar a cabo complejas evaluaciones muy rápidamente, en milésimas de segundo, sin ser conscientes del proceso de evaluación).

Cuando se desencadena una emoción nos invade en unas milésimas de segundo, y nos ordena lo que hay que hacer, decir y pensar. Las emociones nos preparan para manejar sucesos importantes sin pensar en lo que hay que hacer. Se provocan cambios en determinadas zonas del cerebro que nos incitan a que nos ocupemos de lo que haya desencadenado la emoción, y cambios en el sistema nervioso autónomo encargados de regular el ritmo cardíaco, la respiración, la sudoración y otras muchas funciones corporales, preparándose para distintas acciones.

Las emociones también envían señales externas, cambios de expresión, rostro, voz y postura corporal. No elegimos estos cambios, simplemente ocurren.

Isabel Aranda, en su libro sobre emociones capacitantes nos ayuda a identificar esa emoción que está en la base de nuestro comportamiento, de qué nos informa, tomando consciencia de nuestras sensaciones corporales, analizando los sentimientos que eso nos produce, comprobando las acciones que nos posibilita y la forma de ser y comportamientos que origina. Un planteamiento en línea con el que realiza la Teoría de la Inteligencia Emocional de tomar consciencia de uno mismo y autogestionarnos de forma funcional, en función de nuestros objetivos y nuestro entorno.  La buena noticia es que es posible aprender a gestionar nuestras emociones, integrándolas en  nuestro comportamiento.

Y con respecto a nuestra emoción del miedo, que es el tema de este post, resulta que muchos de nosotros solemos gestionarla con un alto grado de desconocimiento e ineficacia.

El miedo es una emoción básica y universal que tradicionalmente ha estado acompañado de muy mala prensa. Como me decía mi madre “Tener miedo es de cobardes”. A priori podríamos tener la tentación de etiquetarla como una emoción negativa, indigna. Como diría Norverto Levy en “La sabiduría de las emociones”, el miedo ha sido categorizado como una emoción conflictiva.

extraída de http://imagenesyfrasesparafacebook.com/
extraída de http://imagenesyfrasesparafacebook.com/

Cuando tenemos miedo, no podemos hacer casi nada, o podemos hacerlo casi todo. Depende de lo que hayamos aprendido acerca de lo que puede protegernos en esta situación. La evolución puede favorecer dos acciones corporales muy distintas: esconderse y huir. Cuando surge el miedo, la sangre afluye a los grandes músculos de las piernas, preparándonos para la huida. No significa que vayamos a hacerlo. Si no nos quedamos paralizados ni huimos, es probable enfurecernos contra lo que nos amenaza. Es posible experimentar el miedo y la ira alternativamente con tal rapidez que las sensaciones se mezclan.

Habitualmente oímos que el miedo es una perturbación, y que hay que tratar por todos los medios de no sentirlo. Sin embargo podemos enfocar esta emoción con otra perspectiva, de manera que funcione en nosotros como una alarma, encendiéndose cuando detecta una amenaza que necesitamos gestionar.

El miedo nos aporta información en términos de amenaza y nos corresponde a nosotros hacer inventario de nuestros recursos y capacidades para afrontarla.

Levy resume esta interpretación del miedo maravillosamente cuando dice que el miedo es una valiosísima señal que nos indica una desproporción entre la magnitud de la amenaza a la que nos enfrentamos y los recursos con que contamos para resolverla.

La amenaza puede ser física o emocional, y dependerá de los recursos que tengamos para enfrentarla.

El error que solemos cometer es que convertimos al miedo en nuestro problema, y en realidad no lo es, es la señal que nos indica que existe un problema. Funcionaría de la misma manera que cuando se enciende una luz en el salpicadero de nuestro coche: si se enciende la luz de la gasolina nos está indicando que entramos en reservar y necesitamos parar a repostar.

En realidad nuestro miedo es un aliado extraordinario pero no sabemos qué hacer con él. Desconocemos que carencias y necesidades refleja ni qué podemos hacer para afrontarlas. Por ello que es fundamental realizar un aprendizaje en este sentido que nos permita transformar esa emoción inicial en un aliado.

Cuando somos conscientes y aceptamos que tenemos una carencia de recursos, existe la posibilidad de que esta necesidad se convierta en una de nuestras principales fortalezas, si la trabajamos. Tal y como dice Clay Newman en nuestro “gimnasio espiritual” esta falta de recursos es percibida como músculos flácidos, todavía por ejercitar y desarrollar a través del entrenamiento.

La falta de educación emocional nos lleva a pensar que el miedo es el problema y no es exactamente así. El problema no es esta emoción, sino el hecho de no saber aprovechar la información que nos está facilitando, y quedarnos enganchado en ella, como esclavos emocionales.

El miedo no es tonto, es necesario que desarrollemos nuestras capacidades potenciales. Cuanto más logramos y más capaces seamos aumentaremos nuestro bienestar. Escuchando al miedo, en qué estado se encuentra, de qué modo podemos ayudarlo a equilibrar la relación recursos-amenaza, transformaremos ese “lastre” inicial en un colaborador activo. Diseñaremos nuestra acción a la medida de nuestras posibilidades reales, con más tranquilidad y calma.

Es vital que localicemos el problema específico que se encuentra tras nuestra  emoción de miedo y cuál es el camino que resuelve ese problema. A partir de ahí nos concentramos en la resolución.  De esta manera estaremos actuando funcionalmente.

Cuando decimos que el miedo es universal nos referimos a que todos los seres humanos estamos sometidos a la misma ley psicológica: si la amenaza supera a los recursos, aparecerá el miedo. Y no basta con disponer de los recursos necesarios, es vital ser conscientes de que los tenemos. Reconocer que contamos con estos recursos forma parte de los recursos necesarios.

Hay individuos que anestesian su miedo, de forma que se niegan a mirar hacia la luz roja del tablero de mandos. A veces hablamos de miedos injustificados, pero detrás habrá una razón, aunque sea desconocida para nosotros en ese momento.

Como dice Levy, el miedo disfuncional nos angustia, inhibe, desorganiza y bloquea la posibilidad de experiencia y aprendizaje. Convertimos al miedo en funcional cuando utilizamos su angustia como una señal de la desproporción existente entre la amenaza y los recursos. Entonces se pone en marcha un reequilibrado de ese déficit. Estaríamos curando nuestro miedo disfuncional.

Cuando se desencadena la emoción del miedo no sólo la sentimos: también reaccionamos interiormente a nuestra emoción del miedo, y esta respuesta genera una segunda emoción.

El hecho de que experimentemos una doble reacción a modo de secuencia quedaría así:

1º Registramos una amenaza.
2º Surge la emoción del miedo.
3º Se desencadena una respuesta interior a nuestro miedo.

Esta respuesta interior es de gran importancia porque en función de su calidad actuará atenuando o agravando nuestro miedo original. La funcionalidad del miedo estará condicionada a como efectuemos esta última fase, de respuesta interior.

Susan Jeffers, en su libro “Aunque tenga miedo hágalo igual” establece una estructura del miedo en tres niveles:

El primero es la historia superficial. A su vez puede ser dividido en dos tipos, el que sucede (como la soledad) y el que exige acción (como hablar en público).

El segundo nivel del miedo  no se orienta hacia la situación, involucra directamente a la integridad del yo: rechazo, éxito, fracaso, vulnerabilidad, sentirse engañado, impotencia, desaprobación, pérdida de imagen, …

Estos miedos del segundo nivel estarían relacionados con los estados interiores de la mente, más que con las situaciones exteriores. Reflejan nuestro sentido del yo, y nuestra capacidad para enfrentarnos al mundo. En este nivel el miedo es generalizado, empezamos a protegernos a nosotros mismos y como resultado nos limitamos enormemente. Acabamos por cerrar y excluir al mundo que nos rodea.

Por existiría el último nivel del miedo. Es el más grande de los miedos, el que logra inmovilizar a cualquiera: ¡¡¡No puedo manejarlo!!!

Algunos miedos son instintivos y sanos y nos mantienen en guardia ante cualquier posible dificultad. El resto (relacionados con la parte que retrasa nuestro desarrollo personal) es negativo y destructivo y probablemente es el responsable de muchas de nuestras limitaciones.

En relación a estos últimos miedos, podemos enfrentarnos a ellos sin tener que controlar nada del mundo exterior. Aumentando nuestra confianza en la capacidad que tenemos de afrontar todo lo que se cruce en el camino. Este camino no será cómodo, nos sentiremos como los niños cuando empiezan a caminar y se caen a menudo. Con cada paso nos iremos sintiendo un poco más seguros de nuestra capacidad para controlar nuestra vida.

Escrito por Angel Luis Guillén

Referencias y fuentes:

“El rostro de las emociones”, Paul Ekman.

“El Prozac de Séneca”, Clay Newman.

“La sabiduría de las emociones”, Norverto Levy.

“Aunque tenga miedo hágalo igual (Susan Jeffers).

“Emociones capacitantes”, Isabel Aranda.

Vuelta al cole: cómo ayudar a tu hijo a enfrentar ese primer día

Las vacaciones han llegado a su fin. Tras los calurosos meses de verano se aproxima el comienzo de las clases. Esta semana toca volver al cole. Las situaciones nuevas pueden ser difíciles para muchos niños. Volver al colegio puede estar repleto de cambios: una clase nueva, un profesor o profesora distinto, asignaturas, responsabilidades… Piensa cómo estarías de ansioso si empezaras un nuevo trabajo cada año de tu vida y entonces sabrás qué experimentan los niños al empezar el año escolar. A continuación os explicamos algunas formas de reducir la ansiedad que experimenta tu hijo con la vuelta al cole.

foto extraída de estudiantesdedoxa.com
foto extraída de estudiantesdedoxa.com

1) Retoma la rutina antes de que vuelvan al colegio. Empezar a irse a la cama y levantarse a las hora a la que se acuestan y levantan durante el curso, puede ayudar a tu hijo a volver a adaptarse paulatinamente ante la vuelta.

2) Habla con tu hijo/a sobre cómo se siente al volver a la escuela y valida sus emociones. A menudo tratamos de calmar nuestros hijos diciendo cosas como «No tengas miedo, no va a pasar nada» o «es una tontería que te preocupes». Sin embargo, esto no ayuda, imagínate que estuvieras preocupado por algo y alguien te dijera que no te preocupes, sin más. ¿podrías dejar de preocuparte? Por lo general, esto sólo hace que el niño sienta que no está bien sentir lo que siente y que por lo tanto no es correcto expresar emociones como el miedo. En cambio, es recomendable validar aquello que siente diciéndole que es normal que sienta miedo y que todos tenemos miedo en alguna ocasión. Puedes transmitirle que cuando sentimos miedo podemos aprender a manejar la ansiedad y enfrentar aquello que nos da miedo. Anímale a que explique con sus palabras qué cosas son las que le inquietan de volver y estimúlale para que pueda darle otra interpretación.

3) Anima a tu hijo a identificar las cosas positivas y excitantes de volver al colegio; ver de nuevo a los amigos, retomar actividades que le gusten dentro y fuera de la escuela. Si puedes ayudarle a equilibrar las cosas positivas y las que le asustan, él o ella también puede convertir el volver al colegio como algo atractivo.

4) Preparad algo especial para acabar el día. Algo como una cena especial para acabar el primer día de colegio, hacer una actividad agradable juntos… Explícale que el primer día de clases es un día emocionante y debido a eso, hacemos algo especial para celebrarlo. Esto le dará al niño una razón para esperar de forma positiva el primer día de clases.

5) Deja que sea tu hijo tome algunas decisiones, elegir qué mochila o estuche llevar al colegio, qué tomar en el recreo… Cuando un niño tiene que ir a la escuela y no quiere, puede sentir que las cosas están fuera de su control. Ir al colegio no es una opción, pero cosas como lo que desayunar o la mochila que usar son pequeñas acciones dentro de su control. Tener control sobre algunos aspectos puede ayudar al niño a sentirse bien, lo que puede facilitar el hecho de ir al colegio.

6) Mantén la calma. Si los niños nos ven muy nerviosos por el comienzo de las clases, ellos se sentirán más estresados. Los niños miran a sus padres para determinar cómo reaccionar a las situaciones. Si permanecemos en calma y con una actitud positiva sobre el hecho de volver al colegio, es más probable que los niños resuenen con eso. No se trata de fingir, sólo trata de mantener la calma y recordar las cosas interesantes y positivas de que tu hijo vuelva a la escuela.

Recuerda que la ansiedad disminuye de forma natural y la ansiedad de tu hijo/a también lo hará. Así que permite que tu hijo descubra cómo la ansiedad puede desaparecer si nos enfrentamos a aquello que la produce. Dejar de llevar al niño al colegio porque se siente nervioso hace que la ansiedad se mantenga. Hablar con él o ella, ayudarle a darle significados positivos a esos pensamientos que le asustan y animarle a enfrentarse a ese primer día de colegio, le da recursos para afrontar y manejar la ansiedad. De estas pequeñas experiencias del día a día es de donde se extraen las herramientas para luchar en las grandes encrucijadas de la vida. ¡Os deseamos un especial primer día de colegio!

Fuente: psychologytoday.com

Escrito por María Rueda

Algunas situaciones de estrés familiar, detección y manejo

Durante las épocas de estrés, nuestros recursos de afrontamiento y en consecuencia nuestras habilidades para la crianza, pueden requerir de un refuerzo, impulso o incluso un descanso. Una separación o divorcio, una enfermedad o la muerte de un ser querido, una mudanza, o los problemas económicos, pueden generar un aluvión emocional para la familia, tanto para los niños y como para los padres.

Foto extraída de vivianasosman.cl
Foto extraída de vivianasosman.cl

La forma en que percibimos y reaccionamos a un evento, así como los recursos de afrontamiento personales, provocan una respuesta de estrés. Dos personas que se encuentran ante una misma situación pueden hacerle frente de manera muy diferente. Uno puede sentir una intensa tensión psicológica y emocional, mientras que otra persona podría experimentarlo como un pequeño bache en el camino. Ten en cuenta que el estrés puede afectar a tu hijo de formas muy diferentes a cómo te afecta a ti. Reconocer los síntomas e identificar la fuente de estrés es extremadamente importante. Un cambio en el comportamiento a menudo es un indicador clave de la tensión.

Aquí os enumeramos algunos de estos cambios:

  • Recurrentes molestias físicas, como dolor de estómago antes de ir al colegio sin una causa orgánica.
  • Comportamientos de evitación. Rechazar participar en algo que solían hacer con frecuencia.
  • Cambios emocionales. Pasar de ser normalmente extrovertido a dejar de mostrarse así, pasar de ser normalmente feliz a parecer triste todo el tiempo, pasar de ser afable a mostrarse frecuentemente irritable o explosivo.
  • Cambios en el rendimiento académico, si se produce una bajada significativa en las notas o deja de participar en clase.
  • Aumento de los temores o la ansiedad.
  • Cambios en el sueño, ya sea problemas para dormir o dormir mucho más de lo habitual.

Es muy importante no bajar la guardia cuando aparecen los eventos estresantes. Los efectos de estas situaciones pueden mantenerse durante semanas, meses o incluso años. Muéstrate abierto a las preguntas de tus hijos y escúchales activamente. No basta con una única conversación para procesar correctamente las experiencias estresantes, sino que requiere de tiempo y un diálogo fluido.

A continuación señalamos cinco tipos de situaciones típicamente estresantes a las que muchas familias se tienen que enfrentar alguna vez, así como algunas pautas para manejarse en ellas:

1. Divorcio o separación de los padres/ madres: Trata de ser directo y honesto con ellos acerca de lo que está pasando. Es importante ser cuidadoso al respecto de cómo hablamos de nuestra expareja, trata de no hablar mal de él o ella. Intenta mantener límites y normas similares en ambas casas. No tienen porqué ser las mismas, ya que los niños pueden acostumbrarse a reglas diferentes en lugares diferentes, siempre que éstas sean coherentes.

2. Enfermedad: El mantenimiento de algunas rutinas es importante, para ello, encuentra pequeñas cosas que puedan permanecer igual para los niños, ya sea la hora de cenar, el horario escolar y deberes o la tradición de ver una película el viernes por la noche. Evita el impulso de excederte o sobreproteger a tus hijos, pues esto envía mensajes de fragilidad, incompetencia o duda acerca de su capacidad para superar esta difícil situación.

3. Problemas económicos: La incertidumbre financiera puede hacer que una familia se tambalee. Los niños perciben las señales de sus padres, lo que implica que se darán cuenta de la tensión y la ansiedad de los padres. Sin embargo, no tienen por qué comprender qué está pasando. Explícales aquellos cambios que afectan a sus vidas, y responde a las preguntas lo más honestamente que puedas. Esto reduce considerablemente las malas interpretaciones que se puedan producir. (Si los niños no tienen respuestas, será su imaginación la que rellene esos espacios en blanco). Por encima de todo, asegúrales que vas a cuidar de ellos. Permite que los niños aporten ideas de cómo recortar el gasto familiar. Ir juntos al parque, dar un paseo en bicicleta, o jugar a juegos de mesa puede ser una gran manera de pasar tiempo gratis de calidad juntos; mantenerse activo ayuda a mantener la preocupación y los sentimientos de depresión a un lado.

4. Mudarse y cambiar de colegio: Aunque las razones por las que nos mudamos son muy diversas, la mudanza a menudo implica cambio de colegio, barrio e, incluso, amigos. Esta serie de cambios pueden ser realmente difíciles. Prepáralos con la mayor antelación posible. Fortalece su autoestima haciéndoles tomar algunas decisiones sobre estos cambios: qué objetos van a trasladar, el color en el que pintar su nueva habitación…, y dejar siempre los canales de comunicación abiertos. Haz preguntas que no se pueden contestar con sólo un sí o un no, como por ejemplo, «¿Qué piensas de esto?» y «¿Cómo te hace sentir?» Deja que los niños sepan que tú también estás un poco nervioso con la mudanza. Después de todo, para ti también es un gran cambio.

5. Un nuevo miembro en la familia: A menudo se entiende que los niños pequeños pueden experimentar que un nuevo bebé es un rival que viene a invadir su territorio. Un nuevo bebé cambia mucho el panorama y circunstancias familiares. Es importante velar por el equilibrio entre el tiempo familiar y tiempo individual con los padres. Salvaguardar las actividades extraescolares del niño mayor. Un cambio de este tipo puede conllevar grandes frustraciones, intenta reconocer y validar los sentimientos de tu hijo mayor y estar listo para hablar de ello. Permite que tu hijo se exprese y escucha con atención. Implica a tu hijo en el cuidado del bebé y felicítale por ello.

Las situaciones estresantes ponen a prueba nuestros recursos. El autocuidado es esencial para la buena crianza de los hijos. Siempre es importante, pero aún más en los momentos de gran estrés. Si te sientes desbordado, no olvides apoyarte en las personas que te rodean. Pedir ayuda no es síntoma de debilidad, sino muestra de un adecuado autoconocimiento.

Fuente: psychcentral.com

Escrito por María Rueda

Hábitos cotidianos que protegen tu salud mental (Comportamientos emocionalmente saludables I)

Frecuentemente nos encontramos con consejos sobre lo que debemos hacer para mantener nuestro cuerpo sano; cuántas calorías hemos de consumir, cuál debe ser nuestro peso, cuánto ejercicio hacer… Sin embargo, parece más difícil crear costumbres que nos lleven a mejorar el estado de salud mental. Por ello, hoy queremos enumerar algunas prácticas que puedes llevar a cabo para proteger tu salud mental y encontrarte más fuerte emocionalmente.

Cuida tu cuerpo. El ya tópico mens sana in corpore sano ha de ser tenido siempre en cuenta si queremos proteger nuestra salud mental. Una mala alimentación hace que las sustancias que pueblan nuestro cuerpo, incluido nuestro cerebro, se encuentren poco equilibradas y crea ciertas respuestas cuasi “adictivas”. Esto provocará en nosotros una mayor vulnerabilidad ante la ansiedad o estados emocionales negativos. El ejercicio físico, por otra parte, libera en nosotros sustancias relacionadas con el placer que nos protegen frente al estrés diario. Además, comprometernos con unos hábitos físicos saludables y sentir nuestro cuerpo en mejor estado físico nos hace sentirnos más eficaces y produce efectos positivos sobre la autoestima.

Foto: aidsmap.com

Relájate más a menudo. Las jornadas laborales prolongadas, el cuidado de los hijos, el manejo de las tareas cotidianas… A lo largo del día puede parecer que no hay tiempo para más. Sin embargo, lograr establecer aunque sean 30 minutos al día para realizar alguna actividad que te relaje (puede ser tanto ejercicios de relajación como leer un libro, escuchar música, hacer calceta o puzles, lo que sea mejor para ti) tendrá efectos muy positivos sobre tu salud mental. En este breve tiempo lograrás que tus niveles generales de ansiedad y/o estrés disminuyan, de forma que podrás rendir con más eficacia en el resto de actividades que inundan tu día y además con menor sufrimiento.

Haz un voluntariado. Implicarte en alguna actividad voluntaria que sintonice con tus gustos tendrá también efectos positivos sobre tu salud mental. Diversos estudios científicos han observado que el hecho de participar en acciones altruistas potencia la autoestima y una mayor satisfacción con la vida. Además, realizar alguna actividad diferente, fuera de las obligaciones, puede distraer tu mente de las preocupaciones que te atenazan a diario y proporcionar un soplo de aire fresco ante los pensamientos negativos y persistentes que en ocasiones pueden presentarse.

Rodéate de personas positivas. Si tu familia y amigos tienden a señalar y prestar más atención a las cosas negativas, es normal que tu tendencia sea a mirar también el mundo de esta forma. No sólo esto, si has tomado conciencia de esta tendencia y preferirías cambiarla, puede ser especialmente complicado cuando en tu red social se resalta esta forma de ver lo que nos ocurre. No olvides que entre las personas que forman parte de nuestra vida se tiende a producir un efecto de contagio emocional y permanecer rodeado de personas que puedan afrontar la vida de una forma más optimista tendrá sobre ti efectos beneficiosos, lograrás centrar tu atención en el lado más positivo de los acontecimientos vitales. Esto no quiere decir que dejes de relacionarte con la gente que quieres cuando estén en un momento vital más negativo, en el que por un tiempo se encuentren más abatidos, simplemente, trata de que la suma de actitudes que te rodean tiendan a proporcionarte más puntos de vista positivos.

Estas son sólo algunas opciones de hábitos que te puedan aumentar tu bienestar emocional, las formas de hacerlo pueden ser muchas. La semana que viene os mostraremos otras costumbres para incluir en vuestro día a día que fomenten un mejor estado de salud mental y aumenten la capacidad de afrontamiento ante acontecimientos vitales dolorosos.

Fuente: psychcentral.com

Escrito por Lara Pacheco Cuevas

Crecer manejando la ansiedad (II)

Como te contamos el post anterior, la ansiedad es un síntoma frecuente en la infancia y la adolescencia. Del 10 al 20 % de los niños en edad escolar experimentan este tipo de síntomas. Para ayudar a tu hijo o hija a manejarla, a continuación te damos nuevos consejos para añadirlos a tu mochila de recursos junto con los de la semana anterior.

Cuídate para que ellos se cuiden. Nuestros hijos nos imitan. Así que si enfrentamos nuestros miedos, nuestros hijos también lo harán. Si reservamos momentos para cuidarnos a nosotros mismos y nuestras necesidades, nuestros hijos lo aprenderán. Si somos capaces de extraer lo positivo, nuestros hijos también lo harán. Los niños aprenden observando el comportamiento de sus padres. Así que cuando se trata de pensar sobre el bienestar psicológico de tu hijo, piensa en el tuyo también.

Premia los comportamientos valientes. Si tu hijo se enfrenta a sus miedos, anímalo y recompénsale con un premio. Éste no tiene porqué ser material, recuerda que un abrazo y unas palabras agradables son el mejor regalo.

Ayúdales con una buena higiene del sueño. Establece unos horarios para ir a la cama y unas rutinas antes de dormir, tales como leer un cuento. Esto le ayudará a hacer una transición entre las actividades del día y la posición de reposo necesaria para conciliar el sueño.

Fomenta que exprese sus miedos. Si tu hijo te dice que está preocupado o asustado, no le digas “no lo estás” o “no seas cobarde”. Por el contrario, es recomendable que le des valor a la experiencia de tu hijo diciéndole “sí, parece que está asustado, ¿qué te preocupa?” y dialoga con él o ella acerca de sus emociones y miedos.

Ayúdale con la resolución de problemas. Una vez hayas validado las emociones y demostrado que entiendes lo que está sintiendo y hayas escuchado lo que tiene que decir, puedes ayudarle a solucionar los problemas. Esto no quiere decir que seas tú el que lo solucione. Significa ayudar a tu hijo a identificar posibles soluciones. Si tu hijo puede generarlas él sólo, estupendo. Si no es así, no pasa nada, puedes darle algunas ideas y que él o ella escoja la que piense que puede ser mejor.

Practica ejercicios de relajación con tus hijos. A veces algunos ejercicios muy básicos de relajación son útiles para ayudar a tu hijo a que reduzca su ansiedad. Coge sus manos y mirándoos a los ojos, respirad despacio profundamente a la vez. También puedes ayudarle a imaginar un sitio que sea agradable para él o ella, así con los ojos cerrados podéis pasear juntos por la playa o el bosque.

Fuente: Psychology Today

Escrito por: María Rueda Extremera